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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lorna Mackintosh Dom Sep 10, 2017 7:44 pm

Fergus, Keith y Maisie tenían once, ocho y cinco años, respectivamente. El mayor de los tres era el más inseguro a la propuesta de Lorna, pero la admiraba tanto que decidió aceptar. Lo más pequeños, recibieron con entusiasmo la noticia, y no hubo día que no le preguntaran si faltaba mucho para ir a la escuela. Fergus, íntimamente, estaba feliz, pero era un muchacho serio, que había aprendido a leer a escondidas, porque no quería que su hermana se sintiera inferior. La mayor tenía un amor enorme y desinteresado por ellos, y era capaz de todo con tal de hacerlos felices. Y las sonrisas sinceras de Keith y Maisie, cuando por fin llegó la hora de ir a lo del señor Thierry, se convirtieron en un bálsamo para su corazón triste. Les puso su mejor ropa, y si bien era sencilla, estaban limpios y perfumados. Los peinó y les recordó que debían comportarse correctamente.

Caminaron un larguísimo trecho, ya que su vivienda se encontraba muy alejada de la mansión de su cliente, pero estaban acostumbrados a las grandes distancias, por lo que no les costó demasiado hacerlo. Los del medio iban un poco más adelantados, conversando y pateando alguna que otra piedra, mientras que Lorna llevaba a Maisie de la mano, quien le hablaba sobre todas sus expectativas, que eran leer muchos cuentos así se los contaba a sus hijos cuando fuera grande. La pequeña, desde esa temprana edad, soñaba con formar una familia. A la prostituta se le calentaban los ojos, pues, si llegaba a ser una muchacha instruida, quizá lograría un trabajo, marido y casa decentes. La pureza de la nena era la alegría de todos en la casa, y era a quien más protegían del mundo exterior.

Se pararon ante el enorme portón de ingreso, los cuatro con los ojos abiertos de par en par, imposibilitados de emitir sonido ante la imponencia de aquella mansión. Jamás imaginaron, ni siquiera Lorna, que Thierry viviría en un sitio como aquel. Fue ella la que tuvo que reaccionar y tocó la puerta; luego de hacerlo, notó que había una campanilla. Estuvo a punto de utilizarla, pero un hombre, enfundado en la pulcritud de un traje negro, los recibió. Se presentó como el mayordomo y les dijo que el Señor Debussy estaba esperándolos. Ingresaron, a paso lento, y miraron cada rincón como si se tratase de un parque de diversiones, el lujo se esparcía por doquier. El mayordomo los guió hacia una sala de grandes ventanales, cómodos sillones y hermosa decoración. Los dejó solos.

— ¿A dónde nos has traído? —preguntó Fergus, molesto. —Llega a perderse algo de aquí, y nos meterán en la cárcel —estaba atemorizado.

—No pasará nada —lo animó Lorna, aunque ella también tenía terror. —Si nos comportamos bien, no dudarán jamás de nosotros. Somos pobres, pero honrados.

—No nos conocen, Lorna —parecía un cachorro mojado, y la joven tuvo muchas ganas de abrazarlos. —Estamos a tiempo de irnos —y se puso de pie.

—No quiero irme —se quejó Maisie, que estaba sentaba en la falda de Lorna, bamboleando las piernas.

—Seríamos unos maleducados si nos vamos. Conozcan al señor Thierry. Si no les agrada, no volveremos. Pero no perdamos esta oportunidad —le rogó. El muchacho dudó, se midieron con la mirada y, finalmente, tomó asiento. La mayor logró respirar.

En ese momento, las puertas se abrieron y Thierry entró. Los cuatro se pusieron de pie de un salto e hicieron una torpe reverencia, que demostraba a las claras lo poco acostumbrados que estaban a ese tipo de gestos. Maisie lo contempló como si se tratase de un dios, Keith le sonrió con dulzura, Fergus lo miró con resquemor, y los ojos de Lorna, repletos de lágrimas, se tiñeron de gratitud.

—Estamos muy felices de estar aquí —dijo, en ese torpe francés. Sus hermanos lo hablaban mucho mejor que ella, pero ninguno se atrevía a corregirla.


