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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Edgar Dagson Dom Jun 10, 2012 6:08 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Desde el ventanal de mi dormitorio la luz de la luna llena alumbraba aquél cerezo de tal forma que sus frutos parecían convertirse ahora en lágrimas de plata que centelleaban con luz propia, como si el árbol llorase sobre el jardín de mi amo Diétrich.

Meneé mi cabeza llena de ensoñaciones estúpidas, sabiendo que aquella estampa era un mero reflejo de mis pensamientos, aquellos que ocultaba, aquellos por los que callaba, aquellos que debía torcer para someterme a la voluntad y deseo de mi señor, aquél al que le debía mi lealtad y mis servicios, mi protección, mi calidad de vida y hasta esa misma noche, mi futuro. Debería añadir a todo ello, la felicidad que el trabajar a sus ordenes me transimitió, pero pese a ser completamente cierto, no debería permitírseme siquiera poseer esa clase de pensamientos, pues lo que se inicia como una tonta idea de felicidad acaba convirtiéndose en un ferviente deseo de libertad. Aquellas eran las sabias palabras de mi Maestra que todavía seguían grabadas a fuego en mi memoria, como aquellas lecciones basadas en que las geishas esclavizadas como nosotras, jamás podríamos permitirnos el lujo de soñar con la felicidad o la libertad, puesto que son dos conceptos excluídos para nuestras vidas. Según ella, ni siquiera deberíamos desear semejante destino para nosotras. ¡¿Cómo?! ¿Cómo no desvivirse por algo como la libertad? Yo pecaba cada día, a cada minuto, en cada segundo que transcurría encerrada en una casa, la del dueño que fuera, no me importaba, para mí, todas eran jaulas que encerraban el ave que en mi interior, deseaba escapar alzando el vuelo. ¿En todas...? No, en la de Diétrich no fue así, él se convirtió en la excepción que confirmaba la regla general.

Mi amo era realmente un hombre honesto, valeroso, trabajador, un tanto enigmático, sobretodo cuando se ausentaba durante días y regresaba como un superviviente de una guerra, pero era mientras sanaba las heridas de su pecho, cuando me preguntaba cómo era posible que un corazón tan grande tuviera hueco alguno en aquél pectoral. Por que lo cierto era, que adoraba a Diétrich, él fue la primera y la última buena persona que conocí en toda mi vida. El único que me trató respetuosamente, con quién me sentía a salvo, con quién podía ser, un poco más, yo misma. Junto a él reí, le consolé, le cuidé cuando enfermaba, incluso en alguna ocasión colaboré en sus misiones, recuerdo una en que me pidió ser el cebo para un salvaje depravado, u otra en la que me disfrazó de peluche infantil para una fiesta de aniversario de una pequeña duquesa francesa, colándonos en su fiesta, tocándome a mí el papel de distraer a los invitados con absurdos números de acrobacias mientras él se filtraba en la mansión en busca de documentación secreta. Ah, sí... fue divertido, incluso cuando se me cayó la cola del pato y se me vio la ropa interior, teniendo que escapar de ahí como si me persiguiera el demonio, corriendo hacia la verja con varios perros que los dueños soltaron al comprobar que no era yo el entretenimiento que habían solicitado... Anécdotas, ¡podría contar tantas!

La conclusión a la que quería llegar con toda esta palabrería, era lo que él significaba -y significa- para mí. Aquella noche era mi última noche bajo su techo, bajo su protección, bajo sus ordenes. Por la mañana, saldría de aquella residencia en la que había vivido los últimos meses más felices de mi vida -sí, dije FELICES... ¡y no me arrepiento de ello!- para entregar mi vida a un hombre al que a penas conocía y al que a penas deseaba conocer. Un extraño con mucho dinero sería desde entonces, el eje de mi mundo. Confiaría mi cuerpo a sus manos, mis manos a su boca, mi boca a su silencio. No deseaba semejante final para mi insulsa historia terrenal, ¡claro que no! ¿Quién quería para si mismo una boda por obligación? ¿Mi obligación? Mi obligación la dictaba el govierno, quién aprobó una legislación por la que ningún extranjero residente en Francia podía permanecer en el país sin trabajo o sin nacionalidad. Dada mi edad, mis servicios como geisha se acabarían al día siguiente, por lo que oficialmente, quedaría fuera de la pertenencia de la Casa de Geishas por las que trabajaba pese a realizar unas labores distintas a estas, como sirvienta particular, aunque por supuesto, tal empleo no era ni remunerado ni aceptado como tal ante la sociedad. Para los franceses, mi puesto laboral equivalía a ser yo una esclava, es decir, una persona sin derechos ni libertades que disfrutar. Por ende, mi expulsión del país era inevitable. A no ser... que como dije anteriormente, obtuviera la nacionalidad francesa, hecho que se consigue o bien dando a luz a un niño en tierras francesas o bien contrayendo matrimonio con un nacionalizado francés. Kou lo era, por ello iba a casarme con él, para permanecer en Francia, para no regresar a Japón como una deshonrada muchacha sin techo bajo el que acobijarse, sin apellido que pudiera distinguirme de entre una mendiga y yo, sin nada que ofrecer a la vida más que la espera de mi muerte silenciosa. Así que sí, era cuestión de supervivencia por la que me ataría a ese hombre, por la que me alejaría de Diétrich sin opción a mirar atrás cuando lo hiciera, caminando a paso firme hacia un destino que se presentaba como una caja sin forma, cuya cubierta temía destapar, desconocedora de lo que allí podría encontrarme, aunque plenamente consciente que aquella misma caja, se convertiría en mi nueva jaula. Una jaula en la que probablemente, el ave que habitaba en mí moriría asfixiado tras una vida alejada de la luz y la brisa, sin más alimento que su esperanza. Era nuestra sentencia, la del ave y mía.

Las maletas ya descansaban junto a la puerta de mi cámara, esperando que mis manos las arrancaran de aquella casa cuyo clima tanto me recordaba al de un verdadero hogar, al que había considerado mi hogar. ¡Qué ingenua!

Al final del pasillo, mi señor debía dormir plácidamente, soñando quizás con los monstruos a los que él daba caza. Quizás no dormía, quizás seguía en vela como yo ahora, sentada sobre el alféizer de la ventana, con la cabeza contra el cristal que mi respiración pausada empañaba sin querer. El cerezo se mecía oprimiendo sus lágrimas con fuerza, tal y como yo le imitaba, luchando ferozmente para no dejar que ninguna de ellas desatara el cerrojo de mi mirada triste y se tomara la libertad para descender mejilla abajo en busca del consuelo de unos brazos que no encontraría allí, tan lejos y tan cerca de mí ahora. Llevé mi mano hacia el medallón que adornaba en mi pecho y lo oprimí con fuerza contra mi piel, cerrando los ojos, flaqueando mis fuerzas y escapando una lágrima de mis ojos.
Edgar Dagson
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Mensaje por Edgar Dagson Dom Sep 09, 2012 12:10 pm

Las sospechas empezaban a cernirse sobre la historia contada por mi hermana Ran, quién, más viva y sana que yo entonces, había asegurado a sus compañeros, caudillos y aliados que mi existencia sobre la faz de la Tierra, era cosa ya del pasado. Le pidieron pruebas, como el entregarles mi cabeza o mi corazón. Ran, no obstante, usó las leyendas contadas sobre los yurei para quitarles esas ideas de la cabeza, pues aunque todos eran formidables caballeros valerosos, la mayoría temían a la Muerte y los fantasmas que ésta pudiera revivir con tal de que los no-muertos gozaran de una última oportunidad de venganza.

Ran envió una carta de defunción a Diétrich mediante un fiel mensajero cuya lengua había sido cortada apenas unos días antes, por lo que el secreto se lo llevaría a la tumba dado que analfabeto también lo era. Al no escribirse remitente alguno, ninguna respuesta llegó a nuestros oídos por lo que mi hermana creyó firmemente que mi esposo había abandonado al fin su incansable búsqueda y había regresado a París sano y salvo, tal y como yo misma se lo pedí, ofreciéndole mi anillo de bodas para que lo adjuntara en aquél falso certificado y que así, él creyero aquello que allí había escrito, nada más y nada menos que la más cruel de las farsas.

Durante los escasos momentos que pude compartir con Ran, siempre escondidas y temerosas de ser encontradas, ambas intercambiamos información que desconocíamos. Mi hermana me contó la verdad sobre su historia, remontándose a cuando su carrera profesional como geisha trepaba hacia el cielo y más allá gracias a la ayuda que recibía de una Organización de negro cuyo nombre y finalidad ignoraba, firmando unas cláusulas que por ingenua, ni siquiera leyó y que fueron las mismas las que más tarde, la sentenciarían. Me habló de Kou, de cómo éste, licántropo, quiso reclutarla para un ejército que protegía a dos vampiros Originales, los primeros en su existencia, denominados Reyes. Ella se negó en un principio, queriendo abandonar el barco en el que sin quererlo, se había sumergido. Pero no pudo librarse de ellos, dándose por vencida cuando la última amenaza se cumplió y con sus propios ojos vio cómo la Casa de Geishas en la que se formaban nuestras dos hermanas pequeñas, era pasto del fuego y de la ira que consumió a Ran, desquiciándola e incluso intentando suicidarse en más de una ocasión, sin éxito alguno. Se rindió cuando a sus oídos llegaron noticias de mí, pues sin quererlo, alguien sabía de mi existencia en París. Ran me contó entonces, que ningún miembro de ese ejército que ella servía podía tener familiar alguno en pie, pues era considerado una debilidad que se debía erradicar. Por ello, Ran intentó convencerles que yo no le importaba lo más mínimo, volcándose en su entrenamiento, formándose como una más de ellos, jurando los votos necesarios para pertenecer al ejército interracial de los Reyes.

Sus temores, aun así, se vieron cumplidos cuando supo que unos cuantos de sus compañeros pensaban ir a París para terminar conmigo, por lo que, desesperada, se lo confesó a Kou, su mentor tras la conversión de ella en un vampiro a manos de un tal Áldahir. El licántropo se desmoronó ante Ran y admitió sentirse enamorado de ella, por lo que traicionaría sus votos para proteger lo único que a ella le quedaba con vida: yo. Por ello, huyó de China, lugar dónde se encontraba el campamento preparatorio y llegó hasta mí, extendiendo una red de mentiras para atraparme sin ser yo consciente de sus motivaciones, cuando en realidad, quería ofrecerme toda su protección para que así yo jamás regresara a París, pues entonces me encontraba amenazada por el gobierno francés por extraditación. De ese modo, Kou se sacrificaba por mí y por Ran... pero entonces, yo lo malinterpreté, creí que, tal y como la Organización lo había dispuesto, Ran había sido asesinado. El odio me llevó a matar a Kou y la verdad, murió con él.

Ran supo del fallecimiento de Kou y de mi viaje a Japón, dónde ahora se encontraba en una de sus misiones enviadas por los Reyes. De haber dejado que Diétrich y yo pisáramos las tierras niponas, estaba segura que la Organización hubieran acabado con ambos. Por ello, decidió asaltar, sola, la pequeña embarcación que Diétrich había conseguido para que nos transportara a una humilde y pobre aldea de la costa oeste, dejando inconsciente a Diétrich antes de tomarme por la fuerza y llevarme a un lugar seguro: el cementerio de aquél pueblo, pequeño, deshabitado, conquistado por cuervos y cuyas aguas estaban contaminadas por una epidemia que asolaba la zona.

Y aquí es donde sigo, cuatro meses y medio después, encerrada en un ataúd de madera y enterrada bajo tierra a la espera de que el sol sea la señal de mi liberación, momento en el que, como cada día desde entonces, debo acudir dónde mi hermana erigió un buzón sólo para mi uso y dónde encontraría comida, bebida y noticias sobre lo que estuviera aconteciendo.

