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Entre la tierra y el mar: suspendidos en el aire... [Ingrid Chassier] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Yann Tiersen Miér Mayo 16, 2012 10:09 pm

Entre la tierra y el mar: suspendidos en el aire...

La aglomeración de personas, el constante ruido y la contaminación del aire hacían de la ciudad una bomba de tiempo con un persistente tictac en mi mente, anunciándome que pronto explotaría. Ya se había vuelto una costumbre que cada fin de semana, me desprendiera de mis responsabilidades laborales y me separara de mi habitual y tan rutinaria vida social, para escaparme de la localidad e ir a bucear con mis pensamientos cerca del mar; y aquel día no sería la excepción.

El mismo estaba esplendido. El cielo, de un celeste profundo, se presentaba inmenso ante mis ojos. Una cálida brisa acariciaba mis mejillas - pese a estar en invierno - haciéndome cosquillas por momentos y dejándome en un estado de absoluta tranquilidad. Mis pies se movían lentos, como queriendo detener el tiempo y hacer de aquella caminata, lo más duradera posible. Los rayos del sol recorrían mi rostro de par en par, haciéndome disfrutar de su calidez.

Pero por sobre todo, la conjunción del leve silbido del viento junto con el cántico lejano de los pájaros, me hacían sentir en paz. Solo el sonido de la naturaleza, tan expuesta y a la vez tan distante de todo, me brindaban la armonía que necesitaba para descansar; sumergirme en mis pensamientos con la grata posibilidad de escucharlos, sentirlos y comprenderlos, sin que queden en segundo plano por mi stress o por alguna complicación frecuente. Realmente podía escuchar cada cosa que se cruzaba en mi cabeza.

¿Era lo que pretendía de mi mismo? Muchas veces desconfiaba en lo que me había convertido, ¿estarían felices y orgullosos mis padres del hombre que era? Seguía recordándolos aunque su imagen cada vez fuese más borrosa y la remembranza más lejana, me culpaba por no poder tener presente rasgos definidos de sus rostros como para conseguir plasmar sus sonrisas en mi alma. ¿Fue mi hermano quien me los había arrebatado? Su presencia nunca descansaba, significaba una herida en mi pecho sin cicatrizar, junto con su misteriosa desaparición. ¿Con que objetivo se vive sino sabemos hacia donde vamos, lastimándonos continuamente los unos a los otros? Concluía utópico e idealista, cayendo en filosofía pura, que no era más que otro ingrediente en aquel cóctel pensativo de mi pasado y existir.

Me pareció escuchar unas risas de fondo; volví mi cabeza hacia atrás para observar que sucedía: una feliz pareja paseaba tomados de la mano, se abrazaban y se reían como dos enamorados; luego los vi alejarse. Regresé mi postura y esbocé una débil sonrisa ¿acaso debía culparlos? No sabía si sentía envidia o solo júbilo por ellos.

Doblé hacia la izquierda intuitivamente, desplazándome por el puente que separa ambos extremos de la laguna. El agua, en calma, se deslizaba pacíficamente por debajo, creando pequeñas líneas horizontales. Una variedad incalculable de reflejos cósmicos se creaban en su superficie a través de los ases de luz que poco a poco comenzaban a menguar su poderío. Era irónico, me hallaba en medio de dos tierras, suspendido sobre el mar y aún así, no conseguía sentir miedo; aunque claro, debo confesar que como arquitecto recibido, entendía a la perfección la física que explicaba y defendía la solidez de una plataforma como aquella, aunque algunas personas aún sentían desconfianza sobre esas formas de comunicación.

Me detuve aproximadamente en el medio, apoyándome sobre la baranda, separando ambas piernas para estabilizarme. Mi mirada fue perdiéndose en el horizonte, donde algunos árboles más allá del agua parecían hacerse uno con el firmamento. Realmente no buscaba una pareja, pero me hacía falta una compañía con la cual compartir agradables momentos, apoyándonos mutuamente. En el amor, siempre fui un lobo solitario, pero la amistad fue relegada de manera injusta. Hasta ese momento lo entendía, confundía ambas tratándolas como una sola y no era correcto. Debía abrirme a conocer y permitir darme a conocer frente a los demás. Necesitaba nivelar mis relaciones, para no priorizar una y abandonar las otras; de seguir así, la soledad, que ya se había impregnado a mi como una sombra, seguiría naciendo desde mis zapatos y cubriéndome completamente, hasta ahogarme en su aislada penumbra.

