Rescate Suicida [Privado]

por **Fernand de Louvencourt** Vie Feb 02, 2024 5:09 pm

"Allí estaba ella, pálida y desgastada,
pero sus ojos, faros en la oscuridad,
me desafiaron como si fuesen dueños del frío de la celda.
Y las paredes de piedra se hicieron añicos."
Fernand de Louvencourt

Los pasajes de las mazmorras de la Inquisición, trampas mortales para cualquiera que no los conociera de memoria, se desplegaban como un tapiz de sombras y ecos, soportando el peso de la anticipación y la aprensión. Fernand, guiado por la tenue luz de las antorchas que parpadeaban a lo largo de las irregulares paredes de piedra, siguió adelante haciendo lo posible con temperar su resolución con concentración. Para tal propósito, era útil mantenerse en sintonía con los sutiles matices de la prisión: los murmullos distantes de los cautivos invisibles, los sollozos amortiguados de quienes no pasarían de esa noche.

Nevenka, su contacto en la inquisición y antigua compañera, recorría los pasillos con una familiaridad nacida de la desesperación. Mantenía una vigilancia atenta, sus ojos perforando la oscuridad como faros gemelos de determinación silenciosa. Su forma espectral se movía junto a Fernand, un guía etéreo a través del abismo que ocultaba tanto secretos como sufrimiento.

Mientras atravesaban el laberinto, Fernand encontró numerosas bifurcaciones en el corredor, cada una de las cuales presentaba una elección llena de incertidumbre. En una encrucijada particularmente siniestra, el licántropo se detuvo y entrecerró los ojos al discernir un estruendo distante: el sonido inconfundible de pasos blindados acercándose. El dúo se ocultó en las sombras, con la respiración entrecortada mientras un contingente de guardias inquisitoriales pasaba.

Fernand adoptó una postura casi agresiva en la oscuridad. El plan urgía ser sigiloso, pero su naturaleza bramaba por hacer justicia con sus propias manos.

— Quieto ahí. No podemos arriesgarnos a una confrontación — susurró Nevenka posando una mano sobre el hombro derecho de Fernand —. Debemos encontrar otra ruta o nos iremos al demonio con toda la maldita operación.

— Puede que sea tu fiesta, pero déjame a mí cuidarnos las espaldas.

Con la mirada fija en un oscuro pasadizo oscurecido por el juego de sombras, Nevenka hizo un gesto para que Fernand la siguiera. El aire se hizo más frío, llevando consigo un penetrante olor a humedad y desesperación. Los tapices que adornaban las paredes parecían absorber la agonía de innumerables almas, susurrando secretos que sólo las propias piedras podían descifrar.

Nevenka los condujo hacia un nicho oculto, cuya entrada estaba oscurecida por una cortina hecha jirones que ondeaba en las invisibles corrientes de aire. Fernand, con los sentidos agudizados, distinguió el tenue resplandor de la luz de las antorchas que emanaba de una cámara más allá. Los murmullos se hicieron más claros, transformándose en una cacofonía de susurros atormentados y los despiadados cálculos de los Inquisidores.

— Ese aroma… — reconoció Fernand —. La celda de Helida puede estar dentro de esa cámara.

Preparándose para las pruebas que se avecinaban, Nevenka asintió en silencio. Atravesaron la entrada oculta y la cortina volvió a caer en su lugar como un sudario que ocultaba su paso clandestino.

La cámara más allá reveló una escena sombría. Los inquisidores, ataviados con túnicas oscuras adornadas con los símbolos de su malévola orden, estaban reunidos alrededor de una mesa cubierta de documentos e instrumentos de tormento. Aquellos ojos, envueltos en la tenue luz, amenazaban con un fervor que Fernand reconocía, no sin remordimiento, haber manifestado en su juventud

Ingresaron a un estrecho pasaje que conducía a las profundidades de la cámara. Los tapices absorbieron su presencia, tejiendo un manto temporal de invisibilidad. Sin embargo, a medida que se acercaban al otro extremo de la cámara, surgió un obstáculo repentino: un guardia solitario, de espaldas a ellos, estacionado cerca de un estrecho corredor que prometía pasar más allá.

Fernand, con sus instintos agudizados por la imperiosidad de la ocasión, evaluó la situación. El guardia, una silueta imponente vestida con una armadura, parecía no darse cuenta de la inminente intrusión. La discusión de los Inquisidores, una mezcla de oraciones fervientes y directivas murmuradas, sirvió como una sinfonía engañosa que enmascaró sus movimientos clandestinos.

