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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ettore Troy Mar Abr 24, 2018 8:46 am

Recuerdo del primer mensaje :

Eterna condena, ese era el precio que pagué por la belleza de una mujer. Troya cayó ante mis ojos por culpa de la bella Helena y sus caprichos. Durante siglos Afrodita envió a sus lacayos a buscarla y custodiarla seguramente arrepentida de haber llevado a mi hermano París ante ella, pero ahora había escapado, el mundo tal y como lo conocía cambiaría, pues esa mujer era un demonio capaz de impartir odio y caos por donde pisaba.

Los rumores me llevaron a tierras norteñas, al parecer un conde llamado Höor Cannif daba cobijo a la sobrenatural, era experta en engatusar a los hombres así que no podía culpar a un mero mortal a caer ante sus influjos ¿acaso no lo hizo antes con los míos?
Esperaba que aquel hombre me escuchara y entrara en razón, pues no me iría sin Helena, ahora apodada Briseida para no llamar mi atención ni la de aquellos que como yo la buscaban.

La noche había caído cuando me presenté frente a los muros de Akershus, mi corcel negro llevaba anudados tras de si a dos hombres encapuchados y una doncella bocazas que me encontré por el camino. Intuía el conde no soltaría presa sin un reembolso sencillo.
Pronto los arqueros me apuntaron, grité el nombre de aquel que podía darme respuestas, exigí que le hicieran salir para habar de hombre a hombre, parlamentar, así se hacían las cosas en mis tierras, mas como respuesta me encontré los culos de muchos de esos bárbaros y alguna que otra verga.
Su desfachatez me llevo a gruñir, el honor no abundaba al otro lado de la frontera, pero bien sabía que el héroe, como lo apodaban acabaría saliendo de entre esos muros cuando entendiera que no había opción si quería que su amiga, como lela misma se había tildado, siguiera en pie.

El acero acarició el cuello de la dama y de un tirón saque el saco de su cabeza dejando ahora su angelical rostro al descubierto.
-Höor Cannif -rugí de nuevo esperando que ahora encontrara motivación para mi propuesta.
No tardó en demasía en espada bastarda a la espalda cruzar el portón que tras de él se cerro, los arqueros seguían apuntando mas su mano se alzó y estos se relajaron.
-¡Suéltala! -ordenó imperativo -querías verme, aquí estoy, ahora suéltala.

Empujé a la chiquilla que con lagrimas en los ojos corrió hasta los brazos de su amigo, este alzó su mentón para mirarla, preguntándole si estaba bien y ella solo asintió.
-!Ve dentro!  -ordenó devolviendome toda la atención -¿quien eres? -preguntó hundiendo sus pardos en los míos.
-Ettore -respondí con calma -pero eso no es importante, tras tus muros custodias a una mujer griega, devuélvemela y me iré sin mas, de no hacerlo esta ciudad caerá, removeré cada piedra hasta dar con ella. Su nombre es Helna, o Briseida como se hace llamar ahora, es una inmortal, dámela y me largaré.
-No hay ninguna Helena tras mis murallas -aseguró -vete por donde has venido y olvidaré esta afrenta.
Hizo ademan de ir a soltar a sus hombres, mas mi espada se interpuso en su camino.
-No te creo, esa mujer es experta en la mentira y en conseguir que los hombres pierdan por ella la cabeza.
-He dicho que no doy cobijo a esa mujer, de hacerlo, no mentiría, simplemente note  la entregaría. Aparta tu espada vampiro -rugió.


Última edición por Ettore el Lun Jun 11, 2018 12:20 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Ettore Troy Lun Jun 11, 2018 12:18 pm

Acababa de dejarme caer en la silla riéndome cuando el norteño me pasó una jarra deslizándose por la resbaladiza madera del tablón que hacía las veces de mesa, la alcé en su dirección como agradecimiento y cuando fui a llevarla a mis labios Afrodita se dejó vencer en mi regazo.
Animado por el alcohol me limité a sonreír rodeando su cintura con mi brazo mientras ella hacía lo propio con el suyo, aunque por encima de mis hombros.
Nuestra cercanía era visible, mas lo fue cuando mis labios atajaron la distancia para posarse en su oído.
Mi aliento cálido empujó las palabras antes de que lo hiciera mi risa.
-No veo taburetes libres, pero si muchos regazos.*

El estado de ánimo del troyano era toda una novedad para la diosa que, sin poderlo evitar, se había aprovechado de la situación para intentar acercarse al hombre que le causaba tantos remordimientos.

Allí sentada, sobre su regazo, lejos de ser echada por el cainita, éste la rodeó por la cintura con su brazo y en tono bromista contestó a su comentario. Los orbes avellana de Afrodita, buscaron los oscuros ajenos.

-Pero no cualquier regazo sirve para mí ahora. Es contigo con quien deseo hablar.

Respondió, intentando no ser muy agresiva con sus palabras, mientras sus dedos, por cuenta propia, se deslizaban por el hombro foráneo hacia el principio de cuello y regresaban hacia el extremo en un lento baile inconsciente.

-¿Te molesta que haya elegido sentarme aquí?*

Ladeé la sonrisa al escuchar sus palabras, con mi cabeza cerca de su cuello, acaricié con mi nariz la dermis que protegía su yugular, su sangre corría desaforada por aquella cavidad, impulsada seguramente por un corazón que ahora mismo latía al mismo ritmo que un tambor en tiempos de guerra.
-¿Hablar? -susurré contra su piel -¿de qué quieres hablar?

Mi mano ascendía por su muslo en un gesto inconsciente, mi palma estaba helada, a fin de cuentas no dejaba de estar muerto y ni siquiera el alcohol lograba calentar mi piel.
-¿te molesta que te toque?
¿Acaso necesitaba respuesta su pregunta? De no quererla en mi regazo ya la habría tirado, llevábamos jugando al ratón y al gato desde que el viaje empezó y quizás podría odiarla de nuevo mañana, pero esa noche, esa noche no.*


La nariz del inmortal cosquilleaba en su cuello y su cálido aliento le erizaba el vello de la nuca, dejando caer los párpados en un pesado suspiro. Abrió despacio los ojos, fijando la vista en la mano que, lentamente, ascendía por su muslo.

-No, no me molesta y ese es el problema.

Su razón le decía que se levantara, que esas acciones no eran dignas de una diosa, no por pensar en yacer con un hombre que no conociera el Olimpo, sino porque él despertaba sentimientos en ellos que la convertían en vulnerable, poco "divina".

-Pero no pares.

Afirmó la muñeca ajena para que, si se le ocurría hacerlo, no apartara la mano de su pierna. Giró el rostro hasta que, de nuevo, sus ojos se encontraron.

-¿Tienes hambre?*

Mi mano quedó anclada a su piel, me relamí los labios cuando giró su rostro para enfrentar mi turbia mirada, pupilas dilatadas por el alcohol y el deseo y un anillo rojo fuego que sentenciaba lo que hoy era, un monstruo.
-Si -confesé a escasa distancia de sus labios, aunque no le dije exactamente de cuantas cosas tenía hambre, aunque podía imaginarlas.

Sonreí contra su boca antes de separarme un ápice para llevar la jarra a mis labios y dar un profundo trago que dejó gotas sobre mis belfos.
-Y sed -bromeé recuperando la posición que me hacía sentir aquella noche un hombre y no solo una bestia sedienta de sangre.*

Podía ver como la mirada del troyano se enrojecía, como su lado vampírico emergía de aquel autocontrol que siempre parecía blandir desde que le conocía. Aunque era gracias a esa fuerza interior que aún era capaz de dirigirle la palabra en momentos sobrios aunque fuera con gruñidos, eso lo sabía.

Entreabrió los labios cuando la boca ajena estuvo tan cerca de la propia, conteniendo la respiración, aunque se quedó con las ganas cuando se apartó para darle un trago a la jarra. Entonces, Afrodita cubrió la copa con una mano y le hizo bajarla, antes de apresarla con los dedos y quitársela, dejándola sobre el tablón de madera que ejercía de mesa.

-Vayamos a un lugar más tranquilo, aquí no se puede hablar con tanto cántico y tanto grito.

Se alzó, tendiéndole la zurda, invitándole a dejar la bodega y subir las escaleras hacia arriba.*

Clavé mis ojos en su mano, esa que me tendía para ir arriba o quizás a los camarotes, lo medité, pero tenía la cabeza tan embotada que ni siquiera sé si la decisión era o no la correcta, solo sabía que mi cuerpo se alzó por voluntad propia.
Mi mano aferró su zurda mientras mi diestra tiraba de su cintura hasta dejar su espalda contra mi pecho. Cada roce hacía hervir su sangre, olía a sexo, su piel destilaba aquella fragancia arrebatadora, esa que llamaban vida.
-¿hablar? -susurré en su oido -¿y de que vamos a hablar?
No quería exactamente hablar ahora mismo, algo que creo quedó delatado cuando mi verga impactó contra la parte alta de sus nalgas.*


Posó su mano sobre la ajena que ahora descansaba en su vientre al afianzarla contra su cuerpo. Giró la cabeza, observando de reojo al vampiro que se deleitaba oliéndola como si fuera un cachorro. Ella llevó la diestra hacia atrás, por encima de su propio hombro, y acarició la mejilla foránea con la yema de los dedos, alzándole el rostro para que la viera a los ojos.

-Hablar de tu sed y de lo que yo puedo hacer por aplacarla.

Se liberó del agarre ajeno, pero sin soltarle la zurda que sujetaba aún con la suya y tiró de él hacia las escaleras, mas no subieron a cubierta, sino que le llevó al camarote que, en teoría, ella compartía con Freya y la völva.*

Seguí con paso tambaleante a Afrodita, durante el trayecto hicimos varias paradas en las que mis manos recorrían su cuerpo y esta escapaba de ellas como si el papel se hubiera invertido y la presa se hubiera convertido en depredador y viceversa.
Cerró la puerta a sus espaldas quedando ahora de frente mirándome.
-¿Solo vamos a hablar de mi sed? -pregunté con picardía atajando la distancia hasta cercarla contra la puerta, mi gélido cuerpo se convirtió en prisión de piel y hueso, mis brazos extendidos encarcelaban su cintura mientras las palmas quedaban sobre la madera ancladas.
-¿y que es eso que necesito? -susurré contra sus labios.*


Una vez en la estancia, cerró la puerta y el troyano de inmediato la acorraló entre ésta y su cuerpo. Las manos de la diosa se posaron en el pecho del griego y descendieron lentamente hasta su abdomen, hundiendo sus pardos en los ajenos.

-Vamos a hablar y a solucionarlo.

Susurró, acercando su rostro al foráneo hasta que sus labios casi se rozaron. Se desvió justo en el último instante y llevó la zurda a apartarse el cabello del cuello, dejando al descubierto la zona.

-Muérdeme, Ettore. Bebe de mí.

Le susurró ésta vez al oído. Despacio, en un tono suave y lento. Invitándole a tomar de ella lo que necesitara.*

El halito de su aliento acarició mi boca de forma fantasmagórica, mi pelvis empujó su menudo cuerpo contra la puerta en un gesto involuntario mientras mis labios se entreabrían dispuestos a enterrar mi lengua en boca ajena.
Mas en el ultimo instante se apartó logrando dibujar en is labios una sonrisa ladina.
Una que duró apenas unos segundos pues la diosa apartó su larga melena negra, que como una caótica cascada caía ahora sobre su hombro violenta.
Mis ojos convertidos en ascuas se centraron en esa vena que sobresalía marcada de su tez blanca.
Elevé los ojos un instante hasta los ajenos cuando me pidió en un susurro que bebiera.
Jadeé acercando mi cabeza despacio, sintiendo el calor de su cuerpo y como el mismo se estremecía entre mis brazos.
Mi boca se posó sobre su tersa piel, fríos mis belfos erizaron cada tramo inmaculado. Mis colmillos emergieron hambrientos, las finas agujas acariciaron su yugular y mi lengua limpió la zona llenándola de la deliciosa ponzoña que convertía el abrazo en algo mágico.
No lo pensé, elevé ligeramente el labio superior y tomando un ligero impulso hundí mis colmillos en su dermis atravesando su cavidad.
Gruñí ante la potencia que sentí con el primer tirón de sangre.
No era como nada que hasta ahora había probado, jadeé completamente excitado empujando con mi estaca su vientre bajo.*


Cuando los colmillos del inmortal se hundieron en su carne, exhaló un suspiro que se convirtió en jadeo. Cerró los ojos, rindiéndose ante aquel acto que, por primera vez, llevaba a cabo. Jamás en sus miles de años de existencia, pensó que se encontraría en una situación como esa, ofreciéndole su sangre a un vampiro, a un humano maldito por la ponzoña al que se le había prohibido el ver de nuevo el sol. Pero allí estaba, osada y poco noble, pero sin importarle.

