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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Mar Sep 11, 2018 12:38 am

Base Inquisitorial de París
Una semana después.


No puedo dejar de pensar en él. Los días se me hacen eternos, las horas no pasan mientras me escondo en el laboratorio, en la biblioteca y hasta en mi dormitorio –mudo testigo de todas mis lágrimas que en verdad son suyas-. Tenías mi corazón, Eliot, ahora lo entiendo… recién sumergida en este dolor puedo verlo con claridad: Tenías mi corazón entero, sin mezquindades te lo había depositado en las manos. Todo de mí te habría dado, pero no le diste valor, no te importó y está bien, yo lo acepto. He estado equivocada todo este tiempo, confundí el deber con el querer… yo debía y quería estar contigo, acercarme a ti era mi deleite, tu abrazo mi lugar favorito, pero tú solo debías hacerlo por el maldito pacto que he roto ya. Amé a Eliot Ferrec, solo dos meses, muy poco tiempo, pero hoy entiendo que eso que todavía me duele es amor. No había sentido esto ni siquiera por Massimo Borghese, estaba convencida de que solo a él lo había amado –cuando era pequeña, una recién llegada a la Orden-, pero los besos tímidos y ya olvidados de Massimo no se comparan a lo que he sentido con Eliot, Massimo me besó dos veces y tengo que esforzarme por recordarlo, mas sé que jamás olvidaré los besos de Ferrec, tampoco la voz con la que me susurraba.
Me iré. Aunque mi deseo más fuerte es casarme con Ferrec, ser su esposa y compañera, darle el hijo que me ha pedido y compartir el mando de la facción, tal como hemos planeado, yo me iré, ya tengo todo dispuesto. En cuestión de días dejaré este lugar y mi vida entera, enterraré esos estúpidos sueños que eran míos pero que jamás me pertenerán, me desharé en disculpas con Maureen Ferrec, pero nada le explicaré pues de eso debería ocuparse su hijo. He averiguado sobre un barco enorme que parte hacia Nueva Zelanda, mi tierra, y aunque no sé qué podré hacer allí, creo que puede haber esperanzas para mí y que hallaré…



Yulia dejó de escribir al sentir un sonido demasiado cercano, como si proviniese de la mismísima habitación. Pero no era así, ella estaba sola. Se disponía a ponerse la ropa de cama, pero su camisón aguardaba en la silla todavía, Yulia necesitó escribir con urgencia porque había llegado muy afectada esa noche luego de ver a Ferrec. Lo había estado evitando con éxito mientras intentaba acomodar su vida, su futuro, pero esa tarde había chocado con él por caminar sin mirar y todo el dolor había vuelto a ella.

Se acercó a la ventana lentamente. Estaba abierta pues había llamado dos veces al servicio para que le apagasen la chimenea pero nadie había acudido y Yulia resolvió el asunto abriendo los cortinados, era eso o morir de calor. Cuando estuvo junto a la abertura se sobresaltó al distinguir una figura masculina, la luz de la luna era suficiente para que ella descubriese a Jean Vaguè que la espiaba. Hacía días que se sentía observada, le costaba encontrar la paz, ahora sabía que era por él. Sin pensar demasiado, Yulia abrió el cajón de su escritorio y sacó un cuchillo, regalo de su maestro, y corrió fuera de la habitación dispuesta a dar con ese hombre que tantas desgracias le había traído. ¿Qué más daba? Se iría pronto de allí y no podía hacer mejor cosa que acabar con él.

Por supuesto que Jean ya no estaba en los jardines cuando Yulia salió, ella corrió a las caballerizas y tampoco lo halló. Incluso corrió hasta el camino que salía de la base esperando verlo, pero el maldito había desaparecido. Volvió resignada y temblando de miedo a su dormitorio y allí descubrió que tenía visitas inesperadas.


-¿Qué haces aquí? –preguntó y, aunque jamás le haría daño, apretó con fuerza el cuchillo-. Vete por favor, no quiero que nadie te vea aquí. Vaguè… él me estaba viendo –le contó, sin saber por qué lo hacía-, lo descubrí espiándome por la ventana y salí a buscarlo –tiró el cuchillo al centro de la cama, resignada-: no lo encontré.

Se movió, era como si estuviese rodeándolo pero no era eso lo que pretendía, solo le importaba ver que su diario siguiese como lo había dejado –y afortunadamente así era-, cuando estuvo cerca lo cerró y metió en el cajón. Lo último que deseaba era que Ferrec supiese la verdad.


