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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Eugénie Florit Mar Sep 18, 2012 10:42 pm

"Él era quien se apoderaba de mis noches de insomnio.
Quien robaba mis pensamientos.
Él era quien se entrometía incluso en mis sueños. "


"Fue entonces cuando los ojos celeste se perdieron en aquella mirada masculina. ¿Crees en el amor a primera vista? Quizás al saber está historia podrías convencerte de que lo existen, incluso amores que nunca antes habrían sido imaginables, los escenarios erróneos, las personas equivocadas. ¿Qué tan equivocadas podrían ser? Quizás no lo eran, quizás simplemente eran las correctas en momentos poco apremiantes, si, esa sería la respuesta más lógica, pues el amor es quien decreta lo que es correcto o lo que sencillamente no debe ser; ese órgano que bombea sangre de manera constante no es del que hablamos, más bien nos referimos a él de forma más completa, como quien dicta los sentimientos que le tienes a un padre, a un hermano, a un tío o incluso a tú mascota, pero incluso se vuelve indescifrable cuando siente por una pareja, y más cuando esa pareja se encuentra de mera causalidad entre las camas de un burdel"

La joven de escasa edad, y negada al contrato matrimonial, pasaba no sólo noches, también días enteros recordando aquel encuentro del que nunca se olvidaría, aquel hombre había hecho lo que nadie con anterioridad: tocar su corazón. Desde la forma tan grave en que hablaba, hasta la forma en que sus manos recorrían su rostro, y su falo se adentraba en su carne húmeda y palpitante. Pasaba la mayor parte del tiempo distraída, ensimismada, y rogando por volverlo a ver. Todas las noches al escapar de casa se había dedicado a buscarlo entre todos los hombres que iban a visitarla, pero no llegaba, o quizás se escondía de su mirada felina. Después de eso sus tendencias cambiaron, buscaba clientes que tuvieran una similitud aunque fuera pequeña a él, aunque claro, nadie podría llenar el vacío que su hombre había dejado. El tener que dejar de pisar el burdel por la pronta llegada de su hermano la frustró un poco más, eso sería reducir las probabilidades de encontrarlo, y de poder sentirlo. ¡Oh Genie! ¡Pobre Genie! ¡Que mal la estás pasando! Se repetía no sólo una vez, sino cientos de veces al día, pero le era imposible no poder perder la cabeza, incluso lo veía en todos lados, y sonreía con impotencia, sonreía con tristeza al no haber podido averiguar más. De haber sido otro cliente seguramente le habría quitado hasta la dirección para irlo a visitar, pero con él, con él simplemente había huido de la realidad, se había cohibido con el disimulo y la actuación de la actriz más perfecta. Se había quedado estática y sin poder hacer más que tartamudear en ocasiones, con el pretexto del frío extremo de aquel cuarto aspecto a sexo en el burdel.

Aquella mañana había despertado bastante sudorosa después de aquel escandaloso sueño con su hombre, pero no sólo fue esa casi realidad lo que había estropeado las mieles del erotismo entre las sabanas de un dulce sueño implorado. Los sonidos molestos dentro de la casa fueron los que la hicieron sobresaltarse. Salió de la cama con una notable mueca de reproche, le fastidiaba que tan temprano tuvieran que interrumpir su sueños, pero debía averiguar aquello que pasaba. La casa estaba de cabeza, aquello era notable, el recibidor que conectaba con uno de los salones principales estaba siendo remodelado completamente, había una amplia alfombra roja, y mesas, flores, sirvientes, meseros, comida que entraba y salía. ¿Acaso se estaba perdiendo de algo? Efectivamente. Su madre la recibía con un fuerte abrazo, y le hablaba con un tono bastante emocionado pero se notaba claramente su nervio. ¡Ahí estaba ocurriendo algo raro! La mamá de Genie le informó que aquella noche habría una hermosa fiesta, de esas pomposas y ostentosas que tanto disfrutaba su familia, y que ella evitaba de sobremanera, su procreadora no le dio muchas explicaciones, simplemente la mandó a darse un baño, y a arreglarse correctamente para que, ella y sus damas se fueran a la zona comercial para que Genie se comprara el vestido apropiado para la ocasión. Dado que las explicaciones no se había hecho presentes, la jovencita llegó a tener conclusiones, quizás la hora de llegada de su hermano se aproximaba, y bastante entusiasmada por la idea, subió a hacer lo que su madre mandaba, sin chistar.

- ¿No les parece aquel el más hermoso de todos los que hemos visto? - Eugénie, la consentida de la familia, la hija única, y para rematarla la de en medio, había pasado ya tres horas en la zona comercial buscando entre las mejores tiendas el vestido apropiado para recibir a su hermano, no se decidía por ninguno, y su pretexto para denegar cualquier oferta no era el dinero, más bien se trataba de lo perfecta que se quería ver para él; se encontraba en las afueras de aquel llamativo local, señalando con su exquisita mano la dirección del vestido que había robado por completo su atención. Sus damas de compañía le sonreían y aplaudían en forma de aprobación, la joven sin duda alguna tenía buenos gustos, y aquel vestido rojo la haría ver más hermosa en contraste con el color blanco de su piel. Sin duda alguna se lo llevaría, de quedarle por supuesto, pues no se podía negar que Genie tenía una figura bastante exótica, con curvas y atributos llamativos. La idea de ver a su hermano, de poder compartir con él muchas tardes le había hecho olvidar a Pierre, y no es que aquello fuera egoísta, más bien sería una especie de refugio para ese tormento que la carcomía por dentro. En ese instante todo estaba claro, pero su error fue haber perdido el enfoque de la prenda y observa una figura avanzar entre la gente, una que se le hacía conocida. Se tensó, y su cabello se ondeó de forma cautivante cuando su cuerpo giro, cuando su rostro buscaba poder afirmar o desmentir a aquel hombre que había visto: Su Pierre.


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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Jue Oct 04, 2012 1:07 am


«Es sencillamente fácil perder la razón de la vida en un segundo, pero tan desquebrajante el tener que aceptar el motivo por el cual esa razón se halla en el olvido.» Filosofaba con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, la cabeza inclinada hacia el suelo, el ceño fruncido y los pies moviéndose con más pereza de la usual. Todo había cambiado en su vida, los últimos acontecimientos le tenían la mente reducida a un ovillo mancillado por las garras de un gato. Y, lo peor de todo es que conocía la razón que, de todo lo que giraba a su alrededor, nada valiese la pena. Extrañaba a su madre. ¿Cuándo demonios Pierre aceptaría que la mujer que lo crío durante su vida era más para él que lo que decía sentir? La muerte de esa vieja desgraciada lo descompensó más de lo que pudiese imaginarse. No había en su casa quien lo recibiera a altas horas de la madrugada tosiendo pero siempre preocupada de lo que le había ocurrido como para que llegase revolcado, apestando a alcohol y con la cara partida en dos. Ya no habría quien le sonriera con ese brillo en sus ojos al recitar todos y cada uno de sus logros. No, ya no existiría semejante ser que le perdonara sus desplantes e incluso aquella vez en la que le levantó la mano en un ataque de cólera. Pierre había aprendido de la peor forma, la lección más sencilla de la vida.

Paseaba por las calles sin rumbo fijo. No sabía a dónde le llevaría su siguiente paso y aún así decidía hacerlo porque prefería caminar en círculos que volver al vacío silencio de su casa. En cada rincón de esa mansión la escuchaba quejándose de su enfermedad, llamándolo y pidiéndole perdón por ser una bruta y estúpida madre para alguien como él «Desgraciada, ¿Cómo te atreviste?» A estas alturas, el muchacho no sabía si la odiaba por el hecho de ser su madre, por que se dejaba humillar de esa manera o sólo era la forma en la que él podía dedicarle el verdadero sentimiento. Un nudo en la garganta lo ahogaba cada que pensaba en ella de esa forma y, como reflejo, sus puños se crispaban en respuesta a la frustración que sentía dentro de si mismo. Rompió cristales, se peleó en los bares, se revolcó con las putas más bellas de todo París y, ni siquiera en sus brazos se sintió tan amado como cuando su madre le acariciaba el cabello de pequeño. Lo recordaba, salía corriendo de su habitación gritando algo sobre un monstruo de filosos dientes que le sonreía desde el otro lado de su ventana. Ella lo cobijaba en su regazo y lo dormía con esa maldita canción de cuna que hoy en día no es más el un eco absurdo en sus pensamientos. No, no podía reemplazar el calor de su madre en los brazos de otra mujer, pero para su desgracia, encontró algo más. Otro motivo por el cual dejar que la vida le escupiera a la cara.

