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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Femke Van Roosevelt Miér Mayo 09 2018, 19:26

"Venecia fue antaño encantadora, lugar placentero de toda festividad,
el deleite del mundo, la máscara de Italia"
Lord Byron.
“Venecia es como comerse de golpe una
caja entera de bombones de licor”
Truman Capote.



Carnaval de Venecia
Dos años atrás


Con la bendición y el permiso de sus padres, las calles de Venecia se abrían ante ella como flores en primavera. Y esta misma temporada dejaba que sus vientos cálidos recibieran a sus visitantes con una sonrisa y un aire dulzón a flores, licor, juventud, sexo y promesas de una vida que podrían llamarse vacaciones, fáciles...y divertidas, para muchos eternas, porque bien se sabía que a algunos la ciudad de los canales y de citas, amores y escapes prometidos en balcones, se los tragaba.

La baronesa había llegado a vísperas del carnaval hace unos días, a conocer la ciudad de la que todos hablaban, que gritaban era luminosa y lo más cautivante que podría vivirse. Y sí que lo era, tanto que lo único que se limitó a hacer fue dejarse guiar por los venecianos que como todo buen italiano, le habían recibido con la más cálida de las bienvenidas. Vibraba, atraída por las sonrisas que buscan pretendientes y las manos de las dos jóvenes que llevaban las suyas, entre taconeos y música al bajar de la arrulladora góndola que acababa de arribar. Si en la actualidad hacía memoria, podría bien recordar que de Domenica y Francesca jamás había vuelto a saber nada, ni siquiera recibido aquellas cartas que se prometieron al conocerse.

Llevaba un atuendo que en nada había podido elegir, había permitido que los conocedores de la moda del lugar decidieran por ella, un velo del mismo material plateado que su vestido cubría sus cabellos claros. Máscaras vistosas, mucho más que la suya la rodeaban. Con unas se preguntó si no sería tedioso para el portador llevarlas, con todas se maravilló y se cuestionó una y otra vez qué rostro se escondería o se abrigaría debajo, con las que le dieron tiempo entre sus pasos imaginó rostros según los ojos que se dejaban ver entre los espacios vacíos, existieron las que la asustaron y mucho, demasiado mudas y sencillas, gritaban peligro o así ella las entendió buscando pronto y disimulado refugio, al dar varios pasos e igualar a sus acompañantes.

Debía aceptarlo, se sentía feliz y aunque ya había tenido aquella sensación antes, nunca había sido como aquel día, embriagada con los faroles, el misterio de aquellos trajes y máscaras, la calidez, la alegría y coquetería elegante de los venecianos, los sonidos, el agua que fluía bajo ellos, que existía en todo y los olores, eran alimento a sus sentidos y por instantes le pareció que flotaba entre nubes y a veces temió que sin las manos que antes sujetaban las suyas, saldría flotando rumbo al cielo naval en el que brillaba las constelaciones de capricornio, pegasus y andromeda. Podría si llegaba a pasar tener una conversación con ellas, pensó sonriendo como una niña al mirar el cielo.

Una estela luminosa lo atravesó, ascendiendo directo a la luna, explotando al llegar a su cenit.
El primer cohete dio paso a una larga, colorida y magnífica serie de fuegos artificiales que robaron la atención de todos en la ciudad, levantando cabezas y ovaciones, encantadoras voces femeninas que se difuminaron para terminar en sonrisas, otra larga pausa y la baronesa con el pecho extasiado y agitado, con el sonido ensordecedor viajando por sus oídos y erizando su piel, con las pupilas brillantes reflejando en sus ojos claros la luz que nacía y moría en una lluvia que jamás llegó a bañarla, veinte segundos después, una vez terminó el primer espectáculo de la noche y bajó la cabeza, se halló perdida en la multitud de callejones, situaciones y máscaras que era Venecia aquella noche.


Última edición por Femke Van Roosevelt el Lun Mayo 28 2018, 21:30, editado 1 vez


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Mensaje por Tohrment Fairchest Mar Mayo 15 2018, 20:49

"Lo que se vive en Venecia,
se queda en Venecia".

La enigmática Venecia, sede de tan encantador espectáculo desarrollado una vez al año donde abre sus puertas a sus visitantes para envolver en su atmósfera romántica a todo aquél que se encuentra dentro de su perímetro. A diferencia de París, que tiene el renombre de ser la Ciudad del Amor, Venecia es sinónimo de romance, de escapadas por sus acueductos entre risas y galanteos hasta obtener el más delicioso de todos los premios, la rendición de la pareja para adentrarse en aventuras que en la vida diaria serían una locura o un desliz escandaloso ante la sociedad. Eso es en lo que Venecia es diferente de París. En la primera el romance es parte indispensable de sus andares mientras que en la segunda, el amor se prodiga libre, vulgar y escandaloso.

Sumidos en un total anonimato debido a las máscaras que les cubren, una persona puede transformarse en un gran rey, un noble en un galante caballero que evade las obligaciones con su esposa buscando una amante nocturna. Y las damas se verán embriagadas de constantes seducciones intentando complacerlas al máximo entre tantos colores, olores y sonidos. Disfrutando del Carnavale se pueden pasar días o semanas con la conciencia tranquila en tanto permites que un caballero os obsequie una rosa y os acompañe a un viaje en góndola por los canales escuchando los cantos típicos venecianos o bien, disfrutando de alguna frittella.

Es lo último que Tohrment degusta antes de colocarse bien la máscara comprobando al mover las extremidades, que el traje le sienta a la medida por si acaso tuviera que correr como el año pasado, cuando apresaba a una cambiante que hacía de las suyas disfrazada. Se reacomoda los blancos guantes antes de empezar a caminar por las calles causando intriga y disfrutando de las miradas que le censuran. A diferencia de lo que la tradición dicta, los colores usados en sus prendas son demasiado discordantes al oscuro que se acostumbra. Eso al Inquisidor le tiene sin cuidado alguno.

Tendrá que ir a confesarse después de volver a Roma, piensa en tanto sus pasos le llevan a una de las grandes explanadas para disfrutar de los fuegos artificiales que se regalan como parte de las festividades por los nobles de la ciudad. En algunos lugares las personas bailan, en otros los caballeros galantean a las mujeres, más el romano está dispuesto a permanecer deleitando su vista en el juego de colores que remata en el cielo oscuro como marco perfecto del ir y venir de las marcas ígneas. Con las manos tras la espalda, se deja llevar por la algarabía general. En estos momentos se olvida de que es un soldado de Dios para sólo permitirse el lujo de ser un simple mortal con debilidades y gustos.

