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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Amandine Fontaine Dom Jul 22, 2012 9:51 pm

Los rayos matutinos del Sol en primavera recaían desde el cielo con una gracia particular, como si en su fugaz trayecto hacia la Tierra los mismos se impregnasen en la suavidad propia asociada con dicha estación de año, reconocida por traer con su llegada el variado colorido de la flora y a veces de algunos corazones humanos. La primavera sensibilizaba a las personas, haciéndoles ver todo lo que cotidianamente les rodease desde otro ángulo, uno más sosegado y contemplativo. La euforia se tornaba pasión sigilosa y la necesidad de crecimiento ahora se vislumbraba como florecimiento delicado y armonioso. Amandine abrazaba completamente esa etapa del año donde su acallada alma se nutría de las sensaciones ofrecidas por la naturaleza resurgente en tales meses.

La piel blanca de la Reina desplegaba un brillo especial cuando los ases lumínicos de la mañana acariciaban las contadas zonas de su cuerpo que permitían ser vistas, no había necesidad de aclaración que la española tenía sobre sí los ojos de toda su nación y continente, por lo que una imagen sobria y recatada sin excesos en lo que enseñaba a nivel corpóreo era lo pertinente. Ejemplo a seguir de muchas damiselas de la Corte francesa, Amandine solo podía entregarles una imagen impecablemente decorosa. Ni más, ni menos.

La templada y perfumada brisa de los jardines por la mañana era algo de lo que ella no gustaba de perderse. Como una simple costumbre, en aquellos meses del año donde el clima se lo permitía, agradaba de recibir el Sol en las jornadas de cielo despejado sentada en una de las tantas bancas de mármol que se distribuían a lo largo de los laberinticos caminos empedrados que dirigían a los recovecos más alejados de los vergeles reales. Allí la Reina pasaba el tiempo bordado algún pañuelo para su esposo e hijos o simplemente deleitando sus almendrados ojos con las emociones plasmadas en la poseía de los pequeños libros que le acompañaban siempre. Y si Dios se lo permitía, la contemplación de las coloridas rosaledas no dejaba espacio alguno para denotar por unos instantes las preocupaciones diarias que el corazón de dama acarreaba consigo y de las que solamente ella era conocedora, pues quienes le rodeaban no merecían ser testigos de tal angustia, de tal compungido sentir que solamente alguien como ella sabía llevar con firmeza sobre sus hombros.

La plateada y fina aguja de bordado se incrustó levemente en el rosáceo dedo índice de su mano derecha rompiendo con aquel repentino punzar el estado de vaga distracción en el que Amandine se encontraba sumergida. Instintivamente, llevó el dedo a su boca donde suavemente su lengua se hizo con el pequeño brote de sangre carmesí que lamentablemente a su pesar, ya había manchado la suave tela de refinados hilos egipcios donde las iniciales del Rey iban tomando forma por el azulado hilo que la española manipulaba con suma habilidad. Un suspiro apesadumbrado terminó por convencerle que la obra se había echado a perder. Era necesario comenzar desde el principio, con la misma paciencia de siempre, esa que jamás debía de perder.

Apoyó las herramientas de bordado a su lado sobre el frío mármol de la banca y cruzando sus manos, una encima de la otra sobre la abultada falda que le arropaba, se abocó a posar mirada nuevamente sobre las rosaledas que a una distancia pertinente se presentaban frente a sus ojos. Nuevamente los pimpollos comenzaban a abrirse, ofreciendo su delicadeza y colorido visual. Las espinas perdían su toque ruin y pasaban a ser solamente un completo, el arma de protección de aquellas hermosas flores. Amandine curvó sus labios casi imperceptiblemente al denotar que hasta la flor más bella debía llevar consigo un elemento peligroso que asegurase su bienestar ¿Acaso ella poseía sobre su persona alguna espina que advirtiese de los riesgos a tomarse si los límites eran traspasados? Posiblemente la rigidez aparente y necesaria de su cargo se encargaban de proyectar esa línea que no era recomendable cruzar, pero quien le conociera un poco más allá de su capa superficial habría de saber que Amandine era generalmente un ser ajeno a las confrontaciones. Ella simplemente gustaba de cuidar a los suyos, resguardar a su familia y allegados. Y también deleitarse silenciosamente ante el Sol de la primavera.


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Mensaje por Zeena Macarthur Mar Jul 24, 2012 5:43 pm

No eran las flores o el canto de los pajarillos lo que atraía más la atención de Zeena, extrañaba su hogar, los verdes campos rodeados por montañas espesas. Los vergeles de Francia eran hermosos, pero los de Escocia, tenían una magia, una magia que provenía de esencia propia del país.