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Mensaje por Eliot Ferrec Mar Sep 11, 2018 12:13 pm

«I see you standing there but you're already gone
I'm holding your hand but you're barely holding on
I'm kissing your lips but it just don't feel the same
Am I dead man now, left living with the blame»
The Script



Sólo habían pasado siete días, siete horribles días en los que Eliot no era Eliot, sino un cascarón vacío que obraba por puro instinto de supervivencia. Sus ojos no brillaban con la luz habitual y, aunque tanto como su madre como su hermana se habían dado cuenta de eso, lo habían visto tan abatido que no se atrevieron a preguntar qué era lo que iba tan mal. Él tampoco se dejó ver demasiado por su casa, al contrario a lo que las tenía acostumbradas a las dos mujeres; no soportaba tener que hablar con nadie y, si lo hacía, era todo puramente profesional. Ni siquiera había visto a sus amigos después de dejar el cabaret sin avisar, por miedo a que le hicieran preguntas que no estaba preparado para contestar. ¿Qué había pasado para que desapareciera así? Que Yulia, su Yulia, se había marchado y él no había tenido el valor para ir tras ella y hacer que se quedara a su lado.

Desde esa tarde no se había separado del anillo, que siempre llevaba en su bolsillo. De vez en cuando —y demasiado a menudo, para su desgracia— sacaba la joya y la hacía girar entre los dedos, recordando el momento en el que se la puso a la mujer que amaba. Amaba, sí, ahora lo sabía. Se había enamorado de Yulia, o ya lo estaba de antes, eso no podía saberlo con certeza. Lo que sí había descubierto era que nada le importaba más que estar con ella. ¿Que se había acostado con Vaguè? No era la única mujer que no llegaba virgen al matrimonio, Eliot podía soportarlo. Él tampoco lo era, de hecho, así que, ¿qué más daba? Se maldijo por haber sido tan estúpido y haberlo estropeado todo.

Pero, aunque en su pequeña burbuja todo tomara un cariz oscuro y triste, el mundo a su alrededor no dejaba de girar. Aquella mañana, temprano, recibió una información que llevaba semanas esperando: al fin había dado con Lorraine Leuenberger. Salió de la base con prisa, alegando que tenía asuntos importantes que resolver, y se dirigió a la dirección que había escrito en un trozo de papel. En cuanto supiera cómo llegar, echaría la nota en la primera chimenea que encontrara y no se alejaría hasta que la viera convertida en cenizas, pero, por el momento, no perdía ojo de cada letra y cada número allí apuntado.

Cuando llegó frente a la hechicera se presentó como Eliot Ferrec, líder de la facción tercera. La mujer se asustó —como era de esperar—, pero Eliot enseguida le aseguró que no estaba allí para hacerle daño, sino que le habló de la relación que lo unía a Yulia y el motivo por el que estaba allí. La mujer, guiada por su instinto, lo aceptó en su refugio y se dispuso a hablar con él largo y tendido. Sin querer, Eliot pasó allí varias horas, charlando, en su mayoría, de la mujer que los unía a ambos.

Cuando abandonó la casa estaba próximo el atardecer, así que se apresuró en llegar a la base. Todavía podía encontrar a Yulia en los laboratorios y darle la carta que su madre había escrito para ella. Sentía que era una forma de acercarse, de volver a encender una relación que se había apagado como si le hubieran echado un balde de agua fría.

Caminaba deprisa y se palpaba el bolsillo interior de la chaqueta con frecuencia, asegurándose de que el sobre seguía allí, hasta que de pronto chocó contra alguien. Aunque apenas pudo verla, fue capaz de apreciar el aroma que desprendía su cabello, que tanto le gustaba y que tan bien conocía él. La miró y quiso decir algo, darle la buena noticia, pero ella se marchó sin darle tiempo a abrir los labios. ¿Cómo demonios iba a arreglar las cosas si ella ni siquiera se dignaba a mirarlo? «Me lo merezco», se repetía una y otra vez, pero no tenía fuerzas para creérselo.

Se quedó en el despacho hasta bien entrada la noche. Esa carta le pesaba en el bolsillo, necesitaba dársela a su legítima dueña cuanto antes, pero no terminaba de encontrar el momento porque no la había vuelto a ver. Salió de su despacho y se dirigió hacia las habitaciones de las mujeres; si hacía falta, se la colaría por debajo de la puerta con una nota explicando que qué era y de quién venía, porque quería que Yulia supiera que había sido él quién la había encontrado.

El camino que llevaba al edificio de las habitaciones se le hizo largo, pero sólo corrió cuando vio la figura de Jean Vaguè espiando en la ventana de Yulia. Aunque se quedó sin aliento, consiguió llegar hasta el cuarto de la inquisidora.

Yulia —la llamó, casi sin aire—. ¿Estás bien?

Allí dentro, no obstante, no había nadie. Eliot entró como si fuera su casa e inspeccionó todos los rincones donde podía haberse escondido, pero enseguida supo que estaba solo, muy a su pesar. Le dejaría la carta sobre el escritorio junto a otra manuscrita por él mismo y se marcharía de allí. Sí, eso haría, puesto que estaba claro que Yulia no quería tenerlo cerca. Cuando se acercó a la mesa en busca de papel y pluma, vio de reojo lo que había escrito en el diario de la mujer y distinguió su nombre y el de Massimo en la misma hoja. La curiosidad fue mayor que la discreción y leyó, varias veces, los dos párrafos escritos.

