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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Angeline Hayes Lun Ago 06, 2012 11:40 pm

[Privado con Bruce Hayes]

El atardecer llega a su cita diaria, los rayos del sol adoptan tonalidades naranjas, rojizas y amarillas muy profundas haciendo que todo tenga una apariencia diferente y casi mágica. Es en estos instantes donde la línea de la realidad y la fantasía se desdibuja, donde la mente de Angeline se pierde en el resplandor del ocaso y se acomoda en el alféizar de la ventana para admirar la belleza de la bóveda celeste y esperar a que el primer lucero aparezca en ella para pedir el deseo de todos los días:

"Por favor, que él me ame tanto como yo a él y algún día seamos más que padre e hija".

En cuanto su deseo es elevado al firmamento, se pone en pie caminando lento a las cocinas. Verifica que todo esté perfecto conforme a los gustos de su padre, desde las cantidades de sal y azúcar sean las adecuadas, el sazón al que están acostumbrados, los platillos favoritos de su padre. ¿Estaba obsesionada con él? Sin duda alguna, pero no es algo que le quite el sueño. Regaña a una de las cocineras cuando prueba el pollo y está seco. Ella quiere que su padre esté contento, es la primera vez que se presentó a trabajar tras la muerte de su madre hacía un mes, por lo que de seguro está cansado y ella desea que esa primera noche sea especial.

Se ocupa de que todo esté impecable en la mesa, la cubertería colocada con exactitud, las copas bien lavadas y que no tuvieran rayones, los platos no despostillados las servilletas limpias. El aseo del mantel, de las sillas, incluso se asegura de que las cortinas estén colocadas a la misma distancia y permitan un hermoso cuadro de los bosques de Gales. Entorna los ojos un instante, se acaricia la barbilla con la mano derecha y voltea hacia la terraza. Sale por la puerta dejándola abierta comprobando la temperatura y la humedad.

Decide que coloquen un segundo servicio en la mesa de la terraza al tiempo que ve el carruaje llegar, espera paciente a que su padre llegue a su despacho en tanto se conduce hacia allá sacudiendo su vestido para quitar todo rastro de polvo, caminando por las enormes alfombras y entre los pasillos adornados con cuadros y esculturas que valen miles de libras. Aunque para ella, acostumbrada al lujo, no son más que ornamentos que en algún momento tendrán que ser cambiados por otros más valiosos.

Sus pies enfundados en zapatos de gamuza negro van descontando la distancia. El vestido es de luto rígido, no hay absolutamente nada de color en él, lo que hace que la piel de Angeline se vea mucho más pálida de lo normal y que sus ojos azules brillen con intensidad. Su cabello cae inmaculado tras su espalda, los listones en su cabeza resaltan y el de su cuello mucho más.

Se detiene con parsimonia ante la puerta y da siete toques como su padre le enseñara, espera paciente a que le den la indicación de entrar. Se mira mientras tanto las manos cubiertas por guantes y en cuanto la voz masculina se deja oír, abre la puerta y entra con una sonrisa, voltea, cierra la puerta y se dirige con paso relajado hacia su padre. Hace una reverencia y le sonríe con alegría. - Padre, buena tarde, espero que le haya ido bien en este su primer día de trabajo. ¿Le apetece acompañarme a cenar u ordeno que le traigan la comida aquí? - su sonrisa se ensancha esperando su respuesta.
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Mensaje por Bruce Hayes Mar Ago 07, 2012 2:37 pm

Indigo (Prologue) by Epica on Grooveshark

Uno, dos, tres, cuatro horas, cinco, seis, siete, ocho y cumplía la realidad tergiversada, esa de la que no conseguía escapar, la obligación se volvía monótona con el paso de los meses y cómo aborrecía los detalles insignificantes que tenia con su cuerpo.
El cuerpo que ya se pudría tres metros bajo tierra, ¡La liberación del monstruo! ¡Deliberadamente sonreía en su funeral!, Susan no iba a detenerle nunca, nunca... –pero la fachada de un esposo destrozado era la mejor mascara que podía exponer frente a los otros- y por si fuera poco en su cara lo hacía con mayores ganas -no volvería a abrir los ojos-. A carcajadas se retorcía en la cama por las noches y en las mañanas la euforia se desvanecía, la inserción al hospital, los cuerpos mutilados, las membranas manchadas por la sangre ¡Lo amaba de maneras enfermas, pero no tanto como a su hija!...

