La clameur du silence / Piero D'Páramo (priv)

Cacería de demonios

CASO 79: VAUDERIE DE PARIS
ORDEN: REPRESIÓN A ADORADORES DEL DIABLO
LÍDER DE LA OPERACIÓN: PIERO D’ PÁRAMO

 

e ha decretado a Piero D’Páramo por parte del Santo Oficio, enjuiciar a todo adorador del diablo en las tierras de la Ciudad Parisina. Pues se ha propagado rumores de monstruos escondidos en las pieles de los humanos, una especie de posesión satánica en la que no soportan la comida humana, apestan a suciedad y muerte, y son invadidos de los pecados capitales, abominables entes que deben de ser exterminados. Razón del porqué está custodiando cada rincón, cada sombra emitida en las calles más desoladas, purgando con sus tropas como el escudo de Dios; ese quién honra a la iglesia y enjuicia a los de su misma especie. Persiguiendo el lema de su maestro: «Algunas veces los perversos sirven de instrumentos útiles para realizar los designios de Dios, que no reprueba los beneficios que proporcionan». Con esto es que se convirtió en la bestia que protege a la Inquisición.

No obstante, aquella persecución no habría salido tan bien como se tenía previsto, pues a solo dos sospechosos se les había capturado, siendo arrojados a una especial carreta, misma que está destinada a la protección de cualquier habilidad sobrenatural, pues el inquisidor impuso un hechizo que solo él puede deshacer, un conocedor de la magia prohibida, y el mismísimo señor de los demonios, porque el mismo posee uno y nadie, absolutamente nadie sabe de ello. Es la razón del porqué dio con esos pecadores, ya que entre demonios se perciben, bueno, y eso solo si no poseen un escudo de protección como D’Páramo.

Rondando entre los callejones, en el último rincón provenía un eco sonoro de gritos, se dirigió de inmediato, no por el hecho de la posesión del demonio, sino porque también se ha rumorado que los humanos confabulan con los poseedores de demonios, con esa razón, sujeto al ladrón por la muñeca y tiró de él hasta estamparse contra la pared, uno de sus hombres lo capturó y lo llevó a su carreta, mientras el inquisidor observa al apestoso demonios que tiene frente a él. —¡Silencio! —demandó el ejecutor del demonio, con un ladeo de rostro y una mirada perturbadora para quien le mirase, sostiene entre su diestra ese huesudo cuello. Observa cómo el miedo transcurre por ese sudor, apestaba a un poder que bien podría obtener para que su demonio comiera. Pero no estaba solo, sus hombres aguardaban por él. Así que lo sostuvo con la mano en su cuello y lo arrastró por el callejón, siendo arrojado a la carreta de los demonios. Ahí, sacaron los capirotes y cubrieron las cabezas de los presos, colocando grilletes en los pies y cadenas en las manos, siendo llevados a una base secreta para interrogar.

La base es un escondite que solo tiene una entrada y salida a la vez por debajo de la tierra, siendo más catacumbas que se emplean para enjuiciar a los herejes peligrosos. De este modo, al llegar a la base, fueron arrojados a las últimas celdas, donde el recorrido era extenso y demasiado oscuro. Las últimas celdas son considerados sus presos los más peligrosos, pues poseen extremas habilidades y por ello, el personal es estrictamente adecuado para cada celda.

Arrojado fue su preso entre esas cuatro paredes, dominando una plena oscuridad, con una peste a metal y excremento, estaban en el subterráneo, donde casi el aire no avanza. —Veamos que hará el demonio por ti—. Esas fueron sus últimas palabras antes de encerrarlo. Que para que un hereje comience a mostrar su verdadera faceta, es necesario llevarlo al límite.

Días pasaron, aunque no se podía distinguir del día a la noche, ahí siempre perdura una penumbra abismal, lo tenía en observación para esperar alguna exposición de poder. Pero, nada, ni un indicio de ello. El celador era el encargado de vigilarlo las 24 horas del día, sin haber nada nuevo.

