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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Jhada Blackbird Sáb Sep 01, 2018 11:49 am









En el despacho de Envidia, Burdel de los bajos fondos. 21:09.






Tocaron suavemente a la puerta, como si una brizna, la mas pequeñita de todas ellas, hubiese acariciado con sumo mimo la madera perfectamente entallada de los detalles de la puerta, elaborada a los gustos de los Blackbird; Presentaban Cuervos y serpientes adorando al Dios Ahogado y a la Ciudad Sumergida de R'lyeh cuyas puertas anegadas esperan la cordura de la locura. Las luces, dentro del lugar, centelleaban con una debilidad inusitada mientras Artemis firmaba algunos papeles y ponía su sello. No se dio cuenta del primer acto de llamada. Si se agudizaba el oído se podía percibir cierta... Respiración entrecortada aunque endiabladamente elegante, como si fueran orgasmos contenidos para disfrutar al máximo cada segundo de la curva ascendente de éstos. Pero eran suaves, sin rallar la tensión del ambiente, creando algo. Creando arte.

Una sonrisa a través de la oscuridad, el sonido hueco de aquella voz del demonio que allí se encontraba. Volvió a llamar, esta vez con mas fuerza para que la Madre cuervo de ese modo pudiese escuchar. Tras aquello, a la risa y a la respiración se le podía sumar un tipo de.. ¿Silbidos? Entonando una magnífica y melancólica melodía de un solo acorde que se repetía una y otra vez y sin embargo, invitaba a bailar aquello una y otra vez sin hacerse repetida ni aburrida. El acorde contenía cuatro notas, del mismo modo que la respiración se agitaba un total de cuatro veces antes de tomar una pausa y seguir. La risa que se escapaba de forma debil, también contenía 4 silabas. -Je, je je, je...

Una vez mas, ésta vez, sin cortarse, volvió a llamar. Cada vez que golpeaba la puerta lo hacía cuatro veces, ni una mas; Ni ninguna menos. Esta vez, Artemis si que se dio cuenta, pero cuando eso pasó.. La luz se fue al completo y tuvo que encender una lampara de aceite cuya lumbre era más debil que aquellos orgasmos sin fingir que parecían ser la respiración.

Por ultima vez, volvieron a tocar la puerta, junto a aquél silbido cuádruple. En esta ocasión, no se inmutó, lo hizo con una fuerza atroz y a su misma vez: Tan armoniosa como una canción. No obstante, cuando la Madre cuervo abrió la puerta, en aquél pasillo solo corría una gélida brisa que llegó casi a helar los perfectos pies de aquella mujer. Volvió a cerrar, pero la respiración seguía en el lugar junto a una densa niebla de color violeta y aquél silbido de cuatro silabas. Un foco se encendió y una cabeza aparentemente suspendida en el aire apareció. Era de un hombre entrado en edad, presentaba unas heridas incurables y junto a la comisura de sus labios unas horripilantes cicatrices hechas para sonreir eternamente. -Is this.. the real life? -Dijo aquella cabeza sin vida, entonando una canción.

Otro foco resplandeció a su lado inmediato, la cabeza de una chica de 17 años aparecía ahora, con el pintalabios corrido y una cicatriz que dibujaba toda la cara en forma de cuervo. La sangre aún chorreaba fresca y palpitante. Sus ojos se movieron hasta clavarse en la madre cuervo. -Is this.. just fantasy? -Sonrió, mientras el tercer foco mostró esta vez la cabeza de un Ghoul, poderoso e insidioso que había intentado dar problemas a la Madre cuervo con las cuentas. Su cara estaba cortada por la mitad y unida por puntos de forma artificial, varios pétalos de flor salían por su boca y la cuenca de sus ojos. -Caught in a Landslide.. -El último foco apareció, era de un compañero de armas de aquél Brujo cazador que trató de matar a su cachorro, aquél Blackbird que todos adoran en la Arena cuyo amor, es el amor de Jhada Blackbird también. Envidia había jurado venganza contra él. -No escape.. from reality.

