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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Lun Nov 07, 2011 2:10 am

"The night city grows,
look and see her eyes, they glow"
-M83, "Midnight City"

Esa noche no era él, era otro, esa noche tenía visiones del Apocalipsis, y hablaba con fantasmas. Esa noche intentó hacer una pócima, remedo de alquimista, pero derramó en más de una ocasión los ingredientes, las primeras ocasiones limpió él mismo el desastre, no iba a llamar a Leslie para una tontería como esa, pero después, cansado de su propia torpeza dejó que su mucama se hiciera cargo y subió a su habitación, aunque había descansado por el día como era su costumbre desde que era lo que había elegido ser, así que el cansancio no lo vencería. Se sentó frente al escritorio de su cuarto y trató de concentrarse ahora en temas que atañían a la Baronía de Nóvgorod, sin embargo se dio cuenta que estaba a punto de firmar y sellar con la insignia de su título nobiliario un documento del que no tenía idea su contenido.

Se echó para atrás en la silla, inclinándola un poco, cuidando de no caer y masajeó con el pulgar y el índice su tabique nasal mientras cerraba los ojos. A él sólo vino un lugar, un nombre y un rostro: la catedral de Sant Denis, Aino Trentemøller (así la conocía) y el rostro de Freya misma, la más bella del panteón escandinavo de deidades, sus ojos del Vóljov congelado y su cabello rubio como no recordaba haber visto uno.

Su mano sobre la suya, para siempre. Su sonrisa dedicada sólo a él, una sonrisa secreta. Su mirada de hielo y a la vez que abrasa como las llamas del infierno. Y sus labios, ¡dios!, sus labios, imaginó el sabor de ellos, porque sólo podía imaginarlo, y el de su sangre, dulce quiso creer, como el de las moras que crecen a pesar de la tormenta de nieve.

Esa era la historia que se había fabricado, era una pena que fuese mentira.

Abrió los ojos de golpe, no podía seguir así. Cada vez con más fuerza y frecuencia se ponía a imaginar toda una vida al lado de una mujer que sólo había visto una vez. Él no era así, no podía ser así, tenía que arrancarse esos pensamientos de la cabeza, y a esa mujer del alma, si es que tenía alguna. Las probabilidades de verla eran nulas, y él, bajo ninguna circunstancia debía querer, no debía depositar afecto porque siempre salía herido, o peor aún, hiriendo a los demás.

Sin más y en un arrebato intempestivo salió de su casa, el viento nocturno le golpeó la cara y el ligero aroma a podrido del Sena le recordó en qué sitio estaba; ya no más en su mini ficción, en su micro cuento de fruslería, estaba en la realidad abúlica. Se alzó el cuello del abrigo y comenzó a caminar al único sitio donde podría hacerse a la idea de que la noche en Sant Denis había sido sólo un regalo inmerecido, una coincidencia vaga, ni más ni menos. Olvidar, porque eso era lo más sano antes de que prefiriera dormir para siempre, porque ahí no dolía, en su sueño no había pena, ni esa zozobra en el corazón por una mujer que jamás voltearía a verlo como algo que pretendía ser pero, a quién engañaba, no era.

Sus pasos se dirigieron a ese lugar, quería que le quitaran de tajo y de una buena vez, a esa mujer de la cabeza. Sin embargo, dentro en el pecho, algo le decía que podía acostarse con todas las prostitutas del burdel y al final, llorando como un niño pequeño, pediría a quien quiera que estuviera en los cielos, que la volviera a cruzar en su camino.

Hacía varios meses que no se paraba por ahí, a Magnolia la podía ver cualquier día y ya no precisamente en el plano de cortesana y cliente, pero esa noche no era él, esa noche era un harapo, así lo había dejado un encuentro fugaz pero determinante. “Su gran evento”, así lo había nombrado, así se refería a esa noche en su diálogo interno, porque eso era, el eje rector de todo lo que era, de sus años vivo, de su estadía en la capital francesa.

Caminó sin mirar a nadie por la ciudad invadida ya por la penumbra, con la vista al frente y el cuello del abrigo tapando sus mejillas, de un momento a otro estuvo frente al lupanar e ingresó sin más, no podía darle vueltas al asunto. No miró a su alrededor, conocía muy bien ese panorama como para repasarlo una vez más, caminó en línea recta a donde vio a un encargado del sitio pero antes de poder llegar a su meta se cruzó con alguien; era joven pero no se sorprendió, la mayoría de las mujeres que laboraban ahí lo era, y bella, de ojos claros y piel blanca, cabello negro que contrastaba con su tez, algo en ella le recordó a Raina, la mujer que le dio la inmortalidad.

-Señorita –le sonrió y dijo a modo de saludo cuando estuvo frente a ella, esperando que diera su consentimiento para seguir. Era perfecta, una duquesa del Volga rejuvenecida, ideal para olvidar a esa mujer que le robaba el sueño y la concentración, para deshacerse de algo que estaba empezando a darle verdadero pavor; tener sentimientos era algo que no le era permitido, una veda sin final.
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Mensaje por Laisha Roux Lun Nov 07, 2011 2:28 pm

-Laisha!!!!.....es tuyo- escucho que le gritaron cuando uno de esos caballeros arrogantes y elegantes cruzaba las puertas del burdel. Levanto la mirada que tenía puesta sobre un vaso con un poco de whisky hacía la entrada. Una sonrisa fingida pero cargada y llena de total e inocente coquetería se reflejo en su rostro mientras observaba como el caballero se adentraba en el lugar con pasos lentos y con una mirada presta recorriendo todo el lugar probablemente intentando reconocer a alguna de las chicas que en alguna ocasión le hubieren atendido o tal vez buscando un rostro nuevo. Laisha no aporto su mirada a pesar de que el caballero parecía no haber notado ni siquiera la presencia de la cortesana mucho menos su mirada insistente. Me miraras ya lo harás. Fue cosa solo de unos segundos más cuando aquellos ojos oscuros de mirada penetrante se cruzaron con los de la joven cortesana. El rostro mal encarado del ricachón se transformo drásticamente incluso podría jurar que esbozaba una ligera y tierna sonrisa hacia la joven. Más no por ello sus ojos dejaban de reflejar algo turbio en ellos. Laisha sintió miedo, cuando se paro frente a ella recorriéndola de arriba abajo supo que esa falsa expresión de ternura en su rostro iba a ser un verdadero tormento. Ese era su trabajo complacer a los caballeros. En su mente volvió a escuchar ese grito Laisha …es tuyo y supo que no había manera de poderse librar de este cliente en exclusivo además por como la miraba dudaba que fuera él mismo quien quisiera elegir a alguna otra cortesana. Sin palabras de por medio lo cogió de la mano y se echaron escaleras arriba hasta la habitación que tenía designada Laisha. Tras cerrar la puerta el tipo intento someter a golpes a la indefensa cortesana supo ingeniárselas y aprovechar sus encantos para detenerlo pero a cambio él exigió que ella estuviera a su disposición siempre que acudiera al burdel. El hombre fue tosco, rudo y se encargo de dejar a la joven desfallecida tendida sobre la cama. Volveré le afirmo el tipo dejando una muy buena paga sobre la mesita al lado de la cama dio media vuelta y abandono la habitación.

Tardo largos minutos en recobrar al menos un poco sus energías. Lentamente se levanto de la cama y a pasos lentos se adentro en la ducha y lavo su cuerpo frotándolo con energía hasta borrar todo rastro de aquel hombre. Se vistió nuevamente, arreglo su cabello, su rostro con un poco de maquillaje y de nuevo bajo al salón.