Comprendía su situación, pues se encontraba entre la espada y la pared. No sólo su vida corría peligro, sino también la mía y la de mi bebé. Acaricié mi abultado vientre con una sonrisa dulce, tosiendo luego hasta que empezó a escasearme el aire, momento en el que me sostuve por el buzón y aguardé a que la salud volviera a mi frágil y sucio cuerpo. Abrí el buzón y encontré unas migas de pan, nada más. Suspiré y con cuidado, arrastré las migas despositadas sobre aquella superficie de frío metal hasta que cayeron sobre la palma de mi mano, cerrando la puerta y volviendo mis pasos hacia dónde había venido, llevándome a la boca aquél escaso alimento que debería bastarme por el resto del día. Mis tripas rugían y el sol abrasador me hacía sudar, nublando mis ojos que entrecerré para ver mejor las piedras del camino. Mis pies desnudos, ya inmunes al dolor de las piedras y la arena que se clavaban punzantes hasta hacerlos sangrar, se detuvieron ante el ataúd cuyas inscripciones rezaban solemnes inscritas sobre una lápida de piedra:

Soi Kuran
1795 - 1814

Diecinueve años hubiera cumplido en un par de meses si aquella Academia de Geishas no hubiera ardido hace menos de un año por unos seres inhumanos deseosos de reclutar a Ran, sin importarle el precio que ésta pagaría. Aquella era la tumba de una de mis hermanas menores. Apenas conservaba ya recuerdo alguno sobre ellas, pero aun así, no podía evitar morirme lentamente cada vez que la impotencia me abrazaba por la espalda y clavaba su puñal hasta lo más hondo de mí, haciéndome doblegar ante aquellos que por mi ausencia perecieron y sufrieron hasta morir. Junto a aquél ataúd vacío que Ran había exhumado para que yo pudiera ocupar durante el tiempo de su ausencia, se encontraba el de Korin, la mediana de los cinco hermanos y cuyo talento artístico, decían, superaba al de Ran. Y aunque durante ese tiempo surqué por el cementerio de aquél pueblo que nos vio nacer los féretros de Ryūen, el menor de todos nosotros y el único varón -aunque no sobrevivió al invierno siguiente a su nacimiento-, ni rastró hallé, una misma suerte que corrí en mi infructuosa búsqueda de nuestros padres, Aruyu Gi y Yuiren, desaparecidos.

A lo lejos, un cuervo anunció la hora de la cacería y el astro rey tiñó de sangre el firmamento que contemplaba compungida, erizándoseme la piel ante el gélido manto de la soledad y el temor que siempre me acompañaba en la oscuridad de aquél ataúd cuyo nombre pronto sería cambiado por el de Aya. Sin embargo... sus latidos bajo la palma de mi mano me empujaban a seguir respirando por una esperanza cuyo fulgor se consumía lentamente bajo mi pecho.
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Mensaje por Diétrich Von Kraft Lun Sep 24, 2012 1:39 pm

Lo que comenzó siendo un viaje de improvisto, llenos de altibajos y asuntos que nada tenían que ver con la inquisición; acabo siendo una operación en cubierta. Una misión en las tierras niponas, donde se me puso al frente para investigar. Y es que el altercado con kou, así como el destape de su condición, la de sus siervos junto con mi entrada en escena al acusarle directamente de licantropía había sido el detonante para destapar algo mucho más grande detrás de todo esto; Y eso era la mano siempre oculta de aquellos q se hacían llamar reyes.

Los reyes...dos Inmortales, milenarios, dirigentes de una de las redes más grandes de conspiración racial en las sombras, eran los que estaban actuando en todo el mundo ante nuestra completa y total ignorancia. Por lo que Kou, así como tantos otros, no eran mas que los títeres de aquellos que se hallaban en las sombras. Pues, según nuestros informes, grandes cantidades de personas estaban siendo reclutadas para formar un ejército interracial, entrenado para servir con lealtad a sus líderes, eliminando cualquier "peón" que osara alzarse en contra de su ley, que enturbiase sus pasos o quisiera delatarles. Un ejército entrenado contra cualquiera que osara ponerse en medio y que por lo que sabíamos, tenia infiltrados en todas partes, incluso dentro de la misma inquisición, -cuestión que hizo sospechar inmediatamente de los condenados-.

Y detrás de todo aquello, estaba yo, en una de las bases secretas de la inquisición en Japón. Con ordenes de encontrar y capturar a cualquier agente que trabajase para los reyes. Aunque lo cierto era que, que trabajase día y noche, sin apenas dormir o preocuparme de nada mas, no era debido a mi gran interés en detener los pasos de los reyes…
Mi motivación era distinta, yo necesitaba encontrarla a ella, yo necesitaba encontrar a Aya.
Desde que hubiera recibido aquella carta de defunción hacia ya tantos meses, que no había parado. Me había obsesionado, y es que no pensaba parar de buscarla, no me podían hacer creer que ella estaba muerta, sabía que empezaba a ser algo absurdo, como todos me decían. Pero hasta que no lo viese con mis propios ojos, no lo pensaba creer. No podía creerlo…no quería hacerlo.
Así que a pesar de las escasas pistas sobre ella, no me rendí. Ya que lo único que tenia ahora era la fe de que la volvería a ver, así como la esperanza de que ella estuviera a salvo aunque fuera improbable en todos los sentidos.

Alguien toco la puerta y yo lo ignore. Me hallaba sentado en aquel despacho, con los codos sobre el escritorio y el rostro enterrado en mis manos. con infinidad de carpetas, documentos, papeles y pistas sobre los últimos movimientos de seres sobrenaturales que nos llegaban a cada momento.
Suspire y abri los ojos, visualizando el anillo de ella entre mis dedos. Ahora estaba dentro de un colgante, que esperaba poder devolverle pronto, pues la agonía y la incertidumbre me había empezado a carcomer y a matar desde que sufriéramos aquel ataque.
Entonces volvieron a tocar la puerta, insistentemente. Pero no respondí con un “adelante”, si no que me levante para abrir. Colocándome el colgante con su anillo al cuello, ocultándolo debajo de mis ropajes.
Entonces volvieron a golpear y los puños de aquel que tocaba quedaron en alto cuando abrí, haciendo que aquel joven diese un brinco, teniendo que elevar la cara para mirar mi rostro serio. Contemple el semblante de aquel joven al que acaba de asustar. -Algo que ya empezaba a ocurrirme con frecuencia al mostrarme si cabía, más serio de lo habitual.- Observe en silencio como el joven tragaba saliva.

-Señor, nos han llegado estos últimos informes sobre el individuo que nos indicó…Nos pidió que le informáramos en cuando los recibiéramos. Asentí y posé la mano sobre su hombro, dándole un par de palmadas mientras cerraba la puerta del despacho, saliendo de allí con la carpeta entre los dedos.
El chico me miro marchar y volvió junto con el resto del equipo mientras yo salía, colocándome el abrigo y saliendo sin mas de aquel cerrado lugar. Caminando con la carpeta bajo mi brazo hasta que me aleje lo suficiente de la base. Perdiéndome entre el camino que lleno de hojas, parecía silencioso y muerto.

Solo entonces, con la escasa luz del atardecer naranjo, me situe sobre uno de los puentes que separaba aquel lugar del exterior, apoyándome en la barandilla para comenzar a pasar las paginas de aquel informe.
Entre nuestros archivos había diversos nombres, y se les estaba siguiendo la pista a la mayoría, ya que cada vez llegaban mas datos sobre los reyes, que estaban teniendo descuidos en cuanto a aquellos con los que mantenían negocios. Todo parecía indicar que había problemas internos en aquel grupo. Sin embargo mi atención estaba dirigida a un solo nombre, un nombre que había llamado mi atención de todos los expedientes nada más verlo.

Ran. Ran Kuran.

Se tenía constancia de sus ataques, así como de su nueva condición. Porque, lo que se sabía de ella, era que ahora era una inmortal con pocos años de vida. Lo que significaba, que sería una criatura enérgica pero aun con puntos débiles, pues la desventaja de aquella raza era que se perfeccionaba con los años, y en este caso, ella seguía siendo joven e “inexperta”.

Comencé a pensar en ella y en aquel día, el ataque había sido cerca del cementerio. Por lo que me quede pensando en la ubicación.
Lo que me había hecho reflexionar que si ella u otros nos esperaban, era porque seguían nuestros pasos, además de tener algún tipo de refuerzo cerca…Y cerca de un cementerio, no habría gran cosa, por eso mismo, podría ser un buen lugar para llevar a cabo algunas cosas sin tener muchos ojos indiscretos.
Sentí que mi respiración se agitaba. Destruí los informes después de memorizar cada detalle de lo que decía. Y continúe caminando, aun sin saber el rumbo fijo, y es que una idea rondaba mi mente, conduciéndome en soledad en dirección a donde nos habían atacado, sabiendo que allí cerca debía haber alguna pista sobre lo sucedido, o al menos sobre ellos. Por lo que continúe mi camino, saliendo de la base, e indicando que no necesitaba transporte. Por lo que tomaron mi salida como un simple paseo, ajeno al recinto y a nuestros movimientos.
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Mensaje por Victoria A. Hedinson Lun Sep 24, 2012 4:19 pm

Allí estaba él. Aquél por el que todo había sido en vano. Aquél por el que ni la muerte de mis hermanas ni la de Kou, servían ya para proteger a Aya. Aquél era el culpable de que Aya corriera peligro y mi propio cuello dependiera de él. Él era quién había engendrado una nueva vida en el frágil cuerpo de mi hermana, por el que poco a poco su salud se debilitaba. Era a él por quién mi sangre hervía de odio y resentimiento, aun viéndole preocupado y desesperado en hallar a alguien que no deseé que encontrara. ¿Cuando se daría por vencido y volvería a París? ¿Cuando dejaría de armar tanto revuelo? Debía detenerle ahora. Ahora que su figura taciturna caminaba bajo mis pies, pues me hallaba acuclillada sobre la rama de un robusto árbol para pasar inadvertida, frunciendo el ceño al comprovar cómo se alejaba de su cuartel a solas. ¿Era un suicida? Decenas de guerreros como yo, enviados por Axásveroth, habían estado avisados de los movimientos de los Inquisidores japoneses, estaban alerta de la desaparición de mi hermana Aya y sospechaban, gracias a la genial inteligencia de su marido, que ella se encontraba en Japón, cerca de dónde él estuviera, sin tragarse la historia de que él no supiera su paradero. Y era cierto que él lo desconocía, dado que fui yo misma quién le envió una carta de defunción falsa de Aya para que así se marchara y se llevara consigo aquellas teorías que despertaron el interés del Ejército, movilizándolo para encontrar a mi hermana y acabar con ella, tal y como debía haber ocurrido hacía ya tres años. Pero él, lejos de hundirse en la tristeza y partir, se encerró en aquél cuartel inquisitorial y dirigió la búsqueda personalmente, incansable.

Sus pasos le alejaban de la seguridad que la sede le ofrecía, exponiéndose a que uno de mis compañeros le arrancara el corazón en un pestañeo. ¿Por qué? Tensé mis mandíbulas, desesperada y sin saber cómo actuar frente a aquella situación. No me preocupaba su suerte, pues a decir verdad, me serviría mejor estando muerto. Lo que me preocupaba realmente, era que sus pasos le llevaran precisamente dónde se encontraba Aya, sin saber que tras sus huellas le seguirían miembros del Ejército que, sin titubear, acabarían con sus vidas sin dilación. Y ahora, no sólo eran dos. No sólo se trataba de mi hermana. Ahora, en su vientre se gestaba la vida de mi sobrino al que, sin ver aun ni un rasgo suyo, ya le amaba de forma enloquecedora. No podía permitir que les sucediera nada, no mientras yo siguiera con vida. Si el Ejército daba con Aya, no existiría más vida para el bebé ni para ella. De éste cruel modo, la Organización acabaría con todos mis familiares vivos, facilitándoles la manipulación.

Le seguí durante horas, encogiéndoseme el corazón a cada paso que se acercaba al cementerio dónde había salvaguardado a mi hermana, corroyéndome el pánico a que la encontrara, vigilando mis propios pasos por si alguien más estaba cerca. Y entonces, él tomó aquella barca, la misma, juraría, que habían tomado unos meses antes, cuando le ataqué para evitar que el Ejército tomara presa a Aya. Seguía el mismo camino rumbo al cementerio... ¿por qué? Por ella, estaba claro. Mordí mi labio inferior, nerviosa, decidiéndome al fin, a aparecer frente a él en cuanto la barca fue amarrada a un poste, ya en tierra firme. Frente a él, me crucé de brazos y mi ceño se pronunció, mostrando mi descontento al hombre de cabellos platinos y pequeños ojos grises que me miraba con una mezcla de ira, sorpresa y juraría que incluso cierto... pavor.