Su corazón pasó, una y otra vez y sin orden ni razón, de la alegría de saberse amado a la profunda tristeza que destilaban las palabras de Yulia. Todavía no podía creer cómo había podido hacer tanto daño a la mujer que más quería, por algo que ahora veía como la mayor tontería del mundo. Apartó los ojos cuando escuchó ruidos en el pasillo y se acercó a la puerta.

Cuidado —dijo cuando la vio sujetando el cuchillo—. Yo también lo he visto mirando por la ventana. Venía a ver si tú estabas bien —explicó y se mordió el labio.

No pudo dejar de mirar el cuchillo que ahora se encontraba sobre la cama, pensando en de dónde demonios lo habría sacado Yulia y qué hacía con él allí. ¿De verdad necesitaba de eso para protegerse? Ahora entendía que quisiera dejar todo aquello y volver a su tierra, pero el simple hecho de perderla para siempre le revolvía las entrañas.

Yulia, tenemos que hablar —dijo, con unas extrañas fuerzas renovadas—. Hay algo que necesito decirte, es muy importante. Quería habértelo dicho antes cuando nos hemos cruzado, pero no me ha dado tiempo. —Se acercó a ella, pero no demasiado; ya le había dejado claro que no lo quería cerca—. Es sobre tu familia —dijo, bajito para que nadie lo escuchara—. Te veo en las cocheras en quince minutos. Ven, por favor.

Sin más dilación, Eliot desapareció por el pasillo camino de las caballerizas, esperando que ella lo siguiera. Aquella era su última oportunidad de conseguir que se quedara con él.


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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Mar Sep 11, 2018 3:52 pm

Lucía cansado, Yulia lo conocía bien y en los años que habían pasado compartiendo proyectos había aprendido a leerlo por sus gestos, por su rostro, y Eliot Ferrec había tenido un día muy largo. Le hubiera gustado acariciarle los ojos, pasar sus yemas por las líneas que se le dibujaban evidenciando el peso de un día agotador, se animaba a aventurar que era un cúmulo de días desfavorables. Tal vez necesitase un masaje en los hombros, en los brazos, en la cabeza…. Pero Yulia Leuenberger no haría tal cosa, ya no le debía de importar nada que a él se refiriese porque, aunque ninguno de los dos se había atrevido a hacerlo oficial, no era su mano derecha. Había renunciado a ese cargo porque el mismo venía acompañado del compromiso matrimonial.

-Estoy tan cansada –se quejó-, no tengo libertad de estar escribiendo en mi habitación porque Vaguè aparece por la ventana y Ferrec por la puerta. –Le dio la espalda, no estaba hablándole a él-. Tengo que comprarme una casa, ya no puedo seguir viviendo aquí, un día no podré cuidarme…

No iba a agradecerle que se hubiera acercado hasta allí pues no le creía su preocupación, ¿Ferrec temiendo por ella? Era mentira, Yulia ya había descubierto que él mentía muy bien. Estaba a punto de reírse de la propuesta -porque no creía que nada de lo que pudiese decirle fuera en realidad importante-, iba a repetirle que se fuera, hasta que él mencionó a su familia… su familia era su madre, no había nadie más. Ferrec tenía información de su madre y a eso había ido allí.

-Allí estaré, Eliot –le prometió con voz afectada y lo acompañó hasta la puerta para cerrar tras él.

¿Estaría su madre muerta? ¿Era eso lo que él quería decirle? No hizo nada más que quedarse sentada en la cama esperando que pasasen al menos diez minutos antes de ponerse en marcha. No se perfumó ni retocó el peinado, ¿para qué si ya no le importaba gustarle? Quizás esa era una de las últimas veces que lo veía, una despedida... Tal vez, que Eliot le dijese que su madre había muerto, era la señal que necesitaba para saber que una etapa de su vida había terminado, que sus planes de una nueva vida eran avalados por Dios. En tres días tenía cita en el banco de París, retiraría de allí su dinero –ahorros de toda su vida dedicada a la Inquisición- y compraría el boleto en el navío.

Caminó temblando, creyendo lo peor. La odiaba, había deseado un doloroso final para Lorraine Leuenberger desde que supo la verdad sobre su padre, pero ahora ante la posibilidad que se hacía real todo el cuerpo le dolía. Caminó de forma tan involuntaria que bien podría haberla atacado Vaguè sin que ella lo viera aparecer de entre los árboles, pero cuando llegó a las cocheras de la inquisición vio a Eliot Ferrec y se acercó a él. Deseaba poder preguntarle si su madre había muerto, no quería ir a ningún lugar si eso era así, pero no tenía el valor para pronunciar aquello. Subió sin aceptar la ayuda que él le proponía, tampoco sin cerciorarse que el cochero fuese uno de los de confianza, y una vez dentro se ubicó pegada al rincón contrario al que él ocuparía, lo último que quería era que él la tocase porque en esos días la imagen de Eliot acariciando a la joven mujer del cabaret la habían despertado en las noches.


