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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Dom Ago 14, 2011 7:19 pm

Al llegar a París mis pensamientos se desviaron a mis ansias de ver todas las novedades de aquella ciudad, compartir ruidosas cenas con mi viejo amigo y camarada William, ¿ Qué habrá sido de él?, siempre me preguntaba aquello. Sin embargo, mi estadia en París fue extremedamente corta, esa misma noche tuve que partir hacia España.
El Reina del Mar, era sin duda uno de los más rápidos navíos de ese tiempo.
Al llegar al puerto, Zaire me ayudó a subir. En mi espalda el dolor se agudizaba más y mi muñeca izquierda palpitaba. De mi sobretodo negro, saqué una petaca de Whisky, con mi mano temblorosa por el viento frío del mar la destapé y di tres pequeños sorbos, no quería estar ebrio mientras conducía a mi tripulación por aquellas aguas.
Mi compañero y amigo, me alcanzó el bastón que tenía en mi camarote. Me afirmé tanto a su mango que desde aquel momento la seguridad volvío a mí.
- ¡Buenas noches mi Capitán!...- gritó un joven de aspecto desalineado. Faltaban unos minutos para zarpar.
Lo miré a los ojos marrones, aquel muchacho tenía tanta tristeza, tantos malos pasares que me vi ayudándolo a subir conmigo al barco, sin escuchar las quejas de Zaire y del maestre. Sin mencionar palabra alguna, llegué a mi camarote que servía como oficina, me senté en mi viejo sillón de madera y me quedé observándolo.
- Habla muchacho...- Quería saber la causa de su tristeza, quizá lo podría ayudar.
- Señor.- hizo una pausa.
- Amelhíon.
- Amelhíon... ¿ Tiene algún puesto para mí?...

Aquella iniciativa, en éstos tiempos era díficil verla en la juventud. Incluso en mis tiempos de joven preferíamos los bailes y la diversión antes que el compromiso y la responsabilidad. Dejé a un lado mi viejo bastón.
- Joven, no tiene fuerza y dudo que conozca el arte de la navegación...- hice una pausa.- Pero será mi ayudante... lo que le pida que me lo alcance...
- Se lo alcanzo Señor...- terminó el joven. Me levanté renovado, le di una palmada en su hombro y continúe.
- Aceptado.
- Gracias Señor...digo...Amelhíon.

El joven ya se estaba yendo por la puerta, cuando vi la necesidad de preguntarle algo.
- Niño...¿ Cúal es tu nombre?...
- Marem, mi Capitán.

Sonreí al escuchar aquel nombre.
- Suena como el Mar...- murmuré acompañándolo hacia la puerta. El barco comenzaba a zarpar, todos los tripulantes comenzaban sus tareas. Largué una carcajada cuando desde lo lejos se escuchaba el repiquetear nervioso de los zapatos de Zaire.

A las siete de la mañana llegamos al puerto de Madrid, salí del camarote. El viento era suave, como una caricia. En la cubierta se encontraba Zaire boquiabierto, seguí su mirada a una bella joven que se encontraba subiendo al barco. Me apresuré como pude y le di un buen susto a mi amigo.
- ¡ Mi Capitán!...- gritó Zaire.
- Tranquilo amigo... Ve por ella...- sonreí satisfecho. Mi primera broma del día. Aquella jovencita no se podría fijar en Zaire, él era más frío que yo, incluso más desalmado. Sin tener en cuenta que su prosedencia era africana y lo más probable era que lo mandara a volar. En cuanto a mí, Zaire era el amigo que siempre habría deseado tener.
Él negó con la cabeza, Marem pasaba por allí esperando una señal de mi parte, sólo le mostré una sonrisa. Contento, buscó la compañía de Zaire y juntos desaparecieron de mi vista.
Lentamente me acerqué a la joven, todos los pasajeros ya habían subido y estaban siendo atendidos por la tripulación.
- ¡Miren lo que ha traido la marea..!- mi voz era fría, maliciosa. Le guiñé el ojo, demostrándole que no le haría nada. Quería demostrarle a los lobos feroces de mi tripulación que aquella muchacha tenía mi protección.
- Capitán Amelhíon Do Crucerois, para servirle señorita.- Aunque mi castellano no era muy bueno, sabía defenderme bastante.
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Mensaje por Marianne Cromwell Dom Ago 14, 2011 7:45 pm

Había pasado el día anterior arreglando sus maletas con rapidez, sabía que la premura sería importante si quería que nadie se enterara de a dónde iría. Si quería que él no se enterara, para eso sus padres habían hecho arreglos, para que en cuanto llegara de Inglaterra, partiera hacia París, por mar. Cuando normalmente debió hacerlo por tierra, por tren.

Así desviaría sospechas, además, habían vestido a una de las criadas con las ropas favoritas de su hija, para enviarla hacia la estación de trenes, para que fuera hacia Portugal y de ahí, embarcarse a la Nueva España. Que él pensara que había puesto mar y tierra para alejarse de él y nunca más pudiera volver a encontrarla.

Sus padres la habían dejado en buenas manos, su nuevo tutor la cuidaría, la respetaría y educaría. Sin embargo y, conociendo a su hija, le habían dejado una buena cantidad de dinero en una bolsita, el suficiente para comprarse sus gustos y caprichos mientras que llegaba uno de los amigos de su padre a París, con el dinero que le correspondía y que le ayudaría a vivir más de un año sin preocupaciones.

Habían hablado con anterioridad con el contramaestre, para hacer cita con el Capitán y decirle lo que querían: completa y absoluta discreción. No querían que nadie supiera a quién se llevaban, un desliz así, podría comprometer la virtud de su hija y mucho más ahora que, sabían, la esposa y los hijos del ex-prometido de la jovencita habían muerto en un viaje rumbo al sur de España dejándolo, convenientemente, viudo y sin compromisos.

No le habían dicho a Marianne, no querían preocuparla y asustarla más de lo que ya estaba, pero era mucho más urgente sacarla de ahí, en total secreto y pagarían lo que fuera necesario. Tenía que llegar a París y ahí, sería libre. Su tutor tenía las influencias y el dinero suficiente para ocultarla de todos los demás y si no era él, su padre tenía los contactos para solicitar favores y que ella estuviera a salvo de su ex-prometido.

Era su última carta a jugar...

Así pues, Marianne embarcaba un día después, oculta entre ropajes de una dama de clase media, que no ocultaban la belleza de sus rasgos, de esos ojos que impresionaban a más de uno cuando los miraban. De sus modales impecables, de su porte recto y atractivo.

Suspirando, en compañía de un hombretón de origen indígena, seguramente de las Américas, quien cargaba sin dificultad cuatro de las maletas de la jovencita, que sólo tenía una capa con una capucha echada y una cesta donde venía su gato. La señorita Louvier miró a su alrededor y bajó la cabeza, al tiempo que sus hombros cayeron, como si hubiera suspirado completamente resignada.

Escuchó la voz de un hombre y al voltear a verle, se encontró al Capitán. Escuchó sus palabras, vio su gesto y asintió con respeto.


