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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Zavannah Zöllner Miér Mayo 09, 2012 11:08 pm

¿Acaso no dijiste que nuestras vidas nos pertenecían el uno al otro?
Qué tú cuidarías de mi hasta el final, que me amabas...
Que éramos familia, tú dijiste que así era como se suponía que tenía que ser...


Era el sonido de un ruiseñor, se había metido entre sus sueños, y ahora la melodía que sacaba de su pequeño pico la había despertado. Zavannah abrió los ojos observando el metal viejo del remolque que compartía con su hermano. Parpadeó un par de veces, sus ojos se movieron notando que la luz del día no se hacía presente, se había despertado antes de tiempo. Con cuidado movió su cuerpo sacando una de sus manos de entre las sabanas, esta misma la estiró para poder tomar el reloj de su hermano, y así poder ver la hora. Notó que se había despertado con una hora de anticipación, hizo una mueca, y después sonrió al girar su rostro y observa a un Zigmund completamente dormido. Ladeó su cuerpo para poder contemplarlo unos momentos, su sonrisa de amplió al notar el rostro tranquilo de su hermano, hace apenas unas horas le había visto sonreír para ella, sin embargo ya estaba extrañando la sonrisa burlona y sincera de su hermano. No pudo evitar acariciar su mejilla, y se estiró para besar su frente antes de salir de manera sigilosa de la cama. Cómo era de esperarse, el frío del remolqué caló los pies descalzos de la cambiaformas, sintió como su felino interior se retorcía por el incomodo cambio de temperatura, pero tan pronto como se quejó volvió a quedarse dormido. Sin hacer ruido alguno se movió por el remolque buscando su ropa interior, y pantalones ajustados que utilizaba para los deberes del circo, odiaba utilizar ropa de caballero, pero era absolutamente necesario, y a su hermano no le molestaba. Sin ni siquiera sacarse la bata de baño, salió del remolque y se dispuso a tomar un baño rápido, y vestirse de manera adecuada.

Caminaba de regreso al remolque para esperar a su hermano, y empezar ambos los deberes cuando se topo al hijo menor de los dueños del circo. Desde que había entrado a ese lugar había sido clara la preferencia que el joven tenía con la pequeña Zöllner, tenían la misma edad, y lo que en un principio todos creían que era una especie de amor fraternal - debido a la muerte de la hermana del joven- poco a poco todos notaban esa manera "especial" en que veía a Zavannah. La joven se acercó al muchacho sonriendo, le saludó como siempre y le siguió cuando pidió su ayuda. Ella no podía negarse, a fin de cuentas era el hijo de los dueños, y ahora un buen amigo. La joven en ocasiones volteaba a ver hacía su remolque, esperaba que Zigmund no se molestara por irse sin él, la chica nunca quería tener problemas con su persona favorita.

Los dueños del circo, una pareja bastante joven, esperaban a su hijo y a la castaña en su gran y elegante remolque. La pequeña se sorprendió por ser bien recibida, y agradeció las atenciones prestadas. Esa mañana se estaba enterando que la ascendían en su trabajo, ella manejaría las finanzas del lugar, y sería la encargada de hacer las compras necesarias para abastecer a todos los integrantes del circo de alimento. La cambiaformas estaba tan feliz, seguramente su hermano estaría orgulloso de ella, terminando la pequeña reunión lo buscaría para darle la buena noticia. Para su mala suerte, su primer tarea debía ser cumplida en ese momento, y debía ir con Elouan para que le ayudara con lo que fuera necesario. Zavannah en un principio parecía inconforme con la idea, pero conforme hablaba con su nuevo amigo, se convencía que todo estaría bien, que él la cuidaría, y regresarían antes que el sol hubiera salido. La ventaja de todo aquello es que la joven tendría la oportunidad de estar a solas con el chico, cosa que había deseado desde hace mucho tiempo.

El trayecto había sido algo silencioso. Zavannah permanecía con la mirada baja, sonrojada, escuchando las palabras de Elouan le recitaba, poemas de amor que escuchaba de manera muy lejana, en su cabeza sólo veía la imagen de su hermano. ¿Qué pensaría él al respecto? ¿Estaría de acuerdo? ¿Creería que Elouan sería el indicado? ¿Se molestaría? Aquellas preguntas no dejaban de dar vueltas en su cabeza. La joven quería poder sonreírle a su compañero de compras, poder corresponderle con versos perfectos, pero de nada servía hacerse ilusiones si su hermano no lo aprobaba. Las compras se hicieron más rápido de lo que pudieron imaginar. Incluso habían paseado por algunas calles que la joven aun no conocía, y estaba segura a Zigmund le encantarían. Lamentablemente el pequeño paseo tenía que dar a su fin, el cielo había comenzado a aclararse, y las actividades del circo debían ser cumplidas al pie de la letra.

A su regreso, Zavannah comenzó a sentir más comodidad, intercambiaba frases más largas, sonreía con soltura, y se acercaba a su acompañante dejando de lado su timidez. Ninguno de los dos podía negarlo, se gustaban, se gustaban demasiado. Al adentrarse a los terrenos del circo, la joven hizo una reverencia a su acompañante para marchar a despertar a Zigmund. Nunca se hubiera imaginado lo que vendría a continuación. Elouan, tomó a la joven de los hombros acercándola con fuerza, tomó sus labios con suavidad, con nerviosismo, y la besó con anhelo, con deseo, pero sobretodo con mucho amor. La chica que en un principio no había respondido, se dejó llevar por las emociones que aquello le habían ocasionado. El beso fue breve pues un estruendo los hizo separarse de golpe, la castaña se sobresaltó empujando con fuerza a Elouan, volteando a ver hacía todos lados intentando buscar la procedencia del sonido. Sintió una mirada devorar su figura, una mirada amenazante, y poco tiempo después sus ojos se toparon con los azules de su hermano. Se acercó con rapidez a él bajando la mirada avergonzada. ¿Qué le diría? Estando alado de Zigmund aclaró su garganta y sólo un pequeño murmullo salió de sus labios - Buenos días hermano - Llevó su mano hasta la ajena, queriendo sentir su calidez, pero aquella caricia no fue correspondida, y Zavannah sabía que había hecho mal al salir de la cama esa mañana sin él.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Mar Mayo 22, 2012 2:19 am

Spoiler:

«I was feeling insecure you might not love me anymore.
I was shivering inside.

I was trying to catch your eyes,
though that you was trying to hide.
I was swallowing my pain».



El clima de ese día era frío pero agradable. Zigmund estaba tendido sobre la cama, completamente bocabajo y con la cabeza colocada encima de uno de sus brazos. En su cara y parte del pelo aun podían verse algunos rastros de pintura blanca, esa que solía utilizar cada noche para las funciones en el circo en el que ahora trabajaba con su hermana. Había dejado de ser el hijo de una distinguida familia australiana para convertirse en un simple y burdo payaso malabarista que se vestía ridículamente todos los días. La idea del circo había sido completamente suya, no había sido una coincidencia, ¿quién podría sospechar que los más jóvenes de los Balcombe-Kelley estaban refugiados en un sitio como ese?, nadie, absolutamente nadie; además, la pintura era un buen aliado, hacía todavía más complicado el hecho de que alguien entre el público que asistía diariamente a las funciones pudiese reconocerlos. Y todo lo hacía por ella, por Zavannah, su única hermana que en esos momentos se encontraba recostada a su lado. Zigmund tenía el sueño bastante pesado y la noche anterior lo había dejado sumamente agotado, no escuchó ni sintió cuando su hermana se removió en la cama para tocar y besar su rostro, ni cuando se puso de pie y en silencio buscó su ropa para cambiarse. Tampoco advirtió cuando la oxidada puerta del remolque que les había sido asignado se abrió de par en par para después volver a hacer un nuevo chirrido y cerrarse con un golpe seco. Zigmund se quedó solo, durmiendo plácidamente, completamente ignorante de que su hermana le había dejado.

Media hora después el aroma a humedad que tenía el viejo remolque empezó a picarle en la nariz, la arrugó con insistencia, movió su mano y la rascó en dos ocasiones; se removió entre las sabánas tomando una de las almohadas para colocársela debajo de la cabeza y cuando sus manos se estiraron sintió un vacío en la cama que le caló hasta los huesos. Abrió los ojos de golpe y aún soñoliento buscó con los ojos a medio abrir. Se incorporó rápidamente, se talló los ojos para aclarar su vista y con pesar se dio cuenta de que Zavannah no estaba. El remolque era muy pequeño, los únicos muebles que tenían era un pequeño buró, el peinador con un espejo grande y roto que usaban para maquillarse y la cama que ni siquiera era una cama decente, se trataba de una especie de catre maltrecho que rechinaba cada vez que se hacían algún movimiento. Zigmund se sentó en la orilla del colchón y se quedó mirando como la luz del sol poco a poco iba colándose por una de las pequeñas ventanas que el remolque tenía, resultaba inquietante verlo tan tranquilo sabiendo que Zavannah no estaba, pero se debía a que el sueño no lo había abandonado del todo, se sentía confundido, su mente estaba adormecida y aún no empezaba a trabajar con rapidez como siempre acostumbraba.

Se puso de pie cuando escuchó un tenue ruido afuera, se posó frente a la ventana y apartó la vieja cortinilla para ver con horror lo que estaba pasando allí afuera. El mundo se le vino abajo cuando observó aquella escena: Zavannah estaba besándose con otro. No lo pensó dos veces, abrió la puerta de golpe y con pasos gigantes avanzó hasta donde la pareja se encontraba. Zavannah soltó al muchacho y ambos se quedaron mirándolo, ella más aterrada que él, por razones obvias.

— Zavannah, tenemos que hablar. — Las palabras fueron secas, las arrastraba como si le costara pronunciarlas y todo se debía a que estaba intentando controlar esa ira y los deseos que tenía de soltarle un golpe en la cara al hijo de los dueños del circo, pero la única razón por la que no lo hacía era porque no les convenía, no quería perder el empleo, al menos no sin antes tener otro asegurado. Mientras se acercaba a su hermana evitó a toda costa mirar a Elouan, fijó sus ojos en los orbes verdes de Zavannah y con la mirada fría le hizo saber que lo que acababa de presenciar no lo tenía contento, en absoluto. Zavannah se quedó de pie, inmóvil, dando la impresión de haberse vuelto de piedra, el miedo la había paralizado, la pequeña debía tener muy presente que pese a que Zigmund acostumbraba a tratarla bien tenía un carácter muy fuerte y cuando estaba molesto era digno de temer. Zigmund por su parte hizo todo lo que pudo por mantenerse sosiego, la rabia que borboteaba en su interior le hacía sentir deseos de tomarla de la mano y jalonearla, arrastrarla hasta el remolque y azotar la puerta tras ellos; pero no lo hizo, puso todo de su parte, tragó saliva y volvió a concentrarse para hacer que su voz saliera lo más tranquila posible. — ¿Zavannah…? — Susurró, pero estuvo seguro que ella le había escuchado. Estiró su mano lentamente y tomó la de su hermana, la condujo hasta el remolque sin tomarse la molestia de voltear a ver la reacción que Elouan tendría.

Cuando ambos estuvieron dentro del remolque Zigmund azotó la puerta y la atrancó. Soltó a Zavannah pero no dejó de mirarla, se posó frente a ella dedicándole una mirada hiriente que dejaba ver que él también estaba herido. Abrió la boca pero las palabras no salieron con facilidad, con su mano derecha cubrió su boca y desvío la mirada en dos ocasiones, luego volvió a mirarla.

— ¿Qué estás haciendo?, ¿de qué se trata esto? — La voz era dura, lejos había quedado ese tono que usaba siempre para hablarle de cosas dulces, para decirle lo importante que ella era para él, para dejarle claro que ella era todo lo que él tenía en esta vida. — ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? — Preguntó, pero no deseaba escuchar una respuesta. Zigmund sabía muy bien lo que estaba pasando, entendía perfectamente lo que Elouan estaba buscando y sabía –aunque le doliera admitirlo- lo que significaban las miradas que Zavannah le dedicaba al único hijo de los dueños del circo. Por eso estaba tan irritado, por eso sentía miedo, porque sabía que el muchacho y su hermana se entendían, que era mutua la atracción. Zigmund se sentía decepcionado, tan traicionado como cuando su madre había contraído nupcias al poco tiempo de la muerte de su padre, no era posible que Zavannah estuviera haciéndole lo mismo.