- Debiste marcharte cuando te di la oportunidad.- refunfuñé, negando con la cabeza ante su silencio sepulcral, echándole una furtiva mirada antes de preparar mi mano derecha con la que pensaba robarle, literalmente, el corazón de su pecho, decidida a terminar con su agonía y el peligro que su sola presencia despertaba para la seguridad de mi hermana Aya.
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Mensaje por Diétrich Von Kraft Mar Sep 25, 2012 5:07 pm

Cuando comencé a caminar a solas por entre los senderos llenos de hojas secas, noté algo, pero a pesar de que desconfíe por un instante de ser demasiado paranoide, mis instintos me recordaron que nunca se era lo suficiente paranoico en estos temas cuando uno se dedicaba a mi profesión, sin embargo no me pare en ningún instante. Ni siquiera cuando un ligero y casi imperceptible crujido llegó a mis oídos. Pues sabía que en cuanto saliera de la base me exponía directamente. Mas siendo yo quien estaba dirigiendo la mayor parte de las operaciones.
Por lo que continúe caminando, sabiendo que a cada paso que me siguieran, era porque más cerca me encontraba de lo que andaba buscando. Algo que sin duda me alentaba a inmiscuirme en los oscuros senderos.

Me subí a aquella barca y llegue hasta el otro extremo, intentando mantener la mente en blanco, la respiración tranquila y la mente ágil.
Iba a necesitar concentración y calma, lo sabia bien. Quizás me estaba convirtiendo en un kamikaze, pero es que en el fondo….Siempre lo fui.

Entonces al bajarme de la barca y atarla, escuché el sonido de las tablas. Me giré, para contemplar la figura de aquella que ahora se mostraba ceñuda en el muelle, alegrándome de que al fin se dejara ver.
Sin embargo me sorprendí, parpadee un tanto confuso, pues esperaba a cualquier otro, no a ella. Ya que delante de mi se hallaba quien estaba ocupando mi cabeza en aquellas largas semanas.

Lo cierto es que mas que alertarme, me complació su aparición, ello significaba que yo podria estar mar cerca de lo que pensaba de lo que venia buscando y por eso era ella quien estaba alli y no cualquier otro…Oculte la sonrisa e incluso el desprecio y el resto de mis gestos ante mi mascara de inexpresión.

Buenas noches cuñada. Indique mientras metía mis manos a los bolsillos, comenzando a caminar por el muelle en dirección hacia ella.
¿Marchar?...Me iré cuando me des lo que mas quiero. Indique sosegado, continuando mi camino hacia ella, saliendo del muelle y contemplándola en todo momento, sin apartar mis ojos de los suyos.
Su silencio y su gesto aun fruncido y lleno de desprecio, no hizo más que ponerme más alerta.
Delante de mí se hallaba alguien a quien odiaba, alguien a quien despreciaba por haberme arrebatado lo que mas quería, y es que jamás podría perdonarle lo que estaba haciendo.

Porque…¿Porqué hacia eso!? Me negaba a pensar que no pudiese existir un mínimo de aprecio hacia su hermana, no cuando para Aya ella siempre fue tan importante…
Entonces aprecie su sonrisa torcida y le vi moverse ágil hacia mi, alzando su brazo y su mano derecha. Momento en que la esquive, tomando el propio brazo que estaba utilizando en dirección a mi pecho para tomarlo y empujarle a un lado, aprovechando su propio impulso para que ella pasara de largo y yo pudiese volver a tomar distancia, poniéndome en posición mientras ella se giraba hacia mi. Momento en que cruzamos la mirada un instante, tan solo un instante, en el que vi aquel resentimiento, así como ese gesto de autosuficiencia. Como si quisiera darme a entender que jamás cedería. Fue un segundo eterno, pero suficiente para que cada uno entendiese que el otro no iba a retroceder. Apreté la mandíbula y entonces ambos avanzamos hacia el otro, sin armas, solamente con nuestras manos por delante como instrumento.
Sus brazos y manos se dirigían veloces y directas hacia mi pecho mientras yo la esquivaba una y otra vez, aprovechando sus movimientos ágiles para desestabilizarla al esquivar sus brazos con agilidad. Aprovechando un pequeño descuido suyo para inclinarme y posando una mano en tierra, alzar una pierna desde aquella posición medianamente en cuclillas para propinarle una patada en el abdomen que le empujo hacia atrás, haciendo que ella girase en el aire para aterrizar a unos cuantos metros más con estabilidad.
Volví a mi posición inicial, de pie. Sin abandonar el contacto visual ni la posición defensiva, mientras le miraba sabiendo que esto podría ser eterno como nos mantuviéramos asi. Y la eternidad seria algo que ella poseería, pero no yo.
Necesitaba una noticia, una palabra, necesitaba algo de sus labios sellados ¡y lo necesitaba ya!

¡DIME DONDE TIENES A AYA! Espete colérico, sin poder ocultar mi enfurecimiento.
Dime donde esta y ni siquiera sabrán que nos hemos visto… Indique notando mi pecho agitado, intentando sosegar mi voz y es que no me sentía agitado por luchar con ella, sino por empezar a ver que su silencio continuaba, frustrando mis planes de encontrarla, acabando con mi paciencia.

Pero entonces, alguien dijo mi nombre, y mis ojos quedaron desencajados al reconocer aquel timbre de voz, me quede aun sin apartar la mirada de Ran, sintiendo que el tiempo se detenia en aquel instante y entonces sentí una nueva angustia. ¿Era posible?
….
¿Había escuchado su voz?....

¿Aya?

Gire rápidamente la mirada, a pesar de que no quería perder ni un ápice de los movimientos de Ran. Sin embargo su voz -que por un momento, creí imaginar- había sido real. Y entonces, como si el tiempo ahora fuese de forma más pausada de lo normal, le contemple a pocos metros. Encontrándome con sus ojos…Aquellos ojos calidos y brillantes, tiernos hasta un limite cuyo fin no podía contemplar, apreciando su semblante mas pálido de lo normal y sus delicadas facciones que ahora se marcaban aun mas debido a su extrema delgadez, Sentí que el corazón me daba un vuelco al apreciarle tan cansada, pues su rostro mostraba un sufrimiento que parecía traspasar los extremos humanos. Sin embargo eso no parecía preocuparle, sino que mas bien, se mostraba atenta a sus manos, que mantenía de forma protectora sobre su…

Baje la mirada para apreciar como sus manos reposaban sobre su vientre abultado… Tragando saliva y parpadeando por un momento demasiado absorto como para entenderlo.
Hasta que volví a encontrarme con sus ojos que aun me miraban atentos, percibiendo como su semblante se sonrojaba ante mí mirar.
Lo cierto es que no sabia que demonios estaba sucediendo, pero simplemente sonreí, sonreí de pura felicidad al verla viva y entera por primera vez en cuatro meses y medio, exactamente desde el momento de su desaparición.
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Mensaje por Edgar Dagson Sáb Oct 06, 2012 10:28 am

Hacía semanas que no había vuelto a ver a mi hermana Ran, dado que según me iba contando por correspondencia oculta, sus compañeros de escuadrón y superiores le pisaban los talones, pendientes de ella en cada gesto, pensamiento, entrada y salida. La vigilaban porque sabían que probablemente, ella me ocultaría, aunque Ran intentaba disipar mis preocupaciones hablándome de lo bien que sabe actuar. A menudo me preguntaba si el teatro bastaría para mantenernos ambas con vida. Me preguntaba hasta cuándo me tendría escondida en aquél ataúd. Cuando podría volver a casa con Diétrich y suplicarle clemencia por haberle mentido, ocultándole mi paradero, fingiendo mi propia muerte.

- Debiste marcharte cuando te di la oportunidad.

¿Ran? Sí, aunque distorsionada por la profundidad en la que me hallaba enterrada, juraba y perjuraba que aquella era la voz de mi hermana. ¿Qué hacía allí? ¿Tendría noticias? ¿Venía a buscarme al fin? Una amplia sonrisa se adueñó de mis labios trémulos que, con un quejido, se agrietaron y se formaron pequeñas heridas de las que brotó sangre. Necesitaba agua potable pronto... pues mi cuerpo empezaba a sufrir las consecuencias de la deshidratación.

Empujé con mis manos la tabla de aquél ataúd, cerrando los ojos y ladeando mi cabeza para evitar que la tierra cayera sobre mi rostro, sin evitar toser por ello. Fuera, el atardecer seguía empañando aquél cielo claro y nítido que tanto había extrañado en París. Cuidadosamente, abrazando con mi mano izquierda aquél vientre abultado, logré erguirme de tal modo que sólo sobresalía mi cabeza hasta la altura de mis ojos, suficiente para ver qué era lo que ocurría fuera, por qué tanto escándalo. Pero sólo veía dos figuras bastante lejanas a mí, situadas junto al muelle dónde permanecía amarrada una barca. ¿Me habrían encontrado? Tragué saliva ante la idea de que Ran estuviera protegiéndome aun con su vida. No podía permitirlo, no por mi causas. Aunque... Agaché la mirada y contemplé mi vientre, acariándolo con ternura maternal, sintiendo un miedo espeluznante por aquél bebé que gestaba en mi interior. Sabí que me quedaban unos meses de vida, pues las condiciones en las que había malvivido los últimos tiempos así lo hacían presagiar. Pero él, mi hijo... él debía vivir por los dos. ¿Qué debía hacer entonces? ¿Mantenerme allí y ser testigo de cómo asesinan a mi hermana? ¿O salir para que pudieran darme caza al fin y todo terminara?

Suspiré.

- Perdóname.

Con la fuerza de mis brazos y un pequeño impulso logré salir de aquél foso, gateando unos cuantos metros hasta que localicé la lápida sobre la que apoyé mi mano derecha y así ayudarme a ponerme en pie, sintiendo cómo mi culumna vertebral crujía y un jadeo escapaba de mi boca. Alcé la vista poco a poco, entrecerrando los ojos para no perder el equilibrio pese a que todo se presentara ante mí de forma difuminada y en movimiento.
Iba a morir, pero si ese era mi destino, lo aceptaría sin rechistar.
Caminé descalza muy poco a poco, sosteniéndome entonces contra el tronco de un gran cerezo cuyas secas ramas no sostenían flor alguna más que la escarcha invernal.

- Diétrich.- murmuré de forma casi inaudible, como si hablara en un sueño, como si decirlo reafirmara su presencia allí.

Él me miró y yo quedé desarmada ante él, desnuda por su mirada, frágil ante aquella sonrisa que me mareó más aun de lo que ya me encontraba, empañando mis ojos y borrando su figura de las retinas. Me maldije por ello, pues no deseaba nada más en el mundo que seguir viéndole ahora, y correr a sus brazos para perderme en su aroma, sentirme protegida y acompañada. Le necesitaba más que nunca y aun así, no me moví, dejando que las lágrimas se secaran sobre mis mejillas y la visión volviera a mí, buscando entonces la mirada suplicante de Ran. Las uñas de mano derecha arañaron la corteza del árbol moribundo que aun agarraba, tensándoseme las mandíbulas y oprimiéndose mi corazón bajo mi pecho antes de tomar una bocanada de aire que entró gélido en mis pulmones y me hizo toser antes de poder tomar la palabra de forma firme y tajante.

- Vete.

Nunca una palabra me había dañado tanto de pronunciar como ésta. Me arañó los labios y sentí cómo mi lengua caminaba sobre retales de cristal, tiñiendo la palabra dicha en un sabor amargo y agonizante. Ran asintió una vez, dedicándome una efímera sonrisa que no devolví. Desvié la mirada, incapaz de sostener la de Diétrich. Debía irme de allí, antes que el egoísmo me lanzara a sus pies y le suplicara que me salvara de aquella vida infernal. Debía dejar que él se marchara para salvar su vida antes que la mía. Debía desaparecer de Japón para darle así, una oportunidad de vivir a nuestro hijo. Pero entonces, un mal augurio se apoderó de mi alma y la hizo añicos, desfalleciéndome sobre mis rodillas, anclando mis manos a la árida tierra que nos sostenía. Algo me decía... que aquella historia ya tenía un final escrito. Algo me decía... que nadie saldría de allí con vida.
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Mensaje por Diétrich Von Kraft Sáb Oct 06, 2012 2:04 pm

Observe como sus lágrimas caían hasta perderse, rompiéndome el alma. Momento en que sus palabras me pidieron que me fuera, momento en que simplemente le miré y tragué saliva.
¿Se suponía que tenía que creer lo que escuchaba?...¿se suponía que tenía que obedecer?

Giré el rostro, sintiéndome colérico con aquella que a pocos metros míos, sonreía ligeramente. Tome una bocanada de aire, serenando el enorme odio que sentía en aquel instante por Ran y por todo lo que había hecho. Sin poder entender cómo era posible que le causara aquel mal a su propia sangre. Le miré, y a pesar de todo lo que sentía, me tragué el orgullo y le pedi inconscientemente un momento, tan solo un momento de tregua. Ran me miro, como si hubiese entendido lo que pensaba, por lo que desvió la mirada de la mía con gesto indiferente, sin que cruzáramos palabra alguna en ningún instante.