- Capitán, no se preocupe, puedo hablar inglés y francés - dijo suavemente, muy bajito - está bien, sólo - suspiró - sólo necesito saber cuál será mi camarote y el de mi criado, por favor.

Su rostro mostraba el sufrimiento que sólo ella conocía, las ojeras profundas, el rostro levemente demacrado, blancuzco y parecía sólo querer estar de nuevo a solas.


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Mensaje por Invitado Lun Ago 15, 2011 4:14 pm

Zaire parecía embobado, aquel hombre era más enamoradizo que yo en mis mejores años de vida. El sol provocaba que mis ojos se entrecerraran.

Aquella madrugada Zaire y un grupo de tripulantes se acercaron a mi camarote y contarme sobre la extraña situación de una joven. Al parecer estaba entre mis pasajeros a bordo y se necesitaba suma discreción y fundamentalmente, respeto a la muchacha. Entendía bien el por qué de la conversación, aquella joven necesitaba la protección de alguien fuerte y que no la viera como mujer, sino como niña. Siendo sintéticos, necesitaba a un viejo Capitán dispuesto de embrujar a cualquier ser que quisiera ponerle una mano encima.

Esa mañana mi corazón latía con rápidez, hacía mucho tiempo que no me recomendaban una misión de aquellas características. Era momento de mostrar que aunque mi visión ya no era antes, mi piel estaba curtida por los años de magia y de navegación, seguía siendo aquel joven que defendió a la bella Annabelle de aquellos malandras, aunque conociendo mi historia, terminaría sólo, sin amigos ni conocidos.

Me fijé en la joven. Complexión suave, ojos llamativos, belleza inexplicable y atractiva, que sólo se hacía con las prácticas que sólo se llevaba a cabo en lugares elegantes, llenos de lujos y condecoraciones, como un salón de clase alta. Sin lugar a duda, esa era la joven.
- Joven...- mi voz demandante provocó el contacto de miradas entre el joven indio y yo.- Deje las maletas en el camarote número siete.- Dicho ésto el hombre robusto se dirigió hacia los camarotes. Sonreí de medio lado, como en mi juventud, al ver a Marem seguirlo desde lejos.

Mis ojos volvieron a la señorita Louvier, agaché mi cabeza sin que los demás lo advirtieran. Su voz apenas llegaba a mis oídos, cuando uno llega a cierta edad es común que pase aquello. Sonreí, ahora podría hablar mejor sin parecer un completo inútil.

- Muchas gracias señorita...- comenzaba a hablar en un claro y ligero francés. Aquella joven poseía muchas tristezas en su vida, sus ojos lo mostraban.- Es el camarote siete, el de su criado es el 9 para que esté cerca por cualquier eventualidad...- hice una pausa.

Me acerqué para levar ancla, al parecer todos los tripulantes estaban ocupados con las maletas de los pasajeros, y los otros, estaban bajo cubierta de seguro.
- ¡ Éstos jóvenes!...-resongué. La última vez que tuve que levar ancla, casi más me arrojan al mar. No porque sean malos, pobres, estaban ocupados mirando a la Señorita inglesa de clase alta. Sólo en mis ruegos estaba que ésto no volviera a ocurrir.

Me acerqué con paso lento hasta la joven Louvier.- ¿ Algo que tenga que saber?...- dije en voz baja, marcando la disreción.- Mejor nos reuniremos en mi camarote para conversar mejor...- Mi voz se perdía con el viento, seguramente tendré que hacerle una proteccíon, para que llegue sana y salva a París...pero...¿ Ella estará de acuerdo?.
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Mensaje por Marianne Cromwell Miér Ago 17, 2011 12:17 am

Marianne había hecho una inclinación de cabeza bastante educada al capitán cuando éste le había hablado, agradeciéndole el que Juan estuviera en el camarote contiguo al suyo, así podría estar segura de que estaría protegida la mayor parte del tiempo; mas sin embargo, en el momento en que él se había alejado, su mirada vagó por todo el enorme barco.

El navío era bastante impresionante. No recordaba del todo su viaje de regreso del Nuevo Mundo, hacía más de 4 años, tras la derrota que había sufrido con la pérdida de su nana. La travesía la rememoraba entre sueños, como en una neblina, de lo enferma que había estado durante gran parte del viaje, sin haber podido disfrutar del mar.

Cuando había viajado a Inglaterra, había sido algo parecido, porque su misma tristeza le había impedido sentirse libre de ver más allá de su camarote. ¿Ahora sería igual? Tenía a finales de cuentas la opresión y la tensión de saberse perseguida. Temía que alguien la reconociera y enviara un mensaje a oídos non gratos, que pudieran hacerle pasar un viacrucis en París.

Se preguntaba una y otra vez, si estaba haciendo bien, quizá el huir no fuera la respuesta, quizá debiera enfrentarlo, pero al mismo tiempo temía encontrarse con él, ver su rostro, su sonrisa, esos ojos que la fascinaban.

Tan adentrada en sus pensamientos estaba, que no notó el regreso del capitán, hasta que le oyó hablar. Dio un respingo y luego volteó a mirarlo de golpe, para respirar levemente tranquila de ver que era él, aunque estaba completamente de acuerdo en no hablar ante todos, sí, su camarote sería un buen lugar.


- Si le parece bien, me gustaría ponerme cómoda y en cuanto usted lo decida y la tripulación del barco tenga más tranquilidad, podría avisar a mi criado, para acompañarle.

Veía demasiado movimiento y seguramente el capitán necesitaba supervisarlo todo.


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Mensaje por Invitado Miér Ago 17, 2011 3:54 pm

Jamás se quedarían tranquilos. Mi tripulación me había seguido desde mis inicios como Capitán, ellos conocían todos los secretos que un hombre pudiera tener mas no los secretos de un brujo. Para mi desgracia Zaire tenía un don para captar a la persona que tuviera algo fuera de lo normal ya sea, colmillos, percepción de aura, inclusive dones mágicos. Todavía recuerdo aquel día nefasto en el que Zaire me vio terminando un conjuro para que una mujer pudiera concebir en su vientre una criatura. Luego de eso, fue él quien me contó su extraño don, su vinculación con la brujería y por supuesto que, en ese tiempo éramos amigos.


- Me parece una idea magnífica...- murmuré. Comencé a inspeccionar cada movimiento de mi tripulación, ahora más tranquila que antes.
Nos comenzábamos a mover lentamente, algunos bajaban hacia sus camarotes para poder aguantar el mareo que le provocaba navegar. Zaire apareció de la nada junto con Marem.
- Mi Capitán...- murmuró Marem, en aquellos momentos todos estaban ocupados en sus tareas y los pasajeros, ahora más cómodos querían disfrutar del viaje. Mientras caminábamos decidí escuchar a Marem, quien más tarde desaparecería como un espejismo.
- Habla muchacho.
- Le estoy completamente agradecido por lo que hizo por mí.- El joven sonreía ingenuamente. Sentía el fuego cálido en mi corazón, en tan poco tiempo se había ganado mi confianza y mi respeto.
Entre cumplidos y chistes, llegamos los tres a mi camarote. El lugar estaba tan oscuro como deprimente, se debía a que la noche anterior, había estado preparando ciertas pociones para el malestar que tendrían los navegantes, lamentablemente ninguno de ellos confiaba en mis " medicamentos indués". Abrí la pequeña ventana circular y dejé entrar la luz del mediodía, tan cálida y luminosa como ninguna otra.