Alguien por atrás le empuja obligando a que dé un paso al frente, voltea con rapidez para quedarse observando a un trío de señoritas que ríen. Una de ellas, la de en medio, está sujeta por ambas manos por las otras dos. Su vestido de plata le hace recordar al Inquisidor a los libros viejos de poemas donde la luna baja haciéndose presente en la tierra por lo que, en vez de reprenderlas, sostiene el sombrero con la diestra dejándolo a un lado de su cuerpo en paralelo a sus hombros haciendo una pronunciada reverencia al tiempo que su brazo siniestro se sujeta a su hombro diestro provocando más risas. Esta vez se puede entender el toque histérico producto de la timidez y la ansiedad por ser galanteadas. La coquetería femenina es mucho más fácil de reconocer que la masculina si se sabe ser observador.

Sólo por divertirse un poco sabiendo que ellas tienen a la vista una máscara blanca que oculta su sonrisa oscura por la maldad que hará, le dice a la de en medio con voz galante y seductora - Ai tuoi piedi, principessa della luna - toma la mano de dicha señorita para fingir depositar un beso porque la máscara le impide el contacto piel-labios. Las risas se incrementan al tiempo que Tohrment va levantando la cabeza despacio con los ojos clavados en la fémina - No, no, non parla italiano, ma parla francese - ahora es a él al que le roban la risa porque ha quedado como tonto ante la joven. Se coloca las manos a puños cerrados en la cintura en tanto el tórax se mueve por la hilaridad de la situación mirando hacia el cielo con la cabeza echada atrás. En cualquier otro momento estaría furioso por perder tan buena oportunidad de estar acompañado por una joven tan bella. La diferencia es que cualquiera se rendiría, Tohrment no.

Alza el dedo índice de su diestra pidiendo atención de las tres féminas. Se aclara la garganta para, con una floritura de su mano diestra, volver a tomar la de la joven - A sus pies, princesa de la luna - el francés en su voz de tenor, causa risas tontas en sus amigas al tiempo que repite la escena del beso y esta vez sostiene un tiempo mayor esa parte de la anatomía femenina - ¿Le gustaría acompañarme a bailar una pieza? - señala con la palma de la mano la siguiente explanada con elocuencia donde varias parejas están danzando con elegancia y soltura. A eso vino Tohrment a Venecia. A disfrutar. Y si es acompañado, ¡Qué mejor!


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Miér Mayo 16 2018, 16:31

“A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan.
Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro”. -
G.K. Chesterton


¿Y ahora? Deja escapar todo el aire de sus pulmones mientras mira a su alrededor, las máscaras siguen ante sus ojos desfilando, sabe que será una tarea difícil encontrar a sus amigas y apretando los puños intenta mantener la calma para buscar un punto inicial en donde comenzar. Pero eso le pasa por dejarse llevar por momentos frugales, si hubiese estado más atenta no estaría pasando por aquella situación, así se reprende así misma.

Comienza a moverse, con lentitud y mecida por la corriente de transeúntes escarchados que la mecen como marea a las gaviotas, quizás si no se aleja demasiado de allí, sus amigas italianas retrocederan sobre sus pasos y la encontraran. La baronesa miró hacía atrás, a los lados,  el cielo y al suelo, sus manos, todo en ella comienza a desesperarse, aunque podría ser que que alguien hablara francés y pudiera entenderle, pero aún siendo el caso, ¿a dónde pediría que le llevasen si llegaban a ni siquiera haber escuchado el apellido de sus conocidas?

Una mano se cierra entre su muñeca izquierda. Haciéndola sobresaltar giró de inmediato para terminar abrazando por la emoción a una de sus amigas que la mira con el ceño fruncido, que se va suavizando al saber que ya todo esta bien de nuevo, a su lado Domenica sonríe diciendo lo afortunada que fue al no perderse toda la noche y lo nerviosas que estuvieron al creerla muy lejos de ellas.

Una nueva serie de juegos artificiales comienzan a estallar en el cielo y Femke siente bienestar, completo al estar de nuevo protegida, junto a lo poco familiar que conoce en aquel país. Decide que por nada soltara la mano de sus amigas de nuevo y vuelven a caminar con confianza y a disfrutar del carnaval porque la noche aún es muy joven. Tragafuegos muestras sus dotes a medida que avanzan y quedando embelesada de nuevo, es halada con suavidad por sus amigas quienes sueltan sonrisillas sonoras por el hecho de que sea tan fácil llamar su atención, ella hace lo mismo encogiéndose de hombros. Es mi naturaleza, les responde avergonzada.

Al regresar sus ojos al frente, una máscara que brilla con la luz artificial y de luna es lo primero que ve, es un hombre, es notorio por su contextura, altura y por su disfraz, verde es el color que ha elegido y buscando sus ojos los encuentra, son del mismo tono y muy expresivos. Disfruta con interés de ver lo que hará el extraño, es una reverencia a la que es inevitable darle un toque teatral con aquel vestuario y sus maneras.

La baronesa intenta descifrar qué desea, mientras las sonrisas de las italianas escapan sin pudor de sus labios, no le incomodan, al contrario, parecen ser el perfecto acompañante de la escena, ella se encuentra al otro extremo, es más reservada, siempre lo ha sido, guarda silencio sin mostrarse parca, el brillo en sus ojos y la atención con que lo observa son notorios, su antifaz aunque oculta parte de su rostro, no lo hace con el mismo talento que el de él.

Lo ver acercarse y tomar una de sus manos que ya vuelven a están libres para depositar un beso que no llega a tocarle, pero que es claro en el dorso; las sonrisas de sus amigas siguen siendo claras y contagiosas al escuchar las palabras, es una pena que no entienda o hable italiano, las mira sin percatarse de lo sonrojada que está. Se siente bien ser halagada, que la haya elegido, pero con la humildad de la que muchas carecerían, mirándolos intenta ubicarse en la conversación que los tres italianos sostienen, corta y a la final, casi inentendible en su mayoría si no fuese por el poco español que en en esos años comenzaba ya a estudiar.

