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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Julianne MacFarlane Sáb Ago 13, 2016 11:04 am

"Don't forget that I cannot see myself. That my role is limited to being the one who looks in the mirror."
Jacques Rigaut

Un mes. Treinta días. Cuatro semanas. Ese tiempo hacía, exactamente, que Julianne trabajaba para los Satie. Lejos estaba de ser la vida que había soñado para ella o para Mihai, pero eran buenas personas, los niños eran dulces, y le permitían tener a su hijo viviendo bajo el mismo techo, que no era un dato menor. Le habían adaptado su habitación con una cuna para el niño, y agradecía que fuese un pequeño tranquilo y sano. Los cuatro nenes a su cargo, estaban encantados con tener un bebé y Mihai se mostraba más resuelto desde que estaba acompañado por sus pares. ¿Y cómo no? Su mundo, anteriormente, era pequeño; se reducía a ella, un padre violento y algunos empleados temerosos. En ocasiones, cuando lo llevaba a las reuniones secretas, él estaba entusiasmado descubriendo un mundo nuevo, pero eran contadas las oportunidades. Allí, en la enorme mansión de los Satie, su mente y su imaginación se expandían increíblemente. ¡Si hasta hablaba más claro! Tenía como ídolo a Blaise, el mayor que, encantado, lo llevaba a todos lados. Ulysse y Pons estaban un poco celosos, también idolatraban al primogénito, y Georgine, pura dulzura, utilizaba a Mihai de muñeco, y él feliz de recibir atenciones.

Lo que a Julianne más le llamaba la atención, era el desinterés del jefe de la familia. En su estadía allí, no lo había cruzado nunca. Los niños no hablaban de él; y ella, la discreción hecha persona, tampoco preguntaba. Sabía que había tenido un accidente que lo había dejado postrado en una silla de ruedas e inmerso en la viudez. Cuando la contrataron, los cuatro hermanitos parecían sombríos, pero rápidamente la inglesa se encargó de devolverles la alegría que habían perdido. Agradecía todas las lecciones que había recibido de su familia, así que impartía clases de piano, idioma, matemática, dibujo y literatura, todas adaptadas a las edades de cada uno de sus subordinados. Nunca se quejaban y eran sumamente educados, así que no le demandaban demasiado trabajo. Disfrutaba de ellos y se había encariñado rápidamente. Jamás la habían interrogado por el padre de Mihai, pero la historia de la viuda caída en desgracia, que había contado al momento de su contratación, cerraba a la perfección. Vivía sin sobresaltos, aunque evitaba salir a la calle. Dudaba que Luca la buscase, se había sacado un peso de encima. No la amaba, tampoco quería a su hijo. Ahora podía despilfarrar el poco dinero que le quedaba, sin tener a una mujer pidiéndole por favor que no lo hiciera.

¡Madeimoselle! —Blaise irrumpió en la habitación de Julianne en plena madrugada, asustándola. Rápidamente, la joven se sentó en la cama. Comprobó la hora. Las cuatro de la mañana. —Georgine está enferma, volando de fiebre —le comentó mientras se sentaba junto a ella. —Fue a mi cama llorando y ahora no la puedo despertar —finalizó.

Vamos, cariño —se puso de pie y, a tientas en la oscuridad, buscó la bata que descansaba en una silla. — ¿Puedes tomar a Mihai? —le preguntó mientras sacaba al pequeño de su cuna. Blaise lo recibió con cuidado de no despertarlo. —Ahora iremos por algunas empleadas para que nos ayuden.

Se encaminaron por el pasillo en busca de dos de las muchachas que trabajaban allí. Les ordenó que buscasen un fuentón con agua, le llevasen vinagre y trozos de tela. También, que despertaran a alguno de los hombres, para que calentasen ladrillos. Luego, subieron a la habitación de Blaise, donde los gemelos ya estaban, uno de cada lado de la cama, acompañando a la más pequeña. Se acercó a ella y le colocó la mano en una de las mejillas. Hervía. Georgine, al sentirla, abrió levemente sus ojos y le sonrió. A Julianne se le llenó el corazón de ternura. En ese momento, entraban las dos empleadas con lo que ella les había solicitado. Embebió los paños en agua y vinagre, y se los colocó en la frente y en las axilas. A los pocos minutos, llegaron los ladrillos, que le colocaron en los pies. Al amanecer, la fiebre no había cedido, y la inglesa comenzaba a preocuparse. Debían enviar por un doctor, pero ella no tenía la potestad para hacerlo.

Niños, cuiden de su hermana. Espérenme aquí —haciendo acopio de un valor que creía perdido, salió de la habitación y se encaminó hacia el final del pasillo, donde se encontraban los aposentos del cabecilla de los Satie. Dio dos golpes secos. Escuchó ruidos adentro, mas ninguna contestación—Monsieur, soy la institutriz de sus hijos. Necesito hablar con usted sobre algo urgente. Georgine se encuentra enferma.


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Mensaje por Honoré Satie Dom Sep 04, 2016 12:40 am


“Every once in a while, people need to be in the presence of things that are really far away.”
― Ian Frazier


Los documentos apilados se resbalaban por los bordes del escritorio. Tenía un cúmulo de pendientes que ningún hombre en su sano juicio querría manejar solo. Pero a Honoré le gustaba hacer él mismo las cosas, odiaba sentirse como un inútil. La maldita silla que lo ataba le impedía olvidar esa parte de él. De lo que era él ahora, y lo que fue se quedó en el olvido. Su gato, Hyperion descansaba entre los papeles y amenazaba con tirarlos todos, sin embargo, a él no le importó en ese momento.

Había pasado una muy mala noche. Había escuchado ruidos, pero no les hizo caso. No le interesaba, como no le interesaba casi todo, excepto sus negocios. Que no eran confort, sólo distracción a lo que era verdaderamente importante. La casa, en todo caso, era lo suficientemente grande como para que todo quedara distanciado. Por ello mismo, había escogido la habitación al final del pasillo para que fuera la suya, que no era la que había compartido con su mujer. Aquel espacio estaba demasiado cargado de recuerdos y significados como para atreverse a dormir en ella. La resguardaba como una especie de tabernáculo consagrado a su difunta esposa, pero no entraba, ni él, ni nadie.