-¿A dónde estamos yendo? –le preguntó sin mirarlo, pero deseando oír su voz segura, cuando los caballos comenzaron a andar.


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Mensaje por Eliot Ferrec Mar Sep 11, 2018 4:58 pm

Eliot llegó a las cocheras y le pidió a Colombe —el hombre que siempre lo traía y llevaba— que preparara un coche. Ya era su hora de volver a casa, pero le pagó una suma importante por el favor que le iba a hacer. Necesitaba que aquella salida fuera lo más discreta posible para evitar que nuevos rumores inundaran los pasillos de la Inquisición. Ahora, cualquier asunto, por pequeño que fuera, podría ponerlos a ambos en un aprieto.

Esperó impaciente la llegada de Yulia. ¿Vendría? Él esperaba que sí, puesto que eso que tenía que decirle era algo que ambos habían estado esperando ansiosos de saber, pero no podía asegurarlo. Quizá lo odiaba tanto que prefería no saber qué había sido de su madre antes que volver a verlo. Un sudor frío recorrió la espalda de Eliot cuando miró su reloj de bolsillo y constató que habían pasado casi los quince minutos que le había dado. Él sabía que se quedaría allí hasta el amanecer, de ser necesario, pero también conocía la puntualidad de Yulia. Si no estaba allí en el tiempo que él le había pedido, sólo podía deberse a dos motivos: o le había pasado algo y estaba herida, o no iba a aparecer. Pensó en las palabras de su diario, esas que decía que iba a tomar el barco que salía hacia Nueva Zelanda, y el corazón le dio un vuelco. Si dejaba que partiera ya no la volvería a ver, así que esa noche tenía que hacer lo imposible para que ella, al menos, lo mirara sin odio ni asco.

Su rostro volvió a tener algo de color cuando constató que los ruidos en la puerta se debían a que ya estaba allí. Abrió la puerta y le tendió la mano, pero rehusó su ayuda y subió al coche sin decirle nada. Eliot respiró hondo y subió tras ella, pero no se sentó a su lado, sino frente a ella.

A un lugar más tranquilo donde no nos puedan escuchar —contestó mientras miraba por la ventana—. La base está llena de oídos y ojos indiscretos, ya lo hemos visto.

La miró. Se dio cuenta de que no se había peinado como en otras ocasiones, pero le pareció incluso más guapa así, con los pequeños mechones sueltos enmarcando su rostro de manera natural. Quiso acariciarlos, peinarlos y disfrutar de la suavidad que sabía que tenían, pero el hecho de saber que no podía le dolía.

Hicieron el camino en silencio. Aunque Eliot deseaba hablar y escuchar su voz, prefirió reservar las palabras para cuando llegaran porque no sabía si ella le permitiría hablar mucho. Colombe frenó el coche tras casi media hora de viaje y el inquisidor bajó. Volvió a ofrecerle la mano —aún cuando creía que no aceptaría su ayuda— y, cuando ambos estuvieron con los pies en tierra, buscó la de Yulia y tiró de ella para llevarla a un lugar apartado y despejado de árboles. Quería tener una visión clara de lo que le rodeaba para que nadie pudiera escuchar estando escondido. Cualquier precaución era poca.

La laguna enseguida se mostró antes ellos, brillante por la luz de la luna casi llena. Había un camino con farolas, cuyas velas ayudaban a la luna a iluminar los campos que rodeaban el gran charco de agua. Eliot caminó hasta llegar a los pies de una de ellas y se paró debajo, de manera que la luz los bañara sin problemas. Miró a su alrededor —cerciorándose de que no había nadie— y se acercó a Yulia, tomando un tono confidente con ella. A pesar de que la había tenido mucho más cerca en el pasado, los días transcurridos lejos de su cuerpo convirtieron esa cercanía en algo extraño y agradable.

La he encontrado —dijo en un susurro—. Ella está bien, tranquila —se apresuró a añadir al ver la cara de nerviosismo de Yulia—. Está viviendo en una casita en un pueblo no muy lejos de aquí, he estado con ella hoy. Hemos hablado durante mucho tiempo y le he preguntado si le gustaría verte —dijo—. Me ha contestado que sí, que desea poder verte y abrazarte, pero que no cree que tú quieras verla, así que te ha escrito una carta.

Metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó el sobre sellado para tendérselo a Yulia. Volvió a buscar el anillo y, sin sacarlo del bolsillo, lo encerró dentro del puño, clavándose la piedra en la palma.