— ¡Estabas besándolo! — Gritó con rabia, incapaz de seguir reprimiendo aquel sentimiento que estaba partiéndole el alma. Zavannah no podía ser tan desagradecida después de todo lo que había hecho por ella, no podía simplemente botarlo y buscar a otro, ¡no podía! — ¿Sabes lo que esto significa?, ¿tienes idea? — Por un momento su voz dio la impresión de que estaba a punto de echarse a llorar, y si lo hubiera hecho habría sido de pura rabia y no de tristeza. Pero se mantuvo tranquilo, tomó aire y decidió como tantas otras veces que lo mejor era tranquilizarse, sabía de antemano que hablarle de mala manera a su hermana no era la solución, una vez más tenía que poner en práctica sus dotes manipuladores, tenía que hacerla sentir culpable. — Zavannah, tú eres una muchacha inteligente, no me decepciones, no ahora que hemos llegado hasta aquí, no después de lo que nos ha costado. — Se acercó a ella y la tomó por los hombros, clavó sus ojos azules en los de la muchacha y le habló cariñosamente, como un padre que intenta hacer entrar en razón a su hija.

— Él…es el hijo de los dueños y tú eres una muchacha pobre, al menos a ojos de todos lo eres, ellos no saben quien eres en realidad y no puedes decírcelos. ¿Recuerdas la promesa que hicimos?, nunca revelaríamos nuestro secreto. — Una vez más desvío la mirada y negando con la cabeza tomo aire sin soltarla de los hombros. — ¿No te das cuenta de que sólo quiere aprovecharse de ti? Sólo está jugando, sólo basta ver como te mira, ¿que no te has dado cuenta? No puede ser que hayas caído en ese jueguito tonto, ¡no puede ser que seas tan ingenua! — Exclamó con exasperación. Zigmund era tan egoísta que no le importaba hacerle creer cosas que no eran ciertas y romperle el corazón, todo era válido si de eso dependía retenerla a su lado. Se acercó a ella y la abrazó fuertemente, aferró sus brazos al cuerpo pequeño de la muchacha y cerró los ojos rogando al cielo hacerla entrar en razón, lograr lo que estaba intentando hacer. — Yo soy tu hermano, te quiero Zavannah, yo te amo, te amo más que a mi propia vida… — La voz se le fue apagando hasta volverse un susurro en el oído de la muchacha, uno tierno y delicado, similar al que usaría cualquier varón intentando enamorar a su amada. — ¿Lo sabes, verdad? Sabes que todo lo que hago lo hago por ti, ¿lo sabes? — Se separó un poco para ver el rostro de su hermana y con satisfacción vio que había logrado su cometido: la muchacha no lo estaba pasando bien.

Zigmund se separó y fue hasta la cama donde se sentó, llevó sus manos hasta la barbilla y las entrelazó adoptando un gesto pensativo. Transcurrió un momento en el que en silencio dio la impresión de estar meditando toda aquella situación en busca de una solución. Finalmente la encontró.

— Zavannah, te prohíbo que vuelva a repetirse lo de hoy. Tienes que alejarte de él. Buscaré otro empleo, nos iremos cuanto antes. — Habló con determinación.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Miér Jun 06, 2012 3:31 am

Aquella oxidada puerta se había cerrado, dejando un silencio bastante incomodo por un pequeño momento. . Se podía apreciar el sonido de los grillos en aquella mañana tan fresca, también algunos pájaros soltar cantos que deleitaban los oídos, pero lo que más sobresalía, o lo que ella podía apreciar más, era la respiración agitada de su hermano. ¿Y cómo no escucharlo? Sólo lo tenía a escasos dos pasos de distancia. Nunca antes lo había observando en ese estado, al menos no con ella, aquella sonrisa tierna y amorosa se había esfumado. ¿Dónde había quedado ese Zigmund que tanto la adoraba, y ella adoraba? Quiso dar dos pasos hacía atrás, lamentablemente su cuerpo había sido detenido por la pared fría del remolque, y también por las manos de su hermano. Quiso hablar pero cuando estuvo a punto de soltar palabras, él joven se le adelantaba. Aun no entendía que estaba pasando. Mucho menos podía entender que era lo que había hecho mal. Se sentía tan confundida, en ocasiones la voz de su hermano se escuchaba lejana, pero aquel grito la hizo respingar, su cuerpo saltó ligeramente, Zavannah sólo soltó un pequeño quejido lleno de terror. - No… - La joven no sabía que decir, no sabía que pensar, mucho menos sabía como arreglar esa situación. ¿De verdad era tan malo besar a alguien? - No le diré a nadie nuestro secreto Zigmund - Por fin había podido decir algo, algo que quizás podría tranquilizar a su hermano, pero no a ella, en su cabeza existía una especie de tornado de ideas, y en su corazón de sentimientos. Todo pasaba tan rápido, apenas podía digerir las palabras que este decía. Aquel abrazo cálido y lleno de amor la hizo sollozar con suavidad. Aferró sus delicadas manos en la espalda masculina, y sus dedos se hundieron en la tela poco fina que cubría el cuerpo varonil. Apenas podía verlo a los ojos, se sentía tan avergonzada, y es que en realidad tenía tantas cosas que contarle a su hermano, quizás si le contaba todo aquello que Elouan le decía, lo creería el indicado para ella. - Lo sé, yo lo sé - Carraspeó un par de veces al hablar, no le salían con claridad las palabras, pues la pequeña sentía una especie de nudo que le impedía hablar de manera correcta.

Zavannah se quedó parada en el fondo de ese viejo remolque, observando a su hermano con tristeza, con vergüenza de ella misma. ¿Valdría la pena disculparse? Los ojos de la cambiaformas se abrieron con sorpresa ante la extrema decisión de Zigmund. Sus manos se cerraron con fuerza formando dos pequeños puños, deseaba canalizar ese mar de sentimientos ejerciendo aquella presión. Lo primero que se movió de manera brusca y torpe fue su cabeza. Negando en repetidas ocasiones, seguramente más tarde le dolería el cuello por los movimientos tan bruscos que hacía. Después se movieron sus piernas, acercándose hasta su hermano. No dudo en arrodillarse frente a él. Tomó con una mano la de su hermano, y con la otra alcanzó su mentón para mover aquel rostro, logrando que la viera a los ojos, de cerca. - No Zigmund, por favor, yo soy feliz aquí, hace mucho tiempo no estaba tan feliz - Se estaba controlando lo máximo que podía, pero las lagrimas comenzaban a amenazar con salir. - Aquí trabajamos sin que nadie abuse de su poder o dinero, tenemos comida caliente, y una cama donde dormir, es pequeña pero es nuestra, si te incomoda puedo dormir en el suelo - Estaba dando patadas de ahogado, buscando razones que quizás eran ciertas, pero no eran la verdadera por la cual se quería quedar, al final se lo diría, no había cosa que pudiera ocultarle, a fin de cuentas era su hermano - ¿Sabes que te amo verdad? - Le susurró con suavidad, mirándolo a los ojos de manera sincera, y sintiendo como su rostro comenzaba a humedecerse por las lagrimas que corrían sus mejillas - Te amo de verdad, eres mi hermano, no podría hacerte daño, además, sabes que esto tiene que pasar en algún momento - Y ahí estaba ella, comenzando lo que podría ser otra gran pelea, o logrando tener la comprensión de su hermano - Él no es una mala persona Zigmund, ni siquiera le conoces, no tiene malas intenciones conmigo, me cuida tanto como tú lo haces - Ella había empezado mal, ¿Quién podría cuidarle mejor que su hermano? Nadie, no habría nadie que pudiera cuidarla de esa manera, mucho menos con ese amor, con ese deseo, con esa sinceridad.

Zigmund extrañamente no decía nada, incluso parecía tranquilo, escuchando como si de verdad tuviera interés en acceder a las suplicas de su hermana - Podrías conocerlo, desea conquistarme de manera correcta, no quiere sobrepasarse conmigo, ni siquiera me ha hecho insinuaciones, sólo fue ese beso hermano - ¿Ese beso? No, no había sido cualquier beso, había sido el primer beso de Zavannah. Aquellas lagrimas no se detenían. Dentro de ella sabía que todas esas palabras serían demasiado contraproducentes, y que a la larga desearía no haberlas dicho jamás - Sabes bien que no me puedes cuidar toda la vida de mi Zigmund, necesito poder dejarte libre en algún momento, así podrás tener a una mujer a la cual amar como a tú pareja, y con quien formar una hermosa familia, no quiero llegar a ser un estorbo - Pensar en alejarse de él en algún punto de su vida le dio una punzada grande en su interior, incluso sintió como su respiración se acelero, y como su corazón comenzó a bombear de manera rápida, así como cuando corres demasiado tiempo y sientes como incluso las palpitaciones estuvieran en tus pies, en tus piernas o incluso en tus oídos. - Yo… Yo lo quiero… Y deseo estar con él, poder aspirar a tener una familia… Siempre he deseado tener hijos. - Se mordió el labio inferior nerviosa, sintió un extraño calor abarcar todo su pecho - Tú no podrías darme algo así, somos hermanos y sería un pecado - Su cuerpo tembló, y su piel se erizo, nunca habían tocado ese tema, y no es que lo hubiera hecho con dobles intenciones, pero el sólo hecho de pensar en algo así, con su hermano, la hacía sentirse demasiado mal. Su Zigmund merecía una buena vida, no cargar con ella toda la que le faltaba por descubrir.

La tranquilidad que él le estaba ofreciendo era bastante perturbadora. Ahí de rodillas frente a él, tomó sus grandes manos entre las suyas, le sonrió de manera tierna, y besó el dorso de ambas con cariño. Después de eso, llevó las mismas hasta su propio pecho y las dejo ahí - ¿Lo sientes? ¿Sientes mi corazón hermano? - Preguntó con tranquilidad, sin dejar de sonreír, sentía como si hubiera ganado una gran batalla, pero en el fondo sabía que no era así. - Es tuyo, ¿Lo sabes verdad? Yo nunca dejaría de quererte, tú eres el hombre de mi vida desde que nací, sin ti seguramente estaría ya casada con ese hombre, sería muy infeliz, gracias a ti soy feliz, nadie podría remplazar lo que siento por ti, nadie te remplazaría, mucho menos quitaría tú lugar de mi corazón. ¿Lo sabes verdad? - Zavannah comenzaba a desesperarse, deseaba escuchar la voz cálida de su hermano, deseaba sentir sus brazos envolver su pequeña figura, que le dijera con sólo una mirada que todo estaría bien. Movió una de sus piernas, dejó que su peso se recargara en esa parte de su cuerpo, y con la ayuda de las manos de su hermano se puso de pie por breves momentos. Se sentó en el regazo de él, y lo abrazó por el cuello con fuerza, dejándole saber con aquel gesto que no quería separarse de su figura por nada del mundo - Perdóname por hacerte enfadar, no quería hacerlo - Eso era cierto, lo único que ella deseaba hacerle sentir a su hermano era felicidad, emoción, y sobretodo mucho amor, porque él se lo merecía, nadie más que él. Permanecieron así, un pequeño momento, en silencio, Zavannah repasaba aquel beso en su cabeza, pero aunque una parte de ella lo había disfrutado, otra parte se maldecía por haberlo hecho, sabía bien que no podía hacer nada sin el consentimiento de él, aquello se le había ido de sus manos, y no lo volvería a repetir, al menos no por el momento. Alzó el rostro un pequeño momento, recargó su frente en la de su hermano, y le sonrió de manera amplia - ¿Me dirás algo? No te quedes callado por favor, dime algo, necesito escucharte - Sino lo escuchaba, seguramente se pondría nerviosa, y bastante ansiosa, Zavannah prefería quizás que gritara a que no dijera nada.