Entiende que trata de ella, pero no lo que realmente sucede, observó como de nuevo él se alejaba, llegando a creer que el interés en ella se había perdido por su ignorancia en cuestiones de italiano, un idioma que aún desconoce por descuidada - en realidad no saber porque ha sido así- si es música para sus oídos, el amor en gotas invisibles o susurros en forma de hilos que entran por sus oídos para llegar a su corazón no sin antes recorrer todos sus sentidos, se ha hallado ensoñadora al escuchar a sus conocidos en Italia hablar, silenciosa por largos minutos aún sin entenderles.

El silencio es imposible en las calles, peor con las luces de pólvora que recién terminan de estallar en el cielo. Pero para su felicidad, el hombre les señala, comenzando con la promesa de un nuevo acto, espera la baronesa entenderle en esta oportunidad, sentirse tonta no es de agrado y para su propia maravilla, lo hace porque él habla en un idioma que conoce a la perfección desde hace años. Su rostro se inclina una fracción de segundo, sus mejillas se sonrojan con más carmín por el halago y tal comparación, aunque no es la primera vez que es comparada con la luna, suena mejor cuando viene de labios de un extraño.

Su mano es robada una vez más y por más tiempo, lo permite como un gracias a las anteriores palabras mirando el rostro oculto tras esos ojos verdes. Aquel comienzo parece un sueño. Mira a la pista que él le ofrece en palabras, suena tentador y girando para ver a sus amigas, nota la aceptación en sus ojos y sonrisas cándidas y traviesas, mirándolo de nuevo, asiente en un ataque de valentía.
Lo cierto es que aún sin el aliento de sus amigas, lo habría hecho a la final, habría dado ese paso al frente para saber qué vendría.

No deja de verle con los labios entreabiertos un poco, con el corazón latiendo rápido en su frágil pecho, interesada en quitar aquella máscara que lo separaba de ella, pero consciente de que no le incomoda, es aquella la chispa adecuada en aquel momento. - Buona notte.- fue lo único que dijo al enmascarado, son las pocas palabras que sabe de su idioma y espera no fallar en ello. Llevaba una sonrisa que flotaba casi imperceptible en sus labios al sentirse hipnotizada por lo que estaba sucediendo, a fin de cuentas a vivir era a lo que había venido a Venecia, a vivir lo que se le presentara y a hacerlo estaba decidida.

Femke ofreció su mano, caminando con suavidad para tomar la delantera y ser ella, sin percatarse, quien lo guiara hasta la pista donde las parejas esperaban sin ser conscientes entre paso y paso, dos piezas más.


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Mensaje por Tohrment Fairchest Vie Mayo 18 2018, 21:28

Acepta, con eso Tohrment atrae su mano como si de un objeto raro se tratase, con delicadeza, de forma bohemia para engarzar en su brazo el de la fémina con esos movimientos lentos y suaves. La cabeza se inclina ante el saludo de la dama empezando a andar hacia el lugar donde las demás parejas disfrutan del hermoso arte del baile. La galantería se vela con la premura de la dama por empezar a mover los pies al compás de la música que va terminando. Por inercia, el romano acelera el paso para, con habilidad propia de quien acostumbra hacerse siempre un espacio entre la multitud, elegir con rapidez el lugar. Una vez de pie el uno frente a la otra, la música inicia con una reverencia majestuosa de los caballeros en la que él tiene la gracia de resaltar antes de que les corresponda a ellas.

El romano tiene un estilo de bailar bastante peculiar, coloca la mano diestra contra la cintura femenina tomando con la siniestra la palma de ésta antes de empezar a deslizarse por la pista de baile. En tanto los demás siguen un ritmo acorde, el romano la lleva con otro tipo de danza mucho más estilizada y elegante, donde las habilidades de la dama tendrán que verse ante una coreografía distinta, más los mismos movimientos del hombre la van conduciendo como si fuese un cisne sobre la pista, deslizándose con tal suavidad y elegancia haciendo que los demás vayan abriendo espacio para su baile. En un giro, Tohrment le extiende los brazos en pleno baile a los lados para deslizar las manos enguantadas por el largo de éstos hasta llegar a ambas axilas donde impulsa elevándola por encima de su cabeza con tal facilidad que pareciera irreal dando tres giros con ella aún en el aire sin perder el paso.

La baja con suavidad pegada a su cuerpo hasta dejar sus pies en el suelo para seguir la coreografía que ella de seguro ya se aprendió, donde los roces de los brazos y muñecas son indispensables, el movimiento de las manos parecieran formar alas de cisne a punto de alzar el vuelo, es un baile tan bello como sensual por el contacto constante en la pareja a diferencia de los mediocres movimientos de los demás que se limitan a seguir los pasos marcados por tantos años que son ya aburridos. Si ella pudiera ver el rostro del hombre, observaría su enorme sonrisa, más sus ojos la reflejan, subyugantes y conquistadores. Aprobando la gracia con la que ella se mueve y sigue los dictados de su propia mano. Al final de todo, vuelve a elevarla por los aires en giros casi interminables hasta que por fin, como si las fuerzas le faltasen -que con la firmeza con la que la sostiene podría pensar lo contrario- la deposita con tanta suavidad como si de una mujer de cristal se tratara para dar un paso atrás y terminar el baile con una elegante reverencia.

Los aplausos de la sangre italiana, tan efusiva como caliente, muestran así su aprecio por el espectáculo brindado. La danza ofrecida por tan expertos bailarines es bien aceptada en ese sitio donde el anonimato reina. Así entonces, Tohrment toma la mano de la dama para volver a hacer la simulación de besar su dorso antes de separarse, pasear la mano por la cintura femenina conduciendo hacia una de las orillas donde lleva su boca hacia el oído de la Baronesa para susurrar - soberbia actuación, Princesa de Luna. ¿Quiere repetirlo con otro tipo de movimientos? - propone en tanto permite que el siguiente baile dé inicio esperando paciente a que los meseros del sitio le lleven a la mujer una copa de vino que él toma para ponerla en mano de la dama de forma caballerosa para buscar en uno de los bolsillos y entregar unas cuantas monedas a cambio.

Le permite serenarse unos instantes. En caso de que ella tenga el bien de volver a la pista.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Dom Mayo 20 2018, 15:13

"Los bailarines son los mensajeros de los dioses."
-Martha Graham.