Baje la mirada y lleve mi mano hacia mi pecho, notando el anillo, que oculto bajo mis ropajes, me indicaba que seguía ahí esperando a su dueña.
Alce la vista y el corazón me dio un vuelco cuando vi que las rodillas de Aya cedían, momento en que comencé a correr hasta que llegué hacia ella, donde me acuclillé, posando las manos en sus brazos y ayudándole a alzarse un poco, sin embargo su semblante cabizbajo no me miraba siquiera. Por lo que alce con suavidad mi mano hacia su rostro, dejándola en su mejilla fría e instándole a mirarme, hasta que sus ojos angustiados se encontraron con los míos.
Note que el aire dejaba de entrar en mi cuando encontré su mirar ahora tan cercano. Aprecie su rostro cansado, sus labios agrietados, y luego su abdomen abultado que aun sostenía con cuidado. Entonces, sin poder controlarlo, le rodee con mis brazos apegándole a mi, sosteniendo su cabeza contra mi pecho a pesar de que ella no me correspondió en aquel abrazo.

Algo ocurría, lo sabía bien, pero no podía forzar la situación, tenía que pensar en que hacer.

-No me iré de aquí sin ti….Voy a sacarte de aquí…te lo prometo. susurre a su oído pausadamente, soltándole de mi agarre, aun sosteniéndole con cuidado. Entonces, teniéndole delante de mí, lleve las manos a mi cuello y busque el colgante que llevaba, sacándomelo para depositarlo con cuidado en sus manos temblorosas, cerrándolas para que ella sostuviera entre sus dedos su anillo de bodas.
Lo llevo conmigo desde que llego a mis manos…jamás creí aquella historia...No podía hacerlo Indique de forma un tanto simple, y es que la sola idea de imaginar en su muerte, era algo que no podía concebir, simplemente no entraba dentro de mi razonamiento. Sin embargo su mirada parecía turbada, y por un momento pensé en que realmente deseaba que me fuera de allí y aquello fue como si una estaca se clavase en mi pecho. Sin embargo, quisiese lo que ella quisiese…Primero me encargaría de aquel asunto, primero le sacaría de allí.

Me saque el abrigo que llevaba y lo deposite sobre sus hombros, frotando sus brazos con cuidado, aun temeroso de poder dañarla con mi simple contacto. Pero entonces ella volvió a bajar la mirada a sus manos, en silencio.
Aya… Empecé a preocuparme al encontrar sus labios sellados, por lo que intente serenarme al darme cuenta de que estaba hiperventilando. –¿Estas herida? …. Le contemple esperando una respuesta, un gesto, algo que me dijese que escuchaba.
Dime que te ocurre, por favor…dime algo…lo que sea...
Si quieres que me marche...
Dímelo, mírame a los ojos y pídemelo otra vez...
Pedí angustiado.

Junté mi frente con la de ella, cerrando los ojos y mordiéndome los labios, los minutos pasaban y mi alma se partía por dentro, el silencio empezaba a ser desgarrador, mientras nuestros actos, eran vigilados por Ran, que aun en silencio contemplaba la escena con un gesto que no supe identificar.

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Mensaje por Edgar Dagson Sáb Oct 06, 2012 4:34 pm

Con mis manos trémulas logré encontrar su rostro de facciones marcada, apartando entonces su rostro del mío, unidos por nuestras frentes. Tomé aire disimuladamente, abriendo mis párpados de par en par y buscando su clara mirada, sintiendo cómo encarcelaba mi alma antes de hacerse añicos en silencio. Mis labios titubearon, negándose a pronunciar una mentira que me condenaría de por vida, robándome el sueño hasta perseguirme hasta la tumba. Pero debía hacerlo, pues eso era lo correcto. Le amaba tanto... tanto, que me dolía el pecho de tanto sentimiento guardado para él, esperando que sus besos abrieran el cofre de mi amor. Deseaba tanto ser sincera con él, contarle que era precisamente por ese amor que sentía que no podía permitir verle morir. Necesitaba saber que en alguna parte del mundo, aunque lejos de mí, su corazón seguía latiendo y sus pensamientos, efímeramente, me recordarían. Anhelaba por encima de todas las cosas, cerciorarme que seguía vivo y si se quedaba junto a mí, era consciente que jamás lo sabría. Él debía marchar... y debía hacerlo sin mí.

- Oh, Diétrich...- suspiré sobre sus labios, controlando los pequeños espasmos que recorrían mi espalda ante la idea de lastimarle de aquél cruel modo, aun sabiendo que aquellas heridas pronto se sanarían, era cuestión de tiempo, o eso decían los poetas.- Ha pasado tanto tiempo que no fui testigo de cuánto creció tu cabello... Me gusta.- sonreí de medio lado, gesto que se desvaneció de mi rostro en cuanto dos de mis dedos se enredaron en su pelo rubio y mis ojos se anclaron en los suyos, serios y serenos.- Eres la persona de más bello y noble corazón que jamás conocí. Mi vida empezó cuando me salvaste de la calle aquella fría noche invernal... y por ello, y por todos los hermosos momentos que juntos compartimos, te doy las gracias. Más mi vida está aquí, en Japón, con mi familia que ahora es sólo Ran. Mi lugar está con ella ahora y debo dejarte partir sin mi. Debes volver a tu hogar y retomar las riendas de tu vida. Sé que lo harás bien, siempre lo haces, sabes cuidarte solo y la vida bien sabrá recompensarte con felicidad, te lo prometo.

Con la ayuda de sus manos logré ponerme en pie, sosteniendo sobre mis hombros aquella chaqueta que ya empezaba a embriagarme con el aroma de Diétrich, despertando aquellos sentidos que había creído muertos al malvivir en su ausencia.

- Cuídate, Diétrich. Adiós..- me despedí con un hilo de voz que se quebró al pronunciar la última palabra, dejando caer la mano que por dos segundos había posado sobre su mejilla izquierda, dedicándole una pequeña sonrisa sincera, luchando conmigo misma para mantener mi firmeza y no decaer ahora, no cuando tan cerca estaba de protegerle de mí misma.

Caminé rumbo a Ran, pasando por el lado de Diétrich sin poder evitar rozar su brazo con el mío, escapándoseme un pequeño jadeo, como si le electricidad que solía recorrer nuestra piel ahora me atormentara por distanciarme así de él, dejándole solo tras mi espalda, solo y sumido en un espeluznante silencio que deseaba romper gritando cuánto le amaba y cuán daño me hacía ésto. Pero callé, mordiéndome mi labio inferior y agachando mi mirada mientras las distancias con Ran se acortaban, agachando la cabeza mientras mis manos se cernían sobre mi vientre, acariciándolo como si pretendiera sosegar la tristeza de mi hijo por la pérdida de su padre. Una pérdida cuya culpable era yo... solamente yo.

Entonces me detuve, a medio camino entre mi hermana y Diétrich, que seguía dándome la espalda aun arrodillado en aquél punto bajo el cerezo. Acerqué mi mano derecha a mis ojos y abrí el puño, contemplando aquél anillo que me unía a Diétrich hasta que la muerte nos separara. Recordé los votos que prometí cumplir y cómo ahora los estaba rompiendo de aquél modo. Cerré el puño y tras un suspiro apesadumbrado, reanudé mi marcha al frente, llevándome conmigo lo único que conservaría de él: su chaqueta y millones de recuerdos.

Pero nunca sería suficiente.
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Mensaje por Diétrich Von Kraft Sáb Oct 06, 2012 7:22 pm

Lleve mi mano a mi pecho de forma inconsciente. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho, pero entonces respire pausadamente, y me sosegué cuando pude aun arrodillado, mientras el ramaje seco del cerezo crujía por encima de mi con el susurro del viento.
Alce la vista al cielo y me puse en pie, aun dándole la espalda. Pensando y rememorando cada una de las palabras que ella me había dicho.

-¿Recuerdas… La primera noche que viniste a casa?...
Comente a Aya. Pero el silencio prosiguió a mis palabras, instándome a continuar.
Cuando llegaste, te di la bienvenida a la familia. Una familia que no tenia, pero que de algún modo se formaba al tenerte junto a mi.
Me puse en pie y me gire lentamente, sonreí a la figura de Aya, que con mi abrigo, demasiado grande y largo para ella, había parado de caminar hacia su hermana.

Aya no se encontraba bien, no solo su aspecto demostraba su salud debilitada, sino que sus propias palabras sonaban fuera de contexto. Definitivamente, no pensaba creer que ella había decidido quedarse en ese lugar como si nada. Conocía su mirada, conocía aquellos ojos, y me estaban ocultando algo.
Si ella quería dejarme, lo iba a comprender, pero antes pensaba dejarla sana y a salvo, no de ese modo. Sonreí, porque por más vueltas que le daba, y por mas que me dolían aquellas palabras que me habían dicho, no me las podía creer, el amor que sentía por ella, y que ella me había manifestado me impedía hacerlo.

Puede que hayas decidido excluirme de tu vida, pero lo cierto es tú y yo también somos una familia. Lo hemos sido desde el instante en que empezamos a vivir juntos hace ya más de diez años...No lo olvides.
Comencé a caminar hacia ella, acortando distancias.
Aya continuo cabizbaja sin mirarme, mientras yo me acercaba por detrás hacia ella, rodeándole con mis brazos por la espalda para poder abrir el abrigo y situar una de mis manos en el bolsillo interior de este.

¿Queréis que me vaya, no?...Necesito mi pasaporte, indique como si nada, rebuscando entre los diversos bolsillos con mi esposa entre mis brazos. Momento en que di con lo que buscaba, momento en que se escucho un pequeño click, momento en que Ran frunció el ceño, momento en que agarre a Aya con el brazo izquierdo, sosteniéndole y dejándole atrás de mi de forma un tanto brusca, mientras que con mi mano derecha, aprovechaba para sacar una de las armas que llevaba ocultas dentro del abrigo que ella llevaba, Sin dudar en disparar en dirección a Ran sin contemplación ni aviso alguno, haciendo que ella se moviera ágil esquivando la mayoría de disparos, salvo uno que le dio en el tobillo y que le hizo acuclillarse.
Todo eso había ocurrido en escasos segundos, pero había sido suficiente como para ganar un pequeño lapsus de tiempo. Muy seguramente el disparo le escocería bastante debido a que las balas estaban hechas con la ponzoña del licántropo, aunque estaba seguro de que no le habría hecho demasiado daño.

¡Si Aya quiere dejarme yo respetare su decisión, siempre lo e hecho, pero no pienso dejarla aquí y menos contigo! Espete a Ran, antes de tomar a Aya en brazos y comenzar a correr con ella hacia el muelle, mientras Aya me miraba asombrada y asustada, muy seguramente me odiaba por haberle hecho a su hermana, pero ya arreglaríamos aquello cuando hubiese algo de paz, no había tiempo de discusiones ahora.

Corrí tan veloz como pude, subiéndome a la pequeña barca y dejándole con sumo cuidado en ella, mientras aprovechaba los escasos instantes que poseía para quitar las cuerdas que ataban la embarcación, empujando con mis propias manos contra el muelle para que la barca se alejara de allí, aprovechando el mismo vaivén del agua. Llegando con una brevedad que me asombro a mi mismo, hacia el otro lado, donde prácticamente alce a Aya entre mis brazos para hacerle bajar conmigo.

Sabia que Ran estaría colérica, pero eso no era lo que me importaba, lo único que me importaba era sacar a Aya de allí como fuese.
Pero entonces, ella tuvo un pequeño ataque de tos que hizo frenar mi avance, por lo que le conduje conmigo contra un árbol. Le contemple asustado y le sostuve entre mis brazos, llevando mi mano hacia su abdomen abultado de forma automática.

¿Estáis bien? Pregunte inconscientemente a los dos, parpadeando ante mis propias palabras, pues lo cierto, es que hasta ese preciso momento, no había parado a pensar en lo que ahora mi mano tocaba…Sonreí un tanto nervioso, alerta y aun así un tanto aturdido ante algo que me había parecido que se había movido dentro de su vientre.
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Mensaje por Edgar Dagson Sáb Oct 06, 2012 8:12 pm

Asentí una sola vez con la cabeza, alzándola para buscar su mirada ansiosa y desesperada, posicionando una de mis manos sobre la suya, situada a su vez sobre mi vientre. Le dediqué una sonrisa, feliz al tenerle cerca de mí. La otra mano la deslicé hacia su mejilla, dejándola reposar ahí por unos momentos.