Estaba observando por la ventana. Los jardines de la residencia parecían muy tranquilos. A veces, hacía eso mismo y veía a sus hijos correr y jugar, a cargo de esa nueva mujer que su madre había contratado para hacerse cargo de ellos. Como era su costumbre, no preguntó los detalles, aunque su progenitora se empeñó de darle algunos. Con la distancia no podía verla con claridad tampoco, pero parecía ser buena con los niños y eso le bastaba.

Entonces tocaron a la puerta. Giró la silla con una habilidad envidiable. Había aprendido a manipularla con rapidez, en ese afán de no querer depender de nadie. Su gato también se sobresaltó y brincó del escritorio a la alfombra, por suerte, no tiró nada. Creía que había dejado instrucciones muy claras de no ser molestado; sobre todo, odiaba que lo hicieran cuando estaba en su habitación. ¿Quién se atrevía…?

Sopesó sus posibilidades. Una reprimenda al idiota que estuviera del otro lado o simplemente ignorarlo. Lo segundo se le antojó más, pues estaba cansado. No obstante, antes de poder tomar la decisión final, escuchó la voz. Era esa mujer, la nueva niñera de sus hijos. Dio un respingo al escuchar la razón por la que estaba ahí y el corazón de dio un vuelco.

Adelante —ordenó con voz firme. Estaba justo enfrente de la puerta. Ese instrumento que le servía para moverse, podía disminuir a cualquier hombre, pero no a Honoré que se endureció tras su accidente. Con él, la maldita silla era un trono, y él un rey implacable—. Señora MacFarlane —saludó con formalidad. Sabía su nombre y que era viuda —como él—, pero no mucho más—, ¿puede darme los detalles? —Hizo avanzar la silla con ambas manos, empujando las ruedas.

Fue demasiado consciente de su invalidez en ese momento. Siempre le sucedía cuando tenía que lidiar con alguien nuevo. De entrada la vio a los ojos, pero una vez que ese hecho se hizo presente, evitó verla de frente. Actuó severo como era, la realidad, sin embargo, lo atenazaba con temor. Si algo llegara a pasarle a Georgine, o a cualquiera de sus hijos, simplemente no podría soportarlo. Actuaba distante, claro, pero eso no significaba que ya no los amara.

¿Y bien? Se trata de mi hija —apremió entonces con ese mal genio del que seguramente ya le habrían advertido a la mujer. Y si no, pues ya se estaba enterando—. ¿No lo ve? No puedo hacer mucho —continuó con el mismo rigor. A veces era él mismo quien se limitaba. Nadie hacía mención a su problema, y era él quien lo sacaba a relucir. Nunca para buscar lástima, siempre para auto flagelarse del modo más inútil.

Giró el rostro para verla de nuevo. Tuvo que levantar la cabeza, pues así, siempre estaba por debajo de todos. Y era precisamente por eso que se portaba más reacio, más exigente y más cruel, porque si no era con su presencia, de algún modo tenía que imponer. A pesar de que, aún encadenado a la silla, uno simplemente no podía pasarlo por alto.


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Mensaje por Julianne MacFarlane Vie Dic 02, 2016 11:31 pm

Desde pequeña, había aprendido a tratar con toda clase de personas. Había entrado, junto a su madre, a hogares muy pobres, había visto enfermos, heridos e, incluso, había presenciado, en dos oportunidades, la muerte de unos ancianos. No era fácil de impresionar. Por ello, la situación de su patrón, le llamó más la atención por el secreto que implicaba, que por su estado en sí. Sin embargo, su rostro no expresó ni la más mínima animadversión por él. Todo lo contrario. Julianne no se imaginaba viviendo de aquella manera y, de cierta forma, una pequeña admiración se encendió en su pecho. Comprendía, aunque no del todo, el ausentismo de ese hombre en la vida de sus hijos. ¿Cómo podía enfrentar al mundo si no podía ni enfrentarse a sí mismo?

Ella se mantuvo en una posición de escasa sumisión, la mínima para no ser insolente ni rozar el desprestigio. No soportaría volver a someterse a un hombre, incluso si éste le daba la posibilidad de sobrevivir. Muchos malos tratos había recibido, y el veneno de Satie le erizó la piel. La llevó a lugares oscuros, a los cuales aún no tenía fuerza para enfrentar, pero se mantuvo incólume, como lo había hecho todos aquellos años de tristeza, dolor y frustración. No había sido fácil, pero el cuerpo y el alma se le había curtido; no le habían quedado demasiadas opciones. Tenía un hijo que criar, y no podía darse el lujo de ser débil. Suficiente lo había sido.

Monsieur —comentó, evitando observar la silla de ruedas que aprisionaba al padre de sus subordinados. Lo miraba directo a los ojos, sin desafiarlo, pero mostrándole firmeza. —Quiero disculparme por ser inoportuna e invadir sus aposentos, pero me he visto en la penosa necesidad de serlo —cayó en la cuenta de que no sabía qué hacer con sus manos, por lo que las colocó una encima de la otra, sobre su ombligo. Un oriental, conocido de su madre, le había enseñado que en aquella posición, evitaba que las hostilidades y la envidia, ingresasen a su cuerpo. Era, de alguna manera, una postura defensiva, y no entendió por qué la adoptaba con un pobre lisiado.

Georgine ha estado con fiebre muy alta durante toda la noche. Intentamos bajar la temperatura utilizando ladrillos y paños fríos con vinagre, pero no resultó eficaz —hablaba con tranquilidad, intentando ser precisa en sus palabras. Notó un movimiento, y descubrió un exótico gato, que caminaba entre los muebles de la oscura habitación. El animal le pareció más una extirpación del estómago del Diablo, que una mascota domesticada. La observaba como si quisiera arrancarle el alma. Pero no hizo ningún comentario, pues no correspondía.

Vengo a solicitarle que pida un médico para ella. Yo no tengo la potestad para darle órdenes a ningún empleado, y tampoco sabría a quién enviar. Como sabrá, hace muy poco tiempo que estoy trabajado para su familia y estoy intentando acomodarme aquí.

Julianne estaba visiblemente incómoda, pues no sabía cómo dirigirse ante aquel hombre, y mucho menos en una situación tan crítica. Quería volver urgente junto a Georgine, no soportaba la atmósfera de aquel cuarto, con aquel caballero que parecía odiar a todo y todos. Conforme pasaban los segundos frente a él, lograba dilucidar la falta de alegría en el hogar, los ánimos tristes de los pequeños, que no se atrevían, si quiera, a ir a saludar a su padre, mucho menos a invitarlo a los conciertos caseros o llevarle algún dibujo. No sabía que alguno de los niños viese muy seguido a Satie, de hecho, casi no hablaban de él y tampoco de su madre.

