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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Gaspar Giustozzi Lun Ene 23, 2012 2:34 pm

Había pasado una semana de mi conversación con la familia Von Bennewitz, tenía que admitir que aquella mujer era un verdadero amor, pero su esposo era la persona más hipócrita y egocéntrica del universo, extraña combinación para una típica pareja de estos tiempos, pero aquello había sido en un principio. Luego de que Alexei, nos dejara, aquella dama estaba decidida. Y para mi placer ella me conocía mejor que yo mismo, me hablo de lo que sabía, me confesó la verdadera farsa en su relación y por sobre todo me comento a lo que se dedicaba, cortesana, no termine de sorprenderme cuando ya estábamos hablando de mis burdeles de Italia, ella los conocía, y eso era un punto a favor, luego de una charla de más de cuatro horas nos hicimos socios, ella montaría un joyería la fachada perfecta para mis planes, o mejor dicho para nuestros planes.

El lugar ya estaba listo, la joyería-Burdel Piacere della Vita entre los dos habíamos escogido el nombre, algo sutil pero que sonara de manera elegante, y creo que habíamos dado en el clavo; Amy se encargaría de las decoraciones, de paredes, yo al mobiliario en si tanto de una como de la otra tienda.

Día lunes.

La joyería-Burdel estaba lista, ahora nos faltaba lo más importante las, cortesanas, camareras y cantineros, pero eso con el tiempo se iría viendo por ahora Jack mi mano derecha haría de cantinero, así lo había conocido detrás de una barra sabia de tragos, de licores y por sobre todo sabia de mujeres, Amy haría recepcionista al menos por ahora y yo, yo buscaría a las mejores cortesanas de Paris. Entre al lugar, la joyería desbordaba de lujos tal y como lo habíamos imaginado, un joven de no más de 20 años que tenía una extraña enfermedad mental me quedo observando, -En nombre de Dios – tan solo fueron aquellas palabras y se abrió una puerta que el mismo joven manejaba con un sistema mecánico que según había escuchado era de remoto tiempo atrás cuando Davinci era uno de los más famosos inventores de su época. Entre al lugar y un aroma a rosas me invadió, cerré los ojos y los abrí con suavidad, el lugar era perfecto, sofás de cubierta suave y roja, mesitas y sillas coloniales, por un sector estaba el escenario con un telón rojo carmesí prepotente y la barra con una cantidad de copas y licores que hicieron sentirme orgulloso por aquella nueva propuesta en Paris. Amy no estaba así que me di tiempo de sacar mi libreta y hacer unas anotaciones, algunos arreglos y cosas que le faltaban, camine y me adentre a las habitaciones, cada una de un color diferente, con pinturas exóticas y renacentistas, desnudos, y hasta en algunos unas estatuas de mármol de la antigua Grecia.

Mire un reloj inmenso que estaba a postrado en la pared del fondo del pasillo eran casi las 4 de la tarde hacia unos días, me había contactado con una cortesana, y como era mi costumbre tenía que conocerla antes, observarla, ver como se explayaba y por sobre todo si era de confianza, ya que lo primordial era eso. Me quede en silencio anotando y sacando costo de servicios cuando alguien toca mi hombro, algo alterado me di vueltas y vi a Jack con una perfecta sonrisa Me asustaste levante una ceja para ver su expresión, comenzó hablar sobre el lugar que estaba muy bien ubicado que los lujos, que le faltaba esto y en un momento se quedo en silencio y dijo con su tono ronco, - te buscan Gaspar de seguro era aquella cortesana pensé. Camine por el pasillo y me apoye en la barra a esperar que entrara la señorita.


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Mensaje por Analeigh Leisser Mar Ene 24, 2012 12:34 am

Desperté temprano en la mañana por una cristalina y fría gota de agua que se adentro a la habitación por una mínima grieta presente en techo, pero igual suficiente como para que aquel gélido proyectil pudiese caer en el medio de mi frente y cortar abruptamente mi sueño.
Levantándome algo molesta recordé dos cosas; conseguir el dinero para reparar aquella rendija y estar presente a las cuatro de la tarde en el sitio que había acordado con el misterioso Monsieur Guiostozzi. Tuve que ver la tarjeta que el mismo me había entregado por segunda vez para recordar su apellido, pues creo en el instante que le conocí presté más atención a sus palabras y a su rostro.