Apoyo sus codos sobre la barra y ordeno un whisky. Ahí estaba ella de nuevo lista para atender al próximo como si fuese su primer cliente de la noche. Más en su interior suplicaba por que las últimas horas, los últimos minutos, los últimos segundos de la noche pasarán a prisa, porque las manecillas del reloj girasen como locas logrando con ello el tiempo pasara fugaz frente a sus ojos. Sabía que ese deseo solamente era un grito ahogado de su desesperación, deseaba volver a casa sumergirse nuevamente en el agua caliente de la ducha y lavar su cuerpo hasta sentirlo completamente libre de cualquier cosa que le hiciera recordar a cuanto hombre la había tocado este día.

Hoy su rutina había comenzado muy temprano y ya había superado al número de clientes que solía atender por noche. Me marcho ya retumbo en su cabeza dispuesta a marcharse inmediatamente.

Esta vez fue por iniciativa propia que trago sus palabras y permaneció inmóvil donde se encontraba cuando aquel apuesto hombre con rostro totalmente desencajado y debatido como si acabase de perder a alguien le llamo su atención. Lo que sintió no fue compasión fue simple y pura atracción, por primera vez Laisha sentía atracción por uno de los caballeros que visitaban el burdel. En su interior la invadió el deseo de que esos ojos se fijaran en ella, de que esas manos desearan tocarla como algo más que una proveedora de placer, de que ese cuerpo la poseyera con locura absoluta. Era tonto pensar que estando donde estaban él la vería como ella lo deseaba pero de algo si estaba segura si él se fijaba en ella y la elegía para hacerle compañía y complacerlo ella lo tomaría como una fantasía hecha realidad y se esmeraría en su trato y atención hacía él. No podía ser de otra manera para ella sería su cliente especial y distinguido aunque él jamás llegase a enterarse.

El caballero avanzaba en línea recta hasta tenerlo justo frente a ella. No podía creérselo ni siquiera cuando lo escucho hablarle. Pensó que finalmente su noche había la valido la pena –Buena noche Monsieur- respondió con tono dulce, ingenuo pero sensual haciendo una leve reverencia. Le sonrió con total coquetería -¿puedo ayudarlo en algo esta noche? –su voz fue tierna, amable y sugerente. La mirada de la joven no podía dejar de contemplarlo realmente este hombre la había cautivado.


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Mensaje por Invitado Lun Nov 14, 2011 5:18 am

Sus ojos sobre sus ojos, como imanes que se atraen siguiendo las leyes de la Física; tomó su mano y besó el dorso de la misma. Esta jovencita era perfecta, de inmediato se preguntó cómo alguien tan bella, tan radiante, tan endemoniadamente hermosa había terminado así, pero era la misma historia, que difería en los detalles pero en esencia era igual, una historia terrible, atroz, que sólo lograba que al escucharla, quisiera buscar a los culpables.

«Why do I fall in love with every woman I see who shows me the least bit of attention?», esa en realidad era la pregunta, lo había leído hace muchos años, de un escritor nacido en el Nuevo mundo, y parecía calzar muy bien con su persona. ¿Por qué se enamoraba, por una brevedad apabullante y traicionera, de toda aquella que le prestaba atención?. Soltó con suavidad la mano y le sonrió de nuevo, esa noche no era él, porque pensaba en fantasías que como frágiles cristales se rompían al sólo tocarlas, pero tampoco podía olvidarse de lo que era, de dónde venía, de qué sitio provenían sus dolores y tristezas. Escuchó la pregunta y, aunque sus ojos se entristecían más a cada segundo que pasaba, esbozó de nuevo una sonrisa.

Estaba ahí para olvidar, porque necesitaba hacerlo sino pronto caminaría por los bordes de la locura, pero eso, desde luego, no le incumbía a ella. Los ojos de la chica, sin embargo, le recordaron algo los propios, pero no eran después de todo, todas las prostitutas con las que se había topado, una maraña de sufrimiento y tristeza. Podía ayudarlo, esa noche y las que siguieran si eso le ayudaba a arrancarse del alma una mujer que amenazaba en convertirse en obsesión.

-¿Puedo invitarte algo? –ofreció caballeroso, desviando adrede el dar una respuesta a su pregunta, sin esperar una respuesta terminó de llegar al sitio al que originalmente se dirigía, pero esta vez no para preguntar qué mujer estaba dispuesta a curarle las heridas, sino para simplemente pedir dos vasos de… -¿qué tomas? –se giró para verla, él se ajustaría a lo que ella pidiera.

Podían vender su cuerpo, podían estar acostumbradas a los maltratos cada noche como el pan de cada día, como parte fundamental de su oficio, pero Daniil no era así, aunque sabía y nunca perdía de vista que eso eran, cortesanas en un burdel, jamás se atrevería a herir a alguna, nunca en sus años inmortales había mordido a una de esas pobres mujeres. Quería, y tal vez de una forma que ni él mismo se percataba, hacerlas sentir menos unas putas por una noche.

-No te he preguntado tu nombre, me gustaría saberlo –su voz era contenida, calmada, se giró para volver a verla olvidando las bebidas por un momento. No dudaba que le diera un nombre falso, no la iba a culpar, y no sería la primera que lo hiciera, sólo quería una palabra para asociar su belleza, para nombrarla una vez que estuvieran arriba y él tratara de no pensar en esa mujer que le dolía tanto.

Se alegraba, sin embargo, que la encargada de aquella labor de sanarlo, un poco y por un rato al menos, fuese una chica tan hermosa. Estaba comprobado que un tipo como él, de otro modo, de un modo que no fuese pagando un precio monetario, jamás aspiraría a la compañía de alguien así. Estaba, desde luego, ciego por la pena, olvidando que algunas mujeres en el pasado, hermosas todas ellas, habían accedido a estar con él sin la necesidad de un pago monetario, porque ahora todo se reducía al naufragio de su desolación provocado por una sola persona, una sola mujer.
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Mensaje por Laisha Roux Jue Nov 24, 2011 6:19 pm

Su piel era fría y eso Laisha aunque había aprendido a pasar por alto ese detalle entre la mayoría de los caballeros que recibían su servicio, ya acostumbrada a ello, no pudo dejar pasar por alto que este apuesto caballero poseía esa peculiar cualidad. El suave tacto de sus labios sobre el dorso de su delicada mano le refresco tal recuerdo. Siempre, en su interior se maldecía cada que tenía que soportar uno de esos fríos cuerpos que ni con el mayor de los esfuerzos entraba en calor, todos eran como una maquina programada para exigir placer. Hasta ahora nunca ha comprendido como es que pueden quedar satisfechos cuando no mostraron la más mínima elevación de temperatura en sus cuerpos. Eso esta noche al lado de este caballero le resultaba irrelevante algo en su interior le decía que con él todo sería diferente y que por primera vez de alguna manera experimentaría la sensación de hacer arder el cuerpo del hombre que esta noche le acompañaba.

La joven capto el esfuerzo que hacía por sonreír a pesar de la enorme tristeza que guardaba en su interior, los ojos que la miraban con tanta amabilidad no sabían ocultar la tristeza por tal motivo Laisha agradecía mucho más el mejor regalo que en ese momento podía recibir, una sonrisa, una sonrisa dedicada exclusivamente a ella. ¿Cómo es que alguien como él podía caer en semejante tristeza , como era que recurría a un burdel en busca de compañía?. Las interrogantes se formularon en la mente de la Joven las cuales se disiparon en cuestión de segundos la respuesta era sencilla porque más un caballero tan apuesto y tan elegante acudiría a buscar los servicios de una cortesana, él sin duda podría tener a quien quisiera sin necesidad de pagar, una pena de amor, de profundo amor y el no tener que mostrarle a una de esas finas damas la pena que le embargaba lo hacía acudir a ello. Lo que fuera, el motivo que fuese Laisha lo agradecía infinitamente en su interior porque de no haber tenido algún motivo ella jamás hubiera tenido la fortuna de que esos ojos tristes le dedicaran su mirada.