Dócil y dispuesta como un avecilla.
Así fue Femke en el momento en que él posó una mano sobre su cintura, sus labios se entreabrieron y sus ojos lo observaron fijos porque sabía bien lo que él era, un extraño. Pero así como pensaba en lo que opinarían sus padres sin proponerse dar un basta o detener sus acciones, permitió que tomara su mano, con el roce de ambas palmas consiente en sus sentidos. Una melodía embriagadora, lenta y hermosa a sus oídos llegó, llenándolo todo y a todos a su alrededor. Lo inolvidable fue que la baronesa no supo cuándo ambos comenzaron a mecerse sobre la pista de baile, ni cómo la sincronía entre ellos se dio, solo fue guiada y decidida a fluir como viente dejó de pensar en algo más que no fuera ser un ave surcando los cielos, libre. Absoluta e inconscientemente libre.

Con sus manos y brazos ondeando en el viento y la melodía acelerando su ritmo, con su rostro suave por lo que su corazón sentía con cada roce y movimiento que junto a él ejecutaban, sus pies se movían con la gracia que se esperaría de una noble, solo que vestida de tal manera, con lo nuevo y bello de aquella coreografía, se veía como en realidad la misma luna, o como él la había llamado, una princesa. Queriendo volar para volver a su tierra. Eso se puede ver y se siente aún más cuando sus brazos son extendidos sin que ella ejerza ninguna oposición, la baronesa contempló como las manos de él recorrían la extensión de sus extremidades con el aliento entrecortado, no porque estuviera cansada, era por la manera en que él la tocaba y la forma en que su piel se sentía.

Sin esperarlo percibió como sus pies se despegaban del suelo y las manos que firmes la tomaban por su cintura, él la elevó haciendo que su sueño de volar pareciera mucho más cerca, apoyó las manos sobre sus hombros sin atreverse a apretarle demasiado aunque llegó a temer caer en algún momento. La jovencita lo miró a los ojos, muy fijo cuando comenzó a descender con aquella lentitud cadenciosa que solo avivó la poca, o casi inexistente distancia entre sus cuerpos, pudiendo perderse en ellos con la timidez curiosa y ávida de aventura propia de su poca edad y el pudor en las mejillas de una dama de su rango. Con los pies de nuevo en la tierra, prosiguió con la lección que acaba de aprender, bailar es uno de sus gustos y una de las razones por las que los banquetes y eventos sociales cuentan con ella entre sus presentes, así que sin ninguna queja y con el corazón emocionado por lo divertido y placentero que resulta seguirlo, lo volvió a hacer con impecable destreza y con el papel perfectamente ejecutado de un cisne.

Con la mirada suave y rápida recorriendo los movimientos que ambos realizaban, con su cintura meciendo sus caderas y el velo como sus faldas agitándose en la pista, perdió por completo el recuerdo de que no estaba sola. Todos a su alrededor han desaparecido y cuando la música llegó al que parecía ser el climax, volvió a dejarse elevar, esta vez sin miedo. Mirando al cielo su cuello se mostró cuán estilizado era, mientras sentía como giraban y sus manos se aferraban a los hombros del extraño con la suavidad de quien no pesa más que una pluma. Y allí estaban, las estrellas los acompañaban también, brillando como si quisieran ser espectadoras en primera fila de tan hermoso baile. Se atrevió a quitar las manos que le daban la seguridad de ella misma defenderse de cualquier caída, con confianza lista para ascender cerró los ojos abriendo sus brazos con una sonrisa en sus labios y la sensación de mareo que se sentía bien, como si estuviera realmente en el cielo.

Solo los que les miraban desde fuera podrían ver como su velos y faldas parecían ser alas agitándose en el viento, esperando todos que la mujer que parecía la luna comenzara a volar. Pero no sucedería, pronto Femke volvería a la tierra en la que en realidad había nacido, la música acabaría para dar paso al cierre del baile en una reverencia al hombre, con los aplausos enardecidos y un sonrojo en sus mejillas por el leve cansancio y lo incandescente que se sentía su corazón en aquel momento. Él no perdió tiempo y tomando su mano dejó otro beso, para luego deslizarla por su cintura y guiar sus pasos.
Dócil, así seguiría siendo el cisne de la luna por propio deseo.
El susurro en su oído hizo que la piel se le erizara, las mejillas se tiñeran aún más y se encogiera levemente de hombros, una reacción normal que la hizo feliz al ser halagada y por la invitación de volver a alabar a la diosa del baile en Venecia.

- Gracias. Es usted también un gran bailarín.- dijo una vez estuvieron alejados de la pista de baile, preguntándose si lo conocería. No, si fuera así lo recordaría. - Encantada de compartir otra pieza de baile si es tan improvisada, inolvidable y bella como esta.- dijo suave mirando al mesero para tomar la copa de vino que le ofrecía.  Dio un pequeño sorbo y ofreció la copa al extraño, que bebiera junto a ella y calmara su sed no le parecía una desfachatez sino un agradecimiento. - Lo único que me preocupa es ¿y si llego a equivocarme? - le preguntó retrocediendo algunos pasos dubitativa, todo acababa de ser tan mágico, como si alguien guiará sus manos, sus pies y su alma, para entrelazar aquellos movimientos que en su vida había hecho con algún otro caballero, que dudaba que pudiera repetirse con tal belleza. Mirando a su alrededor notó lo llena que estaba la pista de baile, todos lo que la mirarían fallar eran fichas de ajedrez y si bien la fichas allí no tenían propósito más que movimientos con un fin, bailar hasta morir o hasta que la noche o el vino los uniera en algún callejón o cuarto con un beso, o quizás algo más, ella se sentiría apenada si llegaba a la torpeza hacerse presente.


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Mensaje por Tohrment Fairchest Jue Mayo 24 2018, 00:59

Una reverencia es la respuesta a su halago por ser un gran bailarín. Hay cosas que se hacen y cosas que nacen. En caso del inquisidor, su madre le enseñó a bailar y con el paso del tiempo, estuvo aprendiendo con otras mujeres, con otras personas sabiendo que ellas son muy dadas a ser felices después de una danza complicada y bella como la anterior. Donde ella sea la protagonista y aún tiene una coreografía mejor para que ella pudiera lucir su vestuario y de paso, a la propia mujer en medio de la danza. - Como debiera ser el baile, una forma de expresión fina, delicada y llena de matices, no una repetición insulsa de pasos coreográficos que nos hagan parecer manadas en la sabana - su tono es neutro. Si pudiera ver su expresión, estaría llena de arrogancia y egolatría.