Inmediatamente comencé a juntar velas, libros, frascos y demás utencillos de brujería. Si bien me jactaba de ser jefe brujo, no quería tener a todos los cazadores franceses detrás de mí y menos a otros brujos. Tomé mi capa azul y la colgué en un perchero, acto seguido la tapé con mi sobretodo negro. Suspiré aliviado al no tener que dar demasiadas explicaciones.
Fue ahí, en el medio de mi camarote donde todo sucedió. De repente me sentí como un niño, tan lleno de alegría y bienestar que no recordaba mi vejéz, respiré profundamente, todo se veía borroso o diferente. Me senté apollándome en el escritorio. Estaba mareado y sentía como un alma tomaba forma en mi cuerpo.

Ser medium es ser el medio entre el mundo espiritual y el mundo terrenal, por tal motivo otras almas podían entrar en el cuerpo de un medium capacitado, como yo. Eran pocas las veces que me asustaba, las almas no dañan tanto como los vivos, pero aquella vez, era diferente debido a que Marem era quien entraba en mi cuerpo.
Veía como Zaire tomaba la capa de protección entre sus brazos y luego me la ponía delicadamente sobre mis hombros. Largué una risita inocente. Veía como mi amigo dibujaba una ola gigante cerca mio, y como la cerraba en un círculo de tiza.

- Llama a la joven...- dije con voz juvenil. No quería llamar a la señorita Louvier y que me viera en éste estado.
- Primero debes abandonar el cuerpo de Amelhión...- La voz de Zaire tomaba más forma. Ahí supe que estaba volviendo a ser yo.
- ¡ Eres malo...!...-gritó Marem, pero desde ese entonces...no lo volví a ver.

Lentamente me levanté del suelo, me quité la capa y me senté en la silla del escritorio.- Llama a la señorita Louvier, Zaire...- murmuré cansado. Acto seguido salió disparado hacia el camarote de la muchacha.

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Mensaje por Marianne Cromwell Jue Ago 18, 2011 11:28 pm

Marianne hizo una reverencia cuando él se fue y caminó por el barco, mirándolo todo a su alrededor. La última vez que había estado en uno, había sido toda una bruma en su mente, absolutamente nada más. Y la ocasión anterior a esa, estaba sumida en la fiebre, así que era poco lo que recordaba, más que su madre a su lado todo el tiempo.

Entró a su camarote y suspiró, al menos era bastante decoroso y sí, no podía negarlo, le gustaba. Una de las ventanas le permitía ver el mar y más allá. No sólo eso, si no que, si se paraba de una manera en particular, podía ver el océano, como si estuviera de pie en el agua, se sentía tan bien... daba tanta paz...

Sonrió levemente por ello y agradeció porque todo iba bien. Por vez primera en tanto tiempo, tras cerrar la puerta, se puso a rezar, agradeciendo a Dios por haber escapado durante tantos meses... y lo hizo viendo hacia la inmensidad del océano, donde las olas iban y venían una y otra vez; donde las ondulaciones demostraban una constante de la vida, todo era paz, tranquilidad y serenidad.

Se estremeció de pies a cabeza y procuró esta vez, salir avante, quizá tuviera recaídas, recuerdos, a finales de cuentas... se había enamorado como una tonta de un hijo de la chingada como él. Abrió los ojos de golpe e hizo una mueca, suplicando una y otra vez al ser divino que le perdonara la palabrota, rezando 10 oraciones como "penitencia" autoinfringida.

Luego de rezar, suspiró y se sentó mirando el océano, sonriendo. No sabía nadar, pero no le daba miedo meterse al agua, lo hacía de pequeñita en el río, en la laguna en la Nueva Galicia, era feliz ahí, en ese elemento. Uh, qué días tan dichosos. Tomó el cuaderno y se mantuvo dibujando, algo que había dejado desde que él la traicionara. Miró sus diseños y se sintió levemente feliz, recordando qué había visto en las mujeres en Inglaterra, en Madrid y en el barco.

Recreando, para que en el futuro, le llamaran a ella a crear la ropa de cualquier persona, incluso, de la realeza. Quería hacerlo, quería formar un futuro donde él no estuviera y ella fuera feliz, sonriera y se codeara con muchas personas que la estimaran por ser quien era, no por el dinero que tenía. Eso quería.

Ojalá París tuviera eso y más...

Sus elucubraciones fueron interrumpidas por un toque en la puerta. Fue a abrir y se encontró al africano, que la miró con ojos de borrego (algo a lo que estaba acostumbrada, pero intentaba siempre ser amable con ellos, pero sin darles alas). Le comunicaba que el capitán la esperaba en su camarote, así que asintió, tomó su capa colocándose la capucha y acompañó al hombre, aún no quería que la reconocieran, por eso tomaba esas precauciones.

Le contestó dos que tres preguntas amablemente, sin importarle su status social o el color de su piel. No era para nada racista, así que caminó hasta una puerta curiosamente decorada con algunas runas en la parte más baja de la misma, invisibles para quien no era cuidadoso y observador, pero Marianne salía de ese estándar.

Entró en la habitación y con rapidez la miró, observando todos y cada uno de los objetos que había en ella, percibiendo de reojo una capa azul que le llamó bastante la atención. No dijo nada, sólo se quedó en silencio, haciendo una reverencia al capitán, viendo qué tenía pensado para su protección, esperando que tuviera buenas ideas al respecto.

Rogando por ello...


Última edición por Marianne Louvier el Dom Sep 18, 2011 8:19 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Vie Ago 19, 2011 6:54 pm

Todo había pasado increíblemente rápido, Marem era un alma y no cualquiera, tenía que ser un alma errante de cierto nivel jerárquico como para aparecer en un navío y a su vez llegar en mí. Cansado por la situación, cerré mis ojos que tanto habían visto durante años.
Al volverse todo oscuro, los recuerdos me abrazaron con tanta fuerza que provocaba un dolor placentero en mi pecho.

Sentía a lo lejos, distante, los pasos nerviosos de Zaire, seguramente a mi amigo el corazón le estaba estallando con el simple hecho se escoltar a la joven Louvier. Despacio, con la pesadumbre que me provocaba el acercamiento con un alma como esa, abrí mis ojos.
En toda la habitación se podía sentir el aroma a lavanda, olor que cada vez que me proponía hacer un hechizo comenzaba a brotar desde lo más profundo de mi ser.

Con un inmenso dolor en mi columna, me levanté de la silla que por un momento creí más cómoda, similar a una cama de palacio. Sueños tontos de un viejo cansado.
-¡ Mi Capitán!...-gritó Zaire. Su voz era varonil, sin duda había perfeccionado sus técnicas de Don Juan, aunque a la joven no le parecía atractivo, eso se podía ver en la distancia que mantenía y en sus ojos.