La muchacha tomo su invitación como una clara respuesta de que ella esta noche podía ayudarle. Deseo con todas sus fuerzas poder arrancarle esa tristeza que evidentemente lo estaba destrozando. A cada minuto, a cada segundo, a casa instante que la joven sentía más clavados los ojos del caballero en ella su atracción y su deseo de poder servirle la invadía más y más –Encantada acepto su invitación Monsieur- camino a su lado en silencio solo deseando volver a escucharlo hablar. No espero mucho cuando le escucho de nuevo no solo fue eso sino que él se giraba y le miraba de nuevo –un whisky, por favor- pidió con una amplia sonrisa sin apartar la mirada de hombre a su lado.

Parecía mentira, tal vez un sueño, pero este hombre la hacía sentirse increíblemente bien y apenas y se cruzaba en su camino y apenas y habían cruzado unas palabras. Curiosa y extrañamente no se sentía como una puta estando a su lado cosa que la hacía sentirse mucho más cómoda con él.

No estaba acostumbrada a que le preguntasen su nombre, eso por lo general era lo que menos les importaba y lo que menos querían saber los hombres. Entre menos conocieran de la mujer con la que se habían revolcado en la cama mucho mejor. Su pregunta la descontrolo un poco, la tomo por sorpresa pero no por ello evadiría responderla. Se lo diría con todo el gusto que su ser podía experimentar –Laisha Roux, Monsieur, para servirle- respondió sonriendo con voz dulce y angelical haciendo una leve reverencia. Nerviosamente tomo la bebida entre sus manos y sorbió un poco de el necesitaba relajarse para poder atenderle como ella lo deseaba. En su interior se había jurada que él no abandonaría el burdel sin una sincera sonrisa de alegría -¿Desea…..?- dejo su frase a medias al notarlo un poco ausente aunque en realidad la observaba fijamente a ella.


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Mensaje por Invitado Lun Nov 28, 2011 9:17 pm

Decidió entonces que ella no era la culpable de sus desgracias, sólo quien ayudaría a aliviarlas aunque fuese por un par de horas. Un par de horas sonaba nimio si se tomaba la eternidad que estaba destinado a padecer, pero por ahora sería a lo único que podría acceder, a un momento de tranquilidad, a un poco de agua que no calmaría su sed, pero sí le daría fuerza para seguir un poco más. Tan sólo un poco más aunque no sabía para qué si todo en su existencia se resumía a la tristeza.

Ausente de pensamiento se mantuvo hasta que ella habló de nuevo, parpadeó un par de veces como si se tratara de una visión y esbozó una sonrisa, avergonzado de no haber estado poniendo atención. Esa mujer era hermosa, y por esa noche, merecía toda su atención, iba a dejar de pensar en todo lo que lo aquejaba, que era demasiado, la vida misma le asfixiaba, pero tanto había soportado ya que en brazos de alguien que, de otro modo, jamás voltearía a verlo quería erigir una fantasía de felicidad. Pidió lo mismo, un whisky, qué más daba, el alcohol ya no era suficiente para olvidar, no desde que era vampiro y éste no provocaba estropicio alguno en su persona, lo hizo sólo para acompañarla, dio un sorbo cuando ella lo hizo, se preguntó qué tanto alcohol debía correr por las venas de una prostituta como ella como para no sentir asco de tener que revolcarse con un tipo tras otro, muchos de ellos cabrones sin alma que no dudarían en hacerle daño, otros tantos, como él, pobres diablos que lo único que necesitan es sentirse requeridos (aunque fuese una farsa) para seguir de pie ante una realidad que se encarga de escupirles en la cara.

Se dedicó a mirarla mientras ella bebía del vaso, a pesar de todo, había delicadeza en ella, una que él sabía apreciar muy bien. Eran las mujeres, sin importar su origen, las que se habían encargado de apalearlo y destruirlo, pero también eran ellas las que lograban sacarlo del fango cuando creía que ya no había salida. Otra contradicción más para una vida construida a base de éstas.

-Laisha –repitió en un susurro, había leído alguna vez que ese nombre, de origen mediterráneo, significaba «la que brinda defensa» y no pudo pensar en algo que viniera mejor para la situación, iba a contestar con su propio nombre pero ¿realmente importaba?, antes de tener una respuesta a la interrogante que se formuló en su cabeza ella dejó aquella otra cuestión al aire y entornó los ojos. Deseaba muchas cosas, y ninguna se iba a cumplir pronto, deseaba, desde que dio el primer suspiro sobre la tierra, morir y dejar de sentir tanta congoja; resultaba una pena pensar que ahora le era más difícil cumplir ese único deseo real. Se acercó a ella y con las yemas de los dedos acarició la mejilla de la chica, retiró algunos mechones de cabello del cuello –deseo lo que tú quieras darme –le susurró cerca del oído, suave, bajo pero claro para que pudiera escucharlo a pesar del ruido del lugar.

Se separó después y bebió de un solo trago el líquido ambarino depositado en su vaso, dejándolo sobre la barra, estiró su mano como si la invitara a bailar y sonrió de nuevo. No, ella no tenía culpa del desencanto que lo azoraba, la desgracia que como buitre lo sobrevolaba esperando el momento ideal para caer sobre él, no tenía culpa de que fuera un tonto; Laisha, la que le brindaría defensa esa noche, merecería que pusiera su mente en blanco, que sus manos sólo la tocaran a ella, y sus labios sólo la besaran a ella, que sus palabras sólo se dedicaran a versar sobre su belleza y sus esfuerzos a complacerla.

Mañana ya tendría tiempo de seguir regodeándose en su miseria, esta noche no podía ser desaprovechada. Esperó a que Laisha lo tomara de la mano para dejarse guiar fingiendo que no conocía el protocolo, que no conocía los pasillos de ese sitio, podía llevarlo al inframundo mismo, si eso era lo que ella deseaba, de ser así, él lo deseaba también.
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Mensaje por Laisha Roux Mar Dic 20, 2011 2:00 pm

Ropas finas, una exquisita fragancia, sus buenos modales y un porte exquisitamente elegante era lo que caracterizaba al caballero de mirada triste. Así sería como lo llamaría Laisha para sí misma “el caballero de la mirada y sonrisa triste” aunque lo mirase sonreír para ella siempre sería el caballero de la mirada y sonrisa triste. Su sonrisa no lograba engañarla. La tristeza que portaba y que intentaba no transmitir difícilmente podría ocultarse al menos a ella no se lo ocultaba. Tal vez no llevaba demasiado tiempo en este trabajo pero si el tiempo suficiente para aprender a conocer a los hombres, sabia a la perfección cuando decían la verdad, cuando mentían, cuando solo jugaban, cuando solo buscaban diversión a costa de lo que fuera incluso a través de la violencia, cuando solo venían buscando compañía y recibir un poco de cariño, cuando simplemente necesitaban quien los escuchara y cuando acudían con la imperiosa necesidad de olvidar tan solo por un corto lapso de tiempo las penas que les aquejan aunque al cruzar las puertas del burdel nuevamente volvieran a su triste realidad.

Esos ojos ajenos se fijaron y la eligieron a ella incluso sin buscar a ninguna otra en el lugar. Silenciosamente Laisha le estaba inmensamente agradecida por haberla elegido. Se sentía tan complacida de ser la compañera de ocasión por unas horas de este caballero que más que su trabajo lo considero un verdadero privilegio y placer. Un privilegio que no pensaba desperdiciar, que no pensaba tirar por la borda. Ella se desviviría por complacerlo y hacerlo olvidarse del mundo entero y concentrarse tan solo en ellos dos, en lo que ambos necesitaban. El necesitaba alguien que le hiciera olvidar, que le hiciera sentirse querido, necesitaba fuerzas para continuar con su quizás muy pésima vida, ella necesitaba sentirse una mujer de verdad y no una prostituta, necesitaba saciar la sed de caricias sinceras, tiernas y cariñosas: Estaba segura que ella podía darle lo que él necesitaba y viceversa, él era el hombre perfecto para obtener lo que ella necesitaba. La enorme atracción de la joven cortesana por el hombre a su lado era el ingrediente perfecto para que ambos obtuvieran el beneficio deseado. Laisha estaba dispuesta a llevar a la realidad su propia fantasía con su hombre de mirada y sonrisa triste.