Se puso de pie. Colocándose frente a él. - Dime algo… por favor - Le rogó por última vez. Soltó varios suspiros profundos. Su animal interno estaba inquieto, cuando Zavannah se alteraba, sentía grandes tristezas, desesperación, o enojo ( esto último casi nunca), su parte animal siempre quería aparecer para poder proteger la delicadeza humana que la mujer poseía. La muchacha había aprendido a controlar esa parte, temía que una de sus transformaciones pudiera lastimar a la persona que más amaba en el mundo, su hermano, pero ese momento su corazón estaba dividido en dos, un nuevo amor, y el amor de toda su vida. Sus pequeños puños se habían formado de nuevo, de manera automática, se dio cuenta hasta que sus uñas crecieron cual felino atravesando parte de la palma de su mano. Dio dos pasos hacía atrás, y giró su cuerpo moviendo las manos en el pequeño mueble que tenían ahí, fingiendo que estaba buscando algo, debía tranquilizarse, poner en blanco sus pensamientos - ¿De… Deseas algo de desayunar? Iré a prepararte algo si deseas, no es bueno que hagas corajes sin algo en el estomago, lo sabes, además hoy tenemos dos funciones hermano - Giró su rostro para poder mirarlo de reojo, sonriendo. Zugmund era tan impredecible, incluso su misma hermana no podía adivinar con que saldría en ese momento, quizás por eso prefería cambiar de tema, cambiar la situación, cambiar ese horrible momento. Amaba tanto a Zigmund que no deseaba contradecirlo, hacerlo enojar o incluso hacerlo sentir mal, además tomando en cuenta que era su primera pelea, y no una simple pelea, no sabía como manejar el momento, lo que si sabía era que no quería perder a ninguno, de cierta manera los necesitaba, aunque sabía que al final, tendría que escoger con quien permanecer por el resto de su vida.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Vie Jun 22, 2012 7:11 pm

Zigmund miró a Zavannah seguro de lo que decía, ni en su voz o en su mirada podía distinguirse algún sentimiento de duda o de culpa, estaba convencido de que lo mejor era abandonar el circo y alejar para siempre a su hermana de ese mal nacido que quería arrebatársela. No dejaría que ocurriera. Ni en un millón de años. Zavannah era suya, era su hermana, era su amor, su único y verdadero amor.

Alzó la vista y la mantuvo al frente mientras su hermana intentaba darle explicaciones sobre sus recientes actos. La muchacha lo miró afligida, manoteó, se movió de un lado a otro, dio dos pasos hacia atrás y topó con la pared haciendo que sus lágrimas cayeran por las mejillas rosadas. Pero nada de eso logró hacer que Zigmund cambiara de opinión. El muchacho mostró un inesperado semblante tranquilo durante un largo rato, en su pecho se había instalado un dolor punzante que había logrado anestesiar por algunos momentos la ira que seguía circulando por sus venas, que difícilmente abandonaría su cuerpo. Su boca se entreabrió apenas unos milímetros y comenzó a respirar por la boca. Sentía pánico, un miedo terrible de escuchar a Zavannah hablar de ese modo, tan malditamente convencida de que Elouan era su otra mitad, su destino. Los ojos de Zigmund se humedecieron de puro dolor, pero no llegaron a convertirse en lágrimas, tenía que ser fuerte, debía mantenerse sereno, sólo así podría pensar con claridad y podría actuar con precisión, como lo había hecho antes cuando había logrado sacar a su hermana de la casa y llevársela consigo bajo engaños. Había sido una jugada inteligente, la forma en la que lo había hecho, nadie podría negar tal cosa. Para Zigmund poco importaban las maneras de hacer las cosas, para él los resultados eran los que valían.

No puso resistencia cuando la hermana tomó sus manos y las colocó sobre su pecho, pero no respondió nada a su pregunta. Claro que podía sentir su corazón latiendo, pero ese corazón no era suyo, era de Elouan. De nada servía que latiera el corazón si no era por él, si ella no sentía que las pulsaciones aumentaban al grado de sentir que se le saldría del pecho cuando lo veía a él, a su hermano, tal y como a él le ocurría cada vez que la veía o la tenía cerca, justo como ahora. Si el corazón no iba a latir por, prefería que no lo hiciera, lo prefería muerto. Un gesto de dolor apareció en su rostro pálido, y no era para menos, si cada palabra que ella emitía era como una puñalada.

Su cuerpo entero se estremeció cuando Zavannah, la pequeña niña con la que había crecido y compartido toda su vida, se sentó sobre sus piernas. Pero Zavannah ya no era una niña, hacia mucho que había dejado de serlo, su cuerpo entero gritaba que ya era toda una mujer, una mujer ingenua, dulce y soñadora, pero una mujer al fin de cuentas, la mujer que Zigmund adoraba. Él tampoco era un niño, era un hombre, un joven enamorado que necesitaba sentir a su amada cerca, como cualquier pareja. Sintió el leve peso de su hermana sobre su cuerpo e instantáneamente cerró los ojos bajando la mirada. Estaba volviéndose loco con esa cercanía. Su temperatura corporal aumentó, la piel se le erizó y su respiración de pronto fue un poco más acelerada. Sin darse cuenta ella lo estaba torturando con ese acto inocente. Le encantaba todo en ella, desde su olor, hasta la forma en la que le caía el cabello por los hombros, la textura de su piel similar a la de él, el magnetismo que tenían sus ojos verdes; pero lo que más le gustaba a Zigmund de ella era su inocencia, eso era lo que la diferenciaba de él, porque él hacía mucho que había perdido esa cualidad y aunque hubiese querido recuperarla habría sido nulo el intento. Mientras ella no dejaba de pensar en ese beso con Elouan, Zigmund lo único que deseaba hacer era besarla a ella. Durante años había soñado con ese momento en el que sus bocas se unieran en un beso, pero en un beso de verdad.

«Te perdono», pensó al instante, cuando ella le suplico abrazada a su cuello. No había cosa que no pudiera perdonarle a su adoración, pero no lo dijo en voz alta, continuó en silencio, dando la impresión de que se había quedado sin habla o argumentos. ¿Cómo podía negarle algo estando en esa posición? Zavannah no tenía idea, ella no sabía que no había algo que Zigmund pudiera negarle, nada que no significara perderla, claro. Él era capaz de ir al mismo infierno si ella se lo pedía y era capaz de regresar con vida de entre las llamas con tal de volver a verla, de escuchar su voz, de verse en sus orbes verdes, de sentir su cuerpo. Zigmund no era una mala persona, estaba obsesionado, estaba enfermo de celos. El amor que sentía por ella se había convertido en algo enfermizo, en su razón de ser, en lo único que le importaba, en algo que jamás dejaría de ser. Por eso se sentía herido al ver como ella sí podía vivir sin él cuando para él ella era la vida misma. Era injusto, era la cosa más cruel que había tenido que vivir, incluso más cruel que cuando su madre les había abandonado por su nuevo esposo.

Se lamentó en su interior cuando ella abandonó su regazo. Desde la cama la miró con el ceño fruncido de pura tristeza y por fin decidió romper el silencio cuando vio sus intenciones de cambiar de tema al poner el desayuno como pretexto.

— Tú mientes, Zavannah. — Argumentó de la nada, ignorando el deseo de su hermana al querer alimentarlo, ignorando lo cierto que era el hecho de que tenían dos funciones ese día. No le importaba nada, el circo y todos sus payasos podían irse al demonio, después de todo, todo lo hacía por ella. — ¿Cómo puedes decir que me amas y al mismo tiempo externar tus deseos de dejarme por él? — El dolor era visible en su tono de voz, era una mezcla de dolor y resentimiento, de ira y frustración, de amor desesperado. Era una suplica. Zigmund jamás sería capaz de comprender la enorme diferencia entre amor fraternal y amor de pareja, estaba enfermo; para él sólo existía un tipo de amor y era el que él sentía por ella. — Tú no me amas. No como yo te amo. — Negó con la cabeza. Una lágrima resbaló por su mejilla, una cuyo origen era difícil de definir: ¿tristeza o rabia? Alzó su mano y limpió la humedad en su rostro. No volvió a llorar.

— ¿Cómo puedes decirme esas cosas? ¿Cómo puedes decir que piensas abandonar a la persona que más te quiere en este mundo? Y por un extraño que apenas conoces. ¿Cómo? Yo he dado todo por ti, TODO. Cuidé de ti cuando nadie más lo hizo, cuando tu propia madre te abandonó por ese bastardo. Estoy aquí, en este inmundo circo donde tengo que pintar mi rostro todas las noches y hacer ese acto estúpido. ¿Y sabes por qué? POR TI. Por ti dejé atrás mi vida de aristócrata, mi futuro, mi lugar en la sociedad. Todo por ti, ¡siempre por ti! ¡Siempre por Zavannah, siempre! — Con rabia manoteó la mesita de noche, provocando que esta fuera a estrellarse contra la pared. La lámpara cayó al piso haciéndose añicos. Zigmund de puso de pie y le dio la espalda a su hermana, alzó las manos y con ellas cubrió su rostro mientras lo elevaba al cielo intentando calmarse y asimilarlo todo. Era imposible que pudiera lograr semejante cosa, jamás podría comprenderlo porque estaba enamorado, endiosado con ella, no había otra realidad para él.

— Tú no sabes amar, Zavannah, no eres capaz de hacer un sacrificio. No eres capaz de creer en las palabras que tu propio hermano te dice. Prefieres creer en él. Lo amas más a él. ¿Y qué ha dado él por ti? ¿Qué ha abandonado por ti? ¿Qué ha hecho por ti? — Otra puñalada en el pecho, odiaba la idea de saber que su hermana amaba a otro que no fuera él. Lo detestaba, odiaba con todas sus fuerzas a Elouan. — Sólo sabes pensar en ti misma, en tu felicidad, no piensas en el daño que me harás si te alejas de mí. ¿Es tan difícil entender que lo único que deseo es tenerte a mi lado, que te necesito? ¡Eres lo único que tengo! Si tú me dejas…. — Hizo una pausa, se giró para verla de frente y dio varios pasos hasta llegar a su lado. — Si tú me dejas no sé de qué sería capaz. — Utilizó las palabras justas, buscó la manera exacta para hacerle pensar a Zavannah lo peor. Y lo peor es que lo que decía era cierto, si la perdía era capaz de cualquier cosa, de hacer una locura.

— Tú no tienes idea de lo que sería capaz de hacer por ti, no la tienes, ni una mí-ni-ma i-de-a. Soy capaz de hacer todo lo que tú no. — Pronunció las últimas sílabas con indignación. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de seguir teniendo a Zavannah a su lado.

Lo que fuera.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Miér Jul 11, 2012 4:57 am

Era evidente lo que la jovencita quería hacer: cambiar el tema. No le gustaba ver mal a su hermano, por insignificante o preocupante que fuera la situación, y saberse la principal causante de sus penas la hacía sentir el peor de los seres humanos. Su cuerpo estaba demasiado rígido a causa de la tensión que el momento le provocaba. Cada paso que daba hacia adelante o hacia atrás, la hacía sentir como cada parte (por más pequeña que fuera) de su cuerpo se expandía o la jalaba para no tener que avanzar y decir cualquier cosa que empeorara aquel encuentro. Le dolía de sobremanera su interior, y caminaba en círculos intentando asimilar las palabras de su hermano. No daba crédito a esa rabia, no entendía como un simple beso podría ocasionar tantos problemas entre ellos dos. Aquellos hermanos nunca peleaban, siempre se les había admirado por el amor que se podía percibir al pasar a su lado. Para cualquier persona aquel par era un ejemplo a seguir, la manera en que el hermano mayor protegía a la pequeña, la manera en que le sonreía, la forma en que la abrazaba, su simple mirada dejaba en claro que entre ellos no había más que un amor fraternal, pero eso era ante los ojos ajenos, pues para el varón aquello no era posible, pues el amor que le profesaba a su pequeña mujer era de todos menos fraternal. La joven era la peor de las mentirosas, incluso le mentía a su hermano. ¿Por qué? Por no querer aceptar en voz alta que comenzaba a notar que su relación no era normal, y aunque estuviera mal no hacía nada para negarlo, dentro de ella sentía una especie de placer al notar como la miraba, le daba un morbo especial, uno que no había experimentado, y que disfrutaba. Su inocencia la frenaba pues en su educación aquello sólo debía experimentarse con la persona que le haría jurar con palabras sus votos matrimoniales, frente a su Dios claro. La joven no se atrevía a pensar mucho en ello, de pensar, y peor aún, de decirlo en voz alta sus suposiciones, pensamientos e ilusiones se harían realidad, se sentirían completamente vivos, impidiendo que lo volviera a ver de la misma manera, y no, no quería que nada cambiara entre ellos.