Hasta que, llego el momento de presentarse el inquisidor, había concluido con la quema de los cadáveres después de experimentar con ellos. Ahora, tiene que presentarse a ejercer el interrogatorio a ese apostata. ¡Qué Dios se apiade de ese cuerpo humano! Era momento de rezar por pedir que no se derrame sangre está vez.

—¡Silencio!—demandó el Gran Inquisidor al golpear la puerta con un metal, al oírse los quejidos del demonio. El sonido se propagó, y el celador con un ademán de negación informó la ausencia de algún movimiento.

El justiciero por fin abrió la puerta de la celda, y con el reflejo de la luz de su antorcha, vislumbro a su atestiguador. En cambio aquel, solo podía ver a un hombre enmascarado, aterrador lucía, era la muerte misma. —Llévenlo a la cámara—. Ordenó. Dándoles la epalda, se estaba dirigiendo hacia la camara de tortura. Ahí, varios condenados fueron citados, cada uno tenia una misión en especifico, y si la tortura han de emplear, así será, tienen que descubrir qué clase de maldad representa. Figurando ahí el inquisidor como un vigilante en está ocasión.

Sin hacer esperar a D'Páramo, el hereje era tirado de las cadenas hacía la silla situada en el centro de esa cámara, exponiéndose en diferentes planchas y espacios, los instrumentos de tortura ensangrentados, con segmentos esparcidos por el lugar, toda escena espantosa para quién justo esta siendo sentado. —Vamos a hacer esto de la manera más sencilla si cooperas, limitándote a responder solo lo que se te pregunta, no intentes mentir porque será peor. —Expuso. Ejerciendo un ademan para que esa cámara fuese cerrada, ya que, esta solo se abre por dentro, y solo sí el objetivo se ha cumplido. —¿Sabes la razón del porque estás aquí? —cuestiono. Posicionándose frente de este, donde se retira la capa, entregándola a su aprendiz—. ¿Cuál es tu nombre y que eres?

Conforme fue interpelando, sus soldados empleaban sus habilidades en él, sin poder reconocer al líder a excepción de su gravosa voz. Y sus hombres al descubierto eran presentados, significaba que una vez que ven algún rostro de ellos, están condenados a la muerte.

uán interesante es apreciar lo que el dolor puede externar, el presentar al verdadero ser aferrarse a esa cáscara que se está pudriendo; donde el miedo es una unificación a lo que uno más desea, y claramente ese apóstata desea mantenerse en la tierra para seguir pecando. Luchando está aquel por liberarse de los grilletes y cadenas, es inútil el intento, porque entre más se desee liberar, más el daño se propicia en su dermis, implorando por su inocencia, pero bien es sabido como la descares de los herejes es una peculiar característica. Donde el tiempo sin detenerse no demuestra algún indicio de monstruosidad, se mantiene sentado, aguardando su rostro entre sus brazos, tan cínico, tan irritable. Pero no por mucho permaneció así, aquel temía a la cámara, aquel quizás ya había escuchado como se les trata en el interrogatorio, lo sabe y teme, y debe temerle.

Ya comenzaba a replicar, y mientras lo hacía sus hombres empleaban las habilidades para descubrir la veracidad de sus palabras o si ocultaba algo después de ello, donde uno de ellos invadía su mente, estaba interpretando su intención en el interrogatorio forjado por D’Páramo. —Jagger, vaya, vaya, hasta el nombre te incrimina. El suplantador, aquel que ambula haciéndose llamar de varias maneras para vender ilegalmente. ¡Qué ironía! —se acercó a él y le tomó de los cabellos tirando con fuerza de estos, lo estaba mirando fijamente, sosteniendo esas iris mientras tomaba su daga y le apuñalaba la pierna. —¡Limítate solo a responder lo que se te pregunta!— exclamó con un poderío enjuiciador. La sangre brotaba, el dolor era insoportable, pero simplemente eso estaba en su mente, el inquisidor lo manipuló para que viviera esa escena sin haber sucedido, pero tan real se debe de sentir, tan insoportable debería de ser. Pero esto era más que una advertencia de que si no cumple con lo que se le ordena, sufrirá las consecuencias.