Bebía con delicadeza de su whisky sin apartar su ingenua, sensual y coqueta mirada de su atractivo acompañante. A pesar de estar tan concentrada en su coquetería un escalofrío recorrió su cuerpo entero cuando repitió su nombre en un muy suave tono de voz. Escucharlo pronunciar su nombre la hizo derretirse por dentro. Se escuchaba tan bien en su boca que deseo escucharlo repetirlo una y mil veces.

Su cercanía, su tacto frío deslizándose sobre la mejilla de la muchacha y ese suave susurro a su oído fue como sentir una explosión en su ser, fue como si un enorme cristal estallase haciéndose añicos en pequeños fragmentos de cristal. Esbozo una amplia sonrisa más que complacida por su respuesta. Le rodeo la cintura con su mano libre y sin soltar el vaso poco a poco acerco sus labios hasta el oído del caballero depositando un pequeño beso en su oreja antes de susurrar a su oído lo que había estado deseando decirle desde que sus ojos se fijaron en él –Deseo darle hasta mi propia vida- le dijo sugerente y esperando comprendiera el trasfondo de sus palabras. Laisha estaba deseando darle todo, todo cuanto estuviera en sus manos, en su cuerpo en su mente y porque no en su corazón viviendo la fantasía de que se entregaba al único hombre capaz de robarle el corazón.

Laisha a pesar de ser muy poco femenino y elegante le paso por la cabeza intentar imitar su gesto y beber el líquido en su vaso hasta el fondo de un solo trago. No, ella no podía permitirse a rebajarse de tal manera ante todo ella siempre actuaba como una fina dama de sociedad en la mayor medida posible. Se limito a beber un poco con toda la delicadeza femenina que poseía.. Dejo el vaso sobre la barra. Lo tomo de la mano y sin mediar palabra más que una picara mirada y una sonrisa coqueta en su rostro comenzó a caminar rumbo a su habitación llevándolo a él tras de ella. Sin soltarlo de la mano Laisha se abría paso entre la gente, el lugar continuaba a tope, hasta que finalmente consiguió llegar al pie de la escalera y entonces si subió a toda prisa como desesperada. Si, desesperada era como estaba, desesperada porque esas manos recorrieran su cuerpo y porque esos labios tatuaran su cuerpo con sus besos. Jamás se había comportado así, esta noche parecía ella la cliente y él el proveedor del servicio. Le agrada la idea de imaginar las cosas así.

-Me encantaría conocer su nombre, monsieur- susurro a su oído al cerrar la puerta tras de si una vez que entraron a la pequeña y acogedora habitación iluminada por numerosas velas aromáticas que expandían su olor a rosas por la habitación –espero no tenga inconveniente en dejarme conocer el nombre del hombre que me acompaña- susurro de nuevo a su oído abrazándolo por la cintura y dando pequeños y sucesivos besos en su cuello mientras esperaba escuchar su nombre.


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Mensaje por Invitado Lun Ene 09, 2012 12:06 am

Sonrió ante el sencillo y hasta tímido beso, se sentía intruso en un sitio al que no pertenecía, pero esa era la sensación que siempre lo acompañaba, se sentía un forastero a donde quiera que iba, no tenía por qué ser distinto ahora, incluso en Rusia, el imperio al que servía y amaba, se sentía extranjero. Y luego pensó en ese deseo temerariamente impulsivo de querer entregarle su vida misma, era encantadoramente ingenuo. Posó su mano en su cintura como si no quisiera hacerlo, como si se tratara de un joven que corteja a una muchacha y no sabe cómo actuar. Siempre era lo mismo, los años pasaban sobre él pero parecía no aprender nada; nada de la vida al menos, leía demasiado como para no ser un poco más instruido en ese otro sentido.

Podía sentir cada ligero movimiento en su cuerpo, cómo se estremecía y cómo se tensaba, no quería pensar que era por su causa, o tal vez porque significaba un hombre más con el que tenía que revolcarse para ganar algunos francos. No la podía culpar. Algo en su mirada, sin embargo, contradecía todo aquello que sabía, o creía saber y no entendía qué era, decidió que se trataban de tretas que su mente quería jugarle, de querer fabricar la sensación de que a aquella mujer, a Laisha (ese era su nombre), no le causaba tanta repulsión estar con él.

Estaba rodeada de un aura que le hacía pensar que esa joven podía debía estar en otro lado, no ahí. Demasiado hermosa y radiante como para rodearse de mugre. Sonrió al darse cuenta de eso, que como fueran las cosas, tendría el privilegio de estar con ella por una noche, hacerlo olvidar por una brevedad desastrosa a Freya bajada del cielo al mundo de los mortales. Laisha, esa velada, era su mundo, así debía ser.

Observó con detenimiento cada uno de sus movimientos, fascinante criatura sin lugar a dudas, notó esa especie de elegancia y sutileza estudiada, pero le parecía que detrás existía una chica más franca y salvaje que eso, esa era a la Laisha que quería tener debajo de él en la cama, la verdadera, no la cortesana, sino a la mujer. Siempre que estaba con alguien se empeñaba en entender a esa mujer en un plano más allá del de cliente-prostituta, porque lo merecían, porque eran ángeles suicidas aventándose a un precipicio antes de morir capturadas.

Se dejó guiar sin decir nada, tomó su mano con firmeza diciéndole sin palabras que era suya, por aquel espacio de tiempo, era suya, no podía escapar. Conocía aquel sitio demasiado bien, pero no miró a ningún lado, no miró la puerta de la habitación de su primer encuentro con Magnolia, no miró el rostro de nadie en especial.

Luego estuvieron los dos solos en aquel sitio, entonces se permitió mirar más allá de su nariz, observó el sitio y cerró los ojos para gozar de los aromas, pero por sobre las velas perfumadas, estaba la esencia de esa mujer. Mantuvo la mirada cancelada del mundo para sentir su cercanía, su aliento a whisky golpeando con su fría piel, y escuchar su voz.

-Daniil –no, no tenía inconveniente en decirle su nombre, la abrazó deslizando sus manos por su espalda-, Stravinsky –su apellido, difícil de pronunciar, le pareció que era necesario de ser agregado-, Doctor Daniil Stravinsky –luego eso, a ella qué más le daba si era doctor, un vago o un rey. Sólo estaba dándole vueltas, sólo estaba hablando por hablar. Echó la cabeza para atrás para dejarla hacer su trabajo y suspiró súbitamente para separarse y mirarla a los ojos.