Luego de una ducha rápida y un desayuno casi inexistente observando hacia la calle por la empeñada ventana de mi habitación, decidí no salir pensando que un buen rato de lectura como de costumbre me distraería lo suficiente.
La semana anterior había conseguido en una tienda de libros usados dos novelas que por sus títulos prometían mucho. Recuerdo que me deja llevar solamente por eso para elegirlas. El dueño de la tienda se sorprendió anti mi elección mientras envolvía los libros en papel, lo note en su rostro, así que seguramente los libros eran buenos.
Corrí por completo la cortina de la ventana, me recosté en la cama y tome uno de los ejemplares que reposaban en la pequeña mesilla de luz a mi lado. Moviendo la cabeza hacia ambos lados para que el cuello resonara libere un suspiro y posee mis ojos tanto como mi concentración sobre el libro en mis manos. “Allá vamos Ann” me dije como si a la misma batalla me enviase.

El prologo y las primeras diez hojas fueron fugaces cuan entusiastas, sí, tan así que no levante la vista de aquel libro ni para mirar al Sol sino hasta la trigésima hoja, donde tras un bostezo por la falta de descanso fueron mis parpados los que recayeron casi involuntariamente aprovechando aquella pequeña distracción. Y sin notarlo había quedo completamente dormida con el libro abierto apoyado sobre mi abdomen.

Las horas pasaron. Un molesto cosquilleo me hizo llevar la mano al rostro varias veces. La punta de mi nariz picaba. Lo notaba pese a estar algo dormida, algo despierta. Una sección en mi quería abrir los ojos, sacudirse y eliminar ese escozor inoportuno. La otra parte quería dejarlo pasar y seguir durmiendo.
- Maldición – despoje entre dientes a la par que abría los ojos y me sentaba bruscamente en la cama, rascándome con el dedo índice derecho la punta de la nariz. Con gran pereza me dirigí hasta la puerta de la habitación, donde había fijado un hermoso espejo que con su reflejo confirmo que no tenía nada más que comezón en la nariz… “Tanta molestia y no era nada” pensé, notando casi por casualidad que la luz entrante por la ventana ya provenía desde otro ángulo – Dios mío, ¿qué hora son? – exclame exaltada, lanzándome sobre el pequeño reloj de bolsillo que yacía en el pequeño cajón de la mesa de luz.
- Dos y treinta, ¡Son dos y treinta! – vocifere efusiva, tan así que otro de los habitantes de la pensión donde residía, precisamente el anciano del piso de abajo golpeo con algo el techo de su cuarto haciendo resonar el piso del mío, todo en reflejo de su molestia ante aquel alboroto sonoro.

Me apresuré. Como nunca antes. Siempre odié la impuntualidad en las personas y no por el hecho de la espera en sí, sino por la falta de educación y respeto hacia los otros que eso proyectaba. Y no pensaba ser ejemplo de eso en absoluto ni hoy, ni nunca.
Recogí mi cabello con una agilidad sorpresiva hasta para mí misma. Pareciese que es verdad eso que suelen decir sobre que las personas son más eficientes bajo presión.
Quería resaltar mi belleza natural, así que opte solamente por delinear mis ojos y maquillar mis labios de un color rojo intenso. Sabía que con eso mi blanca piel, mi oscuro cabello y mis orbes esmeraldinos resaltarían aún más.
Escogí dentro de los pocos atuendos que tenía el vestido mas pulcro, sobrio y elegante. Era una cortesana y debía atraer a los clientes sí, pero ante todo era una dama y me iba a presentar como tal.
Un buen perfume con un exquisito trasfondo de vainilla me haría lucir más delicada aún. Sin joyas, sin anillos, solo un pequeño tocado en la cabeza y un sobre a juego con el vestido y los guantes. ¡Estaba lista! Tomé la tarjeta donde marcaba la dirección a dirigirme y salí al paso más veloz que mis altos tacones permitían.