El rostro de la cambiante había dejado el color blanco, su palidez, mostrando una especie de rosáceo, se veía encantadora de eso no había duda, pero en realidad no deseaba dar esa impresión, deseaba que su hermano notara su dolor, su arrepentimiento, su rabia por llevarlos a ese momento. Sus manos se movieron con rapidez hasta su cabeza, exactamente cubriendo sus oídos, se tapaba el paso de esas palabras viajeras, pues imaginaba que cada una de ellas se aproximaba abrazada de alguna especie de arma que le destrozaría el corazón y el alma. No les daría permiso de entrar, aunque ellas lucharan por destrozar su ser. La jovencita tenía mala suerte, pues cada una había encontrado la manera de colarse entre sus dedos, pasar por sus oídos, y clavarse como estacas de metal en su cálido y pequeño corazón. Cerró los ojos con fuerza para impedir la horrorosa imagen de su hermano destrozado, lo malo es que entre la oscuridad de sus párpados envolviendo sus ojos, su imaginación le daba una imagen más cruel de lo que había en la realidad. Las lagrimas salían en forma de cascada, mojando por completo su pequeño rostro. ¿Qué estaba diciendo él? ¿Qué no lo amaba? ¿Acaso no se daba cuenta que él era lo único que hasta ahora le había importado? Su hermano se estaba portando de manera injusta, le estaba partiendo el corazón, y nunca imaginó que él se lo hiciera. - No miento, no te estoy mintiendo, no entiendo como dices eso, no es posible que tú dudes de mi, que tú me estés causando este dolor, no es posible que seas tan egoísta, que no te des cuenta que estaré con él pero también contigo, los dos tenemos derecho a rehacer nuestras vidas, los dos lo tenemos permitido, no tienes que cargar conmigo siempre, ¿Por qué dices eso? No entiendo, de verdad que no… - Era cierto, la pequeña Zöllner no entendía, de verdad que no lo hacía, no entendía por qué su hermano no notaba que también para ella sería un sacrificio tener que cambiar su vida. A ella le dolería no verlo todos los días a su lado, al despertar, al dormir, pero sabía que eso era lo correcto, que debían darse un respiro, quizás el tiempo que habían invertido sólo observándose las caras el uno con el otro les había hecho daño, y les había formado una mala costumbre, pero la monotonía de la vida puede cambiarse con hábitos diferentes, ellos podrían hacerlo, y ninguno sufriría.

Muchas imágenes aparecieron en su cabeza, desde su partida de su casa hasta el día en que habían actuado por primera vez en el circo. Pasando por el momento en que subieron al barco, que tocaron tierra parisinas, que se encontraron con los padres de Elouan. En todas esas escenas su hermano había mantenido una sonrisa radiante, bastante amplia, la que nunca le había conocido. - No me mientas tú, también lo hacías por ti, estabas demasiado feliz huyendo de esa vida. ¿Hablas de amor? - Bajó sus manos, dejando que cayeran por completo a sus costados, abriendo por fin sus ojos, enfrentándose a la realidad, lo malo es que las lagrimas no le dejaban verlo de manera clara. - Si de verdad me amaras como dices, si de verdad hicieras eso todo eso con el corazón no me lo estarías reclamando. ¿Qué sabes tú Zigmund de amor? No sabes nada, me lo estás demostrando ahora mismo - La cambiante no reconocía a su hermano, para ella era estar enfrente de un hombre diferente, quizás por ese detalle se atrevía a decir todo lo que sentía, de ser el hombre tierno que siempre le sonreía lo habría meditado, pues ella nunca le diría palabra alguna para dañar su cálido corazón, no se atrevería a echarle en cara cosas con él a ella, momentos atrás. Negaba, Zavannah negaba al mismo tiempo que su cuerpo temblaba por aquellas acusaciones - No es mi felicidad la que estoy viendo, es la tuya ¡La tuya! ¿Por qué no me crees? Hermano por favor - Sus manos se juntaron a la altura de su pecho, y se comenzaron a mover, de arriba hacía abajo, y luego hacía enfrente, le pedía al cielo, al Dios que estaba en el paraíso y también a su propio hermano - No se trata de felicidades, se trata de lo que normalmente se hace, buscar una persona a la que amar, casarse, tener hijos, envejecer con el amor de tu vida, y luego morir, ese es el ciclo, no podemos estar parados en este circo siempre, tú no puedes amarme como a una mujer… No puedes… No… - Se quedó callada, asimilando aquello que acababa de decir. El no podía hacerle eso, no… ¿O si?

Sus manos se movieron con rapidez ahora a sus labios, tapando la sorpresa de sus conclusiones, no se estaba imaginando nada, su hermano verdaderamente la amaba, como a una mujer… No, no, no, eso no era posible. - ¿Me amas? - Aquella pregunta nada tenía que ver con él momento, su rostro mostraba una gran confusión, la interrogante que su hermana le estaba haciendo era… - Es decir ¿Me amas? - Volvió a repetirlo, no sabía como aclararse que esa pregunta no tenía nada de inocente, y que estaba descubriendo su secreto. Zavannah se sintió sucia al llegar a pensar algo tan descabellado. "Basta de hacerte ideas, Zavannah, ya basta, no quieras escudar tus errores, no le eches la culpa". Negó con fuerza, el chantaje de su hermano había funcionado, la había bloqueado por completo, no podía pensar mal de él. Si, él tenía razón, todo lo había hecho por ella, y la mujer era una malagradecida. - No, no me respondas, lo lamento, me he confundido, no me hagas caso - Se había dado por vencida, al menos por esa tarde le daría la razón, le haría creer que había ganado, poco a poco le iría tocando el tema hasta que se convenciera que Elouan era un buen partido. La cambiante era ingenua, bastante ingenua en creer las palabras de su hermano, pero no había de otra, era lo único que había aprendido después de mucho tiempo de convivencia, Zigmund era su religión, sus mandamientos, y de ser roto alguno de ellos merecía el peor de los castigos - No me mires así, haré lo que tú me pidas con tal de recibir tú perdón, con tal de que me creas… - Ella no podía dejar de llorar. No podía porque su corazón le decía que ella tenía la razón. Abrió sus manos, y se acercó dejando a un lado el miedo que sentía por esa rabia que su hermano mostraba. Lo abrazó con tanta fuerza que en cualquier momento se volverían uno.

Cuando sus cuerpo se unieron, el instinto animal de Zavannah se puso alerta, su león interior comenzó a rugir, y sintió como sus garras le destrozaban algo muy dentro de ella. Sus manos soltaron a su hermano, apretándose el estomago con mucha fuerza, soltando un quejido suave - Mi león quiere salir, Zigmund, quiere salir… - Lo volteó a ver bastante alterada. La joven no le gustaba transformarse, menos enfrente de él, toleraba sus cambios al pequeño gato que su hermano podía acariciar, el daño que le había causado su hermano con sus palabras habían activado el instinto de supervivencia del león que se había sentido amenazado por aquellas palabras, ella sabía que de salir lo atacaría, y podría terminar sin vida. Sus dedos se clavaron en sus brazos - No lo dejes Zigmund, no dejes que salga por favor - Vaya manera de cerrar la mañana. Su estado de cambiaformas la hacía sentir maldita por esos detalles, no podía controlar a tres criaturas diferentes, ella era frágil, vulnerable, su hermano era el fuerte, él sabría que hacer. Los ojos de Zavannah comenzaron a tomar un tinte diferente, se habían rasgado, y ya no eran verdes, ahora eran negros a causa del hambre, su león deseaba comer carne, la carne del hombre que tenía frente a ella. Las uñas se tornaron puntiagudas, y se enterraron en la tema de aquella camisa. La chica comenzó a soltar quejidos, si su hermano no se apresuraba a ayudarle, buscaría la manera de concentrarse en otra cosa, quizás una especie dolor corporal. Su cabeza se movió con brusquedad buscando alguna especie de arma blanca, y entonces los noto, los pedazos que antes habían formado una hermosa lampara.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Vie Dic 07, 2012 2:06 am

Actuar agresivamente no estaba funcionando y Zigmund lo sabía mejor que nadie; él, que había pasado la mitad de su vida manipulando con maestría a su única hermana, entendía lo que debía hacer para que ella cediera ante sus deseos, para tenerla en sus manos. El muchacho conocía el corazón de Zavannah, sabía que era una joven noble y bondadosa, alguien que jamás sería cruel, mucho menos con su hermano mayor que había sacrificado –tal y como se lo había hecho creer- todo por ella. Por eso decidió tranquilizarse, contener la rabia en su ser y dejar de actuar como el egoísta que realmente era para colocarse el traje de víctima que siempre había vestido, un traje que ya estaba bastante gastado pero que increíblemente le seguía quedando a la medida.

— No, por favor, no ahora, te necesito ahora, te necesito así, como Zavannah. — Se acercó rápidamente a Zavannah cuando esta mencionó que una de sus constantes transformaciones se avecinaba. La abrazó, se aferró a su cuerpo menudo y delicado, y con sus brazos la rodeó, a modo de protección. Zigmund odiaba la naturaleza de su hermana, la odiaba porque él no había heredado tal cosa y detestaba la idea de no comprender esa parte de ella, de no compartirla con la que consideraba su alma gemela; para él esa condición de Zavannah significaba algo que los diferenciaba y que a su vez los separaba. — Quédate conmigo. — Pidió con el rostro hundido entre el cabello de la muchacha y permaneció a su lado a pesar de estar consciente de lo peligroso que resultaba esa cercanía, de tener presente que si ella se transformaba podía herirlo durante el proceso. Bajo su cuerpo sintió temblar el de su hermana y cerró los ojos, rogando internamente para lograr su objetivo de no dejarla transformarse. Esperó a que se calmara y la tranquilidad volvió a él cuando sintió que ella había dejado de temblar, lo cual significaba que el peligro había pasado. Entonces respiró tranquilo y decidió aprovechar la cercanía para llevar a cabo –una vez más- su actuación maestra.

— Perdóname, por lo que he dicho antes. Eres tú quien debe disculparme. — Pronunció sin soltarla, le gustaba oler su cabello, sentir su calor y la textura de su piel; Zigmund estaba seguro de que podía permanecer así, amarrado a su hermana toda la vida, y tal cosa significaría su felicidad. — Intento entender, pero no puedo. No concibo la idea de perderte, “Vannie”. — Utilizó su voz jovial pero fuerte para hacer especial énfasis en el diminutivo que había utilizado para dirigirse a ella y lo cierto es que llamarla de ese modo no había sido una casualidad, no lo era porque sabía que al llamarla de ese modo ella se remontaría a las memorias que ambos tenían de su niñez y recordaría gran parte de todo lo que ellos dos habían pasado. “Vannie” era un apodo que Zigmund le había puesto a su hermana cuando era apenas una bebé y le había seguido llamado de ese modo durante toda su vida, especialmente cuando deseaba consolarla de alguna pena o aflicción, ahora utilizaba tal cosa para ablandarla y manipularla a su antojo. Zigmund podía ser muchas cosas pero no había duda de que era un chico listo.

— ¿Sigues recordando todo lo que hemos pasado juntos? ¿Lo haces? — Decidió echar más limón a la herida, hacerla sentir más culpable, hasta que ella sintiera que todo era culpa suya y no de él, hasta que le pidiera perdón y accediera a los deseos de su hermano y admitiera que él tenía razón. — ¿Recuerdas que cuando eras pequeña y estabas triste ibas hasta mi cama y me pedías que te hiciera un espacio en ella? Y yo te cantaba y acariciaba tu pelo hasta que te quedabas dormida. Te encantaba que te llamara “Vannie”, ¿lo recuerdas? — La tomó del rostro y con sus manos limpió sus lágrimas; le sonrío y besó su frente, luegó volvió a abrazarla para volver a consolarla como había hecho en su infancia. Zigmund comenzó a cantar y a acariciar su cabello, meciendo su cuerpo junto con el de ella, como si ambos estuvieran bailando la melodía que él solía cantarle y que sabía perfectamente que ella recordaría. La escuchó sollozar, pero supo que ya no estaría molesta; estuvo seguro de que todo lo que acababa de hacer había logrado disipar la momentánea ira de su hermana y ahora se sentiría culpable por haberlo señalado como una persona egoísta que no la comprendía y que sólo buscaba la felicidad propia.

Cuando la tuvo en la bolsa, decidió volver a hablar, sabiendo que ella no volvería a atreverse a cuestionar o a discutir sus palabras y actos.