Un deseo comenzó a invadirle todo el cuerpo como la tinta que se propaga en un vaso con agua. La miró un segundo y sin más, junto sus labios con los ajenos; necesitaba besarla, así de sencillo. Fue una necesidad que lo maniató y lo obligó a hacerlo o de otro modo, se consumiría como un papel sin importancia aventado al fuego de una hoguera.
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Mensaje por Laisha Roux Sáb Feb 18, 2012 3:05 am

-Doctor Daniil Stravinsky- susurro la muchacha, repitiendo su nombre con sensualidad, pegándose más a su cuerpo, hasta levantar su rostro y acercarlo al de él hasta casi rozar sus labios con aquellos que su ser se carcomía por sentir de nuevo y alzando sus manos para rodear su cuello. Con sensual delicadeza deslizo su mano hasta su nuca y enredo sus dedos por entre el cabello mientras su otra mano se deslizaba por sobre su hombro y poco a poco subía por su cuello simulando dibujar con su índice pequeños círculos hasta detenerse sobre sus labios –es todo un placer conocerle, en verdad se lo digo….- esta noche Laisha estaba rompiendo esquemas y como no si para ella él no era un cliente, o al menos eso quería imaginar, y ella se olvidaba que la que estaba en esa habitación era la cortesana y no la mujer que habitaba en el interior de la cortesana, mientras le hablaba con su dedo delineaba los labios ajenos –Daniil- su sonrisa coqueta se pronuncio aún más, si es que eso era posible aunque con Daniil nada de lo que estaba sucediendo desde que se acerco a ella era fingido, todo era natural y auténtico -¿puedo llamarte así, verdad?- la mano que antes delineaba sus labios ahora se encontraba ya sobre su cintura deslizándose lentamente hacia sus caderas con toda intención de terminar muy cerca de su entrepierna. Volvió a posar sus labios sobre el delicioso cuello de su caballero de mirada triste. El le permitió por un corto espacio de tiempo deleitarle con sus besos.

Lo que Laisha experimento al encontrarse con su mirada fue algo realmente indescriptible. Esa mirada inyectada de genuino deseo incontrolable termino por cautivar a la joven cortesana y a la mujer oculta en ella. Sintió una punzada en el pecho al recordar lo que por Reika sentía, de igual manera auténtico a todo lo que en este momento al estar entre los brazos de Daniil sentía. Afortunadamente él no le dio tiempo para pensar más. Con arrebato unió sus labios a los de la joven elevándola con ese contacto a la gloria, a la cima del mismísimo cielo. Con ese contacto ansiado, necesitado y desesperado por parte de ambos freno todo pensamiento de la joven y le recordó que su mente solo debía estar en lo que sucedía entre las cuatro paredes que los rodeaban. La obligo a pensar en ellos y solo en ellos y olvidarse del universo entero, las horas que estuvieran juntos no existía nada ni nadie, solo ellos eran el universo entero.

-Besaría una y mil veces estos labios- susurro, agitada aún extasiada y aún sintiendo sobre sus labios ese cosquilleo que los labios ajenos le provocaban, apenas y separaban sus labios pero manteniendo el abrazo que los unía y los hacía parecer solo uno.

Fijo sus ojos en los ajenos. Sonrió al deducir que su mirada seguramente brillaba tan intensamente como los ojos de Daniil. Laisha solo deseo con intensidad una cosa, convertir a Daniil en las horas que él decidiera pasar a su lado en el hombre más afortunado y feliz aunque estaba segura que esa felicidad se esfumaría apenas él abandonará la habitación y pusiera sus pies fuera del burdel. Eso era lo único que lamentaba, tener la seguridad de que la dicha de su caballero de mirada triste volvería a hundirse en el fango de su tristeza, de su amargura y de sus penas. Aparto todas esas seguridades, pensamientos y sentimientos y se centro complemente en “su” Daniil. Si, esta noche era suyo, solo de ella y de nadie más.

Tomo su rostro entre sus manos y lo atrajo hacía ella para capturar sus labios y fundirlos en un apasionado beso, titubeando si despojarse ella misma de sus ropas y luego desnudarlo a él, si esperar a que fuera él quien la despojará de sus ropas o si iniciar a desabotonarle la camisa invitándolo a que él le quitase el vestido. Continuó besándolo con deseo y desesperación mientras que por primera vez en lo que llevaba ejerciendo como cortesana no sabía qué hacer, como si fuera la primera vez que estaba en la intimidad con un caballero cuando aún no tenía un protocolo a seguir del todo claro.

Con temor a equivocarse o de hacer las cosas mal, dio el primer paso, sin dejar de besarle se aventuro y sus manos aunque con delicadeza fueron muy agiles para despojarlo de su saco. Ya estaba hecho más aún así dudaba si continuar con la iniciativa o dejarlo actuar a él. Estuvo segura que de ser la cortesana quien se encontraba disfrutando de Daniil ya se hubiera ella arrancado las prendas y hubiera hecho lo mismo a él, pero no, ella sabía que la que deseaba disfrutarlo era la mujer. Se pregunto si eso él ya lo habría notado, si él ya habría notado que no lo estaba tratando como un cliente, si habría sido lo suficientemente evidente o si detrás de su ingenua sonrisa lograba ocultárselo.

Por fin despego sus labios y para cuando esto sucedió ella ya tenía a Daniil pegado contra la pared. Sonrió traviesa y sin darle tiempo a nada beso de nuevo sus labios, luego su mentón, luego todo su cuello hasta que llego a su oído y susurro con sensualidad –te deseo Daniil- confeso.


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Mensaje por Invitado Miér Feb 29, 2012 9:10 am

Por un segundo traicionero sintió que era correspondido ante aquel beso. Estuvo seguro, quiso creerlo. Escucharla decir su nombre de aquel modo (sólo asintió cuando ella pidió permiso para llamarlo por su nombre, no tenía otro, pensó), ver su reflejo en sus pupilas dilatadas, sentirla tocándolo de aquel modo; si era verdad, si era mentira, él fingiría que no sabía nada, que los nombres de Laisha y Daniil eran una unidad perfecta como dos piezas que fueron echas para embonar, como si entre ambos no hubiese, de hecho, un espacio en blanco que jamás, después de aquella noche, fuese a ser completado otra vez. Esa era la fantasía nocturna en turno, y quién era él para echarla abajo.

Sintió que caía al vacío, se sintió perdido y acorralado también. Pero entonces una mano salvadora lo sacó de aquel atolladero de miseria, tristeza y muerte; era Laisha, la que brinda defensa, según entendía, y hacía honor a su nombre. La miró pasmado, como el tonto que era, al separarse, notó que sus manos, las manos propias estaban torpemente colocadas sobre la cadera de aquella mujer que, sin saberlo (o tal vez lo sabía) lo estaba salvado de seguir regodeándose en su desdichada existencia. Eso era lo que él mejor sabía hacer, pero no por ello significaba que le gustara, estaba acostumbrado, eso era distinto, y sabía bien, que nunca debió habituarse a ello.

Alzó ambas cejas al escucharla hablar, si aquello que había dicho había sido como parte de una bien estudiada actuación, le había salido perfecto, aquellas palabras se instalaron dentro y calaron hondo, y si no lo era, si escapaban (insensatas) de su boca con sinceridad, era peor. Se preguntó en qué momento de su vida, y no vida, las mujeres cobraron tanto poder sobre él, fueron ellas, siempre, las que más daño le habían hecho, pero también, era en su regazo el sitio en donde siempre encontraba consuelo. Lo confirmaba estando frente a Laisha, que con una sencilla frase lo animaba a seguir su travesía infinita y a la vez lo destruía. Tragó saliva incapaz de decir algo.

No fue necesario más, ella lo volvía a besar y a pesar de que su fuerza era superior, fue empujado hasta quedar contra la pared. Estaba completamente aturdido, incapacitado para hacer o decir algo. Cuando el saco cayó al suelo fue como si un interruptor se accionara en su interior, y luego sus palabras, de nuevo con aquella voz dulce y sensual a partes iguales, lo desarmaba por completo. Echó la cabeza para atrás para dejarla hacer su trabajo pero sus manos, más seguras esta vez, la tomaron de la cintura, hizo ligeramente hacia atrás el cuerpo, lo que podía considerando que ya estaba contra el muro y la miró a los ojos.