Luego de cruzar medio París bajo nervios, empujones y bruscos tropiezos pude sentirme aliviada que había arribado en hora. Tan así que pude darme el gusto de sentirme confundida al notar que la dirección imprenta en aquella tarjeta entregada daba exactamente con la localización de una joyería. Dudé por unos instantes en si la calle era la correcta, o si había un error de impresión en cuanto al número del local. Pero estaba en lo cierto, tenía que presentarme en aquella tienda de lujos y piedras brillantes.

Apenas entré sonó casi melódicamente una campanilla y un peculiar joven me sonrió en son de bienvenida supongo. Observe la mercancía por unos instantes, como interesada. Nunca tuve aferro alguno a las joyas como otras cortesanas, pero era inevitable en ese instante imaginarme adornada con alguno de aquellos accesorios. Rubíes, esmeraldas y zafiros ¡Que hermosuras inalcanzables para mí en ese entonces!
Volví a la realidad con un leve y casi imperceptible sacudón de cabeza, posando mis ojos ahora sobre el simpático dependiente – Buenas tardes, busco al señor Gaspar Giuostozzi – le informé serena, aunque sentía como mi corazón comenzaba a latir con más velocidad producto de los típicos nervios “de entrevista”.
- Sí, un momento – Me confirió el joven para luego desaparecer frente a mis propios ojos. No presté la atención suficiente para notar el cómo, tal vez por el simple hecho de sentir una leve molestia, una cosquilleante incomodidad. Era la mirada de otra persona. No había notado siquiera que estaba allí hasta posar mis ojos sobre los de él. Un chico, raro, como su propia mirada y postura. Le sonreí levemente, nerviosa. Por suerte el dependiente no tardo en aparecerse de nuevo.
- Por favor, diríjase directamente hacia la barra de tragos – comunico el ahora presente, señalándome una pared que sorpresivamente se abrió tras el accionar del otro joven presente. No pude evitar el reír ante aquella sensación de misterio dentro de aquel pasillo, como si de un inocente juego de espías se tratase. Y yo formaba parte de ese juego ahora.

- Va…vaya – vocalice entrecortadamente cuando mis orbes se posaron sobre aquel establecimiento. Sin duda alguna los lujos y detalles de las piezas presentes en la joyería hacían justicia a lo que continuaba, como si de la perfecta antesala se tratase.

El lugar era precioso. La decoración, los aromas, la iluminación. Todo se fusionaba de manera perfecta y natural. Y con cada paso que daba todo se hacía aún más armonioso. Sin duda el lugar iba a dar mucho que hablar, sobre todo con las clases altas de la sociedad. Sería el refugio soñado de los políticos, de los músicos, de los escritores.

- Buenas tardes Monsieur -
pronuncie en son de saludo finalmente al arribar en aquella iluminada y extensa barra de copas, extendiendo mi mano hacia el caballero que se presentaba frente a mis ojos ahora. Recordaba su rostro a la perfección, más que su apellido sin dudas.
Comencé a respirar honda y silenciosamente. Era la hora exacta de comenzar la partida.


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Mensaje por Gaspar Giustozzi Miér Mar 07, 2012 9:37 am

Normalmente a las cortesanas las atendía en otro lugar, no en el mismo lugar donde trabajaría, ya que la elegancia muchas veces las cegaba, llevaba años trabajando con mujeres de placer y podría decir que las conocía, nadie era igual a nadie pero al final siempre había un hilo que las unía a todas y cada una de ellas. El trabajo ya no era solo mío, al conocer a Amy, descubrí un nuevo mundo en el cual adentrarme y si sabía que mi elección había sido la mejor, Tomas, mi cantinero fiel amigo y socio contaba las copas al otro lado de la barra, nunca se metía mas de lo debido pero era el mi ángel guardián, el hombre que me había ayudado a superar mis miedos y salir adelante, antes que la dama llegara le pedí un whisky, necesitaba algo con que entretenerme si las cosas no salían como yo lo esperaba. Dos segundos más tardes y mis ojos se posaron en la figura de aquella mujer, si era perfecta, desde la punta de sus zapatos hasta el color de su hermosos ojos, admitía cuando una mujer bella se paraba frente a mí y ella si ella era una de esas. Me enderece con una media sonrisa en mi rostro tome su mano, cual pluma fuera y depositándole un beso agregue – Madeimoselle Leisser no olvidaba ni nombres, ni apellidos menos un rostro.

