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El despertar del lobo || Flashback || Abigail Zarkozi 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Roland F. Zarkozi Jue Ene 16, 2014 8:18 pm

"Seamos fuertes, un día de estos nos vamos a encontrar por fin
y ésta terrible búsqueda terminará, mientras tanto… Seamos fuertes. "
- Víctor De la hoz.


- Uhmm - Su cuerpo se movió con lentitud. No había nada suave que se encontrara abajo de él, salvo el pasto claro, pero la comodidad se iba al carajo dada las piedras con punta afilada que lo acompañaban. Extrañamente no le dolía tanto como creyó, eran como piquetes de mosquito fastidiando a cada momento. No sólo molestaba aquello, también la brisa helada de la mañana de invierno, el sol que se encontraba en su punto y con su luz molestaba hasta al hombre más perezoso. Él no entendía porque aquel estado. Lo único que recordaba fue la noche anterior, el escape. La tan esperada y fallida huida. Todo había salido mal ¿Por qué? No tiene idea, llevaba tantos meses haciendo anotaciones, marcando de forma más notoria los puntos de vigilancia, los no tan transitados. ¡Nada había salido bien! Le dolía, le punzaba, y sus ojos ni siquiera se querían abrir.

La noche anterior hubo una cena de gala en su mansión. Aquello era extraño, Gregory jamás dejaba entrar a intrusos a ese lugar, a menos, claro, que fueran para afianzar negocios, intereses que le dejaban beneficios grandes. Se la paso deleitando a los invitados con sus finos dedos que sacaban melodías perfectas. Un poco de música clásica, otro poco de modernidad, todos se sentía cautivados por lo que llegó a hacer con ese piano de cola, todos excepto él. Su padre, aquel a quien jamás llegaría a hacer sentir orgulloso. ¡Claro! Roland jamás sería Baptiste, por más que eso se añorara.

Después de aquella cena, todos disponían a ir a sus respectivas habitaciones, dormir. ¡Si! Es lo que necesitaban porque esa noche, aunque de luna llena, se necesitaban recargar energías para poder dar búsqueda a aquellos licántropos caídos que debían llevarse a la inquisición y darles el fin a su existencia. El mediano de los hermanos había actuado con normalidad. Pocas palabras, cero expresiones, sólo una meta, una dirección que debía tomar. Cuando la luna llena llegó a su máxima expresión, tomó su mochila de viaje, salió con sigilo de la casa, y tras saltar entre algunos balcones llegó a su habitación. La de su más preciado tesoro: su hermana Abigail. Ansiosa lo esperaba con la ropa correcta para pode disfrutar de la escapada de forma más cómoda. Ambos se irían por fin de ese infierno ¿A dónde? Ni siquiera ellos lo sabían pero lo único que importaba era huir.

Roland se encontraba delante de su hermana abriendo el paso y asegurándose que nada ni nadie pudiera llegar a interferir con su misión. No es que la creyera menos apta para esas cosas que él, de hecho la conocía, sabía lo bien que se desenvolvía en el campo de guerra, el problema es que su instinto protector y el amor que le profesaba - aunque en silencio, por su poca habla - le impedía dejarla ir al frente, la deseaba con bien, protegida y sin ningún rasguño; así pasaron lo que para él serían los obstáculos más grandes. Terminaron a la orilla del río y se enjuagó el rostro dejando a un lado la tierra fina que molestaba su rostro. Hasta ese momento todo iba bien. Hasta ese momento en que el aullido de no sólo uno, sino varios licántropos llegaron a sus oídos. Todo paso muy rápido, las mordidas fueron profundas, casi letales, pero ambos salieron con vida, terminando con la oscuridad de aquellos que ahora se convertía en la suya. ¡Malditos estaban! Licántropos ahora se llamaban.

- ¡Abigail! ¡Abigail! ¿Dónde estás? - Se levantó de un salto ágil, su expresión era clara. La desesperación que tenía en el cuerpo no se comparaba con nada en su vida. ¿Dónde demonios se encontraba su hermana? - ¡Abigail! - Volvió a gritar su nombre, ese que tanto adoraba y que ahora añoraba encontrar, pero no había respuesta, su hermana no le respondía, y el dolor de su pecho incrementaba. A ella no le podía ocurrir nada. ¡No podía! Ni siquiera importaba la desnudez de su cuerpo. Roland era seguro de si mismo en ese aspecto, y aunque no lo fuera, era lo de menos, lo único que deseaba de verdad era encontrarla a ella. Su esperanza, su todo, su pequeña hermana. Su vista había mejorado notablemente, ¿por qué? Aun no lo recordaba. Pudo encontrar a lo lejos su mochila, aunque en mal estado, las prendas se habían escapado de ella, notó sangre, y cuando volteó a ver sus manos, también estaba ese maldito rojo carmesí que tanto detestaba. ¿La había matado? ¿Se había vuelto loco? ¡No! Él jamás podría hacerle daño a ella, la sangre debía de ser de alguien más. Los recuerdos, lo azotaron.

- ¡No es gracioso, Abigail! - La esperanza se encontraba dentro de su pecho, él sabía que su hermana no había muerto, ¿cómo lo sabía? Simplemente lo sabía y punto; cuando por fin se aproximo a su mochila, extrajo de ella unos pantalones y con rapidez se los colocó. Sólo se puso la camisa sin abrochar, no era momento de fajarse las prendas, sino de buscar a su hermana. Quizás se encontraba dormida, inconsciente, muerta no. Se negaba a aceptar que podría haberse ido del mundo de los vivos, ella era más fuerte que él. No era justo, no podía dejarlo; entonces un olor dulce llamó su atención. Lo siguió, avanzó y ahí estaba, su pequeña hermana acostada. Podía escuchar las palpitaciones de su corazón. ¡Se encontraba viva! Sin pensarlo dos veces se acercó, con agilidad se quitó la camisa y la colocó sobre la desnudez de la hermosa muchacha.

- Hermana - Le acarició la mejilla, le removió un mechón de cabello, y la atrajo contra su pecho - Abigail despierta, no seas perezosa - Le regañó sintiendo que la desesperación ya abandonaba su cuerpo.


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"Si le prestas atención a su mirada en vez de su sonrisa,
verás la tristeza en sus ojos."
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Mensaje por Invitado Miér Ene 29, 2014 8:01 am

Los recuerdos se mezclaban con el dolor en una vorágine brumosa que me impedía discernir lo real de lo que sólo lo parecía. Aunque intentara aferrarme a uno de ellos –la sonrisa de mi hermano Roland cuando jugábamos juntos, su intensa mirada aceptando el plan tan desesperado que le había propuesto; todos los felices estaban relacionados con él– parecía resbalarme como si estuvieran hechos de hielo y yo tuviera los dedos húmedos. Sentía impotencia, y a la vez sentía un ardor en las entrañas que parecía extenderse a medida que mi corazón latía, cada vez más debilitado por el intenso dolor. ¿Sería el veneno? Había leído mucho acerca de los licántropos y del proceso de transformación; si mi padre me preguntaba era capaz de recitarlo a la perfección, aunque él siempre consiguiera encontrar un fallo que a mis ojos era inexistente, pero nunca había creído que lo experimentaría en mi propia piel... Y eso era lo que, descubrí, caracterizaba al dolor. No al dolor que había sentido antes, cuando mi padre me golpeaba o me caía al suelo y me raspaba las rodillas con los guijarros del suelo; me refería al dolor de verdad. Por mucho que leyera sobre él no me lo imaginaba tan fuerte, y sentirlo en mi propia piel (nunca mejor dicho) era una sensación que gustosa le cambiaría a mi padre... A ese engendro que decía llamarse mi padre. Ni siquiera el lobo que me había mordido, al que había mirado a los ojos un momento ignorando que así era como se enfadaban las bestias, me había parecido tan peligroso, pero era evidente que estaba equivocada, aunque me negara a verlo así. Sabía que era mi culpa, sí, y que habíamos cometido un error, pero era el riesgo que había aceptado correr al escaparme con Roland y estaba prepara... Oh, Dios, Roland.

Él fue lo único que me hizo sobreponerme al dolor y a la dulce inconsciencia. Seguía deseando dormir y que el dolor menguara, eso estaba claro, ¿cómo podía ser de otra manera si con cada respiración sentía que las tripas se me expandían hacia fuera? Y el aire frío de la noche no ayudaba... Era como agujas clavándose fuerte en cada uno de mis órganos, algo en lo que no debía pensar mucho porque mi padre era capaz de decir que era idea suya y utilizarlo contra nosotros. Nosotros, Roland y yo. Podía aceptar haber cometido un error siempre que la culpa fuera mía y el resultado me afectara solamente a mí, pero no sabía si él moría o vivía, y la angustia fue abriéndose camino en mis pensamientos como una gota de aceite lo hacía cuando caía sobre el agua, devolviéndome poco a poco mis sentidos y mis pensamientos. Los primeros, le pertenecían a él; rememoraba el ataque con una extraña clase de masoquismo que mi estúpido padre, ¡él era el causante de todo!, había grabado a fuego en mi interior, y lo recordaba recibiendo un mordisco, mas no sabía si era real... Si él se había convertido en una bestia o si, como yo, seguía el camino de la muerte. No me engañaba, a medida que me iba despertando iba siendo más consciente del flujo de sangre que se escapaba de la enorme herida (tenía que serlo, por cómo dolía) de mi vientre, pero me daba igual, sólo me importaba él, y justo en ese instante despertaron mis sentidos de su embotamiento lo suficiente para sentirlo abrazándome y hablándome. ¡Gracias a Dios! Ni siquiera creía en lo que mi padre defendía con tanto ahínco, no cuando me había arruinado la vida por la maldita Inquisición, pero si debía agradecérselo por tener a mi hermano sano y salvo lo haría... Todas las veces que hiciera falta. Poco a poco, fui abriendo los ojos, y al enfocar los suyos sonreí, aunque tan débilmente que ni siquiera parecía yo. ¿Dónde había quedado la enérgica Abigail de siempre? ¿Un simple mordisco había bastado para matarla? ¿Iba a morir simplemente por una criatura que incluso sabía cómo eliminar? Las opciones parecían ser esas o que fuera mi padre quien me asesinara, pero no quería... No aceptaría ninguna de las dos. Labraría mi propio destino, y él me ayudaría.