Sin darse cuenta, llegó a la zona de comercios en Paris. El bullicio le era indiferente porque permanecía jodidamente concentrado en sus pensamientos. La gente lo rodeaba y, en ocasiones le gritaba blasfemias para que dejase de estorbar, pero nada de eso logró sacarlo de su ensimismamiento. Hacía cuentas, sí. Era un maldito idiota que solía contar números salteados cuando más nervioso estaba o cuando necesitaba despejarse a lo bruto del remordimiento que cargaba a cuestas porque después de todo, aún era un humano. Alguien que podía sentir el frío del crudo invierno aunque fuese primavera. En uno de sus letargos despiertos, chocó contra la ventana de una tienda de ropa femenina. Levantó la vista y sonrió como un idiota al ver a la mujer tras las cortinas. Se encogió de hombros y se carcajeó segundos después –¡Eres un estúpido, Pierre!- Canturreó haciendo una reverencia a la señorita que lo miraba con una rara expresión en su rostro. El joven le restó importancia dado que se le hizo de lo más normal ver ese tipo de reacciones en una mujer cuando un extraño la espía desde una ventana. Regresó a su pregunta, la culpable de todo el lío en el que se había metido. Se giró sobre los talones recargando la espalda en el cristal de la ventana y llevando su dedo índice junto al pulgar hasta la barbilla «Madre, dime ¿Qué hago? ¿Y si voy a buscarla pero ya no la encuentro?» Golpeó el borde de madera «Oh, joder… tú qué vas a saber, ya estas muerta y es ahí donde debes quedarte ¡Maldición! » Tragó saliva enfurecido al darse cuenta de lo que hacía. Sacudió la cabeza y con una zancada llena de furia se alejó de la ventana.



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Mensaje por Eugénie Florit Mar Oct 16, 2012 4:26 pm

La peor historia de terror proviene de las mejores vivencias vividas. Aquello incluso es más catastrófico ¿Cuál es el motivo? Todo es sencillo, cuando una historia suele ser hermosa, nunca esperas un ataque de tan bajo nivel, siempre estás esperando más alegría, felicidad, amor y triunfos, pero es entonces cuando te das cuenta que nada es para siempre, y que la felicidad sólo es una opción, no la vida misma. Ella lo entendía no porqué se lo contara el amigo de un amigo, o su madre cuando se reunían a tomar un café. Aquel aprendizaje se forjó por la vivencia propia, y no de hace días, semanas, meses o años, simplemente surgió en ese instante, en el momento dónde creyó que todo iba a mejorar en su vida. La llegada de su hermano sin duda sería el regalo que hace mucho tiempo no recibía, que sin duda no merecía, pero el contrae al peor de sus tormentos sin haberlo esperado superaba el peor de sus males; no se encontraba vestida para la ocasión, con aquellas hermosas, diminutas y llamativas ropas, tampoco tenía el cabello demasiado exuberante, o que se diga que sus labios carmesí, pero lo que verdaderamente faltaba era su artefacto que escondía la realidad entre su verdadero yo, y uno no tan alejado de la realidad de lo que era, pero que sin duda escondía a esa hermosa mujer para su beneficio. ¿Por qué demonios él tenía que ser su demonio? ¿Acaso no había entendido aquella noche que sólo eran cliente-cortesana? En realidad la que no había entendido eso era ella, pues ni la más trágicas de las novelas podría hacer a dos personas que se hacían conocidas en un burdel, terminar plenamente enamoradas.

Su cuerpo estaba enroscado ahora en el hermoso vestido rojo. Sus damas la habían ayudado a colocarse la aquella fina, costosa, y hermosa prenda. Le había quedado a la medida, sin duda había hecho la elección correcta. Se veía por unos momentos frente al espejo. Suspiró, esperaba que de verdad a su hermano le gustara aquella prenda que llevaba puesta. Después de no verse durante mucho tiempo, lo único que quería era poder impresionarlo. Sus manos acariciaban con cuidado sus formas, su abdomen frente al espejo, buscaba algún desperfecto para mandar a solucionarlo antes de comprarlo, pero no había nada por el cual hacer algún tipo de objeción con el vestido. El reflejos del hombre era evidente. Después de tenerlo sobre, bajo, y dentro de ella, era imposible que no lo reconociera, algo debía haber quedado, ¿acaso él no dijo que la reconocería aunque no tuviera el antifaz? ¿Qué estaba pasando con él? ¡Había sido un mentiroso! Si, le había mentido en cada beso, en cada abrazo, en cada caricia, en cada unión, y eso le hizo sentir un dolor inmenso en el pecho. Genie pidió que le desabrocharan el corsé del vestido, la respiración se le había agitado y la prenda impedía que pudiera seguir de pie de forma correcta. Se inclinó sosteniéndose del material, respiraba, y cuando la prenda fue retirada sintió su alma volver al cuerpo, sin embargo, aunque la crisis la había invadido, ella seguía viendo en su dirección.

- Ustedes tienen que pagar, iré al tocador, no se preocupen por mi, no me perderé - Se coló entre telas y aparadores. La realidad de las cosas es que no iba al baño, se iba a perder, a esconder de ellas para poder llegar hasta él. Cuando sus damas se centraron en el pago, ella pudo tener a oportunidad de salir del local. Si sus padres y su hermano menor se enteraba que se había fugado, y encima para ver a un hombre, seguramente no saldría más de casa por mucho tiempo; se caminó con lentitud por aquella acera, la contraría a la de él. Le siguió el paso sin tener de por medio mucha distancia, si se alejaba demasiado seguramente lo perdería de vista. Podía recordar a la perfección la forma de su espalda, su caminar, su olor, de hecho lo estaba disfrutando sin tenerlo cerca d ella esencia que ese hombre desprendía. El transito de personas iba disminuyendo, pues al irse alejando de la zona comercial no muchos se encontraban listos para marchar, tampoco se quedaban parados a mitad de la calle estorbando el camino. La joven sintió que su corazón se detenía y luego se aceleraba de forma desbocada, al notar como doblaba por la esquina. Aquel hombre con el que había soñado mucho tiempo caminaba ahora en su dirección. Se quedó paralizada en aquella esquina de la manzana. Observaba como el hombre apresuraba el paso en su dirección, sus miradas se cruzan y ella sonríe de esa forma ladina, sería su último intento buscando ser reconocida por él, de no reconocerla, se daría por vencida, y descartaría cualquier idea de alguna futura unión con él.


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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Miér Oct 24, 2012 8:56 pm


Tal parecía que toda la ciudad de Paris se mofaba de él, con el paso arrebolado de la gentuza y sus perezosas caricias mostrando sentimientos encontrados ¿Quién era él en medio de todo ese asunto? Sólo un extraño al que nadie le prestaba atención ni si quiera por la sublime sonrisa despotricada en su rostro. Los orbes de Pierre vigilaban incansables el final de su camino, no sabía a donde iba o que podría hacer para despejar la mente de esos recuerdos, sin embargo, caminar siempre resultaba ser un bien para cualquiera, al menos así, mientras lo segundos pasan y el camino se corta entre la multitud, podía discernir entre las mil y una caretas que usaba día con día. Encerrado en la mansión, hubiese jurado escuchar las plegarias de su madre o el grito desgarrador de su padre al saber en qué demonios gastaba él los bienes de la familia. Si tan sólo se hubiese enterado de su procedencia antes de que ambos fallecieran, nada de esa estúpida soberbia se vería en el destello de sus ojos. Las cosas no siempre resultan como se desean y es ahí en donde la humanidad consigue darse latigazos en el espalda, arrepentidos por las decisiones tomadas, por las consecuencias que pudieron haberse evitado y que hoy son el esqueleto principal de la problemática existencial que los acongoja. Y ahí, sin saber nada y sin entender el resultado de sus actos, aún continuaba colocando un pie delante del otro por inercia, por simple inercia de querer alejarse de todo y jamás regresar.