Dejando caer con cuidado su mano ¿Gusta algo para beber?- moví mis dedos para que Tomas acudiera a la barra, el se quedo en silencio mirando a la dama, pues por ahora todo corría por cuenta de la casa. – Seguidme dije caminando por el lugar para llevarla hasta una de las mesas en el centro del salón principal corrí la silla hacia atrás para que tomara asiento y luego rodee para quedar frente a ella. Protocolos y mas protocolo, algo que me encantaba, cada gesto de ella me daría una señal, había aprendido a ver esas señales y no dejaba pasar lo mas mínimo, ya que esa pequeñez podía marcar una diferencia entre lo que buscaba y lo que no. Tome mi vaso y le di un sorbo corto, aun permanecí en silencio, tenía tiempo y esperaba que ella también.

Madeimoselle – el juego empezaba – Dígame usted lo que más adora de este oficio independiente, si ella lo era o al menos parecía serlo y al ser así era porque le gustaba algo, no tenía a cortesanas obligadas, yo no era quien para obligar más bien prefería que cada una en su, sumisión aceptara lo que era en realidad ya que, una sonrisa apareció en mi rostro, ya que cada uno escoge como vivir. ¿Sexo es lo único que buscan los hombres? yo sabía la respuesta y una cortesana con clase también, ella era la que tenía que hablar, conversar; eso precisamente era lo que buscaba una conversación.

Bebí un poco mas de mi vaso y apoyándolo sobre un portavaso para no ensuciar la mesa, saque un cigarrillo y lo prendí, ofrecí uno a la dama, no era egoísta con mis vicios, y fumar se había convertido en uno de mis grandes placeres luego de la última vez que había visto a Agustín, mi hijo, pero no era tiempo de pensar en el, ahora estaba trabajando para levantar esta nueva casa de lujuria, placer y satisfacción. Aspire y vote el humo de manera lenta, dejando caer la ceniza en uno de los ceniceros que había en medio de la mesa Analeigh, ¿cuál es tu nombre… con el que te pueden ubicar? – muchas cambiaban su nombre, otras nunca lo revelaban pero yo necesitaba saber, conocer la vida de las mujeres a las cuales le daría una gran ganancia por un servicio entregado, confianza un lazo que se forma con la verdad y se corta con una vil mentira.


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Mensaje por Analeigh Leisser Mar Mar 20, 2012 9:12 pm

La posición de cada uno en aquel encuentro era notoria. Desde el desenvolvimiento individual reflejado, hasta el conocimiento de cada recoveco de aquella lujosa sala que sin dudas había sido decorada sin escatimar en gastos, en la que avanzaba tímida, sin la confianza necesaria, claramente como haría toda persona ajena al lugar.

Sonreí levemente tras recibir el delicado saludo del educado caballero, quien seguramente poseía en su conocer todos y cada uno de los protocolos propios de las personas del alta alcurnia. Algo de lo que agradecida era consciente también. Pese a la situación actual a la que me veía sometida financieramente, una infancia rodeada de estrictos protocolos y onerosos caprichos me habían dejado enseñanzas que sin duda hasta el día de hoy me destacaban entre otras jóvenes de mi clase, que poco o nada conocían sobre reverenciarse, comer con diferentes cubiertos en la mesa y hasta entablar una charla centrada en la música o la literatura.

- No se preocupe, así estoy bien –
conteste serenamente tras el ofrecimiento de un refrigerio, agradeciéndole con un leve gesto de cabeza al cantinero que veloz se acercaba a donde me encontraba en son de atender mi inexistente pedido.
Silenciosa seguí los pasos de monsieur Giustozzi, inevitablemente re ojeando cada meticuloso detalle de barnizado en las maderas, de pulcritud en los espejos y cristales. Que lugar tan encantador y distinguido para establecerse. No dejaba de pensarlo.
Una nueva sonrisa gratificaba los instruidos accionares del hombre hacia mi a la par que tomaba asiento, para seguramente dar lugar a lo que seria la entrevista en sí. Aclare mi garganta, reflejando estar preparada para todo aquello que mi contratista estuviese interesado en saber. De alguna forma, su serenidad me invitaba a prestarme de la misma manera hacia él, generando un ambiente cómodo, sin tensiones de por medio. Por lo menos, hasta el instante en que aquella primera cuestión salió despojada de sus húmedos labios.