– Duele, Roland... Duele... ¿Estás sangrando! ¡Déjame...!

Mis palabras no tenían sentido ni para mí misma, mas no me importaba, porque pronto estuve ocupada examinando su cuerpo en busca de un mordisco parejo al mío... uno que lucía, efectivamente, en la palidez espectral de su piel. No sollocé; aunque odiara a mi padre, seguía siendo una Zarkozi, y no podía ni debía permitirme llorar, aunque me mordí el labio inferior con fuerza y traté de borrar los ojos de las marcas de dientes que lo herían, aunque no tan profundamente como a mí. Estaba infectado. Ante los ojos de Gregory, él nunca había sido tan bueno como nuestro hermano mayor, pero con la maldición de la licantropía corriendo por sus venas ya jamás lo sería. A mí no me importaba, probablemente no sobreviviría a aquella noche a juzgar por lo rápido que iba avanzando la debilidad generalizada que parecía salir en oleadas de mi propio mordisco, pero él sobreviviría aunque fuera lo último que yo hiciera, y pagaría las consecuencias... Él, que era quien menos lo merecía. Acaricié su rostro, y no pude disimular el temblor de mi mano, que de tan pálida parecía casi translúcida. Siendo tan morena de piel como yo solía serlo, la palidez era sinónimo de debilidad y de muerte, al igual que el sudor frío que notaba correrme por la frente en gotitas que pronto descenderían bajo la superficie que la camisa de Roland cubría. Ni siquiera me había fijado que ya no estaba desnuda... La sangre de mi herida ya había teñido la tela, así que poco importaba ya que me hubiera cubierto, porque lo tapado se parecía cada vez más a lo que lo tapaba, y eso no era buena señal.

– Lo siento... Esto es culpa mía. Si te vas ahora, Gregory no tiene por qué enterarse, pero debes dejarme aquí porque, si no, te retrasarás, y de todas maneras yo no creo que vaya a durar mucho... Sálvate, Roland. Vive.
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Mensaje por Roland F. Zarkozi Jue Feb 13, 2014 10:02 am

Fue una verdadera bendición para él notar cómo los ojos de su hermana se abrían. No es que fuera un fiel creyente de la iglesia, mucho menos tomando en cuenta lo sádica que podía ser la inquisición, pero si en algo o alguien creía, era en un Dios que se encontraba en los cielos., por eso atribuía tal milagro relacionado con el señor de los cielos. La sonrisa perfecta de su hermana (aunque no tan intensa como todo el tiempo), le regaló el calor y abrazo que buscaba su corazón. Quizás para muchos la reacción del mediano de los Zarkozi podría ser exagerada, pero todo aquel que no conociera con totalidad el profundo amor que le profanaba a su querida Abigail, no podía opinar. Dejó salir el aire caliente retenido por culpa de la incertidumbre. Todo estaba tomando su cause.

Roland acarició con adoración el rostro palidecido de su hermana. Detalló con la mirada cada minúsculo detalle que tenía enfrente. Se dio cuenta que muchas cosas las había pasado desapercibidas, por ejemplo, un par de lunares arriba del labio, pequeños, pero a fin de cuentas no los había notado. También detalló el color de sus ojos, la forma de ellos, incluso la nariz pequeña y respingada. Sin duda aquella chica que tenía frente a sus ojos era la mejor creación de Charlotte y Gregory. El vago recuerdo que tenía de su hermano Baptiste le hacía ver que tampoco es que fuera feo, pero su hermana era la criatura perfecta.

Antes de verla levantarse de golpe, el ahora licántropo besó su frente. Quiso decirle un par de palabras pero se vio interrumpido por ella. No era ningún secreto que el muchacho siempre permanecía mudo ante ella no sólo por su carácter reservado, sino también por sus ganas de poder apreciarla cuando hablaba o se movía. Aquello podía resultar enfermizo, un poco extraño, y si lo analizabas de otra manera quizás algunos creerían que Roland sentía alguna especie de amor incestuoso hacía su hermana. Todos estaban equivocados. Dado que había sido un hombre que creció sin amor de madre, de padre y de hermano mayor, todo lo que estaba dispuesto a dar y recibir de él se enfocó en su hermana menor, esa quien nunca lo había lastimado, sino, más bien, impulsado a seguir adelante.

Estoy bien – Se encogió de hombros. Que hombre más exasperante, tener enfrente a alguien más que preocupada por él y sólo responder un simple estoy bien. Cualquiera le habría dado un golpe, menos mal sabía que su pequeña hermana no lo haría, ella mejor que nadie sabía que sus breves palabras quizás decían más que todo un discurso; tal vez la había sido la relajación del cuerpo, o quizás que ya se le había enfriado, pero el dolor de la mordida le llegó de golpe, sólo arrugó su rostro un poco, se miró por encima del hombro, y notó como la piel se había separado. Lo extraño es que a medida que los minutos pasaban, le iba disminuyendo la tortura. Su padre se hace tiempo le dejó en claro que esas criaturas debían ser atacadas en zonas estratégicas del cuerpo para poder debilitarlas y acabar con ellas, resultaba que se curaban de forma acelerada. Así que él estaba pasando por ese proceso por primera vez. Se encogió de hombros – La única ventaja es que seré más fuerte – Vaya manera de cortar la tensión, él así era, de modo que no podría decir palabras más cálidas, encima porque la situación no era para bromear o restar importancia. Cada luna llena de convertiría en aquello que fue entrenado para matar. Maldita ironía.

Esto está mal, Abigail – La realidad es que también su olfato había mejorado, tanto que podía diferencia la sangre que corría por las venas de su hermana, la que perdía y la que extrañamente se estaba pudriendo, ¿cómo era posible eso? Arqueó una ceja, con brusquedad tomó las manos de su hermana para que dejaran de hacer el trabajo de intentar curarlo – Quieta, tal parece que me estoy recuperando, la importante eres tú – Su tono de voz era claro, frío, tajante, no le estaba dejando hacer a su antojo como otras veces, en esa ocasión era él quien mandaba, quien decía que se debía hacer para poder mantenerla con vida. – “Piensa Roland, piensa ¿qué debes hacer?” – Se comenzó a cuestionar una y otra vez. El Zarkozi de en medio tenía muchas conexiones, muchos amigos, algunos curanderos, de todo un poco, lo malo de ello es que todos se encontraban muy a las afueras o en pueblos vecinos, se había hecho de un nombre reconocido lejos de la mira de su padre, trasladar a su hermana a esos lugares podría ser peligroso, incluso letal.

¿Lo odiaría su hermana por la decisión que estaba por tomar? Quizás, pero no le importaba que lo odiaría con tal de verla con vida, la vida de Roland ya no sería vida sin volver a ver esos ojos, o incluso esa sonrisa.

Tendremos que volver a casa – Sentenció sin poder atreverse a verle los ojos, a captar su mirada de dolor y decepción. Le dolía tener que hacerle eso a ella, le había jurado que jamás volverían a ese infierno, sin embargo, el tener que pasar su cuerpo entre fuego le resultaba menos asfixiante y doloroso que perderla a ella. ¿Acaso lo entendería? ¿Acaso podría ponerse en el lugar de un hombre que está a punto de perderlo todo? Porque las riquezas se quedarían, las propiedades, el arte, su piano, pero nada valía la pena sin ella. – Por si vas a objetar, te recuerdo que no te estoy preguntando, y para tu desgracia estás tan débil que no puedes hacerme frente, y eso es una gran fortuna para mi – Mostró una sonrisa mordaz, una que también escondía la tristeza detrás de sus ojos.


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Mensaje por Invitado Dom Mar 02, 2014 4:46 pm

Quise gritar cuando escuché sus palabras por pura frustración, harta de su cabezonería y de la testarudez de la que siempre hacía gala cuando se trataba de mí y abandonaba el sentido común para dejar paso a la preocupación. Él, que era probablemente el único miembro de la familia Zarkozi que tenía alguna probabilidad de sobrevivir en el exterior porque hasta la fecha no había nadie de nuestra familia capaz de aplicar la lógica mejor que él, decidía dejarlo todo de lado para ayudarme a mí. ¿Es que no lo entendía! Esa era la auténtica ironía de la noche, no que se estuviera transformando en una criatura monstruosa a la que solíamos cazar; lo amargo resultaba que él renunciara a su oportunidad por dársela a alguien que no la tenía, ni siquiera en las mejores circunstancias. Me resultaba doloroso admitirlo, incluso en lo más profundo de mis pensamientos, porque amaba mi escasa libertad con intensidad, menor que la que le dedicaba a Roland pero aún así considerable, pero sabía que estaba condenada y puesta a elegir a alguien a quien salvar, siempre lo elegiría a él. Roland era puro, mientras que yo era la que había tenido la estúpida idea de escaparme que nos había condenado, a él a la maldición de la licantropía y a mí a la muerte. Pero no, nada me importaba si no era él, nada tenía sentido si lo único bueno que tenía la familia Zarkozi decicía suicidarse por aferrarse a alguien que pronto sería un cadáver, porque él estaba curándose pero yo no... Yo no había sido afortunada, pues lo veía como una bendición en esas circunstancias, y el lobo, fuera quien fuese, me había condenado a muerte; yo había sido la que tenía que pagar por sus estúpidas ideas y él quien debía salvarse, ¿es que no lo comprendía! Porque yo ya no sabía cómo hacerle ver que a mi modo de entenderlo la única justicia sería que él viviera y huyera, y yo muriera y me quedara atrapada en el cementerio de Père-Lachaise, para siempre en París.

– ¿Qué...? No, Roland, no puedes volver a casa, Gregory te matará y yo no quiero que te ponga un dedo encima, ¡tienes que irte!