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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Mar Sep 11, 2018 9:04 pm

En esa ocasión, en cambio, sí aceptó la ayuda que Eliot le ofrecía para descender. Fue en un acto impulsado por la costumbre, Yulia tenía la mente en otros pensamientos, pero que la afectó porque de alguna manera volvía a sentirse unida a él luego de una semana de fría indiferencia. Y no fue solo el hecho de volver a tomar su mano lo que la conmovió, sino descubrir que estaban frente a la laguna que brillaba extensa a la luz de una luna casi llena… por culpa de su deseo de ir a ese sitio, con él, todo había comenzado, por no querer ir a la laguna -sino al cabaret- era que Eliot le había mentido.

Soltó su mano cuando estuvieron ubicados bajo una de las farolas y la escondió detrás de su espalda, como si pudiera así hacer que las cosas doliesen un poco menos. Elevó su mentón para observarlo a los ojos, queriendo leer en ellos alguna mala noticia… la confirmación de que a su madre le había ocurrido algo terrible, pero eso no llegó.


-Oh, gracias a Dios –dijo y se llevó ambas manos al pecho para atrapar la cruz que colgaba de su cuello, nunca le devolvería aquel regalo a Maureen-. ¿Está bien? ¿Has visto que tenga alimento y abrigo allí? ¿Cómo estaba de salud, Eliot? ¿Necesitará dinero? Gracias, Dios bendito.

Eso era completamente nuevo para ella, estar preocupándose por su madre, deseando poder verla y ayudarla… tan nuevo el sentimiento que Lorraine -al desconocer lo que a su hija le sucedía- no había querido verla, pero sí a Eliot. Tomó la carta de manos del hombre y la abrió, era extensa realmente lo que evidenciaba que su madre se había sentido cómoda en presencia de él por lo que no se había apurado a escribir algo simple, sino que relajada había usado el tiempo que creía necesario.

No podía acallar sus pensamientos y necesitó de tres intentos para comenzar a leer comprendiendo lo que decían esas letras escritas con el trazo redondo y regular de su madre. Había amor en esas palabras, Yulia pudo sentirlo y se avergonzó de haberla maltratado la última vez que se habían visto, en las celdas. Lorraine no mencionaba nada al respecto, hablaba de lo feliz que estaba al saber que su única hija se casaría enamorada -¿qué cosas le habría dicho Ferrec? Yulia necesitaba preguntarle-, se deshacía en halagos para Eliot y le pedía que alguna vez, por favor, acudiese junto a él a verla. Quería pasar tiempo con ellos.


-No puedo irme –susurró, comenzando ya la relectura del largo escrito. Si se iba a Nueva Zelanda perdería la oportunidad ver a su madre, de preguntarle todo lo que había deseado saber-. Le has caído bien, Ferrec. Dice que está feliz por mí, porque me casaré con un gran hombre –elevó sus ojos a los de él, que había aguardado respetuosamente, y le habló con tono burlón-, asegura que se te nota en la voz cuánto me amas. ¿No es irónico? Las personas se inventan cada cosa con tal de hacer sentir bien a los demás…

Lo decía por Lorraine, porque seguro había escrito lo que suponía que a ella le gustaría leer, y también por él porque obviamente había hecho el papel de enamorado para caerle en gracia a la mujer. ¿Por qué le habría dicho que se casarían cuando eso no era cierto? A pesar de eso, le gustó que su madre creyese que ella era feliz, aunque tendría que desilusionarla cuando la fuese a visitar. Tal vez podría convencerla de viajar junto a ella… No, eso no funcionaría, habían pasado tanto tiempo separadas que eran más bien dos desconocidas con muchos rencores sin sanar.

-Gracias, Ferrec. Gracias por haber hecho que ella se sienta bien. –Quería pedirle que la acompañase a verla, pero aunque abrió la boca para hacerlo las palabras no le salieron, no sabía cómo hacerlo-. Espero poder verla pronto. Tal vez necesite dinero para encontrar un sitio más seguro… debo hacérselo llegar de algún modo -pensaba en voz alta-. Gracias por haberte ocupado de esto a pesar de lo que nos ocurrió a nosotros, ella tiene razón: eres un gran hombre.


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Mensaje por Eliot Ferrec Miér Sep 12, 2018 12:36 pm

Eliot era impaciente, de eso no había duda alguna. Aunque su aspecto fuera el de un hombre tranquilo y sosegado, la mano que jugueteaba con el anillo dentro del bolsillo se movía de manera frenética. Entregarle la carta había sido su única intención inicial, pero, ahora que la tenía delante, necesitaba hablar con ella, explicarle lo que sentía y, sobre todo, pedirle perdón.

Le pregunté si necesitaba que le llevara algo, pero me dijo que no. No sé el dinero que pueda tener allí, pero con menos se puede hacer mucho más que en París, así que creo que estará bien. La vi delgada, pero no la había conocido antes, así que no puedo decirte más —contestó—. Sé que te hizo mucho daño, Yulia, pero, si yo fuera tú, iría a verla cuanto antes. Puedo decirte dónde está o acompañarte hasta allí, lo que tú prefieras.