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Mensaje por Thierry Debussy Lun Oct 23, 2017 9:53 pm


Tenía una habitación en la planta baja de la enorme propiedad Debussy en París, especialmente acondicionada para las lecciones con los niños de los hombres ricos de la ciudad. Usualmente sólo recibía a un chiquillo por tarde, así que en aquella ocasión, hizo que llevaran cuatro nuevos escritorios bajos, donde la silla y la mesa estaban pegados por una base común, parecido a los pupitres en escuelas públicas. Aún no quitaba el dedo del renglón de hacer que Lorna también tomara clases, pero no la obligaría.

En ese lugar, también había un pizarrón, tiza, libros para todos los niveles de educación y un montón de material que sus alumnos pudieran necesitar, sobre todo para que no tuvieran pretexto para no hacer las cosas, porque ya se conocía todas las excusas. Para ser un hombre tan seco y serio, era bastante meticuloso con su trabajo. Y quien lo conociera por fuera, no imaginaría que dedicaba su vida a enseñar a leer, escribir y sumar a niños. Era muy estricto, pero no dejaban de ser pequeños imberbes e impresionables, y por el Dios en el que no creía, jamás le había dejado un trauma a ninguno de sus pupilos. De eso se encargaban sus padres.

Su mayordomo de confianza insistió en ayudarle a preparar el aula, porque esta ocasión era muy especial, pero Thierry, con ese modo cortante y directo que tenía, le dijo que se hiciera a un lado, y se encargó de todo. Colocó cuadernos cosidos nuevos en cada pupitre, lápices recién afilados con navaja (no quería una accidente, así que decidió hacerlo él, y no dejar que Lorna o sus hermanos se atrevieran) y borradores de migajón.

Cuando todo estuvo listo, desapareció. Dio la instrucción que en cuanto llegaran, los hicieran pasar a la antesala, donde él los recibiría. Dicho y hecho, en cuanto escuchó las voces al otro lado de la puerta, en la sala donde había pedido que los llevaran, salió, abriendo apenas la mitad de una puerta doble.

Sí, sí, claro —fue su parca respuesta y estudió a los niños. Mal alimentados, algo pálidos, aunque iban bastante pulcros, y esperó que con ganas de aprender. Terminó aterrizando la vista en Lorna—. Me alegra ver que son puntuales —sentenció con esa voz falta de emoción que intimidaba a cualquiera, que no reflejaba alegría, definitivamente.

Vengan por aquí —continuó y regresó sobre sus pasos. Esta vez abrió ambas mitades de la puerta doble, y dejó a la vista de sus nuevos alumnos aquel lugar. Aparte de los pupitres y el pizarrón, la pared del fondo estaba totalmente cubierta por un librero, repleto de tantos libros que no se alcanzaba a distinguir ninguno. Había también un globo terráqueo en sepia y madera, un caballete vacío, varias sillas y bancos y de costado, tres grandes ventanas dejaban entrar mucha, mucha luz, que hacían lucir dorado el lugar, donde las maderas oscuras eran la constante.

Tomen asiento —señaló los escritorios especialmente puesto para la ocasión—. Tú también, Lorna. —La miró fijamente y avanzó con paso resuelto hasta ella. Volver a estar cerca le recordó el cómo se conocieron, pero no dejó que eso lo distrajera—. Si ven que tú lo haces, lo harán —le dijo más bajo, como una confidencia. Su voz incluso sonó amigable de ese modo.

Una vez que estén en el lugar que eligieron, digan su nombre. —Les dio la espalda y fue hasta el pizarrón, donde de inmediato comenzó a escribir algo con la tiza. Escribía muy rápido, con movimientos cortos que hacían sonar el gis contra esquisto en pequeños golpes. Al voltearse de nuevo, dejó el mensaje al fin a la vista, aunque probablemente no lo sabrían leer. Era simplemente que necesitaba esas directrices para sus lecciones. Era hombre de métodos y muy idiosincrásico.

«Examen de diagnóstico» decía, con una letra muy recta y muy clara. No era como solía escribir él, sino como lo hacía cuando daba clases.