Cerré los ojos. Con aquella postura parecía un despreocupado turista, pero nada importaba, solo el agua y yo. La sencillez con la que me sentaba era la misma que con la que vivía, el dinero nunca me apartó de los verdaderos sentimientos, y definitivamente nunca lo haría. El que dirán era algo que no entraba en mis intereses, por el contrario, era lo que se veía y cualquiera que pudiese apreciar eso, en ese preciso momento, conocería realmente a Yann Tiersen.

Me desconecté automáticamente del mundo y dejé que la calma y la serenidad me abrazaran.
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Mensaje por Ingrid Chassier Sáb Mayo 26, 2012 1:20 pm

La luna y el sol: en el mar del espacio, hay un puente que los une.

Cual los sonidos de una canción entonada en la mente de la persona que busca la paz y la tranquilidad, cada acorde entrelazado dando como fin último una melodía con la que el cuerpo se mueve al unísono y una voz dulce emerge para alabar al día que promete ser más que hermoso. Aunque la belleza no es un concepto estático, si no dinámico confluyente a la particular forma de ver el mundo de cada individuo. Los ojos no son lo único que admiran lo que hay alrededor de una persona en concreto, si no que es un efluvio de conceptos que se tornan en la mente, el cuerpo y alma. Sin alguno de los tres elementos no se es nada más que un autómata que no puede ver más allá de lo que sus pupilas reflejan. Los pasos son relajados, uno tras otro sin ser demasiado largos denotando premura o cortos, en una pereza que no se tiene aún. Silencio en la parte más profunda del ser, para estar en comunión entre los sonidos que la rodean. No sólo la conglomeración es apagada, si no también todos los elementos que arruinan el momento perfecto para llegar a su último destino: la paz.

La luna camina sola por la inmensidad del espacio sideral, entre estrellas viejas y jóvenes, entre enormes y pequeños meteoritos que pasan a su lado saludándola con sonrisas admirando su belleza, ese cabello que ondea con el viento, habiéndolo dejado previamente suelto, el vestido que se ajusta a la figura como si hubiera sido pensado para ella por un pintor que al admirarla se enamorara y quisiera inmortalizarla. Una mente en blanco, fugada algunos dirían, pero no es así. La muerte no es más que un paso de una dimensión a otra, así pues para comprender quién se es, sólo es necesario guardar silencio. La opinión que tengas de tí mismo sólo es un efímero hechizo que obstruye los sentidos y aletarga la mente durante el tiempo necesario en que dure tu ceguez. La voz de la luna es más que una letanía y una serenata a los presentes aunada a un canto de una antigua composición que es melódica como atrayente.

La laguna ante ella, atravesando el puente que la separaba de los mundos, el de los vivos y los muertos. La cabeza es ladeada y unos mechones ocultan parte del rostro de la dama, su mano izquierda pasea por la baranda, en un contacto entre el frío metal y su cálida piel. Lento, sus yemas siguen el camino hacia donde un caballero de pie lo interrumpe. Los pasos de la joven se detienen y los ojos azules observan el rostro del varón a escaso un metro de distancia de él, invadiendo su espacio personal. La forma en que está de pie denota la relajación que ella misma tiene y sin dudarlo, su mano continúa su camino, deslizándose sinuosa por el brazo del humano, por toda su extensión pasando luego por su espalda, en un movimiento vertical, sin romper contacto para continuar a por el otro brazo. Como si el cazador fuera un pilar sostenido contra la baranda.

Una vez los dedos femeninos vuelven al pasamanos, su roce continúa mientras camina hacia donde el final del puente. Con pasos delicados, con un vestido que denota una clase alta, pero que es tan ligero que el viento se lo lleva consigo jugueteando, formándole una silueta deliciosa y llamativa. Una femineidad cubierta por sedas, una pequeña niña quizá jugando a no soltarse de la baranda hasta que llega al final de ésta y sonríe... los pies son descalzados y con cuidado, decoro y preocupándose por no falta a la moral, se sienta en la orilla, sonriendo feliz cuando uno de sus pies alcanza la superficie líquida. Ríe con los zapatos a un lado y la risa de la ninfa es más que melodias concatenadas... es un oda a la alegría.

- Para entender la inmensidad del mundo, sólo hay que comprender lo pequeño que se es... y qué mejor que en medio de la grandiosa paz del agua - susurra permitiendo que el viento se lleve su voz a donde quiera... incluso a los oídos del cazador.