— No me dejes, Zavannah. Te necesito más que a nadie. — Se separó un poco, lo suficiente para volver a mirarla a los ojos. — Elouan… él tiene a su familia. Yo no tengo a nadie, sólo a ti. Si te pierdo yo… no sé qué será de mí. Me moriría si te tengo lejos. ¿No sentirías tú lo mismo?, ¿no te haría yo la misma falta? Por favor, dime que sí, no me rompas el corazón. ¿No te he dado yo todo lo que necesitas? ¿Qué más necesitas? Pídemelo y te lo daré. Haré lo que sea con tal de que no te vayas, sólo pídemelo. — Pero no era más que palabrería barata, porque en realidad no estaba dispuesto a hacer todo lo que ella le pidiera, no si se trataba de comprender que estaba enamorada de Elouan, no si ella le pedía que la dejara ser feliz con otro hombre que no fuera él, eso jamás.

— Yo no necesito hacer una familia, tú eres mi familia y eres lo único que necesito para ser feliz. No necesito rehacer mi vida porque mi vida ya está hecha contigo, está completa. Esta es la vida que quiero porque te tengo a mi lado. Si yo estuviera saliendo con otra mujer, ¿no sentirías tú lo mismo? ¿Qué pensarías de eso, Zavannah? ¿No te destrozaría el corazón como a mí saber que podría dejarte, que me alejaría de ti y que alguien más ocuparía el sitio más importante en mi vida, el que ahora te pertenece? — El sueño dorado de Zigmund era escuchar de la viva voz de su hermana que ella lo necesitaba tanto como el a ella, darse cuenta de que él no era el único que sentía que moría si no la tenía cerca, saber que le amaba tanto como él a ella, de la misma manera y no sólo como su hermano. Cosa que probablemente no ocurrirían jamás.

— Te amo, Zavannah, claro que te amo. ¿No me amas tú a mí? Dime que también me amas, necesito escucharlo. — Pero él no se refería a un amor fraternal y estaba muy consciente de eso; era tan cobarde que prefería llevar a cabo un juego de palabras y acciones que le hicieran entender a ella lo que él verdaderamente sentía. Depositó un beso en la mejilla de su hermana, rozando la comisura de sus labios rosas, deseando con todas sus fuerzas tener el valor de moverse un poco más y besarla como realmente quería, o que ella lo hiciera y terminar de una vez por todas con esa agonía que lo consumía lentamente.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Vie Ene 04, 2013 2:13 am

Poco a poco, su cuerpo dejó de temblar, concentrándose en no lastimar a su hermano, eso era lo único que le importaba en esos estados, no lastimarlo, no causarle algún inconveniente, no dejarle marcas que con el tiempo pudieran hacerle sentir en deuda, aunque ya lo estuviera. Ella se sentía culpable, a cada palabra dada por su hermano todo iba peor, pues sabía que por su culpa, él joven no hacía una vida normal. ¿Qué pasaría si dejaba de ser una carga? Quizás esa era uno de las razones por las cuales Zavannah había deseado enamorarse, no sólo por la necesidad infinita de un amor, también por dejarle el camino libre a su hermano mayor. Ella deseaba verlo con una mujer que lo amara, deseaba verlo formar una familia, tener hijos, nunca se imaginaría, ni el la peor de sus pesadillas, que el hombre de su vida la amara de una manera distinta a ella, pero cómo no sabía la verdad, cómo aún se encontraba cegada, se permitía acercamientos de ese tiempo. Cuerpo a cuerpo, piel contra piel; su cabeza se encontraba recargada en su pecho, sus brazos se estiraban y terminaban por juntarse detrás de su espalda. Se aferraba a él, temiendo que su hermano tuviera otra rabieta, ¿qué le ocurría? ¿tenía miedo? ¿rabia? coraje? Todo eso y más, pero nunca llegaba al sentimiento indicado, los celos.

- Vannie… Vannie - Repitió de forma seguirá, sintiendo alivió al escuchar su apodo, para ella, no solo los recuerdos iban y venían en su cabeza, lo que en realidad pasaba es que su hermano la hacía sentir bien, segura, sabía que era pequeña y diminuta, pero al tenerlo así, de forma tan cómplice, la hacía sentir invencible - Tú Vannie, por siempre… - Musitó sin medir sus palabras. Zavannah lo sabía, muy en el fondo, y sin querer aceptarlo, sabía que le pertenecía a Zigmund, sabía que por más amor que buscara, que por más aspiraciones que sintiera, nunca se iría de los brazos de su hermano, siempre lo tendría, como cadenas que la aprisionaban, que la aferraban a una ancla, que la hundían hasta el fondo del mar, y que nunca la dejarían salir. De cierta manera aquello no le caía mal, también en el fondo de su ser permanecía un sentimiento distinto a todo abrazo fraternal. Ella lo amaba de la misma manera, quizás no de forma tan intensa, pero lo amaba como a un hombre. Sus ojos se cerraron al reconocer aquellos pensamientos, se cerraron con fuerza al sentir que su corazón se desbocaba en las palpitaciones a causa de su aceptación. Sus pequeños dedos se hundieron en la tela ajena, incluso tanto que llegaron a sentirse hundir en su piel. - Nunca me perderás, eso deberías saberlo, nunca estarás sin mi, pues siempre dormiré entre tus brazos, tu aroma es lo que me tranquiliza tanto como tus ojos - Confesó, de manera inocente, dejando todo rastro de revelaciones, haciendo que aquello sonara al mismo amor de dos hermanos acostumbrados a la convivencia diaria.

- No puedo creer que aún recuerdes todas esas cosas, las mencionas cómo si hubieran sido ayer, eso me hace sentir mucho más importante para ti, que todo aquello que mencionas, o me dices, es emocionante cuando recuerdas, me haces sentir como antes, cuando no entendía el mundo, y mi mundo eras simplemente tú - Dejó salir de nuevo de forma natural, sincera, y tranquila. Las siguientes palabras fueron agua para sus oídos. La castaña simplemente cerró los ojos, dejándose llevar por aquel mar de sensaciones que su hermano le provocaba. Se había estado rehusando por completo a sentir, a escuchar, buscaba salir de ese enredo, buscaba salir de la tentación, suficiente ya había hecho escapando de casa, ahora lo que menos quería era… Pecar. El roce de los labios la hizo parpadear, pido sentir la suavidad de su hermano en ese pequeño roce, desvió la mirada hacía la cama, y luego sonrió, apartando su abrazo, tomándole sus manos, acercando su rostro a ellas, depositando dos besos castos en cada una, y luego le soltó, sentándose de forma cómplice en la cama, y luego recostándose. Se movió hasta el final del remolque, hasta que su cuerpo chocó con el frío metal, y después palmeó el resto de la cama invitándolo a acompañarla - Ven, consuélame como cuando era pequeña, lo necesito - Le pidió de forma implorante, con un susurro muy bajo.

Zavannah cerró los ojos unos escasos momentos, pero eso le bastó para traer en sus pensamientos a Elouan. ¿Lo amaba de verdad? El imaginarlo la hizo sonreír de forma amplia. ¿Acaso se podía amar a dos personas al mismo tiempo? No sabía si eso era naturalmente posible, pero se dio cuenta que al menos a ella le pasaba. Elouan era como una especie de sol, mientras su hermano era la luna. En Elouan podía ver la claridad, podía tener seguridad de besar sus carnosos labios sin necesidad de ser juzgada, podría tener una vida con él por todas las de la ley, en cambio su hermano. Él era su secreto más oscuro, pero también le iluminaba el camino como la luna en medio de un bosque desértico. Su hermano era lo que deseaba fervientemente, lo que más necesitaba, aquel que por las noches deseaba besar, y quizás mucho más, pero no lo aceptaría. Para cuando sus ojos volvieron a abrirse, ya sentía a su hermano a su lado. La cambiaformas le sonrió de forma amplia, se pegó a él y lo abrazó, pegando su cuerpo por completo, pero escondiendo su rostro en la curvatura de su cuello. Dejó que su brazo pasará por el costado de su hermano, y se refugió, como cuando era una pequeña, su pequeña, siempre sería la mujer de sus ojos. ¿No era así? Si, quizás era una chica egoísta, no tan dulce, inocente, y pura como creían, ella era completamente egoísta, y se estaba dando cuenta de eso.

- Si alguien más llegara, si alguien más ocupa tú corazón, estoy segura sabría entender, lo sé, lo siento, soy tu hermana, ¿no se supone eso debería pasar? - Se mordisqueó el labio inferior con fuerza - Claro que te amo, te amo con el corazón, no debes de dudar - Frunció el ceño con fuerza. Ya no deseaba pelear, dejaría el tema de Elouan, al menos por esa tarde, después lo volvería a tocar, poco a poco, hasta que se fuera haciendo la idea, si es que se la llegaba a hacer. - ¿Podríamos tomarnos acaso un día libre? Trabajamos todos los días, quisiera poder tener una tarde solamente con mi hermano ¿Crees que es mucho pedir? Dime que no lo es, si quieres puedo pedirlo, el día libre, así podemos dar vueltas por la ciudad, no la conocemos, no juntos, nadie nos conoce, nadie podría decirnos algo… - Y con eso, esperaba que su hermano entendiera la indirecta, Zavannah estaba jugando con fuego, estaba segura de eso, pero necesitaba comprobar su teoría, quizás las respuestas de su hermano, el comportamiento, las acciones que le demostraría aquella tarde soltaría su tormento, la haría cometer improperios, y tentar a su hermano a hacerlo - Puedo ponerme el vestido más bonito para ti, sólo para ti - Susurró, de forma muy suave, casi rasposa.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Miér Ene 23, 2013 8:40 pm

¿Cómo era que lograba que sus palabras y actos siempre dieran en el clavo, que incitaran a Zavannah a hacer eso, precisamente eso que él deseaba que hiciera? Ni siquiera tenía que pedirlo directamente, bastaba insinuarle las cosas y, por arte de magia, ella parecía percibir la connotación exacta. La mayoría de la gente bautizaría tales actos de Zigmund como manipulación absoluta, él por su parte, prefería pensar que se debía a una absoluta y profunda conexión que ambos tenían por ser hermanos, por amarse mutuamente, como muchas veces ella le hacía ver, justo como en ese momento. El mayor de los Zöllner tuvo el deseo de sonreír, de gritar al mundo entero lo que ella acababa de decirle. ¡Lo amaba, Zavannah lo amaba, acababa de admitirlo! La muchacha estaba admitiendo que lo llevaba tan dentro de su alma como ella habitaba en la de él, nada podía hacerlo más feliz. La amargura que pensar en Elouan le provocaba, se había esfumado por completo. Ya no había rastros de inseguridad en el rostro de Zigmund, porque ella era suya, suya para siempre.

Fue rápidamente hasta la cama cuando ella lo invitó a sentarse a su lado, el mueble crujió con el peso de ambos cuando él se acomodó junto a ella. Permaneció callado, sonriéndole como un idiota, totalmente enajenado con el momento tan pacifico que ella estaba regalándole. Tenerla de ese modo, buscando su cercanía y protección, correspondiendo a sus sentimientos, le hizo autoconvencerse de que ella pronto olvidaría a Elouan, que sólo era cuestión de tiempo, que ella volviera a preferirlo por encima de cualquiera, que no concebiría su existencia sin tener a su hermano a su lado. Le encantó que ella tomara la iniciativa de salir juntos a disfrutarse mutuamente como nunca antes habían hecho, al menos no en un país ajeno a ellos, lejos de la desgracia en la que había caído su familia.

— Sí, tomémonos el día. Sé a dónde llevarte. — Respondió de inmediato, con la misma emoción que la muchacha estaba expresando. Para él, esa “inocente” propuesta que hacía su hermana, era como una cita, la primera que ambos tendrían, la que utilizaría para dejarle, más claro que nunca, sus verdaderas intenciones con ella, lo mucho que significaba en su vida. — No, no dejaré que uses uno de esos viejos y gastados vestidos que ya te ha visto todo el mundo. Usarás algo especial. — Se puso de pie al instante y fue rápidamente hasta el pequeño y viejo closet donde ambos guardaban las pocas prendas de vestir que poseían. Revolvió la ropa y empezó a hacerla a un lado, hasta que finalmente llegó a la parte más oculta del mueble y de allí sacó una caja blanca más o menos grande. Colocó la caja sobre la cama y miró a Zavannah con el interés de descubrir si estaría tan emocionada como él esperaba que lo estuviera. La muchacha miró la caja pero no se movió un centímetro, parecía sorprendida con la sorpresa de su hermano.