La luz volvió parcialmente a la habitación, bajo un tono escarlata muy embriagador. La madre cuervo descubrió que aquella niebla de color no era otra cosa que Droga pulverizada, y comenzaba a afectarle. En el techo, tumbado como quien no quiere la cosa estaba aquella marioneta, aquél despropósito humano. El artista incomprendido. Jhada Blackbird, junto a su mascara. Su cabeza estaba torcida de modo que.. daba un poco de repelús verle. Sus brazos estaban colgados hacia abajo, sus manos sujetaban unas cuerdas, aquellas que hicieron mover los labios de las cuatro cabezas. Seguía silbando, conforme reptaba como una serpiente y con elegancia a través de las cortinas hasta quedar tumbado en el escritorio, como si él en sí mismo fuera una escultura a dibujar. Observó con sus ojos, tan rojos como diamantes de sangre pese a que normalmente eran azules, las cabezas. Luego, a Envidia. -Vamos.. ¿No te parecen una belleza, Madre Cuervo? ¿Cuándo fue la última vez que un caballero o una dama, te hizo un regalo de tales... dimensiones? -Sonreía y se retorcía muy lentamente por el escritorio conforme las palabras salían de su boca con arte y dramatismo, tirando todo, incluida la tinta que quedaba esparcida por el suelo. Aunque.. de forma muy artística. Seguía respirando de forma orgásmica. -¿Cuándo fue la ultima vez, que alguien mató por y para ti, mi amor? -Volvió a retorcerse hasta quedar de rodillas en el suelo, cogiendo la mano de Envidia y besándola. Dándole una rosa de cuatro pétalos y una copa de vino con cuatro aceitunas. A envidia le gustaba así. Ni una menos. Ni una más.


-Tenemosss... Que hablar, mi vida. Nuestras palabras forjarán el destino y reforzarán el imperio. Tu imperio. -La observó de arriba a abajo. -Cada vez que te observo.. Cada vez que te contemplo. Eres puro arte.. puro espectáculo. Me pregunto.. que es lo que me impide desnudarte y hacerte el mas elegante de los actos sobre el escritorio. El suelo. La puerta. El armario.. -Susurró directamente al oido derecho de Envidia.


Hago ruido... y por eso, envidio al silencio. ¿Eres acaso, tu, el silencio que anhelo?
¿La espada que blando? Acabemos con los débiles.

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Mensaje por Aegea A. Blackbird Sáb Sep 15, 2018 1:19 pm

El pecado se encontraba en su despacho, tranquila, descansando del ajetreo del local bajo el que su estancia privado se mantenía, no oculta, sino desprovista de molestias innecesarias. La griega adoraba mezclarse con el populacho y suscitar la envidia a su paso, pero también apreciaba el silencio y la paz que encontraba, únicamente, cuando se aislaba del mundo entero. Además, ser cabeza de familia de los Blackbird no era un trabajo sencillo, por mucho que los insensatos creyeran que tenían esclavos cumpliendo sus tareas. ¿Cómo relegar la importancia de tu oficio cuando no confías en nadie? Porque Artemis no lo hacía, no creía en la voluntad de ninguna existencia ajena a los cuervos y ellos, todos, tenían sus propias ocupaciones que les mantenían entretenidos. Y, de todos modos, a la pelirroja le gustaba su trabajo, disfrutaba de cumplirlo y de los logros que éste le obsequiaba a cambio.

En aquellos momentos, unos importantes papeles requerían de su meticulosa atención, por lo que los leía despacio con la pluma en la mano. Cada página debía recibir su rubrica para la aceptación, sólo eso confirmaría que ella aprobaba todas y cada una de las palabras en ellas escritas por la parte interesada. Se trataba de un contrato, de la compra de un exquisito local que se había ganado buena fama en los últimos meses y que suponía una pieza clave en los planes de la envidia personificada. Ella jamás actuaba sin pensar, no había nada que hiciera sin haberlo meditado y calculado previamente. Podía aparentar, en ciertas ocasiones escasas, que se dejaba llevar por los impulsos, pero ni siquiera en aquellos instantes, pestañeaba sin que fuera planificado de antemano.