Fugazmente concluí que eran mas las cosas que me disgustaban del oficio de cortesana que las que me agradaban. Sin embargo era el medio por el que sobrevivía en la ciudad. Y hasta me daba el gusto –de vez en cuando- de hacerme honradamente con algún objeto que en verdad apareciera.
- Si tuviera que escoger un solo deleite de este oficio, sería el hacerme conocedora de tantas historias. Cada una diferente a la anterior, encerrando experiencias y vivencias únicas de cada persona, que al fin y al cabo, son las que terminan moldeando la personalidad de todo al ser humano – conferí con un reflejo de pura sinceridad en mí sosegado mirar. No había mentido, aquello era sin duda lo que más disfrutaba a la hora de entablar trato con los clientes. De todas formas, aquello radicaba en una innata virtud de estar siempre disponible para prestarme a la escucha ajena, a ser el hombro de penas deseosas de ser contadas, el oído de historias a veces inconfesables.

Apoye ambas manos, una sobre la otra encima de la lustrada mesa. Respiraba profunda e imperceptiblemente. Un estado de peculiar concentración se palpaba. Realmente no quería fallar en nada.

La segunda interrogante proferida despertó una innegable sonrisa en mis maquillados labios, la que hizo llevase el dorso de mi mano derecha frente a ellos, cuan gesto de doncella avergonzada.
- Espero no sea malo confesar que la mayoría de las ganancias que se me han otorgado no fueron precisamente por darle placer carnal a mis clientes – y estaba segura que él sabia que mis palabras además de sensatas podían ser muy factibles. No había novedad alguna entre aquellos que se movían en el negocio de los placeres, que en muchas ocasiones los arribados al Burdel simplemente buscaban la mera compañía de una hermosa damisela de oído atento con la que compartir una copa, entre risas y flirteos ingenuos. Sin embargo supuse que aquella preguntaba en verdad buscaba mas que una simple aclaración.
- Personalmente creo que la reincidencia de un cliente no radica en que tan buena haya sido la experiencia carnal, sino en el buen trato que se le haya entregado previa y posteriormente a ello. Hacerle sentir que el mismo se encuentra en un espacio seguro, en que es aceptado como es – añadí astutamente para sellar con calidad aquel asunto. Nunca dude de que la retorica era una de mis armas principales, sino la única a la hora de exponer y defender mi posición ante otros.

Observando los movimientos de aquel que me entrevistaba, rechace amablemente el ofrecimiento de aquellos cigarrillos que tanto detestaba. Había tomado el humo de los mismos como algo característico de la noche, mas específicamente dentro del Burdel, donde todo se sumergía en aquella neblina toxica de la cual nada quería saber, sobre todo a plena luz del día y estando fuera del establecimiento.
- Mi nombre es Analeigh. Y así es como me hago llamar. Para bien o mal, este oficio forma parte de mi vida y parte de asumir la realidad personal, es ser sincero con uno mismo en todos los aspectos posibles – respondí seriamente mientras mis ojos se escapaban con aquel disperso hilillo de grisáceo humo que generaba extrañas y contorneadas figuras en el aire.
Tras un instante, pose nuevamente mis orbes sobre los de Gaspar, esperando aquellas respuestas hubiesen generado –a grandes rasgos- una maqueta de lo que mi persona podía llegar a ser.
- Si gusta de saber algo más, con gusto aclarare sus dudas Monsieur Guistozzi – vocalicé serena. Finalmente la situación parecía estar de mi lado. Ya todo no era un simple trato de extraños.