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Mensaje por Yann Tiersen Miér Jun 27, 2012 5:58 pm

Es significativo comprobar como cuando los músculos descansan, la mente explora lugares recónditos de nuestro propio yo que nunca pudimos o no nos atrevidos a descubrir. El miedo es un sentimiento amplio pero verdaderamente poderoso cuando buscamos conocernos en profundidad a nosotros mismos. Características que no creíamos poseer se elevan frente a nuestros ojos con tal claridad, que cuesta asimilar no haberlas visto antes, incluso llegando a pensar que éramos unos auténticos invidentes. Todos ocultamos aspectos personales que maquillamos poco a poco de una invisible tonalidad, dejándolos a un lado de nuestro camino; clandestinos y desamparados, intentando hacerlos desaparecer. Sin embargo, cuando uno se encuentra únicamente mirando hacia adentro, parecería que ellos afloran y se reflejan con notoriedad, recordándonos que aunque se encuentren ignorados, siguen intactos. La naturaleza humana es un laberinto de incontables caminos y vueltas que nos enreda en su telaraña y nos aprisiona, inmovilizándonos. ¿Será por esto que uno busca la verdad pero nunca la encuentra? Hay algo que nos separa de ella. Existimos, pero sin saber cómo. Vivimos, pero sin saber por qué o para qué. ¿Dónde están las respuestas? Sentimos un alma pero científicamente solo somos un cuerpo con impulsos, ¿acaso lo que nos mueve y nos hace distintos no vale? ¿Cuántas cosas más no podemos ver pero están?

Y como si el mundo conspirara para desconectarme del estado de paz, reflexión y armonía en el cual había logrado sumergirme, sentir como una delicada mano se apoyaba en mi cuerpo y lo recorría lentamente. Al principio dudé de la realidad de aquel contacto, forzándome a creer que era parte de un sueño, materializado en un breve escalofrío que recorría mis brazos y espalda, dejándome una extraña pero agradable sensación. Desperté paulatinamente, inmóvil pero conciente. Un seductor aroma se instaló en mi olfato a medida que escuchaba como los pasos de aquel ser continuaban su camino y se alejaban hasta la orilla. El agua bajo de mis pies seguía parpadeando y creando figuras irreales cuando desvié mis ojos hacia aquella muchacha. Su delgada figura, sus curvas excitantes y su radiante caballera hicieron de su imagen algo hermoso; no obstante, algo en ella me atraía pero no era estrictamente lo físico. La gracia de sus movimientos y su simpatía, minimizaban su edad a tal punto, que al ver como sus pies se apoyaban y jugaban con el agua, sin preocupación alguna por el que dirán, me pareció estar visualizando a una adolescente.

Una persona que no escondiese sus ganas y anhelos por una fría apariencia, merecía ser tomada muy en serio. Debía tener una personalidad única y firme, orgullosa y segura de si misma como para comportarse como su alma lo requiera y no como su cuerpo la obligue. El prejuicio de la época era muy grande como para que abunden expresiones de aquel tipo; cualquier mujer de clase alta tomaría aquella acción como inapropiada e incluso vulgar.

Fueron sus palabras las que me hicieron volver en sí. Casualmente su frase se identificaba con el pensamiento que estaba desarrollando hasta el momento. Ella parecía entender tanto como yo, lo pequeño que somos en la inmensidad del mundo. Lo ignorantes que somos frente al conocimiento universal y el grado de gigantesco que representa el agua cuando buscamos paz.

Mis labios se delinearon, expresándole una sonrisa de complicidad hacia sus palabras a medida que dejaba mi anterior pose y seguía los pasos que previamente ella ejecutó. Su risa era verdaderamente contagiosa. Me acerqué lo suficiente como para sentir nuevamente aquella fragancia que emanaba. Sus ojos estaban puestos en el mar, parecían perdidos pero yo sabía que su atención me pertenecía.

- Es un rencuentro con uno mismo ¿cierto? - expresé por lo bajo, cual si fuera un suspiro - Lo hermoso y perfecto de la naturaleza, nos hace notar lo imperfecto que somos - agregué tras una breve pausa, en la cual aproveché para sentarme a su lado. Por alguna extraña razón, no me sentía un extraño para con ella como para pedir permiso. Sus pensamientos parecían estar de acuerdo con los mismos incluso antes de conocernos. Dos mentes aisladas en conexión, una contradicción particular.

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Mensaje por Ingrid Chassier Dom Jul 08, 2012 10:59 pm

El agua y la tierra, siempre en constante unión.

