Los de la tarde | Privado

por **Dagna Holbein** Jue Ene 10, 2019 11:42 pm

Para ella que vivía allí, ese era el momento del día en el que no quería ni asomar la nariz fuera de la habitación a menos que fuese estrictamente necesario. Con tantos años de oficio –pese a su juventud, pues había comenzado como prostituta a los diez años-, la paciencia se le había agotado y ya no tenía la capacidad de soportar cualquier cosa. Era por eso que huía del recibidor del burdel en las tardes, porque solo asistían allí los viudos sufrientes -que solo querían sentir que estaban con la esposa muerta mientras las penetraban a ellas, y no había cosa más fea que sentirse una muerta- y los ancianos. Dagna no tenía deseos de tratar con ninguno de ellos ese día.

No entendía esa necesidad del dueño de tener abiertas las puertas durante todo el día. Dinero no necesitaba, tenía demasiado, ¿qué diferencia hacían en esas horas? Podrían estar descansando todos los trabajadores del burdel, pero no… Envidiaba tanto a las chicas que no vivían allí, ella no podía darse ese lujo.

El hambre la llevó a salir de su pequeña habitación, pese a que aguantó todo lo que pudo. Logró hacerse con dos manzanas y ya estaba regresando con éxito por el pasillo cuando oyó la voz del señor Lilou que gritaba su nombre.

-¡Dagna! ¡Dagna, querida, justo pensaba en ti! –gritó el anciano, pero ella no se detuvo.

Actuó como si no lo oyera y dobló hasta meterse en el cuartito donde guardaban los objetos viejos. Suspiró aliviada al saber que no había sido alcanzada por el cliente, sabiendo que él ya encontraría a alguna de las más nuevas con la que poder divertirse. Ellas debían ganarse el lugar y por eso hacían lo que tuvieran que hacer, pero Dagna hacía mucho tiempo que había dejado de ser novata.

Cuando miró hacia el rincón se dio cuenta que no estaba sola, Camille estaba allí. No era que se llevase especialmente bien con ella, aunque tampoco mal, simplemente no habían tenido oportunidad de conocerse bien.

-Veo que tú también te estás escondiendo –dijo y le sonrió-. Tuve que salir para buscar algo de comer, esta hora es la peor –le aseguró y se sentó en el suelo, con la espalda pegada en la puerta. Le dio un mordisco la manzana y le tendió la otra a ella-. ¿Quieres? Te aconsejo no salir por el momento.