La gente pasaba rosando su costado, importando muy poco la fragancia que utilizó por la mañana o si era un pecador más o un simple plebeyo lleno de suerte. Él mismo se reía de su infortunio, del fatídico giro que dio su vida. Piense pensó que su madre duraría para siempre y el golpe al rostro fue sencillamente desgarrador. En ese instante, mientras las personas cruzaban la calle, los perros a las faldillas de sus amas persiguiendo un gato erizado y asustadizo por los ladridos, que recordó la taberna. ¡Oh,sí! El mejor refugio para los desvalidos e inoportunos hombres que perdieron algo en la vida. ¿Sería real su dolor o sólo estaba contrastando la ausencia del dinero con un poco de sentimentalismo barato? Cualquier cosa que fuese, la ahogaría con alcohol, con ese jodido veneno que destruye sus órganos internos y ¿A quién le importaría si él dejaba de existir? La mujer, dueña de todo lo que su padre logró conseguir, estaría feliz porque él desapareciera. No tenía amante y nadie a quien amar o ¿se equivocaba? Torció los labios. ¡Era por ella que también estaba así! Esa cortesana lo descolocó de sus creencias dejándolo abandonado a su suerte probando bocas por aquí y por allá pero ninguna con el sabor de sus labios rojos. La odiaba por volverlo dependiente a una imagen en su cabeza, el sueño de sus noches y la ideología de sus amaneceres.

Apresuró el paso ignorando el mundo que a la distancia se abría paso frente a él, desconociendo a la hermosa jovencita que lo saludaba a la mitad de la calle. Anelisse, una dama con un futuro prometedor y al que quizá pronto se le uniría Pierre si es que así lo decidía el padre de la doncella. Lo conocía de atrás tiempo y siempre predicaba el buen partido que sería el joven para su hija. No tenía ni idea de la desfachatez de Pierre. ¡Esa bendita promiscuidad! Sacudió la cabeza y sólo la saludó señalando el reloj de su bolsillo. «Se hace tarde» Se limitó a decir cruzando la calle en dirección opuesta hacia donde iba. Lo menos que deseaba era darle explicaciones a una mujer a la cual no le merece absolutamente nada. No porque ella fuese desagradable a la vista si no porque Pierre tenía otro tipo de planes en mente -¡Una cortesana!- Balbuceó. No podía creerlo, no debía aceptarlo. Una mujer se cruzo en su camino, la miró fijamente a los ojos sin prestar atención a lo que ocurría ahí. La observó, escrutó cada uno de sus gestos como si se tratase de un psiquiatra aprendiendo de su loco, pero la mente de Pierre se encontraba en otra parte. Para cuando la tuvo a escasos centímetros de él, sólo ladeó la cabeza en negación y continuó caminando sin ser partícipe a lo ajeno.

Metió las manos en los bolsillos esquivando el cuerpo de Génie. Por un segundo pareció que trataba, a toda costa, evitar el contacto con esa mujer, con ella precisamente. Bajó la mirada como quien se avergüenza de sus pensamientos y continuó. Un pie delante del otro incansablemente. Con cada paso que daba, la figura femenina de Génie se perdía entre la multitud, pero antes de que todo se fuese al demonio, el viento le jugó una mala carta en su contra o tal vez a su favor, juzgaría después… Se quedó de pie, parado como un idiota a mitad de la nada. Sus ojos se abrieron como platos, cada uno de sus músculos se tenso, la sangre bajó hasta la punta de sus pies y su respiración parecía haberse congelado tras aquella develación infame. ¡Un perfume! Le bastó tan sólo el olor arrastrado por el viento para que todos sus recuerdos se amontonaran en su cabeza. Lo golpearon, lo asfixiaron y lo asesinaron en una fracción de segundo. Con la rapidez que su cuerpo le permitía, se giró sobre sus talones buscando a la dueña de esa fragancia. Ella estaba ahí, lamentándose. Se notaba en su mirada el error cometido y sus ropas ¡Maldición! ¡De haberlo sabido antes! ¡De haberlo comprendido antes! Rugió despotricado en la ira. Con grandes zancadas llegó hasta la espalda de Génie. Aún no estaba seguro de que fuese ella. Aproximó su cabeza a la nuca de la chica y aspiró el olor de su cabello. ¡Inconfundible! –Esto es…- Susurró cerca de su lóbulo. –Incómodo- La tomó por los hombros y la hizo girar con fuerza. Al toparse ese azul intenso de su mirada, Pierre lo supo. Acarició con el dorso de su mano la mejilla izquierda de la dama, trató de sonreír pero el impacto se lo impedía…


Última edición por Pierre A. Van Kröst el Jue Ene 03, 2013 8:49 pm, editado 1 vez



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Mensaje por Eugénie Florit Mar Nov 06, 2012 4:15 pm

Pocas coas en realidad la emocionaban, o hacían que su pulso se aceleraba. ¿Imagínense el corazón tan acelerado que se le compare con una especie de taquicardia? Si, puede que se lea exagerado, quizás lo es para aquel que no conoce sentimientos profundos, porqué ellos son los que te llevan a hace locuras, a tener estás situaciones. La cosa merecía el dramatismo de una obra de teatro, pero con una historia de fondo real, que vale la pena. Él la había conocido en otro lado, en otro ámbito, con otra careta y subiendo un poco el volumen al carácter fuerte e imponente. Era mera necesidad, el simple hecho de la subsistencia en un mundo oscuro, oculto, lleno de libertinaje y perversiones extremas, pero ¿Quién es en realidad ella? Quizás que sus cuerpos choquen no representaría nada para él, o quizás lo represente todo, pero ella tenía miedo, uno muy grande y al mismo tiempo muy real, pues le había mostrado una cara de la moneda, la laboral, la chica enferma de ninfomanía detrás del antifaz. ¿Y sino le gustaba lo que verdaderamente era? Es decir, lo qué el antifaz oculta, más la suma del placer enfermo que necesita fervientemente aplacar cada que fingía ser una mujer de la vida galante. Miedos, son los que aparecen cuando hay sentimientos expuestos, al borde del abismo, o a la escala próxima al cielo.

Sólo basto un simple roce superficial para que ella pudiera comprobar, ¿qué iba a comprobar? Sus sentimientos. Todo aquello le parecía estúpido, con una sola mirada, en un sólo polvo, en una sola noche se había vuelto loca por una persona, perdido en una mirada. ¡Lo odiaba! ¡Vaya que lo odiaba! Pero también lo amaba… ¿Se podía llamar amor a eso? Nadie podía llegar y juzgar. El rey se mete con una prostituta llena de sífilis, y la reina se mete con el jardinero, la realeza fornicando en una gran orgía, no es juzgada, no es castigada, no, ni siquiera es mencionado todo aquel circulo vicioso y corrupto. Entonces nadie podía ser capaz de juzgar la comprobación de un amor real, un amor intenso de una vista, de una caricia, y de ahora una tortuosa distancia incomprendida. No se sabe dónde están, dónde podrían estar hasta que surge el roce, y después que el antifaz cae, no hay marcha atrás, ya no sólo ha desnudado su cuerpo, ahora su identidad, y lo único que falta es su alma, que está dispuesta a dejarla ver bajo los rayos del sol, o quizás bajo el manto platinado de la luna. Todo sea por él.

"-No me reconoció… No lo hizo-" Se repito en pensamientos, se torturó hasta sentir que un escalofrío cegador recorría toda su columna vertebral. ¡El mintió! ¡Le había mentido! No la reconoció. En ese momento Pierre se había convertido en un cliente más, de esos que quieren que Genie, la cortesana, les pintara el mejor de los escenarios, actuara cómo la mujer a la que verdaderamente amaban. Su historia de cenicienta propia, dónde la pobre sirvienta se enamora del príncipe, él de ella, y ambos son felices para siempre, pero en está ocasión no era una sirvienta, sino una prostituta, y no era un príncipe, era un cabrón que la había ilusionado, engañado, la había engatusado completamente; Siguió su andar, sintiendo cómo su cuerpo temblaba por la mezcla de la decepción y tristeza que ahora invadía su cuerpo. Ni siquiera la llegada de su hermano podría aliviar ese mal momento. ¡El no la había reconocido! ¡Desgraciado él y el momento en que se toparon! Quizás muy en el fondo Genie sabía que había pecado de ingenua, y sabía que ese momento pasaría así, pero toda ella decía que en realidad él si le correspondía.