Su cuerpo se mecía al compás de una música inexistente a oídos ajenos, pero que pocas veces era atendida por alguien: el vaivén del agua en forma de pequeñas olas que arrullaba a los más sentimentales y sencillos hombres y mujeres que se dignaban a prestarle atención. Era ese cantar, esa sonata la que relajaba lento cada músculo en la cortesana. Un ir y venir en constante y apacible sensación que brindaba un alivio a las mentes tan destruidas y enfermizas como la de nuestra protagonista. Aún recordaba cuando al escapar de su prisión, de aquélla que le forjaran los Tremere, necesitó de un lugar en el cual reposar y guardar toda la rabia, el dolor y desespero que le causaron tantos artilugios y acciones en pos de un conocimiento que no debía ser arrancado, si no mimosamente resguardado hasta el momento exacto para que pudiera beneficiar al clan. ¿Acaso ninguno tenía esa perspectiva de vida? No. Esa era la respuesta: no. Todos pensaron que si la atacaban y la inmiscuían en procedimientos tan rudimentarios como bárbaros, conseguirían reconocer el punto en el que ella se tornaba no su libertadora, si no su verdugo. Y actuar en consecuencia, inhibiendo ese botón y logrando con ello la estabilidad del clan.

Tomarían en ese instante lo que les pertenecía porque la chica era parte de su familia, entonces claro que era una propiedad más, un objeto al cual poder hacerle desde un corte para diseccionar alguna parte hasta golpearla sin piedad haciéndola sangrar y dejándola casi muerta a los pies del líder Tremere para ver si así despertaba algo de su magia, porque de seguro eso era con lo que les atacaría. ¿Cuántas veces ella no deseó estando encerrada en esa celda de barrotes y heno que se encontraba bajo su cuerpo mancillado y destrozado un lugar en el que olvidarse de todo su sufrimiento y refugiar su corazón para recobrar al menos un poco de la civilidad que le habían arrebatado? Miles, cientos de miles... Y cuando logró escapar con ayuda de ese Inquisidor, aún estuvo mucho tiempo oculta a ojos de los demás puesto que era menos que una bestia apaleada, una construcción destruida incluso sus cimientos. Hasta ese día en que el oído fue el que gobernó sobre el cuerpo que fue atraído a la orilla del mar. La infinidad del universo, la majestuosidad que jamás sus ojos y mucho menos su mente, fueron capaces de otorgarle un calificativo que pudiera representar lo que la hacía sentir en ese momento.

Sus pies en aquél momento se adentraron a las olas del mar y dejó que éste la meciera de un lado a otro, olvidándose de todo lo que su mente recordaba, haciendo que su cuerpo utilizara ese recuerdo del vientre materno donde estaba seguro. Un arrullo que dio más resultado que semanas de atenciones. Un lugar en el cual llorar y padecer por tanta maldad en una sola familia. Un canto a la libertad de su alma. Sus oídos embotados con el sonido de las olas y su cuerpo envuelto en masas de agua que le hacían añorar el cariño de una madre muerta. Estaba sola, debía cuidarse a sí misma porque nadie más lo haría y fue ahí donde el óvulo fecundado se tornó mórula y dos entes nacieron en el interior de Ingrid. Uno que jamás debería salir y fue relegado a lo más profundo del mar, para que no hiciera daño. Y el otro, era justo con el que el Cazador hablaba: una joven audaz, astuta, con ganas de vivir y de no ser lastimada, que huía en cuanto sabía que la habían localizado los Tremere, que lloraba ante los cuerpos muertos de perros y gatos que descubría tras pasar sus crisis en la que la otra hacía su aparición producto de los constantes llamados a la sangre de Etrius. Ingrid no podía resistirse a ellos, pero su lado oscuro sí. Tenía más fuerza de voluntad, pero hoy, ahí, entre las aguas y el arrullo del viento, la cortesana aspiró un aire puro que le llenó de vitalidad. Que le dio la fuerza para seguir adelante un poco más.

- La laguna, no es más que un reflejo de los ojos de un ente, que como tales guarda secretos que nadie descubriría jamás, tesoros que muchos ansiarían, pero también peligros que nadie querría tocar. Es pues este constante ir y venir de las aguas las interacciones entre uno y los demás, pequeñas partículas de tierra o arena. En comunión, todo es una gran maravilla, pero incitado a la violencia no es más que una visión de la hecatombe que puede provocar, de las muertes que puede producir y de la desgracia que atraerá a todo aquél que le haga el menor de los daños - Dios supo por qué la puso en esa situación. Mientras tanto, la joven jugueteaba con sus pies en el agua, cerrando los ojos y abrazándose la cintura. No dudó ni un solo segundo en recargar la cabeza en el hombro masculino para seguir teniendo la paz que nadie más le brindaba, pero ahora aunada a un latir de un corazón que iba en discordancia del suyo, pero no por ello opuesto, si no... complementario.


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