—Así que eres un gitano —repitió aquellas palabras tras liberar la daga de su pierna y mantiene la sangre derramada de esta en aquella ilusión. —Dime, ¿a que te dedicas? —Era un juego de palabras realmente temibles, debido a que la adivinación es el arma del diablo y la única herramienta usada para ganarse el pan y agua.—; ¿Tienes algún poder oculto? —inmóvil, con las iris sobre las ajenas, dejando que sus hombres continuarán con sus habilidades, exclamó.
El hombre formado en la tercera posición avanzó hacia el inquisidor, murmurando a su oído la interpretación de los pensamientos del apóstata, estaba descubriendo sus secretos, si mentía, si escondía alguna información, o simplemente si la verdad estaba presente.

Pero eso no era todo, estaba el inquisidor forjando presión al hereje para llevarlo al límite, acabar con su control para hacer que el poder brotara en él y descubrir qué clase de pecador tiene en frente.

oda esa asquerosidad en ese cuerpo se regocijaba en el estremecimiento, el miedo escurría de esa dermis, esa secreción de líquido apestaba a un miedo imparable, donde la desesperación se asomaba en el sangrado de sus carnosos labios; se remuerde con una cólera, estaba apenas llamando a la verdad, quería seguir escuchándolo pero todo lo que podría salir de esa boca aún no aseguraba la veracidad de sus palabras, aún no confía en la réplicas. Necesita aplicar más dolor, ver las lágrimas teñidas en sangre para comenzar a creer en su confesión. No acepta su disculpa, Dios fue azotado y humillado sin haber cometido pecado alguno y este que desde su nacimiento ha pecado, ruega e implora su libertad.

La sangre derramada sobre el suelo, alarmó a los custodios detrás de él, uno de ello es hechicero como el inquisidor, por lo que este se acercó y se agachó, tomando linfa del suelo tras pasar el índice e introducirlo a su boca, sin antes murmurar un conjuro para revelar un poco de su historia. Aquel comenzó a replicar a cada interrogante, y otro custodio que interpretaba lo que cavilaba de quien rebuscaba en la vida del hereje, movía la cabeza en un sí a lo que aquel decía. La verdad estaba siendo dicha, lo que le interesó descubrir más de ese poder.

Lo que no espero es que fuera tan débil aquel, apenas y un poco de dolor y sangre y ya había perdido el conocimiento, en ese momento D’Páramo perdió la conexión que engendró con él para implantar ilusiones, esa mente carece de fuerza que le jugó mal su propia cabeza o quizás aquel heresiarca había huido a otra ilusión creada por el mismísimo gitano que huía de la verdad. Así que, como el inquisidor no demandó que perdiera la razón, se dirigió a la silla y dio vueltas a un tornillo, estaba aflojando hasta que la base de la espalda se pudiera mover, descendiendo de espaldas lo tendió, iba a despertar al durmiente de una manera brutal y atroz, donde la única alternativa será abrir los ojos.

Así que tomó de un lado un balde llena de agua, la cargó y elevó a la altura de la cabeza del preso, demandando a su aprendiz que le abriera la boca, y en cuanto observó esa cavidad, de un jalón tiró el agua sobre esta, cubriendo con el agua las fosas nasales y la cavidad bucal, provocando la sensación de ahogamiento. —¡Despierta! —demandó el inquisidor con la mirada penetrante a esa silueta. Y entre sus manos otro balde de agua para arrojarla. Estaba dispuesto a descubrir qué tipo de poder podía emplear aquel para utilizarlo, ahora más que nunca necesita purgar el mal de París y así sea con las mismas bestias engendradas, será capaz de integrarse a esas escorias para el bien, un sacrificio más para mantener la pureza. —Muestrame tu poder, demuéstrame que sabes hacer, ¿quieres vivir? sirve a nuestro Dios, suplica su perdón… —sujeto al límite demarcado por el inquisidor, demandó con una euforia en las iris, brillando estás por querer hacer arder ese cuerpo bajo las llamas del inframundo. Descontrolado lo requería, quería descubrir esa bestia en su interior.