La obsesión le perturbaba...Un poco.

El rostro siniestro se cubría con la apariencia de un padre amoroso, viudo, cuidadoso, amante del orden, recto, prometedor, un padre que no sabía hacer daño o perjudicar con inquina –que equivocados estaban, ¡Inútiles!- La mirada ida e impudica se perdía en la utopía de un encuentro secreto y fantasioso; el cuerpo suave, resplandeciente como el de los ángeles moviéndose entre las sabanas, colores vivos que adornaban una habitación cubierta de muñecas de porcelana. Los flashazos de instantes cegaban la cordura del hombre que aguardaba en el carruaje.

“Siempre estaremos juntos…”
“Serás como la princesa con su príncipe y a dónde vayamos tendremos nuestro propio castillo”


¿Concederle entrar al juego del irracional y desperfecto padre a una niña? ¿Por qué no? ¿Era pecado? Sabía los mandamientos al pie de la letra, cada desperfecto él lo solucionaría con una excusa. Los cimientos de la patología se volvían más sólidos con la conducta enfermiza de su hija también, desde la columna vertebral hasta el cráneo le recorría la sensación cuando sus manitas se introducían por su ropón para acariciar su torso y recordarlas ¡Oh recordarlas lo provocaba más! Sentirse incitado y deseado eso quería, quería ser amado por la pequeña Angeline, se convertiría en su anticristo, la cruz que cargaría en el espinazo ya que bien o mal la sociedad lo crucificaría. Volvió en sí cuando la rueda del carruaje derrapó en la entrada a la mansión -no parecía exagerado que desde el jardín hasta su interior todo se viera pulcro- los arbustos a una altura indicada por él mismo, los ventanales limpios, los cortinarios elevados en una misma distancia.

A partir de su llegada hasta el momento en que se recostaba en su lecho supervisaba cada rincón y al menor error visto era sancionada la servidumbre inclusive con el despido de los mismos. No importaba averiguar cada vez que necesitara de ellos, no prescindía de sus servicios.

“Todos los días jugaremos”
“Sí, todos y cuando te rescate de un Dragón, tendrás que darme un beso, de esos como las princesas de los cuentos que tanto te gustan…”
“Pero tendrá que ser suave…y deberás dejarme introducir mi lengua para concebir que eres tú…”


Aparece al recordar, una sonrisa torcida, pervertida. Baja del carruaje puliendo los atuendos y se encauza hasta su estudio en dónde se despoja de su conjunto superior: una casaca y chupa en tafetán de seda color azul rey con pequeños detalles en colores plateados que deposita en el gancho sobre la pared. Pasados diez minutos después de su llegada siete toques exactos llaman a la puerta –Prosiga…- exhorta después del reacomodo de su camisa, la voz de un ángel llama la atención del padre, sus ojos orbitan hasta la puerta colisionándose con aquellos inmaculados y súbitamente azules como el mar de occidente –Que lo lleven a la terraza, hoy me apetece comer en un lugar más libre…¿Quieres hacerlo conmigo?- las frases con doble sentido creaban más intenso el juego entre ellos, juego que a la criatura le encantaba ganar.

“Y cuando el príncipe y la princesa se fundan en aquel beso
nada ni nadie, podrá separarlos…”



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Mensaje por Angeline Hayes Miér Ago 08, 2012 3:43 pm

Los luceros tan profundos como el cielo a mediodía acarician con ternura la magnificencia de la piel masculina que arrebata más que un joven suspiro. Sus molares retienen entre ellos la parte interna de la mejilla impidiendo así que pueda verse cuánto es lo que la provoca una simple sonrisa de ese, su máximo sueño, el rey de sus cuentos.