Ignorante de dónde saqué las fuerzas para exclamar y para cogerlo de la cara para que me mirara a los ojos, busqué con el ceño fruncido la claridad de sus iris verdosos, que parecían querer huir de mí por la vergüenza que le provocaba la decisión que había tomado, ¡y bien que lo hacía! Debería sentirse arrepentido de sugerirme siquiera salvarme cuando estaba claro que mi vida me importaba muy poco si la comparaba con la suya, pero tenía razón cuando decía que yo no estaba en condiciones de luchar, puesto que mi pequeño acto de rebeldía había hecho que al moverme relámpagos de dolor se me extendieran por las heridas y me tuviera que morder los labios para acallar un quejido. Dolía... dolía demasiado. Si de verdad él ya había comenzado a curarse, y no tenía ningún motivo para creer lo contrario, sus sentidos estarían empezando a agudizarse y seguramente podría percibir el pus saliendo del amasijo sanguinolento en el que se había convertido mi piel, habitualmente suave y brillante. Eso, claro, por no hablar de su olfato... Si a mí ya me enfermaba oler toda esa sangre (¿o es que ya estaba enferma y sólo me parecía que la sangre era la culpable?), no quería ni imaginar el efecto que tenía en alguien cuyo sentido del olfato se estaba volviendo más intenso con el paso de los segundos. Cerré los ojos, agotada, y tratando de pensar con claridad a través del dolor. Era una egoísta, sí, pero no podría serlo nunca con él ya que de lo contrario no me lo perdonaría. Lo conocía lo suficiente no obstante para saber que poco o nada podía decir para convencerlo de no protegerme, maldito hermano mayor, y que terminaría llevándome a casa aunque objetara ante él el mismísimo Sumo Pontífice. ¿Qué podía hacer...? ¿Debía rendirme por una vez en mi vida? Yo no quería, pero mi cuerpo me estaba dando la respuesta a esa pregunta a base de temblores cada vez mayores y de la vista algo borrosa cuando abrí los ojos. Debía hacerlo. Tenía que rendirme.

– De acuerdo, hermano, tú ganas... Entra por la parte de atrás, por el apartamento de los criados, ellos tienen algunas medicinas y no dirán nada a Gregory de lo que vean si los amenazas con echarlos. Eso nos dará algo de tiempo.

Resignada, parpadeé y la vista pareció aclarárseme de repente sólo para ver la imagen más hermosa que aquella noche presenciarían mis ojos: mi hermano, cada vez más sano y salvo. Sus heridas estaban curadas ya casi por completo, apenas la sangre que manchaba su ropa era el único testimonio de la violencia con la que habíamos sido atacados, pero no importaba porque él estaba bien por el momento. ¿Y después? Después, él iba a volver a casa de todas formas; no iba a dejarme morir como había sido mi deseo explícito sino que iba a luchar contra lo imposible para llevarme. ¿Qué podía hacer yo para salvarlo? Dejar que se saliera con la suya, luchar contra la inconsciencia y salvarme, para que así no fuera él quien se llevara los golpes de Gregory en cuanto estos llegaran y para que él no fuera quien pagara por mi error. Eso, que sólo podía hacerlo si sobrevivía, era lo único que había conseguido que me rindiera a su voluntad; me quedaba el consuelo, aun en esas circunstancias, de que con lo que estaba haciendo veía más allá del futuro inmediato, contemplaba mi supervivencia y también jugaba mis cartas para protegerlo. Casi sonreí, pero no lo hice, pues mis fuerzas estaban más ocupadas en agarrarme al cuerpo de mi hermano para que me llevara de vuelta al caserón y en mantenerme despierta, pues si perdía la consciencia sabía que no sobreviviría, y él era el único por el que merecía la pena resistirme al dolor y saborear la amarga rendición. Pronto estuve lista para sobrevivir, y ya solamente quedaba que él fuera capaz de superar al tiempo y curar mis heridas antes de que la Parca me hiciera una visita de la que no podría desasirme fácilmente.
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Mensaje por Roland F. Zarkozi Sáb Abr 12, 2014 7:43 pm

Roland podía imaginar el dolor que su hermana estaba experimentando. Lo imaginaba porque en ocasiones anteriores, cuando se encontraba en pleno entrenamiento, su padre lo envió a una zona desconocida para él. El saldo por su poca edad, por su inexperiencia, y por su desconocimiento de los vampiros en ese momento le ocasionó casi la muerte. En aquella ocasión en veneno del vampiro que lo había mordido en varias ocasiones le hizo implorar morir. No iba a ser transformado porque aquella criatura no le atacó para eso, pero si para que agonizara a tal punto que quisiera su desenlace; verla de esa manera le partía el alma, y su corazón se aceleraba tanto que su respiración se perturbaba. ¡Maldita sea Gregory! Él tenía la culpa, nadie más que él, si su padre no fuera de esa manera no hubieran tenido que escapar, y ella, su luna, su sol, su todo, no tendría que estar en esa situación. Abigail no iba a morir, de eso el joven estaba seguro No ahí, no en ese momento, no ese día.

¿Qué pasaría si Baptiste estuviera en esa posición? ¿Habría regresado? ¿Habría dejado a su hermana en ese estado y escapado? Tanta era la insistencia de Gregory para que Roland se pareciera a su hermano, que tener que pensar en qué haría su hermano le era inevitable, sin embargo el ahora licántropo no podía detenerse a analizar esa situación, si actuaba como siempre tardaría minutos e incluso horas en dar una conclusión, obviamente su hermana no tenía ese tiempo. Echó la cabeza hacía el cielo observando la claridad que ahora los estaba cubriendo. ¿De verdad existía un Dios? Si existía los había abandonado desde su nacimiento. Estar en la inquisición le ocasionaba repulsión, nada era verdad, todo era una mentira bien disfrazada que él conocía al pie de la letra.

Volvió a bajar su mirada, en esa siguiente ocasión sintió una gran punzada en el pecho, jamás había visto a su hermana en ese estado. ¿Por qué no había sido él? Si Roland moría Abigail podría soportarlo, no por tenerle menos amor, más bien por que ella tenía un mejor carácter, porque también poseía una libertad extraña que le permitiría siempre seguir adelante. Si él llegaba a perderla ya no tendría motivos para seguir con vida. Abigail era su todo, completamente todo, incluso el motor que lo impulsaba a querer ser un mejor guerrero, una mejor persona. ¿Por qué tenían que pasar esas cosas? Verla morir le resultaba malo, le resultaba venenoso, corrosivo; tragó saliva con fuerza, estiró su mano tintada de carmín y le acarició sus sedosos cabellos castaños. Le sonrió porque era lo único que podría darle en ese momento, se inclinó también para besar sus mejillas, su frente, la punta de su nariz y sus labios, todo en silencio, como siempre, como era él. “El silencioso”. Así se hacía llamar. El joven sabía de memoria que era mucho mejor actuar que hablar. Al final se quedó cerca de su rostro para poder seguir apreciando el brillo salvaje que siempre salían de ellos y que lo alentaban a actuar. Sin si quiera preguntarle enredó sus brazos en la figura perfecta de su hermana y la cargó, la acunó contra su pecho poniéndose de pie. Ya se sentía recuperado por completo.

- Sólo cállate, Abigail, ni siquiera en ese estado quieres dejar de ser mandona – Le reprochó entre risas. Roland debía mostrarse tranquilo para darle a su hermana un poco de eso. – Cuando lleguemos a casa estarás bien, no te preocupes por mi, no hay nada que Gregory no haya hecho que pueda hacerme, puedo soportarlo, todo por ti – Habían tantas palabras que salían de sus labios, todas y cada una de ellas eran mentiras, aunque él no lo sabía. A pesar de las múltiples torturas que su padre les había hecho, el joven no estaba consiente que la ira del señor Zarkozi podía renovar un poco más sus métodos de enseñanzas. Nadie se burlaba de él, mucho menos sus hijos quienes sólo le causaban lastima y mucha vergüenza; a paso presuroso pero cuidadoso, el mediano de los Zarkozi comenzó a andar de vuelta a casa con la mirada al frente, pero con la vergüenza evidente.

- Recuerdo cuando naciste, incluso aunque estuviera pequeño lo recuerdo, eras muy gorda y pequeña – La molestó, aunque en realidad para Rolando su hermanita era cómo una especie de albóndiga bien hecha – Nunca creí que fueras a volverte tan hermosa, y encima demasiado difícil de llevar, creo que por esa razón aún no te casas, debería ser muy valiente el hombre que quiera aguantarte – Se dio cuenta que su discurso amoroso era una especie de repaso de vida, esas que según se daban cuando se iba a efectuar una especie de despedida, por esa razón decidió callar; Roland se dedicó a seguir caminando en silencio, al menos los siguientes dos kilómetros. A cada tanto la volteaba a ver para notar si su pecho subía y bajaba. Aunque agradecía su nueva condición por poder percibir las cosas por medio del oído (cómo los latidos de su corazón), debía verla, contemplarla vida, una necesidad grande que sólo ayudaba a poder relajar su corazón. – Abigail, no te mueras – Susurró con suavidad, con suplica cuando divisó por fin la estructura imponente de lo que hacía llamar hogar.

Roland no iba a entrar por la parte de atrás, no sentía vergüenza de lo que había hecho, además, no iba a ser capaz de dejar a su hermana sola para que la recogieran mientras él se daba baños de hipocresía en su tina para cubrir su falta de preparación y profesionalismo al huir.

Cuando por fin llegó frente a las rejas de su casa. Dos inquisidores le apuntaban desde grandes alturas, no es que los hubiera visto, es que ya conocía el proceso de recibimiento a ese lugar. El pobre inquisidor tuvo que dejar a su hermana frente a las rejas. No se movió ni un pelo aunque se lo pidieron, el primer impacto llego a su hombro. Rugió. A Gregory Zarkozi jamás se le daba la espalda, jamás se le abandonaba.