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Mensaje por Gaspar Giustozzi Lun Mayo 28, 2012 9:54 pm

Si algo que me gustaba en esta vida era observar el desenvolvimiento e las damas, ¿Por qué? Porque siempre podía encontrarle algo, cada una de las mujeres que conocía poseía un don especial, la belleza solo duraba lo que la juventud les aseguraba, la belleza era una de las mejores armas en el burdel así que siempre buscaba lo mismo, no por ser clasista sino mas bien para que ninguna se sintiera mal, por ser rechazada, me hacía de negocios y ofrecía siempre en par, a cada una de mis cortesanas por así decirlo le tenía una lista de clientes, cada cliente firmaba un contrato de pago, respeto y confidencialidad. Mi trabajo por muy mal visto que fuera era limpio, no me gustaban de errores ni escándalos, para nadie era bueno algo como eso. Al segundo siguiente mis ojos se posaron en los cristalinos ajenos, la dama, poseía ese misterio innato que solo tienen las mujeres, que con la mirada dicen todo y mientras sus palabras eras dictadas, cada gesto era mi tinte en su currículo.

Sorprendente, si pocas muy pocas de las cortesanas me habían dado alguna respuesta como esa, recordé a María y sonreí para mí. Cada hombre tiene una historia que contar, y una de las virtudes que más valoro es que sepan escuchar, dar un buen concejo. Poder ser ustedes o tú, la madre, la amante, la esposa, la hija, la sirvienta… cada hombre quiere algo diferente y usted mi bella dama ¿Qué desea? – me gustaba conocer a mis empleados, ya con lo que ella me decía podía hacerme un perfil de con que hombre juntarla. Alguien delicado y que apreciara los buenos modales, que tuviera historias que contar y que claro pagara por ello. Seguí fumando de mi cigarrillo, con tranquilidad, sin dejar de prestar un segundo de atención, estaba para ayudarla y darle un trabajo. El hombre desde su nacimiento es inseguro, por eso se hace de amantes, de damas de compañía, por que busca ser aceptado como es, no como la gente le ve. Aquí pueden ser ellos mismos y nadie le juzgara. El placer de la carne muchas veces pasa a segundo plano otras no. Todos somos débiles, ¿Cuál es su debilidad? – si seguiría haciendo preguntas aunque la decisión ya la había tomado, aquella joya llamada Analeigh Leisser trabajaría en el Piaccere della vita. Pero la curiosidad de ir más allá siempre estaría en la piel.

Bello nombre para una bella dama, la mayoría se pone un nombre una máscara. Pues me sorprende que el suyo sea el mismo en todas partes – hice una pausa, pensando, mirando y analizando. Era tiempo claro que si Yo a mi personal, le pido confianza, yo confió en cada una de las damas de compañía como espero confíen en mi, prestó ayuda en todo lo que se necesiten. Cuando se entra a este burdel se olvida de inmediato del mundo de afuera, no me gustan las malas caras ya que yo nunca mostrare una. Hay que divertirse, me gusta que todos lo pasen bien en lo que se pueda. Si llega a firmar el contrato, le aseguro no se arrepentirá. La paga, sesenta y cuarenta, no tema los sesenta son para usted – solté una sonrisa, nadie escatimaba en mis recursos y tampoco esperaba que lo hicieran, solamente yo conocía mi gran fortuna y la orden del cisne reí para mis adentros, satisfecho por lo que veía y escuchaba.

Por último - reí de medio lado ya apagando mi cigarrillo – ¿Se ha enamorado? – es era la pregunta clave, de ahí venia el sí o no para hacerla firmar el contrato, a la espera solo aguarde silencio, las cartas ya estaban sobre la mesa, solo había que saberlas leer.


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Mensaje por Analeigh Leisser Sáb Jul 21, 2012 9:53 pm

Las preguntas continuaban, aunque no estaba segura de si todo el cuestionario radicaba en la intención amable del caballero en hacerse con datos que le familiarizaren con aquellas personas que trabajarían con él o simplemente deseaba a través de sus cuestionamientos encontrar el talón de Aquiles, el punto a tener en cuenta para vigilar en sus empleadas. Personalmente no sentía a nivel interior aquello que pudiese verse como una falla, como algo trágico que no permitiese mi buen obrar dentro de aquel Burdel al que deseaba integrarme, pero uno nunca sabe, a veces es necesario de otra opinión para notar donde reside el mal obrar.