La tragedia se había erigido sobre el clan, como una nube oscura que había opacado todo a su paso. Nadie se había salvado de ella, y Julianne temió convertirse en una víctima más de todo eso. Comenzó a dudar de si había sido una buena elección aceptar aquel empleo, arrastrando a Mihai con ella, en un intento casi desesperado por darle lo mejor, por sacarlo del Infierno y brindarle una verdadera oportunidad de ser feliz. Empezaba a ver, con más claridad de la que le hubiera gustado, que su tiempo en aquella casa tenía fecha de caducidad, y que pronto tendría que buscar un nuevo sitio donde volver a reinventarse.


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Mensaje por Honoré Satie Lun Ene 23, 2017 9:03 pm


“The fiercest anger of all, the most incurable,
Is that which rages in the place of dearest love.”
― Euripides, Medea and Other Plays


Hace tiempo que Honoré Satie había mutado en un monstruo, uno que necesitaba, por el bien de otros y de sí mismo, estar alejado, recluido, no ser nombrado siquiera. Y nadie, ningún hombre por más fuerte que sea, es capaz de salir airoso, sin rasguños o heridas, de senda transformación. Era muy fácil juzgarlo, pero resultaba complicadísimo entenderlo. Y con los años, entendió que nadie lo iba a hacer. Que había tomado las decisiones que había tomado, por el bien de sus hijos. No le interesaba la opinión de otros, en todo caso.

Entonces resultaba que esta mujer, en su semblante, algo nervioso, pudo notar, no lo retaba, pero tampoco le tenía miedo. Era algo que jamás había visto, ni en los años previos a su accidente, y lo encontró intrigante. Tanto, que por un segundo fugaz, la premura y urgencia de la situación con su hija pasaron a segundo plano. Hyperion silbó, erizado con ese pelaje oscuro como el abismo, y eso lo hizo regresar a la realidad.

¿Y por qué no fui informado antes si mi hija está enferma desde la noche? —Reclamó con dureza. No podía simplemente dejarla ir así como así. Maniobró con la silla y se acercó al escritorio. El gato salió de entre las sombras y rugió como un pequeño león oscuro y enojado. Honoré sacó un reloj de un cajón y lo miró—. ¿Ya vio la hora que es? —Alzó el rostro y sus ojos castaños eran lumbre. Se podía palpar la molestia.

Una vez más, con pericia se movió en la silla, regresó hasta donde estaba. Le dedicó una mirada y luego la pasó de largo, para salir de la habitación. Era raro que Honoré dejara ese sitio. Conocía los pasillos cercanos, pero el resto de la casa le parecía un sueño, o una pesadilla.

Le recomiendo que me siga, señora MacFarlane, Hyperion tiene muy mal carácter —le advirtió. A veces parecía que el gato canalizaba de manera más básica y concreta toda la furia que Honoré sentía en realidad.

Una vez que se aseguró que era seguido, apuró la silla por el largo pasillo flanqueado de puertas. Habitaciones que antaño albergaron invitados de toda Europa y que ahora eran sólo testigos de la amargura que consumía al dueño del legado Satie. Llegó hasta un escalón que daba pie a los cuartos de sus hijos. No era un obstáculo muy grande e imprimió fuerza a sus brazos, para poder elevar la parte delantera de su silla, sin éxito. Gruñó y lo intentó una segunda vez, para casi caer. No estaba pensando con claridad. Apretó los brazos de la silla con fuerza, como si quisiera romperlos. Como si quisiera poder ponerse en pie y acudir hasta el lecho de su pequeña Georgine, con los ojos de su madre, con esa risa dulce que hace tanto no escuchaba. Agachó el rostro y miró a un lado, como si se sintiera abyecto. Indigno.

Señora MacFarlane, ¿me puede ayudar? —Y es que odiaba, odiaba con todas sus fuerzas, pedir ayuda, pero si lo volvía a intentar y caía, no soportaría la vergüenza de eso. En su voz se pudo notar la reticencia, y la amargura que eso significaba—. Y una vez que me lleve con mi hija, llame a Edgar, el mayordomo —quiso volver a impostar la voz como sabía, con esa crueldad y esa fuerza que lo caracterizaba, sin embargo, salió débil, dolorida, un hálito que se desvanece en el aire.


Última edición por Honoré Satie el Mar Mar 28, 2017 8:55 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Julianne MacFarlane Miér Mar 15, 2017 8:57 pm

Ciertamente, los rumores sobre el genio del jefe de familia, no eran fieles. Parecían una parodia edulcorada de lo que él era en verdad. Un hombre sombrío, poco cortés, pero, por sobre todas las cosas, un hombre frustrado, repleto de rencores y de miedos. Julianne no era fácil de intimidar, pero se cuidó de no parecer la clase de mujer que un padre querría lejos de sus hijos: una dama fuerte, independiente y con pensamiento propio. Ella sabía que era el bicho raro, que rompía con los cánones de una sociedad que encasillaba a las féminas, las catalogaba como sexo débil y las condenaba a un hogar criando hijos. Julianne estaba en pie de guerra contra esos modelos, pero su causa podía esperar, ya que su prioridad era que su pequeño Mihai tuviera un techo y comida. Ya habría tiempo para sus ideales; debía tragarse el orgullo y las contestaciones. Agachó la cabeza, admitiendo su falta ante la desinformación. En parte, sabía que Satie tenía razón. Ella era madre y, al ponerse en su lugar, tampoco le hubiera gustado que le ocultaran detalles sobre la salud de su niño.

Disculpe. Pensé que podría resolverlo por mis propios medios —aunque tuvo la impresión de que no estaba escuchándola. Confirmó su teoría, cuando lo vio pasar por su lado, como si ella fuese una parte más del mobiliario. Parpadeó varias veces, perpleja.

Caminó a paso rápido tras él, para alcanzarlo, no sin antes darle un último vistazo al gato que la había observado desde las sombras. Pensó en que, tanto el animal como el dueño, tenían el mismo genio. Iba unos pocos centímetros tras su jefe, y admiró la destreza con la que se desempeñaba. Era un hombre joven, fuerte, y pudo comprender lo difícil que podía resultar verse reducido a ese humillante artefacto. Ella, que había vivido con pudor y vergüenza las marcas de la violencia que su marido ejercía hacia su persona, lograba entender lo doloroso que debía ser que todos pudieran ser testigos oculares de la propia miseria. Honoré Satie no tenía manera de ocultar sus deficiencias. <<Al menos>> pensó <<yo podía ocultar mis marcas tras la ropa y el maquillaje>> y la frivolidad de sus ideas la tomó por sorpresa.