Estaba tan concentrada en el sonido de la plumilla al rozar el papiro con el trazo de sus firmas, que ni siquiera se percató de aquella respiración que se emitía al otro lado de la puerta gruesa y perfecta que limitaba su despacho con el largo pasillo exterior. Un pasadizo que no daba a más estancias, únicamente a unas escaleras, alejadas en varios metros, que ascendían hasta el burdel que Artemis regentaba. Tampoco oyó las primeras llamadas, pero sí la última, llamando esta su interés, pues el ritmo le resultaba familiar, aunque no le hubiese prestado excesiva atención desde el inicio. Se levantó de su elaborada silla de cedro rojo y fue a abrir, mas al otro lado no había nadie. O eso pareció en un principio, hasta que, de pronto, comenzó el espectáculo.

En cuanto las luces iluminaron las diversas cabezas, aún y cuando fue incapaz de reconocer las dos primeras -y no porque no se hubiera cruzado con aquellas personas en la vida, sino porque la madre cuervo consideraba irrelevante, prácticamente, cualquier existencia y solía olvidar los rostros que no le interesaban- ya una sonrisa se dibujó en sus rojizos y carnosos labios. Mas cuando apareció el tercer individuo, a ese sí lo identificó y la mueca se ensanchó. Mostraba placer, satisfacción. Ya no importaba quién había llamado a la puerta o por qué, pues a la diosa griega le gustaba el regalo que le ofrecían de manera espectacular y teatral. Y a pesar de ser irrelevante el motivo o el origen, la pelirroja ya sabía quién era de todo aquello el artífice. Nadie más había en el mundo con un gusto igual por la belleza retorcida y el dramatismo desmedido. Sólo Jhada Blackbird era capaz de un despliegue semejante de arte.

La función terminó y, con ello, el pecado se dio la vuelta, regresando la atención a su estancia privada, donde la marioneta pendía del techo mostrando alguno de sus trucos. La cabeza de la pelirroja se sentía ligeramente embotada como si incluso sus ojos fueran cubiertos por una espesa neblina. Y, a pesar del efecto de la droga, cada paso que dio la griega destilaba suma elegancia, orgullo, perfección. Se detuvo justo cuando Jhada caía frente a ella, arrodillado y dejó que éste le tomara de la mano para besarla con exagerada calma y respeto. Sabía que él esperaba respuestas, mas ella no quería dárselas, no todavía. Le gustaba de hacerse esperar, de suscitar expectación y hasta necesidad. Y, como era lógico, aquel silencio hizo que el halagador engendro que tenía delante se explayara aún más en expresar lo que pensaba, lo que sentía, lo que deseaba. La deseaba a ella ¿y cómo no hacerlo? Envidia era exuberante, su cuerpo estaba esculpido por el mejor de los artistas, sus ojos eran atrayentes, su aura pura explosión de energía. No había ser sobre la faz de la Tierra capaz de resistirse a semejante creación y eso, Artemis, lo sabía. -¿Y sobre qué tenemos que hablar, mi querido Jhada?- Preguntó ella en un tono suave de voz, pero que no dejaba de sonar autoritario, al tiempo en que el rostro de la pelirroja se alejaba lo suficiente como para que las miradas de ambos se encontraran.

El pecado liberó su diestra del agarre de aquellos delgados y rígidos dedos, yendo en busca de su cómodo asiento. Se aposentó con gracia y en silencio, tras hacer un gesto con la zurda e indicarle a su visitante que, al igual que ella, se acomodara al otro lado del escritorio. -Colocaré tus obsequios en uno de mis estantes para poder admirarlos cuando me apetezca.- Ella ya daba por sentado que las cabezas iban a quedarse en el despacho, puesto que de no hacerlo, dejarían de ser, realmente, un regalo. Entrelazó los dedos de ambas manos y apoyó estas sobre la noble madera que conformaba la mesa, sin importarle que, antes, la marioneta lo hubiese tirado y desordenado todo. Ya lo limpiaría cuando le apeteciera, pero aquel no era el momento.