Declina el ofrecimiento de la bebida con la palma de la mano alzada a la altura de la copa. Señala su máscara, sería imposible beber algo porque ésta le cubre todo el rostro y pareciera que no está dispuesto a quitársela para eso. Su rostro inexpresivo se gira hacia ella. Le toma la mano para hacer de nuevo la pantomima de besarla. - Volvemos tras los pasos y recuperamos el ritmo - la reconforta antes de que su risa masculina y vibrante, con un tono muy viril emerja de la máscara - sólo déjate guiar. El vals pasado fue más complicado y lo hiciste muy bien. Déjate envolver por mis pasos. Estoy seguro de que saldrá todo bien - espera paciente sin soltar su mano depositando ésta contra su antebrazo en espera de la siguiente pieza musical.

Cuando la que suena en el lugar termina, el hombre avanza hacia el centro de la pista con su compañera. Al verlos llegar, las parejas van haciendo un círculo alrededor de ellos, la deja en el centro, hace una reverencia con elegancia y parsimonia antes de acercarse para deslizar su mano siniestra por la cintura femenina sujetándola bien, la otra se coloca en la espalda del hombre dándole una apariencia más elegante y señorial, casi principesca, con un paso a la izquierda, luego a la derecha, repitiendo el pequeño movimiento inicia la danza. Es el preludio para los siguientes movimientos. Va lento, dejando que ella tome el paso y sobre todo, haciendo que note que está cumpliendo lo que prometió. Él la dirige.

Cuando toma su mano, la eleva y baja conforme sus movimientos sin llegar a entrelazar los dedos. Casi todo el baile lo realizará con la diestra mano a la espalda dejando la mano libre para conducirla, hacer los pases y dejar que sea ella la estrella del baile. Le da un giro hasta depositar su mano en la cintura, que va elevando hasta dejar la contraria contra la palma femenina y darle un pequeño impulso para que ella gire haciendo que el vestido parezca una cascada de pétalos, concatena varios giros dejando que el bajo del atuendo femenino sea la estrella y la grácil figura sea vista por todos. Tras una última vuelta, extiende los brazos entrelazando una de sus manos con la suya y la otra la deposita a la altura de su omóplato haciendo que su brazo esté recto con su hombro.

Le va guiando por el largo y ancho de la pista con señorial paso, un nuevo giro alargando la mano la obliga a llegar hasta donde sus brazos se estiran y con una leve indicación, la obliga a ponerse frente a él para volver a permitirle ahora que vaya del otro lado. Vuelve a tomarla de la mano colocando la otra en el omóplato para dar giros alrededor de la pista. La música cada vez es más cadenciosa. Esta vez es más osado, en uno de los giros pone su pierna como apoyo para que ella se apoye en ésta dando una vuelta para atraparla al haberla soltado un poco y seguir con la danza. Tras algunos pasos, la toma de la cintura para darle un giro, ponerla en el piso y con pasos cadenciosos, colocarla en medio de la pista y ahí la eleva de nuevo tomándola esta vez por la espigada cintura haciéndola la estrella del espectáculo.

Da varios giros antes de depositar su cuerpo en el piso, alejarse y hacer una reverencia ante la ovación de los presentes. El segundo baile hace suspirar a muchas mujeres esperando tener a un bailarín como él y envidiando a la Baronesa por lograr atraparlo en tanto que los hombres observan complacidos la figura femenina. Tohrment no la suelta de la cintura antes de llevar esa mano deslizante por el largo de esa parte de la anatomía femenina hasta llegar a su brazo y hacer que le tome del suyo llevándola fuera de la pista. Esta vez no se queda esperando una nueva pieza, la dirige hacia el río donde podrán estar solos. Llegan a una casona antigua para besar su mano - ¿Podría hacerme el favor de esperarme unos minutos? Prometo no tardar - solicita con paciencia.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Lun Mayo 28 2018, 12:23

"Los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta,
los proveedores de ayuda mágica a los traviesos se enorgullecen
en presentar el Mapa del Merodeador."


La baronesa lo miraba, más bien, lo contemplaba siguiendo cada uno de sus movimientos y expresiones con una fascinación llena de encanto, habían varios elementos que ayudaban a que todo fuese así, la luna, las estrellas, la ciudad y sus corrientes, las mascaras, la música, el reciente baile que había parecido de ensueño, los perfumes, el olor a sal, él y el enigma de su rostro, de sus ojos que la miraban a través de la delicada y escarchada porcelana.
Con todo el discurso del caballero estuvo de acuerdo, con todo hasta que el pronunció aquellas palabras que no se deben pronunciar ante una dama, que están vetadas para ella, que a la jovencilla la sonrojarían haciendo que retirara la mirada para dejarla pasearse libre entre los humanos que seguían avanzando en procesión sinuosa, buscando un lugar donde llegar a cantar como ruiseñores, miradas que se cruzaron con la suya y a las que dejó atrás hasta llegar a los bailarines.

"...Que nos hagan parecer manadas sobre la sábana." Sus labios repitieron la llamativa y prohibida frase en voz silenciosa. El sonrojo aumentó con una invisible sonrisilla traviesa que nació de su desconocimiento y curiosidad natural en cuanto a esos temas. Imposible hablar de ello con sus padres, preguntar a su madre y nodrizas, siempre escuchaba atenta a sus amigas cuando en soledad se atrevían a tratar aquellos temas y muchas de las cosas que escuchaban le parecían aunque indecorosas, fascinantes.
Trato de pensar a lo que él se referiría con aquella expresión, en lo que podría significar danzar de aquella manera.  Pero al ver a la pista, aún sabiendo que ningún baile ni coreografía sería mejor que la que acababan de vivir, se olvidó de intentarlo y siguió hallando bella la forma en que todos los cuerpos se encontraban en cada paso, la manera en que se tocaban y rozaban las manos, los brazos, como la tela de cada vestido y traje se mecía con los movimientos coordinados y halagadores que eran un espectáculo digno de vivir, del cual hacer parte, cómo los colores que los rodeaban se fundían.