- Zaire...vete...-sonreí travieso, como un niño. Escuché como gruñó algo en su lengua natal, acto seguido continué.- Y viejo amigo... que el mar te proteja...- En pocas palabras, ambos éramos brujos, ambos nos conocíamos hace años y ambos gustábamos de los trucos pesados. Sabía que su magia no cubría el campo marítimo, mucho menos cubría el océano.
Detrás de un leve portazo, desapareció Zaire. La joven Louvier tenía que llegar a salvo, sin ningún percance y a mi entender sin ningún problema emocional. Coloqué ambos brazos detrás de mi y comencé a caminar de un lado a otro, con aquel movimiento trataba de pensar en las posibilidades de protección.

- Señorita Louvier...- murmuré con mi voz apagada.- Sabiendo los riesgos que corre...Me pregunto...¿ Qué es capaz de hacer para conseguir una certera protección?.- Mi voz era cruel, pacífica pero cruel. Volví a mi silla, al rozar mi espalda con el respaldo seguí con la plática.- Verá... le puedo ofrecer dos tipos de protección... una sin la otra puede funcionar, pero una es notoria...- hice una pausa.- y con la otra nadie se da cuenta de nada... sólo pierden la noción de tiempo y espacio...

Mi sonrisa se tornó sombría, oscura y siniestra. Tenía mis ojos clavados en ella, era la primera vez que sabía que lo haría, costara lo que costara y quedara como quedara, aquella joven llegaría sin ningún problema.
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Mensaje por Marianne Cromwell Mar Ago 23, 2011 10:27 pm

Al salir el contramaestre y quedarse Marianne a solas con el capitán, su mente pensó, mirándole largamente, no sabía qué esperar de él; a primera vista, parecía un anciano bonachón, que no haría daño y que cuidaría de todos aquéllos quien tuviera consigo, que le fueran encargados o por propia determinación. Un abuelo que ella jamás había tenido y que no sabía realmente qué tipo de función desempeñaba.

No debía olvidar que era un capitán de un barco; por lo tanto, un marino y que como tales, tenía amores en cada puerto. Asímismo, podría ser un hombre cabal, honorable, pero también, un pirata, un corsario que sólo buscara su bienestar, el obtener dinero o bien, formas diferentes de retribución. ¿Quién sería él realmente? ¿Capitán, Corsario, Pirata? ¿Abuelo, demonio?

La misma habitación daba señales contrarias, por un lado, todo bien elegido para que pareciera un camarote común y corriente; sí, con más lujo que los demás, para darle un status bien merecido, como el jefe de la embarcación, pero por abajo del agua, esa tela azul le llamaba la atención y le hacía pensar que no todo era como se esperaba, que tenía muchos trucos bajo la manga, que el capitán era alguien con doble vida, como todos... algo le daba mala espina.

Las primeras palabras vertidas por el capitán confirmaron la teoría del demonio ¿Qué daría para estar sana y salva? ¿Qué haría para evitar que él se acercara como la última vez, la tocara y la hiciera suya? Todo, no tenía qué preguntarlo, daría todo con tal de llegar con bien a París y que él jamás se enterara de dónde estaba. Porque se rehusaba a verlo de nuevo, con esos ojos desconocidos, llenos de rabia, de total rencor y afrenta, buscando que Marianne estuviera consciente de quién era él y que lo que deseaba, todo ello, le sería dado.


- Verá... le puedo ofrecer dos tipos de protección... una sin la otra puede funcionar, pero una es notoria... y con la otra nadie se da cuenta de nada... sólo pierden la noción de tiempo y espacio...


No sabía qué responderle, qué decirle, pero sobre todo, le parecía raro que él hablara sobre que nadie se daría cuenta de nada, que perderían la noción de tiempo y espacio. ¿Cómo es que lo podría lograr? ¿Sería acaso que sus libros de la Inqusición tenían razón y existían los brujos, los vampiros, los hombres lobo? Sacudió la cabeza, aunque fuera maleducado ante el hombre que tenía frente a sí, pero es que no podía permitir que sus pensamientos tomaran esa vertiente.

- Mire, lo que quiero es llegar a París, sin que mi ex-prometido y ninguno de sus lacayos se enteren... si lo logra, podríamos hacer negocios, mi padre es rico y sabe pagar bien la fidelidad, pero sobre todo, es agradecido igual que yo. Cualquier problema y buscaríamos la forma de ayudarle, pero por favor - lo rogó - le suplico, que nadie se entere que voy en su barco y hacia dónde voy... nunca...


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Mensaje por Invitado Vie Ago 26, 2011 9:34 pm

Ensombrecido por los recuerdos de antiguos conjuros, miraba sobre los hombros de la joven Louvier, aquel estado de trance que logró llamar el alma joven de Marem me había dejado algo debilitado, sin fuerzas y con un notorio sentido de protección ante aquella desdichada criatura.

La forma notoria, se debía a una protección armada, mis mejores hombres serían sus protectores, pero existía un leve y muy importante problema; si tenían que usar sus armas provocarían un alboroto entre la población.
Por otra parte, la forma que más me gustaba era la de activar por medio de algunas cosas una protección para la dama. Sin duda aquello lograría desviar las miradas, la noción tiempo-espacio, pero sobre todo nadie se daría cuenta de su presencia, por muy ostentosa o femenina que pareciera.

La voz de la dama se había quebrado, su cabeza deliraba con tantos pensamientos danzando entre sí. Me preguntaba que pensaba de mí, no por curiosidad sino que quería saber si confiaba en mi persona.

- Señorita Louvier.- Me paré en seco, saqué mi capa azul que en ese momento brillaba con un alo de misterio.- Se preguntará... que es lo que soy...¿ Ángel o demonio?...¿ Si estoy vivo o muerto?...- mientras hablaba con sequedad, me colocaba la capa, dejaba a un lado mi bastón y me disponía a buscar lo necesario.- Dígame una cosa...¿ confía en la magia...?...- di un breve pero brusco giro, me acerqué a ella renovado.
- No tema... no soy un demonio... pero tampoco un ángel...- hice una pausa desviando mi mirada.- Verá... los negocios forman parte de un pago que por el momento no estoy dispuesto a aceptar...para mí... lo primero es la vida de la persona a protejer...

Me alejé varios pasos, saqué las dos velas blancas que guardaba en un cajón de mi escritorio, las flores de la verbena blanca, aceite y una daga con la que me pincharía el dedo para activar el conjuro.
-¿ Tiene consigo un objeto pequeño?... De acuerdo...luego me lo dirá.

Lo principal era que la joven no se asustara, que no sucumbiera al pánico y huyera. Ésto tardaría un poco si ella aceptaba pero jamás se tendría que preocupar por éste tema otra vez en su vida.
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Mensaje por Marianne Cromwell Vie Sep 02, 2011 1:31 am

Marianne alzó la mirada cuando él le llamó y le vio sacar su capa azul, qué hermosa se veía, pero también, la forma en que brillaba la hizo entornar los ojos y pensar en quién realmente era ese capitán que tanto la ayudaba.

Su historia, no la sabía, sabía quién le había dicho a su padre que confiara en él, pero ¿Por qué? Todos tenían al menos una razón para recomendar a alguien. ¿Cuál había sido la de ese amigo?