Los días en el Palacio habían sido contados con su estrecha amistad con la Reina de Francia, su compañía le daba cierta apertura y seguridad para poder moverse en la corte francesa, que, a diferencia de Escocia, la rimbombancia, la alta alcurnia se podía apreciar en los vestidos de colores exageradamente pasteles, extravagantes o incluso en la forma tan exagerada de expresarse. Sólo congeniaba con la hermosa Reina, con su mesura para hablar, la bondad que muchas veces expresaba entre líneas y su cualificada sonrisa.

Ya pasaba más del tiempo estimado para su estancia en París, muy pronto otras serian las cosas que la llevarían hasta el lugar dónde había nacido, buenas noticias anunciaban la llegada de su gran amiga Victoria al trono de Escocia y aquella ocasión no iba a perderla de ningún modo. Pero era su lealtad a la Reina de Francia lo que la llevaba a permanecer en Paris, principalmente cuando su conducta dulce y tranquila se veía envuelta por la melancolía en últimos días, si algo la aquejaba ella debía saber el por qué de su cambio, puesto que le importaba su majestad.

El transcurso de la primavera traía consigo espectaculares mañanas, los abetos y las flores eran cubiertas por los rayos del sol matutino, los ruiseñores anunciaban la llegada de la mejor estación del año dónde todo se llenaba de vida ante los ojos mortales.

A Zeena la costumbre de recorrer los pasillos naturales le obsequiaban tranquilidad y sosiego a su alma, especialmente cuando el destino de estos era el alcanzar a su majestad para brindarle su compañía. A lo lejos alcanzó a visualizar la figura de la refinada Amandine, su sola presencia en medio de la naturaleza le obsequiaba un brillo distinguido, su aura podía percibirse a unos tantos metros de distancia, mientras avanzaba; una sonrisa se dibujó en el rostro de la joven Escocesa…

-Su majestad, todos en Versalles la han estado buscando para poder tomarle medidas para su nuevo vestido, debí saber que se encontraba aquí- le expresé con tono suave, elegante y con un alto nivel de respeto a su alteza real. Acallando la voz en mi interior, la observe con recato para no incomodarle con mi presencia al tiempo en que hice una reverencia para mostrarle respeto a su persona.

-¿Sucede algo su majestad?, puedo anunciarles a sus costureras que se retiren y vuelvan otro día, os debo una disculpa si le he interrumpido en sus pensamientos- añadí realizando un gesto con mis manos en pos de disculpas a la Reina, que aunque, entre nosotros existiera un vínculo estrecho así como expresa amistad, también residía un titulo que marcaba la diferencia entre sus clases.


Última edición por Zeena Macarthur el Mar Jul 24, 2012 11:57 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Amandine Fontaine Mar Jul 24, 2012 8:49 pm

Ojos serenos, mirada suave como la seda. Así visualizaron los orbes de la reina a la joven damisela de rojos cabellos y sonrisa agraciada. Zeena era una de las pocas personas ajenas a su familia en las que la reina confiaba ciegamente. Para la española era un acto casi vital como el mismo respirar poder tener a su alrededor personas que con su mano le guiasen cuando su cálido y sentimental corazón nublaba sus pensamientos. Necesitaba un ancla que mantuviese su posición firme, sin alejarse muchos por las corrientes, por las olas de la angustia. Amandine debía compartir con una persona que resguardase sus intimidades los pesares que yacían diariamente sobre sus hombros. No podía alivianar sus penas con su familia ¡Jamás los preocuparía de esa forma! Sus razones de vida no merecían ninguna noticia apesadumbrada. Su existencia debía ser luminosa, brillante, pues habían nacido para ello entre otras tantas cosas.

Una leve curvatura de labios, un medido saludo con un gesto de cabeza, porque una reina no puede permitirse más ante otros y aunque la doncella distante y respetuosa tuviese un vinculo especial con ella, ésta no podía ofrecerle más adentramiento que el resto, por lo menos no a simple vista porque en lo profundo, en lo que Amandine veía por valido, la joven Zeena podría aclamarse como toda una privilegiada.