¿Cuánto tiempo se había estado lamentando? Ya estaba en la cuadra siguiente, y el susurro llegó a su oreja. Era su voz, era su presencia detrás de ella, era el calor de su cuerpo abrazando lo frío del suyo. Pestañeó al verlo de frente. No podía sonreír, quizás estaba soñando después del trago amargo. La caricia provocó la electricidad de la columna recorrer todo su cuerpo, cerró los ojos, ladeo el rostro, y disfruto del roce, tan suave y al mismo tiempo masculino, así lo recordaba. Se mordisqueó el labio inferior, nerviosa, incluso destilando un poco de ternura e inocencia. ¡No tenía el antifaz, deben entenderla!

- ¿Incomodo? - Analizó la palabra abriendo al mismo tiempo los ojos - No creo que incomoda sea la palabra correcta, pues tu mano parece disfrutar acariciar mi rostro… - La última palabra la arrastro. Su rostro estaba revelado al cien - ¿Sigues pensando que oculto un rostro desagradable? - Se encogió de hombros, la mujer era buena, no sólo en la cama, su alma lo era, siempre buscando sacar una sonrisa a quien fuera su acompañante, eso si, sin perder la seguridad a la hora de hablar. - Señor Pierre, pero que maleducada soy - Tomó las dos puntas de su vestido, inclinó el pecho hacía el frente. Su cuerpo le dedico una reverencia elegante, sensual, única, solo para él - Ahora podrá comenzar a comprender el porqué utilizó antifaces - Está vez sonrió de forma amplia, aquello parecía haberle quitando un peso menos de encima, extraño si, pero liberador. - Por un momento creí que no me había reconocido, eso… eso si habría sido doloroso - La sonrisa desapareció, su mirada no se despegó de ajena, aquello parecía fácil, pero no, no lo era.


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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Jue Ene 03, 2013 9:40 pm


Atrapado. Sus pensamientos lo ofuscaron con los recuerdos punzantes sobre aquella noche en la que tuvo a esa mujer entre sus brazos. Cada maldita caricia, cada beso y la sensación de estar dentro de ella, rosando su intimidad, absorbiendo los jugos que fluyen desde el interior de su sexo. Con los ojos cerrados, aún podía percibir el característico perfume de su esencia. Todas, todas las mujeres poseen un olor particular y, en el acto explota con millones y millones de endorfinas por los poros de su piel. Había estado con varias mujeres es cierto, de cada una conservaba algo que le había gustado, ya fuese la manera en que movía las caderas, sus ojos, la forma de sus senos o el sabor de su cáliz. En ella, absolutamente todo lo preservaba en la mente. Intentó incorporarse, sacudió la cabeza tratando de no perderse en aquellos sueños despiertos. La buscó. En el burdel, en las calles, en otro brazos. Nunca la encontró hasta ese momento. Pudo pensarla en la compañía de otro hombre y la sangre le hervía como si estuviese a punto de explotar. ¡Nada tenía sentido! ¿Cómo poder enfadarse con una mujer por ser una puta? No le pertenece a él, no le pertenece a nadie, sólo al instintivo placer en su sexo.

Su mano buscaba explorar su rostro y reconocerlo ahora que no portaba más ese estúpido antifaz. Gruñó por lo bajo cuando ella habló. ¿No se supone que es una señorita de sociedad? Debería comportarse y no hablar ante un hombre si no se le fue requerido, pero por supuesto, lo decepcionaría de ser así. Los labios de Pierre se apretaron en un gesto particular. Asintió. Sí, él lo disfrutaba como la primera vez que lo hizo, pero en este sombrío acto del destino, era evidente que le fascinaba más el conocer el rostro de la mujer que sólo una mirada azul, tan azul como lo más profundo del océano. –No me refería a mi mano o a mí, es la sorpresa de lo que eres. Pese a no portar aquel antifaz, sigo viéndote con el- Frunció en ceño. Ni siquiera estaba completamente seguro de comprender las palabras que escupía antes de haberlas pensado. Su cerebro no parecía reaccionar y sólo le quedaba la improvisación. Es un hombre astuto incluso con las damas, pero en esta ocasión, se sentía como un adolescente al lado de la mujer que lo enloquece. Apartándose de ella, desvió la mirada hasta la calle. Nadie importaba en el sitio y tal pareciera que se quedaron completamente solos, a no ser por los murmullos que chocaban incasablemente contra sus oídos. Tomó la mano de la chica y la alejó de la calle. Se quedó con ella al frente, varados los dos sobre la acera esperando que alguien o algo los distrajera pero no fue así.

Quiso poder entender la situación. Bajó la mirada antes de levantarla nuevamente. Era raro. Nunca una mujer había tragado su lengua como lo hacía ella. Cada palabra que dijera debería significar algo y no un completo disparate como el anterior o el sonido sardónico de su carácter. Aspiró profundamente. –Sí bueno… lo hice ¿No?- Frunció el ceño. Sí, estaba de acuerdo con ella, el no haberla reconocido sería una verdadera lástima, porque realmente era hermosa. Una de las mujeres más bellas que jamás había visto, lo peor es que con cada segundo, se volvía insufriblemente hermosa. –Así que no sufras más, ya estoy aquí.- Se encogió de hombros. Tomándola de la barbilla y moverla de lado a lado a manera de mimo. Es un bruto, no sabe como tratar a las mujeres y es que tampoco le había importado mucho. Sin embargo, si ella se lo pidiera, quizá podría esforzarse en eso. –Es incómodo, no sé…- Se quedó callado ante la vaga idea que se forjaba en su mente. No, ella no debía escuchar de sus labios lo débil que parece volverse cuando está cerca. Comenzó a desesperarse –¿Cómo lo haces?- Preguntó un poco enfadado -¿Cómo logras verme a la cara? No. ¿Cómo logras verlos a la cara a todos con quienes te has metido? Tu antifaz te esconde por las noches, pero… ahora no. ¿Cómo lo haces?- Necesitaba que se lo dijera, que le mostrara que le es indiferente al resto de los hombres en la calle, que él es la única persona que sabe su secreto, necesitaba sentirse especial… igual o más que ella para él.



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Mensaje por Eugénie Florit Dom Feb 03, 2013 10:39 am

Sus ojos viajaban del cabello hasta su frente, de la frente a los labios, de los labios al cuello de la camisa, y sólo hasta ahí se atrevió a llegar. Lo había visto desnudo, él le había mostrado cómo se movía en la cama, lo que prefería estando en ella, la forma en que buscaba desesperadamente tener el control, aquel hombre le había hecho probar de su esencia, y al mismo tiempo sentir deseos de saberse suya aunque sólo fuera una idea absurda de una sola noche. Genie, que tanto tiempo había aferrado su cuerpo, sus ideas, y su corazón fuera de cualquier conexión especial con un cliente, había olvidado toda ley propia por él. ¿Por qué él? ¿Quién era él? ¿Cómo se atrevía? Quizás era una especie de brujo, si, de esos que según existen, y que estaba segura podían vivir a sus alrededores. Ella estaba convencida de que Pierre había hecho algo con ella, estaba segura que por esa razón la tenía a sus pies, aunque claro, eso nunca lo admitiría, porque incluso sin el antifaz podría tener un poco de orgullo. El antifaz era la clave, todo aquello que él había visto aquella noche era una parte importante de ella, pero no todo en realidad. ¿Cómo iba a explicarle todo eso a Pierre? ¿Él seguiría sintiendo interés por ella conociendo todo lo que había sobre sus hombros? Las preguntas simplemente le mareaban, temía de las respuestas.

- Quizás venga bien que analicemos las cosas… - Rompió su voto de silencio momentáneo, solo por que pecar con él de mil y un formas sería algo de su agrado, algo fantástico, algo que haría no sólo una vez, sino todo los días - Quizás en realidad sólo quiere verme con el antifaz, quizás sólo puedo llamar su atención entre las paredes de su burdel, con aquella prenda porque sólo le gustó aquella mujer que lo hizo sentir placer ¿No lo cree? - La simple idea la hizo sentir una especie de punzada en el pecho, pero no, no se lo demostraría, debía portarse indiferente, tratar de simular la emoción que le provocaba tenerlo frente a él. - Verle así, me hace creer que me estuvo buscando… - Eso último lo dijo con toda la intención de saberlo, porque Genie lo había esperando la noche anterior, y las que le siguieron, al no verlo más sus esperanzas se habían muerto, y ahora él aparecía para revivirlas, renovarlas y fortalecerlas. ¿Simple crueldad del destino? ¿O quizás una complacencia para ambos? Eso estaría por verse.