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Mensaje por Lorna Mackintosh Sáb Mar 31, 2018 5:23 pm

Lorna estaba aterrada. Tenía ese temor que nace de la inseguridad de la ignorancia. Ella solo quería que sus hermanos aprendieran, y tenía la idea firme de que no estaba capacitada para aprender nada, como tantas otras prostitutas, que incluso mantenían a sus familias con aquel trabajo. Y a pesar de que para ella era algo muy digno, no soportaba la idea de que Maisie terminara con sus piernas abiertas en una habitación de prostíbulo. Ella tenía en su poder la posibilidad de brindarle una vida mejor, y eso haría por todos sus hermanos. Si a sus padres no les preocupaba, a ella sí. Le sonrió levemente a Thierry cuando éste, en complicidad, le planteó que ella se sentara en el pupitre para que los niños la imitaran y, haciéndolo honor a la verdad, así fue. Casi al mismo tiempo, los tres pequeños se ubicaron en sus respectivos lugares. La más pequeña de todos parecía la más entusiasmada, y no quitaba sus enormes ojos azules del rostro del que, ahora, sería su profesor.

Por supuesto, fue Maisie, con su vocecita aguda la que se presentó primero, le siguió Fergus y, finalmente, Keith. Lorna los miraba desde atrás y se le calentaron los ojos de pura emoción. Había fantaseado con aquella imagen durante mucho tiempo y, finalmente, se estaba haciendo realidad. Se dijo que los sueños pueden cumplirse. Por instinto, se llevo ambas manos al pecho y las cerró allí, hasta que algo que no esperaba la hizo sorprenderse.

—E…exam…examen de diag…diagnos…diagnóstico —Keith leyó con dificultad las palabras que Debussy había escrito en el pizarrón.

¿Sabes leer? —preguntó una atónita Lorna.

—Suelo escabullirme en una escuela —confesó, con timidez. —Escucho detrás de una ventana y he aprendido. Muy poco —se encogió de hombros, aún con la mirada clavada en el pupitre, sintiéndose en falta por hacer cosas que solo un ladronzuelo haría.

—Tendrías que salir a buscar comida —se quejó Fergus.

Basta, Fergus —lo reprendió la muchacha, en su idioma natal. —Permitan al señor Debussy continuar con su lección. Somos pobres, pero educados —y eso era real.

Los Mackintosh no eran chicos vulgares, sucios o traviesos. Sus padres, con todas las limitaciones que poseían, se habían encargado de enseñarles modales, buenos hábitos de higiene y también a respetar. La mayor parecía haber sido el único ensayo en su familia, aquella a la que le desviaban la mirada y con la que se permitían flaquear y errar. Lorna, lejos de culparlos, comprendía la apremiante situación que vivían, y que ella era el único medio concreto para no morir en la más terrible miseria. Aceptaba su realidad, pero no quería que fuera también la de sus hermanos, por los que alzaba la bandera de una lucha contra la pobreza y el analfabetismo.

Disculpe, señor Debussy. No volveremos a interrumpir su clase —se apuró en agregar. Agradecía el respeto que sus hermanos prodigaban por ella. Rápidamente se irguieron en sus lugares y dirigieron la vista hacia el espectador de lujo del drama familia. Lorna estaba visiblemente avergonzada por el momento de tensión, que si bien se disipó rápidamente, a la joven la había incomodado.


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Mensaje por Thierry Debussy Miér Jul 04, 2018 11:06 pm


Mantuvo el rostro serio, como era siempre, sus ojos azul verdoso enmarcados en unas poderosas cejas que lo hacían lucir como el diablo, verdaderamente. Pero hubo un atisbo diferente en la mirada, las ganas de sonreír que no alcanzaron a la comisura de sus labios. Una vez que los vio en sus lugares, asintió, como dando su aprobación y fue a por algo al escritorio.

Rebuscó entre algunos documentos pero se irguió de inmediato, con el rostro genuinamente sorprendido, arqueó una ceja. Tenía los papeles que fue a buscar y rodeó el escritorio sin dejar de ver al chiquillo que había leído. No sólo lo hizo bien para como explicó que había aprendido, sino que le pareció que podía tener aptitudes más allá de la norma. El examen les iba a ayudar a resolverlo. No dijo nada, sólo hizo una reverencia hacia Lorna como agradecimiento por poner orden.