¿Por qué darle al príncipe un beso si se puede tener al rey? Una vez deshaciéndose de la madrastra, la heroína es libre de abrazar a su progenitor y de ser, entonces la reina del cuento. ¿Un príncipe? No es nada en comparación del máximo gobernante. No llama la atención en lo más mínimo. No es tan atractivo, tan masculino como él. Como su padre.

Mantiene unidas las manos al frente al tiempo que sus labios van estirándose y forman una sonrisa que no oculta la fascinación que la niña siente por él. Sus mejillas se colorean en un tono más rojizo al recordar una de las últimas noches antes de la muerte de su madre: Bruce acariciando lento sus piernas en sentido ascendente, siendo consciente de la suavidad de su piel nívea.

Recostada en la cama, el cabello extendiendo por toda la superficie de la almohada, dorado contra rosa, una combinación femenina y al mismo tiempo, infantil. Sus manos fueron en aquélla ocasión a recorrer su pecho cubierto por la camisa muy lento, desde sus hombros pasando por sus pectorales, acariciando las tetillas propias de un varón, su abdomen marcado.

Su padre no quiso darle más. Le prometió que en su momento, ella tendría el derecho de explorarle. ¿Cuándo? Un día que viajaran lejos de su madre y las miradas indiscretas que, si bien no hay nada erróneo en sus actuares, existen personas que no pueden entenderlo. De ellas hay que alejar ese amor tan puro como el que ambos sienten.

Sonríe contenta al saber que su suposición estuvo correcta al ordenar que pusieran el servicio en la terraza. El mohín se amplía mientras ella se mece de adelante a atrás sobre sus pies, desde el talón a la punta. - Mi padre es quien mejor me conoce y sabe como nadie cuánto me gusta hacer cualquier cosa con él. Todo lo que él ordene será acatado - sus pies se desprenden del suelo y corre hacia él para abrazarle la cintura entre risas.

Le mira arrobada, su gran altura comparada a la suya le hace sentir pequeñita, diminuta, como una de esas muñecas. Aunque las cosas no pueden ser más diferentes, porque Angeline jamás será representada con una porcelana. Ella vale por sí misma. Sus manos acarician su espalda, la cabeza se recarga contra su tórax escuchando atenta su corazón, ese retumbar cual tambor que le da confianza.

Alcanza a escuchar su respiración con los ojos cerrados, sus pestañas aletean porque sus ojos se mueven aún cubiertos por los párpados. Su cuerpo se va meciendo conforme él aspira y suelta el aire. Sonríe. ¿Quién quiere a un príncipe cuando el rey es mucho más interesante? Ella por supuesto que no.

Sus labios no dudan, va elevándose soportando el peso en la punta de sus pies para alcanzar con dificultad, pero con anhelo el inicio de su cuello y deposita con devoción un beso. Él es su Dios, no hay nadie más importante que él. Lo que ordene, se acatará. Lo que quiera, se hará. Así sea permitir que su lengua le explore la cavidad bucal.

¡Gran alegría no puede haber! El sentir su saliva, el sabor de su lengua y el olor de su respiración en un gesto tan íntimo como sensual provocó que se sonrojara toda aquélla noche en que le diera su primer beso, -recuerda-. Desde entonces ansía esa caricia, la trémula de la lengua femenina buscando a la masculina que, osada y ladina, se apodera de la boca tierna para enseñarle a ser como él desea.