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Mensaje por Jhada Blackbird Jue Oct 04, 2018 10:52 am





Tras la máscara aquella cosa sonrió de forma tan abierta, que incluso sin ver sus dientes, Envidia pudo sentirlo. Jhada se acercó aún más a la boca de carmín de la Madre Cuervo. Casi podía respirar su aliento. -¿Que pensarías si te dijera en este mismo instante.. que tengo la mejor manera de que nuestra familia, gracias al pequeño Grajo, pasara a la más absoluta y sublime sala de la historia conocida y por conocer? Contigo y con Maxwell a la cabeza.. Mi bella, hermosa, dómina y preciosa Rosa con púas. -De nuevo aquella risa.. insidiosa, repetitiva y a su misma vez.. Perfecta en su armonía. Los ojos del demonio se encendieron. Y susurró. -Trascenderás… Gracias a mi obra. -Y entonces, como si cada imagen que proyectara su enfermiza mente, Jhada explicó lo que quería conseguir. Con… verdades a medias.

-Un coliseo.. en las Salas de Hades, donde los Gladiadores y campeones no se enfrenten entre ellos, si no contra.. lo que realmente quiere todo el mundo ver. Una odisea de odiseas. La Itaca del temeroso Ulises se quedará empequeñecida por la sombra que proyecta tu grandeza, querida Artemis, madre de cuervos. Reina de dioses. Madre de Reyes. ¿Imaginas a nuestro querido Raven, rajar por la mitad a una gloriosa Hidra sacada de las abismales profundidades? ¿Cortando el cuello a Cerberos? ¿Arrancando la gloria al mismísimo Hades? Ostentando el fuego de los.. Dioses. Los leones se quedarán pequeños, y los reinos, ante tu grandeza obtenida, cuando Raven se alce victorioso ante lo que serán, los Grandes juegos de Hades, liderados por Artemis Blackbird, Envidia entre las envidias.. Todos los seres de éste patético mundo se postrarán ante un único estandarte, Nuestra Familia. Pues.. gracias a la victoria de nuestro joven Campeon Blackbird, podremos optar a engañar a un Dios, y entonces.. Nosotros ocuparemos ese lugar, el lugar que nos corresponde por derecho y desde nacimiento. - Pues Envidia sabía donde estaban aquellas salas, incluso como se podía acceder a la más cercana del Dios del Inframundo. Jhada lo sabía.

Tras todo aquello, su mascara desapareció, como si la piel de su cara se hubiese transformado desde el mármol, a piel, tragándose la mascara para sí mismo. Sonrió, sus ojos volvieron al azul y abrazó por la cintura a una elegantísima Envidia Blackbird. Sabía cuánto se preocupaba por aquél estúpido Grajo que no hacía mas que acaparar la atención de su querida Magpie, de quien estaba enamorado tanto, que parecía una enfermedad. -Le haré famoso. Le haré grande. Le haré un hombre. Le haré.. Blackbird. -Entonó la mirada y entonces, ahora sí, como si fuera el fantástico broche final de una actuación sublime, besó los labios de Envidia con la pasión, la fuerza, el mimo que nadie en este mundo, jamás se ha atrevido a darle. Lamió y suspiró un total de cuatro veces. -Mi vida. Mi reina. Mi musa. Mi amor.



Las luces se apagaron, mientras la droga seguía haciendo su trabajo.


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Mensaje por Aegea A. Blackbird Jue Oct 04, 2018 12:39 pm

Jhada era un experto en halagos, eso era algo que Envidia sabía sobradamente desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, la griega era una Blackbird y, como tal, sumamente vanidosa. Adoraba que regalaran sus oídos con palabras bonitas, que admiraran su belleza y besaran allí donde ella pisara. Era capaz de reconocer una falacia a distancia, pero se sabía única, inigualable y perfecta, así que ningún piropo dirigido hacia ella podía ser considerado falso, salvo cuando iba cargado de aquello que Artemis más apreciaba: El pecado supremo. Así pues, se dejó agasajar mientras observaba a la marioneta moverse por el lugar. Era todo un espectáculo de gestos difícil de ignorar.

