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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Marie Anne Boucher Lun Nov 28, 2011 12:13 pm

La vie à Paris. Rlz81h

Aunque mi idea original era llevar un diario, no sé en que pueda llegar a transformarse esto. Quizá, con el tiempo, decida darle otra utilidad. Pero esta noche no puedo dormir, estoy desvelada, no por nada en especial, no se trata de esas noches en que un pensamiento me da vueltas en la cabeza y me hace imposible concentrarme en cualquier otra cosa. Es una noche bastante agradable, el otoño siempre fue mi estación favorita. No hay nadie en casa, más que alguna sirvienta, que en este momento estará durmiendo. No puedo acostumbrarme a estar soledad. A veces siento que acabaré perdiendo la cabeza. Desde que leí las escrituras de Monique creo que soy capaz de muchas cosas. Voy a relatarte lo que sucedió hoy…

Desperté más temprano de lo habitual, pues había algo que me incomodaba. Me incorporé en la cama, todavía confundida y me di cuenta que estaba transpirando. Los cabellos se me pegaban en la frente y sentía la ropa húmeda. Me dio asco. La habitación estaba completamente a oscuras. La chimenea de mármol dejaba morir las últimas brasas del fuego de la noche. De pronto sentí una presencia, unos ojos que se clavaban en mi, demasiado fuertes y vacíos como para tratarse de los ojos de un mortal. Recorrí con la mirada toda la habitación. Allí estaba él, tan calmo y atento como siempre. Clavaba su penetrante vista en mí. Hice una seña con la mano para que se acercara. Sonrió entre las sombras y caminó. Su paso era sereno, apenas hacía ruido con sus zapatos negros en el suelo de madera, pese a ser una criatura alta y robusta. Parecía flotar. Se sentó en la cama y me tomo de las manos. Las noté calientes y sudorosas, como si tuviese miedo. Pero en mi corazón sentía el regocijo de su compañía.

-Mi hermosa dama- Dijo mientras me besaba el dorso de la mano.

Había tanta delicadeza y gracia en sus movimientos, poco parecía haber salido del infierno aquel ser tan magnífico y viril.

No le dije nada, porque él podía leer mi mente.

-Vamos Marie, háblame, como le hablas a tus amigos y amantes, quiero sentirme de la forma que ellos lo hacen contigo.-Susurró.

Le acaricié el cabello rubio. Parecía el cabello de un niño.

Hacía ya tiempo que había aprendido a lidiar con todo esto. Había devorado los gruesos libros y los manuscritos sobre la más oscura de todas las artes mágicas, la nigromancia. Poco a poco fui dominando sus métodos, fui adentrándome e investigando. Vi el futuro muchas veces, ellos siempre me mostraban lo que deseaba ver. Con paciencia e inteligencia aprendí a imponerme antes ellos y me hice más fuerte. Ya no temía de las acusaciones de los supersticiosos miembros de esta sociedad. Ellos jamás lo sabrían, pues yo no era tan tonta como para arriesgarme, sabiendo que la condena podría ser algo peor que la muerte. La Iglesia ha dotado a Satanás de una realeza mucho menor que la que posee en el Antiguo Testamento. Allí, es un personaje secundario. Nosotros, los nigromantes somos los herederos de una antigua tradición, aquella en la cual el demonio es un ser que puede llegar a ser dominado siguiendo los ritos adecuados, como se narra en La Biblia, lo hizo la Bruja de Endor.
Ascher era el más imponente de ellos. Si bien me obedecía, había cierto aire de rebeldía en él. Nunca se puede confiar del todo en estos seres, pero una debe mostrarse tranquila y confiada, pues ellos ven el miedo en nuestros ojos y el miedo nos hace ser débiles, un alma débil puede ser fácilmente manipulada. Cuando quería saber algo, él me lo mostraba. Había reunido el poder suficiente como para materializarse, aunque todavía no era capaz de hacerlo todo el tiempo. Él lo deseaba más que a nada en el mundo, imploraba que lo ayudase. Cuando no se veía así, era solo una sombra más. Una brisa helada que entraba y salía por las ventanas de la casa a media noche. Podía mover objetos si se lo proponía, pero eso le quitaba mucha fuerza y lo enlentecía.