— ¿Y qué esperas para abrirlo? ¡Es un regalo, tontita! — Exclamó divertido y se echó a reír al instante. Le causaba mucha gracia la manera en que Zavannah actuaba ante las obsequios de los demás, era como si de pronto la embargara una especie de vergüenza; se ponía rígida y se sonrojaba toda de una manera encantadora que lograba conquistarlo aún más. Zigmund permaneció al pie de ella, cruzó los brazos y no dejó de sonreír. Mientras esperaba que ella descubriera lo que contenía la caja, comenzó a darle la explicación sobre el misterio. — En realidad pensaba dártelo dentro de un par de semanas más, por tu cumpleaños, pero ya que la situación lo amerita… Te compraré otro regalo después. ¿Te gusta? Es como los vestidos que solías usar en Australia, cuando eras toda una damita de sociedad, admirada y reconocida. Pensé que te gustaría utilizarlo porque debes estar harta de esos harapos que ahora tienes que usar para no levantar sospechas. — Frente a los ojos de Zavannah apareció un hermoso vestido rosa, tan bello que era digno de usarlo una princesa y que contenía todos los accesorios necesarios para hacerlo lucir todavía más majestuoso de lo que ya de por sí era.

— ¿Te gusta? — Volvió a preguntar. — Apuesto a que sí, deberías ver tu cara, pareciera que has visto a un muerto. No tienes que sentirte mal por esto, lo compré con gusto, para mí vale más una de tus sonrisas que todo el oro del mundo. — La muchacha seguía sin decir palabra y aparentemente era incapaz de despegar sus ojos de su obsequio. Zigmund se acercó a ella y la obligó a ponerse de pie, luego la llevó hasta el mueble viejo que tenía un gran espejo que solían utilizar para maquillarse para cada presentación del circo, tomó el vestido y con cuidado lo llevó hasta donde su hermana y lo colocó frente a ella, para que pudiera ver cómo luciría una vez que lo tuviera puesto. — No sé qué es más hermoso, si tú o el vestido. — Y no mentía, Zavannah lucía como una reina; el color rosa le hacía resaltar esa inocencia que su rostro y toda ella poseía, su piel aterciopelada, sus ojos grandes y verdes. Ella era la mujer más bella que había conocido en toda su vida, la única en la que había puesto sus ojos y la única que existiría para él, a la que le pertenecía su alma entera. La contempló en el espejo y no fue capaz de disimular lo maravillado que se sentía ante tanta divinidad.

— No hay tiempo que perder, debernos darnos prisa o no quedará mucho del día para disfrutar. — Tomó el vestido y volvió a colocarlo sobre la cama, luego volvió hasta ella y comenzó a desabotonar el sencillo vestido que llevaba puesto. — Te ayudaré con esto… — Comenzó a deshacer rápidamente las tiras del corset que llevaba bajo el vestido y, cuando terminó, una espalda perfecta quedó descubierta. Sintió que la sangre le hervía al contemplar, una vez más, la perfección que su hermana poseía y lo dominaron los deseos de tocarla, de palpar la piel suave y tibia de los omoplatos, de la nuca, de sus brazos. Temeroso, con las yemas de sus dedos, recorrió la piel desnuda de su hermana y más tarde fueron sus labios los que continuaron las caricias. El olor de la piel de Zavannah era el aroma más dulce y más embriagador que podía existir. Su corazón se aceleró y ya no fue capaz de seguir fingiendo que nada ocurría entre ellos dos. Estaba dispuesto a olvidar la salida que ambos habían estado planeado si ella decidía quedarse a pasar el resto del día con él, encerrados en el remolque, confesándose de todas las maneras posibles ese sentimiento que ya era indiscutible.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Mar Feb 05, 2013 1:37 am

Recordando un poco todo aquello que habían vivido, la cambiante aún no podía descifrar por completo en qué momento se habían separado, no separado del todo, porque seguían durmiendo juntos, y viéndose prácticamente del amanecer hasta el anochecer, pero si habían comenzado una ruptura con todas aquellas peleas constantes que tenían. En sólo una semana, la joven había conocido facetas de su hermano que nunca antes imaginó que él tendría. Por ejemplo, ese aire posesivo, esa manera de enojarse, incluso la forma en que se relajaba para volver a buscar una sonrisa en ella. Todo era tan confuso, tan delicado, que por eso no optaba por preguntarle de forma directa, la chica se convencía que de hacerlo de forma descarada, seguramente vendrían nuevas peleas, un poco más subidas de todo, y eso no lo resistiría, su hermano era su debilidad, su talón de Aquiles cómo muchos suelen llamar, por eso evitaba tanto algún roce con él. Le era más importante tenerlo contento, alegre, y tranquilo, que saciar un incluso algunas de sus curiosidades. Evitar el tema era lo mejor, y a cada nueva discusión, se convencía un poco más de evitarlo por completo.

Zavannah aún creía que su hermano era el hombre más sincero del mundo, aún creía que con él nunca había dobles intenciones, y que todo lo que le decía era por su bien, incluso aunque todo eso fuera incorrecto. La chica no podía simplemente verlo con esos ojos dudosos, porque al final de la noche siempre recordaba que gracias a él, ella estaba teniendo una buena, no con los lujos de antes, pero si una buena, correcta, y medianamente libre. Ella estaba aprendiendo a conocer el mundo de diferente manera, no de esa manera tan recatada y estricta que sus padres se habían empeñado en un principio a mostrarle. Lo que si comenzaba a entender, es que, de hacer todo aquello que su hermano quería, él nada le negaría, simplemente sería feliz, y la amaría como siempre, entonces comenzaba a darle todo aquello que le arrancara sonrisas, en vez de tristezas. Quizás su táctica nueva en un futuro le serviría con el tema de Elouan, al menos esa noche le daría toda la razón, le regalaría la realidad que él quisiera, porque después de verlo tan mal, lo único que importaba era enmendar sus errores.

- ¿Algo especial? - Preguntó, saliendo por completo de sus pensamientos, observando a un Zigmund que le recordaba a ese pequeño travieso de la infancia. Le extrañaba así, sonriendo cómo si sus sueños estuvieran a punto de realizarse. Su mirada viajaba por aquel pequeño remolque, siguiendo la figura masculina de su hermano. La joven llevó una mano a las comisuras evitando que saliera una risita traviesa de entre sus labios, pero la diversión duró poco, pues se convirtió en sorpresa, una que descansaba en forma rectangular en la cama. Se colocó de rodillas frente a la misa, y con sus manos temblorosas a causa de la sorpresa, y la emoción, sacó la tapa de la caja. Los ojos de Zavannah se abrieron de la sorpresa que le dio aquel detalle. Se sonrojó por completo, apenas y podía voltear a ver a su hermano - ¿Cómo… cómo pudiste? - Preguntó con incredulidad, sintiendo que no merecía tal regalo. Sus ojos comenzaron a cristalizarse, pero antes de soltar las primeras lagrimas, escuchó la explicación de su hermano. Asintió, ahora creyendo que lo merecía, porque él mismo la hacía creer eso, quiso abrazarlo con fuerza al mostrarle el vestido, quiso aferrarse a su hermano agradecida, quiso besarlo… ¡Si, besarlo!

Se levantó, y avanzó con él al espejo, no podía sacar palabras de entre sus labios, aquella situación era demasiado para ella. ¿Por qué su hermano era tan bueno con ella? ¿Por qué era tan especial? La joven dejó de pensar, y le sonrió frente al espejo, segura que la vería actuar. Antes de poder reaccionar como de costumbre, Zavannah ya sentía los pequeños tirones de su hermano sobre su espalda. La chica sentía vergüenza, por lo que se limitó a bajar la cabeza , y dejar que él lo hiciera; la piel de Zavannah se erizó al sentir la brisa acompañada de unas caricias delicadas por parte de su hermano, su espalda, todo su cuerpo en realidad, nunca había sido mostrado ante aquel hombre que llevaba su misma sangre. Ella siempre s ellas ingeniaba para no dejar ver un centímetro de su piel, pero está vez era todo lo contrario, y no, no era simplemente por dejar que su hermano hiciera lo que quisiera, no era para simplemente tenerlo contento. aunque le costara aceptarlo, ella lo deseaba, esas caricias, esos besos. Cerró los ojos con fuerza, sus manos se volvieron dos pequeños puños, y suspiró profundamente, dejando que la tensión se fuera por aquel aire, se entregaría a disfrutar.

- Hermano… - Musitó, como queriendo convencerse a ella misma, que la simple palabra que relacionaba su parentesco, le tenía que convencer que aquello era un profundo error, pero fue lo único que pudo decir, pues su cuerpo reaccionó en forma afirmativa a lo que su hermano hacía. Zavannah se quedó unos dos minutos más aproximadamente en esa misma posición, con sus ojos cerrados. Después inclinó su cuerpo hacía adelante, buscando la manera de que la dejara libre, que no siguiera con eso. Y efectivamente, él se detuvo, pero cuando eso sucedió, la cambiante sintió un vacío inexplicable. Sus ojos se abrieron con fuerza, se giró con desesperación buscando la mirada de su hermano mayor. Sus brazos ahora estaban enredados a la altura de su pecho. Le miró con la respiración agitada, y antes de decir algo, se camino exactamente tres pasos. Su pecho estaba sobre el ajeno, sin tener ni siquiera un pequeño espacio de distancia, eso ayudaría a que su vestido no cayera. Zavannah estiró su mano para poder acariciar la mejilla de su hermano, y ahí estuvo, sin decir palabra alguna, pero tampoco sin soltarlo.

El contacto físico de forma más intima se había interrumpido, pero ahora había una especie de intimidad distinta, que seguramente sólo ellos podrían descifrar. No pudo resistirse más, ella necesitaba respuestas a interrogantes dentro de su cabeza. Sollozó, sus ojos se estaban llenando de lagrimas, ella sabía que aquello estaba mal, y sin embargo lo deseaba. Zavannah se apoyó en la punta de sus pies, intentando igualar la altura de un Zigmund muy alto. Él por su parte, la ayudó, bajando un poco la cabeza, y sosteniéndola para que ella se sintiera con la confianza de alzarse un poco más. La chica no esperó más, hizo que el roce de sus labios no sólo se quedara ahí, ladeó el rostro lo suficiente y abrió la boca lo que pudo para comenzar un beso arrebatador, pasional, dejando de lado toda inocencia que se le caracterizaba. La boca de su hermano era deliciosa, o más bien el sabor, o quizás ambas cosas, ella no lo sabía, lo que si sabía es que besarlo estaba siendo delicioso, no le parecía aberrante, al contrario. Ella sentía que con esa muestra de amor, con muestras así constantes, todas sus deudas con él se irían saldando, deseaba deberle incluso su vida por volver a repetir eso. Apenas había besado a un hombre, obviamente no sería la experta en aquel gesto, pero al menos haría su mayor esfuerzo. Sintó las manos de su hermano en su cintura, y ella colocó sus brazos alrededor del cuello, Zavannah había olvidado su casi desnudes, había olvidado cómo había empezado el día, había olvidado que todo estaba mal, ella simplemente disfrutaba ese momento, y necesitaba más.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Lun Mayo 27, 2013 11:56 pm

Estaba sucediendo. Lo que tanto se había temido, era un hecho. Ambos parecían saber bien lo que hacían, que nadie los obligaba, que era un acto impuro, pero puramente suyo. Tuvieron la oportunidad de parar, de dejar las cosas en un grave error afortunadamente inconcluso, pero no lo hicieron. Lo ignoraron todo. El calor abrazó sus jóvenes e inexpertos cuerpos y se entregaron al momento.

Cuando ella se acercó, Zigmund notó la pesadumbre en el rostro de su hermana, sus lágrimas, pero decidió portarse egoístamente, como había hecho toda su vida (especialmente con su hermana), e ignorarlo todo. Nadie era capaz de sacarle de la socarrona cabeza la idea de que ella le correspondía, y qué mejor prueba que su cercanía y sus besos. Sus labios se movieron contra los de ella, primero presionando suavemente, hasta que se volvió una lucha el beso apasionado. Comenzó a transpirar. Parecían dos desesperados, dos amantes deseosos por consumar su amor lo antes posible, como si el fin del mundo estuviera a la vuelta de la esquina pisándoles los talones. Juntos iniciaron lo que era toda una antología de caricias y demostraciones de amor.