Nevenka, al mirar a Fernand a los ojos, transmitió una comprensión tácita del momento crucial que les esperaba. Se acercaron al estrecho pasillo, con lo cual Fernand alcanzó a vislumbrar la llave que colgaba del cinturón del guardia: una llave que podía abrir la puerta de la celda de Helida, o podía ser que no sirviera para nada. Como sea, debía intentarlo. El desafío consistía en obtenerla sin alertar al vigilante. Algo necesario si no querían convocar al resto de sus enemigos. Romper narices y derribar muros era algo que debían reservar para una emergencia, y harían todo lo posible para evitarla.

Con su velocidad casi fusionándose con las sombras, Nevenka se acercó al guardia. En un golpe de mala suerte, el Inquisidor se volvió ligeramente, descubriendo el propósito de la licántropa. En lo que late un corazón, Fernand alcanzó al vigilante por la espalda, cubrió su boca lo noqueó. Con un toque delicado, lo depositó sobre el piso mientras Nevenka alcanzaba la llave.

Fernand, cuya mirada reflejaba una mezcla de pasión y determinación, susurró:

— Esta llave puede abrir más que la puerta de una celda. Puede desbloquear los grilletes que nos atan a todos a la tiranía de la Inquisición.

por **Helida Darsian** Lun Mar 18, 2024 2:47 am

No sabía que le habían dado ni cuánto tiempo había estado batallando la inconsciencia. Entre idas y venidas había escuchado el sonido de sus grilletes rebotando contra el suelo; el traqueteo de un carruaje… Una sombra cerniéndose sobre ella y cubriéndole el rostro en más de una ocasión. Después el dulce beso de Morfeo.

Al menos hasta que alcanzaron a su destino.

El frio húmedo la despertó y esta vez el suelo no se movía ni había hombre alguno que la indujera en el sueño. Su embargo gruñía y tenía la boca seca. Supo que no encontraría piedad en sus captores. Cuando movió los brazos se percató de que unas cadenas la tenían presa contra la pared. Su celda era pequeña y oscura, pero al menos podía caminar y tenía un cubo. La cazadora ladeo el rostro apreciativa, por desgracia había estado en lugares peores. La idea era hacer que se sintiera menos que nada, en cambio se sintió como un perro encadenado en la pared esperando a que lo soltaran para su siguiente pelea clandestina.

En la oscuridad de su celda no era capaz de distinguir nada más allá de sus barrotes. El olor a moho y humedad le indico que estaban bajo tierra. Helida podía decir que estaba acostumbrada a la tortura. Sin embargo, continuaba sin ser plato de buen gusto. Por ello cuando un hombre vino a recogerla para llevarla a otra sala, la joven le dio la bienvenida con su mejor arma; una sonrisa sardónica.

Durante los próximos días, la privaron de comida y agua hasta que Helida perdió las ganas de hacer bromas. La despertaban en mitad de la noche para azotarla y preguntarle por Fernand una y otra vez. La muchacha perdió la cuenta de los días en la oscuridad de su celda. En ocasiones veía luces danzantes juguetear en el techo de su celda, lo cual era una indicación de que estaba perdiendo la cordura. Sin embargo, la lucha no era con su estado de presa actual, por mucho que la bañaran en agua helada y la dejaran encadenada desnuda contra la pared durante días enteros. Nada era peor que los recuerdos que aquella experiencia traían. Habia perdido la cuenta de las veces que la risa del demonio que la había enjaulado había asaltado su mente mientras la interrogaban. Helida no lo había sentido, pero se había escuchado a sí misma gritar hasta que su garganta había cedido. Sus torturadores la miraban con desconcierto cuando esto sucedía en un momento que ni si quiera la estaban fustigando.

El peor rato era cuando creía ser incapaz de respirar, cuando su corazón parecía desbordarse y la parte más traicionera de su mente le aseguraba que no había escapado, que continuaba encarcelada con el inmortal y que su breve libertad no había sido más que otro juego sádico.

Fernand, Fernand… le preguntaban una y otra vez. Helida tan solo les dijo la verdad. No tenía por que andarse con juegos cuando la verdad no era reveladora. El licántropo había sido lo suficientemente cuidadose como para no revelar nada importante. Sin embargo, los inquisidores, obcecados en que había algo más que escarbar, decidieron tomar otras medidas. Helida estaba echada sobre el suelo de su celda con una camisa de fuerza cuando los escuchó caminar por el pasillo.