Eliot deseaba que le pidiera ir con ella, pero recordó que ella no sabía pedir. Agachó la cabeza y sonrió con tristeza. El amor que sentía por la mujer que tenía delante no disminuía con sus burlas y su indiferencia, al contrario; era cada vez más fuerte, y cada vez tenía más claro que debía hacérselo saber.

En realidad, lo único que hicimos fue hablar de ti. Nos entendimos bastante bien, creo, porque nos dimos cuenta de que los dos teníamos algo en común.

Ambos habían hecho daño a la misma mujer, una que amaban, y los dos se arrepentían profundamente de lo que habían hecho. Eliot sentía que ahora era su oportunidad para arreglar las cosas —al menos, tenía una, al contrario que Lorraine—, así que respiró hondo y miró a Yulia a los ojos.

Lo que nos ocurrió a nosotros fue sólo culpa mía. Ese día no lo empecé bien y me comporté como un cretino contigo, cuando no lo merecías —confesó.

No se atrevía a ser totalmente sincero con ella, puesto que eso implicaba que debía contarle todo lo que había escrito en la carta de Vaguè, y recordar eso le revolvía el estómago. Había decidido que aquello no le importaba, que la quería a ella, sin condiciones, así que obvió esa parte y continuó:

Quiero pedirte perdón, Yulia. —Se acercó un poco más a ella—. Sé que yo tengo lo que me merezco, por ser un imbécil y un estúpido, pero tú no.

La miró. Las ganas de abrazarla eran cada vez más grandes e insoportables.

Creía que te quería, Yulia, pero he estado confundido durante todo este tiempo. Ahora que te he perdido me he dado cuenta de que no era cariño lo que sentía por ti.

Aunque había empezado muy confiado, tuvo que hacer una pausa para respirar hondo y tragar para aclarar la garganta. También desvió los ojos hacia el suelo unos segundos antes de volver a mirar los de ella.

Te amo, Yulia, más que a nadie que yo conozca, y no eres capaz de imaginar todo lo que me arrepiento por lo que hice.

Aunque ya era tarde, se sentía afortunado por haber tenido la oportunidad de poder confesárselo.


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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Miér Sep 12, 2018 3:26 pm

Yulia dobló la carta de su madre y la sostuvo pegada a su abdomen, como si aquel papel le diera vida. Aunque lo único que le daba era una catarata de preguntas, de decisiones por tomar. Sabía que en esa ciudad ya no había nada para ella, pero su plan de comenzar una vida lejos de la inquisición –a riesgo de ser perseguida por traidora- se desarmaba ahora ante las palabras de Lorraine Leuenberger, su madre. ¿No se debían ambas una oportunidad? ¿No habían sido ya suficientes los años de lejanía? No sabía si ésta Yulia adulta cogeneraría bien con su madre, lo más sensato sería pensar que no pues había demasiada falta de perdón en su corazón, pero quería volver a verla, darle al menos una oportunidad.

Cuando Eliot comenzó a hablar, Yulia sintió el profundo deseo de pedirle que se calle, que no hablase de lo que les había ocurrido pues esa herida era dolorosa para ella y prefería no pensar en eso… Todo lo que sentía por él tenía su propio tiempo para doler y ése era en las noches, cuando daba vueltas en la cama, ¿por qué provocar dolor antes de tiempo? Pero Eliot la sorprendió con sus confesiones.


-Oh, Ferrec –fue lo único que pudo decir cuando él se disculpó por lo que había sucedido-. No eres estúpido, eres el hombre más brillante que conozco.

Yulia buscó en su mirada algún tipo de indicio de falsedad, pero no lo encontró. Tal vez se debiera a que quería creerle, quería pensar que él estaba arrepentido. Y a sus disculpas se sumó una declaración hermosa, palabras que había soñado oír de esa boca deliciosa que tanto extrañaba… ¿La amaba? Sí, eso había dicho y sus ojos parecían no mentir –aunque tampoco parecían mentir cuando lo hicieron, hacía una semana, pero no quería detenerse en tan nefasto recuerdo-; Yulia quería decirle que ella también lo amaba, que sus días eran tristes desde que se empeñaba en esquivarlo, que lo necesitaba porque no sabía vivir sin él, hacía más de diez años que Ferrec era su compañero, ¿cómo viviría sin él en Nueva Zelanda? Eso era algo en lo que no había meditado.

-¿Me amas? ¿Estás siendo sincero? –le preguntó en voz muy baja y conmovida, pero no esperó la respuesta y se acercó a él para abrazarlo con fuerza, para llenarse de su calor perfumado-. Deseé tanto que me dijeses algo así… deseo tanto creerte –le reveló.