A su pedófilo padre no le niega nada - Padre, contigo iré a donde digas, haré lo que anheles. Porque es ese deseo un reflejo vivo del mío. Fuerte y gigantesco. Poderoso y que causa que mi corazón. No, mi cuerpo se llene de ansiedad y de un fuego que sé, sólo tú puedes aliviar - se declara su gran admiradora, permitiéndole todo, incluso la visión de su trasero, de esos glúteos tan blancos como la leche mientras que él la educa, golpeando dos o tres veces las nalgas hasta dejar la marca de sus dedos en ellas para después, quizá arrepentido, bajar la cabeza y besarlos pidiendo un perdón que no necesita, porque Angeline jamás podría pensar mal de él.
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Mensaje por Bruce Hayes Vie Ago 10, 2012 4:29 pm

Traspasaba sus límites, tocarla, manosearla con la oportuna lujuria de un demonio que expresa su deseo a los ángeles con pieles firmes, sedosas y rostros angelicalmente hermosos. No era propio de un hombre con una niña o de un padre con su hija. La inocencia le atraía como moscas a la carne que con sus patas asquerosas todo sería capaz de pudrir, llevándolo todo a un punto de descomposición tal que era imposible de comer, las fronteras se limitaban al cuerpo pequeño de la infanta ¡Cuanta tentación debía soportar el demonio!. Rodeo con sus brazos varoniles el cuerpo frágil de la niña, su abrazo se tornó cínico, tenía al fin el roce de ambas pieles en sí mismo, cuantas noches no había fantaseado con tocarla, besarla o incluso penetrarla.

Con tanta fuerza que la desvaneceria del dolor o del placer tal vez, la niña estaba perfecta para aguantar aquello y más. Acaricio su cabello quitando de sus orejas algunos mechones anclados a ellas, la melena rubia intensificaba su gusto enfermizo y patológico por Angeline, pues en su colección ninguna muñeca de porcelana era parecida a la chiquilla -...Entonces comeremos en la terraza y de ser posible, terminando tocaras el violín para mí. Pero lo haremos en tu habitación antes de que vayas a dormir...- Bajó el rostro inclinando su cuerpo para llevar sus manos por su espalda hasta sus nalgas las cuales manoseo con intensión, eran suaves, firmes -¿Te has portado bien verdad? Si no tendré que darte un par de azotes más, he visto como en el recibidor un cuadro de la familia estaba con mal acomodo y tuve que acondicionarle yo mismo…-expresó indecente, sometiéndola a sus deseos ¡Cómo le encantaba verla suplicar perdón!, pero el padre jamas la dañaría no, mejor venia el momento cuando tocaba besar sus nalgas y su olor discreto a lavanda.

“Yo quiero poder tocarla sin saber que estoy haciendo mal”
“Pero la excusa que pretendo contener es nuestro complicado y señalado amor ¿Padre e hija no se pueden lograr amar? Bastardos, entonces no conocen la realidad ex profesa por el verdadero amor”


El olor llegó hasta sus poros, inhalo del aire para llenar sus pulmones con el sabor, sus papilas gustativas querían probar los labios y su saliva dulce. Rezó por contenerse y no tomarla en ese instante, recorrió con la mirada toda la habitación tan pulcra y ordenada como a él gustaba, los colores ámbar de las paredes parecían que hacían un juego perfecto con la inapropiada pareja. Entonces la puerta sonó de nuevo con siete toques exactos, detrás la ama de llaves esperaba la aprobación de su amo para ingresar. Mantuvo su postura, una en el que el abrazo que sostenían no pareciera inapropiado –Prosiga…-.

Los ojos de la anciana miraron la escena, sus manos temblaban ¿Daba asco pensar el hecho de que aquella niña era amada como mujer, vista como objeto de perversión de su padre?, sus labios resecos no articularon palabra pero si los ojos hablaran por sí mismos, diría que estaba juzgando con severidad la conducta “inapropiada” de padre e hija. Algo sabia la maldita mujer, que las ganas por quebrarle el cuello inutilizaron a Bruce por unos instantes -…¿Ya está listo todo o se quedara parada sin decir nada, interrumpiendo la plática que llevo con la pequeña?...-