- Tengo deseos personales como todo el mundo y soy consciente de que para cumplirlos debo hacer algo al respecto. Es por ello que me dedico a esta peculiar profesión a la que veo como vehículo hacia mi meta personal. Pero si se refiere a que deseo ser ante mi cliente, pues nada me gustaría más que recordarle que entre todas las cosas que puedo ofrecerle servicialmente continuo siendo una dama que jamás perderá su tacto y modales -
había sentido como si las palabras hubiesen escapado por si solas de mi boca. Una cuota puramente sincera, sin filtro presente. Todo lo dicho era totalmente cierto, tenía presente que era una cortesana y no me avergonzaba tanto de ello, pero ante todo siempre me recordaba a mi misma que era una mujer, un ser humano con modales adquiridos gracias a la educación que en mis años de infancia y adolescencia me fue impartida con lujos envidiables. Y si bien la realidad presente era totalmente lo contrario a aquellas épocas, me había propuesto no perder jamás tales enseñanzas, tesoros que nadie podría arrebatarme jamás y que no estaba dispuesta a extraviar por solicitud de ninguna persona, de ningún cliente por mas grande que fuese su paga. Debía ser fiel a mi misma en algún plano y así sería.

Mis ojos se mantenían al frente sobre los del que sería mi patrón si todo salía como él solicitaba. Parpadeaba involuntariamente, pero si esto no fuese necesario jamás dejaría caer mis parpados con tal de reflejarle al caballero la atención y sinceridad que compartía con él en aquellos momentos.

- Mi debilidad podría considerarse como ese lado que me lleva a preocuparme por otros más de lo que merecen a veces -
sonreí levemente, un tanto por simpatía y otro poco por pena de asumir aquella realidad que me había demostrado el sentimiento insaciable de abuso que residía en algunas personas. Numerosas habían sido las experiencias que me habían sugerido poner una barrera en cuanto al auxilio al prójimo, pero aunque trataba siempre terminaba por hacer en las garras engañosas de aquellos que buscaban solamente el beneficio, el aprovechamiento sobre la gente de buen corazón. A veces me cuestionaba si tal accionar se traba de una virtud o un defecto, pero jamás terminaba por encontrar la respuesta certera. Tal vez porque en el fondo de mi consciencia, no quería hacerme con la cruda realidad.

Opté solamente por mantener aquella sonrisa sosegada y asentir con la cabeza ante las aclaraciones del señor Guiostozzi. Sinceramente no me agradaba de hablar sobre el tema monetario, mucho menos cuando la paga se diferenciaba notablemente del sitio donde veía trabajando últimamente por no otra cosa sino la real necesidad. Tenía que sustentar mi supervivencia en la ciudad y siendo una damisela joven y sin nadie a quien recurrir, solo dependía de mis ingresos para subsistir, para avanzar hacia si añorado sueño de algún día hacerme con el hogar y la familia propia que alguna vez tuve. El tema de la confianza llamó curiosamente mi atención, sobre todo porque jamás había conocido a un negociador tan atento como el que tenía frente a mis ojos. Tal vez en eso radicaba que le fuese tan bien en el terreno que se manejaba, pues las paredes de aquel sitio hablaban con claridad de éxito y prosperidad. Si todo marchaba tan bien como se plasmaba a través de las palabras no dudaría en brindarle toda mi confianza y apoyo al caballero, porque de darse tal situación, solamente habría llegado a mi mente porque éste ha de merecérselo.

Cuando finalmente todo parecía haberse esclarecido, cuando no habían dudas pertinentes a aclararse en aquel momento esperando todo lo que faltaba por decirse se viese plasmado en el trabajo y en la forma de accionar para con el negocio, una pregunta inesperada fue despojada por los labios de quien apagaba su consumido cigarrillo.
- No, no lo he hecho. Creo que permitirme dicho sentir no es conveniente en estos momentos de mi vida. Ya llegará el día, pero no será ni hoy ni mañana - repliqué sonriente aunque confusa, no tenía en claro el porqué de aquella cuestión. Y jamás se me había aparecido alguien con tal duda, por lo menos no en situaciones laborales.
- ¿Acaso haberme enamorado trae consigo algún beneficio o desventaja de la que no esté enterada, Monsieur? - mis parpados se retrajeron curiosos, mis oídos deseaban hacerse con la respuesta a aquello que no sabía, que no tenía conocimiento. Parecía un infante sediento de explicaciones de su maestro ante algo que no comprendía por su propio razonar.
¿Habría aquella respuesta truncado mi oportunidad de avanzar en el plano laboral y por ende en el plano que me guiaba hasta mis anhelos personales? Esperaba que no… Solo esperaba que no.