Sí, se preguntaba muchísimas cosas sobre él, como había adivinado. Quizá su expresión fuera tan vivaz y fácil de leer, como en ocasiones su madre lo hacía. Sin embargo, ¿ángel o demonio? No lo sabía, desconocía si era bueno o malo, pero pronto lo sabría.

¿Confiar en la magia? Y su mano bajó hasta uno de sus bolsillos ocultos, a apretar fuertemente la cruz que su nana le regalara en sueños antes de irse y que curiosamente, había amanecido con ella, bien oculta. ¿Era realmente creedora de ello? Pues empezaba a dudar que no existiera, tras leer de vez en vez los libros de los Inquisidores que, aunque plagados de delirios, se podía encontrar alguno que otro hilo de una trama interesante.

Lo único pequeño que traía, era la cruz de su nana, aunque... ¡Cierto! Uno de sus anillos que su madre le había regalado podría servir. Prefería no mostrar la cruz, no fuera a ser que los brujos (sí, empezaba a creer que sí existían) tuvieran bandos y su nana estuviera en el contrario al del capitán.

- Empiezo a pensar - le confesó - que la magia existe, aunque me pregunto qué tipo de magia... vamos, ¿Qué me hará y a qué costo?

Tenía que ser brutalmente sincera, quizá lo que sus padres pagaran por su ayuda, no fuera del todo satisfactorio para el capitán.

- ¿Usted... usted podría hablarme más de los de... su familia? - no sabía cómo decirlo, así que esperaba no haberlo ofendido.


FDI: Lamento la tardanza, el trabajo y luego, la falta de inspiración matan a la user.


Última edición por Marianne Louvier el Dom Sep 18, 2011 8:24 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Sáb Sep 03, 2011 2:27 pm

Aquella reacción de la joven podría sonar a valentía, pero estaba más de acuerdo con que a la joven, internamente, comenzaban a aflorarle miedos, dudas y demasiados recuerdos.
Largué una carcajada, simplemente la joven había leido algunas cosas sobre los brujos, eso era notable. Tomé la tiza, la jarra con agua y con una sonrisa me senté en mi escritorio, extendí la mano para que me brindara el objeto.

- Verá señorita Louvier, lo que haré es un hechizo de protección que se concentrará en un objeto de su propiedad, al sacarsélo...perderá la protección..¿ comprende?...Siempre lo tiene que llevar entre sus cosas...

Lentamente, me incorporé. Caminé hacia la otra parte del camarote, mis piernas pesaban y mi corazón latía con fuerza.
- Pero yo no lo haré... lo hará una amiga mia...Se lo presentaré...
Sin que pudiera decir algo, me encontraba prendiendo las cuatro velas. Tomé la tiza y comencé a dibujar lentamente el círculo, trazándolo a la perfección.

Tomé aire, cerré mis ojos. La temperatura del lugar se tornaba fría, casi congelada, claro que los únicos que podían sentir aquello eran los hombres o mujeres de raíces brujas. Respiré profundamente y murmuré el conjuro, llamaría al espíritu del mar, casi siempre se presentaba como una mujer. Algunos creían que en vida era una mujer que vivía cerca de la playa, por su comportamiento y su entendimiento.

Me mecía atrás y adelante sin pensar en otra cosa que en oleaje del mar. Me veía con una amplia pollera azul, un corset, el pelo recogido, era toda una mujer, siempre a mi pesar.
- Hola...- musité con voz femenina...- No te asustes pequeña... yo te ayudaré...el señor Do Crucerois no podía ayudarte..como yo... que soy mujer...y comprendo.
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Mensaje por Marianne Cromwell Vie Sep 09, 2011 12:06 am

Su actitud podía ser espeluznante, peligrosa por lo que implicaba estar frente a un brujo, algo que desconocía y al mismo tiempo, que la hacía sentir mejor, ilusionada de que nada pasara. Si su nana la había tenido protegida de muchos problemas a lo largo de su niñez, aún desconociendo si era por magia o por otros menesteres, sería maravilloso si él lograba que nada más pudiera alcanzarla.

- Verá señorita Louvier, lo que haré es un hechizo de protección que se concentrará en un objeto de su propiedad, al sacárselo... perderá la protección... ¿Comprende?... Siempre lo tiene que llevar entre sus cosas...

Apretó la cruz entre las manos, sí, ya sabía qué entregaría, aunque rogaba que su nana pudiera encontrarla a pesar de que le pusieran esa protección. Quizá fuera desquiciado confiar en el capitán, pero si él evitaba que la descubriera, entonces no le importaba nada y permitiría que hiciera su magia o lo que fuera que realizara. Le veía cansado, lo que le hacía preguntarse si no tendría algún problema por hacer semejante hechizo, porque creía que iba a hacer eso. Recitar unas palabras, encender velas o lo que fuera, como una tipo oración.

Aunque realmente desconocía qué se tenía que hacer al respecto. Por lo que, en cuanto él mencionó que lo haría una amiga suya, se mordió el labio inferior sin comprender. ¿Una amiga pero dónde estaba? Buscó con la mirada curiosa, pero no había nadie más en la habitación, mientras que él hacía lo que se suponía era el hechizo.

Palabras raras, encender velas, pero ella seguía sin ver a ninguna mujer que le fuera ayudar ¿Sería porque estaba ciega? Pero no lo creía, entonces ¿por qué no la veía? Se rascó la nuca e hizo una mueca, con ojos aún fijos a su alrededor...


- Hola... - musitó con voz femenina... - No te asustes pequeña... yo te ayudaré... el señor Do Crucerois no podía ayudarte... como yo... que soy mujer... y comprendo.

Ahí fue donde volteó a ver al capitán, sorprendida por su voz, porque la había oído, femenina, pero provenía de él. ¿Cómo? ¿El hechizo tenía esa facultad? Se levantó y sus cejas se juntaron hasta formar una delgada línea, parpadeó y avanzó hasta ella.

- ¿Cómo puede ser? - quiso saber - ¿Por qué...? - negó sacudiendo la cabeza - ¿Qué es lo que realmente harás para ayudarme? - quizá tuviera dicho hechizo un lapso de tiempo, no debía desperdiciarlo, eran tan preciado como las gemas que adornaban la corona de la reina de España.


Última edición por Marianne Louvier el Dom Sep 18, 2011 8:26 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Sáb Sep 10, 2011 5:19 pm

Afuera las olas golpeaban ferozmente la embarcación, con tanta fuerza que parecía destrozar el barco.
Mientras tanto, adentro de mi cabina, Mareia se estaba haciendo presente, con su vestimenta llamativa que yo sólo podía ver, su voz de ultratumba, y su andar tan femenino.
Con paso firme avanzó entre las velas, la miró furtivamente ante semejantes preguntas. Se acercó a mi escritorio, no pude evitar sentirme amenazado, allí tenía todos mis secretos y aquella mujer estaba demasiado cerca, aunque ella los sabía todos.

Como una reina se sentó en mi silla. Tomó dos rosas rojas y mientras le sacaba los pelos habló.- Mi nombre es Mareia...
Al decir ésto Zaire entró en la habitación con gesto brusco, se acercó a Mareia y le besó el dorso de la mano.