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Mensaje por Invitado Vie Mayo 02, 2014 3:57 pm

¿Por qué hablaba de matrimonio? ¿Por qué hacía parecer que todo era una conversación normal entre hermanos y que nuestro padre no nos castigaría, cuando lo haría? Sabía que era por mí, pero yo deseaba que pensara un poco más en él, ya que yo no podía ocuparme de que estuviera bien por los dos. ¡Menudo trabajo hacía! Era una pésima hermana pequeña, él había apoyado la idea loca que había tenido de huir sólo para terminar infectado por la licantropía y para ver a su hermana morir, ¿eso se suponía que era lo que yo entendía por amor fraternal…? Con una familia como la mía, probablemente así fuera. La idea, por supuesto, me ponía enferma. ¿Qué iba a hacer, de todas maneras? Ya había cometido el error de rendirme demasiado pronto y de no luchar lo suficiente para que él estuviera bien, y aunque me repitiera que lo compensaría después, cuando estuviéramos ya en casa, parte de mí sabía perfectamente que los castigos que le esperarían serían peores que hasta entonces… Aunque Gregory nos volviera a aceptar, y sabía que su sadismo y su desesperado sentido de necesitar reeducarnos lo obligarían a ello, todo cambiaría desde aquella noche, y él era un iluso si realmente pensaba que todo mejoraría. No lo haría, no si venía de nuestro padre, no si se cebaba en sus ilusiones provocadas por la esperanza, pero quizá… Quizá sí podría hacerlo. Quizá si yo me convertía en la fuente de golpes y dolor que padre secretamente ansiaba que fuera todo se reduciría. Total, yo ya era la hija díscola, la manzana podrida que amenazaba con contagiar al resto del saco, ¿por qué no añadir algo más de insubordinación a la mezcla? Oh, sí. A Gregory le encantaría que su pequeña Solange se convirtiera para siempre en Abigail y que sólo el odio y los malos deseos vivieran entre nosotros, y a mí más me valía empezar a asimilarlo si quería proteger a mi hermano de lo peor. Aunque en otras condiciones seguramente me habría negado a hacer el sacrificio, Roland lo cambiaba todo para mí, me convertía en la mujer que estaba destinada a ser en cuanto pudiera librarme del yugo opresor y aquella que por su hermano haría cualquier cosa, así que una vez más la decisión estaba tomada de antemano y, quizá, el mordisco del lobo no había hecho tanto mal como pensaba en un principio… Si obviaba que me estaba muriendo poco a poco, claro estaba, y que si me sentía con tanto ánimo era por un último injerto de energía que debía de darme mi corazón tan maltrecho como mi ánimo, especialmente desde que lo dispararon.

Quise gritar con fuerza y maldecir a los cuatro vientos a mi padre, ¡a su maldita familia!, a su testarudez, a todo. Quise revolverme, saltar las vallas y matar a quienes habían herido a mi hermano, pero no tenía apenas energía, y la poca que me quedaba la utilicé para hacer una señal a los imbéciles desgraciados que trabajaban para mi padre y que abrieran la puerta. La única suerte que se me ocurrió que habíamos tenido desde nuestra entrada triunfal fue que no habían usado balas de plata porque hasta donde sabían Roland seguía siendo humano, y por eso su disparo, aunque doloroso, no tardaría en curarse. Era un flaco consuelo, yo lo sabía mejor que nadie, quizá incluso mejor que él, pero era mejor que la desesperanza y la nada más absoluta de añadir un nuevo crimen a la larga lista que ya tenía dentro y que pagaría, bien sabía… no Dios, porque en Él no creía, pero sí mi conciencia (casi inexistente, pero que de vez en cuando daba señales de vida) que lo haría. Roland volvió a cogerme en brazos como si no fuera más una carga que una maldición y me condujo rápidamente hacia la cocina porque el tiempo apremiaba y, de lo contrario, seguiría desangrándome. Allá donde solían alternar los criados reinaba el orden y el silencio, la oscuridad solamente estaba rota por la luz de la luna llena, aún escasa ¿o quizá era yo que cada vez veía con menos claridad? Lo ignoraba. Lo que sí sabía fue que me dejó sobre una mesa sin un amago de delicadeza, algo que no le reprochaba, y tomó todas las hierbas que podrían servir para darme un poco más de tiempo y mezclarlas en un emplasto que colocó sobre mi herida. Gregory ya sabría lo que había pasado, era solamente cuestión de tiempo que bajara a castigarnos, aunque a lo mejor lo que deseaba era ver si yo sobrevivía y así tenía que adaptar sus métodos a dos personas, en vez de a una. La solución de Roland me proporcionó inmediata calma al dolor acuciante que había estado sintiendo, busqué su mano para aferrarme a él y besar sus dedos mientras durara la paz, pero enseguida vino otro tipo de malestar de un tipo muy diferente… Ahora, ardía. Sentía un volcán en mi interior, esparciéndose por mis venas e inflamando todo mi cuerpo. Si hubiera tenido fuerzas habría gritado, pero en su lugar giré bruscamente la cabeza para buscar un trozo de tela que morder en vez de mi lengua, ya que no me habría gustado perderla. Dolía, dolía mucho, y yo apretaba la mano de Roland con fuerza. ¿Sería la muerte, que por fin me reclamaría? No lo sabía, porque estaba perdiendo el sentido, pero me obligué a mirar a mi hermano y salvador y a sonreírle con mis últimas fuerzas.

– Te quiero, idiota.

Después, todo se volvió negro. Ignoro el tiempo que permanecí inconsciente, sin soñar y solamente guiada por el dolor. ¿Sería eso el cielo? Tenía más aspecto de Purgatorio, y no me extrañaba lo más mínimo si había terminado llegando ahí, pero no era el caso. No estaba muerta, en el fondo lo sabía por el intenso dolor que seguía recorriéndome y por algo nuevo que se estaba integrando, haciendo hueco con garras y dientes porque no parecía caber en el espacio del que disponía. Yo luchaba de vuelta, claro estaba, y eso lo hacía todo aún peor; incluso inconscientemente era incapaz de rendirme y someterme, y eso debió de gustar a la criatura, porque fue lo que me permitió sobrevivir. Aunque más tarde que Roland, el veneno de la mordedura me estaba haciendo por fin efecto y me estaba convirtiendo en un lobo. Cuando lo asumí, el dolor se volvió insignificante, sentí físicamente la esencia del animal fundiéndose con la mía en el acto más espiritual que había vivido en toda mi breve existencia, y abrí los ojos. Cuando desperté, había empezado ya a amanecer, las horas que había transcurrido en el bosque y en la mesa no eran más que malos sueños, aunque yo estaba cubierta por una sábana como si estuviera muerta, cuando no lo estaba. Y me sentía… El vértigo que me produjo mi nueva energía era abrumador, me sentía mejor que nunca, tan llena de fuerza y resistencia como de ganas de comerme el mundo y devorar a quien fuera, incluso al viejo Gregory. Soñaba ya con el abrazo que le daría a Roland, agradecida por todo lo que había hecho por mí, pero entonces algo en mi mente hizo enlace y lo recordé todo. Todo, incluso que Roland estaría seguramente capturado por mi padre y siendo torturado. Eso fue lo que me hizo saltar de la mesa de la cocina, semidesnuda y cubierta por la ropa rasgada y la sábana a modo de manta alrededor de la cual me había envuelto, y dirigirme hacia el sótano, donde se encontraban las mazmorras. Nadie me interrumpió, pero aunque lo hubieran hecho no me habría importado lo más mínimo: mi objetivo era Roland, y como tal no paré hasta que lo encontré, atrapado en una celda y esperando al castigo del juicio al que lo someterían. No, al que nos someterían, a ambos, porque yo estaba viva e iba a mantener mi promesa de quitarle la mayor cantidad posible de sufrimiento. Me aferré a los barrotes y la sábana cayó al suelo, pero poco me importaba, pues miraba a mi hermano con mis nuevos sentidos como si fuera la primera vez que aparecía ante mí, y en cierto modo sí que lo era. Jamás había visto tantos matices en sus fríos ojos, y jamás lo había visto tan atractivo como aquel momento.

– No sabes cómo me alegro de verte… Te debo la vida, ¿lo sabes Roland? Y haré honor a esa deuda hasta el día en que me muera. Te lo prometo.
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Mensaje por Roland F. Zarkozi Dom Jun 08, 2014 5:46 pm

Lentamente la vida se le escapaba de las manos. ¿Su vida? Claramente dependía de su hermana, de su supervivencia. Roland era conocido cómo ese chico extraordinario que se mantenía bajo la sombra de su padre, silencioso, siempre alerta a cualquier orden que se le daba, nadie comprendía por completo el porqué no se desprendía de aquel Inquisidor llamado Gregory, el problema es que ninguna persona comprendería aquello sin conocer del todo su historia, su vida, lo que representaba tener un apellido que cargar, y detrás de su padre, todo un arsenal de asesinos que estaban dispuestos a cortar su cabeza, todo con tal de seguir en el equipo estrella del hombre mayor. No se trataba de cobardía, con una mano podría matar a más de diez si se lo propusiera, se trataba de inteligencia, sentido común, de no poner en riesgo a esa joven que yacía en el suelo casi sin vida, no porque fuera menos apta, si porque a pesar del entrenamiento que tenían, no eran dioses, no eran inmunes, y podrían caer de un momento a otro. El muchacho no podía correr riesgos, el dolor se intensificaba a cada paso que daba, todo de forma tan abismal que el dolor de la bala no existía a comparación del que se alojaba en su corazón. Los sentimentalismos existían tanto como las criaturas de la noche. Ahí frente a él, su vida se le iba, cargaban a Abigail y se la llevaban, lejos, muy lejos de él.

El ahora licántropo observaba cómo cargaban con poca delicadeza a una herida Abigail. Sintió placer al notar que su transformación tenía ventajas, a pesar de las altas horas de la noche, podía notar a la perfección cada hebra de su cabello que se movía de un lado a otro. Al final las tres sombras desaparecieron y él se quedó en la entrada, ensimismado, perdido, esperando lo peor, ya que sabía era lo único que se le podría aproximar; sin importar los riesgos, Roland no dio media vuelta para irse, se plantó firme, tenia la oportunidad perfecta para huir, ya no existirían otros riesgos, ya tenía la licantropía dentro de su cuerpo, sin embargo no lo hizo, permaneció ahí como cualquier padre dispuesto a entregar su vida por su familia, claro, cualquiera menos el suyo, quien rápidamente se habría lavado las manos y los hubiera dejado. Triste, pero cierto.