Cada succión le provocaba una sacudida, porque el troyano la sujetaba con firmeza, fiereza incluso, como si pensara que en cualquier momento huiría dejándole aún con sed. Sentía fluir la sangre, la energía y abandonar su cuerpo poco a poco. No sabía si eso tenía un límite, si el contrario se contendría o saciaría en algún punto o si seguiría y debería ponerle freno de algún modo llegado el momento. Por ahora se dejó drenar lentamente, porque su poder era inmensurable y dudaba que la cosa llegase a ser preocupante.*


Como una fuente inagotable seguí alimentándome de la diosa, sintiendo mis venas arder por como fluía por ellas su sangre. Era poderoso aquel elixir, bien podía elevarse al poder de cualquier droga, me sentía invencible y mis brazos aferraron el cuerpo caliente de la mujer en un intento de que no escapase, jadeé de nuevo contra su cuello, dando fuertes tirones que llenaban mi boca de carmesí y manchaban mis labios.
Desconocía los efectos secundarios que esto podría tener, pero estaba hambriento, demasiado.
Mi cuerpo estampó el suyo contra la pared, mi diestra alzó su vestido hundiendo los dedos en sus muslos, tocándola con violencia, apretando sus nalgas hasta que de un tirón la subí.
La empalé contra la puerta, sus dedos enredados en mi pelo buscaban calmarme, pero estaba muy lejos de esa sensación ahora mismo, el éxtasis corroía mi cuerpo.*


Podía sentir su necesidad, su ansia, su desespero, en cada apretón de dedos que marcaba sus muslos, subiendo, alzando la falda en su recorrido. De repente, sujetándola con firmeza de éstos, la alzó del suelo y la estampó de espaldas a la pared, dejándole sostenida entre ésta y su cuerpo frío que, ahora, por algún extraño motivo, ardía. Los brazos de Afrodita rodearon el cuello ajeno y lo mismo hicieron sus piernas en la cintura del troyano que, descontrolado como estaba, intentó embestirla sin quitarse los pantalones ni a ella las bragas.

-Tranquilo, no me voy a ir...

Comentó entre suaves risas al ver sus ojos rojizos brillantes y aquellos labios manchados de sangre. Encorvó ligeramente su cuerpo, tentada por descubrir lo que se sentía al probar su propia linfa y lamió aquellas carnosidades. El instinto se apoderó de ella, dejando de usar la lengua para morder los belfos foráneos, tirar de ellos. En definitiva: devorarlos.*

Mis brazos tensos marcaban las venas a través de mi musculatura, gruñí al sentir sus dientes devorar mis belfos, sintiendo aquel sabor férreo.
Afrodita jadeaba contra mi boca acallando mis gruñidos cada vez mas hambrientos de ella.
-¡Quema! -rugí elevando la cabeza al notar mi pecho arder con su sangre corriendo voraz por mis venas.

Afrodita lamió mi nuez tratando de calmarme la sensación que ahora mismo me enardecía. Mi vientre se contraía al sentir su mano tratando de llegar hasta el botón de mis pantalones.
Era como si acabara de consumir una droga desconocida, mis ojos que si un día fueron claros ahora parecían dos gigantes rojas a punto de explotar volvieron a centrarse en su boca, la misma de la que me embebí succionando su lengua enredándola con la mía en una danza violenta.
Mi pelvis empujaba con fuerza solo la tela impedía que se adentrara en su húmedo centro.*


La temperatura que nacía en el interior del troyano, crecía, extendiéndose por sus venas, alcanzando cada parte de su anatomía y se transfería a la piel de la diosa que se calentaba en cada punto que el griego tocaba. Los orbes de ambos se encontraron cuando Ettore levantó la cabeza, resoplaba como un animal ofuscado, perdido, ansioso de deseo. Afrodita ladeó su rostro, aún encorvada como estaba y lamió el cuello del cainita, surcando cada curva que éste tenía, pasando por encima de la nuez antes de morderla.

Cuando se incorporó de nuevo, relamiéndose y con las pupilas dilatadas, las bocas de ambos se unieron otra vez, ahora el beso siendo iniciado por el vampiro. Las manos de la deidad se deslizaron por su espalda, dentro de la ropa, recorriendo la dermis con suavidad, contraria al ímpetu del inmortal que no dejaba de arremeter contra ella, haciendo que la espalda de la morena se golpeara contra la pared continuadamente.

-Espera, espera...

Llevó la diestra al pecho ajeno, intentando ponerle freno. Jadeante pegó su frente a la foránea, dibujándose una leve sonrisa en sus labios.

-Déjame bajar y te ayudaré con ese fuego.*
Mi ímpetu no atendía a razones y sus intentos por acariciar mi espalda y calmarme se veían contrarrestados con los empalamientos de mi estaca llena de sangre.
Gruñí mordiendo sus belfos, como si no tuviera suficiente con la sangre ingerida y que ahora recorría mis marcadas venas como un torrente salvaje, sajé su inferior paladeando su vitae, embarrándome de ella.
Llevé mis manos a su corpiño apartando mi boca de su mar muerto y de un tirón rasgué la tela dejando sus dos pechos descubiertos. Mi espalda se arqueo para con mi boca lamer sus pechos dejando mordidas en ellos, mamando de sus pezones completamente endurecidos por la excitación y la fricción de nuestros cuerpos.

-Ettore -gimió interponiendo sus manos entre ella y mi pecho para que me detuviera sin ningún tipo de éxito.
Rugí mirándola, no quería parar, no podía hacerlo.
Mi dermis abrasaba, el sudor resbalaba por mi frente perlando todo mi cuerpo.*


-Basta.

Su tono fue imperativo esta vez y empujó con fuerza sobrehumana al vampiro. Si no le calmaba al menos un poco, seguiría como una bestia insatisfecha, porque no razonaba, no pensaba en que para hacer lo que quería no podía seguir de esa manera.

-Bájame y te prometo que te haré sentir mejor. Te daré más sangre si quieres.

Intentaba explicarle, aunque la mirada perdida del troyano no auguraba demasiado entendimiento. Le sujetó el rostro con ambas manos y le mordió los labios, tirando de ellos con fuerza. Si no comprendía por las buenas, lo haría rebajándose a su nivel animal actual. Dejó la zurda en la mejilla ajena y con la diestra fue descendiendo por su pecho hasta el vientre. Se detuvo allí y concentrado parte de su poder, hizo que sus dedos se congelaran, logrando que el contrario se sobresaltara y moviera lo suficiente como para que ella pudiera soltarse con las piernas y tocar el suelo con los pies. Observó su rostro desconcertado y le mostró la extremidad cubierta de escarcha, ésta se fue fundiendo y goteando el suelo, antes de rozarle de nuevo el rostro para que se percatara del cambio.

-¿Mejor?*

Con un truco sucio logró apartar mi cuerpo ligeramente del suyo, gruñí ofuscado al ver su mano congelada mientras esta ladeaba su sonrisa y yo mi cabeza para volver a golpear su boca con mis labios de nuevo.
Mis colmillos rozaban su lengua cada vez que esta exploraba mis confines enredándose con mi sinhueso.
-Bájame los pantalones -pedí en un instante de cordura llevando mi diestra a su pecho y agarrándolo rocé la yema de mis dedos con sus pezones completamente duros.
Tiré de su teta para lamerla notando como sus dedos peleaban con el botón de mi pantalón dispuesta a liberar al kraken.
Las venas de mi pelvis se marcaban, su sangre aun corría por mi cuerpo desaforada.
La giré con violencia en cuanto el titan brillante en la punta quedó descubierto y afianzándolo con mi diestra recorrí su laberinto masturbando su clítoris y encajando la pieza en su agujero metiendo solo la punta roja embestí en una estocada violenta observando como mi verga era engullida por su coño.*


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Mensaje por Afrodita Lun Jun 11, 2018 12:19 pm

En cuanto estuvo ya de pie en el suelo, llevó ambas manos a desabotonar el pantalón del griego que no demoró ni un instante en volver a devorar los labios de la morena. Afrodita estaba sumamente excitada y una extraña sensación de alivio recorría todo su cuerpo. Sabía que la tregua era sólo temporal, que cuando se le pasara la borrachera y el subidón que le había dado su sangre, la cosa volvería a ser lo que era. Pero aún así, se aferraba a la esperanza de que si había cedido aunque sólo fuera en una ocasión, significaba que la cosa no estaba perdida del todo. Ella no se acostaría jamás con alguien a quien odiara hasta el fondo, aunque también era difícil que la diosa del amor llegara a algo parecido con nadie. Lo suyo era consolar, comprender y dar, no negar. 

En cuanto el falo del troyano estuvo a la vista, los orbes de la morena se fijaron en éste. Era grande, se notaba el calor que desprendía y además rezumaba ya por la punta. No pudo llegar siquiera a acariciarlo con la mano que Ettore le dio la vuelta y empujó a la deidad por la espalda, obligándola a apoyarse con las suyas en la pared. Se estremeció de inmediato, en cuanto el glande se paseó por los labios de su sexo, separándolos, frotando el clítoris enrojecido y abultado. 

Se puso de puntillas, porque el troyano era más alto que ella y buscando facilitare las cosas, despegó los talones del suelo, elevando el trasero, justo en el mismo instante en el que él arremetía con necesidad y virulencia, penetrándola de un sólo golpe, empotrándola contra los tablones de madera que aprisionaron las tetas de la diosa al ser oprimidos por su propio cuerpo. Un gemido gutural escapó de su garganta, mirando de reojo y por encima del hombro al voraz cainita. 

-¿Tienes más sed?*

Mis dedos se hundieron en sus caderas marcando su piel con mis uñas casi llevándolas a sangrar,  tiré de ella en el vaivén salvaje de un péndulo bajé la cabeza gruñendo viendo como mi polla brillante salía por la mitad de los pliegues de su sexo para volver a enterrarse por completo.
Mis huevos golpeaban su centro con cada brutal estocada que le daba, mis rodillas se flexionaban para empujar cada vez mas fuerte mientras sus pechos rebotaban entre ellos rozando contra los tablones.

Arqueada su espalda alzando sus nalgas, gemía llena de placer acompasándose a mis gruñidos guturales cada vez mas y mas roncos.
Llevé mis dedos a sus labios bajos que separé hasta notar sus carnosos y tiré del botón empapado rozándolo.
Mis embestidas abrían sus nalgas al chocar mi pelvis contra ellas, su recto quedaba expuesto ante mis ojos color fuego.
-Si -respondí, aunque era mas gula, necesidad de no arrancar de mi cuerpo esa sensación placentera que ahora me corroía las entrañas.
Por primera vez no pensaba en nada, en nada de lo que perdí o de lo que debía hacer para que nadie mas lo perdiera, solo la quería a ella.
Hundí mis colmillos en su espalda, ríos carmesí emergieron de su omoplato mientras de nuevo daba violentos tirones apretándola contra mi cuerpo en el intento de vaciarla por completo y llenarla a la vez de la leche que de seguir así escupiría pronto.*


Afrodita no era ninguna puritana, una eternidad daba para practicar mucho sexo y tener cientos de aventuras. Ares mismo era la prueba, con el que además de acostarse en innumerables ocasiones, había tenido bastantes hijos. Pero aún y siendo el dios de la guerra y no dándoselas precisamente de caballeroso en la cama, Ettore era el primero que se la follaba de manera tan necesitada. 

Sintió los dientes hundirse en su piel, rasgar el músculo, buscar las venas  y las linfas recorriendo su espalda, marcando sus costillas y vértebras. Apoyada aún en el antebrazo izquierdo, llevó la derecha a sujetarse la nalga del mismo lado, porque aunque el troyano parecía cerrarlas del modo en que se aferraba a las caderas de la deidad, ella quería que viera lo que ocurría entre sus piernas. Lo olvidaría probablemente al día siguiente, pero ahora ansiaba que fuera consciente de que su verga estaba enloquecida por tomar posesión de sus entrañas. 

La morena se movía a la vez que lo hacía el cainita, logrando así que sus cuerpos colisionaran en cada embestida. Los orbes del inmortal seguían rojizos, penetrantes y los de ella se habían aclarado, dejando atrás aquel color avellana para tomar un matiz grisáceo y casi blanco.

-Bebe más...

Que tomara de ella la llevaba a un punto de no retorno, un éxtasis no conocido hasta el momento. ¿Se sentiría así de bien si fuera una mera mortal? ¿Podría alguien volverse adicto a una sensación como aquella?*

Rugí sacando mis colmillos del omóplato, ni me molesté en cerrar la herida con mi lengua tal era mi estado de frenesí. Mas no saciado ni de lejos con ese torrente de poder,  mi zurda afianzó su cuello levantándola para con la diestra sobar sus tetas apretándolas con fuerza. Con el mismo impulso con el que había elevado la cabeza, la dejé caer sobre su blanco e inmaculado cuello hundiéndome en su yugular con saña.
Jadee contra la piel de su cuello embriagándome de aquella sensación de felicidad, de como ardía mi cuerpo casi encendiendo un corazón inerte que desde hacía 2500 años no había palpitado de nuevo.

La sangre abandonaba su cuerpo con cada brusco tirón, succionaba sus venas dispuesto a no dejar ni una gota en ellas, gruñí loco de deseo, perdido en su cuerpo. Incapaz de dejar de mover mi gran verga dura y cada vez mas gorda dentro de su coño, allí palpitaba enérgica sintiendo la presión de sus paredes que la engullían hambrientas.