- Señora Mareia...- dijo mirándola a los ojos.- Bienvenida...
Ella lo palpeo en la espalda, como si se lo hiciera a un niño pequeño.
- Hijo, alcanzáme los caracoles que el Señor Do Crucerois guarda allá arriba y no me deja ver ni usar...¡ Y eso que estamos conectados!...- frunció el ceño. Ella era vanidosa, soberbia y algo histérica, aquello no quitaba el hecho de que era un espíritu del mar, se cree que fue uno de los primeros, de allí su fuerza física representadas por las fuertes olas.

Soltó en aquel recipiente con agua,los pétalos, tres caracoles de playa, un pedazo de tela, como si fuera un velo de una gitana oriental. Zaire me pinchó el dedo, hasta cuando estaba ella me dolían los pinchazos, creo que me lo merecía, después de todo.
- Los pétalos simbolizan el amor, los caracoles mi protección, el pedazo de tela simboliza un escudo... y la sangre de Do Crucerois, es la vinculación con el mundo terrenal...- Estiró su mano.- Deme la cruz que lleva consigo...ese es el objeto que quiero para terminar el hechizo...- Hizo una gran pausa, mientras que Zaire se retiraba por orden de Mareia.

- El viejo no podía hacerlo, como llegué yo, antes llegó mi hijito y lo debilitó mucho... Antes sí lo podía hacer... aparentemente le hace mal volver a París...- niega con la cabeza, ¡ Cómo si necesitara su compasión!.- Como brujo... es como los otros pero como medium, es uno de los mejores... tiene gran fuerza..y un buen corazón... aunque no paresca...
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Mensaje por Marianne Cromwell Dom Sep 18, 2011 9:23 pm

"La magia es vida, cualquier cosa que esté a tu alrededor
fue parte de la magia que alguna vez tocó este mundo.
Cuando veas a sus portadores, escúchales en silencio
son mucho más sabios de lo que a primera vista se ve."

Esas palabras resonaban en la cabeza de la joven, mientras recordaba a su nana en la cocina, creando algo para alejar a los "malos espíritus" como ella les llamaba, que no eran más que fantasmas que podían habitar las casas de los vivos y llenarlos de miedos, confundiéndolos y haciéndoles perder la razón, le decía. Porque en donde hubiera una persona, ahí mismo podría haber "algo" que le drenara la energía, la magia, su vida.

Y a pesar de que el barco se mecía inmiscericorde con los de estómago blando y pareciera incapaz para contener las olas, de los constantes vaivenes que alborotarían los ánimos de alguno que otro marino suspicaz o bien, supersticioso, que pensaría de malos espíritus como su nana, de peligros que venían o veía... aunque sólo fuera parte de su imaginación o de sus peores miedos.

Marianne se quedaba sorprendida porque su mente había recordado justamente eso: ese ritual, ese hechizo... su nana lo hacía, lo elaboraba conforme ella estaba en casa. En el momento que sus padres estaban fuera, por una cena, un baile, ella se llegaba a la cocina, juntaba todos los elementos y, mientras le daba de cenar a la pequeña Marianne, hacía ese rito.


- Ese hechizo, mi nana lo hacía - dijo tragando saliva- ¿Qué es lo que realmente hace? - estaba realmente intrigada, poniéndose en pie y mirando su cruz durante largos instantes, su nana sí era una bruja y no sólo eso, si no que la Inquisición la había juzgado correctamente. La había mandado a quemar... ¿Un Brujo podía salvarse de eso? Había escuchado que no sólo se había liberado en aquélla ocasión, si no también una vez antes de conocer a su familia, en la Vera Cruz, donde había sido apresada y la habían mantenido en cautiverio.

La leyenda contaba que había estado dibujando un barco en la celda, durante mucho tiempo y un día antes de ser juzgada, ante la mirada azorada de los guardias, se había hecho tan diminuta que había "subido" al barco pintado en la pared y éste, se había ido.. con rumbo desconocido.

Qué peligro era entonces esa bruja que por fin habían apresado y... ¿Sería cierto que habían fallado esa segunda vez? Ella la había "visto" al día siguiente de su quema y aunque inicialmente había pensado que era un sueño, en el momento en que había comprobado que tenía la cruz en su mano, sabía que todo había sido verdad... absolutamente todo, incluso el "nos veremos luego, mi niña"...

Qué miedo, porque era eso lo que ahora sentía. Miedo ante el poder que podrían tener esos brujos, pero sobre todo, por lo que podrían hacerle a una persona en medio de la desesperación, la rabia, la venganza. No quería estar del otro lado, pero todo esto abría muchísimo su espectro de la realidad.

Había sobrenaturales... Vampiros, Hombres Lobo, Cambiaformas, Brujos, todo lo que el libro de la Inquisición decía, era cierto... existía... lo que la dejaba en una precaria desventaja al ser sólo un ser humano, sin embargo, tenía una gran ayuda, porque ahora podía reconocer a algunos de ellos por las características de los libros.

Sobrenaturales en la tierra... Y su nana era uno de ellos.
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Mensaje por Invitado Miér Sep 28, 2011 5:51 pm

¿ Qué decir de Mareia?, sin duda era un espíritu fuerte y audaz, aunque me costaba admitirlo ella era alguien importante en mi vida, mucho más en mi vida como brujo. Les contaré con sumo detalle lo que comencé a ver desde lo lejos, cabe destacar que cuando se realizan éste tipo de ceremonias, el alma del medium queda vagando por el lugar donde le dio paso al espíritu, así es como yo, etéreo, incorporeo, sumamente atento al mundo terrenal podía ver lo que sucedía. Lo único que lamentaba era que aquella chica estaba sacando la Mareia que nadie querría encontrar.

Me sentía libre, sin problemas, sin conciencia, no podía pensar en algo conectado con lo terrenal, sólo en lo que me conectaba con el otro mundo, con lo sublime, lo oscuro y misterioso.

Volviendo a lo que ocurría debajo mio, se podía decir que la joven Louvier se encontraba presa de sus emociones, recuerdos, estudios, todo terrenal, nada elevado. Mareia debería estar algo más que furiosa. La reina de las olas azotadores de mi barco, la soberbia, la más dulce de las muejeres se acercó a ella.

- Si quieres saber qué era ese hechizo, primero debes creer en lo que vez...y no confundir las creencias, eso te volverá demente.- comentó con su voz femenina, grave y maternal. La joven Marianne, ahora estaba cubierta de un aura de miedo, completamente de miedo, oscura con bordes cristalinos, la pureza y el temor, mala combinación.

- Querida niña, tu nana, como tú dices...¡ Qué mujer!, digna hija de la noche y del día, una bruja, pero en lo particular la llamaría meiga, pues ella siempre se dictó con el corazón...con las hierbas...y con el amor...- ¿ Mareía estaba fascinada?, ¿ en qué mundo...?. Comenzó, entonces a danzar, pequeños giros, moviendo la cintura como si fuera el mar, un verdadero espectáculo.
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Mensaje por Marianne Cromwell Dom Oct 02, 2011 7:26 pm

Magia...