A los pocos segundos lo alcanzaron cuatro inquisidores. Uno de ellos quien hace ese momento se había convertido en su amigo más leal y fiel. Estaba seguro que Gregory lo envió a propósito, no sólo para que el muchacho licántropo sufriera, sino también para que lo hiciera todo aquel que se encontraba a su alrededor. Roland agachó la cabeza al mismo tiempo que el joven y dio un paso al frente para que el lo tomará del brazo. Amigos y todo pero entendía los códigos de trabajo, el profesionalismo, más de una vez lo había hecho. Lo condujeron a una zona exclusiva de la casa que sólo se utilizaba con criaturas peligrosas, de esas que se buscaba arrancar la cabeza lo antes posible antes de crear más caos, más muertes. Por primera vez en toda la noche el joven sonrió de medio lado. Aquello le resultaba divertido, para nada humillante, si su padre lo colocaba en un lugar así era porque sabía podría convertirse en una bestia (no precisamente por su lobo interior), si se hermana no llegaba a recuperarse, si le llegaban a hacer algo que él no aprobase.

Dio la espalda a la puerta principal de aquella celda, cruzó un brazo a la altura de su pecho y el otro recargó el codo en el mismo y su dedo indice se recargó en su barbilla. Pensativo; su oído captó algunos pasos que se aproximaban apresuradamente, el primero seguramente sería Francis, un gordo que lo utilizaban de verdugo, de torturador antes de matar a una criatura, el segundo traía su olor de regreso. Su amigo, ese que parecía querer alcanzar al corpulento hombre. Roland ya sabía lo que iba a a ocurrir, y por esa razón no se quiso mover, ni siquiera cuando la puerta de la celda se abrió.

El primer golpe llegó a su espalda con un fuerte impacto, pero una cuerda tan sencilla como aquella le haría daño a un humano, no a él. Simplemente suspiró, ladeó el rostro y le dedicó la sonrisa más burlona que en su vida había hecho. Roland sentía el poder en su cuerpo, y la adrenalina subió tanto que bastaron pocos movimientos para tener a Francis contra las rejas de plata, parte de su mano se estaba quemando, pero no demostró debilidad, no debía de, simplemente dirigió una mirada inquisitiva al verdugo y bastó para que se largara.

Su mejor amigo guardó unas pocas palabras con él, y aunque Roland imaginó que le daría la espalda por su nueva condición, el muchacho le reafirmó su amistad, su fe en él. Serían aliados, juntos cuidarían de su Abigail.

Abigail, vístete — Le ordenó con la voz más cálida que pudo. — Anda, enreda bien esa sabana en tu cuerpo, no es correcto que te vean de esa manera, no a ti hermana — Le aclaró dándose la vuelta para toparse con su mirada. En ese momento el alma le volvió al cuerpo, se veía radiante, y olía muy bien. Su hermana olía como nunca creyó. — Ten cuidado, algunos barrotes tienen plata, recuerda que nosotros mismos lo diseñamos — Se encogió de hombros — Ya sabes donde se encuentran las llaves, sácalas del cajón, no me gusta estar aquí, prefiero mi habitación — Esperó a que Abigail abriera y la abrazó acariciando su cabello — ¿Cómo te sientes? Creo que te tocó un licántropo un tanto débil para que tardaras en transformarte — La molesto. — O quizás tu eres la débil, tal vez me mentías en tu preparación — La soltó del abrazo y le tomó el rostro entre las manos para apreciarla. Sus "nuevos" ojos le daban una visión más clara de la perfección de su hermana pequeña. Le besó la frente.

Deben estar buscándote, incluso seguro creen que te escapaste de nuevo, tardarán un poco en encontrarte aquí ¿deseas ir a comer algo? Puedo prepararte algo sencillo, quizás carne cruda con limón, sería el inicio de nuestra nueva dieta — Lo gracioso era ver a Roland, el solitario, el siempre impecable inquisidor haciendo ese tipo de cosas con su nuevo estado. — Necesito que te alimentes antes de ver a Gregory, debes hacerlo porque necesitas fuerza para lo que venga — El muchacho acomodó con fuerza los nudos de la tela que adornaba la preciosa figura de su hermana, no debía caerse de nuevo, no podía permitir que nadie la viera. Le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los ajenos para salir con lentitud de las mazmorras. — ¿Estás emocionada por esta nueva vida? Quizás un día podremos quitarle el trono a nuestro padre — Pero eso lo dijo en casi en silencio, en susurros, nadie podría conocer sus próximos planes, aunque estos pronto se tuvieran que venir a bajo por el castigo que estaba por darles Gregory.


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El despertar del lobo || Flashback || Abigail Zarkozi Empty Re: El despertar del lobo || Flashback || Abigail Zarkozi

Mensaje por Invitado Mar Ago 05, 2014 6:37 pm

Un mundo nuevo de posibilidades se abría ante mis ojos, casi literalmente por la cantidad de detalles que ahora parecían abalanzarse sobre mis sentidos, impacientes por que los captara en su totalidad. Encontraba matices nuevos en mi hermano, el siempre gentil Roland y que solamente ahora empezaba a ver como el hombre atractivo en el que se había convertido, incluso atrapado en una celda que nosotros mismos habíamos construido hacía lo que me parecía una eternidad. Y no solamente se trataba de lo que podía ver, también era cuestión de lo que sentía, lo que escuchaba, lo que olía e incluso lo que tocaba. Los barrotes que había cogido, pese a los miedos de mi hermano, no eran los de plata, y sentía bajo mi piel cada una de las imperfecciones del hierro con el que habían sido moldeados hasta darles la forma deseada, aquella que mostraban frente a nosotros en aquel preciso instante. Los olores de la casa se mezclaban con el de humedad de la celda, pero no conseguían competir ni siquiera un poco con el de Roland, tan cálido y familiar que solamente quería abrazarlo e imbuirme de ese aroma para siempre. Él significaba hogar, mucho más que el resto de mi familia porque a ellos ni siquiera los consideraba como tales, y él era el único por el que sentía amor, tan puro y sincero como lo era el alivio que había sentido al verlo reponerse tan rápidamente del mordisco del licántropo. ¿Tendría razón y me habría tocado a mí uno débil o quizá se trataba únicamente de una coincidencia, de una situación de debilidad en la que me había encontrado y que me había condicionado hasta tal punto la merecida transformación? Lo ignoraba, y no creía que aquel fuera el momento de pensar en ello, pues preferí obedecer a mi hermano y volver a colocar la sábana alrededor de mi cuerpo, firmemente apretada como si se tratara de un vestido. Él era la única persona cuyas órdenes yo estaba dispuesta a obedecer, y aquella era la mejor prueba que existía de esa certeza que yo sentía.

– Yo preferiría estar muy lejos de aquí... Pero cualquier lugar de esta casa es mejor que la celda donde te encuentras.

Rápida como él esperaba que fuera me dirigí al cajón para sacar las llaves y poder abrir jaula donde mi hermano se encontraba y donde odiaba verlo con todas mis fuerzas. No podía evitar pensar en aquella situación como si fuera mi padre quien lo había capturado, y por ese mismo motivo sentía la rabia correrme por las venas como si fuera sangre, pero más intensa que como la había sentido nunca. La lógica me decía que no, que aún teníamos unos instantes antes de que llegara el (inevitable) castigo, pero no era capaz de escuchar el razonamiento de mi cabeza, solamente podía sentir la rabia y la ira a medida que abría la puerta y lo liberaba. Entonces, cuando él salió, lo que sentí fue alivio, y aún más cuando por fin pude abrazarlo y él bromeó conmigo como cuando éramos unos niños y solamente nos importaba jugar y cuidar del otro. Apenas escuché por eso mismo lo demás que me dijo, y bien pudo llevarme al maldito fin del mundo porque no me habría importado lo más mínimo siempre y cuando mi hermano Roland se encontrara conmigo y cuidara de mí y me apoyara como siempre lo había hecho. En vez de al fin del mundo terminamos por llegar a la cocina, pero a mí el mismo efecto me producía, atontada como lo estaba aún por los efectos del mordisco y por la presencia de mi hermano, sano y fuerte conmigo. Podía sonar repetitiva, probablemente estuviera siéndolo y no me diera cuenta, pero tampoco me habría importado, porque incluso estar en una estancia en la que nos habíamos reunido cientos de veces a escondidas (cuando queríamos huir de Gregory sobre todo) me parecía algo nuevo y excitante, igual que lo era verlo cocinar o más bien combinar ingredientes que hasta entonces no habría pensado que pudieran funcionar en compañía. Absorbía cada detalle con atención y una sonrisa en los labios, pensando de manera optimista que no quería que aquello se terminara por mucho que supiera que tarde o temprano lo haría, pero no pude evitar escuchar su último comentario, y entonces la sonrisa se me borró.

– Lo haremos, Roland. Tarde o temprano lo destronaremos, no importa si es ahora o dentro de diez años, porque te prometo que él no nos someterá eternamente... Pero habrá consecuencias. No estoy emocionada por esa parte, lo que me emociona es... todo lo demás. Verte a ti bien, sano y salvo, cuando pensaba que te había perdido: eso es lo que me emociona ahora, y no el futuro incierto.

Intenté cambiar de tema lo mejor que pude, pero probablemente no lo conseguí demasiado bien, no tanto por el contenido de mis palabras sino por el hecho de que a él se le daba mejor que a nadie saber cuándo mentía y cuándo decía la verdad... Siempre era capaz de atraparme en un embuste, jamás había conseguido engañarlo, y eso al parecer era algo que ni siquiera como licántropos había cambiado, ni probablemente lo haría nunca. No estaba segura de si me gustaba o no que él pudiera leerme como un libro abierto, pero sí estaba segura de que habría consecuencias en cuanto declaráramos una guerra contra Gregory, fuera abierta o a escondidas, ya que él no perdonaba una ofensa, y mucho menos de sus hijos malditos... Desde el momento en que nos había infectado el lobo a ambos con la licantropía podíamos olvidarnos de que nuestro padre pudiera perdonarnos alguna vez, y de aceptarnos ya ni hablaba. Si conmigo, su hija díscola, ya tenía problemas aun cuando era una simple humana, no quería ni pensar en lo que sería cuando descubriera que no había muerto. Estaba segura de que haberme perdido bajo las fauces del licántropo que me había mordido habría sido una auténtica bendición para él, la manera de eliminar una mancha deshonrosa en el orgullo del linaje Zarkozi de la manera que más pudiera castigarme, pero haberme recuperado era un recordatorio constante de la vergüenza, de mi desobediencia. Ni por un momento dudaba que él sabría que huir había sido idea mía, y probablemente lo pagaría conmigo, pero no me importaba lo más mínimo si así mi hermano podía sufrir menos el castigo que no le correspondía. Él era inocente; yo, por el contrario, no lo había sido nunca... Las manchas se acumulaban en mi expediente, primero por lo que había pasado con Alexander y luego por esto, con la diferencia de que mi primo no me importaba nada comparado con lo que me importaba mi hermano.