Las palabras de Jhada sonaban tentadoras, algo en lo que también era todo un casanova. Podía no ser el hombre más guapo sobre la faz de la tierra, pero tenía muchas otras cualidades que la madre cuervo sabía apreciar perfectamente. Los azules orbes de la pelirroja seguían fijos en los zafiros de su acompañante. Éste le hacía promesas, le vendía una idea magnífica, espléndida, maravillosa. Le estaba ofreciendo el Infierno mismo en bandeja. Y, mejor aún, le regalaba la posibilidad de devolverle la grandeza a su cachorro, aquel que hacía nada por poco perdía la vida al enfrentarse a un mutado. Recordó entonces a uno que ella conocía y un extraño destello pudo apreciarse en sus heladores irises lapislázuli. La idea era llamativa, era muy buena y a la griega le encantaba. Pero no era ninguna necia y se olía que algo había tras el repentino interés de la marioneta por hacer grande a Raven, cuando siempre le había visto mirarle con los mismos ojos que todos la observaban a ella, con envidia pura. Aún así, no dijo nada. Quería ver lo que ocurría, cómo se desarrollaban los acontecimientos. Y si bien el pequeño perfeccionista escondía segundas intenciones, eso no le restaba méritos al circo que había ideado y que a Artemis había encandilado.

El final de la exposición se aproximaba, algo que pudo notar porque Jhada se tomaba la licencia de acercarse más y más a ella, despacio, con elegancia, con aquel leve sonido que hacían sus articulaciones y la respiración rítmica y algo molesta, aunque con el tiempo, uno se acostumbraba a ella. La pelirroja hacía muchos años que le conocía y había aprendido a ignorarla, a pesar de sus agudizados sentidos y lo mucho que apreciaba los silencios. Los labios del moreno rozaron los de ella, iniciando así un beso tan espectacular como todo lo que hacía el meticuloso títere.

En cuanto éste se separó, volviendo a cruzarse sus miradas, Envidia se pasó la lengua por el belfo inferior y se separó con calma y suma elegancia. Sujetó la falda del vestido con una mano y le dio un pequeño tirón para mover la corta cola que éste tenía hacia un lado. Dirigió sus pasos de nuevo a la silla que tanto le gustaba y se acomodó en ella, haciendo un gesto con la mano para que Jhada tomara asiento al otro lado de la mesa. -Bien, mi querido muñeco. ¿Qué plan tienes, exactamente? ¿Cómo pretendes conseguir a esa hidra y al cancerbero?- Los dedos de ambas manos de la griega se entrelazaron al tiempo en que se inclinaba ligeramente hacia delante. Estaba interesada, pero quería más detalles. Y, sobretodo, estudiar al osado Blackbird que se atrevía a utilizarla en un retorcido plan que su pequeña mente maquinaba. La droga estaba ahí y por su culpa era que Artemis no acababa de atar los cabos por ella misma con su habitual agilidad de pensamiento. Necesitaba más pistas.


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Mensaje por Jhada Blackbird Vie Oct 05, 2018 4:49 am


L
os zafiros de aquél demonio con forma de araña y de marioneta macabra se prestaron a observar la hermosa y bella figura  la luz de la luna de Envidia Blackbird. Ésta le invitó a sentarse junto a ella pero el tuvo que negarse a tales placeres, prefería estar de pie. Cogió la copa de vino, y por el orificio bucal de la máscara de porcelana, bebió y bebió con elegancia hasta un total de cuatro tragos, ni uno mas, ni uno menos. Soltó el vaso, moviendo suavemente el brazo como si todo fuese el conjunto de un todo, de una actuación que lejos está de su final.

Sonrió. -Je je jé, je. No acostumbro a revelar sendas partes de mi actuación, dejo que los actos se enumeren desde el uno hasta el final pasando por el dos. Pero a ti, mi amada, te lo diré. -Se acercó, haciendo ese característico sonido como si fuese realmente un muñeco, una marioneta del mal, una criatura de la oscuridad. Se puso al lado de la Madre cuervo, haciendo así una estampa digna de ser dibujada por el mejor dibujante de París y enmarcarla como una de las ocho maravillas del mundo. La mano casi robótica de Jhada, la izquierda, acariciaba el mentón de su “madre”. Nadie sabía a ciencia cierta como él perdió aquella mano, ni siquiera su familia. Incluso hay quién dice que ni siquiera él mismo lo sabe. Desde entonces lleva una mano de bronce, con ciertas caracteristicas de tecnología movida a Vapor con cierto toque de magia.