-Yo también –respondió con firmeza, aunque su voz queda y ronca por la situación, se inclinó entonces para besarla, la comisura de los labios, luego la mandíbula, el cuello siguió para acercarse a su oído –yo también te deseo –le dijo y la empujó en dirección contraria. Sus movimientos eran algo arrojados, pero cuidadosos en la medida correcta, no quería lastimarla. Una vez que la tuvo donde quería le sonrió y la arrojó con suavidad contra el colchón de la cama.

Él hizo lo mismo y quedó encima de ella, volvió a besarla y sus manos acariciaban donde podían, y cuando se encontraban con un listón o botón, deshacían o desabotonaban, lentamente quitándole la ropa, teniendo así más acceso a su piel, esperaba que ella no notara, o no hiciera evidente al menos, la temperatura que él emanaba, o que no emanaba mejor dicho.

Sus manos se deslizaron por sus piernas y trazó un camino de besos desde su clavícula hasta su cuello, luego se volvió a separar para observarla, era como si quisiera comprobar cada cinco minutos que no era un sueño, que seguía ahí con él, que de hecho lo deseaba como había dicho que lo hacía. Suspiró y soltó el aliento contra aquella inmaculada piel que él, esa noche, iba a mancillar con la suciedad de su existencia.

-Yo… -dijo enfocando su mirada y su concentración en aquel rostro joven y perfecto-, yo no tengo ningún hábito en la cama –confesó-, así que dime qué es lo que quieres –tras decir aquello se sintió un idiota, cómo se le ocurría decir tales cosas. Volvió a suspirar, pero esta vez ese acto fue un ademán nervioso y afectado, la miró con el ceño ligeramente fruncido y pensó que eso que había dicho no había estado tan mal, que si seguía con la línea que había trazado, o quería imaginar que había trazado, iba a estar con Laisha la mujer, no Laisha la cortesana, y por lo tanto, la complacería como ella lo complacería a él.
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Mensaje por Laisha Roux Dom Mar 25, 2012 2:38 am

Desde cuando la joven se permitía sentir, se permitía expresar sus deseos, se permitía dejar en total libertad la mujer oculta tras la cortesana. Es posible preguntarlo, es posible no tener respuesta a esos cuestionamientos. Imposible. Desde el momento mismo en que él puso un pie en la puerta del burdel. Jamás de los jamás se reprimiría por no haber abandonado su puesto de trabajo esa noche como lo deseaba hasta el instante mismo en que los oscuros ojos y el contenido corazón de la muchacha fueron asaltados, conmovidos, cautivados por semejante hombre.

Este sería el más profundo secreto de la menor de las Roux. Aprendería a seguir adelante con semejante fragmento de su vida tan fielmente guardado en lo más recóndito de su corazón, solo para ella y quizás algún día lo compartiría solo y solo con quien fue el protagonista en su historia, Daniil. Nunca le había ocultado nada a Reika.. Ahora la sola idea de que esta vez le ocultaría de este encuentro con el Doctor Stravinsky le inquietaba y le hacía sentirse como una traidora. No, por nada del mundo le contaría nada. La fuerte atracción y el amor que existía entre las hermanas poco le dejarían comprender a la mayor lo que Daniil, sin saberlo, sin planearlo e incluso sin desearlo, acababa de despertar en la menor y que poco a poco entre más lo tenía cerca, entre más gozaba de sus manos desviviéndose por colarse entre sus ropas y entre más esos apetecibles labios se deshacían en probar la piel joven de la muchacha y en tatuar los labios en los ajenos más deseaba ella abandonar a la cortesana, olvidarse de que existía en ella. Esta noche era simplemente, Laisha Roux, la verdadera.

Mantenía su sensual y traviesa sonrisa mientras se esmeraba por deleitar al hombre. Recorría el cuello ajeno con sus labios con lentitud pero con fuerza aunque simulando suavidad en sus movimientos y profundizando el contacto cada vez que sus labios succionaban con delicadeza y sensualidad. Ahí manteniéndolo contra la pared se daba el gusto y el placer de demostrarle que ella era capaz de llevarlo a una dimensión desconocida. Contuvo el aliento pues tuvo duda de si había sido un tanto ruda o de si había hecho algo que lo incomodo cuando a como le fue posible se separaba un poco de ella. Respiro de nueva cuenta cuando las manos ajenas bajaron con delicadeza y la tomaban de la cintura con fuerza, con posesión pero sin llegar a lastimarla. Parpadeo un par de veces incrédula de lo que escuchaba….él también….por largos segundos, mientras la besaba mientras trazaba un camino de besos desde su mandíbula hasta su cuello y hablarle al oído, Laisha sentía que moría, sentía que moriría sin escucharlo decirle que él también la deseaba. Cuando finalmente lo escucho fue como si una fuerte descarga la recorría de cuerpo entero y como si algo la cegara por completo y la hiciera perder el conocimiento. Tonto fue el impacto que provocaron sus palabras que ella ni cuneta se dio de nada de lo que sucedió después. Solo recuerda como ella lo tenía pegado contra la pared y ahora ella ya estaba tumbada contra el colchón y con Daniil sobre su cuerpo.

Quien lo iba a decir, así, como se encontraba en este momento la chica se sentía la mujer más dichosa sobre la faz de la tierra. Aunque eran cariños distintos, si cariños distintos el que hoy se había despertado en ella por él y el que por su hermana sentía, sin estar enterada ella misma estaba amando y dejándose amar sin condiciones ni medidas por un desconocido, por el que ella aguardaba sin saberlo y al que sentía que lo conocía de toda la vida.

Correspondía gustosa a los dulces reclamos de los labios de Monsieur Stravinsky. Su cuerpo reaccionaba a sus besos a sus sutiles y expertas caricias. Cada vez que sentía como tiraba de algún listón de su vestido una parte de su piel se erizaba y la hacía desearlo con mayor intensidad. Poco a poco su piel iba quedando al descubierto para quedar expuesta ante los ojos ajenos y dispuesta a ser amada como nunca antes otro hombre lo había hecho.

Laisha por su parte hacía lo suyo sin dejar de corresponder a sus besos ávidamente sus manos desabotonaron uno a uno los botones de su camisa dejando al descubierto el pecho y al abdomen del hombre. La calidez de las manos de Laisha recorrían esa piel, se esforzaban y se desvivían por transmitirle su calor y su deseo. Contuvo un gemido cuando tras la caricia entre sus muslos sus miradas se encontraban. Levanto sus manos y tomo entre ellas el rostro triste de Daniil –Esto no es un sueño- sonrió y lo acaricio con ternura –soy real…..como tan real es mi deseo por ti- dijo sin soltar su rostro y manteniendo sus caricias atrayéndolo después para besarlo con pasión y dulzura.

Aquella confesión la joven no supo bien si creerlo o no. Si era verdad o mentira. Si era un intento de seducción o algo por el estilo, cosa que ya no necesitaba porque más seducida ya no podría tenerla. La sorpresa de poder pedir lo que ella deseaba la dejaba sin palabras. Eso jamás lo había hecho. Daniil había dado en el clavo intencionalmente o no en la mejor manera de dejarla encontrarse y descubrir a la mujer que era –Quiero que me ayudes a descubrirme- sonrió porque eso más que nada había sonado como una confesión –ven aquí, besame por favor- su cuerpo ardiente se removía inconscientemente bajo el cuerpo de Daniil –quiero descubrir contigo el placer de sentirme verdaderamente deseada y amada- susurro sobre sus labios y lo beso de nuevo –quiero que te entregues a mí y que te olvides mientras estés conmigo del mundo entero- las manos de la joven se posaron a los costados de su compañero, sobre su cadera y se aferraron a él empujándolo contra ella misma –quiero que descubramos juntos mis hábitos y manías en la cama- un gemido inundo la habitación –¿Daniil, estas dispuesto a darme lo que quiero?- pregunto con la respiración contenida y ardiendo de deseos porque ambos dentro de muy poco estuvieran completamente desnudos disfrutándose mutuamente al máximo.