Dos delicados hoyuelos se hicieron presentes a los lados de sus rebosantes mejillas llenas de vivacidad, producto del deleite silencioso de recibir directamente los rayos del Sol primaveral. Encontraba cierta gracia en el comentario de la melodiosa voz de la señorita de origen escoces ¿Cuándo su reina se fugaría de su propio hogar? Posiblemente en la historia estuviesen plasmadas numerosas historias con tales enajenaciones, pero todo aquel conocer del carácter de la reina jamás se preocuparía por que la misma no se encontrase en algún recoveco de las inmediaciones laberínticas de Versalles. Casi todo lo que amaba se encontraba dentro de aquellas paredes construidas con adoración hacia el lujo, a la más divina elegancia. Liberó un suspiro anhelando que su querido Príncipe finalmente apareciera, porque ya le costaba mucho vivir con tal ausencia en su corazón.

Miró por un instante al Sol y antes de cegarse por su resplandor, libero una suplica en los confines de su mente hacia Dios, implorándole protegiese a su retoño donde quiera que éste se encontrase ahora. Volvió la mirada a su doncella, aplacando aquella tristeza con una sonrisa sosegada, como la misma brisa de la primavera que les rodeaba - Lo había olvidado por completo madeimoselle - tantas obligaciones, tantas preocupaciones y tantos cumplimientos banales. Y cuando ella debía escoger preferiría una tarde entera pensando sobre el paradero de su hijo a una de pie rodeada de mujeres de toda edad tomándole medidas y preguntándole como de costumbre sobre sus gustos pasajeros en cuanto a telas y diseños. Y pensar que unos tantos años atrás solo importaba la comodidad de los vestidos de algodones y otras telas para correr descalza por los jardines del Palacio de Castilla. Pero ahora era la carta de presentación de una nación completa que destaca por una aristocracia impecable, exuberante, vanguardista y atenta a los detalles. No podía defraudarles, razón que llevaba a Amandine a estar en un constante relacionamiento con aquellas damas que le servían a la hora de confeccionar sus magistrales atuendos.

Afirmó sus taconados zapatos en el suelo y se dispuso a abandonar su estado de reposo sobre la banca donde hasta hace unos momentos se hacía con el Sol matutino y los pinchazos de la aguja. Tomó sus herramientas de bordado y acercándose lentamente a Zeena entregó aquellos utensilios, pasando sutilmente a alisar el frente de su abultada y sedosa falda tornasolada.
- Demos un pequeño paseo antes de asistir al prometido encuentro, no gusto de jugar con el tiempo ajeno, pero la realidad me dicta que tampoco debería desaprovechar por completo esta hermosa jornada matutina - vocablos melodiosos como el cantar de los de los pajarillos que de un lado a otros comenzaban se paseaban con sus gráciles vuelos de cortejo, pero que remarcaba también su posición en la historia, en la realidad. El avance comenzó a darse lentamente y la reina solamente esperaba la compañía de la jovencilla pelirroja a su lado.
- La primavera tiene tantos elementos maravillosos para compartir… ¿Alguna vez ha compartido una jornada primaveral con alguien especial para usted madeimoselle Macarthur? - aquel juego de vaivén en forma de preguntas era típico entre las dos mujeres pese a sus diferencias externas e internas. Puede que así se haya dado aquella confianza existente que enlazaba a las mismas como las ramas de una esmeraldina enredadera diariamente regada.

El cuestionamiento de la española partía silenciosamente de aquella nostalgia que lentamente despertaba en su corazón, al recordar los paseos matutinos en los presentes meses con su amado esposo, algunos años atrás. Era difícil vivir con la idea de que jamás vería un amanecer junto al hombre con el que compartía su vida. Pero lo más complejo para Amandine, era subsistir con el pesar de imaginar como se sentiría el, su adorado Abelard.


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Mensaje por Zeena Macarthur Miér Jul 25, 2012 12:04 am

El viento colado con los rayos del sol primaveral jugó con su cabello, los pajarillos revoloteaban entre las pequeñas ramas de los árboles y en ocasiones anidaban en grupos sobre las fuentes de dónde emanaban brotes de agua cristalina. Los sonidos que se mezclaban daban una tranquilad casi mágica, puesto que ni en una habitación del palacio de Versalles se lograba alcanzar semejante calma. Entre ella y Zeena existía un lazo que había sido bordado a base de la confianza expresada por la Escocesa a su alteza, la mayor parte del tiempo dejaba sus responsabilidades propias para cumplir mayormente con el cuidado de Amandine. Un gesto que era correspondido dulcemente por la Reina.

Sabiendo de las situaciones vividas en la actualidad por la familia real, esperaba sus reacciones, aunque no conocía propiamente el sentimiento de perder a un hijo, visiblemente era comparado mínimamente a la pérdida de un hermano, el cual ya no tenía a mi lado, la vida me enseñaba con los golpes de una mano dura la falta de personas tan importantes como él, y con la reina congeniábamos sentimientos muy parecidos, lo que hacía que mayormente nos sintiéramos en confidencia, comprendidas una con la otra.