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Mensaje por Gaspar Giustozzi Jue Ago 23, 2012 10:26 am

La cantidad de años que llevaba como dueño de un burdel eran notoriamente varios años, pero aun desde antes que yo pudiera tener el propio mi padre me había enseñado cada uno de los pasos a seguir como una simple entrevista hasta como despedir a alguna de las damas que trabajara para mí. Desde economía hasta manejo de licores, realmente si uno quería el éxito debía saber con exactitud cómo funcionaba dicho negocio. Era mi vida, toda mi vida estaba puesta en aquellas cuatro paredes, a cierto en toda Europa tenia Burdeles, tenía una reputación que pocos hombres conocía, mas conocía a muchas damiselas a las cuales había otorgado vivir mejor que en un simple burdel de pueblo. A final de cuentas ser un Cisne Dorado tenía sus privilegios, estar en contacto con la mismísimas coronas de ciertos países me ayudaba mucho en el negocio, era por aquella razón que mi paga era tan buena. La herencia que ocultaba iba mas allá de lo que tenía en el banco ahorrado.

ME gustaba conversar con las damas de compañía que llegaban a mi burdel, mi ojo crítico nunca fallaba, escogidas por pinzas y a través de unas simples preguntas las aceptaba, no pedía mucho tan solo sinceridad, ¿Qué saca una cortesana de ocultarle a su jefe lo que realmente es? Nada, absolutamente nada y por supuesto yo siempre terminaba de enterarme de las cosas, como una vez dijo un caballero de clase alta “Gaspar, el hombre que todo lo sabe, que todo maneja… el As de los negocios… Sabe todo lo que pasa y no pasa en sus instalaciones” y así realmente yo era, preocupado y dedicado, libertino y amable, podía ser todo y nada, pero siempre hablaba con la verdad al menos a las cortesanas.

El deseo y la debilidad muchas veces vienen de la mano, y es raro que uno mismo lo pueda reconocer. Me sorprende que en su caso tenga todo tan claro como una gota de agua, pocas cortesanas saben realmente lo que quieren, muchas conocen mejor sus debilidades que sus propios deseos –ahí estaba la experiencia de mis treinta y ocho años en mi espalda, lo sabía y nadie me vendría con cuentos, podía reconocer una mentira mas a leguas todos a final de cuentas éramos un libro abierto de expresiones corporales.

Muchas damas cuando le pregunto si se han enamorado arman historias, mienten, o simplemente se quedan calladas. Es una pregunta clave, porque ahí radica el momento crucial de todo esto – pase saliva respirando profundamente – Da lo mismo si se ha enamorado o no, yo busco solo una respuesta verdadera, muchos como ya le dije ocultan lo que realmente sienten o han sentido. Suspire – Si usted me hiciera esa pregunta la respuesta seria fácil la quede mirando – Si me he enamorado, de la misma que se fue aquel amor- realmente una vez ame y fue lo más tonto que pude hacer cometí tantos errores que esperaba nunca más volver hacer, mas ahora por el bien mío y el de mi hijo.

Por último Analeigh, usted queda contratada para trabajar en el Burdel – esboce una enorme sonrisa mientras veía a Amy atravesar la puerta que separaba la joyería del burdel en sí – Aquí mi socia Amy os dará las pequeñas reglas que hay que seguir y tener a consideración – Hice un gesto para que Amy se acercara hacia nosotros. Tenían que conocerse antes de que todo comenzara a suceder.


Off ROL: lamento la tardanza, respondes tu, Amy vendrá a dejar su respuesta y luego seguimos, espero no te incomode. Saludos Gaspar.


GASPAR GUISTOZZI
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La ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse.
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