Lo contempló, sin pena. Pero no hizo amague alguno de intentar ayudarlo. Eso sería remover la herida. Cuando él le solicitó ayuda, lo hizo en un silencio solemne. La pequeña Georgine estaba pálida y somnolienta, sin embargo, pudo notar la llegada de su padre, y su pequeña manito se estiró hacia él cuando Julianne lo depositó junto a ella. Una suave sonrisa pespuntó en los labios de la institutriz, y se retiró rápidamente para cumplir con la orden. Regresó a los pocos minutos, secundada por Edgar. La escena de ese padre inválido y sus hijos, la conmovió de forma inesperada.

Monsieur, solicitó mi presencia —el mayordomo se colocó a su lado.

Madeimoselle —la vocecita de Georgine fue un susurro. —Madeimoselle —insistió.

Julianne caminó hacia ella y se colocó del otro lado, donde su padre no estaba. Se sentó en la cama y le acarició la frente hirviendo. Los ojos vidriosos de la nena la miraron con amor infinito, y comprendió la importancia que su figura había cobrado en ese entorno. No podía disgustar, de ninguna forma, al señor Satie. Irse de allí, no sólo significaría un inconveniente para su economía, le rompería el corazón a esos inocentes.

Quédese conmigo —le rogó.

—Sí, pequeña. Estoy aquí contigo, no me iré a ningún lado —la tomó de la mano y observó a el patriarca. —Tu padre también está aquí, muy preocupado. Ha venido a cuidarte —con la mirada, le insistió para que hablara, y esperó que no lo tomara como un atrevimiento.


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Mensaje por Honoré Satie Mar Mar 28, 2017 9:27 pm


“Blessed indeed is the man who hears many gentle voices call him father.”
― Lydia Maria Francis Child


Era en momentos como ese que más le pesaba la atadura de la silla. Deseó poder ponerse en pie, salvar la distancia con largas zancadas y pedirle a su hija perdón, ante todo y antes que nada. Le pareció que la velocidad con la que lo acercaba MacFarlane era poca, que debía ir más rápido. No dijo nada, sólo dio un súbito suspiro al ver a su niña, la que más le recordaba a su difunta Aglaé.

Estiró la mano también, para tomar la más pequeña de Georgine. Deditos que antes contó en rondas infantiles, ahora ardiendo en fiebre. Tragó grueso. ¿Este era el precio de su negligencia? Ni siquiera se dio cuenta cuando la mujer salió y regresó con Edgar, incluso cuando el mayordomo habló, Honoré no dijo nada, mantenía los ojos clavados en la pequeña mano de su niña. Edgar, con tantos años en la casa, había aprendido a no presionar al irascible amo, así que por unos segundos hubo silencio hasta que fue Georgine fue quien lo rompió. Por un momento no supo a quién se refería y frunció el ceño, hasta que la señora MacFarlane habló y alzó la vista.

Su reclusión lo había alienado por completo. No sabía en absoluto qué pasaba en esa casa. No se había dado cuenta, hasta ese momento, de lo mucho que sus niños se habían encariñado ya con la niñera. Tragó saliva y asintió.

Así es, mi pequeña —acarició la frente de Georgine—, aquí estoy —trató de sonreír, pero demonios, había olvidado como hacerlo. Carraspeó—. Y también Madeimoselle MacFarlane. Ambos te vamos a cuidar —se inclinó para depositar un beso entre ceja y ceja y luego se alejó un poco, sólo para poder hablar con Edgar.

Le ordenó que fuera, él, o algún mozo, no importaba, de inmediato por el médico familiar. Hace tanto que Honoré no veía a aquel hombre de apellido Verpilleux que no pudo evitar rememorar recuerdos no muy gratos, memorias de los días y meses inmediatos después del accidente. Sabía que seguía atendiendo a su familia, sin embargo, la última vez que se encontró con él, las cosas no fueron muy bien. Pues el médico le había insistido en que siguiera con la terapia para regresarle la fuerza a sus piernas. Honoré, furioso, lo corrió de su casa. Aunque a la primera que su madre enfermó, mandó traer por él, aunque se negó a verlo. Así, como un niño caprichoso.

Observó a Edgar salir por la puerta. Giró la silla y regresó al lado de su hija.

Pronto te sentirás mejor —mentiras de padre con tal de proteger a sus hijos. Porque no importaba lo mucho que Honoré se negara ante el mundo, eso era gran parte de lo que era, un padre para esos niños a los que una madre abandonó demasiado pronto.

Gracias —musitó muy bajito. Casi inaudible. No se lo decía a su hija, sino a la mujer. Alzó la mirada, mas no el rostro—, por cuidar de ellos —esta vez fue más claro. Aquello llevaba un mensaje implícito. «Gracias por cuidar de ellos, ya que yo no lo he hecho durante tantos años». Tensó la mandíbula. No supo qué fue, si la desesperación o el extraño e incómodo momento de intimidad entre su hija, él y la niñera.

Decidió ignorar el hecho y concentrar su atención en la pequeña. Sin dejar de acariciarla, le cantó una canción muy suavemente. Bajito, un susurro. Algo sobre un conejo y el invierno inminente. Georgine miró a su padre con devoción, hasta que la enfermedad y el cansancio la vencieron y se quedó dormida. Su respiración dificultosa tenía una ventaja, y esa era que le permitía a Honoré saber que estaba ahí con él. Viva.

El médico familiar está por llegar. Yo… —hizo la silla ligeramente hacia atrás y miró a Julianne. Habló bajito, para no despertar a la niña—. Yo debí hablar de esto con usted cuando mi madre la trajo a la casa. A quién acudir, qué hacer en situaciones extremas. No he estado muy presente últimamente en sus vidas —echó un vistazo a Georgine, que en ese momento se interponía entre los adultos, como un fantasma inmaculado en camisón del algodón. Honoré soltó una risa amarga—. Aunque supongo que eso ya lo habrá notado.