Tuvo que soltar una risilla, al caer en cuenta que su mente le había jugado una mala pasada. Sabana, eran también paisajes...el rojo en sus mejillas amenazó fuerte con delatarla.- Dios, que vergüenza, si tan solo supiera lo que he pensado, me tacharía de una indecorosa.- - Estoy segura que aún al bailar un ritmo insulso le pondríamos nuestro toque haciéndola maravillosa. - se atrevió a aseverar con una sonrisa que brillaba como las piedras preciosas de su antifaz y sus ojos que no retiró de la pista. Cómo le gustaba bailar, no podría ser tan exigente con algo que disfrutaba tanto y la hacía feliz de la manera en que lo hacía, con libertad. Cada quien danzaba como quisiera, era su derecho y su único deber, disfrutarlo.

Esperando que él recibiera la copa para saciar su sed volvió a verle, bajó sus ojos con una suave sonrisa avergonzada al verlo señalar su máscara, cayendo en cuenta que había sido poco observadora al recordar que beber para él solo significaba perder su anonimato, ¿quería eso? No, pero no se hubiese quejado al poder ver su rostro, al poder grabarse sus facciones para quizás en un futuro poder compartir otra pieza de baile en algún banquete.
¿Sería alguien de la realeza o solería ir a los grandes eventos? Se preguntó.

Llevó el recipiente a sus labios y bebió a medias al ser su mano atraída para ser besada, una vez más, lo miró atenta alejando la copa de sus labios sin dejar de escucharlo, se le antojaba gracioso y porqué negarlo, le daba gusto ser consentida de aquella manera. La baronesa asintió cada vez más convencida de que podría, la seguridad que espontánea la caracterizaba aumentó con las palabras de él porque parecían convencidas de la fe en ambos. Y sin poder ver su sonrisa se contagió de ella, imaginando la forma en que sus labios debían curvarse, debía ser una bella sonrisa si brillaba igual que sus ojos y la hacía sentir de aquella manera en que lo hacía, dejando que como una melodía acariciara su piel, sus oídos y le diera valor, alegría, esos que ella apresó como buena y ávida jovencita.

- De acuerdo, maestro mío.- divertidas y ceremoniosas salieron las palabras de sus labios, es un lujo que el velo y el antifaz le den aquella aura de misterio y permisividad con la que juega. Es libertad, plena libertad la que siente cuando dejando la copa sobre alguna de las bandejas, vuelve a caminar hacía la pista y las parejas se abren como las aguas del río Nilo para recibirlos. Con los primeros acordes se da cuenta de que conoce la melodía y le encanta, cierra sus ojos con una delicada sonrisa y mientras toma la posición propia de la dama sintiendo el toque del enmascarado en su piel y manos, se prepara para lo que vendrá, pero no olvida que con él la pieza, a la final, será como si la escuchase y danzara por primera vez.

Y sin queja alguna así fue, ya no era un cisne, se meció como pluma en el viento y él era azar quien guiaba su destino, sin ella atreverse a quejarse, a impedirlo, sin resistirse porque no lo necesitaba, se sentía completa, ojalá sus padres pudieran saber la mujer tan feliz que habían hecho al dejarla viajar a Venecia, ojalá sus chaperonas supieran que al intentar dormir en casa sin poder hacerlo por no saber su paradero y sin decirle no, la hacían sonreír y amarlas aún más. Tal como él había dictado, no temió para nada y no falló, podía ver de reojo cuando sus ojos se abrían, como las faldas de su vestido ondeaban, la manera en que los rostros impávidos y silenciosos los miraban, la manera en que sus ojos brillaban queriendo hacer lo que ellos, por instantes se preguntó porqué no lo harían. Ella no estaría triste o enojada si alguna otra pareja se unía a su alegría.

Pero la pieza terminó tal cual había comenzado, ellos dos, solo dos en una Italia apasionada y misericordiosa.
Los aplausos volvieron a embriagar sus oídos, por primera vez vio la pista cuán grande era e inclinando su cabeza, con el pecho de nuevo agitado por las emociones y el cansancio habitual, con las mejillas sonrojadas agradeció en una reverencia universalmente femenina a todos los que los habían observado y sin duda, a él. Ese él a quien miró al levantarse, al que volvió a permitir acercarse y al que siguió para dejar atrás lo que hasta ahora estaba reconociendo como la real Venecia.

La música se alejó de ella o quizás fue al contrario, sí, debía serlo, ¿por qué?Se pregunta mientras sus pasos resuenan sobre un par de cortos callejones rumbo a un lugar desconocido. ¿Para qué?¿qué objetivo? Mirando al caballero se dice...¿Qué importaban los objetivos si tenía la oportunidad de vivir algo como las dos piezas anteriores?¿Él había dejado de bailar por ella haber hecho algo malo?¿Se quitara en algún momento aquella máscara?¿Tendrá que quitar la suya?
Muchas preguntas mientras ascienden sus ojos azules por la hilera de casas que a la izquierda los acompañan, silenciosas, apagadas y misteriosas, al otro lado el río y sus corrientes tranquilas con luces centelleando a lo lejos por el fuego de algunas antorchas que aún bailan juguetonas, pero jamás se pregunta si el podrá hacerle daño de alguna manera.

Pero cuando se detienen frente a una casona antigua que con su atmósfera la transporta a un pasado lleno de risas, carruajes antiguos y oscuridad casi absoluta, siente que quizás no debería estar allí, que debería volver a estar al lado de Francesca y Dominica, de los jóvenes que ellas elegirían o estarían eligiendo por ser ya conocidos o eso, más jóvenes. Femke lo mira esperando una respuesta, más que una invitación, que le diga que allí vive o que suele pasar sus días de verano en un lugar tan lleno de historia como el que parece ser. Lo que recibe es una petición a esperar, ¿esperar qué? Sus ojos lo observan suplicante y dubitativos mirando a su alrededor, esperando nadie aparezca para hacerle daño o peor, que sea una trampa o una treta que el hombre ha montado, su padre siempre le había hablado de los riesgos que corría como miembro de la nobleza.