Yulia cerró los ojos y se permitió disfrutar del entorno, del suave sonido de la laguna donde el viento suave movía las aguas. El corazón de Eliot latía fuerte muy cerca del rostro de ella y Yulia deseó alguna vez poder besarle el pecho, justo donde el latido se sentía más fuerte. ¿La amaba? Eso había dicho, lo había oído bien. Esperaba que así fuera, porque aunque no pudiese decírselo ella también lo amaba a él, con una fuerza que no nacía de su mente –por eso la pasmaba, acostumbrada como estaba a racionalizarlo todo-, era su cuerpo, su espíritu mismo.


-Oh, Eliot –dijo y, aunque no era equivalente a un yo también te amo, sí que era importante porque ella no usaba jamás su nombre en vano, lo hacía solo en momentos realmente importantes porque lo juzgaba como algo íntimo, cercano-. Quiero decirte tantas cosas, pero no tengo el valor –le confesó, escondiendo en su cuello el rostro. Esperaba que ese abrazo, que no quería abandonar, fuese respuesta suficiente de momento.


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Mensaje por Eliot Ferrec Miér Sep 12, 2018 3:54 pm

Un hombre brillante no habría hecho lo que él, mentir así a su prometida y permitir que se marchara después de entregarle el anillo. ¿Habría podido solucionar algo si hubiera corrido tras ella? No lo sabía, y ya era tarde para comprobarlo. En realidad, tampoco importaba lo que habría pasado si Eliot hubiera actuado de otra manera; debía centrarse en el presente, en arreglar las cosas que había estropeado él solo.

No se podía decir que fuera un hombre muy diestro en las relaciones; las había tenido, más o menos intensas, pero siempre se habían limitado al ámbito del placer y la necesidad. Si quería estar con una mujer pagaba por ello, no buscaba el cuerpo de una a la que pudiera traer problemas. Se podía decir que era un hombre práctico y que sabía lo que quería, pero eso lo volvía un novato en las relaciones afectivas que traían asociadas sentimientos que iban más allá del placer carnal. Tenía mucho que aprender, y eso él lo sabía. Estaba claro que cada lección sería una herida honda que sanar y debía estar preparado para ello.

Nunca he sido más sincero de lo que lo estoy siendo ahora mismo —aseguró—. ¿Qué puedo hacer para que me creas?

Quería que ella supiera de sus sentimientos, y eso ya estaba hecho. Ahora sólo necesitaba que ella le creyera, porque de nada serviría confesárselo si seguía dudando de él. El tiempo terminaría haciéndole ver que no mentía, pero a Eliot le urgía que fuera ya, porque no sabía si podría haber un mañana entre ellos.

Dio un paso en su dirección, dispuesto a hacer lo que ella le pidiese, pero no pudo avanzar más porque Yulia terminó de ajustar la distancia entre ellos dándole un abrazo que no esperó. Se quedó quieto, como si cualquier movimiento de su parte pudiera romper el hechizo, pero cuando se dio cuenta de que ese gesto era sincero, la envolvió en sus brazos y la apretó contra él. Volver a sentirla cerca era la mayor felicidad que podía obtener en ese momento. La había echado de menos cada minuto de cada día, y tanto su cuerpo como su mente la extrañaban con urgencia.

No me las digas ahora, entonces —dijo, acariciándole la espalda con una mano mientras la otra rodeaba su cintura—, ya habrá tiempo para eso.

Llevó la mano que acariciaba la espalda hacia el rostro de Yulia y le peinó los mechones sueltos que se lo enmarcaban. Después, deslizó las yemas de sus dedos por las mejillas de ella y hundió su propio rostro en el cabello de Yulia, aspirando profundamente. Sin soltarle la cintura, metió la otra mano en el bolsillo y sacó el anillo, que guardó dentro del puño con fuerza. Buscó a tientas la mano de la mujer para subirla hasta que quedara apoyada en su pecho.

No te compres una casa, Yulia —le rogó.

Le acarició el dorso de la mano y, con cuidado, le volvió a poner el anillo de compromiso en el dedo anular. Después agarró su mano y la apretó sin quitarla de su pecho, como si temiera que ella fuera a desprenderse de la joya de nuevo.

Aquí ya tienes una, ya tenemos una.

Tenían, sí, ambos, porque lo que Eliot quería era formar una familia con ella, más allá del pacto, del heredero que necesitaba y de todo lo demás. Estaba seguro de que ya no podría casarse con ninguna otra mujer que no fuera Yulia Leuenberger.


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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Miér Sep 12, 2018 5:10 pm

Fue testigo privilegiada del momento en el que el anillo volvía a su mano, debía reconocer que sentir otra vez su peso en el dedo le traía recuerdos del día más feliz de su vida, ese en el que Eliot la había nombrado su mano derecha para luego pedirle matrimonio. Subió esa mano hasta el cuello de Eliot y la dejó allí.