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Mensaje por Julianne MacFarlane Dom Abr 16, 2017 9:52 pm

Julianne sabía muy bien lo que era perder a un ser amado y sentir que el mundo había perdido todo sentido. Cuando sus padres fueron brutalmente asesinados, la oscuridad la invadió por completo. Lo primero que quiso, fue irse con ellos. Luego, ante la experiencia reveladora que resultaba el dolor, entendió que la única forma de estar juntos, era continuar con su legado. Y así lo había hecho. No importaba que cada noche, antes de dormir, los extrañase y llorase hasta que el cansancio la vencía; se levantaba habiendo dormido y empezaba con las labores políticas y sociales. Y allí también encontró la fuerza para hacer suya la causa de justicia por los MacFarlane, comenzando a investigar el homicidio y en busca de los culpables. Luego, su hermano, su pobre Boy, arruinó todo. Él era incapaz de lidiar con la tristeza, aturdido, había terminado dilapidando la fortuna de sus padres, y para no dejarla en la ruina total, consensuó un matrimonio para ella. Se suponía que debía ser un pacto que la favorecería. Pero no fue así. Su marido resultó un monstruo. Sin embargo, volvería a transitar todo, sólo para saber que tendría a Mihai con ella.

Por eso, le resultaba extraño que Satié no hubiera encontrado poder en el amor de sus hijos. No lo juzgaba, pero no dejaba de hacerle ruido la coraza que había cernido a su alrededor. Sumergido en su angustia por haber perdido a su mujer y la movilidad en sus piernas, convirtió a todos en extraños. Los pequeños lo necesitaban más que nunca. Era inevitable que sintieran que, junto a su mamá, también habían perdido a su padre. Julianne entendía el sentimiento de orfandad que experimentaban, por lo que se había esmerado el doble en hacer bien su trabajo, y convertir a aquellos niños en personas repletas de amor.

De todas formas, la sorprendió la dulzura con la que su jefe trataba a la convaleciente Georgine. Ahí descubrió la verdadera esencia de ese hombre, que había sido invadido por la pérdida. No dejó de emocionarla, porque un padre amoroso sería algo que jamás podría darle a Mihai. Debió inspirar muy profundo y clavarse la uña en la yema de un dedo para contener las lágrimas. No podía dar un espectáculo lacrimógeno. Solía preguntarse si había hecho bien en enfrentar a Luca y haber huido, sin saber si estaba vivo o muerto. Pero Honoré y Georgine Satié se convirtieron en la respuesta a todas sus dudas. Había hecho lo correcto.

No debe agradecérmelo. No sólo es mi trabajo —le devolvió la sonrisa—, lo hago con mi corazón. Tiene unos hijos maravillosos —aseguró, con la voz acongojada. Esos tres pequeños se habían metido en su piel con mucha facilidad. Especialmente, al tratar a Mihai como uno más de ellos. Incluso, la propia madre de Satié era una mujer encantadora, que había aceptado a su hijo como si se tratase de un familiar, algo que no era común en ese trabajo.

Los niños lo tienen muy presente. No sea tan duro con usted mismo —ella también le lanzó un vistazo a Georgine, que lucía cenicienta y agotada. Julianne tenía una opresión en el pecho, igual a la que tuvo la única vez que Mihai se enfermó.

La puerta se abrió de pronto, el médico había llegado más rápido de lo esperado. La inglesa se puso de pie e hizo una reverencia para saludar al profesional, que sin mediar demasiadas palabras se dedicó a revisar a la nena, que terminó por despertarse y removerse incómoda. Georgine buscó desesperadamente, con la mirada, a su padre. Y sonrió al encontrarlo allí. El ceño fruncido del doctor tras los estudios realizados, le provocó un vuelco en el estómago a Julianne, que se quedó alejada pero atenta al diagnóstico.

Tiene la garganta enrojecida y detecto un silbido en los pulmones, algo muy débil. Me preocupa que no baje la fiebre, por lo que vamos a tener que sangrarla, será de la única manera que conseguiremos estabilizar su temperatura.

La inglesa se llevo una mano al pecho y miró a Georgine, que estaba observándola. Entendió que quería que se le acercara. Le hizo caso y se colocó en cuclillas al costado de la cama, tomándola de la manito.

No se vaya, por favor —le susurró con debilidad. Como toda respuesta, Julianne le besó los deditos, aunque se preguntó si la nena era consciente por completo de a quién se lo estaba pidiendo.


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Mensaje por Honoré Satie Dom Mayo 28, 2017 4:41 am


Miró a la mujer. Su rostro no demostraba demasiado. Años de alejarse le habían costado sus propias expresiones. A veces olvidaba cómo externar alegría, tristeza, dolor, lo más básico, porque ya no sentía nada. O a esa idea se había hecho tras la muerte de Aglaé. Quizá era todo lo contrario, sentía más, con más intensidad, como si todo se colara por las miles de heridas que las astillas del carruaje le provocaron en el cuerpo. Permeando en él. Hondo, muy hondo.

Sólo mutó los rasgos de su rostro cuando habló de su presencia en la vida de sus hijos. Aunque no físicamente, al parecer seguía siendo una figura importante para ellos y se sintió lo peor. La peor basura. Perdieron a su madre en un accidente, pero él les había arrancado a su padre con saña. El pensamiento lo atormentó, sin embargo, al final, llegó a la conclusión de que no sabía qué hacer en realidad. Que nunca lo había sabido y por eso su respuesta fue la más cobarde: huir.

Si fue a responder algo, no pudo. Edgar estaba de regreso, con Verpilleux. Ambos hombres se dedicaron una mirada que mezclaba respeto y recelo. Honoré no iba a hacer una escena, y movió la silla para hacerse hacia atrás y dejar trabajar al médico. Escuchó el veredicto con estoicismo, como iba a ser sino, sólo intercambió, o quiso, al menos, miradas con la niñera. A pesar de sus diferencias con el doctor, era un hombre al que respetaba.

Cuando busco a MacFarlane de nuevo, ya estaba junto a Georgine y algo extraño, oscuro y cruel se instaló en su pecho. Anidó ahí, tuvo crías y murió, ahora el cadáver apestaba. Sintió celos de la relación que esa mujer tenía con sus hijos. En el fondo comprendía que él mismo se lo había buscado, aún así, no pudo evitar sentirse avasallado por ello. Se movió con habilidad y se colocó junto a Julianne. El médico entonces procedió, hizo una incisión en el brazo de la niña y ésta hizo una mueca de dolor, pero no lloró.

Eres muy fuerte —felicitó. Más fuerte que él, pensó y observó el extraño rito. La respiración de su hija se agitó y cerró los ojos. Tomó entonces del antebrazo a la mujer y la haló, mientras que con la mano libre, hacia la silla de ruedas hacia atrás. Dándole espacio al médico para trabajar.