Con sus manos rodeó la estrecha cintura, se aferró a ella, y se entregó de lleno a las emociones del momento. Difícil definir lo que el muchacho experimentaba en esos instantes, era demasiado, era tan intenso. El vocabulario no da para tanto. Zigmund tuvo la intención de hablar, de expresarle lo mucho que había estado deseando ese momento, lo mucho que la deseaba, lo hermosa que siempre había pensado que ella era. Pero se calló. Por muy difícil que pueda resultar creerlo, en algún rincón de su cerebro todavía existía esa sensatez que le gritaba de vez en cuando lo mal que estaban sus sentimientos hacia su propia hermana. Por eso decidió permanecer en silencio, tragarse su propia vergüenza, minimizarla, y dejar hablar a su cuerpo. Mente y corazón iniciaron su lucha, y el segundo ganó. En ese remolque no había cabida para la razón, todo lo que había era locura y desenfreno.

Sin separar sus labios de su cuerpo, la condujo hasta la el viejo catre que solían compartir todas las noches, pero en esta ocasión no lo deseaba para dormir. Zigmund se separó un poco de ella y se sentó en la orilla del camastro. Interrumpió sus besos y caricias con el único fin con el fin de observarla una vez más. La miró detenidamente y luego la invitó a acercarse, alargando su mano. Ella pareció dudar por un segundo, pero lo hizo, acepto, se volvió su cómplice. Entonces comenzó a desnudarla. Lo hizo suavemente, casi con ternura. Con la ayuda de sus dedos, deslizó el vestido hasta que cayó al suelo. Ella lo miró con vergüenza, como toda virgen en su primera vez, y con pudor se cubrió los pechos cruzando ambos brazos al frente, para que, mientras llegaba la hora que ambos deseaban, su hermano no pudiera observar los pequeños detalles de su perfecta anatomía.

No… —susurró él al instante, y se puso de pie junto a ella.

Volvió a descubrir sus senos y entonces decidió ser justo para hacerla sentir en confianza. Se despojó de la camisa, del pantalón, y de toda prenda que pudiera resultar una barrera entre sus cuerpos. Se quedó de pie frente a ella para que pudiera presenciar su completa desnudez. No sintió vergüenza al exhibirse de ese modo ante su hermana porque ella era incapaz de juzgarlo. Ambos se observaron durante un buen rato. Había muchas similitudes en sus cuerpos. Eran hermanos y los dos eran hermosos, lo llevaban en sus genes, en su sangre. Con sus ojos, Zigmund detalló cada centímetro que definía la figura de su hermana. Se dio cuenta de que hacia mucho que había dejado de ser una niña, que ahora era una mujer completamente deseable.

Ahora ya no había secretos entre ellos dos.
Ahora conocían hasta el lunar más escondido que tenía el otro.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Jue Jun 20, 2013 4:02 pm

Era como sentir el galopar de muchos caballos en su interior. Así asimilaba las sensaciones que su corazón estaba experimentando. El silencio simplemente acompañaba la noche, está siendo cómplice de un deseo escondido de hace mucho tiempo. Los sueños se volvían realidad para el mayor de los hermanos, pero quizás también para ella, en sus secretos más ocultos, no es tonta, lo conoce más que a cualquier otra persona, y también se conoce, por eso reconoce en sus adentros que aquello era esperado, sólo bastaba un empujón para que ambos dieran el paso, para que se animaran. Constantemente creía que que se quedaría sin respiración, su pecho subía, bajaba, y repetía la acción con rapidez. Sintió la garganta seca, y su cuerpo temblar debido a una brisa que chocó con su piel desnuda, poco a poco su figura comenzaba a despertar, reaccionaba a placer de él, y a vergüenza de ella. Su desnudez era extraña, aunque ella misma se había observando muchas veces mientras enjabonaba su cuerpo, ahora todo era distinto, no estaba tomando una ducha, se estaba entregando a su hermano. ¿Eso era valido? ¿Acaso Dios permitía aquella aberración? Venían del mismo vientre, debían protegerse, cuidarse, amarse, pero con barreras bien trazadas. ¿En qué momento todo había cambiado?

El temor de las acciones generadas le nubló los pensamientos, estiró sus manos para sostenerse de lo primero que encontraba, para su buena o mala suerte, de su hermano. Sintió la piel fría del joven, un poco rasposa, debía reconocerlo, pero era normal, con los trabajos que llegaba a hacer el chico en el circo, lo que menos importaba era el cuidado de su piel. De esa forma pudo tener su primer contacto con la desnudez de su hermano. Movió el rostro, presa de la inexperiencia fue demasiado torpe en bajar la mirada, sus ojos se dirigieron hasta el miembro aun flácido de aquel muchacho que apenas y podía decirse el mayor. Lo sorprendente para ella fue ver como todo iba tomando forma, y de flácido se iba endureciendo. Cerró los ojos presa del nerviosismo, sus labios que estaban separados pasaron de resecos a húmedos cuando ella pasó la lengua entre ellos, las sensaciones aumentaban, acompañado iba un hormigueo en todo el cuerpo que se manifestó en sus senos, endureciendo sus pezones cual dos pequeñas rocas.

Por inercia, porque en realidad no sabía lo que hacía, la joven empujó un poco a su hermano para dejarlo sentado sobre el catre. De sobra sabía que aquello que estaba por realizar estaba mal, pero ya, era momento de dejarse de tonterías, tampoco es que fuera una niñada cinco años, sus piernas se colocaron a los costados de su hermano, con las rodillas para poder sentarse en el regazo ajeno. Bajó un poco la cadera para acomodarse, pero sintió aquel falo bajo ella, inevitablemente respingo, se levantó un poco, y sonrió nerviosa. Su pecho desnudo rozó la piel ajena, sus pezones siguen endurecidos, ella se acerca para volver a besar a su hermano, pero sus besos son traviesos, esporádicos, cada determinado tiempo, hasta que por fin su lengua se enreda con la contraria, lo besa de forma apasionada.

Las manos de Zavannah acariciaban también la espalda de su hermano, con suavidad pasando la yema de los dedos, ella buscaba provocar algo que ni siquiera entendía, de un momento a otro sintió como su hermano la tomaba de la cintura, la colocaba sobre el catre, y él se recostaba sobre ella, claro, sin recargar todo su peso por completo. Se sentía desnuda, no sólo de su cuerpo, también de su corazón, de su ser interno. Se imaginó a Elouan, las platicas que habían tenido, los abrazos, algunos besos, quizás aquello fue el incentivo para que siguiera, pues sino distraía a su hermano, sino le hacía ver que era simplemente suya, las cosas se pondrían peores, no le dejaría ser feliz, no se le apartaría. Movió lentamente sus caderas para choca su sexo con el ajeno, no tenía idea del acto sexual, pero tenía una amiga contorsionista que siempre le contaba sus aventuras con los demás trabajadores, de ahí tomó un poco de ideas. Sus manos ahora se aferraron a su espalda. Abrió los ojos para encararlo, dedicó una sonrisa tímida a su hermano, y luego suspiró.

- Hazme el amor, Zigmund - Romrpió el silencio, no había mejor manera para hacerlo que diciendo esas palabras.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Miér Oct 02, 2013 1:20 am

Zigmund no logró ocultar del todo la sorpresa que se llevó al presenciar la nueva faceta de su joven hermana. Nunca antes la había escuchado hablar así,  actuar de ese modo, porque por más extraño que pareciese esa escena, era ella quien estaba tomando la mayor iniciativa. Zigmund se quedó helado al escucharla pedirle que le poseyera de una forma tan desinhibida, sin el menor titubeo, y si bien eso era lo que había deseado toda la vida, por un momento dudó de lo que estaba ocurriendo.

No mostró la menor resistencia cuando ella lo invitó a recostarse sobre la cama y dio un breve respingo a causa del placer que empezaba a hacerse presente cuando ella se le colocó encima a horcajadas. El cuerpo masculino respondió a cada caricia, cada roce; sus sexos se encontraron rozándose sutilmente con el tenue movimiento de la muchacha. Se notaba su inexperiencia porque sus movimientos, que tenían la mejor intención de cooperar con el acto, de involucrarse tanto como él, eran torpes y estaban mal ejecutados, pero Zigmund no iba a juzgarla, porque lo cierto es que él era tan ignorante en el tema como ella.

Lo poco que él sabía lo había aprendido con sus amigos australianos que solían llenarse la boca relatando sus hazañas con las damas que ya habían pasado por sus camas. Zigmund había escuchado en silencio y con atención cada relato, mientras que sus amigos lo animaban a imitarlos, pero Zigmund siempre se había resistido a la idea de acostarse con otra mujer que no fuera la que tenía enfrente. Tenía la edad suficiente para excitarse y fantasear con otras, para imaginar cómo lucirían desnudas, debajo de todas esas enaguas, pero lo cierto es que nunca lo había hecho. Todo lo que habitaba su mente era Zavannah, solamente ella, desde que tenía uso de razón. Era un muchacho extraño que no sentía el menor interés por experimentar en el ámbito sexual con otro cuerpo que no fuera el que estaba tocando, que era puro y virginal, tierno y rosado.

Shhh… —la acalló cuando ella tuvo la intención de volver a hablar-, por favor, no digas nada…

Luego de hacerle la extraña petición de que permaneciera callada, colocó su dedo índice sobre la boca húmeda de la jovencita para impedir que volviera a retomar la palabra.

No digas nada… No digas nada… —insistió, con una voz tan baja que se transformó en un susurro con tono suplicante.

Definir lo que lo orilló a tal cosa es todo un misterio. Quizá… quizá en su mente enferma, claramente obsesionada, prefería seguir guardando para siempre esa imagen virginal, pura e inmaculada, que siempre había tenido de su hermana. Para él, ella era una muchacha limpia e inocente, por lo tanto escucharla decir palabras que solamente una mujer corroída por la lujuria o una prostituta dirían no le agradaba del todo. Quizá pretendía erróneamente que luego de esa noche, ante sus ojos y los de los demás, su hermana siguiera siendo esa niña a la que había cantado cada noche para que conciliara el sueño, y para ello, la única forma era parar, lo cual no hizo.

En un intento desesperado por acallar sus propios pensamientos, los cuales seguramente provenían de la poca cordura que aún se escondía en algún lugar recóndito de su mente, la besó una vez más. Sus labios masajearon insistentemente los ajenos, bebiendo de la saliva de Zavannah, una y otra vez, como solamente un hombre desesperado podía hacer. Hacerle el amor era su deseo más ferviente, pero por alguna extraña razón que él no llegó a comprender en ese instante, pensaba que mientras más rápido lo hiciera, sería mucho mejor. Tal vez por eso aceleró las cosas, olvidándose de la ternura y las caricias previas que lograrían que ella estuviera lo suficientemente húmeda, lista para la penetración.

Maniobró el cuerpo de la joven hasta colocarse encima de su pelvis y le abrió las piernas hasta quedar en medio de ellas. Sus sexos estaban sumamente calientes, brillaban y palpitaban ante el inminente acto. Zigmund tomó su miembro endurecido entre sus manos y con la ayuda de una de ellas lo guió hasta la entrada de la vagina de la joven. La joven se sobresaltó al sentir el ardiente roce del tieso e hinchado instrumento y Zigmund, que por esos instantes parecía hacer caso omiso de las reacciones de la muchacha, poseído quizás por la excitación del momento y claramente afectado por la presión que sus pensamientos ejercían sobre sus hombros, continuó con la difícil labor en la que se había tornado algo que sus amigos habían asegurado que era simple. Presionó la dura cabeza de su miembro hacia el interior de las delicadas partes de la muchacha pero la membrana era fuerte y se resistió ante los esfuerzos desesperados. Zigmund, que para ese entonces ya era presa de una enervante e insoportable sensación, a la que sin embargo no era posible renunciar a esas alturas, se echó hacia atrás por un momento y se lanzó después con todas sus fuerzas hacia delante, consiguiendo abrirse paso en el estrecho y rosado agujero. Sumergió gran parte de su endurecido miembro en la tierna cavidad de la muchacha, a la cual pudo ver echar la cabeza hacia atrás, lanzando un pequeño y estremecedor grito, víctima del dolor de la forzada penetración.