Ascher comenzó a acariciarme el cuello, sus manos se sentían increíbles, eran como las manos de un hombre maduro, grandes pero suaves, y su piel desprendía un exquisito aroma. Sabía que quería tentarme, y que el hecho de que yo estuviera sola y me sintiera más sola aún, le favorecía mucho. Pero yo anhelaba la carne de un hombre de verdad. Y aunque él podía darme el mismo placer que un mortal, e incluso más, no me apetecía aquella mañana.
Lo esquivé con agilidad y me levanté. Me miró confundido, como si aquello le hubiese dolido. Pero no, ellos no sienten.

-Vete, tengo cosas que hacer querido.- Le sonreí.

Fue raro, pues no dijo nada y desapareció detrás del dosel de la cama, como si nunca hubiera estado allí. Siempre tenía algo que decir cuando yo no aceptaba sus besos o caricias, pero esta vez se marchó sin más, lo cual me pareció extraño.

Me bañé y me apronté para bajar a la librería. Más tarde decidí ir por un té al centro de la ciudad. La tarde aconteció sin más, y cuando volví a casa bebí y disfruté de una buena cena, mientras pensaba en lo agradable que sería pasar la noche en la compañía de un hombre… o una mujer. Sopesé la idea de acabar en un burdel. Pero luego decidí que lo dejaría para otro día.

No está mal para empezar, o al menos eso creo. Espero que mis próximas líneas sean más interesantes, o excitantes. Ya lo veremos.


Última edición por Marie Anne Boucher el Sáb Dic 03, 2011 6:39 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Marie Anne Boucher Jue Dic 01, 2011 12:40 pm

No sé cuando comenzó mi pasión por el estudio del cuerpo humano, quizá en el momento que entre los libros de Monique encontré algunos viejos tomos de anatomía, donde se dibujaban con gran detalle órganos, huesos y demás. Pasé días enteros viendo y aprendiendo todo lo que aquellos gruesos volúmenes tenían para ofrecerme.

Pronto comencé a encargar a los grandes anatomistas franceses sus nuevos trabajos, para venderlos en la librería y por supuesto, también para leerlos.

Ascher no dejaba de rondarme mientras yo me perdía horas completas entre las hojas de esos atlas repletos de dibujos de cuerpos completamente disecados. Yo le hacía poco caso, estaba acostumbrada a sus infantiles caprichos de querer ser siempre el centro de mi atención. Luego de insistir por horas, se esfumaba de forma tan repentina como había aparecido, largando algunas frases ininteligibles en latín.

-¿Para qué quieres aprender esas cosas mi adorada?- Me decía el muy tonto.

-Solo me interesa conocer sobre estos temas, no hay nada en particular por lo que deseé aprenderlo.-

-Me siento solo amor mío.-

-Lo siento Ascher, tengo cosas que hacer.-

El comenzaba a desatarme el cabello y creía que seduciéndome conseguiría siempre lo que deseaba de mí. Pero yo contenía mis ganas y le pedía una y otra vez que me dejase tranquila, que no me interesaran sus caricias en ese momento. “¡Es que no lo entiende!, es tan corto de intelecto como un niño de siete años”.

Bueno, el día de hoy no he podido sentarme ni por un segundo a disfrutar mis lecturas, pues la librería estuvo atestada de clientes, y mis empleados no podían con ellos. Así que me vi forzada a permanecer allí durante la mayor parte del día. Alrededor de las seis de la tarde, el movimiento comenzó a menguar y pude volver a mi habitación, no sin antes haberme servido una buena taza de té de canela y unos pastelitos de chocolate.

Ascher estaba parado contra la ventana, viendo hacia la calle. Supongo que no me escuchó entrar, porque no dejaba de fijar su vista en algo que se movía allí abajo. Me senté frente al tocador y me quité los pendientes. Me solté el pelo y lo cepillé durante un rato, mientras veía al demonio caminar hacia mí a través del enorme espejo ovalado.

-Allí fuera hay unos seres que jamás antes he visto.- Me dijo en un susurro.

Lucía como un hombre alto y rubio, la mayoría de las veces tomaba la misma forma. Pero hoy su figura era menos nítida de costumbre, como si estuviera cansado y sin energía.