Fueron… ¿minutos? ¿Horas? Honoré sintió que el tiempo reptaba de manera distinta sobre los muros de esa habitación enferma. Veía sólo la espalda de Verpilleux encaramado en la cama, y el recipiente donde apenas la cantidad correcta de sangre sería depositada. Sintió como si le extrajeran la vida a él, sin embargo, se obligó a no mirar a otro lado, como si se tratara de una penitencia que se merecía.

Verpilleux se giró, limpiándose las manos con un paño. Georgine estaba dormida, una vez más.

Estará agotada, pero la fiebre cederá para esta noche —continuó el médico mientras guardaba algunas de sus cosas y tiraba otras—. Honoré… —le habló con inusitada, casi blasfema familiaridad, sobre todo considerando que el señor Satie no permitía esas libertades para con él—, ¿has reconsiderado? Lo de la terapia para volver a caminar.

Aquello no era algo que el dueño de la casa esperara. Tensó las mandíbulas y si no gritó que se largara, fue para no despertar a la niña. Verpilleux era un hombre astuto y creyó que lo había hecho adrede, en ese momento y ese lugar, precisamente por eso. Soslayó a MacFarlane; no era un asunto que le interesara a ella. Respiró profundo luego.

Tomé mi decisión, Verpilleux. No quiero terapia alguna —abrió los ojos como dos ascuas que parecía aún al rojo. No elevó la voz, claro, aunque de ese modo, entre dientes, sonaba más amenazador aún. Un hito, considerando que cualquiera podría considerarlo débil, debido a su condición.


Última edición por Honoré Satie el Miér Sep 06, 2017 11:21 pm, editado 3 veces


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Mensaje por Julianne MacFarlane Vie Jun 23, 2017 11:34 pm

El sufrimiento de Georgine la atravesaba. No podía evitar pensar en su pequeño Mihai, siendo sometido a una práctica de ese tipo. Siempre agradecería lo fuerte que era su hijo. La niña, sin embargo, mostró un estoicismo digno del apellido que llevaba. Pudo ver la enseñanza de su abuela, esa mujer tan amorosa y, al mismo tiempo, tan recta. A ella también la habían educado de esa forma, evitando cualquier escándalo, así fuera en un momento de sufrimiento físico o enfermedad. Sus padres habían sido abiertos y desestructurados, pero no dejaban de ser miembros de la alta sociedad inglesa, acartonada por naturaleza. La sostuvo y acarició, como lo hubiera hecho con su propio retoño, y la nena se notaba agradecida y agotada. Cuando, finalmente, se durmió, Julianne pudo relajar el gesto. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo tensionada que estaba su espalda, su mandíbula y su propio ceño.

No alzó el rostro, que tenía fijo en la convaleciente Georgine. Sin embargo, le fue inevitable escuchar el intercambio entre el médico y su patrón. Estuvo tentada de observarlos, pero se mantuvo en su sitio, rozando la mejilla –que poco a poco retomaba su color- con el dorso de los dedos índice y medio. Era como la caricia de una pluma, muy suave, casi no la tocaba, pues no quería despertarla. Pensó en cómo la niña necesitaba a su madre, se vio a sí misma cuando perdió a la suya y enfermaba. Un pequeño corte con una hoja, y añoraba su sonrisa, su calor. Una angustia imposible de poner en palabras, se alojó en la zona de su garganta. Sin mediar un pacto, una lágrima rodó. Julianne la barrió inmediatamente, y volvió a concentrarse en la pequeña.

El médico se retiró murmurando un saludo, y fue cuando la institutriz se atrevió a dirigir su mirada hacia Satie. Le fue inevitable sentir el peso inquisitorio de sus propios orbes, y volvió a relajarse, pues no quería que él se sintiera insultado. Era bastante susceptible e irritable, y lo que menos quería, era un entredicho con su jefe. Se preguntó por qué rechazaba una terapia, ¿acaso no quería volver a caminar? Desconocía los detalles del incidente, pero imaginó que se había condenado a sí mismo a esa silla de ruedas, como castigo por haberse quedado en el mundo, mientras que su amada lo abandonó en la flor de la juventud y con una hermosa familia por disfrutar.

— ¿Hay algo que pueda hacer por usted? ¿Quiere que lo deje a solas con Georgine? Me retiro, si así lo desea —preguntó con prudencia. Quizá, ya que había abandonado su reclusión, quería permanecer junto a su hija. Era, además, lo que correspondía. A ella le hubiera gustado quedarse, pero sentía la necesidad de volver junto a Mihai, de abrazarlo, de sentirlo sano y alegre contra su pecho. Él era lo único que tenía, y ella era lo único que al niño le quedaba. Estaban solos en el mundo, debían cuidarse y amarse mutuamente. Aquel sentimiento tan visceral que la unía a él, le hacía creer imposible que Honoré Satie no quisiese disfrutar cada instante con sus hijos, a pesar de sus dificultades y limitaciones. Los nenes lo aceptarían de todas formas, eran maravillosos. Pero aquellos pensamientos, debían quedar reservados para sí misma.


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Mensaje por Honoré Satie Miér Sep 06, 2017 11:47 pm


Soslayó a la institutriz y agradeció que al menos hubiera tenido la delicadeza de no mirar el intercambio con Verpilleux, aunque no era ningún tonto, no existía modo en el que ella no hubiera escuchado.

Sólo pudo relajarse cuando el médico se marchó. Tendría que regresar, para dar un seguimiento al tratamiento de Georgine, pero esperaba que en aquella ocasión, no estar presente, no podría ver el rostro del doctor de nuevo, y oír esas palabras otra vez. Él estaba más allá de cualquier cura, su enfermedad iba más lejos que simplemente unas piernas que se negaban a obedecer. Estaba podrido del corazón y del alma, y si no quería extender esa negrura y contagiar a sus hijos, lo mejor era alejarse. Sí, eso, se convenció al tiempo que maniobraba de nuevo con la silla. Quedó frente a la cama, con su hija respirando de manera más acompasada, verla así, le trajo sosiego, uno que necesitaba con desesperación, a un lado, ella, MacFarlane haciendo su trabajo. Aunque siendo fieles a la verdad, Honoré encontró una devoción sincera, algo más allá de lo que unos francos pueden mover. Agradeció el buen ojo de su madre.