Mordiendo su labio inferior, apretando el velo que cubría sus cabellos y mirando la oscuridad a su alrededor se halló diciendo que sí porque ¿acaso las dos piezas que habían compartido eran muestras de una mala intención?¿le había dejado él ver algo que le demostrara que era malo? No, no halló ningún indicio de aquello.
Esperó no arrepentirse de lo que haría. Aceptaría con la fe en que todo saldría bien y que la noche seguiría siendo maravillosa. Asintió. - Se lo debo. Vaya usted con calma, yo esperaré, Señor. - Solo no tarde, por favor, quiso agregar pero eso solo hubiese dejado a la vista que tenía miedo y no, imposible, mejor tomaría y guardaría fuerzas para aguardar esperando que el tiempo corriera rápido y él cumpliese su palabra de regresar a su lado.

Solo una cosa antes para hacer más fácil su vida. - Tan solo dígame algo antes de irse,- plantó sus ojos en los de él,  - sus intenciones son buenas, ¿verdad?- no movió su mirada ni enfrió su semblante que siguió cálido, solo un poco frágil con el derecho que tenía de serlo y plantó toda su atención en lo que los orbes de él le dirían, en el primer ápice de sentirse en peligro correría, lo más lejos que pudiera, el corazón le latía veloz de solo pensar que tendría que ser así.


Última edición por Femke Van Roosevelt el Miér Mayo 30 2018, 12:23, editado 1 vez


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Mensaje por Tohrment Fairchest Miér Mayo 30 2018, 01:31

La casa en la que se hospeda está al otro lado del puente que atraviesa el río, es una de tantos inmuebles de época por cuya puerta han pasado tantas personas que sería imposible de relatar todo lo que han visto ese par de tablones de madera. Tohrment llega a ésta con una intención y nada más mirando las ventanas aún con las luces encendidas denotando que será algo rápido entrar, hacer lo que debe para después salir, más al mirar a la mujer nota que ella está dudando. Mira a un lado y al otro en tanto el Condenado hace lo mismo como esperando si alguien los atacara. La calle iluminada por los pequeños faroles colocados de forma estratégica dan la luminosidad perfecta, los adoquines sólo albergan basura y alguna que otra rata que se asoma antes de salir corriendo con un gato tras ella.

Del otro lado, el río pasa sereno y calmado por en medio de las construcciones, la luna se refleja en su superficie desdibujándose conforme las masas acuáticas se mueven pro el efecto de las góndolas tripuladas por los consabidos lancheros vestidos con camisas blancas a rayas negras y cantando "Oh, sole mío" con toda la potencia de los pulmones. Tan famosos son que el propio Tohrment se pregunta si no debería subirse a una de ellas acompañado de esta dulce y perfecta bailarina. Es cuando se da cuenta por fin de sus temores, de las inquietudes que la rondan al mirar con preocupación a su alrededor. ¿Por qué? Es la pregunta que se hace el inquisidor hasta escuchar por fin la razón de su tortura.

La voz de ella suena muy agradable al oído, el Inquisidor alza una ceja sin que ella pueda notarlo por la máscara. Se mantiene en su sitio tomando la mano de la joven para apretarla un poco - aquí me hospedo, mi intención era ir para cambiar la máscara porque ésta no me da la comodidad para beber una copa de vino, por ejemplo. Y me acalora. Si usted quiere seguir bailando, me temo que puedo terminar deshidratado en la cuarta pieza de baile - niega con la cabeza antes de mirar al portón - hagamos ésto, este lugar es una casa de huéspedes, no soy el único aquí hospedado, ¿Qué le parece si entra al hall y se queda ahí sentada en uno de los sillones en tanto hago el cambio, así podrá usted estar más relajada? - pregunta intentando que ella se sienta bien.

Ese es el punto medular, seguir disfrutando de la noche. - Tranquila, todo estará bien, abriré la puerta y verá el interior, apreciará que hay demasiadas personas como para que puedan hacerle daño. Además, hay niños - eso hace, abre la puerta dejando que ella mire dentro el enorme jardín donde algunos de los huéspedes disfrazados caminan, bailan y ríen - ¿Ve? Todo está bien, podrá mezclarse con ellos si gusta - le toma de la mano para aparentar que la besa - le prometo señorita, que estando a mi lado, nada le va a pasar - como se atreva alguien, el Inquisidor le pondrá en su lugar. Ha encontrado lo que buscó durante muchos años en Venecia, una excelente compañera de baile. Nadie va a quitársela.


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Mensaje por Femke Van Roosevelt Sáb Jun 02 2018, 14:51

"Nadie puede robarse la luna cuando tiene un gentil y caballeroso guardián."


El corazón le latía veloz en la espera de una respuesta, no perdió de vista los ojos de él, necesitaba saber, lo necesitaba. Era imperativo para sentirse segura. Por un momento se arrepintió de haber sido tan irresponsable de haber tomado la mano de un desconocido en espera de una aventura de la cuál no conocía el final, los medios y más importante, al que la invitaba a vivirla. Si sus padres se enteraban era seguro que en la vida volverían a confiar en ella, tenían los medios suficientes para encerrarla de por vida si quisieran y sin embargo, siempre había sido condescendientes con ella, el argumento de es joven, debe vivir, que daba su padre a su madre cuando Femke pedía tales cosas, quedaría borrado para siempre.

Pero para disolver cualquier miedo o duda estuvo la caricia en su mano, esa que con firmeza y junto a sus palabras le aseguró de una vez por todas que podía confiar, se sentía confortable el calor que recibía a través de las manos que enguantadas se tomaron para soldar un trato por aquella noche y junto a los argumentos que le dio el enmascarado, su seguridad en la voz y en algo que no pudo determinar pero que manaba de él, fueron bastantes para tranquilizarla. La baronesa siguió observándolo aún cuando el miraba al portón, escuchó la propuesta y sin esperar demasiado asintió. - Sí, la verdad es que me sentiría mucho mejor.- miró la oscuridad que casi los rodeaba por completo y que a medias tintas era iluminada por el rojizo espectro de las lamparas nocturnas. La bestia del miedo la acechó por completo en esos callejones silenciosos y casi vacíos, los pasos lejanos que escuchó, en las aguas tranquilas que corrían sin tener ya demasiado el encanto de la vida, ahora eran peligro, todo gritaba que aceptara, pero el viento susurraba muy bajo que aún no se confiara del todo.