Repartió las hojas en blanco, era inútil tratar de darles un examen con las preguntas escritas, si no iban a saber leerlas. Las mismas, que preparó desde que acordó con la chica esa reunión, eran muy básicas y podían ser resueltas con dibujos, ya que, evidentemente, tampoco sabían escribir. Tal vez el llamado Keith sí.

Carraspeó para llamar la atención de sus alumnos y se paró muy recto al frente, con las manos entrelazadas en la espalda.

Les voy a pedir que escriban, si pueden, o dibujen, tres cosas: la ciudad donde viven, puede ser sólo lo más representativo; a su familia, incluidos ustedes; y finalmente, aquello que les interese más aprender, animales, flores, libros, el mar, lo que sea. ¿De acuerdo? Tienen quince minutos a partir de ahora, si tienen dudas, me pueden preguntar —anunció de manera muy profesional y comenzó a pasearse entre los pupitres mientras el sonido del grafito sobre el papel se empezó a escuchar.

Se paró frente a Lorna, pareció que quería decirle algo. En cambio, tomó asiento en el reducido espacio de la banca a su lado, tuvo que empujarla un poco con su propia cadera.

Tú también, Lorna. Que vean que es importante —le dijo, una vez más, en tono confidente. Tomó el lápiz que había dejado en ese lugar y se lo ofreció—. Dime, ¿tú sabías lo de tu hermano Keith? Parece un niño muy listo. Tus otros dos hermanos no desmerecen en entusiasmo, pero hay veces que… existen estas personas con más facilidad para aprender, si Keith es una, podría hacer grandes cosas. Supongo que el examen nos lo dirá. —Una vez más, esas ganas de sonreír se quedaron sólo en eso.

Clavó los ojos en la chica con intensidad. Thierry iba por la vida con esa actitud de que nada, ni nadie le interesaba, pero cuando se trataba de erradicar la ignorancia cambiaba completamente y aquí estaba la muestra.


Última edición por Thierry Debussy el Jue Oct 04, 2018 8:34 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Lorna Mackintosh Sáb Sep 15, 2018 10:01 am

La muchacha no podía ocultar la emoción que le generaba ver a sus hermanos en aquellos pupitres, prestando atención a su maestro. Lorna sintió profunda admiración por aquel hombre, que a pesar de su gesto adusto y de sus modos tan poco cordiales, parecía tener un alma noble y un corazón de oro. Entendió que estaba en deuda con él y que su gratitud sería eterna. Monsieur Debussy se había ganado la absoluta lealtad de una Lorna que, no conocía demasiado el significado de aquella palabra –como de tantas otras-, pero fue la primera que cruzó su mente cuando intentó darle forma a lo que la figura frente a sus ojos le inspiraba. Eso era lo que se decían las personas cuando juraban prometerse mucho más que amor, y eso era lo que la muchachita sintió en su pecho, sitio donde todas las emociones se habían conjugado para otorgarle una felicidad que desconocía por completo. Todo valía la pena si podía darle lo mejor a sus hermanos, para que construyesen un futuro lejos de una mala vida, que fueran una mujer y dos hombres de bien.

Contempló al devenido en maestro hasta que se sentó a su lado. Lorna se giró para poder mirarlo, y por primera vez se detuvo en las facciones del hombre. Ella nunca hacía eso, porque sentía que los volvía la mercancía en la que la convertían cuando usaban su cuerpo. Pero no pudo evitarlo, quizá porque el contexto era completamente diferente a todo lo que conocía. Descubrió que era arrebatadoramente atractivo, que el halo de misterio que lo cubría le daba la sensación de atraerle como si se tratase de un insecto que es guiado hacia la luz. Monsieur Debussy también, parecía peligroso. Vio tormentas detrás de aquella mirada distante, que colocaba entre ellos una muralla infranqueable.

Con una mano temblorosa, aceptó el lápiz, más por la sorpresa que implicaba la invitación y por no rechazarlo, que por un convencimiento propio. Apreció el alargado objeto de madera cual extrañeza, y se dio cuenta, de inmediato, de la expresión estúpida que se le había dibujado en el rostro. Una vez más, regresó sus ojos cubiertos de temores hacia el maestro, y le agradeció que no la obligase a llevar adelante la tarea. Ella no sabía ni escribir su nombre, algo que incluso la más pequeña de la familia sabía hacer.