Fue a pedirle que no hablara de lo que ahí había escuchado. Su madre sabía que existía una remota posibilidad para él, misma que había abandonado al primer fallo, no sintiéndose capaz de aguantar más. Pero sus hijos no, sus hijos no sabían que había un pronóstico débil pero presente que podía ponerlo de pie de nuevo, y no quería crearles esa falsa ilusión. En cambio, se calló en cuanto la vio. No estaba llorando, pero tenía el surco húmedo de una lágrima cruzar un rostro que, hasta ese momento, Honoré pareció ver con claridad. Era hermosa, y entonces otra avalancha de preguntas vino a él, cómo qué hacía una mujer tan bella soltera, en una sociedad como la suya. Apartó esos pensamientos, en parte gracias a que Julianne misma le habló.

Es todo, muchas gracias —dijo de modo circunspecto. Fue a girar la silla para él mismo marcharse, pero pareció recapacitar—. No, espere, sí hay algo, quisiera hablar con usted. —Miró de reojo la cama, donde la niña al fin había encontrado algo de calma—. Pero no aquí, acompáñeme de regreso a mi habitación, por favor. —Decir «gracias» y «por favor» se sintió un tanto artificial viniendo de él, pero lo hizo con toda la buena intención que pudo.

Movió la silla para encaminarse a la puerta, pero aguardó ahí, para que ella le ayudara a abrir. Una vez en el pasillo, volvió a pedir su auxilio para subir algunos desniveles, aunque en general, pudo solo. Aquella casa no estaba diseñada para un hombre como él, cada detalle le recordaba su invalidez. Eso sólo atizaba esa hoguera de rencores y amargura, la misma que lo obligaba a recluirse y no ver la luz del sol.

Hyperion silbó como recibimiento, obviamente no aprobando la presencia de Julianne. De inmediato, brincó al regazo de su amo, quien lo acarició para tranquilizarlo. Y para tranquilizarse. Alzó la mirada.

Sólo quería agradecerle. Es obvio que hace un gran trabajo con mis hijos, y no habíamos tenido oportunidad de hablar como es debido. —Estaba muy serio, no dejó de acariciar al gato, que ronroneó contra su cuerpo, aunque no dejaba de ver a la intrusa con algo de recelo—. Le pido por favor, que se sienta con libertad de tomar decisiones importantes sin tener que consultarme. Estuvo bien que me llamara en esa ocasión, pero como ya habrá notado, no me gusta mucho ser interrumpido. Confío en su criterio. —Sus palabras fueron un arma de doble filo. Por un lado le daba un poco más de poder, de carta abierta para con sus hijos, e incluso, dijo una palabra clave: «confianza». Pero por otro lado, le dejó muy en claro, que no quería ser molestado. Su rostro, como de costumbre, impertérrito, casi irreal.


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Mensaje por Julianne MacFarlane Lun Mar 19, 2018 3:48 pm

Lo acompañó en total silencio, ayudándolo en los trayectos que se le complicaban, solícita y discreta. Se cuidaba de no mirar de más, de no asistirlo ni un segundo más de lo que se debía. Satié, a pesar de que se encontraba abatido por el estado de salud de su hija, parecía un volcán a punto de hacer erupción. No se sabía cómo, ni en qué momento, pero él explotaría y arrasaría todo a su paso. Se dijo a sí misma que era menester tener cuidado con sus palabras, con sus actos, si quería permanecer en un lugar seguro y donde no solo ella, sino también Mihai, recibían cariño y cuidados, algo que les era negado desde hacía varios años y a lo que comenzaban a acostumbrarse, pues es muy fácil que lo bueno se vuelva cotidiano. Nunca vio a su hijo tan feliz como en aquella casa, y si el pequeño era feliz, Julianne también lo era, sin importar los temores e inseguridades que la envolvían.

La impertinencia nunca había formado parte de su personalidad, solo cuando se convertía en Justice y lanzaba artículos en contra de la corona, el régimen político y económico mundial, defendía los derechos de las mujeres y la búsqueda de la paridad de género. Sí, cuando la utopía la envolvía, se convertía en una dama demasiado impertinente. Sin embargo, Julianne era una muchacha que había recibido una rígida educación inglesa, conocía su lugar y no daba peleas que no podía ganar. Pero por más que intentó morderse la lengua ante su jefe, el cariño por esos niños, que se había convertido en su familia, pudo más. Le hubiera gustado apreciar el gesto de confianza, era tan simple agradecerlo, pedir permiso y retirarse… Pero no, al parecer, la soledad de Georgine le había hecho mella en el espíritu tranquilo que poseía.

—Con todo el respeto que me merece, Monsieur —inició, alternando la mirada entre el gato, que parecía que le arrancaría los ojos en pocos segundos, y su patrón. —Si delega responsabilidades en mí, significa que usted dejaría de hacerse cargo de sus hijos —a pesar de la suavidad que empleaba en su tono de voz, era consciente de lo hirientes que podrían llegar a ser sus palabras. —Yo estoy con los niños desde que se levantan hasta que se duermen, y me atrevo a decirle que ellos lo extrañan, lo necesitan y lo aman —alzó un poco el mentón, para darle un poco más de autoridad a sus palabras.

—No le hablo solo como institutriz, sino también como madre. No sé si está al tanto, pero su madre me permitió vivir con mi hijo aquí, que es tan solo un bebé, y se lleva de maravillas con sus hijos —aclaró, con una suave sonrisa. —Le decía… —temía irse por las ramas y no quería perder la atención de Honoré. Si es que podía llamarse atención a la bronca que comenzaba a crecer y la ira que lanzaban aquellos ojos negros. —Sus hijos lo necesitan presente. Ellos…ellos también extrañan a su madre, y sienten que los han perdido a ambos. Yo perdí a mis padres, de una forma violenta que recuerdo todos los días, soy huérfana, y daría mi alma por poder tenerlos unos minutos más a mi lado. No permita que sus niños crezcan con esa sensación, y permítase, también, que el amor le sane las heridas — ¿qué era todo aquel discurso, Julianne MacFarlane? — Ahora, si usted cree conveniente que deje mi puesto de trabajo, aceptaré sin escándalos su voluntad —llevó ambas manos a la boca del estómago y esperó la sentencia.