Enterneció sus ojos como si ahora, la cachorra fuera ella y él un dios benevolente que quiere ayudarle. Sonrió como un padre. -Khaelast, mi vida. Khaelast será quien nos traiga a la Hidra y al Cancerbero. Khaelast será la designada a ello. -Suspiró. -Khaelast… -Volvió a repetir, sonriendo de oreja a oreja. Su ojo bailó, titiló al sonido de un violín, de un piano, de la elegancia. La armonía. -Respecto a lo demás.. Ya me ocupo yo, mi bella dama. No obstante, necesito algo de ti.. Pues solo tu y Magpie podeis convencer a Raven de hacer algo así, de “jugar” en algo que no sea esta ponzoñosa cloaca llena de pobres y desgraciados que nada de gloria aportan a nuestro fiel Adalid Blackbird. Y eso lo se yo bien. Yo.. que nací del barro y de la basura. Del lodo y el alquitrán. Ahora soy la flor de Loto, soy arte, maravilloso, soy.. Jhada. -Casi parecía entonar una melodía a la vez que hablaba, con aquella extraña pero dulce y grave voz casi doble.  -Y para ello, estoy dispuesto a hacer cualquier.. Cosa. Calquiera.

Envidia había probado a casi todos los hombres y mujeres de su familia, a excepción por ahora de Jhada, Raven y Magpie. La cabeza de la marioneta se acercó, mirando a través de aquél marmol blanco con forma de tez. -Cualquiera.





Cualquier cosa.-


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Mensaje por Aegea A. Blackbird Lun Oct 15, 2018 11:07 am

El pecado supremo no se tomó a mal el rechazo ajeno por tomar asiento frente a ella. De hecho, el gesto de la griega había sido mera cortesía para con alguien de la familia. De tratarse de cualquier otro, si hubiese intentado utilizar la silla, le habría decapitado ella misma. Sonrió, pues conocía bien las excentricidades de la quisquillosa marioneta que se seguía moviendo por la estancia. Era incapaz de estarse quieto, como si aquello le recordara a otros tiempos en los que solamente con hilos podía mover sus piernas y brazos. Era curioso el poder que podía ostentar su amada Khaelast, la lujuria era capaz de mover montañas, con mayor fuerza que la fe en dioses singulares, algo a lo que enseguida hizo referencia su propia creación. La pelirroja asintió, completamente de acuerdo con las apreciaciones del amante del espectáculo. Sin embargo, Artemis seguía aguardando, porque sabía que ese ser ansiaba algo, que toda esa actuación, todo el espectáculo, aún y cuando Jhada vivía rodeado de aquello a lo que él llamaba belleza, lo había hecho en aquella ocasión porque quería algo de ella. Y ahí llegó, los labios bajo la máscara de porcelana blanca se despegaron y las palabras brotaron con ese perseverante siseo de la respiración. Una sonrisa asomó al rostro de Envidia mientras el artífice mostraba la primera de sus cartas. Había muchas más ocultas, estaba convencida, pero poco a poco las iría enseñando el pequeño títere Blackbird de risa chirriante.

Aún y cuando comprendía la petición y la acompañaba en teoría, quería dejar claras las cosas pues la griega jamás se guardaba nada que le quemara en la garganta. No tenía pelos en la lengua y si algo no decía, era porque así le convenía. -Qué atrevimiento el tuyo al llamar ponzoñosa cloaca a mi arena, querido Jhada.- Sabía que el contrario no había querido ofenderla, porque las consecuencias de tal afrenta serían peores que el fin de su vida al que el artista estaba siempre esperando con sus articulados brazos abiertos. Era un dramático y siempre se rodeaba de sangre, vísceras y muerte.