Es el agua, es el viento

Es resumen de todo lo que siento
Es la arena, es el sentimiento
Es la tinta que no borra ni el silencio...
Es el aire de puntillas
Es la calma cogiendo carrerilla
Es el sabor de lo pequeño... Es tocar un sueño...
Es el mapa de un suspiro
Es lo que hay cuando te miro
Es el duende del latido de tu corazon...


Su alrededor parecía darle vueltas con cada idea, así que se obligó a cerrar los ojos y razonar cada una de las palabras, de los conceptos con la finalidad de entenderlo y comprenderlo, se obligaba a ver todo desde una perspectiva diferente, donde partiera del hecho de que existían y si alguien le ayudaba o la quería apoyar, entonces no debía siquiera pensar que podría hacerle daño. Ellos no tenían la obligación de auxiliarla y lo hacían, de forma tal que debería agradecerlo y luego de ello, aceptar que no le buscarían un mal.


Magia es probar a volcar lo que hay en el fondo de ti
Magia es verte sonreir...
Magia es probar a saltar sin mirar
Es caer y volver a empezar...

Lentamente, con esos pensamientos, desde esa vertiente, las partes iban ensamblándose, mientras su intelecto se adaptaba a ello y entonces asentía, tenía toda la razón, no debía temerles, era la magia como una más de las fuerzas que los rodeaban y aquéllos que la controlaban, sus instrumentos con los cuales crear nuevos cambios en la realidad. Dejarla entrar a sus cuerpos, su obligación, su bendición, su maldición. Magos, videntes, médiums, simplemente sus conductos, sus transportes... era rara la magia, pero más extraño aquél que podía utlizarla para sí. Dichosos aquéllos que la podían sentir, porque Marianne no. Aunque no por ello los envidiaba, todo lo contrario, empezaba a sentir un gran respeto por ellos.

Sus ojos se alzaron ante la figura que tenía ante sí, más serena, más relajada, aceptando todo lo que veía ante sí, abriéndose a las nuevas experiencias, porque en el fondo había deseado por mucho tiempo que existieran. Suspiró profundamente, aspirando todo lo que la rodeaba y haciéndola a su forma, envolviéndolas en su cuerpo y abrazándolas en su interior. Sonrió levemente asintiendo ante la situación, aceptándola... sin temerla, no tenía por qué.


Es el tiempo, es la hoguera
Es la mano que mece la marea
Es la tierra, es la bandera blanca
Es la gota de una lluvia de esperanza...
Es el mundo de puntillas
Es la vida cogiendo carrerilla
Es el sabor de lo pequeño... Es tocar un sueño
... Es el mapa de un suspiro
Es lo que hay cuando te miro
Es el duende del latido de tu corazón...



Una meiga... desconocía el término, pero el verla danzar le recordó a las historias que su nana le contaba a escondidas, en la noche, sobre hermosas hadas que bailaban con la noche, entre miles de luciérnagas y grillos entonando hermosas canciones sólo para oídos que sabían escuchar, que formaban un equilibrio y un puente entre lo real y la fantasía, donde los magos existían y las brujas se divertían. Hermosos recuerdos de una noche sin regreso, dotada de bienestar y magia, de grandes proezas y alegrías. Y en medio de todo ello, Marianne, sonriendo envuelta y fascinada por las formas, por los recuerdos, por las sensaciones.


Lista estaba para aceptar.

Magia es probar...


Lista estaba para creer.


Es el mapa de un suspiro
Es lo que hay cuando te miro
Es el duende del latido de tu corazon y el mio
Es la meta y el camino
Es la suerte y el destino


Lista estaba para anhelar...


Es la fuerza del latido de tu corazón...


Lista estaba para poseer.
Magia es probar...


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Mensaje por Invitado Vie Oct 07, 2011 4:57 pm

Alejada de todo contacto con los seres terrenales Mareia danzaba. Muchos creían que ella era la personificación de un ángel hermoso que vino para cuidarme, de hecho, vino para cuidarme, pero no era ningún ángel hermoso, menos ella que se jactaba de ser un espíritu de gran fortaleza.
Mi querida Mareia, no haga lo que mejor sabe hacer, fiel compañera no me abandone, no haga a mí enfurecer, pensé para ella, quien parecía fascinada por el cambio repentino de opinión de la joven Marianne.

La noche se acercaba, y con ella las almas. Cuando eres niño le temes a la oscuridad, porque allí buscan refugio las transparentes, silenciosas, almas. Es en ese momeno donde el miedo recorre las tempestades sanguíneas y llega hasta lo más profundo de tu Ser, el corazón.

Una mano enegrecida, no era un color de piel, más bien era el color de algún ser lejano que venía a buscar respuestas con Mareia, el único problema era que ella, matrona de las almas, estaba ayudando a una joven terrenal, sin olvidar el pequeño detalle que estaba en mi cuerpo y yo, ahora, formaba parte del mundo de los muertos.

" Cuando llega Mareia no mueres", me explicaba mi maestro brujo, quien se había sorprendido por mi mediumnidad." Sólo te alejas momentáneamente de tu cuerpo". ¿ Y eso no era morir, aunque sea por horas o incluso algunos minutos?. La mano se acercaba abarcando toda luz que había en el techo, lugar que había ocupado para ver mejor la situación. Preocupado me moví hasta la joven Louvier, pero una luz cegadora, blanquecina y pura, la cubrió con tanta energía que tuve que refugiarme en la inmensa oscuridad de aquella mano.

- Pequeña, cuando yo me vaya... pon el objeto en el medio de aquel frasco, mañana por la noche, Amelhíon Do Crucerois, prenderá una vela y con eso terminará el hechizo... es hora de que parta...-dijo mirando hacia donde yo estaba, no pude evitar sonreír, en poco tiempo volvería a estar en mi cálido cuerpo.- Al retirarme.- continuó.- tendrás que darle algo de beber, eso le pondrá los pies en la tierra...y dile que por ésta noche sea un hombre normal...- negó con la cabeza.- El pobre está muy cansado...- terminó antes de mirar hacia las velas, éstas se tornaron llamaradas para la vistas de los presentes, mi persona y la joven Marianne. Las olas azotaban a lo lejos al "Reina del mar", Mareia había vuelto a su hogar.

Mi cuerpo estaba más cálido que antes, aunque era muy probable que hasta un témpano de hielo resulte ser más caliente que estar suspendido en el aire. No podía abrir los ojos, todavía el mundo giraba en mis pies, porque me encontraba estático, era imposible que me moviera.

Lentamente, comencé a abrir mis ojos, di un suspiro, Mareia había dejado la habitación empapada con perfume de lavanda. Miré a la joven y sonreí como pude.- Buenas noches señorita Louvier.- Mientras recobraba las fuerzas, tomé asiento en mi amada silla de madera, que en aquellos momentos era mullida como un montón de capas juntas.

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Mensaje por Marianne Cromwell Sáb Oct 22, 2011 10:31 am

Magia que se posaba en nuestras manos,
magia volando sobre los tejados,
magia que nos juramos que duraría para siempre.