-No se preocupe majestad, entiendo que muchas otras cosas más importantes deben de ocupar sus pensamientos…- con un gesto de completo entendimiento a su pesar volvía a dibujar otra sonrisa cómplice con la monarca, acercándose a ella suavemente para depositar en sus manos las herramientas para el bordado de algo que parecía ser muy especial para ella. La melancolía parecía no dejar ni un momento a la Reina, sus ojos aunque finamente conservaban un destello de esperanza, de luz, también existía la duda y yo entendía el por qué, sin embargo, prefería no abordar los temas que tanto lastimaban a su persona, evitaba a toda costa poderle incomodar o causar algún daño.

-Entendido, su majestad- Asintiendo con un dejo de nostalgia se prosiguió acompañándola en pasos acompasados y suaves, de pronto las preguntas comenzaron a hilar el momento y aunque ella conocía mi historia de pies a cabeza, era cierto que algunos detalles no los sabia del todo, principalmente aquellos de los que ahora gozaba por saber.

-Lo hacía my lady, cuando tenía menos edad. En Escocia, tenemos la costumbre de visitar nuestros jardines continuamente para conocer lo que hay más allá de lo que nuestros ojos son capaces de ver a simple vista. Mi hermano, el mayor de los Macarthur me narraba de dónde venían las estaciones del año, que eran propiamente manejadas por los dioses. Él viajaba bas…- promoví el rostro hacia un costado para perfilarlo al de su majestad evitando todo contacto visual y la muy notoria tristeza que de repente había llegado al presente -Disculpe su majestad, para mí es muy difícil recordar el pasado, os ruego disculpe que no termine por contar mi experiencia por los recorridos a campos como estos…-

¿Qué sería de la vida que tenía Zeena, con su hermano mayor? De forma parcial o total la influencia de él era tan grande como la de un padre, padre que aunque físicamente tenía, él era lo más cercano con el que había compartido.


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Mensaje por Amandine Fontaine Dom Jul 29, 2012 12:24 am

Aunque la captación de la fragilidad humana se diese a través de la tristeza, la reina se alegraba ante el encantamiento que desprendía la sensibilidad de la doncella que seguía sus pasos por los verdosos jardines reales. De sangre que dicta firmeza, barbarie a la hora de luchar pero lealtad ante todo, Zeena era una escocesa que también poseía en su corazón humildad y sentimientos. Amandine opto por llevar sus ópalos al cielo para fusionarme mentalmente por unos instantes con aquella inmensidad azulina. Agradeció a Dios por la belleza presente a su alrededor y por el generoso obsequio de haber conocido a una dama frágil y desinteresada. Su mirada retomó el trayecto al frente, donde se visualizaban los caminos de piedra clara que dibujaban los recorridos posibles dentro de los vergeles de Versalles.

Volver al pasado a través de los sueños de ojos abiertos era algo de lo que la reina sabia mucho, pero no por antiguas añoranzas que deseaba tener en su vida presente, no. Mujer sonriente ante las anécdotas residentes en su cabeza, avivaba la llama de su corazón al verse privilegiada con muchas de las vivencias por las que su vida había pasado. Gracias a eso era la mujer que hoy Francia tanto admiraba y respetaba. Gracias a la experiencia vivida y a la fidelidad a su Dios, éste le había recompensado a través de su alma con un guiamiento beneficioso además de con la dicha de toda mujer; ser madre. Dos veces.

No existía motivo para Amandine para regresar a épocas anteriores, aunque jamás negaría que ofrecería una parte de si para que su esposo no viviese atormentado por la maldición que injustamente había caído sobre su persona ¡Y no hay que decir todo lo que ella sacrificaría por su Príncipe! No dudaría en entregar lo solicitado simplemente por abrazar nuevamente a Jean Baptiste, disfrutando de la paz mental y emocional que la noticia de saber que su hijo se encuentro bien le generaría.