Aparté mis labios de su cuello sacando mis agujas, la sangre en un atracón resbalaba por mis belfos resbalando por mi mentón cayendo sobre su espalda de la diosa gota a gota.
Mi zurda regresó a su caliente laberinto y perdiéndose entre sus pliegues volví a masturbarla sin darle ningún tipo de tregua, estaba tan colocado que solo quería prolongar esa sensación para la eternidad, allí dentro no había dolor.
Saqué mi polla rezumando para hundirla en una cornada en su recto ,sus paredes apretadas se dilataron haciéndola gritar de dolor y placer mientras ahora eran mis dedos los que follaban su coño completamente empapado y abierto.*


En vez de un hombre parecía que estaba con una bestia, con un animal que llevaba sin comer un siglo entero. La devoraba, drenaba sus venas y se la follaba, todo al mismo tiempo. Cada vez que succionaba, los orbes de Afrodita se tornaban más blanquecinos, convirtiendo sus iris y pupilas en finos velos mortecinos. Pero su piel no perdía color, a pesar de ser ya pálida de por sí, era como si sus arterias fueran un pozo infinito de sangre, un manantial de poder para el vampiro del que, sumido en un éxtasis inaudito, parecía ser incapaz de dejar de beber. 

Arqueó la espalda bruscamente cuando la verga salió de un agujero y se coló violentamente en el otro más estrecho y seco, poco habituado a las intromisiones, aunque no por ello virgen. Se dilató con la profunda penetración de aquel ominoso falo que, aunque la diosa no lo hubiese visto nunca antes, creía que estaba más grueso de lo que sería normal, porque jamás había visto una forma semejante en la polla de un humano antes.

Su coño chorreaba y por sus muslos se escurrían los fluidos de ambos y alguna gota de sangre de  la morena que se había deslizado espalda abajo hasta las lumbares, las nalgas y finalmente encontrado su camino entre éstas hasta bordear el miembro de Ettore y colarse por las ingles de Afrodita. Gimió sin descanso, el mismo que el contrario tampoco le daba. Él estaba enardecido, perdido en unas ansias de sexo desbordantes y ella, deleitada por las atenciones, por sentirse tan deseada. Como todo dios pecaba de vanidosa, mas aún siendo la encarnación de la belleza y el amor, pero tener a alguien que albergaba tanto rencor hacia ella, superando tal barrera por tal de poseerla, era incluso abrumador para la deidad más amada de la Tierra.*

Su recto daba cobijo a mi enorme miembro que dentro de ella se movía incansable cada vez metiéndose más dentro, mis huevos golpeaban como tope mientras rugía completamente enloquecido por aquel torrente de vitae de diosa que corría por mis venas ahora mismo. Como una cascada, con la misma virulencia que la lava de volcán que con todo arrasaba dejando solo ceniza a su paso, así era como sentía cada devastador movimiento dentro de sus entrañas.
La deseaba y sentir aquello, ese bienestar me llevaba a hundir mis colmillos de nuevo en su cuerpo ansioso de mas droga roja. Eso que me dejaba aturdido y complacido en un frenesí constante y fuera de toda lógica perdido en el olvido.

Mi polla se sacudió violenta en su recto mientras mis dedos embestían su centro con tanta fuerza que sus piernas fallaron por unos momentos. Emití un quejido contra su cuello dando tirones bruscos de la sangre que como la fuente de la vida inagotable no dejaba de fluir, no quería terminar, pero el placer que sentía me arrastró a un orgasmo desmedido y aun así seguí moviéndome dentro de ella sin poder parar, agotado ya.*


Los bruscos movimientos de los dedos del troyano que penetraba por ambos orificios a la diosa con una rapidez y una fuerza desmedidas hicieron que la morena alcanzara un primer orgasmo, empapando aún más los calados dígitos del griego que frenético se follaba a Afrodita entre gruñidos, mordidas y jadeos. Ella se amasaba uno de los pechos, tirando del pezón, retorciéndolo, tirando y pellizcando de la endurecida hasta de carne. Notaba cómo se sacudía con desesperación, buscando el clímax, aunque por cómo empujaba con las caderas parecía no querer detenerse.

Ella se mordía el labio, jadeando pesadamente, aún de puntillas, intentando no flaquear, aunque sus rodillas temblaban constantemente y le costaba bastante mantenerse en la postura. Pero ella era una deidad, no una mortal cualquiera y si algo le sobraba era insistencia, fuerza y cabezonería. 

Entonces llegó la corrida, pudo notar como la verga pulsaba varias veces en el interior de su recto antes de salpicarlo todo de esperma. Podía ser un vampiro y estar teóricamente muerto, pero le tenía mucha energía y, al parecer, de semen andaba sobrado. Sus ojos, finalmente, se tornaron completamente blancos cuando gimió, alcanzando ella su segundo orgasmo, uno que fue como una explosión de luz que se inició en su recto y se expandió al resto de su cuerpo. Se arqueó de manera cóncava y después convexa, marcándosele todas las vértebras como una pequeña sierra cruzando la suavidad lisa de su espalda. La mano que aún sostenía su teta apretó ésta con tal fuerza que incluso se clavó las uñas, dejando señales rojizas en el redondeado seno hasta casi rozar la areola. Los dos se habían corrido, pero Ettore aún se movía, embistiéndola.*

Ambos cuerpos cayeron sobre la pared usada como improvisado lecho, mis caderas se movían como un péndulo, gruñía ansioso mas por la droga que porque no hubiera alcanzado un clímax bestial.
La diosa busco poner calma, en esencia porque mis piernas ya temblaban aunque mis músculos tensos como estaban seguían ardiendo.
Cerré los ojos jadeando en su oído, sus dedos acariciaban mi pelo y poco a poco el movimiento pendular se detuvo y mi diestra me sujetó a la pared mientras mi cabeza daba vueltas.*

El troyano se movía frenético aún y parecería negarse a detener el vaivén de su cuerpo que empujaba en cada embestida a la diosa, acorralándola más y más contra la pared. Apoyada con el antebrazo izquierdo a los tablones, giró un poco el cuerpo y llevó la diestra a acariciar el cabello castaño del griego. 

Los orbes de Afrodita comenzaron a recobrar su tonalidad poco a poco, dejando atrás su translúcida blancura para adquirir matices avellana. 

-Ya está... tranquilo...

Susurró, moviéndose despacio hacia delante mientras la pelvis de Ettore aún oscilaba. Se apoyó únicamente con el hombro, ligeramente más ladeada y llevó también la zurda al cuerpo foráneo, a su cintura para ser exactos, y le empujó poco a poco para separarle hasta que su ardiente falo salió ligeramente menos endurecido que antes, dejándole el recto a ella dilatado y el esfínter contrayéndose. 

-Mírame.

Le pidió al estar, al fin, cara a cara, acariciándole el cuello en sentido ascendente hasta sostenerle con dos dedos por el mentón.*

Me costó enfocarla, mis pupilas completamente dilatadas parecían un pozo negro, el iris en forma de anillo todavía rojo como el fuego brillaba perdido en su mirada.
-Afrodita ..-susurré cerrando los ojos por unos instantes dejando caer la frente sobre la suya aun con mi pecho subiendo y bajando violento.
Mi cuerpo se vencía sobre el de la diosa y era mi diestra la que buscaba poder apoyarse en algún lado para no dejar mi peso caer en la diosa.*

Al verle ceder de aquel modo, ella fue quien le sostuvo, apoyando ambas manos en el pecho del troyano que poco a poco se venía sobre ella. 

-Eh, no te duermas aún...

Susurró, intentando sujetarle como podía, no porque no tuviera suficiente fuerza, sino porque él se balanceaba hacia cualquier lado y era complicado averiguar hacia cuál se iría antes de que lo hiciera. 

Decidió sujetarle del brazo izquierdo y se pasó éste por encima de los hombros, guiando al cainita que caminaba adormilado, agotado, hacia el catre donde le ayudó a sentarse. Pasó de ser una máquina de vapor a un peso casi muerto. Todo era nuevo para ambos, pero no sabía cómo había ocurrido tan rápido que pasó de una cosa a la otra. Se agachó frente a él, posando diestra y siniestra en las rodillas foráneas. 

-¿Sigues aquí...?*

Asentí con los ojos cerrados, el estomago se me revolvía, era extraño, como si notara una la euforia correr por mis venas, aquella sensación de bienestar y a la vez un empacho que hacía rugir mis tripas, todo ello muy humano.
Abrí los ojos para volver a enfocarla y asentí con la cabeza.
-Si, estoy aquí.*


Sabía que aunque era un cainita podía beber cosas como vino, hidromiel e incluso agua. Y aunque a él aquello no le alimentara, aunque no fuera capaz de procesarla, la química era la misma y si la sangre de ella le había llevado a ese estado de embriaguez excesivo en el que casi se dormía, un poco de agua debería diluir el efecto, no por eliminarlo, sino porque no veía bien al griego y no deseaba que lo pasara mal por su culpa. 

Cogió la jarra con agua que había en una pequeña mesa junto a la puerta, en el lado opuesto en el que como animales habían estado copulando, y regresó junto a Ettore. Fue ella quien se llenó la boca del fresco líquido antes de sujetándole con ambas manos, besarle y pasarle el líquido poco a poco, esperando que lo tragara aunque no fuera, seguramente, de su agrado.*


Mi lengua se colo entre sus belfos al volver a sentirlos cálidos contra mis labios, mi piel se enfriaba por fuera aunque por dentro aun sentía el quemazón de la lava de la diosa.
Me relamí los labios al sentir el agua descender por mi garganta, gruñí, no tenía sed peor si disfruté del beso mordiendo su lengua succionándola y enredándola en un baile de sierpes lento y más sosegado que el de hace unos momentos.
Mis dedos se enredaron en el pelo azabache de su nuca aun perdido en todas esas sensaciones que me inundaban.
-Ven -pedí u ordene, en el estado que estaba no podía definir bien como sonó.
Tiré de su cuerpo llevándolo sobre el mío al lecho dejándome vencer en este.
-Estoy bien -susurré ante la preocupación aparente de la diosa que con sus brillantes pardos buscaba respuestas en mis orbes fuego.

Höor entró en ese momento en la estancia, borracho fue directo a su camastro y sin reparar en nosotros se dejó caer hasta seguramente conciliar el sueño, tampoco le presté mucha atención pues la poca razón que me quedaba estaba ahora mismo puesta en las nalgas de la diosa donde mis manos se perdían entre caricias.*


Cuando el troyano reaccionó, su respuesta nada tenía que ver con lo que la diosa se había imaginado. En su cabeza había deducido que el funcionamiento de su sangre había influido en la mente del vampiro, nublándole el juicio como si estuviera colocado. Convencida estaba de que al beber volvería a mirarla con desprecio, aunque fuera medio ido. Sin embargo la atrajo sobre su cuerpo, recostándola consigo en la cama. Las manos de Afrodita, posadas en el pecho ajeno, se movían muy poco y despacio.

Fue entonces cuando llegó el norteño y dando trompicones, chocando con cualquier cosa que se topó a su paso, se dejó caer en el otro catre y al instante ya estaba roncando. La deidad clavó sus orbes en el hombre que descansaba allí, a poco más de un metro y estiró los brazos para incorporarse un poco.

-Creo que debería irme...*

Aflojé el agarre, la mente la tenía lago nublada por el alcohol y la cantidad de potente sangre ingerida.
Me encogí de hombros, si quería irse no iba a impedírselo, cerré los ojos estaba cansado, podía ser muchas cosas, un cabrón no era un de ellas, acaba de acostarme con ella y no pensaba tirarla de mi cama, pero tampoco suplicaría que se quedara.
-¿seguro? -pregunté sacudiendo la cabeza en un vil intento de mantenerme despierto.
Me iba tranquilizando, pero era gratificante notar su sangre por mis venas, placentero, algo así como una droga que te ayuda a sobrellevar las penas.*

La indiferencia que mostró el troyano era de esperar y, sin embargo, eso no evitó que le doliera. Estaba ya con la espalda erguida, sentada en el regazo ajeno, cuando la pregunta a traición hizo que detuviera su marcha. Había estado mirando a otro lado los últimos segundos y aquello fue como un llamado que hizo que volviera a fijar sus orbes en el rostro de Ettore. Despegó los labios para decir algo, aunque no tenía nada claro qué letras saldrían despedidas de su boca, mas, al final, sólo hubo silencio, porque se percató de que el griego acababa de quedarse dormido.

Extrañamente, se le veía apacible, algo que desde que la diosa recordara, no ocurría. Ladeó un poco la cabeza, observándole callada y suspiró. Si sólo era dormir no le daría vergüenza que el conde de Akershus se despertara y viera lo que andaban haciendo. Se movió un poco para recostarse medio a su lado, medio encima, porque los catres eran todos individuales, y apoyó la mejilla en el pecho foráneo, cerrando los ojos. Dormir no era necesario, pero era un placer como cualquier otro.*


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Mensaje por Ares Lun Jun 18, 2018 12:48 pm

-¿y acaso no hay causa más noble para una guerra que el amor? -bromeé contra sus labios mientras mis manos se deslizaban por sus nalgas -creía que tu mejor que nadie entenderías lo cerca que estaban sendas artes. ¿Acaso se pueden separar de algún modo?
Alcé la diestra enredándola en sus mechones lacios, el oro resbaló entre mis dedos y de un tirón elevé su rostros para alcanzar sus labios.
Los calciné con mi aliento mientras la desafiaba en un duelo de palabras en el que ambos de seguro podríamos alzarnos victoriosos, aunque en esta ocasión, no me importaba perder si a cambio sus piernas se abrían y me dejaba embeberme del metal que corría por sus venas.*


–¿Qué valor tienen las causas nobles para los muertos?–

Preguntó la rubia, sonriendo de medio lado cuando los labios ajenos rozaron los propios con su aliento. Estaba claro que ella valoraba el honor por encima de todas las cosas, pero dudaba mucho que ese fuera el caso del griego. Estaba convencida que era otra de sus tretas para intentar abrirle las piernas a alguien, pero era absurdo usar tales artimañas con ella, si las abría era porque le apetecía, no porque la engañara con tonterías.