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Mensaje por Invitado Dom Abr 08, 2012 2:19 am

Esa noche, al decidir que quería alejarse del caos de su realidad no se imaginó en verdad que se toparía con algo más que una cortesana que haría su trabajo y luego le diera una patada fuera de la cama, lista para su siguiente cliente; tiempo es dinero. Pero Laisha era todo esa noche, todo menos eso (una cortesana), y cuando pensaba en la totalidad que cubría la noche, y sus pensamientos, y su alma o el agujero donde alguna vez tuvo una labrado en el pecho, era en verdad absolutamente todo. El universo se redujo, así en un chasquido de dedos, así en una mirada y en un par de palabras que bien podían ser producto de una excelente y bien estudiada actuación, al interior de esa habitación, un cosmos delimitado por cuatro muros profanos de un burdel, y a ellos dos; un choque de estrellas, el movimiento de las galaxias, las constelaciones enteras, Daniil estuvo seguro que pudo verlo y sentirlo todo en la piel y el aroma de la mujer que derrumbaba castillos que se atrevió a construir a base de absolutamente nada. Porque nada era lo que tenía entre las manos.

Y ni la catedral de Saint-Denis, y ni las calles de París, y ni Freya que había bajado del Valhala sólo para herirlo más de lo que ya estaba, nada pudo eclipsar el fulgor de la mujer que ahora tenía bajo su cuerpo, ansiosa por él, ansioso de ella. Iba a olvidar, ¿después de todo no había ido a eso a ese lugar? Se había lanzado a un precipicio, lo supo, pero no contaba con que ella lo recibiría en su regazo antes de dejarlo caer.

Cuando ella logró desabotonar la camisa, él se irguió un poco sólo para dejar que la deslizara lejos de su cuerpo. Piel contra piel, de a poco, tortuoso pero necesario, quiso tener algún tipo de magia para poder adelantarlo todo, tenerla desnuda, estar desnudo él también, pero supo que todo aquello era ineludible, ayudaba a construir el deseo, aunque él ya no podía desearla más. Perfecta, protectora, salvadora sin saberlo.

La miró entonces, recargado en ambos brazos tensos para poder ver su rostro completo, la escuchó, quiso decir algo pero sus besos lo callaban y era mejor así, porque de todos modos no sabía qué decir. Sentía que cualquier cosa que dijera en ese momento se escucharía estúpida proferida por sus labios, entonada por su voz de pobre diablo, roto. Él estaba roto pero esa noche Laisha hacía el intento por remendar un poco las rasgaduras; le agradecía por ello, agradecía su esfuerzo aunque sabía que él estaba más allá de cualquier reparación.

Entonces la volvió a mirar, seguía ahí, no había huido, porque si lo hacía no la culpaba, pero había decidido quedarse y esbozó la sonrisa más tonta de su repertorio de sonrisas tontas. Era incapaz de vestir otra expresión, era un tonto, ¿cómo se suponía que iba sonreír sino así? Y asintió acercándose a Laisha, besándola en el cuello y cerca del oído.

-Lo haremos –le dijo muy quedo, cerrando los ojos demasiado consciente de sí mismo en ese momento, habló de ambos porque ambos eran lo mismo en ese instante-, te descubriremos, déjame hacerlo –fue como si pidiera permiso aunque éste ya le había sido concedido-. Te deseo y te quiero –la quería desde ya, porque más allá de ser la cortesana que tuvo la mala suerte de compartir esa noche con alguien tan dañado como él, se había vuelto un ángel redentor.

Entonces decidió que no podía aguardar más y terminó por quitarle lo que restaba del vestido, lo dejó caer en el suelo sin dar mayor importancia y se colocó a un lado de ella quitándose de encima, la observó ahora sólo en corsé y comenzó a acariciar, a trazar círculos que bien podían hablar en otro idioma, uno desconocido y olvidado, por el intricando detalle que daba Daniil con la yema de sus dedos. Finalmente su mano llegó a la orilla de las únicas prendas que ahora se interponían y comenzó a deshacer listones y quitar poco a poco, le sonrió, ni un segundo dejó de mirarla a los ojos, aunque se sentía profundamente avergonzado, como si fuese su primera vez, como si de nuevo se tratase de ese estudiante de Medicina que fue alguna vez; post-adolescente que tiene su primer encuentro de aquel tipo. Y sin más, por fin la tuvo desnuda y aguantó la respiración al observarla, hermosa, radiante, bienhechora que ha de refugiarlo en su regazo, pues era un niño sin casa, sin padres y sin nación buscando consuelo y abrigo.

-Te daré lo que me pidas –musitó luego –pídeme las estrellas, y las traeré a ti, aunque tenga que morir para llegar a ellas –habló con vaguedad y aire entoldado. Morir era un concepto complicado, por decir lo menos, para él. Debía evitar la muerte del prójimo como médico que era, propinaba muerte cuando sus impulsos eran imposibles de controlarse, y deseó la muerte tanto, aún la añoraba como un eterno enamorado, que finalmente murió para no morir jamás-. Pídeme que haga menos obscura la noche, y le encenderé fuego al firmamento –lo decía en serio, Laisha en verdad podía pedirle que cometiera la más grande de las locuras y él la cometería sin chistar ni oponer resistencia.
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Mensaje por Laisha Roux Miér Mayo 23, 2012 12:52 am

Se sentía tan identificada con él y su vez creía que todo en ellos difería. Sentía que las historias de sus vidas en algún punto se entrelazaban, que eran muy parecidas, que ambos aguardaban sufrimientos en su corazón como si de un tesoro se tratará y a la vez sus vidas eran completamente distintas. Se sentía tan ausente y presente a la vez. De no ser por sus besos, sus caricias, su mirada que le recordaban, le reafirmaban que estaban ahí, juntos, deseándose tal vez como si nunca antes hubiesen deseado a alguien más como si esta fuera su primera vez en todo lo que se refiere en el ámbito de la intimidad. Eran dos completos desconocidos que nunca antes sus caminos se habían cruzado y a la vez era como si desde el inicio de sus existencias de el uno y el otro ya hubiesen tenido marcado semejante encuentro. Como si un propósito especifico los uniera, los compenetrara mucho más allá de lo que ambos hubiesen querido y deseado. Era como si una fuerza sobrenatural dominará el mundo, el universo que ellos creaban dentro de esa habitación.

Repasaba en su mente esa peculiar sonrisa, justo antes de que volviera a recorrer su cuello con sus besos, tan triste y tan dulce a la vez. Jamás olvidaría esa sonrisa, tan definitiva, esa sonrisa que marcaba la puerta al paraíso mismo del que no deseaba salir nunca.

El doctor la trataba como si fuese su joya más preciada, como si fuera lo más querido, lo más valioso para él, lo más valioso incluso que su propia vida. La tenía cautivada y seducida completamente, anonadada. Ahora era ella quien con toda seguridad reflejaba confusión en su rostro. De pronto todo lo que estaba aconteciendo le parecía tan solo un sueño, una jugada que la vida más tarde que temprano la haría caer desde lo más alto del cielo. Sintió miedo, mucho miedo. Aprovecho que la besaba en los labios para atraerlo con fuerza hacía ella, para sentir aquel cuerpo encima de ella vibrar tal como vibraba el suyo propio intentando alejar ese pensamiento de que esto era solo un sueño.