Keith siempre ha sido muy inteligente —expresó, en voz baja y dubitativa. Como un acto inconsciente, apoyó el lápiz en la hoja sobre el pupitre y al tiempo que hablaba, dibujaba un Sol. Algo muy simple. Un círculo del cual salían líneas de diferentes tamaños. —Me alegra que usted también lo note —aseguró, con una suave sonrisa. —Quiero lo mejor para mis hermanos, son lo más importante que tengo —continuó mientras instintivamente hacía nubes alrededor del Sol. Se dio cuenta que sus padres eran accesorios necesarios, y aquella idea la entristeció, aunque su rostro no mutó ni por un instante.

Mis padres no quisieron que yo aprendiera. A ellos los adoran —y señaló con el mentón hacia el trío de niños. —Pero a mí no. Mi padre violó a mi madre cuando era muy joven y de ese acto nací. Siempre me rechazaron. Los obligaron a casarse para ocultar la vergüenza —no supo por qué relataba su historia, pero su mano comenzó a tachar todos los dibujos que había hecho, comenzando por la sonrisa que le había puesto al Astro Rey. —Oh, disculpe —dijo, cuando notó lo que había hecho. — ¿Ve? No sé ni dibujar —se lamentó al tiempo que las mejillas se le coloreaban de carmesí.


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Mensaje por Thierry Debussy Jue Oct 04, 2018 9:11 pm


Era extraño, si se detenía a pensarlo; el cómo había conocido a Lorna y cómo se desenvolvió la peculiar invitación que le extendió aquella noche. Él ni siquiera frecuentaba el burdel, demasiado melindroso como para enredarse con una mujer que no iba a ser sólo para él. Pensó en lo sucio que era todo eso, y supuso que había estado en un momento de desesperación como para haber puesto un pie por ahí. No obstante, de todo eso había salido algo bueno.

Thierry no era un héroe, oh no, todo lo contrario, pero su gran meta en la vida era cortar de tajo la ignorancia, y aunque fuera con estos tres niños (cuatro, contando a Lorna), iba a hacerlo. No dejó de verla con gesto impertérrito incluso cuando la chica comenzó a narrarle la tragedia de su vida, si acaso sólo ensanchó las fosas nasales de manera inconsciente. Con la vista periférica alcanzó a notar en lo que hacía en su hoja en blanco.

Lorna, detente —le pidió con voz sorprendentemente suave, estiró una mano para tomar la ajena, esa que sostenía el lápiz. Con ambos conjuntos de falanges uno sobre el otro, eran más evidentes las muchas diferencias que había entre ambos—. Ibas muy bien, deberías tenerte un poco más de fe —dijo con voz calmada, como si quisiera apaciguar a la joven.

Se dio cuenta de lo peligroso que todo eso era. Lorna, y sus hermanos por consecuencia, golpeaban un punto blando en su corazón. Todos esos años, Thierry había creído que había perfeccionado esa armadura que vestía para enfrentarse al mundo, y ahora, esta chiquilla le demostraba que tenía una falla. ¿Pero no acaso incluso el héroe Sigfrido había cometido ese error? Tras bañarse con la sangre del dragón Fafner para volverse inmortal, una hoja cayó sobre su espalda, dándole un punto débil. La soltó cuando se percató que no había separado su mano de la ajena.

Te traeré una hoja limpia. Hazlo, Lorna, por tus hermanos. —Se puso de pie. Entendió un poco más de la chica tras haber escuchado su historia. Porque somos consecuencia de nuestros padres y sus acciones, y eso quedaba manifiesto en la pobre joven que no se creía lo suficientemente valiosa.

De haber sido otro, habría hecho algo para hacerla sentir importante, pero Thierry era la última persona a la que debías acudir para buscar consuelo, siempre directo y reacio, hosco y cruel. Regresó al cabo de unos segundos y le extendió la nueva hoja.

El lugar donde vives, tu familia y lo que quieres aprender —le repitió lo que debía plasmar—, puedes dibujarlo, no me importa si lo haces mal o bien. —No esperó por una respuesta, regresó por entre los pupitres al frente.

-:-

Al cabo de quince minutos, Thierry dio dos palmadas para llamar la atención de su reducida clase.