–Dejémonos de cháchara, ¿te parece?

Perfiló los belfos foráneos con la punta de la lengua y le dio un azote al duro culo del dios que terminó en firme agarrón de la nalga izquierda. Le separó con la otra mano en el pecho y aprovechó el espacio para salir de la prisión que había interpuesto Ares entre la pared y su propio cuerpo.

–Vamos a iniciar una guerra tú y yo, señor olímpico.*

-Y yo diciendo las gilipolleces que le gustaban a Afrodita -apunté con una mueca de burla mientras echaba mano a su culo con la mano abierta y tiraba de ella para que nuestros cuerpos de nuevo chocaran.
Mi hombría bien abultada y dura golpeó su bajo vientre, la diosa bajó la mirada centrándose en la tela palpitante de mi pantalón.
-¿que esperabas? que el dios de la guerra no llevara un buen mandoble entre las piernas? El dios de las calzas se mete calcetines, pero yo no necesito llevar nada de eso -dije guiñándole un ojo.

Con mis palmas en sus glúteos pegué un tirón alzándola sobre mi, sus piernas treparon cual enredaderas enganchándose a mi cintura dejando nuestros sexos friccionando en el centro.
-Follemos -apunté antes de chasquear el dedo corazón y el pulgar.
Desaparecimos de aquel antro de borrachos y marineros con hedor a pescado para aparecer en cubierta bajo una cúpula de estrellas.

Sus dientes mordían mis labios, tirando del inferior, gruñíamos en un baile demencial de sierpes que húmedas danzaban fuera y dentro de nuestras bocas.
Sus caderas bailaban animando más si cabía a mi entrepierna, la gesta comenzaba y no terminaría sin sangre, sudor y mi nombre elevado a las estrellas.*

–Ese es tu problema, griego, que estás acostumbrado a las damiselas y no a las mujeres norteñas, las de verdad.–

En cuanto su cuerpo volvió a pegarse al ajeno, notó la abultada entrepierna del moreno rozarse insistente contra una de sus caderas. Sonrió de nuevo, ladina, al observar de reojo la zona, antes de regresar con sus avellanas al rostro foráneo. Se echó a reír ante el comentario.

–No te falta razón, Thor es muy presumido, pero se cuida más la melena que otra cosa. Luego dice que yo soy la de las flores...

Además del afán por la guerra, las dos deidades compartían las ganas de burlarse del otro dios nórdico que en cuanto su padre le había llamado, había salido corriendo con el rabo entre las piernas. Aunque para rabo, tenía otro mejor en el que centrarse ahora Freya.

Se encaramó al cuerpo fornido de Ares y comenzó a devorar sus labios, casi literalmente. La rubia era peleona en muchos sentidos y lo de dejarse hacer como una princesa, no le iba para nada. Ambas manos recorrieron el torso aceitunado contra el que estaba pegada, apretando, clavando las uñas y arañando. Pasó con los dientes del belfo inferior a la mandíbula, contorneando ésta por la izquierda hasta alcanzar la oreja. Gruñó de manera más calmada y provocativa al oído del griego, antes de colar la lengua y humedecer cada recoveco.*

Ansioso llevé mis manos a los correajes de su armadura, sin dejar de morder sus labios, de gruñir contra su boca aflojé cada cincha hasta que el metal cedió.
Tiré de las dos mitades sacándoselo por la cabeza, bajo la camisola sucia que enmarcaba sus dos enormes pechos.
Afiancé la tela con los puños y de un tirón la partí en dos.
Ladeé la sonrisa cuando su entrecejo fruncido chocó con mi mirada y a su vez me encogí de hombros por un instante.

Pero la diosa en clara venganza no se quedó atrás y con el mismo gesto desnudó mi torso, deslizando sus dedos por cada músculo que se iban contrayendo contra sus dedos.
De un tirón la giré, sus nalgas quedaron alzadas, empujé su cuerpo contra el timón, sus dos pechos quedaron presos con la madera mientras mi zurda se colaba por la cinturilla de su pantalón torturando su raja, abriendo los pliegues y notando el cálido botón que se engrosaba con cada pasada.
Las manos de la diosa se afianzaron al timón, como si ella pilotara la embarcación.
-Vaya, ahora eres una pirata -apunté dominándola, algo que de seguro la diosa odiaba.*

La pelea había empezado desde el primer segundo en el que ambos se empeñaban en llevar el control de lo que ocurría. En ciertos instantes se notaba que era él el que dominaba la situación, pero en otros era la diosa la que lo hacía, pero de un modo más sutil y, a su vez, retorcido. A fin de cuentas, aún y siendo una deidad nórdica, no dejaba de ser una mujer.

De espaldas al griego y con ambas manos sujetando el timón, el cuerpo de Freya se mantuvo en un ángulo de unos cien grados, con el torso inclinado y el pecho pegado a la madera de los mandos del barco. Sus tetas quedaron encajadas entre cuatro radios de roble. Giró la cabeza, observando al contrario por encima del hombro y se pasó la lengua por el labio inferior, humedeciéndolo.

–Soy una pirata, sí y quiero que me ensartes con el palo mayor, grumete.

Se echó a reír tras decir aquello, moviendo las caderas al flexionar las rodillas y volver a estirar las piernas de manera reiterada, incitando al moreno a dejarse de jueguecitos y ponerse a lo que tenía que ponerse.*

La rubia estaba impaciente, no era consciente de que como en la guerra los previos eran casi tan importantes como la estocada. Disfrutaba del arte de matar y la muerte rápida siempre era un final demasiado aburrido para una deidad como yo.
El caos que se desarrollaba por le camino, eso era lo que realmente disfrutaba.
Como respetaban a dar sonrisa, quizás los norteños acostumbraban a dar golpes rápidos y sin sentido, quizás el de las calzas empujaba como un conejito, pero yo era Ares, dios de la guerra, yo era un minotauro y no un calzonazos.

Deslicé mis dedos por la cinturilla y tiré del pantalón de cuerpo hasta dejarla en bragas, por encima de su hombro me miraba hambrienta, necesitada de verga, pero no sería ahora cuando la tuviera.
-Mastúrbate diosa, no es el momento -le recordé agachándome para desde atrás lamer su trasero, gimió al sentir mi sin hueso jugar por la trinchera y casi de forma involuntaria pegó su cuerpo contra la madera del timón para friccionar su coño contra uno de los palos que sobresalían.
-estas mojando la madera preciosa, chorreas.*


El griego se las daba de listo y de creerse vencedor de una batalla que no había sino comenzar. Valfreyja llevaba un tiempo sin sexo y se le notaba, pero no era algo que a una diosa como ella le avergonzara. Si no follaba era porque no quería, no le apetecía o los hombres al alcance se le antojaban poca cosa. Pero la lucha de egos con el griego le resultaba entretenida, algo interesante que hacía tiempo que no mantenía, y el juego de tirar de una imaginaria cuerda la había puesto a tono en cierta manera.

Entreabrió la boca, jadeando, cuando la húmeda y caliente lengua del moreno se paseó por entre los labios de su sexo. Podía sentir cada fibra de su cuerpo, cada terminación nerviosa, cada poro abierto. Si se concentraba lo suficiente, era capaz de intensificar cualquier reacción de su anatomía, para bien o para mal, claro que hacerlo para lo segundo sería una inmensa tontería. Pero en momentos así era todo un gozo que no se cortaba en disfrutar. Su pelvis se movía por inercia, buscando más que las caricias de una sinhueso aunque ésta fuera experta en sus andanzas.

–Mastúrbame tú, griego.

Ella no se iba a rebajar a eso, si no la tocaba, encontraría el modo de saciarse o se aguantaría, porque si algo le sobraba a la rubia era orgullo, sin duda. En eso podrían competir perfectamente los dos también, aunque los norteños tenían la medalla de oro en bolsillo como derecho de nacimiento en lo que a tozudez hacía referencia.

Coló la diestra bajo su propio cuerpo, acariciando con ésta entre los pechos, descendiendo por el vientre, el monte de venus y, finalmente, se separó los pliegues con el índice y el corazón, exponiendo su enrojecido, mojado y ardiente clítoris.*


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Mensaje por Valfreyja Lun Jun 18, 2018 3:35 pm

Mi lengua ávida de emborracharse en su esencia se arrastró por el enrojecido clítoris que la rubia había dejado a mi vista, de vez en cuando ella misma lo rozaba con la yema de sus dedos logrando que vibrara mientras mi lengua lo absorbía entre roncos jadeos devorándolo sin tregua.
Estaba a punto de explotar, sus caderas se movían por inercia y sin embargo la guerrera se mantenía en pie terca como solo las norteñas eran capaces de ser.


La giré de golpe, sus orbes marrones se hundieron en mis brillantes pardos, a diferencia del resto no estábamos excesivamente borrachos aunque nuestro ego era suficiente para causar en nosotros ese mismo afrodisiaco.
Sus dedos se pasearon por el botón del pantalón hasta que mi verga emergió palpitante, poderosa y completamente enardecida.
Sus deos se pasearon por mi punta, recogiendo las gotas de mi simiente, con esa pícara sonrisa que ostentaba se llevó la yema de su dedo a los labios y la relamió frente a mi mirada.


La empujé de nuevo contra el timón, ahora fue su espalda la que chocó contra la madera, alzó su pierna atrayéndome contra ella, yo sostenía le manubrio con mi diestra que impactó contra su coño completamente abierto y dispuesto para que la corneara.
-¿Y si antes me la comes? -dije volviendo a devorar su boca mientras mi punta se abría paso entre sus labios rozando su abultado botón.*


Le gustaba el modo en que el griego hacía uso de su lengua, se notaba que sabía cómo funcionaba además de para parlotear sin parar como ya había demostrado que hacía desde que le conociera. Pronto descubriría si ese ego que se gastaba tenía un origen válido o si todo era palabrería, algo a lo que ya estaba acostumbrada con Odín cerca. Mucho bla, bla y poco bli, bli, como solía decirle Freya a Fenrir cuando nadie les oía. 


Las piernas de la diosa vibraron, acompañando el estremecimiento de su clítoris mojado. Cada lamida, succión y tirón, suponían un punto extra para la deidad griega de la guerra y una subida de temperatura para la norteña. 


–Me gusta cómo lo comes.–


Aseguró tras un jadeo, justo antes de que Ares, impaciente al fin, la empujara de nuevo contra el timón, incorporándose. La rubia llevó ambas manos a aflojarle el pantalón y en cuanto quedó a la vista la verga, se relamió hambrienta.


–Te la como encantada.–


Respondió después de haber lamido las gotas que sus dedos recogieron, habiendo ya probado el sabor de aquel falo endurecido y ardiente. Sin embargo, antes de poder agacharse, los labios del moreno impactaron contra los suyos en un voraz beso. Valfreyja lo correspondió durante unos segundos, pero luego le apartó de un brusco empujón y se acuclilló, apoyando ambas manos en la parte delantera de los muslos del griego. 


–No prometas algo y no cumplas, Ares.–


Dijo en tono serio y mirada amenazante, sacando después la lengua con la que recorrió desde los testículos hasta el glande de una sola pasada con la sinhueso tan ancha como dio de sí el músculo.*


Enredé mis dedos en los mechones de su pelo.
-Cumple con la comida de polla y hablaremos de las estocadas.
Mi voz sonó ronca, la atraje hacia la punta roja por haberse estado restregando sin pausa por su centro y de un empujón de pelvis me adentré en su caverna con violencia.
Tiré la cabeza hacia atrás con los labios entreabiertos mientras mi culo se apretaba entre sus manos con cada nueva embestida en su jugosa boca.


Mi polla enorme tocaba su campanilla, la diosa la relamía, gustosa paladeaba el liquido pre-seminal, la saliva iba escurriendo por el tronco, resbalando por sus labios carnosos.
Elevó la mirada hasta mis tormentas y de nuevo nos desafiamos, estaba a punto de explotar cuando de un tirón la levanté.
La empujé contra el timón de nuevo, mis dedos abrieron sus labios dejando a la vista el clítoris enrojecido y los pliegues de la entrada donde llevé la punta de mi espada.
Un golpe seco la penetró por completo, rugí haciendo tambalearse los cimientos del barco, si habían titanes en la marisma de seguro escucharían a Freya gemir arañando mis pectorales.*


La diosa engulló la verga hasta que los testículos golpearon su mentón. Succionó, apretando con las mejillas al dar bocanadas de aire que acumularon saliva en el interior de su boca, bajo la lengua. Ésta la enroscó por un lateral y luego por el otro del falo, doblándola al buscar el frenillo o la uretra, puntos que torturó con la punta en algo similar a las cosquillas. Echaba la cabeza hacia atrás para atender mejor la zona del glande y luego, hincando las uñas en las nalgas de Ares, le hacía empujar para que le penetrara de nuevo hasta la garganta, empujando la campanilla con el capullo hasta que éste era estrangulado por la laringe. 