“Tic Tac, Tic Tac el tiempo pasa”
“¿Pero pasará entre nosotros?”
“En mi sí porque soy tu padre, pero tú siempre serás mi pequeña Angeline”

Volvieron a cruzar las miradas severa la de él, insolente la de ella, como el amo que le da de comer a su perro y éste muerde su mano sin pensar, la actitud soberbia de la ama de llaves sulfuraba al padre y pronto debía tomar cartas en el asunto, nadie desobedecía a sus deseos, mucho menos una buena para nada – L..lo siento amo Hayes, se ha servido la comida ya. – la respuesta sometida, vacilante de lealtad no convenció a Bruce – En la terraza he dicho ¿Qué nadie aquí es competente de hacer todo lo que yo diga? ¡TENDRÉ QUE HACERLO YO MISMO! – giró para mirar a su hija e intercambiar las miradas con la mujer al pie de la puerta, sus manos las frotó con fuerza, resopló para calmarse y detener los impulsos que no logró contener del todo con la servidumbre ¡Detestaba la ineptitu! –¡¿Qué espera para largarse?! Tome sus cosas y abandone esta casa, que aquí no me sirve de nada, es una incompetente, una buena para nada, largo. Espero mueras de hambre allá fuera.– añadió ponzoña a su orden con tanta malicia que la mujer no logró colocarse del todo en su cinco sentidos pues no daba credibilidad a lo que escuchaba, era inconcebible verle de esa manera, el demonio detrás de la máscara hecho hombre así era Bruce Hayes.


“Y cuando nos vayamos lejos de aquí, podremos estar juntos tú y yo padre”
“Tan juntos que nadie nos podrá separar, mi amor”


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Mensaje por Angeline Hayes Lun Ago 13, 2012 7:02 pm

En el cielo los tonos amarillos se mezclan con el color carmesí, aunque en el otro lado del mundo el sol ilumina los destinos de las personas que van despertando, en la casona de los Hayes va ocultándose muy lentamente. Padre e hija están en una desolada situación en la que nadie en absoluto puede ayudarles a que el dolor por la pérdida de la mujer que era la luz de sus días se esfume. Marcas en la piel se desvanecerán con el tiempo, pero ahora están tan firmes como las líneas de los tatuajes que son creados con tinta indeleble.

Los sirvientes bajan la cabeza ante tal desazón apenados porque sus palabras de aliento no reconfortan los corazones que sangran conforme las horas avanzan en su traslado hacia los días. Cabezas bajas, silencios perennes, vestimentas oscuras. Luto. Es lo que hay en ese lugar. Un luto que no perderá su esencia hasta que el tiempo pase. Una tristeza que se refleja en las prendas que visten ahora a la pequeña hija de los Hayes, desde sus zapatos combinan con el rígido negro que cubre todo su cuerpo. Ni siquiera los cabellos rayos de sol dan vida a su talante.

Sólo alguien logra que los ojos de la pequeña se vuelvan de nuevo tan azules como el cielo y no tan duros como los rubíes. Su padre. Él que le ordena lo que le plazca. ¿Que cenarán en la terraza? Concedido. ¿Tocar el violín en su recámara? Sólo debe indicar el momento. ¿Que le toca el trasero bajo las faldas? Más. Sólo un poco más fuerte, más insistente.

Angeline es su ángel de la guarda, quien le concede el más mínimo deseo con tal de verlo sonreír y mirarla de esa forma que derrite cada uno de sus huesos. Ahora abre la boca formando una redonda circunferencia, sonrojada baja la cabeza. Apenada está porque su padre no encuentre la casa como él desea. Desvía la mirada hacia la derecha compungida. ¿Cómo hará ahora para compensarlo por su falta? ¿Tendrá que golpearla? Aunque no lo niega, le gusta mucho sentir el tacto de las manos de su padre sobre su terso trasero.