Escuchó las palabras de aquél ser mucho más poderoso que la guiaba y realizaba el ritual que la protegería en todo momento y en todo lugar, quería creer, ansiaba hacerlo invadida de la pena de tener que correr de un lado a otro, harta de huir y de no tener un lugar en el cual permanecer tranquila y en paz. Quizá el hechizo sólo funcionara en el barco, pero eso la ayudaría para recuperar algo del control que ya no tenía.

Se levantó con energías renovadas colocando el objeto que su nana le diera, mirándolo con ojos diferentes, porque aún no sabía en qué consistía la protección que había imbuido en él, pero sobre todo, no saia por qué su nana le entregó el objeto. Entornó los ojos y ladeó la cabecita mientras considera y se pone a juzgar todo lo que no supo realmente de aquélla que había sido tan importante en su vida. Su nana, su querida nana...



Magia que nunca engaña pero miente,
magia de las palabras a los hechos,

magia hasta quedarnos sin aliento, bendita magia.


Reaccionó cuando el Capitán mencionó su nombre y le sonrió, fue a por un vaso con agua y tras servirlo, se acercó a ofrecérselo con una sonrisa, sí que se le veía agotado, las marcas en su rostro que no había observado cuando había entrado hacía unos minutos, la forma irregular de respirar y seguramente su corazón estaría arrítmico, realmente necesitaba reposar, descansar.

Le puso el vaso en los labios, para ella misma verter el contenido con mucho cuidado, procurando que él no se manchara o mojara a pesar de las olas del mar que golpeaban el barco haciendo un poco más difícil darle de beber sin gotear algo. Por otro lado, ese mismo balanceo estaba lleno de una vida inexplicable y que daba lugar a un momento de pura tranquilidad.


Magia para evitar lo inevitable,
magia para olvidar lo fácil que se olvida
como por arte de magia.



Le sonrió con mucha alegría y ternura, como si fuera él un abuelito al cual mimar y consentir, pero es que si el ritual funcionaba (y estaba cien por ciento segura de que así había sido), entonces le debía más que un simple viaje, le debía toda su vida y una paz que no podría pagarle jamás.

- Muchas gracias - le dijo con mucho sentimiento - no sabe el favor que me ha hecho, aunque seguramente lo discutiremos luego, ahora hay que descansar - le fue acomodando las capas para dejarle mucho más cómodo el lugar, con sentimiento y mucho cuidado, mimo.

Como si realmente fuera ese abuelito que no había tenido, porque le gustaba la idea, incluso, si todo salía bien, definitivamente lo iba a adoptar en cuanto todo esto tuviera un fin adecuado a su realidad, donde no tuviera que correr ni huir. Aunque lo que el Capitán había hecho la había hecho avanzar a pasos agigantados hacia esa meta.


Y hubo magia que borró todas las pisadas,
magia, dolía mucho y no fue nada,
magia en que todo acaba.


Bendito fuera el Capitán, Mareia y su magia.


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Marianne Cromwell
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Mensaje por Invitado Dom Oct 23, 2011 5:57 pm

Sentado en mi silla favorita quería hilar los acontecimientos, poco podía hacer, mi mente estaba colapsada, tenía recuerdos confusos, nubes esponjozas en mis ojos que sólo me permitían ver el rostro de la joven Marianne Louvier.

Recordando mi juventud, comprendí que era necesario que me reuniera con mis alumnos de la noche, tenía que comprender que los años no vienen solos, continuando por la sencilla sensación que Mareia me había dejado: Había trabajado con la magia más antigua hacía unos minutos, de forma inconsciente, parte de mi energía se encontraba en aquel amuleto que tenía en sus delicadas manos de niña, la joven Louvier.

Me sentía más viejo que antes, agotado, no sabía como el aire pasaba por mi boca, ya que era muy dificil respirar por la nariz en aquellos momentos. La señorita Marianne me asistió con la dulzura de una hija, la paciencia de una anciana y la tranquilidad que le pedía a mis alumnos, por muchas quejas que hubiera hecho en aquel momento, resultaría ganadora aquella hada que había venido a ayudarme.

Las olas, afuera golpeaban al barco con fuerza, por lo que con mi mano, de la forma más delicada que podía tomé el vaso y lo dejé en el escritorio.- ¡Salve Mareia!.- dije mientras miraba el agua dentro del vaso. Me sentía agotado, cansado, casi enfermo. Mareia no acostumbraba dejarme en aquellas condiciones, sólo cuando trabajaba, como aquella noche.

- Señorita Louvier.- sonreí, me sentía en familia con aquella muchacha.- Gracias por atenderme...- largué una bocanada de aire.- No me agradesca, me gusta ayudar, sobre todo a bellas jóvenes que son dueñas de un corazón de oro.- Quise levantarme, enserio lo deseaba con mi alma, pero no tenía fuerzas, incluso me costaba mover un dedo para volver a agarrar el vaso con agua.- Déme algunas horas, mientras pasee por el barco si gusta. Pronto llegaremos a tierra.- No quería que fuese el fin, tampoco quería que se pospusieran las cosas, pero daría todo por proteger a aquella criatura que ahora estaba de húesped en el Reina del mar.
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Mensaje por Marianne Cromwell Dom Oct 30, 2011 8:21 pm

Habitada por el viento
que en recinto cerrado
se pone a mecer tus cabellos,
nocturnas voces musitan
lapidarios dialectos
por el fluir de tus ojos.

El Capitán estaba realmente débil, se notaba en la forma que intentaba tomar el vaso con manos temblorosas, en su faz, su cuerpo agotado. Había intentado levantarse y no lo había logrado, por lo que Marianne negó cuando intentó echarle fuera de la habitación y que paseara por el barco. ¿Quién sería si se iba cuando él se notaba a leguas, que necesitaba ayuda para llegar a la cama y cuando más, para atenderse? No podría mirarse a la cara nunca más.

Negó y con mucha paciencia, le ayudó a levantarse, con la intención de llevarlo a la cama. Estaba pesado puesto que no tenía nada de fuerzas y Marianne muy fuerte no era, así que con mucho esfuerzo logró llevarlo hasta el lecho y le recostó con mucho mimo, cuidándole y asegurándose de que no le faltaba nada. Aunque se tardara toda la noche, no le preocupaba.

- Mire, no se preocupe, porque no me es necesario salir al barco a verlo, estoy a gusto estando ayudándole y me gusta retribuir la ayuda que se me ha otorgado, muchas gracias.

Trajo un vaso de agua y la jarra, dejándolos al alcance del Capitán, procurando que el vaivén de las olas no provocara un accidente y se volcaran. Se sentó en una silla a su lado y se quedó tranquila, tras haber ordenado el escritorio y colocar las capas de donde él las había tomado. Le sonrió y asintió.

- Descanse, yo velaré su sueño, si necesita algo, no dude en pedirlo... aunque si lo que quiere es privacidad, dígalo y me retiro...

Sonrió, porque su conciencia ya estaba tranquila, le había ayudado y estaba realmente feliz... todo iba corrigiéndose de una forma maravillosa, con el tiempo, sólo sería cuestión de ver la vida de otra manera, una vez haciéndolo, entonces todo iría sobre las olas...


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