– ¿Cuánto tiempo crees que tenemos antes de que se entere?
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Mensaje por Roland F. Zarkozi Jue Sep 25, 2014 8:13 pm

El silencio siempre había sido su mejor amigo, sin embargo, el no articular demasiadas palabras no era sinónimo de ignorancia o de poco pensar. El ahora licántropo había comprendido desde muy pequeño que sus palabras abrazadas en oídos peligrosos podrían ser letales. Más de una vez recibió una paliza endemoniada por decir más de la cuenta. Más de una vez tuvo que pedir perdón por aquello que creía, y de manera humillante, casi asesina. Muchos creerán que aquello podría ser un aire exagerado de dramatismo. Lo cierto era que no. Estaba siendo sincero, real, y completamente serio con respecto a ese tema. No se trataba de un hombre que se lamentara por todo lo que le pasaba, de hecho no lo hacía, el problema es que muchas veces le echaban en cara el silencio "incomodo" que se producía entre él y su compañía en turno ¿Por qué no lo dejaban en paz con su mundo? No lo comprendía. Aquello sin duda le enfurecía, pero cómo siempre guardaba silencio.

Roland no sólo había aprendido que debía guardar sus pensamientos para si mismo debido a los castigos, no; en su mansión las paredes escuchaban, incluso más de la cuenta, escarbaban, se sensibilizaban porque incluso deseaban saber lo que se encontraba en los pensamientos del chico. Para su fortuna, no existía maquina alguna que pudiera entrometerse en su cabeza, en sus pensamientos, incluso en sus sentires. Los que no eran muchos, por supuesto. Su nueva condición le estaba dando la ventaja de ser como las paredes que tanto "temía". Incluso escuchaba de más, y no estaba seguro si era completamente lo que deseaba tener de ventaja o no. Podía escuchar los cuchicheos de los demás inquisidores. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que habían mencionado su nombre y el de su hermana. Aquello en vez de fastidiarlo lo hizo reír; tenían miedo. ¡Y con justa razón! Aunque Gregory subestimara a ese par de hermanos, lo cierto es que eran los mejores entre lo mejor, y ese nuevo estado de criatura lupina los catapultaba a otro nivel. Los hacía casi invencibles. Ventajas que no iba a desperdiciar aunque tuviera que comportarse como alguien sumiso.

Se concentró entonces en lavarse las manos con cuidado. Incluso se tardó un poco más de lo pensado. Las nuevas sensaciones llegaban a disfrutarlas el doble, si bien, siempre le había gustado jugar con agua, en ese momento no sólo disfrutaba de la "textura" que tenía el liquido, sino también de su temperatura y su pureza. Aquello era nuevo, si, pero delicioso. Pensar que podía tener tanta percepción le hacía gozar en demasía. Roland escondía un artista dentro de su ser, uno que sin duda se asomaría más de la cuenta en esos momentos de rebeldía. Aunque no estaba seguro de poder sacarlo a pasear con total confianza. Todo dependía de lo que viniera para ellos.

Más pensativo de lo normal se encontraba, pero eso no restó el hecho de apresurarse con sus acciones. Con agilidad recorrió la cocina, y se dedicó a preparar un poco de ensalada básica, puré de papas y carne. Tardaba su tiempo por lo meticuloso que resultaba el asunto, pero no importaba, iba a alimentar a su hermana, no a cualquier idiota. La noche había sido pesada. Necesitaban recaudar fuerzas a como diera lugar ¿Y qué mejor que alimentándose? No sólo hizo eso, también en una bandeja colocó carne cruda. Debían aprender a utilizar sus nuevos sentidos.

Cuando por fin terminó de preparar los alimentos. El muchacho los colocó todos frente a la licántropo. Se sentó frente a ella y se llevó a la boca un trozo de carne bien preparada. No sabía para nada mal, por el contrario, sin embargo buscaba más.

A estás alturas ya debe saberlo, incluso podría decirte que lo sabe desde que nos mordieron — Comentó con un tono sarcástico claro. El licántropo observó a su hermana, arqueó una ceja para intentar dejar en claro que no se iba a levantar de ahí sin que se alimentara como era debido — No te preocupes, no nos va a querer ver en estás condiciones. Nos dará tiempo de descansar, incluso de dormir y tomar un buen baño. Gregory no recibe a nadie con fachas de vagabundos — Ambos lo conocían, su padre no era el hombre más humilde existente en el mundo. Le gustaba lo impecable, lo casi perfecto, y se dice casi porque la perfección no existía, o probablemente él creía que sí, en su propia persona. — Come ya, después te darás un baño y buscaremos la forma de poder pasear por los terrenos, aún tenemos autoridad sobre los demás. Esto es nuestro y deben obedecernos, no retarnos, y si lo hacen, las garras del hombre lobo puede salir por primera vez para defender lo suyo — Le guiñó un ojo con descaro. Sorpresivamente su mal humor se había evaporado.


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Mensaje por Invitado Mar Sep 30, 2014 9:44 am

Cada sensación, incluso aunque fuera de algo que había experimentado antes mil veces, me abrumaba, como si hasta antes de recibir el mordisco hubiera percibido el mundo a medias y por fin me hubieran quitado el velo de los sentidos y ahora lo recibiera todo con su natural intensidad. Desde la comida a, incluso, los matices de los ojos de mi hermano Roland, todo lo que me rodeaba me parecía fascinante, me hacía desear mirarlo, tocarlo, olerlo, oírlo y saborearlo, incluso aunque no pudiera ser perceptible por alguno de aquellos sentidos, que me parecían tan nuevos como mi propia condición. Por eso, no podía dejar de mirar alrededor, de tocar la mesa para sentir las astillas de la madera como si fuera una niña, y estaba segura de que él sentía exactamente lo mismo que yo, aunque estuviera demostrándolo bastante menos. Casi sentí deseos de sonreír, precisamente porque en pocas ocasiones habíamos parecido más hermanos (él, el mayor; yo, la pequeña mimada de su hermano) que en ese instante, cuando él cuidaba de mí como si no se supusiera que era yo quien debía cuidar de él. Y aún así, ¿quién se preocupaba? ¿Quién había proveído aquella comida? ¿Quién tenía claro que aún tendríamos unos instantes breves pero felices antes de que nuestro padre nos castigara por mi osadía? Era él, Roland, quien llevaba las riendas de la situación, y yo se lo permitía porque él era el único de quien alguna vez obedecería órdenes, ya que lo respetaba y admiraba lo suficiente para saber que lo que me dijera, lo diría por mi bien, y no por someterme o por el deseo de hundirme en la miseria. No como mi padre... ante quien aún, por suerte, no debíamos presentarnos. La sola idea de tener una pausa antes de aquel juicio que estábamos destinados a perder me dio hambre, y con los dedos, como si quisiera rebelarme ante los modales que me habían intentado enseñar desde niña, cogí un trozo de carne untado en puré de patatas y me lo llevé a la boca. La explosión de sabor que sentí, y que me hizo cerrar los ojos para paladearlo por completo, no fue nada comparada con la sensación de cada uno de los grumos del puré en mis dedos. Seguramente me acostumbraría, con el tiempo, pero en aquel instante aún me sentía extasiada cada vez que tenía la oportunidad de tocar algo. ¿Cómo sería, con esos sentidos, hacer el amor...?

– Tenemos suerte de que nuestro padre sea tan elitista... Estoy tentada de no bañarme nunca e ir a vivir al bosque solamente por no tener que verle la cara mientras nos regaña por culpa de mi estupidez. Y aún así, no puedo evitar pensar que pese al dolor ha merecido la pena, ¿sabes? Nunca me había sentido más libre que ahora, que estoy esperando a la condena.

Roland sabía lo mucho que yo valoraba la libertad. Eso era precisamente lo único que había envidiado de nuestro hermano Baptiste, con el que apenas había tratado porque era muy pequeña; él, como tenía el sello de aprobación de nuestro padre grabado en la piel, podía hacer cuanto quisiera sin que le fueran a juzgar, ya que siempre encontraría excusas nuestro padre para hacerlo quedar por encima de Roland y de mí. Y no era como si hubiera conocido bien a Baptiste, sino que nuestro padre –Gregory, no merecía que me refiriera a él de manera que pudiera entreverse un cariño que no sentía ni sentiría– nos hablaba tanto de él, sobre todo para compararnos, que era inevitable no sentir como si aún viviera y fuera a entrar por la puerta de un momento a otro. Probablemente era la figura de Baptiste lo que nos había unido tanto a Roland y a mí, ¿quién sabía? No era capaz si no de deducir el motivo por el que éramos como uña y carne, porque si habíamos crecido juntos había sido, precisamente, por obra y gracia de nuestro hermano mayor... En el fondo, quizá incluso tendría que agradecerle lo que había hecho por Roland y por mí, pero eso era imposible de conseguir teniendo en cuenta que estaba muerto y nosotros no, ni lo estaríamos. Sabía perfectamente que Gregory no nos mataría por enfadado que estuviera por el sencillo motivo de que creía que la muerte sería una liberación, no un castigo por desobedecerlo. Aunque no podía imaginar la clase de horrores que nos esperaban, sí que me imaginaba torturas dolorosas e intensas, tan fuertes que nos cambiarían para siempre, seguramente. Lo que yo no permitiría nunca, eso sí, sería que a él me lo arrebataran; pasara lo que pasara, Roland y yo aguantaríamos juntos como siempre lo habíamos hecho, y no dejaría que ni siquiera nuestro padre, un torturador experto, me impidiera cuidar de mi hermano mayor tanto porque lo había prometido como porque se lo merecía... Muchísimo más que yo. Él era bueno, ¿y yo? Yo era la responsable de que hubiéramos terminado metidos en aquel lío. Por eso, con la mano limpia, agarré la suya por encima de la mesa y disfruté de su tacto, que hasta aquel momento jamás había percibido con tanto detalle como entonces.