"Mírame, papá... obsérvame, pagaré mi falta, no tengas la menor duda. Este vestido tiene una falda tan amplia que puedo poner mi vientre contra tu escritorio, recargarme sobre él dejando mis pies en el aire para que hundas tus manos en el interior de las telas para que las apartes y descubras mis pantaletas que puedes bajar para ver mis glúteos. ¿Me inyectarás esta vez o quizá me palmearás? No importa. Ambas me gustan. Mucho."

Aún así, chasquea la lengua al escuchar los toques, ¿Quién se atreve a molestar? Sus ojos se mueven serios hacia la mujer que desespera a su padre. La observa en tanto su progenitor le guarda con ese cuerpo más grande que el suyo. Escondida, nadie puede ver lo que en lo profundo de las pupilas brilla. Aspira con fuerza para controlar las ansias de rasguñarle la cara a esa entrometida. Más por la forma en que la mira en el día siempre atenta a sus movimientos, siguiéndola cada vez que su padre está en casa. Esa víbora sabe algo. La carita de Angeline se ladea a su izquierda y forma una mueca de disgusto.

"Esa mujer no me agrada para nada. Aunque papá la despida, me encargaré de que no hable. No quiero que nada se interponga entre Bruce y yo. Él es mío y nadie me lo quitará. Ni siquiera una vieja como ella. Tendré que hacerlo con cuidado. Quizá los chocolates que compré ayer me sirvan. En esa casucha a la que le llama hogar no asiste nadie que no sea mi padre en caso de emergencia." es el momento de la actuación. Toma el papel de hija devota y a la que todos adoran, por lo que baja la cabeza ante los gritos de su padre, finge temerle, alzando los hombros indefensa restregándose las manos con nerviosismo. Sus ojos a punto de las lágrimas se fijan en los de la anciana que sale del lugar con una frustración plasmada en sus rasgos tras dudar un instante en llevarse o no a la niña.

Cuando por fin abandona la habitación dejando tras de sí la puerta abierta, Angeline baja las manos a su regazo unidas, parpadea alejando las lágrimas y camina lento hacia la entrada para cerrarla con firmeza. "Ni siquiera para eso tiene educación. Me haré cargo de ella. No puedo permitir que alguien me separe de papá cuando por fin estoy a punto de lograr lo que quiero: tenerle para mí. En mi cama, con su boca unida a la mía, esa lengua cuyo sabor me atrapa y su voz susurrándome cosas deliciosas. Ah, papi. Te prometo que te gustaré más que las otras muñecas." Voltea hacia Bruce caminando lento, manos unidas al frente para sonreírle antes de invitarlo a sentarse.

Mira sus ojos atenta, antes de que sus labios se apoderen de uno de los oídos de Bruce, besándolo lento, cariñosa, al tiempo que sus manos acarician el tórax masculino. Sopla un poco en el interior del oído de su padre y sonríe. - Papá, he sido una niña mala. ¿Me perdonarás no haberme fijado en el cuadro? También porque no tuve tu cena a tiempo. ¿Cómo haré para que me perdones papi? ¿Cómo? - le mira parpadeando compungida en tanto va sentándose en las piernas de su padre. Sentir sus muslos bajo sus glúteos es maravilloso, pero aún más sus manos y sus labios besándola tras castigarla.
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Mensaje por Bruce Hayes Sáb Ago 25, 2012 7:43 pm

Era furia e ira entremezcladas las que Bruce logró sosegar con la voz angelical de su hija, su ángel, la mujer no tenía la razón, no a su juicio. Ella podía ser tanto o más valiosa que su propia madre, las mujeres para él eran un almacén, un recipiente para engendrar a las hijas que admiraría a tempranas edades. No lograba contener sus deseos, no cuando estaba de por medio satisfacer sus deseos más enfermos. La puerta se cerró a su espalda cuando él dio la media vuelta para servir un poco de cocnag Hennesy su favorito en un vaso de cristal. Pero los ojos de Angeline lo llamaron a ocupar un lugar en el descanso del sillón en su estudio.