- No hay mucho que descifrar en sus palabras, no cuando seguramente mi interior es un remolino de ideas y sentimiento similares a los suyos. - Comentó, encogiéndose de hombros de forma suave, delicada y armoniosa. Todo en ella era una sincronización de movimientos perfectos, pero no sólo eso, su sensualidad iba mezclada. Ella irradiaba el placer que podría proporciona, pero aquella sociedad la veía inalcanzable, una pieza que de tocarse puede romperse. - ¿Qué exactamente ve en mi? Siento una curiosidad infinita por saber que ha visto en mi, mi querido Pierre, pocos se han detenido a ver que hay detrás de un cuerpo en medio de sabanas, debo confesar que mi corazón se infla, y me siento profundamente halagada - Comentó sin apartar esa sonrisa encantadora. Su carácter firme estaba siendo derrumbado poco a poco por las acciones del caballero, y todo tenía una razón, él también se estaba exponiendo, era justo que ella mostrara la transparencia de su alma. ¿De verdad la habría descifrado como dice, sin importar el antifaz?

- ¿Por qué no dejas de jugar a ser el rudo? - Su tranquilidad incluso era enfermiza, ¿quién en su sano juicio permitiría que alguien le hablará de una forma tan altanera como él lo hacía con ella? Quizás mujeres que comprenden su posición en la sociedad, pero ella no era una cualquiera, al menos quitándole el trabajo, pues tenía una formación que pesaba sobre sus hombros. - Dígame con exactitud las palabras que quiere escuchar ¿No es eso lo que hace una cortesana? Complacer los oídos, el corazón, el pensamiento, y el cuerpo de un cliente, y usted lo fue… Mi cliente… El más deseado - Le comentó con total sinceridad. Negó de nuevo, se le estaba haciendo costumbre esa seña - ¿Hoy no seremos solo cliente-cortesana? - Le preguntó sin apartar sus ojos de los ajenos, sin apartar esa sonrisa que le suplicaba tanta sinceridad como ella estaba a punto de otorgar - Hoy simplemente seré Eugénie, y usted Pierre - Dijo sin más. Le estaba otorgando su nombre, el real, no el sobrenombre que todos conocían en el burdel, sino las puertas de su mundo, le estaba dando las armas para destruirla si él lo deseaba.

Le observó un poco más, pero ahora no se iba a detener a mirar los aspectos físicos que había extraño, la cortesana pudo notar algunas detalles que cualquier otro pasaría desapercibido, por ejemplo, la forma en que podía él llegar a mover sus manos, o la manera en que movía de un lado a otro sus ojos, sin dejar de lado algunas muevas, o deformaciones en la forma de sus comisuras, todo aunque fuera muy breve, podía dejar en claro algunas molestias, o la misma incomodidad de la que él hablaba, no quería preguntar todo, o quizás si, pero estaba segura, por lo poco que había visto en el carácter ajeno, que algunos detalles eran mejor dejarlos pasar, habían espacios personales que no se rompían, incluso entre las mismas cortesanas los tenían. ¿Debía acaso explicárselo? Miró hacía un lado, y después hacía el otro, corroborando que nadie estuviera poniendo especial interés en ellos. No le gustaba que la observaran, al menos no sin el antifaz, se sentía demasiado débil teniéndolo frente a ella, se sentía demasiado desnuda, pero ya no quedaba de otra.

- No es muy difícil saber la diferencia, no es un hombre tonto, lo noto, la inteligencia es un don que pocos poseen, y usted, posee ese don, bendito - Hizo una pequeña pausa, y si, ella, quien había estado con tantos hombres, había mostrado un sonrojo particular - ¿Quiere la verdad de mis labios? ¿Quiere qué le diga por qué soy… eso? - No se atrevió a decirlo en voz alta - No es el lugar apropiado para una platica como esa ¿No lo cree? - Preguntó con ligero aire inocente, dedicándole una sonrisa sincera, e increíblemente dulce - Hay secretos que no deben ser contados, al menos no en público - Volteó su mirada, dejando que el mismo observara a la concurrencia - La diferencia entre el resto y usted es muy simple… - Se quedó en silencio, meditando lo que estaba diciendo ¿Estaría ella haciendo bien? - Si cree que yo juego con los hombres, no, no lo hago, es parte de mi trabajo forjar un carácter, de no hacerlo estaría muerta, hay muchos locos pidiendo amor en brazos de… Usted sabe, lo que nosotras somos - Señaló, mientras ella comenzaba el camino - ¿Qué soy en realidad, Pierre? - Si, ella recordaba su nombre, y le gustaba decirlo - No vea a la prostituta - Por fin se atrevió a decir, lejos de la gente - Véame como la mujer que soy en realidad - Y suspiró, imposible para ella voltearlo a ver.

- No es tan difícil ver a los ojos a un cliente saliendo del burdel, Pierre - Se atrevió a tutearle, ya se conocían en la cama ¿Para que comportarse cómo dos hipócritas? Ella simplemente deseaba disfrutar de su compañía, que quizás no podría volver a gozar. Se abrazó de su brazo para poder avanzar con tranquilidad, juntos, sin que su andar fuera incluso interrumpido por cuerpos humanos que danzaban a sus alrededores - Estoy enferma - Le miró de reojo, soltó una risita traviesa - No, no es eso que piensas, no te he contagiado de nada peligroso e incurable - Se encogió de hombros - Mi enfermedad viene del cuerpo, del placer que brindo, que en realidad sólo busco, no necesito el dinero que gano, ese mismo lo regalo, pero hay algo en mi que necesita satisfacer mi necesidad sexual - Habló sin más, dándose cuenta que, estaba por primera vez compartiendo su secreto - Ella es la que habla por mi, la que se mueve en el burdel, quizás esa enfermedad es la que te impresionó, y no precisamente yo - Aquello tenía sentido en realidad, pero la chica debía continuar con su relato. - Cuando estoy con ellos me escondo de las cadenas de la casa, simplemente me quedo tranquila después de que ellos se van, no me importa sus vidas, mucho menos lo que me cuentan, no me importan sus lagrimas, tampoco sus sonrisas, porque sigo siendo sólo un cuerpo para follar - Lo dijo, esa palabras "prohibida" la había dicho sin más - Ellos son nada a comparación conmigo - Le dijo con el pecho inflado - Pero… ¿Quieres la diferencia contigo? - Se acercó a susurrar a su oído - Tú me hiciste el amor, y yo lo hice contigo por primera vez… Y te esperé, no sólo el día siguiente, sino todos los demás días hasta éste momento… Irónicamente te guardé fidelidad, no quería a otro cliente más que a ti… - Lo soltó, pero siguió caminando - Me estás pidiendo sinceridad y te la otorgo, puedes marchar cuando creas esto demasiado absurdo - Comentó, con ese dolor de verse separada de él. Le dolía, tanto que no se lo imaginaba.


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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Lun Mar 04, 2013 10:08 pm


Hay cosas en la vida que son difíciles de explicar, más aún de comprender. La complejidad siempre es el reto que se le hace a la mente cuando ya se conoce la respuesta después de todo; la negación es parte del sentido. Él no era el clásico hombre, no se trataba de un arquetipo y por más que se esforzara en hacerlo ver como tal, aún existen ciertas características que nadie, ni siquiera Pierre, han sido capaces de encontrar bajo esa capa egocéntrica y con repentina tendencia al narcicismo. Pero ahí estaba, de pie frente a una mujer que no sólo lo había resumido a un estúpido niño en su ausencia, si no que ahora se erigía como aquella domadora de bestias. Tal vez, realmente tal vez ella tenía el poder suficiente sobre Pierre y él sólo podría responderle con un asentimiento de su cabeza o quizá sólo se trataba de su maldita imaginación cubriendo la parte del abandono en su jodida vida. Mientras lo reflexionaba, ella rompió el silencio entre ambos. No pudo más que escuchar sus gráciles y directas palabras. Eso le gustaba. Su ferocidad. Sus labios se torcieron en una mueca. ¡Así que no era tan bueno escondiéndose! Se encogió de hombros. –Tal vez es el hecho de encontrar a una…- carraspeó – A una mujer como 'ella', en este característico lugar- Levantó la mirada por encima de su cabeza. No, jamás aceptaría que la estuvo buscando como un maldito demente por cada ¡Puto burdel de esta jodida ciudad! Sus ojos se volvieron indiferentes, fue en ese momento en que pudo volver a bajar su vista y clavarla en los orbes zafiro de Génie.