-Lo sé- Respondí sin mirarlo- Yo también los he visto, puedo sentir algo extraño en ellos, algo sobrenatural.-

-Eres mi bruja favorita mon amour, más hermosa y poderosa que tu madre, incluso que Monique.- Te amo y deseo darte todo lo que me pidas.

-Yo también te amo. Pero ahora solo quiero descansar.-

-Esta bien, yo también estoy cansado.-

Y sin más desapareció de mi lado. “Unos seres que jamás había visto” pensé. Yo si los había visto, caminando entre las sombras, en los callejones más oscuros de la ciudad, y algunas veces a plena luz del día. Eran hermosos y codiciosos, pero eran dignos de admirar.

Me acosté y apagué la lámpara de la mesita de noche, cerrando los ojos y deseando soñar que era una de ellos.


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Mensaje por Marie Anne Boucher Dom Dic 04, 2011 3:33 pm

Oui, je le crois, je veux le croire, mais quelles sont
Ces ombres qui emportent le miroir?
Et vois, la ronce prend parmi les pierres
Sur la voie d'herbe encore mal frayée
Où se portaient nos pas vers les jeunes arbres.
Il me semble aujourd'hui, ici, que la parole
Est cette auge à demi brisée, dont se répand
A chaque aube de pluie l'eau inutile.

La vie à Paris. 16i5y75

No le temo a la soledad, es solo que cuando menos lo espero me ataca por la espalda, como un sentimiento traicionero, que aguarda hasta encontrame en un momento de debilidad.

Mientras dormía tuve un sueño, me veía sentada en la proa de un viejo barco, no muy grande, amarrado en un puerto, que reconocí con rapidez, era el de Edimburgo. Los pisos eran de madera oscura, corroídos por la sal que flotaba entre las gotas de agua que salpicaban constantemente. Olía a mar y el viento era como un susurro en mis oídos. Las velas que se desprendían del poderoso mástil estaban desgarradas, amarillentas pero aún se erguían orgullosas de haber soportado cientos de tormentas. Era el eterno navegante de un oceano infinito. De pronto apareció Monique, al principio como una sobra apenas definida, luego su figura se hizo más clara, era una imagen espectral, efímera. Tenía una mueca horrible en su rostro, el cabello blanco manchado de sangre. No podía hablar con palabras pero yo oía lo que estaba pensando, y luego alguien cantaba la estrofa de ese viejo poema, mientras ella intentaba decirme algo desesperadamente. El cielo se oscureció con un estrépito que me hizo temblar y comenzo a llover de forma tan copiosa que sin dudarlo ni un in corrí a refugiarme perdiendo a la anciana de vista.

Desperté y me quedé tendida varios minutos, con los ojos abiertos en la penumbra de mi dormitorio, no pensaba en nada. Apenas distinguía las formas de los muebles, unos rayos de la luz de las farolas de la calle se derramaban sobre el suelo. Me senté en la cama y encendí la lámpara. Estaba bastante perturbada, sin duda mi abuela quería transmitirme algo importante, pero yo no podía descifrar que era.

Busqué a Ascher, pero no estaba allí, deseé invocar su nombre, pues quizá el podía interpretar el sueño con mas claridad, pero casi por sorpresa me encontré pensando en los viejos papeles que me había heredado mi anciana abuela.

Hurgué entre miles de hojas viejas escritas con tinta negra. Algunos papeles estaban tan deteriorados que apenas podía leerse lo que habían plasmado en ellos. De pronto mis dedos tantearon un pequeño libro de tapas duras. Lo tomé y acerqué la lampara para leer lo que decía. Contuve mi sorpresa llevandome la mano a la boca y ahorgando un gemido.

En la gastada tapa roja, unas letras doradas anunciaban con altivez “Memorias de Lady Steiner”. Monique Steiner, cuyo nombre de casada era Monique Crane, mi abuela.

Senti el corazón latir tan aprisa que parecia salirse del pecho, algo en mi interior me decia que habia llegado el momento en que se aclararían unas cuantas cosas dentro de mi cabeza. Dejé el diario sobre la mesa y fuí a la cocina por una taza de té, sería insensato despertar a la servidumbre por un poco de agua caliente.