-¿Por qué no le has devuelto eso a tu madre? –lo preguntaba con una sonrisa, estaba feliz de que no lo hubiera hecho-. ¿Lo traías de casualidad contigo? Oh, Ferrec, ¿qué será de nosotros? –se separó finalmente de él para mirarlo a los ojos.

Nunca había estado segura de viajar a Nueva Zelanda y -mientras esa idea se iba deshaciendo- para ser sincera tampoco estaba segura ahora de que volver a comenzar con él fuese correcto, reanudar el pacto era lo que había deseado, pero no sabía si podría vivir una vida de desconfianza.


-No me compraré una casa si tú no vuelves a mentirme. No podré soportarlo otra vez, he padecido tu ausencia, Eliot… No deseo creer que hay una nueva oportunidad para nosotros si al final nos encargaremos de arruinar las cosas, tú con mentiras y yo con desconfianza. –Hablaba con la practicidad que siempre la había caracterizado-. Si me juras que no me volverás a mentir yo te juraré que no desconfiaré de ti, Ferrec.

Un viento frío se levantó, pese a que estaban en primavera ya, y Yulia se encogió. Al final se tomó del brazo de él –mientras no dejaba de apretar la carta de su madre con la otra mano- para caminar lentamente hasta el coche. Era hora de regresar a la base, lamentablemente. Esa vez sí que aceptó la mano de Ferrec que la ayudaba a subir y no la soltó en los minutos que duró el viaje de vuelta.

-Te he echado de menos, Ferrec –le confesó en un arrebato de sinceridad y apoyó su cabeza en el hombro de su prometido.

Tras la declaración -que significaba demasiado y, a la vez, no era suficiente para expresar todo lo que le sucedía- ella se mantuvo en silencio. Tenía demasiadas cosas en las que pensar y solo una que disfrutar: su mano, nuevamente evidenciando su compromiso, apretando la de Eliot Ferrec.


-Adiós, Ferrec –dijo cuando llegaron a la base y él se bajó para ayudarla a descender también-. Gracias por esto –dijo y levantó la carta de su madre con la mano en la que brillaba su anillo, ambas cosas eran importantísimas para ella y por ambas le agradecía.

Pasó a su lado dispuesta a irse sin más, pero algo que le ardía en el pecho le hizo dar media vuelta, casi de manera instantánea, y enfrentarlo. Se acercó tanto a él que sus narices casi se tocaban:


-Júrame que no volverás a ese sitio –le pidió, susurrando-. No he podido dormir en paz durante todas estas noches, los celos me quemaban la piel al imaginarte con otra mujer… Eliot, nunca más irás allí, no sin mí –concedió al final, aunque sabía bien que no pasaría siquiera por la puerta de ese lugar.


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Mensaje por Eliot Ferrec Vie Sep 14, 2018 10:39 am

Al ver que Yulia no se quitaba el anillo una segunda vez, Eliot soltó, poco a poco, el aire que había mantenido retenido en los pulmones. No sabía si ella le había perdonado, pero, al menos, no se había endurecido más, y eso ya era un gran paso.

Lo he llevado conmigo todo este tiempo, así que no sé si llamarlo casualidad —contestó—. Aunque pesaba en mi bolsillo, me alegro de haberlo traído hoy.

La realidad era que no había tenido valor suficiente para devolverle el anillo a Maureen, porque hacerlo significaba que ya no había vuelta atrás. Eliot también se alegraba de no habérselo dado, de no haberse rendido del todo con Yulia.

A pesar de que lo único que quería era besarla  hasta quedarse sin aliento, sabía que todavía no era el momento de hacerlo. La miró con seriedad, asintiendo suavemente, aceptando cada una de sus palabras.

Se acabaron las mentiras, es una promesa.

Pasó uno de sus brazos por sus hombros cuando ella tembló por el frío, intentando darle así calor suficiente, pero comprendió que aquello no bastaba. Se quitó la chaqueta y se la colocó en los hombros, dejando que ella se tomara de su brazo hasta llegar al carruaje.

La vuelta le resultó más corta que la ida, quizá porque los sentimientos que los invadían se habían vuelto felices, en vez de ser ásperos como hacía menos de dos horas. La besó en la frente un par de veces antes de bajar del coche para despedirse de ella.

Te lo juro, Yulia —prometió—. Si tanto te importa, no volveré allí si no es contigo.

Sujetó su barbilla y la alzó para poder besarla en la comisura de sus labios. Su deseo era saborear su boca, volver a beber de ella como habían hecho hacía sólo una semana, pero se contuvo.

Adiós, Leuenberger —se despidió sobre su boca, acariciando los labios con el pulgar—. Te veré mañana.

Esperó hasta que ella estuvo a buen recaudo dentro de los muros de la Inquisición y volvió a subirse al carruaje para regresar a casa, feliz por primera vez en días.



FIN DEL TEMA


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