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Mensaje por Honoré Satie Miér Jul 04, 2018 11:31 pm


Esperaba lo usual, que diera las gracias y se marchara, recobrar la tranquilidad que con tantas ansias siempre buscaba y jamás encontraba, pero sólo en esa habitación lograba algo muy parecido. Tan estuvo seguro de que eso iba a suceder, que se concentró en Hyperior y en rascarle entre las orejas. Entonces la voz ajena lo llamó y alzó el rostro con una mezcla de ofensa y sorpresa en sus facciones endurecidas por la amargura que lo estaba consumiendo.

La dejó hablar pero fue obvio el enojo que se fue acumulando en sus ojos y en sus mandíbulas apretadas. Aceptaba que era nueva, pero creía que su madre y el resto de la servidumbre ya le habrían advertido sobre cómo comportarse con él. No obstante, encontró algo atrayente el fuego que habitaba dentro de MacFarlane. Quizá porque era algo que él perdió en el accidente, junto a muchas otras cosas y le pareció ciertamente embriagador, nuevo, pero no se dejó dominar por esa repentina emoción. En cambio, sonrió de lado con un dejo cruel y se agachó levemente para dejar al gato en el suelo. Empujó la silla hacia el frente.

Esa es la idea general de sus servicios, madame. Que usted se haga cargo de mis hijos, ¿sino para qué le pagamos? —soltó con saña y suspiró—. Agradezco el interés y la preocupación. No la despediré, mi madre le tiene mucha fe, y lo que yo crea no importa, confío en el criterio de ella, sólo limítese a hacer su trabajo, y mantenga la nariz fuera de los asuntos familiares de los Satie, ¿le queda claro? —El tono fue subiendo, y con él la furia en su voz.

Le aseguro que mis hijos estarían mejor si hubiera muerto también, no me hable como si conociera mis problemas. Le juro por la memoria de mi esposa, que les hago más bien al alejarme que teniéndome cerca, usted… usted no sabe de lo que está hablando. —Cómo deseó tener la capacidad de ponerse en pie y erguirse ante ella, imponente, para dejar más claro su mensaje. Se asió de los descansabrazos de la silla ante la impotencia, que sólo aumentó su enojo.

Se va a quedar en esta casa, y va a aprender su lugar, ¿de acuerdo? No quiero volver a escucharla siquiera insinuar algo similar. Habla como si no amara a mis hijos, y es porque lo hago que me alejo de ellos, usted… —No pudo seguir, se le dobló la voz y se odió por ser tan jodidamente débil. Echó la silla hacia atrás y se giró, para no verle la cara, ni dejar que ella viera la suya.

Era duro escuchar a quien fuera decir que prefería estar muerto y que su presencia era tan horrible que se las evitaba a aquellos a los que más quería. El monumental cabreo que tenía le bajó todas las defensas y no podía permitir que eso se repitiera, ni aunque Julianne tuviera esta actitud refrescante que antes pudo ver en ella; ese había sido un error que no iba a repetirse.

Ahora lárguese, antes de que me arrepienta y la eche a la calle. —Casi llegó a gritar, pero fue sólo para ocultar las lágrimas que le escurrían por las mejillas como el pobre diablo que era y que siempre había sido. Un pobre minusválido que no necesitaba la lástima de nadie.


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Mensaje por Julianne MacFarlane Dom Sep 16, 2018 6:34 pm

Había convivido con un monstruo los últimos años de su vida, y había aprendido a reconocer cuándo tenía uno frente a ella. Y no era el caso de Honoré Satie. Una culpa ensordecedora le trepó por el alma, y se alojó en su pecho. Había removido las heridas de un hombre atormentado, y todo por haberse metido en asuntos que no eran de su incumbencia. Por supuesto que no había tenido malas intenciones, se había encariñado infinitamente con los vástagos de su patrón, y sólo había pensado en ayudar a la familia. Ella no era nadie para hacerlo. Cada hogar era un mundo, y ella, como empleada, no era más que un accesorio que un día estaba y al otro no. Su único pensamiento debía estar dirigido a la supervivencia de su hijo y la propia. El resto eran aditamentos que la distraían del verdadero objetivo: juntar el suficiente dinero para poder irse de Europa, para desaparecer y formar una vida en un nuevo lugar, donde nadie la pudiera reconocer ni asociar a los Basarab.

Profundamente arrepentida de lo que hizo, abandonó la postura que la mantenía altiva, y agachó la cabeza. Ya no era la señora de nadie. Era una simple institutriz que no tenía dónde caerse muerta, y quería darle lecciones de vida a una persona que vivía postrada y que se mantenía lejos de sus hijos porque creía que eso era lo mejor. Debió apretar la mandíbula para contener el llanto y tragó con dificultad, un nudo muy doloroso se le había formado en la garganta. Se puso en el lugar de él y pensó que no podría condenar a su pequeño Mihai a convivir con ella en un estado parecido al de Satie. Luego de haber dado aquel lamentable discurso, comprendió la magnitud de la pena del hombre, que había optado por la soledad de aquellas cuatro paredes, la compañía de un temible gato y la contemplación lejana de sus hijos. Ellos crecían ante sus ojos, y él en nada participaba. Era una agonía sin fin que, de tan sólo imaginarla, le revolvía el estómago.

Se atrevió a alzar la vista cuando escuchó el ruido de la silla de ruedas. Lo descubrió dándole la espalda y lo agradeció, no hubiera sido capaz de seguir soportando el peso de aquella mirada, tan cargada de rencor como de dolor. Hizo un paso atrás, iba a retirarse en silencio, pero se vio en la penosa necesidad de decir algo más. No quería dejar la situación en tanta tensión con su jefe.

Espero pueda disculparme por mi imprudencia. Actué con absoluta mezquindad, no ha sido mi intención ofenderlo o provocarle un malestar —estaba sinceramente arrepentida. —Y debo agradecerle por mantener mi fuente de trabajo, a pesar de lo incorrecto de mi comportamiento. No volverá a repetirse. Le pido el más genuino de los perdones. Con permiso.

Desapareció rápidamente, cerrando la puerta con cuidado. Regresó junto a Georgine, le acarició la frente, le susurró una canción y pudo llorar. Estaban solas. En total silencio, las lágrimas empaparon la sábana. Julianne lloró por lo que había desatado en Honoré Satie, y también por miedo a no poder salvar la grieta que se había abierto. Viviría con temor de volver a la calle. ¿Qué sería de Mihai? Si de algo estaba segura, era de que haría cualquier cosa por preservar a su niño, para que nada le faltase, para que fuese feliz. Había herido de muerte a su marido, luego de eso, no había vuelta atrás.
TEMA FINALIZADO


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