Al volver observé una hoja tirada bajo la mesa, pensé que el deplorable estado de aquel texto había llegado al punto en que sus páginas no tenían ya de donde prenderse. Cuando estuve un poco mas cerca ví que en realidad se trataba de un dibujo... el retrato de un hombre, su rostro claramente familiar, no era ni más ni menos que el de Ascher.

Y otra vez la aceleración del pulso... presentía algo increíble, entre esas lineas había más que chismes y sueños que mi abuela nunca había podido cumplir. Allí estaba la verdad sobre nuestra ascendencia.


Última edición por Marie Anne Boucher el Dom Dic 04, 2011 7:29 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Marie Anne Boucher Jue Dic 08, 2011 10:12 am

Organicé mis pensamientos y me dispuse a leer las memorias de mi abuela. Se remontaban al año 1720, cuando Monique era apenas menor que yo. He decidido citar aquellos pasajes que me parecieron más relevantes. Luego de que tenga recopilado lo que deseo, y con gran pesar, quemaré el viejo diario, pues si cae en las manos equivocadas me traerá serios problemas.

“17 de enero, 1720.

(...) Mi madre me ha enseñado el collar. Creo haberlo visto colgando de su cuello en varias ocasiones, en las últimas fiestas, donde nos reunimos todos los habitantes del pueblo. Aunque no he tenido la suerte de ver buenas joyas en muchas oportunidades, sé que es de la más fina plata, una serie de hilos, apenas más gruesos que un cabello, trenzados entre sí, uniéndose en la parte anterior de pecho mediante una piedra brillante y transparente. Es bellísimo. Ella me dijo que su madre se lo entrego cuando cumplió 15 años, como lo había hecho la madre de ella y que venía de varias generaciones atrás, desde una mujer, llamada Bettine, una ancestro nuestra, que le entregó mucho oro a un joyero y le dio indicaciones específicas de lo que quería. Bien, mi madre dice que el que diseño el collar fue Ascher, y que es el símbolo del poder de sus brujas. (...)”

Aquí hacia la primer mención al collar y al espíritu. Supongo que Bettine fue la primera bruja del clan y que a partir de ella todas las primogénitas mujeres de la familia nacían destinadas a llevar el collar y ver a Ascher. Había una serie de garabatos dibujados a los lados de las páginas. Pude distinguir algún rostro, pero no hacia alusión a ellos en el texto. No tenía tiempo de leer más, y tuve que reprimir las ganas de llamar a Ascher y pedirle que me lo contara todo, pero quizá sean más sensatas las palabras de mi abuela que las historias que sea capaz de contarme el espíritu. Sé que me oculta cosas, y también se que si se lo echo en cara diría que es por mi bien. Así que no me queda otra opción que el camino largo. Todavía no se ha dado cuenta de que encontré el viejo libro, pues si lo supiera estaría implorándome que lo dejara, que olvidara las cosas del pasado, que los muertos están muertos y no conviene hurgar en sus memorias.

Ahora bajaré a cenar y a leer un poco. ¡Y casi lo olvidaba!, ayer recibí en la librería a un prestigioso anatomista francés, cuyo apellido era Moreau. Pasamos largo rato hablando tonterías y cuando le comente mi pasión sobre la anatomía humana me concedió el honor de visitar su cátedra y de aprender con él, cuando tuviese tiempo. Casi no podía disimular mi felicidad y en gesto de agradecimiento le regalé el libro que pretendía comprar.

Si la obsesión por conocer todos los detalles sobre mi familia no me mantiene encerrada en mi casa, el lunes por la mañana visitaré al tal doctor Moreau. Confío en que podría llegar a ser su mejor discípula.


Última edición por Marie Anne Boucher el Jue Dic 08, 2011 5:29 pm, editado 2 veces (Razón : Ortografía.)


