Seducido por el saber [libre]

Había llegado a aquel lugar desterrado por la mayor parte de la sociedad, el recinto de los conocimientos y los saberes. En el aire se podía descubrir el olor de partículas de tinta y pergaminos extraviados que habían encontrado hogar en aquel sitio de sapiencia. Andaba con curiosidad entre los estantes y los libros apilados que, susurrándole historias al oído, intentaban incitarlo a leer y perderse en aquel mundo de aventuras y leyendas, de falacias y mentiras. Y estaba todo tan vagamente dividido que difícil era descubrir cuáles de aquellas eran realidad y en cuales otras los protagonistas y villanos no eran sino versiones exageradas del autor. Escapes de la monótona y lívida vida que algunas personas llegaban a poseer, el mismo había llegado a escribir huyendo de la demencia y su mente en decadencia.

Ahora, sin embargo se encontraba en aquel lugar con ningún otro motivo que el de dejarse seducir por sus encantos porque si prestaba atención casi podía distinguir una voz de la otra. Algunos libros se le antojaban con voces de madres, serenas y armoniosas para contar cuentos a la hora de dormir, otras se pintaban en sus pensamientos como la voz que se acechaba al oído durante su niñez, contándole historias de ultratumba protagonizadas por demonios y quimeras que ahora comprendía habían habitado en vida mucho antes que en sus pesadillas. Otras sonaban como viejos cansados con ganas de dormir y unas cuantas como gallardos hombres narrando sus propias aventuras que más resultaban cuentos baratos para pavonearse de su flaqueza y debilidad que se volvían fuerza y destreza a oídos de los demás. Con ladinos protagonistas a quienes todo parecía resultarles terriblemente mal o gloriosamente bien, si la vida fuese tan simple, pensó.

La galbana que le acompañaba en aquella ocasión hacia de su rostro una estatua impasible, una de aquellas figuras en alabastro ubicadas en el interior de las catedrales estructuradas años atrás. Con los brazos alzados y miradas siempre dulces, de labios inmutables y trajes sempiternos, como el rostro de una escultura jamás nombrada por su autor y así, en el olvido había ido a dar. Mas su nombre ¿qué para de él merecía ser? ¿Su amor por el arte acaso? ¿Su pasado o su presente? Caprichos de sus padres y un atávico sin más, uno al cual no planeaba hacerle honor ni fama. Ludió su dedo índice contra el lomo de un brumoso ejemplar y el polvo se adhirió a su piel como algún extraño pegamento.
Sujeto pues, un libro entre sus ahora irregulares e inútiles manos y abriéndolo en un espacio cualquier recito para el aire y más nadie.

- “Tanto es amarga que es poco más muerte
más, para hablar del bien que allí encontrara
diré otras cosas de que fui vidente”- y poco menos le basto para descifrar el autor y la obra, que sublime y deleitoso era leerla, lo había hecho cuando las noches de soledad en su infancia le agobiaban. Conocedor de la vida no por los libros sino por los golpes y tropezones que a duras penas le habían forjado y deformado a su antojo y capricho. El destino una extraña cosa en la que prefería no confiar. Pues como su autor podía ir a dar a los lugares menos aguardados, con las personas menos esperadas y con compañías indeseadas.