- Por más que lo intento no entiendo por qué sigues aferrándote a mí. Por más que lo siento, por más que me esfuerzo, por más que me enrredo en hacer lo correcto... siempre vuelves a mí. ¿No sería más sencillo dejarme ir? Dejarías atrás lo problemas que te ocasiono, el sufrimiento, la preocupación, la frustración, la desesperación, la ansiedad, la dependencia... Podrías recuperar tu vida, Diétrich. Sólo alejándote de mí podrás volver a ser libre al fin. ¿Por qué no extiendes el vuelo como el ave que sobrevuela el cielo ahora?

Despegué la mano situada sobre mi vientre y ladeé mi cuerpo para tomar su rostro entre mis dedos, indagando en aquellos ojos tan claros que podía ver mi reflejo en ellos, asustándome al verme de aquella forma tan desmejorada, con aquellas pronunciadas ojeras, con la piel pegada a mis huesos, con mis cabellos alborotados y sucios.

- Aun estás a tiempo, amor mío. Huye lejos para que el Mal no te alcance. Déjame aquí, Ran cuidará de mí hasta que nazca nuestro hijo, que bien sé será un fuerte varón, tan bello como su padre.-sonreí con melancolía.- Ojalá pueda ver su rostro una vez, sólo una antes de...- carraspeé, desviando la mirada pues no deseaba preocuparle, pero Diétrich necesitaba respuestas y sólo yo podía dárselas, por lo que me armé de valor.- Debes huír, Diétrich. Aquí no hay nadie a salvo: el Ejército que reclutó a Ran desea acabar lo que empezó con mis hermanas, quieren matarme para así liberar a Ran de cualquier peso sentimental que pudiera existir en su vida. Yo debo morir, Diétrich, es mi destino aunque tanto ella como tú intentéis impedirlo... será como luchar contra el viento.

Aparté mis manos de él y de éste modo, giré mi cuerpo hasta darle la espalda, inspirando el aroma que la brisa nocturna llevaba a mis pulmones, sintiéndome un poco más aliviada al haber sido sincera con mi esposo. De éste modo, ya podía dejar el mundo terrenal sin secretos que llevarme a la tumba. Él sabría que le amé y quizás así, me recordaría con cariño algún día.

- Sobreviviré hasta dar a luz. Ran me ayudará, por lo que no deberás preocuparte por... nuestro hijo.- murmuré, sintiéndome estúpida por el rubor que coloreó mis mejillas y arrancó de mis labios una sonrisa atolondrada, aunque no fuera momento de eso, pues de algún modo le estaba anunciando una despedida inminente que culminaría en pocos minutos, pues era cuestión de tiempo que Ran reapareciera y me llevara con ella.- Diétrich yo...- balbuceé, girándome un tanto bruscamente, empeñada en hacerle saber todo cuanto sentía ahora, pero tras su figura, situada a varios metros de nosotros y oculta entre las sombras, Ran me miraba serena con los brazos cruzados y su cabello ondeando, en visible posición de espera.

Era el momento; debía partir.
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Mensaje por Diétrich Von Kraft Dom Oct 07, 2012 3:55 pm

...Nuestro hijo...
Creo que hasta que aquellas palabras no salieron de sus labios no fui realmente conciente de los hechos.
Íbamos a tener...un…¡un bebe! ¡Una pequeña personita con nuestra sangre a la que daríamos vida!
Por un momento el entorno dio vueltas ante mi, así que me afirme con uno de mis brazos en el tronco de aquel árbol donde nos hallábamos, intentando volver a recordar como se hacia para que entrase el aire a los pulmones.
De hecho, escuche un crujido cercano y supe que Ran estaría cerca y ni siquiera me preocupo tanto como debía. En aquel momento le habría dicho a Ran que hiciera el favor de no molestar, -cual visita pesada y cargante que no se quiere ir.-
Pero entonces, además del sentimiento monumental de asombro y felicidad, llego aquel que me anclaba a la tierra, recibiéndome de forma fría y tajante.
Aya indicaba la necesidad de su muerte, como si esa fuera la única solución.
Entonces le contemple, y pose mis manos sobre sus hombros, instándole a mirarme.

Aya, no permitiré que te quedes aquí, no permitiré que mueras, ¿Es que no lo comprendes?...Me preguntas que porque insisto, que porque no marcho y tengo una vida tranquila…
Sonreí al mirarle, situando mi mano sobre su mejilla.
Tú eres mi vida, tu eres quien le da un verdadero valor, no quiero dejarte marchar, no puedo hacerlo. Te necesito, te necesito y… te quiero tanto… que me duele…
Comente sincero, mas sincero de lo que fui en toda mi vida, diciéndole al fin lo que sentía, avergonzado en parte, pero firme en mis palabras, pues eran ciertas.

Entonces baje la mirada y suspire, tomando sus manos y sosteniéndolas con las mías. Mirándole e intentando darle serenidad.
Tienes que ser fuerte, tienes que mantener tu coraje, no puedes rendirte ahora. Vamos a luchar por salir de esto y lo haremos juntos, pero debes resistir, debes hacerlo y no solo por ti, sino por… nuestro hijo. Indique sin poder reprimir la sonrisa, lo cierto es que aquello me hacia sentir ilusionado hasta un punto que no pude vislumbrar.
El necesitara a su madre, necesitara que alguien le cuide y le guíe. ¿O es que quieres que se críe con alguien como yo? …Le convertiría en un adicto al chocolate, y eso no seria sano.

Indique con calma, bromeando y haciéndole sonreír, sintiéndome aliviado con aquella frágil sonrisa. Entonces acerque mi mano a su rostro, apartando algunos mechones que resbalaban por su frente, mientras la brisa fría nos mecía, por lo que le atraje hacia mi, frotando su propia espalda con cuidado y parsimonia, pensando en la situación y en lo que me había dicho momentos antes. Los inquisidores estábamos al tanto de cómo reclutaban los reyes, pero definitivamente no dejaba de asombrarme la forma de proceder de aquellos inmortales. Eran la crueldad personificada.

Dices que aquel ejército que persigue a Ran no descansara hasta que se percaten de tu muerte, y yo propongo que le demos lo que quieren. Ellos quieren pruebas, quieren un cadáver, un accidente, quieren hechos, hagámosles creer que ha sido así.
Desvíe la mirada a un lado, entrecerrando los ojos.
Estoy seguro de que incluso ella querría cooperar. Comente haciendo referencia a Ran, la cual estaría cerca nuestro, escuchando nuestro dialogo. Sin embargo deje de pensar en la rabia que me producía mi cuñada para volver la vista hacia mi amada, que con los ojos brillantes y el semblante compungido me miraba interrogante. Por lo que le mire suplicante.

¿Que me dices…Me dejaras sacarte de aquí?
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Mensaje por Victoria A. Hedinson Vie Oct 12, 2012 4:42 pm

El sonido de las cadenas martilleaban mi mente sin que mis esfuerzos por liberarme de ellas vieran ya sus frutos, desesperándome, cayendo de rodillas sobre el rocoso terreno en el que me tenían prisionera, llorando, gritando su nombre una y otra vez, suplicando por mi vida, más nadie de los allí presentes se inmutó; ni siquiera él.

- Kou... Kou, mi amor... por favor... no dejes que nos hagan ésto. Sálvame... para salvarnos. Kou... ¡por Dios, mírame! ¡Haz algo!

Agaché la cabeza, dejando que mi cabellos azabaches formaran una cortina a mi alrededor, alejándome de todas aquellas miradas divertidas ante mi tortura. Uno de ellos dio un paso al frente y el miedo se apoderó de mí, estremeciéndome y rezando para desaparecer de allí, cerrando los ojos con fuerza sin que sirviera de nada, percibiendo, horrorizada, cómo la vida se escapaba entre mis dedos sin que éstos pudieran ya retenerla por más tiempo.

El vampiro se acuclilló frente a mí y tomó con fuerza mi mentón, elevándolo para que le mirase sin conseguirlo realmente, no por mi, sino porque su gran sombrero de copa y sus cabellos largos y oscuros me impidieron ver el rostro de aquél a quién mi alma vendía a cambio de una inmortalidad que no deseaba. Sus colmillos afloraron cuando sonrió y se acercó fugaz a mi cuello, hundiendo sus fauces profundamente en mi carne, desgarrándola incluso, bebiendo de mí, sintiendo cómo mi esencia abandonaba mi cuerpo poco a poco y mis párpados pesaban. Mareada, busqué con la mirada a Kou, cuyo rostro se volvió en mí en forma de preocupación, miedo, impotencia... Pero el vampiro no quería perder el tiempo conmigo, por lo que se mordió con fuerza su labio inferior y se acercó a mi boca, robándome un beso. Un beso mortal. Un beso que selló el pacto con la eternidad. Un beso que paralizó todo cambio en mi anatomía, sumiéndome a las tinieblas de la noche y condenándome a la sangre para subsistir...


Llevé mi mano hacia mi vientre, dejándola reposar sobre éste por unos segundos, escuchando el palabrerío del rubio que dedicaba a Aya. No pude evitarlo, les envidié. Aya tenía todo cuanto yo deseaba en la vida, todo cuanto yo había perdido hacía no más de tres años. La envidiaba profundamente hasta el punto de odiarles a ambos, por ser tan débiles y dejarse vencer ante obstáculos como aquellos.

Hice rechinar mis dientes y ceñuda, me posicioné tras el inquisidor, cruzándome de brazos a la altura del pecho.

- Es de noche, por lo que en el Ejército habrá cambio de guardia: licántropos por vampiros. Refugiáos en un lugar seguro y cerrado para que no os huelan. Esperad al alba y aprovechad entonces para marcharos en una embarcación, pues los lobos no son buenos nadadores y evitarán buscaros por esas zonas, concentrándose en las montañas y núcleos urbanos. Aun así, no olvidéis que el Ejército tiene a su servicio metamorfos que os podrían perseguir, por lo que aunque vayáis en una barca, escondéos, por ejemplo en una bota de vino, para camuflar también vuestro olor. Por las pruebas no os preocupéis, yo lo arreglaré.- concluí sin un ápice de felicidad ni en mi tono de voz ni en mi semblante sereno.- Sólo os pido que pase lo que pase, escuchéis o veáis lo que sea, no volváis jamás.

Palmeé el hombro de Diétrich y le hice un gesto con la cabeza para que nos dejara un momento a solas con mi hermana, despidiéndome de ella con una fugaz sonrisa en mis labios.

- Prométeme que si nace una fémina, la llamarás Nirvana.- le susurré al oído, volviendo mi mano a mi vientre, dónde permanecía intacto el paralizado e inmóvil bebé que gestaba en el momento de mi conversión y que bien segura estaba, se trataba de una niña.- Cuidáos.- añadí tras ver cómo su cabeza emitía una confusa afirmación.

Acaricié con el dorso de mi mano su mejilla derecha, decidiéndome a dar un paso hacia ella para depositar sobre su frente un beso que se alargó en el tiempo casi una eternidad. Me distancié de ella y antes de que pudiera hablar, eché a correr hasta perderme de vista.
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Mensaje por Diétrich Von Kraft Lun Dic 03, 2012 5:35 pm

Observe como aquella inmortal marchaba, esfumándose entre las sombras, dejando a Aya con un semblante de dolor que me hizo odiar aun mas a mi cuñada pese a sus actos, y al esfuerzo que podía ver que realizaba por darnos una oportunidad.
Solté un resoplido, e intente despejar mi mente, pues no había tiempo que perder, ni para odiar ni para extrañar a nadie. Por lo que camine hacia Aya y le tome de la cintura, guiando su brazo alrededor de mi tórax para guiarla de ese modo por el bosque sin perder tiempo alguno, mirando a todos lados, a veces viendo sombras cercanas que se camuflaban por doquier. Y es que aquello se convirtió en una carrera contra reloj hacia la sede inquisitorial,pues entre la noche y el amanecer, el cambio de guardia suponía nuestra única oportunidad...y solo faltaba media hora para la salida del sol...

Fue en ese entonces, después de que el aliento empezara a escasear, cuando ambos vimos la sede a la distancia,sonriendo ante la esperanza que se nos presentaba,pero la sonrisa nos duro poco y es que cuando ya queríamos cantar victoria a pocos metros de la edificación, los inmortales siguieron nuestro rastro, apresurándose ante el efímero momento que tenían para atacar.

Y entonces, todo sucedió demasiado rápido...