Zigmund la miró unos instantes pero ni siquiera fue capaz de dedicarle unas palabras, una caricia o un beso, todo lo que hizo fue iniciar los movimientos pélvicos que desataron las contracciones musculares que lo hicieron estremecerse hasta la locura.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Lun Oct 28, 2013 7:14 pm

Algo andaba mal, ella se daba cuenta, no era necesario verlo, pero podía sentirlo. Ya no era su hermano el protector, tampoco el hermano amoroso, ni el cuidadoso, algo había distinto. La mirada, las caricias; ella no se sentía bien, no quería seguir, pero lo había hecho, había iniciado las cosas, lo incitó a entrar. ¿Por qué lo había hecho? En realidad no lo entendía, y eso le estaba pesando; Zavannah no era una mala chica, nunca lo había sido, a pesar del cambio tan brusco en su vida, preservó sus modales, sus manías, su manera tan fina de moverse, de hablar, la dulzura y su inocencia. Ella no era así, no se dejaba guiar por el deseo, por las caricias. ¿Salir huyendo? No, de hacerlo terminaría por hacerlo enojar, no, ella nunca lo decepcionaba, ya lo había hecho al acercarse a Elouan,

Zavannah parpadeó un par de veces. Tragó saliva, quería hablar, decirle muchas cosas, saber si él la quería, si su amor era real o no, pero no, eso no era posible, él se lo impedía, y eso no reafirmó su mal presentimiento. Zigmund siempre la escuchaba, incluso cuando las horas de sueño le generaban malas pasadas. Sus manos se estiraron hasta su pecho, un poco de valor le hizo empujarlo hacía atrás evitando que se acercara, pero no había valor moral, y por eso no siguió empujando. Gimió ligeramente por lo caliente que su sexo estaba, por el placer que experimentaba, y que claro, jamás había sentido. Era extraño, la joven siempre creyó que su primera vez sería de otra manera, pero la vida daba tantas vueltas que no podía quejarse.

- Ahhhh - El quejido apareció. El dolor le era ahora casi insoportable. La excitación se quedó de lado, no había manera de que ella pudiera relajarse, no, aquello estaba mal. Sus manos suaves se aferraron con fuerza a la espalda masculina, incluso sus uñas se clavaron en la piel - No, duele - Apenas dijo, era insoportable la palpitación de dolor que estaba teniendo en su intimidad, no sólo ahí, sino en todo el cuerpo. Las estocadas eran salvajes, nada como había planeado. Estaba arrepentida, pero más que nada, rota por dentro. ¿Cómo era posible que se hubiera dejado llevar? Ese arrebato le costaría muchas cosas, mentiras, verdades, amor, desamor, y un futuro distinto a lo que ella había deseado y planeado; le dolía el cuerpo, pero más que nada le dolía su dignidad, esa que ya no tenía. - Zigmund me duele, despacio, por favor - Ya no importaba si la volvía a callar. Aquel que estaba sobre ella no era su hermano, debía ser alguna bestia, alguien que lo poseía en ese momento, que no le permitía ver que tenía a su pequeña hermana ahí; movió sus manos dirigiéndolas a su boca, de esa forma ejerció presión para evitar sacar gemidos o gritos de terror, no tenía la mínima intención de ser escuchada por nadie.

Y entonces le vino a la mente. La imagen, el rostro, el cuerpo entero de Elouan. Él la odiaría sin duda alguna. Ya lo imaginaba echándole en cara las cosas, pero, ¿y si ese acto sexual lo guardaba como un secreto? Ella podría tomar las riendas de la situación, chantajear a su hermano, algo debía haber aprendido de él. Si, ella lograría que no dijera nada, que la dejara en paz, sino ¿qué más daba? Se escaparía, no estaría más a su lado, su misma sangre no podría obligarla, tampoco retenerla. No, eso no lo haría. ¿O si? Las dudas se apoderaron de todos sus sentidos, de esa forma ya ni siquiera recordaba la situación que estaba viviendo, hasta que sintió un nuevo empujón más violento. Se quejó de nuevo, pero no hizo más, su intimidad parecía ya más acostumbrada que al principio, lo cual lo agradecía, excitada no se encontraba, pero no podía negar que aquello se sentía muy bien, y que sus pezones le ardían por sentir algo húmedo y cálido, pues lo endurecidos que estaban y la brisa que les golpeaba, le pedían mimos, de esos que no le daba su hermano; le besó un par de veces pero pronto se separaba por la falta de aire. Al menos ese parecía el mejor de los pretextos.

- Ya no sigas, ya no quiero - Le volvió a empujar dando golpes en los brazos - Zigmund... ¿me quieres? ¿tu de verdad me quieres? - Preguntó con el rostro empapado en lagrimas, triste, rota y queriendo despertar de esa maldita pesadilla; minutos después la primera ronda había terminado ¿seguirían? Intentó liberarse del miembro dentro de ella, lo cierto es que moverse le molestaba, el dolor no cesaba.

- Hermano, déjame descansar - Finalizó girándose para darle la espalda.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Sáb Nov 02, 2013 10:35 pm

El acto definitivamente no fue lo que se esperaba de un momento tan importante como ese, por lo que fue una ventaja para ella que durara tan poco. No fue romántico o memorable, no quedaría grabado en sus mentes como el  momento especial que él había deseado que fuera, solamente sería un amargo recuerdo, imborrable y permanente, una mancha negra en la mente de ambos. Lo había echado a perder. No había vuelta atrás.

Zigmund la ignoró todo el tiempo, procurando solamente su propia satisfacción, acelerando los movimientos en la búsqueda del clímax, en un afán de terminarlo todo lo antes posible. Y así fue. Gimió y se retorció de placer cuando llegó al orgasmo, aferró su cuerpo al femenino cuando eyaculó en el interior de la muchacha y, mientras cerraba con fuerza los ojos, se dejó caer a un lado de la cama, cansado y dolorido. Su pecho desnudo, completamente empapado en sudor, subía y bajaba mostrando su respiración acelerada. Se llevó una mano al rostro y lo frotó para limpiar la humedad de sus ojos y boca. Se quedó en silencio, aún cuando su hermana había dejado más de una pregunta en el aire, mismas que esperaba que fueran respondidas.

Suspiró.

¿De verdad quieres hablar de esto justo ahora? —le preguntó en un tono frío y casi molesto, como si estuviera fastidiándolo—. ¿Podemos hacerlo mañana? Yo también estoy cansado. Además, te he dicho miles de veces lo que siento por ti, ¿es que todavía no lo entiendes? —Alzó un poco el tono de voz y ella pareció encogerse de hombros—. Acabo de intentar demostrarte lo mucho que te amo y tú sólo has intentado apartarme…

La miró de reojo por un segundo y sólo fue capaz de advertir como ella permanecía con los brazos cruzados sobre el pecho, amarrada a su propio cuerpo. Tenía una expresión de dolor y su ceño estaba fruncido. La mirada la tenía clavada en el piso y el verde de sus ojos parecía líquido; podría haber jurado que estaba a punto de echarse a llorar en cualquier momento. En resumen, la muchacha se veía claramente afectada por los recientes hechos.

No te preocupes, no volverá a ocurrir. No voy a volver a tocarte —le espetó con suficiencia, molesto, con el ego destruido.

¿Por qué estaba tan enojado? ¿Estaba molesto con ella o consigo mismo?

Sin dar mayor explicación, jaló la sábana y cubrió su cuerpo con ella, luego se ladeó sobre el destartalado colchón, provocando que el catre chillara con el movimiento, y cerró los ojos. No fue capaz de conciliar el sueño tan pronto como hubiera deseado, los remordimientos no se lo permitieron, pero prefirió fingir lo contrario a enfrentar las preguntas de su hermana. No estaba listo para responderlas, no después de lo que acababa de pasar. Tenía que pensar, meditarlo todo, deshacerse de las culpas y asimilar que la relación entre ambos ya no sería la misma de siempre.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Mar Nov 05, 2013 3:39 pm

Preciosa Zavannah de sonrisa asombrosa, mujer que enternece a su andar por la mirada tan limpia que tiene, su corazón palpita con rapidez, con fuerza, como si se tratara de caballos galopando con fuerza buscando un destino en especial, gracias a todos esos sentimientos buenos que llega a sentir, a mostrar. Ya no, ya no es ella, esa noche lo ha cambiado todo. Sus orbes se han apocado, su respiración es la que parece andar más deprisa que incluso su sentir. Es triste verla así, recostada, desnuda, con los ojos perdidos en un oxidado suelo metálico que apenas es cubierto por la alfombra. Se nota que el remolque está demasiado deteriorado, cómo ella en ese momento. Jamás se había sentido tan mal, tan insignificante, tan mala persona, pero sabe que obró de mala manera, y cuando eso ocurre se deben pagar las consecuencias con la frente en alto. El problema es si tendrá la fuerza, no sólo es a ella a quien debe de salvar, sino a varias personas implicadas. ¿Podrá hacerlo?

La brisa se coló por aquella minúscula ventana, se dirigió directamente al cuerpo femenino para golpearlo ocasionando que se le erizara hasta el vello más escondido de su piel; la sensación de vacío se volvía cada vez más grande. Era extraño, su hermano todo el tiempo la hacía sentir la mujer más especial, hermosa y amada del planeta. En un acto que ella consideraba como algo más que cómplice y amoroso, se veía la verdad, se trataba de todo lo contrario. ¡Que mal! Cerró los ojos para recordarse a sí misma pedirle que le hiciera el amor, suplicarle que la adorara en la cama. Que vergüenza verse así, y que le dieran todo lo contrario; suspiró melancólica. Ni siquiera un buenas noches, ni siquiera un abrazo cálido, o una historia para hacerla arrullar. La indiferencia estaba jugando ese papel tan importante esa noche. La verdad al igual que los sentimientos reales siempre terminan por mostrarse como el sol al despertar.

Las lagrimas brotaron presurosas, estaban inquietas por escapar de sus ojos, el refugio de ellas fueron las mantas que se encontraban bajo el cuerpo femenino. Al menos la abandonaban liberando un poco su carga emocional. Gracias al movimiento del cuerpo masculino intuyó la posición que ahora su hermano le daba. Cuando Zavannah no podía controlar sus emociones, la joven no controlaba esa parte animal que había sido escondida, pero sobretodo reprimida tanto tiempo; no le iba a pedir ayuda a su hermano, no, esa vez no, es por eso que cerró los ojos. Su cuerpo desvirgando sintió el dolor más grande de la transformación por lo que soltó quejidos antes de volver maullidos que con el tiempo se fueron apagando. La hermosa y pequeña gatita se había aparecido en la cama. Su lengua pequeña y fina salió para lamer las patitas delanteras, las cuales las frotó en su pequeña cabeza peluda; antes de que su hermano la fuera a tomar, porque estaba segura le impediría marcharse, dio varios saltos hasta la mesa próxima a la cama. Incluso dio un coletazo meneando la cadera de su cuerpo de minino, era una manera de decir "No está vez". Cuando se giró para darle cara, maulló burlona moviendo sus pequeños bigotes de lado a lado. Sus ojos rasgados no le perdían la pista, lo miraban con profundidad, con rechazo, con odio. ¿Por qué? Por la manera en que "le había hecho el amor".

Unos minutos sólo bastaron para que la gatita observara a su hermano, y no más; Zigmund cerró los ojos, de esa manera ella pudo saltar hacía la ventana, después hacía la hierba y así avanzó. ¡Su hermano estaba loco si creía que dormiría con él! No, al que menos deseaba ver en ese momento era a él, o incluso a ella misma, la consciencia le estaba martillando el alma, el corazón, su pecho subía y bajaba con fuerza presa de la incertidumbre. ¿Y si alguien los había escuchado? No, eso sería una desgracia; rondó unos minutos por el remolque, incluso por las partes cercanas pero todos dormían tan plácidamente, nadie los había escuchado para su buena suerte.

Zavannah saltó unos pequeños obstáculos para poder llegar a la ventana de una habitación en la residencia principal, la de los dueños del circo; conocía donde se ubicaba la habitación de Elouan ya que él se la había seleccionada unas veces. Efectivamente, cuando llegó al marco de la ventana encontró a un joven dormido, envuelto en las sabanas dado el clima invernal de ese momento; se veía tan tranquilo durmiendo que no quiso hacer ruido, pero si se adentró para estar con él, para sentirse aliviada, pero más que nada para sentirse segura lejos de su hermano, y con alguien que hasta el momento le había demostrado la quería sin pedir nada a cambio.

La gatita se acomodó en la almohada continua para observarlo dormir hasta que el cansancio la venció.


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