Hizo un ademán con la mano, indicando que dejaba de lado aquel tema ahora que ya lo había soltado. La pelirroja tenía cierta debilidad hacia el cachorro de la familia, pero era una mujer retorcida y le encantaban las monstruosidades. Tenía su propio behemoth, una aberración de carne que ella misma había creado. Era su gran orgullo, aunque lo mantenía oculto del mundo, pues a ella le gustaba tenerlo como a su preciado tesoro particular y no deseaba que nadie más lo admirara. Todos los Blackbird conocían la existencia de Sloth, pero hacía años que no lo veían, desde antes de su culminación. -Magpie no ayudará, la loba está demasiado apegada a Raven y no permitirá que luche solo, menos aún contra una hidra o el mismísimo Cancerbero. Sin embargo, yo puedo convencer al pequeño grajo, déjalo en mis manos.- Respondió con los labios ajenos rozando los propios por la descarada cercanía del títere a aquella que, en la familia de los cuervos, movía habitualmente los hilos. -¿Por qué no dices claramente lo que estás ofreciendo? Sé que adoras los acertijos y la poesía, pero yo soy el pecado supremo, la Envidia pura. Me gustan las cosas directas.- Instó a Jhada para que dejara de andarse con rodeos y le ofreciera de una vez su cuerpo. Conviviendo durante siglos junto a la mismísima Lujuria, como para no reconocerla cuando era ella quien la despertaba. La mística marioneta se había hecho de rogar durante años, pero era imposible resistirse eternamente a la llamada silenciosa de Artemis.


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Mensaje por Jhada Blackbird Lun Oct 22, 2018 8:22 am




Jhada hizo una mueca inaudible, casi invisible, pero ahí estaba, presente en su rostro, como un tic nervioso al escuchar el nombre de Magpie y “no abandonará a su Raven”. Eso le ponía enfermo. Jhada amaba a su familia, la llevaría a la grandeza, e incluso permitió que los Tres ejes del equilibrio de la familia, Maxwell, Khaelast y la Madre Cuervo, tuvieran en su poder uno de los preciados Fragmentos del Firmamento, artefactos increíbles con un poder casi inimaginable por separado; Invencible, unidos. No obstante, Raven era diferente.. el le arrebató algo hermoso, un capricho y eso no lo hace nadie. Pese a que él está buscando despertar un poderoso y antiguo poder en Egipto, cuya dama es tan hermosa como mil amaneceres, Magpie siempre había sido esa espina clavada, que buscaba quitarse por todos los medios.

Sonrió, de forma elegante, así como el dedo que pasa por la suave cuerda de un violín en el momento álgido de la actuación y se acercó al oído de Artemis, tras escuchar que ella convencería a Raven. -Maravilloso.. Fantástico, magnánimo, magnífico. -Sonrió una vez más, cargado de intenciones invisibles incluso a las mentes mas brillantes de la familia, cuyo ADN estaba tocado por los mismísimos que se hicieron pasar por Dioses de todas las civilizaciones, cuyo ADN corría por las venas de Los Que Vinieron Antes. Por supuesto, el también tenia dicha sangre. -Haz.. cuanto sea necesario, Artemis. Lo dejo en tus preciosas.. manos de diosa, de ninfa, de hada. De Gorgona. -No lo dijo como insulto, pues, a Jhada le perdían aquellas criaturas que se describían en la mitología mitad mujeres hermosas y mitad serpientes ladinas cargadas de lujuria y veneno, de envidia y magnificencia. Una actuación en sí mismas.

Durante décadas, Jhada se mantuvo firme, no cedió a los deseos de Artemis, por que él se pensaba Puro. Pero desde hace unos años.. planeaba todo esto, y dentro del plan de la Marioneta estaba el manipular a su Tía de esta forma, aunque no por ello no disfrutaría. Por supuesto, la deseaba, y muchas masturbaciones fueron en nombre de la Pelirroja. Escuchó las palabras escupidas como una charca de ponzoña, hermosa e irresistible, como una araña que teje su red, Jhada estaba listo para su presa. Sonrió, metió su lengua como una serpiente en la cavidad bucal de su Tía, buscando con ahínco su lengua, de forma rápida, certera, precisa e impecable. -Babilónico.. -Mordió su labio, el espectáculo había comenzado. -Colosal. -Mordió una vez mas su labio y subió a sus oídos mientras la desnudaba, dejando sus pechos a la vista. Metió su lengua, larga y rauda en el oído izquierdo de la Gorgona griega, profundizando, y susurrando a la vez, como una serpiente de siseo impredecible. -Grandioso. -Su mano derecha, la robotizada, caminó por el cuerpo de Envidia recorriéndolo con soltura y habilidad, moviendo los dedos como una tarántula que busca la precisión y el acierto, hasta llegar a la parte mas noble y cotizada de la Madre del Nido, colando así sus dedos quedando empapados del mayor de los placeres.