Yo tome en brazos a Aya,corriendo por el bosque entre las sombras, a la vez que los vampiros saltaban de rama en rama dispuestos a atacarnos, mientras que los primeros rayos del sol salían con disimulo,iluminando el Camino y alertando a los guardias de nuestra presencia, guardias que comenzaron a disparar en nuestra dirección eliminando las sombras que nos seguían, mientras yo corría por nuestras vidas, a la vez que Aya se sostenía con todas sus fuerzas a mis ropajes. Pero en aquel momento, uno de ellos me alcanzo, haciéndome caer y soltar a Aya, quien rodó cerca de uno de los guardias mientras yo me intentaba deshacer con las manos desnudas de aquel inmortal, que con sus garras y colmillos ya había desgarrado parte de mi espalda y hombro, desestabilizandome aun mas, mientras yo me retorcía queriendo quitármelo de encima, revolcándome con el hasta que salio el sol...

Y el sol...bendito sol. Nos libro de aquella pesadilla, y es que aquel,afanado con arrancarme la cabeza de cuajo, siguió luchando y forcejeando conmigo sin darse cuenta de que su piel se calcinaba ante mis ojos.por lo que de ese modo, casi por accidente,casi por casualidad, las cenizas cayeron sobre mi cuerpo magullado y mi respiración mas que agitada... haciéndome sonreír pese a tal situación...
Y es que aquella noche nos habíamos librado del mal, por la simple y divina intervención del destino...

...

Cuando abri los ojos lo primero que hice fue sentarme para mirar a todos lados buscando a Aya...
Y después de eso grite. Pues mis bruscos movimientos me habían abierto todas las heridas que me llevaría de recuerdo de Japón, pero pese a que las enfermeras llegaron enseguida y quisieron detenerme para volverme a curar y vendar, las esquive como pude,trotando descalzo,vestido únicamente aquel pantalón de algodón mientras me desplazaba por los pasillos, llamándole, buscándole con cierta desesperación.

Ayaaa!! Ayaaa!!!

Pero entonces vi a los enfermeros y tuve que huir de ellos a la vez que le buscaba, abriendo las puertas de los alrededores, pero mi agilidad no me acompañaban en aquel entonces, por lo que no tardaron en agarrarme de los brazos y comenzar a arrastrarme con ellos...como si llevaran a un demente a su sala acolchada, así debía verse desde fuera...

Soltadme! Soltadme!!! Tengo que encontrarla! Maldita sea! Soy vuestro superioooor!!!
Lo siento señor,en cuanto a cuestiones medicas no tenemos superiores. Indico uno de los enfermeros que me esquivaba y al que yo intentaba meter los dedos en los ojos. Y entonces cuando estaba ya a punto de zafarme de uno de los cuatro que me arrastraban, que vi que una de las enfermeras aparecía por el pasillo, trayendo del brazo a Aya consigo, que aun desmejorada iba con ella del brazo, quizás a algún lugar.
Aya...Susurre, sonriendo al verle y al contemplar como ella miraba hacia su vientre, acariciándolo con cuidado mientras la luz del día le iluminaba tenuemente, como si fuera una alucinación demasiado hermosa para ser real...
Entonces ella elevo la mirada y me vio, parpadeando y luego sonriéndome tímidamente, momento en que ante mis ojos vi una enorme jeringuilla que se clavo en mi muslo, haciéndome sonreír casi con un tic nervioso...
Por lo que le mire desesperado. ¡ Había tanto que quería decirle, tanto que quería hacer y parecía que no tenia tiempo para nada!...que al final lo único que salio de mis labios fue...
Aya!!...
Vengame!!!
Ella sonrió divertida y yo también, quedándome con el recuerdo de su sonrisa en mis retinas, antes de empezar a fijarme en unos dragones muy llamativos, con escamas doradas, que empezaron a volar hasta esfumarse, momento en que ya definitivamente...
perdí el norte.
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Mensaje por Edgar Dagson Miér Dic 05, 2012 5:50 pm

La pequeña risa que las palabras de Diétrich causaron en mí fue suficiente detonante para volver a estremecerme de dolor, sujetándome el abultado vientre sin poder oprimir un agudo quejido. La enfermera, junto a mí, detuvo mis pasos y se posicionó frente a mí con el ceño fruncido, mordiéndose el labio inferior y negando con la cabeza.

- Estoy bien… Llévame ante él.- murmuré con apenas un hilo de voz, alzando la mirada para sostener la de ella, queriendo demostrarle una fortaleza que me escaseaba.

Quizás fue el atisbo de sonrisa que forcé lo que la convenció de nuevo a tomarme ahora de la cadera, guiándome a pequeños y pausados pasos hacia una sala, contemplando de reojo, preocupada, como cuatro hombres se llevaban a Diétrich, ahora inconsciente.

- Adiós, amor mío…- suspiré antes de entrar en aquella habitación blanca y escuchando tras de mí el cerrar de la puerta.

La sala era de reducidas dimensiones, toda ella vestida de un blanco horrible, con aquél olor tan característico de los hospitales, espeluznante en su conjunto. A mano derecha se encontraba la mesa y unos armarios, con algunos documentos y utensilios médicos sobre ésta. Y en el centro, una cama acolchada junto a la cuál se encontraba una silla de hierro.

- ¿Y el doctor?- pregunté con voz trémula y ansiosa, girándome hacia la muchacha que asintió con la cabeza antes de acompañarme hasta la cama, indicándome que me tumbara y me relajara mientras ella iba a buscarle.

No sé cuánto tiempo estuve mirando aquél techo blanco, pero fuera el que fuese, se me hizo eterno. Mis manos me sudaban por el nerviosismo descontrolado y mis piernas temblaban. Tenía frío, mucho frío, y aun así, sudaba sin cesar. Un sudor gélido que recorría mi frente y mi espalda hasta hacerme estremecer. A veces ahogaba un pequeño grito cuando las contracciones se volvían insoportables, pero al fin, la puerta se abrió y ante mí apareció aquél hombre vestido de blanco, con sus gafas de media luna y sus ojos verdes, sonriéndome mientras se acercaba a mí y se sentaba en aquella silla de hierro, contemplándome en silencio durante varios segundos, haciéndome sentir incómoda hasta el punto de desviar la mirada.

- Soy el doctor Ilich.- se presentó aun con la sonrisa en aquél rostro que a contraluz pude vislumbrar cuyas cicatrices de guerra parecían evocar a una sonrisa, no siendo pues así, pues su rostro era serio y frío, sintiendo por él cierto pesar sin poderlo evitar.- ¿Puede desnudarse, por favor?

Asentí con la cabeza una sola vez, inclinándome para hacer más sencilla aquella cotidiana tarea, desabrochando los botones mientras en mi mente cavilaba sobre el origen de aquél hombre, pues su acento parecía indicar que procedía de tierras rusas…

Tuvo que ayudarme a quitarme los ropajes, pues me vi incapaz. Mis fuerzas me flaqueaban por momentos y mi cuerpo no dejaba de temblar, maldiciéndome por aquella debilidad, sintiéndome inútil por un momento, avergonzada frente aquél hombre que ahora llevaba sus manos a mi cabeza para indicarme que volviera a tumbarme bocarriba, inspirando y expirando mientras el doctor me interrogaba sobre mis últimos meses: cómo había vivido, qué había comido, de qué malestares me aquejaba, entre otras muchas cuestiones que él consideró relevantes. A medida que respondía las cuestiones, el hombre empezaba la exploración de mi malograda anatomía, inspeccionando cada recoveco de mi cuerpo, cada músculo, cada articulación, cada hueso.

- Flexione las piernas. Le haré una exploración para ver el estado del feto.- anunció ceñudo, disponiendo la silla a los pies de la cama tras ayudarme a abrirme de piernas ante él, gesto que me ruborizó un tanto, tan poco acostumbrada a desnudarme ante un hombre que no fuera Diétrich.

Sus palpaciones eran bruscas, o al menos eso me parecían, pues el dolor se intensificaba por momentos y no podía reprimir un llanto silencioso que pronto inundó mi rostro, gesto que alarmó al doctor que llamó a la enfermera para que me atendiera, limitándose ésta a secar mis lágrimas y a controlar mis agitadas respiraciones. ¡Como si eso ayudara!

- Me temo que el embarazo corre peligro, señorita Der Kláuseen.- murmuró Ilich en cuanto extrajo sus manos de mi sexo, poniéndose ahora en pie para contemplar, cerca de la luz de una vela, los moretones y rasguños que adornaban mi vientre, negando con la cabeza, dándome luego la espalda en silencio como si diera por concluido así, mi caso.

- ¿Qué puedo hacer?- le supliqué, aun con los ojos enrojecidos por el llanto y mis labios tiritando, más que de frío, de agonía.


Ilich suspiró apesadumbradamente mientras se limpiaba sus manos ensangrentadas con el agua de un recipiente situado sobre la mesa, sosteniendo el aliento al comprobar cómo algo no iba bien, cómo aquél sangrado vaginal no era lo normal en tan pocos meses de gestación, así como tampoco lo eran aquellas fuertes contracciones y la debilidad de mi cuerpo entero.

- Hacerlo no asegura el éxito, pero podría aumentar sus posib…

- Hágalo.- le interrumpí con voz ahogada, sosteniendo su mirada por unos segundos, tras los cuales el hombre asintió en silencio y abrió uno de los armarios del que extrajo un frasco sellado y una jeringa, manipulando ambos elementos hasta que un líquido blanquecino inundó el recipiente de la aguja, momento en el que Ilich se giró hacia mí y tomó mi mano en busca de una vena a la que inyectar su contenido.

- El estado en coma permitirá a su cuerpo descansar de todas sus funciones, dejando sólo las más esenciales para que siga viviendo, suficiente para que el feto siga desarrollándose en su interior, pues en su caso, el procedimiento habitual sería provocarle el aborto inmediatamente, señorita Der Kláuseen, corriendo el riesgo de perderla también a vos. Insisto, no obstante, que ésta práctica no asegura que vos o su hija sobrev…

Una débil sonrisa se adueñó de mis labios en cuanto él nombró a mi hija… Nirvana… Oh, la felicidad y el gozo llenaron mi pecho y por un momento casi pude respirar sin dificultades, pero entonces, mis ojos se pusieron en blanco y por un segundo, mi corazón se detuvo. Y a mi alrededor, sólo encontré la más desoladora de las oscuridades…
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Mensaje por Diétrich Von Kraft Jue Abr 04, 2013 2:11 am

Un sutil rayo de luz me ilumino, haciéndome fruncir el ceño aun teniendo los ojos cerrados.
Mis sueños habían sido tormentosos. Pues me veía rodeado de oscuridad, siempre corriendo a contrareloj para poder llegar hacia Aya … Sin embargo cuando alcanzaba su mano ella se desvanecía como el viento, como si su propia mano se desvaneciera entre la mía.
Aquel sueño se repetía una y otra y otra vez.
Abrí los ojos algo cegado por aquel rayo de luz que ahora iluminaba mi rostro y suspiré. Me sentía angustiado ante esa imagen de ella, pese a que solo eran sueños, muy seguramente producidos por la mas que indecente cantidad de drogas que me habrían administrado.
Gire el rostro posando la mejilla sobre la fresca almohada y contemple a la enfermera, quien movía las cortinas para que entrara la luz.

-Oh…Sr Der Kláuseen, ha despertado.
-…
-¿Cómo se encuentra…? Pregunte con la voz un tanto grave, pues sentía la boca seca.
-¿Perdone? La enfermera se acerco a mi y poso su mano sobre mi frente, comparándola con la suya.
-Mi esposa…Necesito ir a verla. Indique haciendo ademan de sentarme sin lograr hacerlo, de hecho no podía mover ni mis brazos ni mis piernas. Mi rostro de consternación fue suficiente para que la enfermera se explicara precipitadamente, un tanto nerviosa.
-Oh, por favor manténgase en calma. Le hemos atado para que no se moviera pues se quejaba bastante mientras dormía, y para impedir que saliera de la cama sin la autorización del médico.
En aquel momento me mordí los labios, pues me sentía como un paciente de un psiquiátrico, amordazado y esperando a su médico, sin embargo intente mantener la calma. Pues si me estresaba rompería los grilletes y saldría con la mitad de la cama a cuestas y entonces me volverían a drogar…Por lo que gire el rostro y sonreí tan amablemente como pude.
-¿Y… usted… podría decirle al buen doctor que venga a verme?...Quisiera levantarme, tengo algunas cosas que hacer ¿sabe?...No quisiera ser descortés… Pero si no se da prisa romperé cosas, porque eso se me da bien.
Por favor.