De repente nadie más existía, hubo un momento en que el mundo desapareció y sólo importaban ellos dos, en realidad, sólo ella. Pero el frío rostro del joven no cambiaría en lo absoluto, no porque no quisiera poder abrazarla y estrecharla entre sus brazos para olfatear de nuevo el perfume de su cabello, para sentirla cercana a él, para saber que al menos una parte de ella puede pertenecerle de esa manera; Pierre era un monstruo en cuanto a sentimentalismo se trata, es un idiota que no sabrá expresarse. Si ella lo quería, tendría que enseñarlo. Sacudió su cabeza. –Esa es una pregunta pésimamente realizada, me abstendré de responderla hasta que esté bien expresada- Dijo. Ella quería saber lo que él veía, pero la verdad es que el desgraciado estaba ciego, no era su visión la que lo arrastró hasta ella en ese encuentro casual del destino, fue la sensación... esa maldita destrucción que su paso había dejado en él. Pierre estaba confundido, no sabía si compararla en la metáfora contra la utopía o contra el holocausto. ¿Qué veía en ella? No, ¿Qué sentía por ella? Y ni siquiera esa podría tener respuesta. ¡Así de jodido se encontraba el infeliz muchacho!

-¿En verdad quieres complacerme? ¿Es eso? ¿Sólo soy otro de tus clientes aquí, ahora…? ¿Es así como puedes enfrentar sus miradas después de haberte acostado con ellos?- ¡Maldita! Maldita mil veces sea esa mujer que logra sacarlo de su juicio con tan sólo palabras. Y es que nunca le había importado el que una cortesana complaciera todos sus caprichos, hasta el momento en que ella lo había sugerido. Entonces el remolino pareció consumirlo de nuevo. Saberse sólo otro nombre que jadean sus labios, le hirió. Una sensación nueva, una punzada que ni siquiera en la muerte de su madre padeció. ¿Eso era dolor? ¿Le han roto el ego? Renunció a sus sospechas y dejó que aquel punto de presión en su pecho se perdiese en algún rincón apartado de sus pensamientos. Intentó abrir la boca para hacer una réplica a todas esas palabras que ella decía sin más nada. No pudo. Se le escuchaba tan encantadora, tan liberada, tan… Sacudió la cabeza al tiempo en que la fémina se encaminó hacia delante. Al no prestarle importancia a los demás, no logró darse cuenta que aún permanecían en mitad de aquella calle, esperando el interrogatorio de los chismosos. La siguió.

Las develaciones de Genie flotaron por los aires confundiéndose con efímeras mariposas en primavera. Cada cosa que ella hiciera, el mínimo de sus movimientos, las palabras no dichas y el secreto de su mirada; no existía nada en esa mujer que se le escapase al hombre que paseaba a su lado, embelesado por su belleza pero a punto de enamorarse de su alma ¿Enamorado? ¡Jáh! ¡Que tontería! Detuvo el paso abruptamente al escucharla confesarse enferma. Génie se burló de su reacción y prosiguió con su explicación, él no la necesitaba, porque a pesar de todo, de lo que era y de lo mucho que le trastornaba la mente, prefería mantenerlo en el silencio que saber la verdad, una que seguramente le dolería demasiado. Continuó caminando de ella sonriendo de medio lado, compartiendo el chiste anterior. Abrió la boca para agregar palabras pero ella se encontraba ensimismada en su catarsis. Ahí se dio cuenta y sonrió con completa extensión de sus labios. ¡Oh, Pierre! Al sentir como lo soltaba del brazo, su cuerpo sufrió el frío de su vacío, él gruñó. No tenía intención de dejarla partir.

-Espera- Dijo alcanzando su brazo para impedirle diese un paso más hacia la distancia. –Todo lo que necesitas saber es: Uno, no te veo, te siento; Dos, eso es todo lo que soy, no sé más; Tres, ofrecen caricias a quien las necesita y amor al desvalido; Cuatro, no quiero ser sólo tu cliente; Cinco, prefiero tus labios; Seis, agradezco que lo seas, o no te habría conocido; y por último… ¡Eres inconcebible!- Una a una, sus preguntas fueron contestadas. No habló Pierre, lo hacía el pequeño niño que ella logró encontrar en la desquebrajada fiera de Van Kröst. La jaló del brazo hasta él y cerró los sobre sobre su cuerpo. La apretó con la necesidad que tiene un huérfano. Pegó su barbilla sobre la coronilla de su cabeza y depositó un beso en sus cabellos. –¿Qué eres en realidad?- Volvió a sugerir –Tú Eugenie…- Sí, memorizó su nombre. –Eres mía. No de una forma posesiva y patéticamente pasional. Eres mía en el más inexplicable y ridículo sentido de lo absurdo. ¡Eso eres!- ¡Vaya Pierre, te has desarmado por completo!



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Mensaje por Eugénie Florit Vie Abr 19, 2013 7:09 pm

Genie caminaba con lentitud, de una forma muy tranquila porque no había prisa, se había escapado de sus damas, y eso era una gran ventaja, cada que salía debía soportarlas, escuchar como la reprendían por cada comportamiento "inapropiado" que ejercía, debía soportar que le privaran alimentos, o miradas lascivias a desconocidos sin responderles, se sentía de cierta forma liberada, aunque claro, sin perder de todo esa compostura que desde pequeña se habían aferrado a enseñarle. La joven suspiraba, sintió incluso un peso menos de encima cuando lo vio a los ojos, y se sintió tan ligera como una pluma cuando por fin pudo hablarle con la verdad, aunque claro, había demasiado que contar, cosas que en un simple encuentro no quedaban zanjadas. Era una cortesana que no trabajaba por necesidad, sino por enfermedad ¿No es irónico? Claro que lo era, pues las cortesanas estaban expuestas a enfermedades incluso más grandes. ¿Quién la ayudaría a superar su mal? ¿Quién sería el adecuado para controlar sus deseos o instintos? Ella si buscaba estabilidad, escapar de ese mundo de pasiones, un amor que le ayudara a tranquilizar su deseo frenético por el placer, o quizás adentrar a su amor al mundo de la lujuria.

Apenas pudo parpadear cuando sintió aquellos grandes y masculinos brazos rodear su figura. Suspiró profundamente, estiró sus brazos, los enredó con delicadeza hasta hundir sus dedos en la tela y así poder corresponder el gesto. Ella se sentía tan bien, protegida, pero sobretodo querida, porque hablar de amor sería demasiado, primero lo primero, como dicen por ahí. Ella cerró los ojos con fuerza, acercó su nariz para poder olisquear el perfume que el desprendía. Tan masculino, tan macho, tan imponente, aspiró con profundidad hasta que sus pulmones se llenaron de la esencia que representaba Pierre, por primera vez no sentía la necesidad enloquecedora de caerle encima y comenzar a besarlo con desesperación hasta terminar ambos sin ropa y hundidos en la unión. Está vez simplemente quiso permanecer así, como si se tratara de la persona favorita del otro, como si el tiempo que pasaron separados hubiera causado un efecto de necesidad. Sintió que su pecho subía y bajaba con fuerza, necesitando por completo que él no la soltara. Quizás era un sueño demasiado perfecto, y por eso no deseaba moverse, para no despertarse de esa burbuja perfecta. Ella era feliz.