-Mala niña, muy la has sido Angeline, he tenido que enseñarte cada cosa para que así sea puesta cuando yo me encuentro ausente, cuando no estoy eres tú la encargada de llevar ésta casa ¿Acaso es mucho pedir para ti?- el tono sarcástico e irónico y sugestivo de Bruce, su padre, se volvió condescendiente cuando tomó la barbilla de la chiquilla y depositó un beso “inocente” en la frente de su hija. Su “hija” pues no la veía como tal, todo lo contrario, parecía más bien un regalo de Dios que había sido enviado a tomar por las garras para ser disfrutado a sus anchas. Desde la penosa muerte de su madre –que no le dolía, ni extrañaba-, esa madre que le estorbaba cada vez más cuando vida tenía.

Pensó en mil castigos para imponerle a su hija, dos o tres estaban apegados a satisfacerlo, otros sólo fijarle a Angeline quien era el que tenía el poder en aquella situación, pero Bruce era partidario de tratar a SU niña como una princesa, como su esposa, como su mujer –aunque en cuerpo no lo aparentase, tampoco en hecho- ella lo era y a Hayes le encantaba sentir el poder que ejercía sobre ella. Sus orbes giraron haciendo escala en la pared frente a él a un costado la ventana ofrecía un espectáculo sin igual, era el atardecer que él esperaba ver en compañía de la infanta y que desgraciadamente por la estupidez de mujeres como su ama de llaves habían perdido la ocasión de contemplar “Maldita mujer, como la maldigo, espero se retuerza en su excremento y cuando sea más vieja sus piernas le impidan moverse de su lecho para morir atravesada por la vergüenza y la poca compasión que le tuve” ¿Cómo se atrevía a pensar y a juzgarlo? Bruce hacia lo correcto, pese a que su enfermedad no dimitía a su inteligencia, él estaba convencido de ello. Hacia bien en desear a la pequeña y punto.

“Tendrás tu propia casa, nuestro propio hogar
y podrás entregarme todo lo que aquí no me das..
no importaran los ojos curiosos, pues mi esposa serás”


Era la bestia convertido y hecha padre ¿No es que había otra aberraciones en el mundo mucho peores? ¿Qué no estaba bien visto lo que hacía? ¿Y qué importaba? Para él lo era y ya. De pronto la conciencia lo castigaría, nunca lo pensó, pues conocía perfectamente a la Iglesia y pensaba en los múltiples favores realizados a Cardenales y Arzobispos con fuertes inclinaciones a la realización de las prácticas parecidas a las que él tenía con Angeline. Si ellos podían y eran perdonados por Dios, el mismo Dios de Bruce ¿Por qué el seria juzgado con severidad? Sintió las nalgas firmes de su retoño sobre sus muslos y el roce de ellas sobre su intimidad lo cual le pareció un juego intencional, la mente no lo traicionaba pero vaya que deseaba chupar sus tetillas o lamer su ombligo para finalmente lamer más debajo de…

“Al final podremos estar juntos los dos
Y podré dejar de comprar muñecas si tú quieres”


-Oh pequeña bribona, siempre estas persuadiéndome aunque conscientemente no lo hagas, y no puedo ser malo contigo tú lo sabes…- explicó dando un ósculo en su hombro y después en la sien que fueron casi inmediatamente correspondidas por caricias sobre su torso masculino, pues Bruce a pesar de no ser un hombre joven, sino más bien maduro, destacaba por un cuidado escrupuloso de su cuerpo. Asediado por las mujeres pues representaba una carta valiosa para jugar; era un médico atractivo y exitoso, también tenía el dinero que no muchos lograban manejar con la destreza en finanzas que él tenía y que decir de la “dulce niña huérfana" con la que se había quedado luego de la partida de su noble madre. Ellos daban la impresión de ser fuera de la mansión, a una familia con un núcleo existencial valorado, sin manchas en su reputación, vaya, prácticamente una familia feliz que era azotada por la desgracia luego del fallecimiento de Susan.


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