Cinco minutos después, desatado, vestido con un pantalón, con unas zapatillas de andar por casa y una espantosa bata verde de hospital, caminaba seguido de dos hombres que realmente no sé si esperaban un brote psicópata por mi parte o que pasaba. Por lo que intente ignorarles hasta que llegue a la habitación en la que me habían indicado que estaba ella.
No había medico, ni enfermeras fuera, por lo que mire a los dos que me acompañaban quienes se encogieron de hombros. Aquello se me hizo extraño, ¿por qué no había nadie allí con Aya?

Toqué la puerta suavemente, pero nadie respondió, por lo que abrí despacio mirando el interior de la estancia. Estaba iluminado con luz tenue mientras ella se mostraba dormida. Aquello me tranquilizo, por lo que me adentre con sigilo, cerrando despacio detrás de mí. Camine hacia su cama y suspire al verle dormida, tan tranquila y con aquel gesto tan sereno. Parecía tan calmada que casi me preocupo despertarle al acariciar su mejilla, aunque no fue así…Ella seguía plácidamente dormida. Sonreí al mirarla, quedándome quien sabe cuanto tiempo mirando su descanso.
Aparte un poco su cabello mientras bajaba la mirada hacia su abultado vientre, sintiendo de pronto un nuevo vuelco en mi corazón, definitivamente era mucho más que una gran alegría haber descubierto su embarazo, pues de algún modo, el hecho de ver que podríamos ser padres era algo que nunca me había planteado, pero porque nunca lo había visto posible con mi tipo de vida y con la clase de persona que era. Pues alguien tan reservado como yo…¿quien diría que se habría casado? ¿Quién diría que yo podría ser ahora un hombre de familia.?
Pose la mano suavemente sobre su vientre en una suave caricia y baje la mirada, avergonzado, pese a que fuera absurdo y estuviera prácticamente solo pues ella dormía. Pero es que la idea de la paternidad me hacía ilusión, me hacía pensar en un futuro esperanzador, me hacía pensar que la vida no solo trae desgracias sino que también trae buenos momentos que guardar. Como si ahora fuese a salir el sol al fin, pues ahora tendría una familia…Una que de algún modo me aseguraba poder olvidarme del sentimiento de soledad por siempre, pues ellos estarían ahí para mí…

En aquel momento, mientras me deleitaba con la simple idea de imaginarles a ambos, la puerta se abrió suavemente y yo desvié la mirada para ver como el doctor -sin entrar-, me indicaba si podía salir de la estancia. Fruncí el ceño un tanto contrariado, pues dudaba que mi presencia pudiese perturbar su descanso, sin embargo obedecí para salir de la habitación mientras el médico cerraba y una docena de hombres armados me apuntaba nada más cerrar la puerta.

-Diétrich Kaél Der Kláuseen Miembro 7777-A de la facción 3 queda relevado de su función como líder de operación. Haga el favor de entregar sus armas si dispone de alguna sin oponer resistencia.

A partir de ahora, Yo, Magnus Ábelem Der Kláuseen tomo el relevo de sus funciones en servicio hasta que se dé por finalizada totalmente la operación.


Acto seguido Magnus dio un mordisco a una manzana que traía entre sus manos, mientras el resto de hombres seguía apuntándome.

-Voy en bata…No voy armado. Indique parpadeando. Los guardias bajaron sus armas relajando el semblante tenso al instante.
-Abel…¿Es que…me han sancionado después de lo ocurrido?

-No hijo. Acaban de darte vacaciones. Tomare el control de la base hasta que la operación este cerrada y podamos volver a Europa, será lo más conveniente.
Aquellas eran mis primeras vacaciones en más de siete años, sinceramente no sabía como sentirme.
-Oh…Bien…De acuerdo…Me parece bien, supongo que es lo más sensato, además Aya…En fin, despertara en cualquier momento y debería prestarle toda mi atención…Hace muchos meses que no la veo y en fin…Aun estoy sorprendido por su estado, sería mejor que me centrara en ella…¿no?
El silencio se hizo y Magnus hizo un gesto con la mano a los hombres para que nos dejaran solos. Solo entonces, cuando ellos marcharon, me percate de la figura sigilosa que atrás de Magnus me contemplaba casi oculta tras la imagen de su padre.
¿Iris?...¿Iris eres tu?...¡Oh ven aquí! ¡cuánto tiempo! Indique alegre de verle mientras ella me sonreía y yo avanzaba hacia ella para darle un gran abrazo que me fue correspondido. Magnus me habia avisado de su llegada antes de que yo encontrase a Aya, pero no menciono que mi prima fuese a venir también después de él a Japón. Lo cierto es que había echado de menos a mi aprendiz, pues después de tanto tiempo entrenando o cumpliendo misiones, se había convertido en una compañera casi inseparable.
-Me alegro de teneros aquí, aunque…estáis muy callados.
….
¿Es que ocurre algo?

Magnus me miro con un deje triste y desvió la mirada a Iris, quien le miro como si ambos tuvieran una conversación mental. Algo ocurría, pues les conocía lo suficiente para saber que sus silencios no eran buenos.
-Sera mejor que vayamos a dar un paseo, el aire nos sentara bien a todos. Indico Magnus con aparente tranquilidad.
Claro, iré a buscar mi abrigo. Indique girándome un instante para toparme con mi reflejo en el cristal de la ventana, uno que me dejo por un momento inmóvil. Lo cierto es que no pude ocultar mi sorpresa y espanto al ver mis pronunciadas ojeras oscuras bajo mis ojos, así como las marcas de mis pómulos y mandíbulas. Los últimos meses habían sido duros, apenas había dormido o comido, porque simplemente no podía pensar en descansar o comer, pero no pensaba que por ello tuviera semejante aspecto de cansancio. Ahora entendía que me hubiesen atado a la cama y que me hubiesen relevado. Tenía cara de ser un desquiciado peligroso…

Magnus me sobresalto al posar su abrigo sobre mis hombros, por lo que me disculpe con ambos ante mi momento de de colapso mental, mientras los tres caminábamos por el pasillo en busca de la salida…
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El vuelo del ave [Diétrich] - Página 2 Empty Re: El vuelo del ave [Diétrich]

Mensaje por Iris M. Der Kláuseen Dom Mayo 05, 2013 8:24 am

- Id tirando, en breve me reúno con vosotros en el jardín trasero.- Indiqué con la cabeza apuntando a la entrada de la Cafetería dónde se escuchaban las voces de algunos hombres de la base jugando y bebiendo como si fuera una de aquellas tabernas a las que solían acudir después de una victoria para celebrar o una derrota para olvidar: cualquier excusa siempre era buena para beber, o eso había aprendido desde mi incorporación a la Inquisición.- ¿Queréis algo vosotros? ¿Kaél? ¿Tienes hambre?- Le pedí con dulzura, depositando por unos segundos mi mano sobre su rostro, buscando reconfortarle pese a que en aquél instante, él aún no lo necesitara. ¿Cómo decirle que su esposa se encontraba en coma inducido y sus esperanzas de vida mermaban cada día? Tragué saliva y desvié la mirada incapaz de sostener la de mi primo, tan pulcra e ingenua...- Veré si puedo sobornar a alguien para que me de chocolate.- Reí con cierta amargura, despidiéndome de padre para así dirigirme a la Cafetería, girándome una vez la puerta se selló tras mis pasos para contemplar cómo los dos hombres marchaban por el pasillo como almas en pena.

Cuando aquél apestoso y sudoroso hombre-armario se esfumó de mi vista, frente a mí apareció la mujer que con gesto hastiado me preguntó qué deseaba tomar, por lo que, pensativa y titubeante, agaché la mirada y recorrí con la vista el mostrador antes de tomar la palabra varios minutos después, colmando la paciencia de la dependienta.

- Póngame un trozo de ésta tarta de queso, una ensaimada, esos dos croissants de chocolate, una palmera de azúcar, ese pellizco de tarta de nata y fresas, ese otro de dulce de leche, siete barquillos de chocolate, cinco magdalenas rellenas de chocolate... Oh, mejor póngame un par mas de croissants, sí, de esos... Bien... y ahora... un café con leche y azúcar, un café solo y un chocolate caliente a la taza.

Sonreí ampliamente a la dependienta y ésta, con rostro perplejo, me entregó dos bolsas de papel llenas de los pedidos que había realizado, pagando antes de irme y moviéndome con dificultades debido al peso que llevaba encima, una bolsa en cada brazo, con tanta comida que apenas podía ver por dónde caminaba, chocando con unos y con otros, incluso con la puerta hasta que un amable caballero que repasó mi trasero un par de veces muy descaradamente se animó y me dio paso con galantería, invitándome a cenar aquella misma noche mientras me despedía de él con un guiño, riendo por mis adentros cuando ya me dirigía hacia el jardín dónde esperaba encontrar a mi familia.

De pronto, varias enfermeras pasaron frente a mí corriendo a toda prisa, esquivándome cuando me hallaba en medio de un pasillo transversal. Un tanto asustada me detuve allí y contemplé cómo de varias habitaciones salían profesionales todos ellos de la medicina, hablando a gritos entre ellos, señalando hacia el este, lugar dónde sabía, se encontraba la habitación de Aya. Tragué saliva y al pasar un joven por mi lado logré gritarle qué era aquello que ocurría. Lo que me respondió fue suficiente para que mis brazos dejaran caer al vacío aquellas bolsas, desparramándose toda la comida por el suelo, siendo ahora mis pies los que tomaban la iniciativa y empezaban así a correr junto a los enfermeros y médicos, llegando a la habitación de la geisha. Desde la puerta, de puntillas para poder ver a través de su ventana, pude ver el despliegue de médicos y enfermeros alrededor del lecho dónde ella permanecía postrada. Todos revoloteaban de un lado a otro a su alrededor, ensangrentándose sus manos y sus batas, exclamando palabrejas de su jerga que no comprendía, sintiendo mi corazón empequeñecerse cuando al fin vi el rostro de Aya, más pálido de lo habitual, colmado en sudor y con unas bolsas bajo sus ojos que denotaban su malestar. Las mandíbulas se le marcaban en exceso en aquella piel porcelanosa y sus labios parecían de hielo ante el color morado blanquecino que habían alcanzado.

- ¡La estamos perdiendo, doctor!- Exclamó uno de los enfermeros, el que se encontraba sosteniendo la cabeza de la geisha mientras los demás se encontraban a los pies de su cama, extrayendo de ella lo que parecía ser su bebé.

Entonces, un hombre abrió la puerta de repente y volví mi peso sobre mis talones para mirarle, ansiosa y desesperada, queriendo preguntarle qué ocurría allí y sin poder siquiera recordar mi nombre en aquél instante, demasiado extasiada. El enfermero despegó sus labios, seguramente para pedirme que me alejara de allí y les dejara trabajar, pero entonces, otra exclamación procedente del interior de la cámara me erizó la piel y captó mi atención de nuevo, alzando la vista por encima del hombro de él.

- ¡... se desangra!

Tomé del cuello de la bata al enfermero y con ira le zarandeé.

- ¡¿Qué diablos ocurre?!

Él me miró ceñudo, ansioso por volver a su puesto de trabajo, forcejeando con mis manos para librarse de mi agarre, refunfuñando algo antes de percatarse que si no me respondía no le dejaría marchar tan fácilmente. Al fin se dio por vencido y aunque hablando atropelladamente por la prisa y los nervios, logré averiguar aquello que me tenía en ascuas.

La puerta se cerró de nuevo y petrificada, sólo pude contemplar en la lejanía cómo todo transcurría con demasiada rapidez: los médicos despojaban al recién nacido sobre una cesta cubierta de trapos y mantas, ignorándole para centrar ahora todos sus esfuerzos en salvar a la madre que acababa de sufrir un aborto espontáneo debido a deplorable estado físico de Aya, conllevando que el mismo aborto supusiera para ella un desangramiento demasiado elevado para la escasa sangre que disponía...

Pasados unos eternos minutos, los médicos y enfermeros fueron desistiendo en esfuerzos y poco a poco, abandonaron la estancia hasta quedar dos o tres de ellos. No entré a ver los cadáveres, ni siquiera quise despedirme de ellos. Por lo contrario, di media vuelta y arrastrando los pies, aun con aquellas frescas imágenes grabadas en mi mente, surqué el jardín trasero de la base dónde, sentados en un banco a espaldas de mí, Magnus y Kaél hablaban con seriedad. Detuve mi avance antes de que ninguno de los dos pudieran verme, tragando saliva cuando rememoré cómo el rostro de Aya quedaba oculto bajo una fina sábana blanca que se ciñó sin reparos a sus contornos.

Con voz temblorosa y los ojos llenos de lágrimas hablé desde aquella distancia, logrando que ambos se voltearan hacia mí y su atención se centrara en mis palabras, aquellas que sabía que abrirían en Diétrich una herida que jamás podría cicatrizar.