- Incluso mi nombre salido de tus labios suena mucho mejor - Ella levantó el rostro con suavidad, así los ojos de la joven se toparon con los marrones del chico - ¿Tuya? ¿Qué es la definición de tuya? -Le comentó con una sonrisa radiante. Podía ser suya en la cama, también durante ese abrazo, pero… ¿Qué estaba buscando entonces de ella? Sin duda la cortesana estaba verdaderamente confundida, el tema era nuevo para ella, toda la situación en realidad lo era, pero estaba feliz ¿Había algo que importara más que el amor y la felicidad? - ¿Que tan mío puedes llegar a ser? - Deslizó sus manos con suavidad, está vez una descansó en su mejilla, la otra sobre su pecho, donde supuestamente se arrojaban las emociones del corazón, pero vamos que el corazón era un simple órgano, de todos modos era una idea bonita que no deseaba desechar - Tiene ojos muy bonitos, señor Pierre, los más bonitos que he visto - Dijo con total tranquilidad, lo dijo sincera. - Me preguntó si querrán verme todo el tiempo… Si me buscarán en cada calle, durante cada reunión y encuentro, me pregunto si quieren volver a mi ver mi cuerpo desnudo, o mi rostro envuelto en placer - Se mordió el labio inferior, ella tenía que inclinar el rostro para poder verlo debido a la gran diferencia de estaturas.

- ¿Hace cuánto tiempo no abrazas a una mujer así? - Preguntó curiosa, la respuesta le dejaría en claro muchas cosas, tal vez que aquel sentimiento que se rehusaba a aceptar por completo era verdadero, y que no eran solo alucinaciones suyas.


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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Mar Mayo 14, 2013 1:04 am


Sus ojos se ennegrecieron por un segundo. La suavidad de su piel, la forma de su cuerpo. No existía forma alguna de que aquello pudiese ser real, ¿Dime, Pierre, qué cosa hiciste para que ella te corresponda de esta manera? No podía dar crédito a esa simple unión de ambos; se perdió en el instante, memorizándolo en su cabeza una y otra vez. Dicen que los recuerdos que más persiguen al hombre, son aquellos que han causado gran impacto en su ser, sin duda alguna, los minutos o segundos -¿Quién sabe en realidad?- que pasó abrazado a ella, habían impactado de lleno en toda la psique que era Pierre. Le resultó extraño palidecer ante la mención de alguna tra mujer. Su sonrisa se hizo a un lado y las pupilas se tornaron tristes, ausentes. En sus recuerdos, por mucho que deseara desenterrar algún momento feliz, no lo encontró y, con ello se dio cuenta de su pésima infancia, peor aún, de lo solo que se encontraba. Sacudió la cabeza apartándose de ella con brusquedad. ¿A quién carajo le importa el pasado de un hombre? Cierto es que éste es quien define lo que se es, pero debería permanecer oculto sin más nada. Aspiró profundamente y se masajeó la cien intentando desesperadamente relajarse. Con el semblante más tranquilo, deslizó la mano izquierda por la columna de Génie. Cerró sus ojos y sonrió con impaciencia.

-Eres la primera- Se encogió de hombros. No tenía porque mentirle, nadie lo juzgaría por ello o ¿Si? Más le valía a ella que no incurriera en la vida del joven, no porque él no pudiese adentrarla en su entorno, si no porque él mismo no estaba verdaderamente seguro de estar bien plantado en ese sentido. ¿Si ella supiera cómo es que trata a las mujeres, lo dejaría? La oscuridad de la pregunta, se entrometió en sus ojos, nublando su vista por un segundo y provocando la ausencia de su brillo natural. Ella mencionó algo sobre estas cosas en la cara, ¿Qué había sido? Concentrándose en aquello, Pierre perdió el ritmo de la conversación. Había que retroceder el tiempo. Ese era precisamente el problema con Génie, lo vertía todo. Sencillamente se embebía de ella y todo lo demás no importaba. Torció lo labios. Suspiró. -¿Qué tan tuyo quieres que sea?- Preguntó recordando sus palabras. Era desesperante, realmente desesperante, no poder seguirle la corriente. ¡Injusto! La acusaba de brujería, porque indudablemente, él estaba hechizado de alguna manera, sexy, pero terrorífica. Ladeó la cabeza y se inclinó hacia delante para rosa efímeramente los labios rosados de Génie. Se río en su rostro. La característica risa estúpida y nerviosa que, hasta el momento, él no sabía que tenía. -¿Mis ojos? Ah, ellos podrían pasarse toda una vida viéndole desnuda, señorita. Pero prefiero entretenerlos en otra cosa- Entonces, su semblante pasó del pánico al crudo y libidinoso cinismo.

No podía, realmente no podía mantenerse alejado de ella, por eso cuando sus manos tocaron su rostro, la alcanzó para sostenerla entre sus dedos y así, poder besar cada uno de sus nudillos con siniestra parsimonia. Se pegó más a ella, sintiendo su cuerpo y la reacción de su miembro a la cercanía. Sin avergonzarse, desvió la vista hasta el bulto en sus piernas. Entrecerró los ojos y levantó la vista de nuevo a ella. -¿Lo ves? La sola sugerencia de aquello, hace que reaccione inconscientemente, pero no, no puedo liberarme ahora.- En alguna parte de su subconsciente, algo o alguien, le lanzó la bomba de que tal vez, ese sea el problema. Génie era una mujerzuela que saciaría la sed que tiene, que podría apaciguar el abandono que siente y quizá por ello se sienta tan atraído por la mujer. Se niega, rotundamente, a aceptar que aquello sea sólo un puto capricho, lo contradictorio es que tampoco deseaba aceptarlo. Se sentía brutalmente confundido. La reclamó en medio de su perturbación. –Mía- Susurró en su lóbulo. Quería poder darle aquella definición que pidió, pero la verdad es que esa era la única forma de hacérselo saber. ¿Qué podí hacer? ¿Arrodillarse y suplicarle? ¿Amordazarla y golpearla? Los poetas creen que escuchando al corazón, se puede decir exactamente lo que se siente, no obstante, justo ahora, Pierre era una avalancha destructora, sin tregua ni cuartel, acababa con todo a su paso, incluso con él mismo.



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Mensaje por Eugénie Florit Sáb Mayo 25, 2013 6:48 pm

Y entonces lo recordó, a ese hombre tan gallardo, tan perfecto y soberbio que conoció aquel día dentro del burdel. Ese que le dejó en claro que no estaba jugando, y que si la había pedido era porque se trataba de una completa afortunada. ¿De verdad lo había sido? Una sonrisa se escapó de sus labios, los hombres siempre tan machistas, siempre queriendo mostrar su poder, su mandato ante sus mujeres, ya sea con su esposa, sus hermanas, sus hijas o sus amantes. Ellos jamás entenderán que las mujeres tienen sus armas para hacerlos caer. Ahora Pierre era uno de ellos, lo cual era demasiado extraño, porque ella jamás lo había hecho a propósito. ¿Era obra del destino? Probablemente, pero ella no creía en esas cosas, mucho menos en las casualidad, más bien en las acciones provocadas por ellos mismos. Quizás si ellos no hubieran querido ese momento, ese reencuentro y esos sentimientos. Sino lo hubieran querido desde el primer encuentro la línea entre el cliente y cortesana no se habría roto. Pero ella era feliz, lo era de principio a fin, por estar entre sus brazos, por volver a olerle, por hacerle sentir lo que nunca nadie antes, porque lo que él le provocaba era algo muy diferente a lo que su familia podría. Jamás, todo era distinto y perfecto. Sobretodo perfecto.

- Quizás sea eso, ¿no lo ve? - Los movimientos, las reacciones, pero sobretodo las palabras del hombre le hicieron sentir una gran desilusión. - Su cuerpo reacciona ante lo que conoce, ante la mujer que le ha dado el placer que necesitaba, su cuerpo es presa del placer, le exige que le deje volver a experimentarlo, porque es lo que extraña, mi cavidad, no a mi, no a la mujer que está detrás del antifaz ¿No lo ve? - Ella bajó la mirada, pero no en señal de sumisión, más bien como queriendo no toparse con esos ojos que en ese momento la habían atrapado. Los propios se vieron encerrados por la obscuridad que generaba cerrar los parpadeos, y tomó varias bocanas de aire, para relajarse, el golpe duró de la realidad alteraba un poco su respiración. Su figura una mujer débil, y frágil seguramente sus piernas flaquearían, pero daba gracias que sus padres le hicieron firme, toda una guerrera de vida. Por algo resistía todo lo que acontecía en el burdel. El problema es que nadie le había dado lecciones para poder controlar y proteger su corazón. ¿Quién era ese hombre para poder hacer dei corazón ajeno a su antojo? ¡Lo odiaba! ¿Lo odiaba o lo amaba? No, amor era demasiado profundo de decir con aquel desconocido.