Fue el dios griego el que, ansioso, la apartó, seguramente a punto de explotar en un orgasmo inaudito. Pero se controló, dejó que el aire frío y salino golpeara su endurecida erección unos segundos, antes de alzar a la rubia y pegarse a ella de nuevo, ahora ambos de pie con las caderas casi a la misma altura. 


Freya levantó la pierna izquierda, rodeó la cintura ajena con ésta, apoyando el talón en la zona lumbar del griego y de un tirón le atrajo. Él ya estaba preparado, sujetándose la verga con la diestra y con certera puntería la ensartó con la polla, abriéndose paso en sus ardientes entrañas. La nórdica gimió, oscureciendo aún más sus orbes, agarró la nuca foránea con una mano y le acercó para que, de nuevo, sus bocas se unieran en una batalla que bien podría competir con la de sus caderas que, enloquecidas, se buscaban, empujaban y golpeaban de manera furiosa y hambrienta.*


Cada cornada clavaba la madera en la parte baja de su espalda, la ensartaba con la furia de un dios, el sudor perlaba mi rostro resbalando por mi tabique nasal hasta caer por mi punta contra sus ofrecidos pechos.
Tiré de sus astas, endureciéndote los pezones con las lamidas mientras la rubia gritaba enloquecida formando un arco perfecto con su cuerpo.
Cada clavada hacía crujir la madera, gritó contra mis labios mordiéndolos, acallando mis gemidos cada vez más roncos.
Esa noche el Valhalla y el Olimpo aplaudían nuestra gesta, una que dejó sin habla a las mismas estrellas que nos observaban.*


El griego se había vuelto más ansioso a medida que pasaba el rato, con cada estocada se le notaba más violento, más necesitado. Las mordidas eran bruscas, aunque no por ello menos certeras. Los pechos de la rubia quedaron llenos de marcas y sus pezones duros como diamantes, bien podrían grabar el nombre de Ares en el más duro de los metales. 


Tal y como en la guerra, el dolor hacía de la victoria algo mucho más placentero, así que con cada penetración, con cada golpe de timón en la espalda, cada hincada de dientes o nalgada, aproximaban el clímax de la batalla. Ambos gemían, chocando sus alientos, buscándose las lenguas, recorriendo las bocas ajenas como si buscaran tesoros ocultos o secretos recónditos. 


Las manos de Freya se aferraron a los omóplatos del griego, acompañando sus movimientos, apegándole a su cuerpo, pero otorgándole libertad cuando notaba que cogía impulso para ensartarla de nuevo con su gruesa verga. Ambos estaban dejándose llevar y el éxtasis corría por sus venas. 


Cuando notó que estaba a punto de correrse, la nórdica llevó los labios a la oreja ajena y la recorrió en un lento roce, jadeando en su oído. Bordeó la ternilla con los dientes en suaves mordiscos y después pasó la lengua.


–Córrete, griego... que me oiga gemir tu nombre la estirada de Afrodita.*


Con los dientes apretados, los músculos tensos y perlados en sudor y las venas marcadas seguí ensartando su coño con mi titanica verga, sus labios jadeaban contra mi oído, para susurrarme algo que sonó a orden y que era imposible no cumplir porque mi verga se movía palpitando en su interior, escupiendo cantidades indigentes de leche que pronto resbalaron por sus muslos.
Gritó mordiendo el hueco que quedaba entre mi cuello y hombro, sus paredes convulsionaban estrangulando mi falo mientras mis dedos la afianzaban para clavarme con las últimas sacudidas hasta le mismísimo tártaro que anidaba entre sus piernas.
-Córrete norteña... que el tuerto escuche lo que es capaz de hacer contigo el dios de la guerra. -susurré contra su boca con la voz ronca y el mar revuelto sacudiendo el cascarón como respuesta.*


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Mensaje por Bastet Mesbah Lun Jun 18, 2018 3:37 pm

En aquella prisión el tiempo transcurría de una manera distinta. Si bien podía ver el sol salir y ponerse, discernir las fases de la luna y otras tantas cosas que me relataban el paso de los días, la sensación era muy diferente. La eternidad jamás significó nada por los míos, las semanas parecieron siempre insignificantes, lo parecieron hasta que me arrebataron las dos únicas cosas que yo amaba en esta vida, me quitaron el amor y a mi hijo recién nacido. De eso hacía, aproximadamente, casi treinta años. Era difícil llevar la cuenta de los meses cuando me pasaba las horas soñando despierta, pensando en cómo habría crecido mi pequeño de no haberlo arrancado de mis brazos, un bebé que no llegó a ver una luna llena, ni pudo ver el rostro de su padre. Yo, en cambio, lo hacía cada vez que dejaba caer los párpados. Ese cabello negro de rizos tupidos, pero suaves, la nariz algo afilada, sus labios enmarcados en aquella barba… Sus ojos avellana, profundos, en los adoraba perderme. Su sonrisa pícara, aquella que me dedicaba entre besos cortos y cosquillas. Pero ya no me quedaba nada salvo mi tediosa e inmortal existencia. ¿De qué servía tener la infinidad ante ti cuando nada merecía la pena? Qué desperdicio de vida eterna.
 
Llevaba todo este tiempo suplicando, pidiendo que alguien escuchara mi plegaria, que mi llanto llegara a los oídos de una alma cándida. Era consciente que a mi hijo lo habrían matado, que el hijo de una unión como la nuestra estaba condenado. ¿Pero dónde estaba él? ¿Por qué nunca vino a buscarme? ¿Le castigaron también los suyos? ¿Los míos quizá? ¿Por qué no podía sentir su alma? Siempre creí que teníamos una conexión especial, que podía saber de él aunque no le viera o escuchara. Pero aquel día… Aquel día perdí el hilo que nos unía. No puede estar muerto, porque al igual que yo, él es eterno. Pero entonces, ¿dónde le tienen encerrado para que su corazón ya no lata de aquel modo distintivo?
 
No hubo día que no derramara lágrimas por ellos, por Tyr y por aquel pequeño al que jamás llegué a poner nombre. Quería hacerlo junto a él, pero nos lo impidieron. Nos separaron semanas antes del parto, lo prepararon todo para que no pudiera siquiera aplacar su aterrado llanto. Mi hijo llegó al mundo para cargar con la culpa del amor de sus padres. Un bebé inocente, un sentimiento puro. Pero los demás no lo vieron así, ellos nos señalaron con el dedo y nos juzgaron. Durante unos meses lo tuve todo y, de repente, el vacío se adueñó de mi alma.


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Mensaje por Heith Baltz Mar Jun 19, 2018 10:50 am

La völva se había quedado dormida en mitad del pasillo, frente a la puerta de su camarote, porque le había entrado el sueño y ni siquiera había llegado a agarrar la perilla. Alguien la había cubierto con unas pieles, un alma bondadosa en el barco lleno de bárbaros. Pero ella no dejaba de ser otra, se había criado en el norte, la diferencia era que a penas se había relacionado con nadie en toda su existencia, por ese pánico de su padre a que la encontraran e hicieran uso de ella. Pero allí estaba ahora, ebria, vulnerable y, teóricamente, indefensa. Pero el poder de aquella hechicera era mucho más potente de lo que aparentara o cualquiera pudiera imaginar, incluida ella misma. Los límites de la magia que se ocultaba en su interior era algo que, incluso la propia Heith, aún debía descubrir.

En medio de aquel dormir profundo, de ese estar pero no sentir, de ese etéreo transcurrir del tiempo cuando uno está beodo, la sobrevino un sueño, una visión, un recuerdo. Uno que, obviamente, no era suyo, porque cuando dormía, la mente parecía no pertenecerle nunca. Nunca su consciencia se desvanecía, lo hacía junto con su pensamiento, su razón, su existencia, dejando únicamente un cuerpo inerte a merced de quien lo encontrara y a ella, su esencia, su alma, la trasladaban a otro lugar y tiempo, al encuentro de algún semidiós o dios entero. Una voz la guió a través de una gruta oscura, un susurro, una súplica. Era una mujer y estaba llorando. Notaba en el trémulo timbre de sus palabras, el temblor de sus cuerdas vocales.

Se detuvo al ver una luz titilante a lo lejos, no, no era la llama de una vela, ni una hoguera, eran las lágrimas que escurrían por las mejillas de aquella hermosa joven de piel dorada y cabellos de bronce. Parecían perlas, cristales más bien, pero destilaban un brillo curioso, triste, mortecino incluso, pero a su vez esplendoroso. -¿Por qué lloras?- Preguntó la völva, viendo como la muchacha giraba su cabeza y con los ojos empantanados la miraba. No necesitó una respuesta verbal, porque como si se tratara de un rayo, el dolor que aquella dama sentía, atravesó su pecho, fulminándola.

Heith sabía que cuando tenía una visión, siempre había un motivo, un significado, un destino escrito. Necesitaba encontrar a la doncella de las lágrimas como diamantes, aquella cuyo corazón sufría, cuyo cuerpo permanecía preso y cuyo sino, estaba atado al del resto del grupo con el que ahora avanzaba. No sabía por qué, pero así era.

Despertó con un tremebundo dolor de cabeza, sujetándose ésta con la mano izquierda, mientras con la diestra intentaba levantarse del suelo sin caerse con el bamboleo del barco. No tenía la menor idea del tiempo que había transcurrido, pero no debía haber sido mucho, porque la fiesta aún seguía en la bodega. O eso o habían iniciado otra, que tampoco sería de extrañar con aquella tropa.


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Mensaje por Höor Cannif Mar Jun 19, 2018 12:14 pm

Con las primeras luces entrando por el ojo de buey del barco abrí los ojos, siseé por el dolor de la sien que palpitaba y me hizo llevar los dedos para apretarla.
-¡Joder! -gruñí tratando de esconder la cabeza bajo la almohada.
Resoplé palpando el mueble del lado del camastro buscando un vaso de agua , tenia la boca seca y la garganta rasposa, así como ciertas ganas de vomitar y el estomago revuelto, vamos una resaca en toda regla.

Tras apurar el vaso de agua a mi mente vinieron fragmentos de la noche pasada, mayormente con la völva y sus peces de colores lo que me llevó a ladear la sonrisa. También tenia recuerdos de un sueño en el que me encontraba con Dani, era imposible, sobre todo porque me pedía que le diera un martillo de Thor, ella, la persona menos creyente que conocía.

Bajé a las bodegas tras calzarme algo de ropa de muda limpia, colocar las pieles sobre mis hombros y colocarme las botas.
Ettore dormia ocn Afrodita, no entendía bien que se traían esos dos pero bueno, en el norte era normal acabar enredado entre las piernas de una mujer después de una noche de borrachera.

Me dejé caer en la silla, era el primero en llegar aunque no tardo demasiado en aparecer Ares con una radiante sonrisa de haber mojado durante la noche.
Golpeó mi espalda obligándome a ladear la sonrisa mientras se servia un poco de café y hacía lo mismo con mi taza que aun permanecía vacía frente a mi.
-¿No tenéis resaca los dioses? -pregunté llevando la taza después a mis labios.

Ares negó sin borrar esa sonrisa que se gastaba.
-Has follao cabrón -dije riéndome contra el tazón.
-¿no la oiste gritar mi nombre? -vaciló el dios.
-No, estaba inconsciente en la cama
-¿No follaste Höor? Tu eres tonto -dijo este negando con la cabeza
-Lo llaman fiel Ares, algún día te lo explicaré


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Mensaje por Afrodita Miér Jun 20, 2018 7:02 am

Fueron las torpes acciones del norteño, chocándose con todo, tropezando consigo mismo y golpeando la cama, lo que hizo que la diosa se despertara. Sin embargo, mantuvo los párpados pegados hasta que escuchó que la puerta se cerraba. Una cosa era que no le importara que la viera durmiendo con el troyano, otra que sus miradas se cruzaran. Se apoyó en el antebrazo derecho, incorporando lentamente el torso y se quedó, de nuevo, observando el apacible rostro de Ettore que aún descansaba.

En aquel instante, perdida en una utopía claramente imposible, se percató de que la reacción del griego no sería positiva si despertaba y la encontraba allí en la cama, con él. La noche anterior había estado ebrio, primero de alcohol y luego de la sangre de la diosa. Ahora tendría lo más parecido a una resaca monstruosa, probablemente acompañada del remordimiento de haber yacido con aquella a la que culpaba de la muerte de su amada esposa. Afrodita se mordió el labio, terminando de alzarse y besó suavemente la mejilla del cainita antes de abandonar la estancia y salir a cubierta. No deseaba encontrarse con el resto y no tenía hambre, así que pasaría del desayuno aquella mañana.