Las piedrecillas bajo sus pies resonaban mínimamente, lo suficiente como para ser captadas como un leve sonido propio de la esplendorosa naturaleza de aquellos meses. La brisa templada acariciaba grácilmente el rostro de una mujer firme pese a todo, pues así debía serlo. No podía tastabillar frente a los ojos ajenos, porque su familia y su nación no lo merecían. Necesitaban de ella y su fuerza. Requerían de su serenidad y objetividad. Una reina devastada por la realidad y consumida por la emocionalidad jamás le guiaría debidamente. Pero en aquel momento, bajo el sol de primavera y acompañada por un alma sensible, aunque sea por unos minutos Amandine se permitía ser. Liberaba silenciosamente a través de los susurros del viento sus penas, sus dolencias del corazón. Su alma necesitaba la luz del Sol, el abrazo esperanzado de Dios para seguir adelante como hasta ahora. Una vez más imploraba en silencio que los cielos la auxiliaran. Que los ángeles impartiesen una canción que llevase el presente a un pórtico más luminoso, con novedades paliativas.

- Resguarde en su persona lo más valioso de su pasado madeimoselle Macarthur y haga todo lo posible para que en un futuro, su corazón vuelva a experimentar de forma positiva una sensación tan fuerte como la que ahora entrecorta sus dichos -
los ópalos tono miel, la serenidad proyectada hacia la joven, la delicadeza del habla y la fragante marea eólica entre ellas. Nada podría hacer aquel momento de contención algo mas pacifico. Mas sincero.

El paseo les guio tranquilamente hasta la presencia de un perfumado árbol de romero. Y la reina sonrió en agradecimiento. Y sonrió de felicidad. Aquel miembro de la naturaleza había cooperado inmensamente en el concebimiento de Dominique y Jean Baptiste, sus adorados retoños, tan distintos uno del otro pero al mismo tiempo tan similares como los hermanos que eran. Orgullosa de ambos, inexplicablemente dolorida por la falta de uno de ellos.


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Mensaje por Zeena Macarthur Vie Ago 17, 2012 5:45 pm

Las violetas de los jardines soltaban un aroma dulce cuando el viento las mecía de un lado a otro, la primavera en Paris la había visto llegar incontables años pues tenía ya desde muy corta edad en el país de Francia. Su corte era todo lo contrario a Escocia, existía más apertura aunque también éramos muy criticados si nuestra conducta era vergonzosa a estándares propios de la Corona. Las mujeres eran más frías de lo que yo me consideraba e incluso parecían que no había otra razón más que el lujo.

Desde mi llegada a tierras extranjeras la Reina Amandine se había encargado de acogerme en su seno instruyéndome en lecciones de etiqueta, protocolos franceses entre otros vaivenes.

Sosteniendo la mirada al frente no se me permitía mirar más allá de la nariz o la boca a su majestad pues de hacerlo, de sólo mirarle a los ojos ambas nos revelaríamos los secretos más íntimos que tuviéramos, pues nuestras miradas decían más que mil palabras. Los pliegues del vestido se movieron con el viento que por un instante arrecio su intensidad golpeando mi rostro y haciendo que por inercia los ojos se cerrasen, quitó su cabello disuelto porel viento primaveral y lo ancló sobre su oreja para detener el mechón, sus labios dibujaron una sonrisa que era más una muestra de afecto y congoja que aceptación a las palabras de la Reina.
Sus labios rojos se abrieron para expresar con mesura lo primero que cruzaba por su mente -Sabias son sus palabras majestad, la voz de la experiencia es la que habla en usted, pues mejor que nadie debe saber lo que es perder a alguien y no lograr encontrar el consuelo de su falta…- comentó con el recato, sostuvo con fuerza los materiales de costura de su alteza para apretarlos con fuerza, los rayos del sol golpearon sus pupilas y la hicieron ceder hacia un lado la mirada -El destino o la vida, no se cuál de ellas nos depara momentos muy difíciles, caminos estrechos que nos hacen dudar si debemos cruzarlos para llegar hasta nuestro objetivo, cuando caminamos caen rocas debajo de nuestros pies y a vece creemos estar o caer al precipicio- sonrió irónica, como costaba recordar la ausencia de su hermano, costaba también no tener a su pequeña hermana consigo, lamentaba haberle dejado en Escocia pero por lo bajo sabia que aquello era mejor.

-Cuando te alejáis de los seres amados, vivimos con un pie en otra línea, una que nos oscurece aunque queramos sonreír, aunque tengamos incontables razones en nuestras manos para salir adelante, su majestad, no es suficiente…- modulo su voz que parecía quebrarse con la explicación que le brindaba a la Reina, las piedras a sus pies cedían originando un crujido que se originaban al ser pisadas por la suela de sus zapatos, los pajarillos revolotearon frente a Zeena como si la libertad de aquel vergel verde lleno de vida no existieran obstáculos para disfrutar de su dicha.

¿Lograría entender Amandine la razón de su tristeza? ¿Lograria entender lo que significaba para ella su hermano y los motivos que tristemente mantenía en secreto?


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