Femke apretó la mano del hombre, con esa suavidad de una niña buscando refugio. Aún así, a pesar de todo miedo, estaba dispuesta a seguir. Sonrió con sus comentarios, desprendiéndose un poco de los temores, era más fácil si él le ayudaba de aquella forma. - Mi deseo no es que mi compañero de baile muera asfixiado en Venecia.- nunca lo sería, además ¿cómo no querer saber la manera en que se curvaban sus labios al reírse o hablarle?¿Esa parte que le faltaba darle a los ojos que la miraban? Pero...- La oscuridad parece un monstruo y estar sola aquí fuera no me dejaría estar tranquila.- agregó escondiendo en frases más elegantes un me da miedo, temo morir o ser tragada sin la oportunidad de regresar a ver a mi familia. -Muchas gracias por pensar en mi bienestar, aún cuando deba parecer una chiquilla asustada.- volvió a mirarlo tratando de excusarse.

Y siendo así caminó tras de él cuando decidió este soltar su mano para acercarse a la puerta, no dejó demasiados pasos entre ambos, temía aún que una mano oscura, camuflada en la noche la tomara de alguno de sus tobillos y la arrastrara a un lugar húmedo, lleno de seres rastreros y tenebroso.
La aseveración del hombre, rayitos de luz de hogar y un paso al frente bastaron para que la casa que desde fuera parecía tan abandonada cobrara vida ante sus ojos. Un bonito jardín se mostró ante ella, como el de las delicias que había visto una vez y que tan hermoso le parecía, pero este carecía del miedo que tal pintura le causaba. Lo miró una vez más. - Le creo completamente.- dijo con el brillo de confianza en todo su rostro y postura,  no demoró en traspasar el umbral con la certeza de que allí dentro estaría mucho, mucho mejor que sola sin ninguna compañía allí fuera. Las voces más cercanas se detuvieron para mirarlos como los recién llegados que eran, llenas de curiosidad, pero en unos segundos el italiano mezclado con varios acentos llegó a sus oídos de nuevo y no supo dónde posar su mirada por los universos que ante ella se encontraban en el jardín nocturno.

Incluso la flora del lugar eran una buena forma de invertir su tiempo mientras lo esperaba. Dando unos pasos al frente habiendo perdido la cohibición que hace unos segundos el miedo le había causado, le dijo con la vista aún en el lugar. - Vaya tranquilo, aguardaré por usted. Estoy segura de que no me perderé y nadie se atreverá a robar una compañera de baile.- dijo divertida al tiempo que giraba para verlo, soltándole de la preocupación que de ella había nacido y de la cual quizás él se sentía responsable. Giró de nuevo a la agradable escena del pequeño y aislado mundo que era la casa de huéspedes, despojando con suavidad sus cabellos del velo que los cubría, recibió de pleno la luz de la luna en ellos y el viento comenzó a vagar libre por sus hebras plata y por su cuello. La noche seguía prometiéndole ser agradable como hasta ahora lo había sido.


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Mensaje por Tohrment Fairchest Mar Jun 05 2018, 15:45

Tras apaciguar el miedo de su compañera, el inquisidor sonríe bajo la máscara. Es tan frágil que podría ser demasiado fácil quebrar su cuello llevándola a la muerte en tanto sus ojos pierden la vida y el brillo de la alegría que ahora la embarga cuando ve que las intenciones del hombre son santas y respetables. ¡Qué hilarante es saber con qué tan poco las mujeres se reconfortan! Podría estar este lugar repleto de asaltantes, violadores y asesinos más ella está confiada con ver a los niños corretear y los elegantes ropajes que para ella son un seguro de su bienestar. Para fortuna de esta mujer, Tohrment sólo desea su compañía por esta noche, bailar con ella al compás de la música y deleitarse con sus risas en tanto olvida un poco la complicada existencia de un espía del santo oficio. Así entonces, hace una reverencia pidiendo un poco de tiempo para sumergirse en el interior de esa boca construida para dar una falsa sensación de seguridad a sus habitantes.

Se dirige hacia su habitación revisando con rapidez la correspondencia, nada importante de momento. La máscara es desprovista de su rostro quedando inútil sobre la superficie pulida de una mesa en tanto toma la siguiente asegurando su posición en su rostro mirándose a un espejo para arreglar algunos detalles que para él son importantes como la distancia y la simetría. Listo, mira la hora de reojo tomando un par de dagas ocultándolas en su disfraz y una pistola que coloca en su bota como seguros de que la velada va a resultar adecuada para sus requerimientos. Desearía evitar cualquier pelea, más es conocido por todos que los sobrenaturales pululan en estas reuniones sintiéndose envalentonados cuando piensan que el anonimato les cubre haciendo de sus fechorías una noticia a voces en las horas diurnas.

Descarga la vejiga para evitar volver a abandonar a la fémina, lava sus manos antes de salir de ahí colocando sus guantes en sus manos. Baja las escaleras con la agilidad propia de quien entrena siempre para seguir el paso de los sobrenaturales sin quedar rezagado antes de volver a la vera de la dama que le espera sentada en un banco mirando a todos con arrebatadora alegría que le provoca la primera sonrisa que ella puede notar, ladeada y burlona. Aún así, el atractivo hombre se acerca para hacerle una reverencia - mademoiselle, estamos listos. Lamento la espera, prometo que valdrá la pena - toma su mano y esta vez sí puede depositar sus labios firmes y tibios sobre el dorso de ésta oliendo su aroma que le parece encantador. Como la fémina en su conjunto. Le ayuda a ponerse en pie para colocar su brazo sobre el suyo para salir de ahí - si le parece bien, sé de una obra teatral no muy lejos de aquí que podríamos disfrutar. Oh, no le he preguntado cuál es su hora de queda - como dama que es, seguro que la tiene.

Ya hará el Inquisidor que la estire conforme vaya llegando el tiempo, sólo que de esa manera se asegura de saber por qué estaría inquieta por el miedo a acudir tarde al llamado de sus tutores o progenitores. Eso evitará que el inquisidor esté inquieto por alguna amenaza inexistente. Saliendo por el umbral de la puerta, la luna sigue en todo lo alto, el callejón empieza a llenarse de personas en la dirección a la cual Tohrment anhela llevar a la fémina - si nos apuramos, podríamos llegar a tiempo de alcanzar algún asiento para mi dama - le sonríe divertido y seductor, ¡Cuánto puede cambiar un hombre con una máscara a medio rostro! En el Inquisidor cada gesto de su boca es importante, hace pensar a las féminas en lo que puede hacer más allá de complacerlas o halagarlas.


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