Allí, observando el oleaje, pronto escuchó al que estaba en la torreta del palo mayor, gritar el famoso “tierra a la vista”. Tardaron poco más de media hora en alcanzar la costa y otros tantos minutos más en atracar el barco lejos de la orilla. No había puerto en la isla y tuvieron que usar los botes a remos para alcanzar tierra firme. Se dividieron en grupos de ocho, por lo que se separaron norteños y griegos en dos barcazas distintas con varios marineros que se dedicaron a los remos. Menos el conde que se empeñó en ser mano de obra y no mirar acomodado como hacía Ares. Era tozudo como una mula y sacrificado hasta lo absurdo, no sabía si todos los nórdicos estaban hechos de la misma pasta, pero de ser así, no le extrañaba a la morena que murieran tan jóvenes ni que tuvieran colapsado el famoso Valhalla.

De un salto descendieron sobre la dorada arena, acompañados en todo momento por una densa bruma salada. El mar estaba tranquilo, pero el cielo estaba oscurecido para que Ettore pudiera ir con ellos y eso había provocado aquella condensación de agua marina parecida a la neblina que rodeaba el monte Olimpo.

–¿Y ahora qué?–


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Mensaje por Ettore Troy Miér Jun 20, 2018 9:31 am

Cuando abrí los ojos tronaba en mi cabeza, relamí mis labios resecos sintiendo la boca pastosa, tenia sed y aun así me sentía lleno, saciado por completo, elevé la mirada al techo tras un par de parpadeos tratando de devolver a mi mente la cordura que había perdido por completo, por primera vez en mucho tiempo me sentía en paz conmigo, como si aquella droga que Afrodita llevaba en sus venas fuera el remedio a mi desdicha, mas acaso ¿no fue ella la que causó la misma?

Me puse en pie, me calcé la armadura y a la hora dispuesta, tras las primeras luces del alba el barco tocó aquel cuerno bárbaro con el que anunciaban la llegada de tierra firme.
Cundo subí cubierta las barcazas para el desembarco estaban dispuestas, norteños en una, Griegos en otra, apenas ella y yo intercambiamos miradas, menos palabras.
Me sentía culpable, culpable por traicionar su recuerdo entre las piernas de aquella que por garantizarse una manzana de oro quebró no solo Troya si no la ilusión y la vida que en ella estaba puesta.
Yo morí a manos de Aquiles, mas ¿acaso todos gozaron de muerte tan digna?

Mis ojos se centraron en la isla donde nos esperaba la espada, Ares sonreía en demasía, algo me decía que la noche no había sido muy diferente a la mía, eso si, su porte digno de un dios se centraba en el barco contrario en ese norteño terco que lejos de dejarse llevar por los marineros remaba como si se le fuera la vida en ellos.
-Tantas ganas tienes de enfrentar a la muerte Höor -le grité desde la barcaza con una sonrisa ladeada.
-Cuanto antes llegue, antes volveré a casa -replicó guiñándome el ojo entre carcajadas.
-Déjalo, el esta noche no ha desfogado, le vendrá bien remar para soltar la adrenalina acumulada -replicó Ares recibiendo una reverencia mal echa del norteño.
-Cuidado conde, no te caigas al agua con tanto entusiasmo.

Entre risas llegamos a la orilla de la isla, allí desembarcamos, Afodita y yo cruzamos la mirada un par de veces, ambos nos esforzábamos por disimular lo evidente, ella tenia la necesidad de redimirse y yo de olvidar enredado en su cuerpo todo el pasado.
Su sangre me llamaba a gritos y no escucharla era imposible.


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Mensaje por Valfreyja Miér Jun 27, 2018 3:07 pm

Después del sexo rudo y placentero, se tomaron unas copas más. No tenían intención de dormir, no lo necesitaban. No solamente eran dioses, sino que se regían por el aguante de los guerreros y, como tales, disfrutaron de unas risas mientas se contaban anécdotas. Había sido un polvo sin ataduras, no había necesidad de tonterías, vergüenzas y menos aún reglas. Como dos compañeros de armas, se trataban de colegas.
 
Al llegar el alba, turbia para ellos, pues al viajar con el troyano, llevaban un cielo nublado impuesto, la rubia se levantó de la mesa y fue a tomar la fresca. El griego la acompañó parte del camino, pero desviándose al irse al baño a desahogar los litros de hidromiel.
 
Mientras disfrutaba de la brisa marina, sentada en un barril, vio aparecer a la otra diosa. Freya nada tenía que ver con ella, aunque también fuera la deidad del amor. La vio pensativa, incluso triste, pero decidió que no era asunto suyo y ni se molestó en acercarse a su figura.
 
Una vez en tierra firme, tras el breve trayecto en barcas de remos, una de las cuales ocupó únicamente Fenrir con cuatro marineros que hicieron que el gran huargo se desplazara desde el navío hasta la costa, todos miraron a la völva, pues ella era la que sabía a dónde debían dirigir sus pasos. Sólo ella había visto la silueta que marcaba el punto, la localización de la ansiada espada.
 
–Tú dirás a dónde vamos, hechicera. Estamos en tus manos.–
 
La mujer de hierro se acercó a la mortal y, pasándole un brazo por encima de los hombros, aproximó el rostro a su oreja para susurrar.
 
–Recuerda que el norteño es mortal. Su vida es tu responsabilidad.–
 
Se separó, pintando una amplia sonrisa en el rostro e hizo un gesto con la mano para que todos avanzaran con ella, siguiendo los pasos de la bruja vikinga.


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Mensaje por Ares Jue Jun 28, 2018 2:38 am

Aquel lugar olía a muerte, pero claro ¿donde si no dar con la espada del caos? Estos norteños tenían un peculiar sentido del humor, tenía que reconocérselo. Höor parecía feliz por haber llegado a su destino, como si le esperara una gran tarta de chocolate rodeada de ninfas y una buena bota de vino y no una maldición que recaería sobre él y su linaje también, pero bueno los humanos eran estúpidos, piezas de nuestro ajedrez y aunque procesaba simpatía por este chico de fuerte carácter y espíritu no dejaba de ser simplemente eso, un pobre diablo mortal.

Nos fuimos adentrando en el bosque espeso que presidia el centro de la isla, el vampiro aseguró que algo iba mal, no se oía nada y eso siempre era signo de peligro. Höor iba rastreando cada palmo de tierra, huellas, al parecer encontraba por doquier y no todas eran de animales que creía conocer.
Ladeé la sonrisa con un deje divertido, esta isla no encerraba en sus confines nada bueno y eso lo sabíamos los dioses, quizás no todavía ellos.
-¿Como te sientes Völva sabiendo a donde llevas al norteño y a que lo enfrentas?

-Acampemos aquí –dijo Hoor -Hace un frio que cala los huesos pero aquí no se pueden hacer hogueras –dijo con seguridad- hay mucha hojarasca y estamos rodeados de arboles ¿no querréis quemar el bosque y añadir nuevos problemas a esto?
Moví las manos y de ellas salió una especie de luz brillante.
-por lo menos podemos vernos las caras –dije mirando a mi preciosa Freya con picardía
-yo ya os la tengo muy vista –rio está con su peculiar sentido del humor, eso si pegándose al chucho de las malas pulgas,
-apaga esa luz, a este paso todos los animales sabrán donde estamos, tu maravillosa idea se ve a kilómetros de distancia -apuntó el norteño.
-No sabes lo mucho que temo a las bestias -ironicé

Todos nos sentamos en círculo, a mi derecha estaba Afrodita, silenciosa y poco comunicativa, y a mi izquierda Höor, la cena trascurrió en silencio, supongo que todos estaban cansados.
-Repartamos las guardias y a dormir –dijo la Völva mientras masticaba el ultimo trozo de queso que había metido en su boca.


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Mensaje por Höor Cannif Jue Jun 28, 2018 3:12 am

Me senté en una piedra, y la verdad es que aunque su tacto era frio y duro, mi cuerpo cansado agradeció su sustento. Aproveché el respiro para abstraerme de lo que me rodeaba y poner un poco de orden en mis pensamientos. No recuerdo muy bien el tiempo que pasé absorto hasta que de pronto, algo raro llamó mi atención, los cantos de los jilgueros, los repiques de los pájaros carpinteros o las llamadas de los gallitos de las rocas, dieron paso a un ruido lejano pero que se acercaba con rapidez, daba la sensación de que unas toneladas de rocas se habían desprendido de una colina y bajaban por el bosque a gran velocidad, tumbando arboles a su paso, pero el caso es que, según mis conocimientos, no había ninguna colina.

-¡Levantad! -grité poniéndome en pie de un salto, -¡algo se nos acerca a gran velocidad!

Todos mis compañeros se pusieron en pie de inmediato y cogieron sus respectivas armas, situándose en guardia en dirección al extraño ruido. Enseguida me puse el carcaj a la espalda y poniéndome el arco al hombro, me apresuré a subir por el árbol que tenía más cerca con el fin de anticiparme a lo que se nos venía encima y conseguir una estratégica ventaja de tiro. No me fue muy difícil encaramarme a una de las ramas altas de aquel viejo árbol.
-¿Qué demonios es eso? –Dijo Ettore sacando su escudo y espada.

De pronto, salió de entre la arboleda un enorme monstruo, de aspecto reptiliano, andaba a cuatro patas y medía de alto como dos hombres, tenía un cuerpo alargado que acababa en una larga cola, era de color marrón oscuro excepto el pecho, que tenía un color marrón más claro. Pero lo más llamativo y a la vez espantoso eran sus seis cabezas que asomaban por unos cuellos largos y delgados, tenían unos dientes afilados blancos amarillentos y unos penetrantes ojos ámbar.
-¡Cuidado! ¡Es una Hidra! –Dije mientras empezaba a descargar contra su cuerpo una retahíla de flechas lo más rápido que pude, pues si queríamos acabar con ella, no teníamos mucho tiempo.

Las cabezas de la hidra enseguida empezaron a buscar victimas, se movían vigorosamente dispuestas a lanzar su ataque.
-Por los dioses del Olimpo, ¡menudo bicho! –exclamó Ettore estupefacto. En ese momento, una de las cabezas de la Hidra, se lanzó hacia él con la boca abierta mostrando sus dientes puntiagudos. El vampiro, sin tiempo para reaccionar, interpuso el filo de su gran espada en medio del ataque, empotrándose la hidra en él y tirando hacia atrás a Ettore, que aún así, no soltó el arma. La cabeza de la Hidra, se quedó por un momento noqueada, recuperándose del golpe, lo que permitió al vampiro levantarse y lanzar un poderoso golpe que acabó seccionando la aturdida cabeza, que cayó inerte a sus pies.


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Mensaje por Heith Baltz Vie Jun 29, 2018 11:55 am

Aún con los tambores resonando en su cabeza, la völva se había subido a la barca de remos. La brisa marina golpeando su rostro y agitando su cabello, ayudaron un poco a que la resaca mermara, aunque nada habituada a sentirse de aquella manera, difícil que pasara del todo hasta transcurridas unas horas.

Ya en tierra, Freya se encargó de hacerle saber que cualquier error sería achacado a ella porque, obviamente, los dioses jamás se equivocaban. Así que la rubia dejaba caer todo el peso de aquel viaje en los hombros de la hechicera mientras ella se lavaba las manos como si nada. Sacó de su petate el papiro que había doblado en ocho y en el que había esquematizado el camino a tomar hasta la espada. Para que nadie se volviera loco y decidiera emprender aquella cruzada por su cuenta, había marcado el mapa con un conjuro y para ojos de cualquiera, excepto para Heith, en aquel papel no se veía absolutamente nada. -Debemos avanzar por ahí, entre la maleza junto a la roca más alta.- Extendió la mano izquierda, señalando el punto de entrada al bosque. No era precisamente un sendero, pero era el camino a seguir para ellos.

La noche de antes poco habían dormido todos, o nada en algunos casos, la cuestión era que todos estaban cansados y se veía claramente reflejado en sus rostros. Únicamente los dioses parecían frescos como rosas, excepto Afrodita que parecía cargar a sus espaldas su particular losa. Así que en cuanto se cruzaron con lo más parecido posible a un claro, decidieron acampar allí aunque no fuera más que mediodía. Descansarían al menos un par de horas antes de retomar el paso, pero antes se alimentarían y calentarían sus cuerpos, ahora que, al fin, habían dejado atrás la humedad del mar y el frío que calaba los huesos.