Se acabó el tiempo, traiganme lo que hicieron —ordenó e hizo una seña con la mano para que todos, Lorna incluida, se acercaran y entregaran su examen—. Esto lo voy a revisar con calma, tengo una última prueba para ustedes antes de dejarlos ir por hoy —anunció. Dejó las hojas sobre el escritorio, mismo que rodeó y levantó una caja de madera.

Se sentó en el suelo y vació el contenido. Eran cubos y otros poliedros de madera maciza, de todos los colores imaginables, aunque tenían algunas esquinas maltratadas a base de uso.

Con estas piezas van a construir algo, aquí a mi alrededor, lo que quieran —anunció y con una nueva seña de la mano les indicó que se sentaran ahí, con él, donde la luz de la tarde daba de manera más directa—. Lorna, tú aquí, junto a mí —le dijo directamente a la chica.


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Mensaje por Lorna Mackintosh Lun Oct 15, 2018 10:38 pm

Lorna mantuvo el silencio luego de su accionar. Estaba avergonzada. Y también agradecida de que Debussy no la hubiese juzgado. Que no intentara consolarla le dio tranquilidad. Nunca sabía cómo recibir las demostraciones de aquel tipo. Para ella, que le diera una hoja en blanco nueva y la instara a dibujar otra cosa, fue tan valioso como el gesto que el hombre estaba teniendo para con sus hermanos. Es que, para ella, significaba una segunda oportunidad, algo a lo que no estaba acostumbrada, algo que siempre le había sido negado. Lorna no había podido elegir demasiado, aunque aceptaba la vida que le había tocado, repitiéndose que podía ser peor, e intentando mirarse en los demás para convencerse de que su suerte no era tan mala. Sólo asintió con la cabeza, y se sumió en el caos de su mente, para darle forma a algo que le gustaba mucho, como era la luna. Dibujó una, también estrellas, y en los espacios, y con gran prolijidad, pintó de un azul muy oscuro simulando un cielo nocturno. Cuando el anfitrión dio por finalizado el momento, entregó su creación mucha timidez.

Maisie no pudo disimular el entusiasmo que le significaron los cubos. Fue la que primero se lanzó sobre los objetos, y se sentó con total naturalidad. Los dos hermanos del medio fueron un poco más reticentes, se miraron entre sí, y tomaron con desconfianza, lo que a la más pequeña había hecho tan feliz. Lorna los despeinó a ambos y se sentó junto a Thierry. Se sentía pequeña, estaba atemorizada, no quería hacer el ridículo. La luz que ingresaba por el ventanal la calmó, y al mirar hacia afuera, descubrió un gran jardín, con algunos árboles ya florecidos. Se preguntó si el señor Debussy no se sentía solo en aquella inmensidad, pues no había escuchado más voces, ni se advertía que vivieran muchas personas en tan enorme residencia. Se sintió triste por él, aunque se cuidó de no demostarlo.

Mi hermana está muy contenta —señaló. La niña se debatía entre dos cubos. Lorna, por su parte, acariciaba un poliedro, sin saber demasiado qué hacer. No quería volver a dar un espectáculo como el de minutos atrás. Era la única que parecía descolocada allí, a pesar de que había conocido a Thierry antes, y en una circunstancia de lo más particular. Admiró a los Mackintosh más jóvenes por adaptarse con tanta facilidad a una situación completamente ajena a su realidad cotidiana.

¿Usted cree que hay un futuro diferente para mí? —preguntó, con timidez y casi en un susurro. Tomó un cubo azul, y lo colocó encima de uno verde. —Es decir… ¿Realmente cree que puedo aprender algo? Ni siquiera hablo bien —se lamentó. Puso uno rojo junto al verde. Tomó entre sus manos un octaedro amarillo y lo contempló con curiosidad. Se dio cuenta que tenía muchos lados, aunque no podía precisar cuántos. — ¿Cómo se llama esto? —consultó. Tomó otra pieza, ésta vez anaranjada, y también se dio cuenta de que tenía muchos lados, aunque menos que el otro. — ¿Y esto? —le parecieron fascinantes aquellos objetos, y se sintió entusiasmada como Maisie. —Son muy lindos —comentó con la más absoluta sinceridad, y giró el rostro para dedicarle a Thierry una sonrisa que le achinó los ojos.


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