– Oh, nos obedecerán... Si no por autoridad por miedo. Si alguien se atreve a dudarnos solamente tenemos que enseñarles los dientes o aullar a la luna, estoy segura de que huirán en dirección contraria sin dudar un momento.
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Mensaje por Roland F. Zarkozi Sáb Ene 10, 2015 5:44 pm

Inevitablemente el licántropo negó. La situación no era para nada buena. Ellos tenían pintado un futuro más que terrible. Ambos debían asumir consecuencias que los llevaría a horripilantes sucesos. Ya lo veía, en su mente lo imaginaba, el joven incluso pudo sentir los correctivos impuestos en él. Intentar escapar, y encima haber sido mordidos sólo había sido una prueba para lo que tanto su padre se había empeñado en decirles. No estaban preparados del todo, no eran ni siquiera la pizca de excelentes de lo que creyeron. ¡Que desgracia! La rabia lo invadió, tantas pruebas que se puso a su persona, pruebas que aunque las había pasado con excelentes notas, todas se fueron al carajo por culpa de ese momento. Debía entrenar un poco más. No sólo estaba molesto por eso, también reconocía que la actitud aún rebelde de su hermana le estaba poniendo de malas. ¿Ella no comprendía la gravedad de las cosas? No importaba, debía relajarse, ella no era su enemigo, ella era y sería su único amor. Su pequeña hermana le había enseñado las mieles de ese sentimiento tan fuerte y maravilloso. ¿Era normal enojarse con aquellos que amas? En efecto, de no molestarse estaría loco. Se encontraba así porque temía por su seguridad, su bien.

El mal humor se esfumó de repente. Verla alimentarse le dio un poco más de esperanza. Su peor temor se había estado volviendo realidad, y por poco sucede, pero verla tan viva, tan perspicaz, y sobretodo tan rebelde le recordó que su hermana tenía lo que él no, enojarse por ello estaría mal, así que se limitó a dar las gracias a Dios por aquella oportunidad de tenerla viva, tan desequilibrada cómo siempre. Suspiró con tranquilidad y luego se recargó en la barra deleitándose, teniéndola enfrente era una fortuna. ¿Por qué su padre nunca la había tratado cómo a una delicada dama? Él habría preferido aquello, que le hubiera casado con un hombre rico que le diera todo lo que merecía. Pensara sufriendo, siendo torturada no le gustaba para nada. ¡Necesitaba verla libre! Él haría lo que estuviera a su alcance para poder darle lo que ella necesitaba. Daría su vida, sí, la pondría en libertad.

- No dejes de comer, Abigail, quiero que te alimentes lo necesario, está noche necesitas recuperarte, no puedes estar débil mañana - No era una sugerencia, eso estaba claro. El muchacho se dio la vuelta y se colocó alado de su hermana. Tomó un cubierto, después hundió el mismo en el puré y comió. Saboreó de forma poco educada. Incluso movió la lengua salivando un poco más. Estaba apreciando el alimento de una mejor manera, aunque estaba claro que no de forma tan salvaje y natural como ella. Roland había sido educado de forma tan estricta que ni siquiera en ese momento, cuando ambos estaban siendo tan ellos podía evitarlo. La miró de lado y dejó que siguiera comiendo.

Roland asomó su rostro por la ventana pequeña que se encontraba en la cocina. Se sorprendió por la tranquilidad que menguaba por el lugar. No había alma alguna vigilándolos, No se encontraba nadie custodiándolos, lejos de darle tranquilidad, eso le alarmaba. ¿Qué estaría pensando Gregory? ¿Qué se les avecinaba? Nunca había experimentado tanta cantidad de emociones al mismo tiempo, primero enojo, luego tranquilidad, alegría, y en ese instante el cuerpo se le llenó de inquietud. Que sube y baja de cosas. Cerró los ojos, tomó varias bocanas de aire y por fin se controló. Todo se encontraba en la mente, eso debía tenerlo claro.

Abigail, esto no va a ser fácil, nada de lo que venga para nosotros lo será, pero tienes que estar conmigo, confiar en mi, juntos o separados ¿Entendiste? — Volteó a mirarla. Parecía que la jovencita ya había terminado de alimentarse. Se acercó de nuevo a ella. Dio dos pasos y se encontró ya a su lado. La tomó del brazo y ambos comenzaron a avanzar. No importaba si tenían mucho, si tenían poco. Roland no la llevó a dar un paseo, para nada. La dirigió a su habitación. Ambos se habían encargado de que esos lugares fueran impenetrables para el resto, incluso para su padre así que estarían ahí seguros, o al menos nadie les escucharía — Haz una maleta, una bolsa, lo que se te haga más fácil, pon las cosas que creas necesarias para un viaje de emergencia — El joven caminó y se recostó con pesadez en la cama de su hermana. Estando de esa manera pudo aspirar los olores femeninos que manaban de la jovencita. Parecía un dulce perfume de flores silvestres. Inevitablemente sonrió, estaba claro que el olor tan familiar lo animaba. Extrañaría olerla, disfrutarla, mirarla. — Te ayudaré a escapar — Soltó de la nada.

Primero tienes que estar unos días aquí, conmigo, debes hacer cómo si estuvieras entregada al lugar, y luego escaparás, sino, no habrá otra forma, Abigail ¿entendiste? — Esperaba que por esa ocasión su hermana aceptara sus ideas y formas de hacer las cosas. Necesitaba ponerla a salvo aunque el pudiera morir en el intento.


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Mensaje por Invitado Jue Ene 29, 2015 6:55 am

¿Por qué me preguntaba si confiaba en él, después de todo? Ya ni siquiera tras lo que había ocurrido aquella noche, el hecho de que yo lo había condenado a la maldición de la licantropía y del castigo de nuestro padre por mi estúpida testarudez, sino por las experiencias que habíamos compartido durante todos nuestros años bajo el mismo techo y el mismo yugo. Había muchas cosas malas que se me podían echar en cara, era perfectamente consciente de que tenía millones de defectos que la maldición de la licantropía, estaba segura, aumentarían, pero si algo bueno podía decirse de mí era que era absolutamente fiel a mi hermano... costara lo que costase. Podía cambiar todo lo que nos rodeaba como circunstancias, podíamos incluso liberarnos del constante desprecio de nuestro padre o mudarnos a las Antillas juntos, absolutamente cualquier escenario era posible, pero lo que no cambiaría jamás era que él era la única persona en la que confiaba ciegamente. Si me pedía que saltara por un puente, yo saltaría, siempre y cuando así me asegurara de que estaba sano y salvo; si me pedía que acuchillara a mi padre, nuestro padre, lo haría aunque se nos echara todo el mundo encima, solamente porque él me lo había pedido. Pero lo que no podía pedirme era que me fuera y lo dejara solo, no toleraría jamás que se sacrificara para darme a mí una libertad que merecía muchísimo menos que él... que la persona más buena y mejor en todos los aspectos que conocía se hundiera sólo por sacar a alguien mediocre de la miseria. Estaba fuera de toda discusión, por mucho que me adorara como sabía que lo hacía y como yo lo adoraba a él no tenía por qué obedecer todo lo que me decía, y en ese caso no lo haría. Merecía algo mejor que sacrificarse por mí.

– Roland... Confío en ti más que en nada ni en nadie, más incluso que en mí misma. Demonios, eres la única persona que sería capaz de convencerme de cualquier cosa, pero no de esto. No me pidas que te deje aquí tirado para que nuestro padre te torture, porque por ahí no voy a pasar. Aunque nos quedemos los dos encerrados, si alguien tiene que escapar no soy yo.

Aunque soné firme, en mi voz noté hasta yo la tristeza que me producía la idea. Él era, casi con toda la seguridad de la que era capaz antes y después del mordisco, el único hombre al que amaría por completo, y eso que lo hacía de un modo absolutamente fraternal. La idea de perderlo, aunque sólo fuera porque él me lo había sugerido, me rompía el corazón en mil pedazos, que casi sentía clavarse en mi carne por lo fuerte que dolían. Incapaz de aguantar más la situación, me tumbé en mi propia cama, a su lado, y lo abracé como si fuera una niña pequeña, algo de lo que ya prácticamente me sentía incapaz. Había crecido demasiado los últimos años, era como si hubiera querido olvidarme del tiempo en el que había sido invisible para todo el mundo salvo para él, pero ahora quería recuperarlo precisamente porque Roland era lo mejor que había tenido incluso cuando no había tenido a nadie más. Ante los ojos de los demás, yo era perfectamente consciente de ello, era una privilegiada que tenía dinero, un hogar caliente en el que refugiarse en invierno y absolutamente ningún motivo para odiar mi vida tanto como había llegado a hacerlo. Solamente él y yo, los únicos dos hermanos que quedábamos vivos de la familia, sabíamos que las apariencias engañaban y que todo era mucho peor de lo que parecía a simple vista, porque la comida se estropeaba y la casa podía ser una cárcel cuando los abusos a los que debía enfrentarse alguien era una constante diaria. Sólo él podría entenderme, fuera cual fuese el devenir que siguiera mi vida en ese momento o los posteriores, y no lo condenaría jamás a que fuera esclavo de Gregory Zarkozi mientras yo me libraba del dolor que suponía que él nos atrapara, nos alienara y nos ninguneara. No, o sufríamos los dos o no sufría ninguno; podía ser enfermizo, era perfectamente consciente de que probablemente lo fuera y nadie al margen de nosotros dos podría comprenderlo, pero era algo en lo que no cedería, igual que él no había cedido nunca en su insistencia de cuidarme y protegerme de todo mal que pudiera arrojarme el mundo. No sólo se trataba de que lo quisiera demasiado; era, además, que le debía demasiado. Simple y llanamente.