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Mensaje por Marie Anne Boucher Dom Dic 11, 2011 8:21 pm

La vie à Paris. Qpi041

Han pasado varios días ya desde la última vez que escribí. Apenas me he preocupado en seguir leyendo las memorias de Monique, pues estoy asistiendo a las clases del doctor Moreau y sigo vigilando que todo funcione como es debido en la librería. He aquí el relato de lo que ha sucedido:

Ayer por la tarde, luego de asegurarme que no quedaba ningún cliente insatisfecho, volví a casa en busca de mi abrigo y mi bolso con los libros. Le pedí a Anette que preparara la cena a eso de las diez de la noche y salí, no dudo que mi rostro tuviese una sonrisa enorme y grotesca, pues estaba demasiado entusiasmada. El aire se movía fuera con una cierta dulzura, casi imperceptible, solo delatado por el movimiento de las hojas más altas de los árboles, la ciudad perecía dormida. El despacho y laboratorio del doctor se encontraban no muy lejos del hospital, así que, aprovechando el buen clima que el otoño me regalaba, decidí caminar, disfrutando de los últimos rayos del tibio sol, que se alejaba, ocultándose en el imaginario horizonte, glorioso y rojo, en un cielo de mil colores.

Al llegar, intenté recobrar mi compostura y quitarme aquella mueca de la cara. Golpeé la puerta y un sirviente me recibió en un vestíbulo bastante oscuro y descuidado -el doctor estará muy ocupado como para preocuparse por la limpieza y la decoración-supuse.

El joven me invitó a tomar asiento con un ademán, y se dirigió en busca de Moreau, que no tardo ni dos segundos en aparecer con una túnica toda manchada de sangre que hizo que la emoción desbordara por mis ojos que se abrieron enormes, casi de forma involuntaria.

Moreau es un hombre elegantísimo, alto, de cabello canoso y bigote largo. Usa unas gafas pequeñas y redondas, que lo hacen ver considerablemente inteligente. Según me ha dicho, era hijo de ricos hacendados Franceses. Puedo verlo en sus gestos y en cada palabra que dice. Además, es un académico de renombre. Estoy agradecida de tener la oportunidad de aprender del mejor mentor.

-Marie, cherie, me alegra que hayas decidido aparecer.-Sonrió- En este momento estaba haciendo la disección de la región abdominal, con Philippe, mi mejor alumno- Me guiñó un ojo y comprendí en seguida la ironía en sus palabras.- Ven, sígueme.

Caminamos por un pasillito angosto y poco iluminado (comenzaba a creer que este hombre además de genio era fotofóbico) hasta llegar a una puerta blanca. El doctor giró el pomo y entro rápidamente, y desde fuera, vi como revolvía en un cajón en busca de algo.

-Aquí están- Levantó una túnica toda arrugada y una pequeña lata, que contenía todos los instrumentos quirúrgicos necesarios para realizar la disección de un cuerpo.- Ten, ponte este guardapolvos.

Instantáneamente tenía el sucio harapo encima mío y la caja entre mis manos sudorosas. Moreau abrió otra puerta y ante mis ojos, que nuevamente eran víctimas de una emoción que estaba a punto de hacer estallar mi corazón, se extendió una sala enorme, donde un joven hurgaba en el cadáver de alguien. Paredes y pisos eran completamente blancos, había muchas luces, sangre en el suelo y un par de difuntos sobre unas mesas de cerámica, también blancas.

El doctor rió, seguramente mi euforia era demasiado notoria.

-Supongo que podemos comenzar de inmediato-Me dijo- Te presentaré a Philippe, y el te ayudará el día de hoy, dado que yo estoy muy ocupado preparando un cuerpo para mis alumnos de la facultad de medicina.

-No hay problema- Y vaya que no lo había. Aquel Philippe era extremadamente atractivo vestido con esa bata blanca y manejando con una agilidad increíble el escalpelo sobre los planos superficiales del abdomen del pobre tipo que tenia sobre la mesa. Sonrió encantado y luego de un presentación rápida y nada formal de su parte, me invitó a escuchar su didáctica clase mientras cortaba aquí y allá.

Volví a casa a medianoche y tuve que calentar la comida que Anette me había dejado servida sobre la mesa. Estaba encantada, fascinada con todo lo que había sido capaz de retener y aprender. Y no niego, que estaba encantada también con mi joven maestro, que según me dijo, apenas tenía 28 anos y ya era médico. Volveré mañana, esta vez me dejara la disección a mi, pues quiere ver si he comprendido todo. Y yo que soy tan perfeccionista, me he planteado como meta, no solo mostrarle lo bien y rápido que soy capaz de asimilar el conocimiento anatómico, sino, que también pretendo darle unas clases a el.


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