- Han muerto.
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El vuelo del ave [Diétrich] - Página 2 Empty Re: El vuelo del ave [Diétrich]

Mensaje por Diétrich Von Kraft Sáb Jun 08, 2013 11:33 am

Lo hizo por ambos…
Porque de ese modo habría más posibilidades.
Kaél.
Hijo…¿Estás bien?


Baje la mirada y apoye mis antebrazos sobre mis rodillas. Enterrando mi rostro entre mis manos para soltar un resoplido cuando Magnus me hablo de lo Aya había hecho, de su estado comatoso, de su sacrificio en nombre de nuestro hijo…

¿Por qué no me espero…? Me pregunte en voz alta, sin darme cuenta.

No había tiempo.

Trague saliva al escuchar las palabras de mi tío. Aya había tomado una decisión que entendía, no había tiempo de esperar nada ni a nadie…ella había tenido como prioridad a nuestro bebe….pero aun así. ¿Por qué tenía que pasarle a ella? Le había salvado pero no a tiempo, debí llegar antes hacia ella…¿Por qué no había podido hacer nada?....
Me sentí inservible, pues si hubiese llegado quizás unos días antes hasta ella…quizás…
Intenté buscar los motivos, las alternativas…Aun sin quererme hace a la idea de lo que Magnus me contaba. Pero entonces, cortando el hilo de mis pensamientos la voz de Iris, su voz rota, su voz quebrada me sacó de mi hilo de cavilaciones para hacerme girar hacia ella, mirándole con la duda escrita en mis ojos.

¿Ellas?...¿Ellas??
Me puse en pie cuando Iris me miro de ese modo.
¿Qué ocurre? ¿A qué te refieres con...? Iris no hablo, solo me miro con la tristeza escrita en sus mirada Y eso fue suficiente para que supiera que algo malo ocurría. Algo que ni siquiera quise imaginar.
Me levante y comencé a caminar hacia ella, pasando de largo a su lado cuando comencé a correr en dirección al edificio. Adentrándome para mirar a todos lados, corriendo por el pasillo en dirección a su habitación, abriendo la puerta de forma brusca para ver que aquel lugar estaba vacío, salvo por los enfermeros que volvían a acomodar la habitación.

¿Donde esta?... ¡La paciente que estaba aquí! ¿¡Donde esta!?
Los enfermeros se miraron por un momento con asombro, observe como uno de ellos tragaba saliva, buscando con la mirada al doctor que apareció detrás de mí, tocando mi hombro. Me gire, pero él, cerro los labios y me señalo la habitación del final del pasillo bajando la cabeza. Tome carrera y trote hasta llegar a la habitación del fondo ignorando el llamado del doctor que parecía hablarme desde donde le dejé. Abriendo la puerta para ver cómo bajo la tenue luz y casi a oscuras una camilla se mostraba más cercana a las otras tantas vacías que allí se hallaban. Sentí que el corazón me golpeaba con fuerza cuando entendí que sala era. Por lo que me acerque con el horror surcando mi rostro, hasta que al llegar hasta allí, hasta aquella camilla, alce mi mano hacia la sábana blanca, tirando de ella con suavidad, para contemplarle allí…

Aya estaba ahí.

Lleve ambas manos a mi boca abierta queriendo ahogar el completo pánico, el miedo, el horror mas atroz sumado a la sensación que recorrió mi pecho resquebrajándolo por completo cuando le contemple ahí.
Aya se hallaba bajo la blanca sabana, pálida como el papel, con los labios amoratados…
Durmiente, placida, inerte…

Muerta.

NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
¡¡¡AYAAAA!!!

Mi grito fue desolador, grave, un lamento que retumbó en cada pared de la habitación.
Me acerque a ella sujetándola, primero moviéndola como si estuviera dormida y me estuviera gastando una broma, zarandeándola, y luego apretándole contra mí, abrazando aquel frágil cuerpo mientras le llamaba sin que ella me respondiera. Notando la vista borrosa ante el llanto que jamás demostré, ante las lagrimas que nunca derrame por nadie y que ahora brotaban ante mi desconsuelo, sin cesar. Como si quisieran cobrarse todos los momentos en las que renegué de ellas. Pasando el tiempo sin que pudiera definirlo realmente, un tiempo infinito y silencioso que solo era roto por mis palabras, por mi llamado…

Aya…
Aya…despierta…
por favor no me hagas esto, ¡no me hagas esto!

¿Cómo explicar un momento así? ¿Cómo describir el desconsuelo que siente un alma ante la pérdida de un ser amado? … Es imposible describirlo con palabras pudiendo explicar algo tan vivo, algo tan doloroso… Desesperanzado o hundido son palabras pobres y vacías al lado de lo que se puede sentir en un momento así. Pues en aquel instante yo lo había perdido todo. Había perdido a mi esposa a nuestro bebe, así como el pasado, el presente y el futuro que podíamos tener los tres. Y es que antes de tener a mi familia, antes de tener algo por lo que seguir luchando, le había tenido a ella, mi compañera, mi amiga…La luz que parecía iluminar mi camino y que ya no estaba. ¿Cómo describir ese dolor? ¿Cómo describir el vacio?

No tenias que llevártela a ella!...recrimine en el silencio atronador de la sala.
¡Tenias que llevarme a mí!, Soy yo el que mata en tu nombre, ¡soy yo el que se baña en sangre mancillando tu nombre!...
Este es tu castigo…¿verdad?

Mis blasfemias ante el dios injusto no fueran respondidas, aunque no me sorprendió, pues mi desconsuelo tampoco fue distinguido por nadie en aquel momento. Ni siquiera cuando deje el cuerpo allí, frio, inmóvil y estirado en la camilla contemplándole mientras mis lágrimas caían a su vez sobre su misma piel pálida de porcelana.

Tú no tenías que marchar…
Me dijiste que te quedarías conmigo. Íbamos a ser una familia…


Me deje caer de rodillas al lado de su cama, sin escuchar siquiera la puerta que se abria detrás de mí. No quería comprender lo sucedido, ni marcharme, no podía hacerlo, pero tampoco quedarme. Me sentía perdido, y es que la idea de que ella no estuviera no me entraba en la cabeza, así como se me hacía imposible pensar en que tuviera que salir, que despedirme o que hacer nada mas.

Pase mi antebrazo más que bruscamente por mis ojos, queriendo ver bien, pese a que mi vista se nublo enseguida una vez más. Y es que por un momento, todo perdió el sentido y el rumbo…Hasta que una mano cálida se poso en mi hombro, posándose temblorosa. Gire el rostro y entreabrí los labios soltando un simple susurro, con la voz apagada y grave, ya sin energías ni fuerza alguna siquiera para ponerme en pie y salir.
Quería decirle a Iris que estaba bien, que no se preocupara, que no pasaba nada aunque estuviera mintiendo. Quería impedir que nadie se preocupara por mi, pero no fui capaz de decirle nada, solo sujete su mano, intentando dar orden al caos. Pues en aquel momento, la luz desapareció y me hundí en la oscuridad de la que quizás jamás debí haber salido…
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El vuelo del ave [Diétrich] - Página 2 Empty Re: El vuelo del ave [Diétrich]

Mensaje por Iris M. Der Kláuseen Dom Jul 07, 2013 5:22 pm

- Ve tú... a ti te escuchará.

- Pero padre, no creo que este sea un buen momento para él. Démosle un poco de tiempo, acaba de perder a su familia y...

Aquél centelleo en sus ojos acalló mis palabras de protesta y cuál niña pequeña ante la fuerte autoridad impuesta por su padre, desvié la mirada y apreté mis labios con fuerza antes de girar sobre mis mismos talones y emprender mi camino hacia dónde se hallaría el cuerpo de Aya y junto a él, Kaél.

Me hallaba enfurecida y triste, ambos por igual: enfurecida por lo injusta que era la vida con aquellos seres misericordiosos como mi primo, gente buena y sin mala fe, como Aya. Pensé en aquél niño que nunca vería la luz, en sus risas que no resonarían en casa. Eran escenas que no había vivido, pero me sentí como si lo hubiera hecho y todos esos momentos hubieran sido borrados ahora con una facilidad sorprendente. Recordé la última vez que había visto a Aya con vida, hacía ya casi un año. Me lamenté de la forma en la que me despedí de ella, demasiado casual, creyendo que al día siguiente volvería a verla. No le di valor alguno a mi movimiento de mano al despedirme de ellos aquél anochecer, uno de tantos en los que había ido a entrenar con Kaél y Aya nos había preparado unas de sus bolitas de arroz para picar entre ataque y ataque. "Buenas noches, Aya", fue lo único que salió de mis labios antes de cerrar la verja y ahora, caminando hacia su inerte cuerpo, esas palabras resonaban con un tono más gélido en mi cabeza, como si de pronto, absorbieran un significado más tenebroso.

También me hallaba triste, pero si bien Aya no fue una pieza clave en mi vida y mi trato con ella era en realidad, prácticamente nulo, sinceramente, la muerte de Aya no habría estrujado mi corazón del modo en que lo hizo, el motivo por el que me sintiera agonizar tenía otro nombre, y ese era el de Kaél. No podía evitarlo. Aya podría haber sido una de las tantas víctimas que solían caer a mis pies tras cada misión que llevaba a cabo en nombre de una Inquisición que odiaba defender, aunque no fuera el caso y ella fuera más humana que yo, tan humana como Kaél. Pero era Kaél, sangre de mi sangre, mi familia, mi Maestro... él era el que me preocupaba ahora que ningún llanto podría ya devolver a Aya al mundo de los vivos. Kaél era quién ahora, más vivo que nunca, lloraba ante un dolor insoportable en su pecho que probablemente le asfixiaría hasta no poder ya ni respirar.

Y allí estaba yo, en el peor momento de todos, de nuevo, siendo aquella que dice las palabras que nadie quiere escuchar. Así que pose mi mano temblorosa y dubitativa sobre el hombro de mi primo, sin siquiera mirar el cadáver de su mujer. Quise quedarme con los buenos recuerdos que conllevaba estar viva y no relacionarla con el más que probable mal aspecto que el convertirse en difunto comportaba. Ella era hermosa y quise conservarla así en mis retinas.

- Kaél...- empecé, con un susurro apenas audible, poco firme y demasiado frágil. ¿Dónde estaba ahora la fortaleza que poseía? ¡Ahora que él tanto me necesitaba! Me frustré, me desesperé por segundos y me maldije. ¿Qué clase de apoyo podía darle si era siempre yo la que se sentía caer?

Su mano se posó sobre la mí y un estremecimiento recorrió de principio a fin mi espalda, haciéndome doblegar hasta caer arrodillada frente a él. Sujeté su rostro por unos instantes, perdiéndome en la nebulosa formada en sus ojos debido a sus lágrimas y al visible dolor que emanaba de ellos. Pude sentir, en apenas un parpadeo, cómo toda mi energía, la escasa felicidad que conservaba, la materia de la que estaba formada mi cuerpo... desaparecían. Todo en mí se vació ante su desolada mirada. Sólo pude abrazar su cabeza en cuanto me erguí aun arrodillada frente a él, colocando su mejilla sobre mi pecho a la altura de mi corazón. Quería que escuchara mi pulso, mis latidos, que acompasara su respiración a ellos. Sin decir nada, busqué devolverle la calma y el sosiego, que encontrara en aquellos vívidos latidos, la pizca de vida que se le estaba escapando ahora. Quise que se aferrara a eso, a la vida, a su vida. Y no sólo por él, también por mi padre, por Néliam, por toda su familia... y por mí. Le necesitábamos, le necesitaba conmigo.

Permanecimos sumidos en un silencio indescriptible, en un abrazo eterno y reconfortante. El tiempo se había detenido y yo me negaba a dejarle ir, sabiendo que si lo hacía, se enfrentaría a una cruda realidad de la que preferiría ser un mártir a solas, probablemente, alejándome de su tormento, apartándonos de su tristeza para demostrar su fortaleza. Sabía que Kaél era fuerte, sabía que lo superaría, por supuesto, pero no quería dejarle solo. No aún, no si él me dejaba seguir acunándole como un niño pequeño, siendo el pañuelo que secaba sus silenciosas lágrimas, su amargo lamento.

Y entonces, él reaccionó con un profundo suspiro, llevándome a excarcelarle de mis manos a regañadientes, buscando sus ojos con desesperación, necesitando ver la luz de vida que en ellos habitaba. No lo hice, no hallé esa esperanza en su mirar, más supe que Kaél no iba a rendirse y eso me bastó por entonces.

- Volvamos a casa.
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