– Además, Roland, piénsalo: ¿quién va a cuidarte a ti si yo me voy? Sabes perfectamente que Gregory la pagará con nosotros, incluso es posible que nos convierta en sus esclavos y que experimente con nuestros cuerpos como lo ha hecho con los prisioneros que ha estado atrapando todos estos años. No puedo dejar que te enfrentes a esto... a él... tú solo. Mi respuesta es no. Y puedes enfadarte, puedes gritarme o golpearme, me da igual. No me vas a hacer cambiar de opinión.
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Mensaje por Roland F. Zarkozi Dom Abr 26, 2015 10:22 am


Siempre fuiste tan testaruda — Susurró el joven mientras la acunaba entre sus brazos. Roland había visitado burdeles en busca de atenciones físicas, incluso un par de veces pagó para que endulzaran su oído e intentar sentirse querido, al menos de una forma distinta a lo que su hermana lo quería, sin embargo reconocía que ningún lugar era tan maravilloso como tenerla cerca, tampoco comparaba la calidez que manaba su hermana hacía él, y no, no se trataba de su nuevo estado natural. Era todo tan distinto, era una conexión especial que nunca pudo descifrar, y que honestamente no tenía ganas de hacerlo, para él Abigail era el pilar más importante de su existencia, y si ella no se salvaba, estaba consciente que verla sufrir lo terminaría por hacer morir de muchas formas. No podía permitir que eso ocurriera, y tampoco que la expusieran, porque aunque ella no lo creyera, el joven resultaba más fuerte  de lo que se creía. De alguna forma debía lograr que ella confiara en él, que se fuera y pudiera buscar hacer de su vida una realidad distinta. Cerrando los ojos se puso a pensar mil y un maneras de convencer a la pequeña de sus ojos. El intelecto del Zarkozi daría para eso.

Shhh… — Susurró para hacerla callar. Sin duda el cambio de naturaleza que experimentaba seguía en proceso. Pudo notar el sonido de su sangre galopar entre sus venas y atravesar su corazón, también notó que la temperatura ambiente dejaba de ser fresca, y se templaba. Acarició el brazo de su hermana notando la sensación de una piel ajena sedosa. Escuchó pasos lejanos, voces también, y uno que otro beso. Aquello lo hizo fruncir el ceño, pero después sonrió. Quizás el mitad hombre estaba destinado a ser eso, un ser de la noche, un hombre que danzaría bajo el manto de la luna, y de esa forma conocería la libertad. Él no se lamentaría por las cadenas que su padre llegara a ponerle, sin importar la plata que fuera, y todo eso por tenerla a salvo.

Roland Zarkozi siempre supo el amor profundo que sentía por su hermana, el deseo latente de protegerla, las ganas irremediables que experimentaba por ponerla a salvo, y dejar que hiciera una vida normal, sin embargo sólo hasta ese momento fue consciente de la magnitud de todo lo que sentía por ella. Saberla tan en riesgo lo hizo temblar, y sin pensarlo la abrazó con fuerza, una desmedida, que irradiaba lo inhumano, pero dadas las condiciones de ambos, ninguno saldría lastimado. No quería soltarla, no deseaba hacerlo, y deseó que la noche fuera tan larga cómo quizás sus vidas llegarían a ser. Dio besos sobre la coronilla de la chica, y pronto suspiró. Las lagrimas del joven aparecieron, y aunque se sintió por primera vez muy expuesto, no le importó llorar, no si era por ella.

¿Alguna vez llegaste a comprender el amor que te tengo, Abigail? — Cuestionó con ese sentimiento a flor de piel. Él nunca había discutido que ella sintiera lo mismo, pero en su interior creía que no se acercaba ni tantito lo que él experimentaba por su hermana — No me permitas sufrir al verte torturada, o golpeada, no permitas que sienta que voy a morir si te ponen una mano encima, sí de verdad me amas, no permitas eso — Y no la estaba chantajeando, lo cierto es que todo aquello que decía iba más allá del razonamiento que él siempre ponía antes de hablar. Nada de eso era pensado, todo salía del corazón maltrecho de un joven que aceptaba su condena — Permíteme ayudarte a escapar, permíteme sentirme tranquilo por lograr que llegues a estar bien — Hizo una pausa — Abigail, no dejes que te vea sufrir, eso sería peor que morir, sí a ti te ocurriera algo, yo no podría seguir con vida, no me hagas falta — Intentó que las lagrimas dejaran de escurrir por sus ojos. Gregory era capaz de matar a su hermana antes que a él, y lo sabía porque la creía medianamente inferior sólo por ser mujer.

El muchacho escondió su rostro entre los cabellos de su hermana. Así como el espíritu de la joven, todo en ella olía a bosques, a hierbas; a libertad. En su corazón existía la gran esperanza de poder encontrar la forma de convencerla, necesitaba con desesperación algún plan que la llevara a hacerle caso, a obedecerle. ¿Por qué le había tocado una hermana tan complicada? Inevitablemente refunfuñó, más para él, para sus pensamientos que para ella. Abigail ni siquiera tenía idea del porqué de sus sonidos extraños y excéntricos. Aunque más que refunfuño, pareció el sonido de una bestia adolorida y lastimada.

Se tranquilizó con rapidez. Si se mostraba débil desde un principio las cosas no resultarían. Sus ojos no podrían verse empapados en lagrimas y mucho menos rojos por un llanto que él sólo comprendía. Si su padre llegaba a encontrarlo de esa manera, entonces sería un prematuro fin para el joven, porque Gregory creería que estaría berreando de miedo por él, o por su nueva condición, aunque se trataba de algo que su padre jamás comprendería: amor.


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Mensaje por Invitado Vie Mayo 15, 2015 6:16 am

Roland y yo nos complementábamos como si fuéramos las dos partes de una moneda: él la cruz, el recto, el hombre que siempre había llevado la voz cantante en lo que se refería a madurez; yo, la cara, la que siempre intentaba hacer lo que quería echándole mucho desparpajo a todo aquello que me lo permitía. Si él se mostraba silencioso y testarudo, yo debía mostrarme abierta y parlanchina para mantener el equilibrio, y si yo me mostraba triste y cansada él siempre intentaba alegrarme y devolverme las fuerzas para volver a ser la de siempre, la Abigail que él conocía y amaba. ¿Y aun así me preguntaba si lo hacía, si sabía de ese amor que sentía por mí y que yo le devolvía con total reciprocidad? La pregunta adecuada no era esa, sino más bien si él sabía realmente hasta qué punto estaba dispuesta a destrozar mi vida y la de todos los de mi alrededor con tal de que él no pereciera bajo las manos de nuestro progenitor, de aquella bestia que se hacía llamar humano pero que era mucho peor que los dos lobos, Roland y yo, que permanecíamos en aquella habitación... hasta que nos llamaran. Él pensaba, lo conocía lo suficiente para saberlo, que Gregory en todo caso me mataría a mí más rápido porque era una mujer y las mujeres no merecíamos nada salvo abrir las piernas y traer criaturas al mundo, pero yo estaba segura de que se equivocaba. Era demasiado inocente respecto a la crueldad de Gregory Zarkozi, y aún había en él algo del niño que buscaba su aprobación para compensar que yo, desde hacía ya bastantes años, había perdido esa esperanza por completo. Yo era la más resistente de los dos, la más desalmada y la más cruel si llegaba un momento en el que había que renunciar a la vida, mientras que él era el más humano de nosotros. Matarme a mí para hundirlo era demasiado fácil cuando había otras mil maneras de conseguir romperle el alma a Roland, mientras que la única manera de quebrar la mía era destruyéndolo a él. ¿Y aún se preguntaba si yo lo quería, cuando era lo único que me mantenía humana incluso antes de no serlo...?

– No vas a convencerme, hermano. No permitiré que me veas sufrir porque no pienso demostrar que lo estoy haciendo, no ante él y no ante ti. Pero no voy a marcharme y dejar que te destroce ante mis ojos por el simple placer de verme destruida. Me odia más que a ti, ¿sabes? Él piensa que a ti aún puede dominarte, y si para eso debe mantenerme viva lo hará, aunque me torture. ¿Yo? Yo soy una causa perdida que no se rendirá nunca, salvo si tú mueres, y matarte es lo que hará si me ayudas a escapar.

Aunque no lo estaba en absoluto, no podía cuando hablaba de una posible muerte de mi hermano, soné tan calmada como razonable en mi deducción, que él sabía tan bien como yo que era cierta. Necesitaba que él lo comprendiera porque esa era la única manera de que dejara de ponerse en peligro estúpida e inútilmente y de que me dejara a mí llevarme la peor parte, que era la que me correspondía por ser la responsable de encontrarnos en aquella situación. Él ya había sufrido bastante por mi culpa, era evidente para cualquiera que lo mirara más allá de la imagen que quería dar, y yo estaba harta de ser la egoísta que le permitía salirse con la suya para que así pudiera salvar mi propio pellejo un día más. Él se merecía algo más, algo mejor, y si eso pasaba por que yo fuera una egoísta no me daba miedo serlo lo que hiciera falta para que él pudiera seguir viviendo. Así, absolutamente convencida como lo estaba y aún atrapada entre sus brazos, que eran los únicos grilletes de los que jamás querría escapar, acaricié sus mejillas para atrapar las lágrimas que aún las mojaban con los dedos y que no mostrara ningún rastro de debilidad ante Gregory, nuestro torturador y pesadilla particular. Él no sentiría el orgullo que a mí me invadía por el hermano que tenía, el hombre más recto y amable que existía en todo el reino; él, si veía las lágrimas que manchaban las mejillas de mi hermano, lo condenaría a humillaciones y sufrimientos tales que aniquilarían la bondad que existía en el corazón de aquel con quien compartía apellido y condena, ahora que la maldición nos había afectado a ambos. Y aunque él era el hermano mayor, el heredero cuando llegara el día que Gregory muriera y la fortuna de los Zarkozi pasara a ser nuestra, era mi responsabilidad cuidar de él y protegerlo siempre y cuando me encontrara en condiciones de hacerlo. Yo salvaría a Roland, y no al contrario; yo me mancharía las manos de la sangre de nuestro padre y lo liberaría del yugo que mis acciones habían empeorado ostensiblemente. Y todo, una vez más, porque lo adoraba... Más de lo que nunca adoraría a nadie.

– Si tengo que hacerlo para mantenerte con vida, yo misma romperé tu corazón, Roland. Te prefiero herido antes que muerto, porque siempre existe la posibilidad de curarte, pero no de resucitarte. Ya no.
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