Luego de los labios de Daniil brotaron las palabras -Lo haremos…….te descubriremos, déjame hacerlo– la joven sintió un gran alivió pues él estaba dispuesto y decidido a cumplirle todas y cada una de sus peticiones y luego sus próximas palabras aquellas que por más caballeroso que fuese jamás imagino y espero escuchar de sus labios –te quiero– le hicieron vibrar nueva y completamente el cuerpo y hasta el alma misma –Da…Dan….iil….yoooo…..- un beso fugaz sello sus labios y lo que sus manos hacían la mantenían conteniendo el aliento con la respiración entrecortada y el corazón latiendo desmesuradamente. Su vestido luciendo anteriormente sobre su cuerpo ahora yacía sobre el suelo. El rubor corrió por sus mejillas intimidada, más no avergonzada, como nunca antes al notar esos obscuros ojos posarse sobre su cuerpo a medio vestir una vez que se quito de encima de ella y se acomodo a su lado. Sin mediar palabra alguna Laisha clavo la vista sobre Daniil quien se entretenía admirándola y propiciando seductoras caricias sobre su vientre con tan solo la yema de sus dedos, con las cuales en cualquier momento lograría hacer hablar hasta el último poro de la piel de la joven. Las caricias cesaron mas su mano no se aparto de ella. Con delicadeza bajo de a poco y lentamente –Aaaaahhhhhh- un inevitable gemido se escucho apenas daba el primer tirón a los listones del corsé. Fijo su mirada en la ajena, le correspondía la sonrisa y la mantenía así como también el rubor en sus mejillas a esta alturas no sabía si se debía al inmenso calor que su cuerpo experimentaba o a si esa misteriosa mirada aún la intimidaba. Sus movimientos fueron lentos y pausados más aún así la demora en deshacerla por completo del resto de sus prendas no fue mucha.

Le miro traviesa, deseosa, seductora mordiéndose el labio inferior cuando a él parecía que el tiempo y el corazón se le detenía ante su desnudez. No aguardo más y se levanto para buscar espacio entre las piernas de Daniil y ponerse de rodillas frente a él. Su inclino y poco a poco acercaba. Conforme se acercaba los pechos de la joven rozaban contra el vientre, el abdomen, el pecho desnudo de Daniil hasta que su rostro llego al destino deseado, frente a su rostro. –También te quiero- susurro sobre sus labios sellando luego su confesión con un profundo y marcado beso. Luego lentamente aparto su rostro y mientras su cuerpo bajaba de nuevo acariciaba su rostro con ternura. Esa caricia poco a poco fue bajando para ir al encuentro y en ayuda de lo que su otra mano intentaba hacer sin conseguir éxito. Las miradas entre ambos se clavaban, se mantenían mientras ahora con ambas manos hábilmente desabrochaba el botón y la cremallera del pantalón. Mientras ella lo deshacía de su pantalón y del resto de su ropa él le prometía cumplirle cualquier cosa que ella le pidiera –quiero que esta noche crees un mundo solo para ti y para mi- le pedía cuando ya lo tenía completamente desnudo y se colocaba cuidadosamente a horcajadas sobre Daniil. Contuvo el aliento cuando sus sexos entraron en contacto y mantuvieron ese tan deseado roce –Quiero que detengas el tiempo y que esta noche sea eterna- era consciente de que todo lo que se construía hoy, ahora entre ellos después de esta noche terminaría y si él estaba dispuesto a hacer lo que ella le pidiera ella quería pensar que su petición sería cumplida aunque fuese un imposible. Así montada sobre él de nueva cuenta se inclino buscando la suavidad de sus labios. Lo beso con suavidad y pasión –has eso por mi- musito sobre sus labios con voz dulce, suave y con deje de melancolía y deseo le suplicaban porque su deseo fuese cumplido.


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Mensaje por Invitado Mar Jun 05, 2012 7:45 pm

Era una locura, claro que lo era. Daniil tenía miles de defectos, pero ser mentiroso no era uno de ellos; lo que le estaba diciendo a Laisha esa noche era la verdad más desnuda de todas las verdades, tal vez no se lo estaba diciendo por completo, no le decía los motivos de su descabellada declaración de quererla, no se iba a poner a explicarle que una mujer lo hirió de muerte y necesitaba con urgencia ser sanado y que esa velada, le había tocado a ella, por destino o por azar, ser esa que besara y vendara sus heridas; las del pasado y las recientes, porque era un adalid desventurado que había librado muchas batallas ya, y que de muy pocas había salido victorioso, si no es que de ninguna. Pero no mentía en esencia, la quería por convertirse en esa suerte de heroína y damisela en peligro, tan necesaria para un sujeto tan triste como él, necesitado de sentirse requerido.

Estiró su mano para delinear su rostro, con sumo cuidado, siempre era así, con todas porque todas lo valían, con ella en especial, porque en aquella ocasión era lo más importante en el mundo, lo único, la que se había atrevido a levantarlo del suelo, la que había querido ayudarlo en su zozobra –constante, persistente- y por ello se esforzaba en cada uno de sus movimientos. Se dejó desnudar por ella sin apartar su mirada de sus movimientos y sus gestos, desde el más dulce y tierno, hasta el más provocativo, esa mujer podía pasar de uno a otro en cuestión de segundos y el vampiro no iba a mentirse, lo disfrutaba, disfrutaba de cada reacción que ella tenía y más aún, saberse gran provocador de muchas de ellas. Soltó una risa, una risa lo mismo tímida que cómplice y la tomó con firmeza de la cintura, fue a decir algo pero los labios ajenos se lo impidieron y así fue mejor, de todos modos no sabía qué decir. Tenía la firme creencia que lo que se hacía en momentos de silencio, gestos, ademanes, acciones, todo hablaba aún más fuerte que las palabras, y ese beso se lo dejaba demostrado, ¿para qué hablar cuando en un acto como aquel se gritaba todo lo necesario? Cerró los ojos ante las palabras previas, mismas que hoy lo curaban y mañana dolerían como duele cada vez que una parte importante es arrancada, la rodeó por la cintura,

El frío, irrelevante para un vampiro como él, lo golpeó como loza que cae del techo cuando finalmente no tuvo ninguna prenda sobre su cuerpo, pero pronto la sensación se vio sustituida por el calor del cuerpo ajeno que se acomodaba sobre el suyo de nuevo. Abrió los ojos para contemplarla y gimió cuando sus cuerpos, sus intimidades finalmente hicieron contacto, un sonido inaudible, más un suspiro avergonzado que otra cosa y asintió.

-Lo haré –dijo con firmeza. Ambos sabían de la imposibilidad de cometer las peticiones de Laisha, pero ambos sabían también que ahí donde estaban era su deber y obligación creerse todo lo que se dijeran mutuamente, que se querían y que el tiempo podía detenerse con las manos desnudas, que se le podía prender fuego a la noche, aunque Daniil sólo viera lumbre en los ojos ajenos-, por ti, por siempre –le dijo y clavó sus dedos en la nívea piel ajena, se asió con más fuerza de sus caderas y la empujó finalmente hacia abajo para finalmente penetrarla. Quiso gozar de cada uno de sus gestos pero no pudo, cerró los ojos cuando la sintió deslizarse suavemente sobre él, empujó su propia cintura y caderas un poco para poder llegar más lejos y una vez que fue imposible ir más adentro se detuvo, la dejó acostumbrarse a él, abrió los ojos lentamente y la miró.

La posición en la que estaban lo decía todo, resumía no sólo ese encuentro, sino su vida y existencia en general, siempre sometido a las mujeres, mirándolas con devoción hacia arriba porque eran simplemente imposibles de acceder para él. Y Laisha esa noche era ese objetivo de su adoración, y para Daniil no existía criatura más perfecta para serlo. Aguardó a recibir alguna señal para continuar, pero su instinto, básico y animal, lo obligaban a moverse, a comenzar esa danza que los conduciría a los dos a un lugar inequívoco e intangible.

-Ayúdame –pidió, suplicó –ayúdame a transformar este momento en una eternidad –completó la frase anterior. Sí, haría lo que ella le pidiera, pero también sentía que era completamente inútil sin la ayuda de su salvadora.
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