Entonces la miró directamente a los ojos. -Ostentoso.
Sentenció.


Hago ruido... y por eso, envidio al silencio. ¿Eres acaso, tu, el silencio que anhelo?
¿La espada que blando? Acabemos con los débiles.

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Mensaje por Aegea A. Blackbird Dom Oct 28, 2018 11:59 am

La mosca seguía detrás de la oreja de la griega, porque Jhada no hacía nunca nada sin meditación, sin cálculo previo, sin asegurarse el tiro. Jamás lanzaría una flecha sin estar convencido de que daría en el blanco, porque era un sumo perfeccionista, el rey del dramatismo, pero todo meticulosamente preparado para que no hubiera ni siquiera una lágrima fuera del sitio. Pero, a pesar de todo, de saber a ciencia cierta que algo olía mal en todo ese asunto, no dejaba de ser Envidia, la madre cuervo, el pecado supremo. Quería saciar el deseo de convertir a su cachorro en el mayor de los luchadores, en el guerrero de guerreros, el gladiador más temido y laureado de la historia habida y por haber. Ya le imaginaba siendo llamado el "Matador de Cancerberos", "El domador de Hidras"... Escuchaba los ecos en su cabeza, como si sucedieran ahí mismo, pues la imaginación es sumamente poderosa y más cuando tanto se ha vivido y conocido como en el caso de Artemis.

Estar sumida en sus pensamientos, en aquellas visiones de un futuro que le parecían prometedoras, apetecibles y casi evidentes, no impedía que fuera consciente de lo que se desarrollaba a su alrededor. Los sentidos de la inmortal eran excelentes, estaban supradesarrollados por la condición de su raza, el aprendizaje a lo largo de los años y la supremacía buscada por los Blackbirds desde tiempos inmemoriales. Así pues, era capaz de escuchar aquello que se le decía, no sólo oírlo, sino prestando atención, memorizando incluso las palabras exactas si así lo deseara ella.

La mirada azul de la griega se entornó y viró de color, pasando a púrpura y pronto a rojizo. Sentía el deseo de Jhada y sus extrañas intenciones ocultas. Decidió centrarse únicamente en lo primero, que era lo que acontecía aquel preciso instante y ya daría rienda suelta a sus pensamientos más adelante, cuando tuviera tiempo y ganas de descubrir una verdad que, tal vez, no le interesara.

Muchas eran las personas, los seres, que cerraban los ojos para dejarse llevar, para experimentar el placer a otro nivel más intenso. A Envidia le gustaba observar, encontraba mucho más apetecible ver el rostro de quien la tocaba, examinaba, penetraba, violaba. Obviamente lo último jamás ocurría, no en el sentido estricto de la palabra, pues si Artemis no deseaba ser tocada, ni un sólo dedo le era puesto encima. Así que clavó su fogosa mirada en aquella mano que trepaba por su piel y la desnudaba, mientras una ávida lengua escrutaba su oreja, recorriendo cada recoveco de la ternilla, hurgando en busca de algo.

La madre cuervo se pasó la sinhueso por el labio inferior, aquel que acababa de ser mordido, estirado y succionado, prácticamente, por el caprichoso títere. -¿Me deseas?- No quería medias tintas, ni falacias absurdas, Quería escucharlo de aquella voz rota y a la vez armoniosa, que las cuerdas vocales de Jhada Blackbird vibraran, logrando que toda ella se estremeciera y casi se corriera sin que tuviera que follársela. Aunque lo haría, por supuesto que eso sucedería. El tiempo había pasado y la marioneta había jugado durante años al ratón y al gato. Pero hoy tocaba cena y la trampa estaba lista en ambas direcciones.


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