Justo se dejaba caer la völva sobre la arena, cuando Höor se puso alerta y gritó como un loco. Ella se alzó como un resorte, confusa y buscó entre los matojos y la espesura de aquella selva. Se movían las hojas, pero lo hacían en todas las direcciones. Difícil saber dónde se originaba el sonido que parecía quebrar ramas y huesos de animales muertos a su paso. No fue hasta poco antes de aparecer que la hechicera localizo el origen, hundiendo su diestra en uno de los pequeños sacos de hierbas que llevaba atados a la cintura. Mas al ver aparecer tan tremenda criatura, sacó la mano del fardo, porque nada de lo que llevaba encima serviría contra ese monstruo. -¿Por Odín, qué demonios...?- Ella no cargaba una espada consigo, ningún arma a decir verdad, pues jamás había tenido la necesidad de usarlas. Decidió intentar lo mismo que con el Leviatán y concentró energía para atacar. Sin embargo, la fatiga la tenía descolocada y no supo si fue por aquel motivo o, simplemente, porque aquel tipo de magia no funcionaba con la hidra, pero ésta i se inmutó cuando el rayo impactó en una de sus cabezas.
-Mierda...-


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Mensaje por Ettore Troy Lun Jul 02, 2018 5:48 am

La bruja había lanzado un rayo que pareció solo dar risa al tremendo bicho.
-¡No insensato! ¡Aún no estoy preparado! -Me gritó Hoor prendiendo una de las flechas con el fuego de la hoguera. Miré al norteño, volviendome hacia él con una cara mezcla de satisfacción e ingenuidad por no saber a lo que se refería.
-Pues date prisa en prepararte que solo te quedan cinco cabezas. –Dije jocoso mientras, detrás de mi, emergían dos nuevas cabezas del cuello que acabada de seccionar. Pronto me percaté de la situación y con cara de incredulidad, me eché atrás sin saber muy bien qué cojones había pasado.
-Ares se lanzó en carrera levantando una mandoble que habia sacado de sus manos hacia la cabeza que tenía más cerca, pero se detuvo de golpe al oír que la volva lo llamaba.
-¡Ares! Acércame tu espada, ¡rápido! –Dijo impaciente mientras parecía frotarse las palmas de las manos frenéticamente.

Ares, retrocedió hacia la hechicera pero sin dar la espalda a la Hidra, que en aquel instante, pareció ver el momento propicio para lanzar su ataque. Dos afiladas cabezas se dirigieron hacia Ares una de ellas, fue interceptada por una mancha furtiva que salió de entre las sombras del bosque, se trataba de Freya, que aprovechó la ocasión para lanzarse hábilmente sobre ella, rajo con el filo de su daga el morro de esta, cayendo de nuevo al suelo flexionando sus rodillas y llamando la atención de aquella cabeza, que se lanzo ferozmente hacia ella.
Höor cargó dos flechas acariciando suavemente las plumas, tensó con rapidez y centrando los ojos en la cabeza que se dirigía a Ares las soltó suavemente.

Ambas saetas impactaron en los ojos de aquella temible cabeza, que quedando cegada, gritaba salvajemente mientras daba tumbos de un lado a otro, golpeando a la que atacaba a Freya, dejándola aturdida, cosa que le permitió a ésta esquivarla de un salto.
Fijé mi vista en la espada de Ares, ahora prendida en llamas. La volva que había comprendido lo que el norteño quería decir como si se entendiéran sin necesidad de palabras la miraba orgullosa mientras sacudía sus manos en el aire con la aparente intención de enfriarlas.
Este se lanzo espada en ristre contra la cabeza aturdida, y de un golpe la corto de cuajo, emitiendo una pequeña humareda y acompañada de un olor a carne quemada.
-¡Ares no! –le grité tras mi experiencia nefasta al sajar una de las cabezas y aparecer dos al instante.
Mi cara era un poema, me temía lo peor, el resurgir de dos nuevas cabezas mas.
-¡Ettore! –me gritó la volva- ¡si cauterizas los cuellos no salen más cabezas!
-¡A bueno, voy a sacar fuego del culo! –conteste irónico, mientras seguía golpeando con la parte plana del escudo la cabeza de la hidra que trataba de darle alcance furiosa.


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Mensaje por Afrodita Mar Jul 03, 2018 5:31 am

Las cosas estaban tensas de nuevo. Desde que abandonaran el barco, Ettore no le dirigía la palabra a la diosa y a penas la miraba. Lo había asumido, que una vez saliera de aquella cama, todo volvería a ser como antes. Le sabía mal, le dolía, pero no podía hacer nada para evitarlo. Principalmente, porque comprendía el motivo de su odio. Ella había cometido un error, uno que había llevado la desgracia a su pueblo y terminado con las vidas de muchos de sus fieles. Era algo con lo que cargaría durante el resto de la eternidad, pero ahora, al menos, tenía un recuerdo con el que mitigar ligeramente esa culpa. Aunque si se lo preguntara al troyano, seguramente él guardaría aquel momento como algo sumado en vez de restado.
 
Afrodita estuvo meditativa durante todo el camino, casi ajena a lo que ocurría a su alrededor, hasta que se detuvieron para descansar, cosa que, por desgracia, ninguno de ellos llegó a aprovechar. Pronto saltó la alarma de boca del norteño que como si fuera un mono trepó por un árbol para buscar la mejor posición.
 
La morena, a pesar de ser una deidad, sus poderes no servían a la hora de la batalla. Ella estaba hecha para repartir amor, amistad e incitar a la procreación y nada de ello serviría contra la hidra. Se apartó, dejando que fueran los demás los que defendieran el lugar, los que pusieran sus vidas y eternidades en juego. Ares salió volando como una flecha, pero la hechicera le detuvo de un grito. Afrodita se había fijado en lo mismo que el conde: Las cabezas nacían del corte, del brotar de la sangre, de la carne fresca. Pero si cauterizaban la herida, lo más probable era que ese fenómeno no se produjera.
 
Observar no era algo que le gustara, más poco podía hacer ella. Aunque se le ocurrió una idea y se apresuró a situarse junto a la völva.
 
–Puedo compartir contigo mi energía.–
 
Aseguró, posando su zurda sobre el antebrazo descubierto de la bruja. Concentró su fuerza, su poder y pasó parte de éste a través de su piel, teniendo en cuenta que ella lo transformaría a su manera y que era humana, por lo que no podía tampoco insuflarle demasiada energía o la mataría.


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Mensaje por Ares Mar Jul 03, 2018 6:08 am

-¡Olvida las cabezas, dale al cuerpo! –gritó el norteño mientras descargaba una retahíla de flechas sobre el lomo de la criatura.
 La hidra, percatándose de su presencia, lanzó en una danza feroz dos de sus afiladas cabezas a mi encuentro, colgó el arco de mi hombro y se lanzó sobre una rama cercana cogiéndome con los brazos a ésta y esquivando así el ataque, mientras se balanceaba en ella. Noté el crujido seco que provocó el peso de Höor sobre ella, por lo que se soltó de la rama lanzándose sobre la hidra y deslizándose por su cuello, hasta el lomo de la bestia.
Maldito norteño suicida.

Bloqueé el ataque de una cabeza con la espada, dando un giro de ciento ochenta grados, separé de cuajo la cabeza del cuello de ésta, mientras la sangre que recorría el filo de la espada, se transformaba en finos hilos de humo negro.
El norteño intentó asegurar sus pies sobre el lomo reptiliano de la hidra mientras extraía las espadas cortas del carcaj y haciéndolas bailar en el aire las clavó de un golpe seco en el cuello de la bestia, hundiéndose al menos un palmo. Aquello provocó inmediatamente la reacción de la hidra, que como un resorte, se giró sobre sí  misma hacia el tronco de un gran árbol cercano, con el propósito de aplastarlo como a un mosquito. Sacó las espadas y dio un gran salto para no ser apresado entre el tronco y el cuerpo de la hidra, pero en aquel instante, una cabeza salió de la nada, golpeándolo en el aire haciéndolo caer sobre el suelo del bosque, cuya hojarasca amortiguó el golpe, por lo que no le costó mucho hacerme rodar hasta el lecho enraizado de un viejo roble.  El tosco cuerpo de la hidra golpeaba con fuerza el árbol cercano. Una vez a salvo, alcanzó el arco que llevaba colgado del hombro para comprobar su estado, estaba perfecto, pero una gran mancha de sangre salpicaba su madera noble, se llevó la mano a la espalda y pude comprobar que aquella diabólica cabeza había conseguido acertarle la espalda a la altura del omoplato.

De repente un resplandor rojizo llamó mi atención, la volva se encontraba de pié frente a un extraño fuego chispeante de tono anaranjado que prendía a un palmo de la hojarasca del bosque, como suspendido en el aire, pero la hechicera, ayudada por la magia de Afrodita no miraba el fuego, su atención se centraba misteriosamente hacia la copa del árbol que la hidra acababa de golpear, y de la cual, caían como lluvia, multitud de hojas desprendidas por la tremenda sacudida. De repente, alzó las manos al aire, y al instante, las hojas que caían balanceándose en el aire, deflagraron convirtiéndose en pequeñas bolas de fuego, la brja bajó los brazos, y las bolas de fuego cayeron como piedras flamígeras sobre la hidra, que al ver tal espectáculo, grito enfurecida.

Freya volvió a aparecer de la nada, elevándose por los aires mientras sacaba con sus dedos dos dagas del chaleco dispuesta a lanzarlas a una de las cuatro cabezas que quedaban, clavo ambas dagas en el cuello de la hidra, pero antes de que volviera a caer sobre el suelo, la hidra furiosa por el último ataque lanzo su afilada  cabeza interceptándola en el aire y lanzándola con sus fauces contra un árbol. El impacto fue brutal, la diosa cayo inconsciente al suelo mientras sangraba.
El norteño alzó su cuerpo, apoyándose en el tronco del árbol, y cargó dos flechas en su arco
-Estate quieto, vas a desangrarte -rugí corriendo hacia la hidra para darle el golpe de gracia -maldito humano terco.
Las flechas sobrevolaron la distancia, clavándolas con tino en el cuello del animal y llamando su atención sobre él de nuevo.
La hidra se giro como un resorte y lanzo una de sus cabezas furiosa para darle alcance, mientras mostraba sus afilados dientes.

Aparecí de la nada colocándose frente a Höor y pillando por sorpresa a la hidra a la que seccioné la cabeza.
Clavé la espada en la pata trasera aprovechando el desconcierto. Y la extraje salvajemente mientras apretaba los dientes, un chorro de sangre salió manchándome la cara.
La hidra reculo salvaje, con las tres últimas cabezas que le quedaban, se tambaleaba furiosa.
Höor volvió a tensar el arco y descargó tres flechas sobre su pecho.
La hidra seguía reculando ferozmente. Golpeé con el acero de nuevo a la hidra, que parecía buscar nerviosa el modo de escapar.
La hidra reculo hacia el bosque dándonos la cara y emitiendo un terrible chillido.

Me giré hacia el norteño que con la espalda apoyada en el tronco sangraba en abundancia.
-puto crio -Gruñí caminando hacia él antes de que se desvaneciera contra mi -Hechicera...


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Mensaje por Valfreyja Miér Jul 04, 2018 1:26 pm

En cuanto la hidra hizo aparición entre la espesura del bosque, en vez de replegarse todos, como era habitual en combate, se desperdigaron. Aunque la reacción fue instintiva, a la vez fue inteligente, porque el oponente era complicado y con tantas cabezas de afilados y enormes dientes al final de sendos largos cuellos, estar todos juntos no haría sino facilitar que la bestia se los tragara a todos, sino con una boca, con otra.
 
Esquivar y atacar debía ser hecho con suma rapidez, algo que los mortales e incluso el cainita, no podrían dominar ni aunque quisieran. Los dioses, por otro lado, disponían de una agilidad sobrehumana similar casi a la del rayo. Obviamente, Thor era el más veloz, pero él estaba lamiéndole las botas a Odín en aquellos instantes y tampoco le necesitaban, ellos sólo se bastaban para acabar con aquel lagarto gigantesco de ojos pequeños.
 
Los árboles resultaban buenos trampolines con sus troncos ligeramente flexibles y sus cortezas fuertes y raíces férreas. Impulsarse con ellos facilitaba las cosas y volvía las acometidas más violentas y certeras si se disponía de buena puntería.
 
Sin embargo, la nórdica se confió y en uno de los intentos por salvarle el culo al griego con su espada llameante, una de las cabezas de la hidra la atrapó al vuelo de una mordida, lanzándola ferozmente contra el suelo a continuación al notar como su sangre le quemaba las encías y la lengua. Freya perdió la consciencia durante unos segundos, pero se levantó a continuación con la herida cerrándose a su espalda de manera mágica. No en vano era una diosa y no una simple humana.
 
Para cuando se colocaba de nuevo en posición de ataque, la bestia reculaba sintiéndose acorralada y la völva corría a socorrer al insensato del conde que, para variar, había actuado sin pensar y ahora parecía no reaccionar a las sacudidas de Ares.
 
–Deja al norteño, griego. Acabemos de una vez con ese bicho. Empieza a molestarme más que a una doncella un guisante en el lecho.–
 
Espetó, aproximándose al moreno y le hizo un gesto con la cabeza para que atacaran los dos a la vez a las cabezas que quedaban.
 
–¡Troyano, tú la de la izquierda!–
 
Gritó en dirección al cainita que se moría por más diversión. Echó la vista atrás, a Afrodita.
 
–Baña en tu sangre la espada del inmortal, diosa.–
 
Se había percatado, durante la caída, la reacción de la hidra a su ponzoña. Nada tenía que ver con la de un vampiro y, de hecho, solía ser buena para muchas cosas. Pero estaba claro que, para los monstruos feos, era veneno. Seguramente surtiría el mismo efecto que el fuego, no porque cauterizara la herida, sino porque mataría el tejido.