―…Alessandro está en camino.

― ¿¡El condenado!? Señor, tan solo necesitamos más tiempo…

―Ha pasado suficiente, el condenado se encargará del resto. Pensé que podríais con una mujer. Me equivoqué… La culpa es mía. A partir de ahora tan solo estaréis a cargo del transporte.

―Pero…

Los pasos y las voces se alejaron y Helida dejo de escuchar, su mente fija, en una palabra; condenado, condenado… Un sobrenatural… La muchacha estaba segura de cuál era el único tipo podía leerle la mente. Se puso en pie, sus piernas delgadas manteniéndola a duras penas. Tenía que escapar, tenía que escapar ante de que el momento llegara.

No estaba segura de poder sobrevivir a otro vampiro que indagara en su cabeza. Su pulso se aceleró y la joven se avergonzó de su propio terror. Maldito fuera el momento en el que había conocido al licántropo. Cuando saliera de aquello, le daría caza ella misma.

por **Fernand de Louvencourt** Jue Abr 18, 2024 11:34 pm

Con la respiración irregular y su palpitar bombeando de forma casi agresiva, Fernand avanzaba por los pasillos oscuros de la prisión de la Inquisición, con la determinación grabada en cada paso que daba. A su lado y con balance en sus emociones, Nevenka, lo guiaba en este laberinto de sombras y sufrimiento. Se necesitaban mutuamente no sólo para que el plan funcionara, sino para sobrevivir. Ya no podían volver.

Los ojos de Fernand parecían desbordados, acaparando cualquier indicio que los llevara hacia Helida. Cada sonido, cada sombra, podía tanto acercarlo a ella como traicionarlo y delatarlo. Debía vencerse a sí mismo en la búsqueda desesperada.

— Puede que no estemos a tiempo — dijo Nevenka en un tranquilo susurro, apenas un eco en la oscuridad que los rodeaba.

Fernand apretó los puños para evitar pensar en ello, su mandíbula tensa con la fatal posibilidad.

— Tenemos que estarlo, seguir como si estuviéramos a un segundo de perderla.

Continuaron avanzando en silencio, sorteando los obstáculos que se interponían en su camino. Cada momento que pasaba aumentaba la sensación de urgencia en el pecho de Fernand, su corazón latiendo al ritmo de la incertidumbre que los rodeaba.

El aire se volvió más frío a medida que avanzaban, llevando consigo el olor a humedad y desesperación que impregnaba las paredes de piedra que los rodeaban. Fernand apretó los dientes con determinación, su mente enfocada en una sola cosa: encontrar a Helida y sacarla de ese lugar de tormento.

Subieron por unas escaleras y llegaron a una cámara oscura. Desde allí vieron hacia abajo y vislumbraron un salón donde un grupo de aproximadamente diez inquisidores estaba reunido alrededor de una mesa cubierta de documentos y herramientas de tortura. Fernand apretó los puños con furia contenida al ver a aquellos hombres que representaban todo lo que odiaba. Todos eran humanos, para variar. Seguramente estaban usando a los seres sobrenaturales para hacer el trabajo sucio, como era de esperarse. ¿Y así les prometían la salvación de sus almas?

Concentrándose, miró hacia adelante. Creía reconocer algunos de estos pasajes. El aroma sería su guía más importante.

— Esa celda… — murmuró Fernand, reconociendo el rastro —. Tenemos que llegar hasta allí.

Nevenka asintió en silencio, su profesionalismo reflejado en sus gestos mientras se preparaban para lo que vendría a continuación. Se adentraron en el estrecho pasaje que conducía hacia la celda donde supuestamente se hallaba Helida. Fernand inspeccionó la cerradura con una mirada aguda, apretando los dientes. Nada daba señales de una trampa, lo cual era malo.

Nevenka, con su habitual calma, se adelantó hacia la cerradura, utilizando la llave. El cerrojo cedió con un crujido antiguo, liberando la puerta y revelando el camino hacia la celda de Helida.

Pero antes de que pudieran avanzar, un estruendo resonó desde el pasillo adyacente, el sonido de pasos apresurados y voces agitadas que anunciaban la llegada de los guardias… no, algo más.

— Vampiro.

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