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Mensaje por Höor Cannif Miér Jul 04, 2018 4:55 pm

En la pelea con la hidra, el norteño resultó herido, quedando tendido en el suelo junto al dios griego. El segundo, queriendo aún derrotar a la bestia, llamó a la völva para que ayudara al guerrero, ya que ella mucho no podía ya hacer en aquella situación. La hechicera corrió a su lado, arrodillándose frente al conde de Akershus. El hombre yacía inconsciente contra el cuerpo de Ares que no dudó en moverlo y dejarlo caer en el regazo de la hechicera.

-¿Qué se supone...?

No terminó la pregunta que ya se había ido dejándola sola con el hombre desvanecido. La morena arrugó la frente, observando al insensato y le intentó examinar la herida sin hurgar demasiado. Rompió la tela para que ésta no se adhiriera a la sangre y luego fuera aún más difícil de retirar.

-Menudo desastre...*

No sé el tiempo que había permanecido inconsciente, peor cuando abrí lso ojos, solo estaba la völva con cara de pocos amigos hurgando mi herida. Enarqué una ceja mirando algo aturdido a mi alrededor.
-¿Dónde cojones han ido? -gruñí.
La voz me sonó ronca, terminó con un quejido pues mi intento por ponerme en pie me llevó de nuevo de bruces al suelo.
-No deben ir a por la hidra, puede llevarlos a un nido -rugí intentando buscar el modo de ponerme en pie pese a los intentos de la hechicera por mantenerme inmóvil.
-Luego soy yo el insensato -me quejé en un deje un tanto cómico que no era mi intención que así resultara.*

El moreno se despertó con mucha energía, nadie diría al verle así que perdía sangre a una velocidad pasmosa. La hechicera le empujó con una mano en el pecho para que volviera a recostarse y se dejara de heroísmos.

-Son dioses, sabrán apañárselas. Tú necesitas que te curen esa herida y reposar. Y sí, eres un insensato. Te lanzas siempre a lo loco, sin pensar en las consecuencias... ¿Qué ocurrirá con la puerta de Hel si te mueres, listo?

Le estaba regañando como lo haría una hermana sabionda, pero poco le importaba, así le salía y así lo soltaba.

-Ahora haz el favor de quedarte quieto y dejar que te mire eso.

Dijo, señalando la herida abierta.*

Enarqué una ceja mirando a la "hechicera sabionda" que ahora en vez de peces de colores veía fantasmas donde no los había. Si cada vez que había estado herido me hubiera quedado quieto reposando muchas de las guerras no se hubieran ganado. Yo no era de esos que permanece quieto pudiendo hacer algo.
Alcé una mano ladeando la sonrisa con picardía, lo que provocó a la völva fruncir el entrecejo.
-Según tu amiga, de mi solo necesita esto adherido a mi cuerpo y bueno, todos sabemos que compartes su forma de ver las cosas, así que quema la herida y sigamos a esos idiotas antes de que acaben muertos y solo tu y yo acabemos en la gruta, lo que implicaría que se cumpliría el sueño y una gran cantidad de piedras en avalancha nos aplastaría.*


Las palabras del conde hicieron que el ceño fruncido de la hechicera se arrugara aún más y cuando éste terminó de soltar todas esas tonterías, le pellizcó los labios con el pulgar y los dedos corazón e índice.

-Cállate de una vez.

Espetó, retirando la mano, aunque como si de un hechizo se tratara, los belfos ajenos quedaron sellados durante varios segundos como castigo por no hacerle caso.

-Primero, Freya no es mi amiga. Yo soy una herramienta para los dioses, igual que lo eres tú. La diferencia reside en que yo lo asumo y tú no. Y segundo, si pensara igual que ella, no intentaría salvarte la vida ahora, energúmeno. ¿Todos los hombres sois igual de idiotas?

Llevó ambas manos a la tela y de un tirón la abrió completamente. Empezó a murmurar una especie de cántico, llevando la diestra a uno de los pequeños sacos del cinto y sacó una pizca de una mezcla de hierbas que sopló suavemente sobre la zona. Si sólo cauterizaba, la cosa acabaría mal, la saliva de la hidra era como la de una cobra y contenía parte del veneno que se ocultaba en los colmillos.*

La mujer rasgó mi camisa con poca delicadeza o lo que otro hubiera interpretado como una pasión desbordante, ladeé la sonrisa porque sabía que si lo decía acabaría convirtiéndome en rana, o pez de colores, a saber.. estas hechiceras eran un tanto bipolares, hoy quería salvar mi vida y mañana mantener mi brazo unido al tronco.
-Eso lo dices porque no conoces a Ulf, yo soy uno de los hombres menos imbéciles -bromeé dejándola hacer con esos polvitos que extendía con calma.
-Asumo lo que soy, lo hice desde el mismo instante en el que sellé el pacto con Hela, asumí lo que era desde niño, no temo a la muerte, ni a los dioses, ni a la gruta, tampoco a la espada, tengo otras cosas más importantes por las que temer y por ellas me pongo en pie.
No pretendía que me comprendiera, podía tildarme de loco, quizás lo estuviera.
-Escucha, si la hidra se retira hasta un nido, si estoy en lo cierto y no son animales que se mantienen solitarios, si no en parejas o manadas, estarán en problemas...*


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Mensaje por Heith Baltz Miér Jul 04, 2018 4:55 pm

No lo asumía, la völva lo tenía claro, alguien que asumía lo que era, no se andaba tirando de precipicios para salvar elfas si no era lo que le correspondía. Pero pasaba de discutir con el norteño, porque sabía que era más tozudo que una mula y que jamás reconocería que se equivocaba.

-Si no te curo la herida, el peligro lo atraerás tú. Los demás se arriesgan por asegurar tu llegada hasta la espada, ¿o es que no te has dado cuenta?

Espetó, pasando los dedos por encima de la herida, palpando de modo que era algo más que un roce. Se detuvo un instante al notar un pequeño bulto y sin avisar ni nada, hundió los dedos índice y corazón en la abertura como si fueran unas pinzas y del corte sacaron un trozo de escama de la piel de aquella bestia que lanzó a un lado tras sacudir la mano.

-De nada.

Añadió, apoyando ambas manos en sus rodillas antes de alzarse y sacudirse el polvo de los ropajes.

-¿A qué esperas? Tanto quejarte y ahora te voy a tener que esperar...

Comentó con una leve sonrisa cargada de burla e ironía.*

La miré de soslayo al escuchar su frasecita, después de arrancarme medio trozo de carnaza y abrirme la camisa como una vulgar ramera aún me gastaba bromitas varias y además me llamaba "el tonto inútil" al que los demás tenían que proteger para que llegara sano y salvo para empuñar la espada.
-Vaya, gracias, creo que ahora me siento mucho mejor -dije con un deje de ironía en mi voz.
Moví el brazo un par de veces, tenía que hacerme con unos de esos polvos mágicos, tenía el omóplato completamente insensibilizado, lo que me permitiría usar la espada, infinitamente mejor que le beleño negro que si bien ayudaba a paliar el dolor y seguir luchando aun herido de muerte, no evitaba los efectos del colocón sin embargo con esto no perdías la razón, mi cabeza estaba en su sitio, no la sentía rebotada en absoluto.
-¡Vamos pues!*

Sonrió al verle ejercitar el brazo, convencida de que le había sorprendido con su magia aunque se negara a reconocerlo en voz alta. Todos los norteños eran excesivamente orgullosos y en eso incluso la völva pecaba.

-Han ido hacia allí.

Aseguró, señalando al noreste del bosque, aunque no hacía falta más que ver el destrozo de los árboles para hacerse una idea de hacia dónde se había dirigido la dichosa bestia.

Emprendieron así camino por aquel sendero a la carrera, porque según el conde si su corazonada era cierta, los dioses y Ettore se dirigían a una emboscada. Fenrir había salido al galope detrás de Freya, pero ésta le había prohibido entrometerse y el pobre perro no hacía nada excepto lloriquear observando la batalla.*


Los dos emprendimos a la carrera el tortuoso camino para detener a los dioses ¿quién cojones es tan lerdo de buscar problemas cuando estos salen corriendo? Es la regla número uno, si tocan retirada, mejor dejarlos ir, al menso si no estás seguro de que otro ejército puede encularte si enardecido por la victoria decides correr tras ellos a darles muerte.

No era necesario sacar mis dotes para el rastro, las ramas estaban quebradas por la carrera del titánico animal reptilíano.
La bruja corría, aunque iba quedando ligeramente rezagada lo que me llevó de nuevo a ladear la sonrisa.
-Si soy tu responsabilidad deberías correr más, con mi suerte acabo ensartado por una rama como un conejo -bromeé con cierta sorna viendo como colocaba los ojos en blanco y resoplaba.
No me gustaba ser el niño al que todos debían de proteger, no necesitaba la ayuda de nadie para mantenerme en pie y menos la de la maldita völva que me veía como un inútil o un necio o no se bien que mierda.*

Ella no estaba hecha para correr, lo suyo eran los brebajes, encantamientos, hablar con los muertos. Cuando el norteño se burló de su flaqueza, ésta usó la astucia para responder, ya que de eso sí andaba sobrada.

-Precisamente porque eres mi responsabilidad... debo vigilar tus espaldas...

Contestó con la voz entrecortada por el esfuerzo físico que le implicaba a ella la carrera. No estaba acostumbrada a huir ni a perseguir, cazaba con arco y trampas, para eso no era necesario ir más rápido que andando.

-Deja de presumir y mira al frente.

Dijo, señalando hacia una cueva que se veía a unos metros de distancia y que se asemejaba mucho a la que había aparecido en el sueño que habían compartido ambos.*

Si algo teníamos los dos claro es que acabaríamos entrado.
-¿Las damas primero? -bromeé deteniéndome en la boca de la cueva. Las huellas desaparecían allí -bienvenida al nido de la hidra, puedo hacerle de guía. A la derecha muerte aplastados por rocas, a la izquierda, hidras venenosas que nos devoran ¿alguien imagina mejor final? -bromeé con ese peculiar sentido del humor del que ha enfrentado tantas veces a la muerte que ya tendía a reírse de ella.
-Con suerte interceptamos a estos idiotas antes de ver el final del sueño experimentado en nuestras propias carnes.*


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Puedes fingir que nunca sucedió... pero ambos sabemos que sí pasó.:

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Mensaje por Bastet Mesbah Vie Jul 06, 2018 12:16 pm


Como si de un fantasma se tratara, en mitad de una de mis súplicas, de aquellas eternas horas que me pasaba añorando lo que un día tuve y me arrebataron, pude ver la silueta de una joven de cabellos oscuros como la noche. Me preguntó que por qué lloraba, mas fui incapaz de articular palabra. El llanto consumía mi voz, tan poco acostumbrada ya a conversar con nadie que no fuera yo misma, hasta había olvidado cómo sonaban las letras al formarse en mi boca. Despegué los labios y únicamente un balbuceo escapó de ellos, perdiéndose a mitad de camino sin alcanzarla. De pronto, desapareció, dejándome nuevamente sola, como llevaba estando los últimos veinte años de mi existencia. Porque venían a traerme comida y agua, pero nadie me dirigía la palabra y hacía ya muchísimo tiempo que había intentado que lo hicieran. Había asumido mi sino y simplemente aguardaba la llegada del día en que se me levantara el castigo, fuera cuando fuera.

Entró entonces una de las mujeres que se encargaba de abastecerme. Venía con el rostro cubierto de modo que únicamente sus ojos se veían. Sabía bien lo que ocultaba aquel pañuelo, yo misma había conocido a aquellas sacrificadas damas devotas de uno de mis supuestos "compañeros". Si no fuera quien soy, si no comprendiera la ofensa que aquello implicaba y si osara tirar de la tela sin ningún miramiento, me encontraría con unos labios cosidos y, al otro lado de aquellos, una boca sin lengua. La fe de algunos mortales rozaba la estupidez, algo que yo comprendía hacía milenios y que, a pesar de todo, aún a día de hoy me seguía sorprendiendo.

Me quedé allí donde estaba, arrodillada, con as manos reposando en el regazo, subiendo y bajando como si acariciara mis muslos De hecho, ni siquiera sabía por qué lo hacía, tal vez por inercia, por hacer algo. Porque estar quieta era un suplicio aún mayor que el de estar encarcelada por los míos. Observé la cesta de fruta fresca, la hogaza de pan y la carne curada que dejó a mi lado, siempre a una distancia prudencial. Se notaba que sabía con quién estaba tratando, de ser uno de mis hermanos, ni siquiera se atrevería a mirarme de lejos. Pero yo no era como ellos, yo distaba mu de su crueldad y furia, y no precisamente porque me faltaran motivos. Pero no había sido ella quien me hiciera prisionera, tampoco tenía voz ni voto en poder sacarme. La cueva estaba protegida con magia y ningún inmortal podría cruzar el umbral.

Hice un gesto con la cabeza con el que pretendía agradecerle, en el mismo silencio que ella me obsequiaba, que se tomara la molestia siquiera de traerme nada. Era una diosa, aún sin alimentarme no podría morir, ella lo sabía. Sin embargo, por el motivo que fuera, alguien allí afuera se compadecía de mí y me la enviaba una vez a la semana. La mujer correspondió al leve asentimiento antes de retirarse, dejándome, una vez más, a solas con mis pensamientos.


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