- No, también esa pregunta que ha hecho es equivocada ¿cómo va a dejar a mi deseo cuanto quiero que sea mío? ¿No se da cuenta que es como vender su alma al diablo? Si yo respondo, si yo quisiera decirle lo que deseo probablemente le pediría todo, que usted se vuelva mi todo, pero ¿será capaz? Pierre ha buscado a una cortesana, ¡Conoce a una prostituta! Su cuerpo se lo recuerda. - Y aunque su voz se notaba claramente alterada, ella buscaba poder moderar el sonido, la forma en que se estaba expresando, no deseaba que nadie les observaba más de lo que ya hacían, porque si les escuchaban más personas descubrirían su secreto, su mal - ¿Usted acaso será capaz de ver que hay detrás del antifaz? No, por favor, no nos hagamos tontos, debemos poner los pies en la tierra ¿desea que siga siendo su puta? Está bien, yo puedo atenderlo en las noches, todo lo que me pida, pero sólo eso, no podemos aspirar a más, no quiero dañarle, pero sobretodo dañarme - Le aceptó, sintiendo que su pecho iba a dejar marchar a su corazón, que le pedía a gritos se quedara callada. ¿Acaso ella había sido de esas mujeres que se guardaban sus pensamientos? No, jamás.

- Entonces ¿qué es lo que quiere? ¿Qué es lo que yo quiero? ¿Qué es lo que queremos? - Preguntó con ese aire de tristeza, porque la joven en realidad ya no podía decidir, o pensar por ella sola, ahora había otro implicado importante en su vida, un hombre que sabia su nombre y como se movía en la cama, pero no más, no conocía más de él ¿qué pasaría si era un asesino? ¿O un ladrón? Sin duda como dicen por ahí, caras vemos, corazones no sabemos.


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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Miér Jun 12, 2013 10:57 pm


Entonces, como un balde de agua helada en la espalda, se dio cuenta de la realidad. Maldijo a la mujer frente a él, a la cortesana del burdel, a los hombres que merodeaban a sus alrededores, a las damas que paseaban a su lado, pero, sobre todo, se odio a si mismo por saberse un completo imbécil. ¿Qué esperaba exactamente ella de él? Sacudió la cabeza con el afán de deshacerse de todos los pensamientos que ennegrecieron su mente al escucharla hablar con el vigor de un reclamo. Ella tenía razón, pero es que ni siquiera se había dado cuenta de lo que estaba diciendo. ¿Cómo hacerlo si ambos estaban completamente ciegos? Pierre la apartó de ella con brusquedad, se giró sobre los talones y le dio la espalda. No podía encarar las preguntas que estaba haciendo mucho menos aceptar la terrible verdad que se escapó de sus labios. El mundo se le vino encima.

-¡Usted!- Exclamó dándole la espalda, sin saber exactamente a qué se refería. Sus pensamientos son revoltosos, al igual que una ola rompiendo contra la playa y levantando la arena contra las rocas. Así se sentía, así se veía a través de los ojos de los extraños. Rugió por debajo, crispó las manos en puños y se mordió la lengua para no lanzar improperios en su contra. ¡Maldición! En otro tiempo, siendo otra mujer, él mismo se atrevería a abofetearla, haciéndole perder el respeto que la gente le guarda en cuanto a su posición. Si un hombre humilla a una mujer en la calle es porque ella algo hizo mal aunque no precisamente fuese de esa manera, así de mal se encontraba el sistema. Aspiró profundamente, parpadeó miles de veces y sintió como su corazón se desbocaba de su pecho. Ella fácilmente pudo haber atravesado su pecho y arrancarlo sin más nada, pero la metáfora o lo literal de la frase ni siquiera podía hacer frente a lo que Pierre estaba viviendo en ese preciso instante. Su propio infierno. ¿Qué hizo para merecer eso? ¿Qué hizo para merecerla a ella? Levantó la vista y se mofó de su maldita suerte. ¡Una cortesana! ¡Maldición!

-Sí. Eso quiero.- El semblante sombrío de Pierre ataca a Genie cuando se da la vuelta para mirarla a los ojos. Se bajó por ella y no le había sido suficiente para entenderlo. Dio un par de zancadas hasta ella para cerrar el paso y nuevamente tomarla por la cintura. La atrajo hasta él con fuerza, con posesividad, con furia, con deseo. –Quiero que seas mi puta, en el burdel, en mi casa, en la tuya, en la calle, en cualquier parte que se me antoje. Te pagaré si no te basta con la humillación que he de sufrir por estar a tu lado, mirándote a los ojos a sabiendas que no soy el único que te hace sentir, que te hace jadear, que no soy el único que está en tu mente.- Susurró en su lóbulo, no fue más que una caricia llena de gélidas palabras. Insipientes, malditas, heridas. Él estaba herido y ella lo provocó. No sabía si odiarla por la aberración en la que estaba cayendo o colocarle un maldito pedestal por ser la primera en hacer aquello con él, con Pierre A. Van Kröst. Sonrió siniestro, de medio lado. –Podría quererte como mi mujer, pero…- Se aferró más a ella subiendo su mano por un costado de su cuello y tirando de su cabello. Sí, estaba molesto. –eso no sería suficiente para ti ¿No es así?- La soltó. –Dime, Eugénie ¿Qué quieres? Porque no lo dudes, tal vez te lo de-



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Mensaje por Eugénie Florit Jue Jun 20, 2013 3:51 pm

No sólo él tenía desesperación, no sólo él se sentía ir cayendo a un abismo distinto, no sólo él sufría la realidad que los azotaba. También ella estaba sintiendo que la vida se le iba. ¿Acaso Pierre no había entendido el porqué se quedó en medio de la calle para que le viera los ojos, pero sobre todo, para que la reconociera? ¡Era un tonto! No entendía lo que ella le decía entre líneas, lo que deseaba pudiera sentir a su lado. La mujer tenía que explicarle un sinfín de cosas, hacer que se calmara para poder hablar con él corazón, con la diferencia entre su yo en sociedad, su yo que deseaba una estabilidad y nivelar sus mentiras detrás del antifaz a lo que es diariamente, mezclado con su familia, con sus amistades. Había que aprender demasiado de él, pero también ella le enseñaría el arte de Eugénie Florit. El problema es si ellos están con la disposición necesaria, con la mente tan abierta y las fuerzas para soportar los azotes que la vida les marcaba. No hay más miseria que lo que ellos dos pueden provocarse, más dolor, angustia o un alma destrozada, pero también tienen la habilidad de llevarse a la gloria y no bajar de ahí jamás.

- Señor… Por favor, ¿puede tranquilizarse? Casi le he pedido que no me vea como la cortesana en este momento, parece que es lo único en lo que piensa - Negó repetidas veces, ya sin estar en sus brazos - No quiero, tampoco necesito que me pague, pero si es su consuelo entonces puede hacerlo, incluso en este momento - Su voz salía como un susurró del fantasma mientras duermes en la noche, fría, indiferente, mortificada y dolorosa. - Pero antes de explicarle no quiero seguir dando tantos espectáculos, cerca de aquí tengo un lugar donde poder estar, sin que nadie nos moleste, claro - La mujer le tomó del brazo con delicadeza, aunque a la espera de ser rechazada, para su buena suerte no le hizo ningún desprecio. Avanzaron porque ella casi lo arrastra. Dos cuadras hacía abajo, una más hacía la derecha y frente a ellos un edificio que asimilaba un hotel, pero que no tenía nada que ver, se trataba de departamentos de una planta pero amplios que las personas ostentosas de la clase alta podían comprar, así pasaban tiempo de descanso sin familiares, su madre se lo había dado por si el cansancio le era más grande al regresar de clases. Una vez por semana lo limpiaban, ese no era el día.

- Se trata de un hogar improvisado - Le recalcó mientras avanzaban, cruzaron la calle, subieran las primeras escaleras, y pronto se encontraban frente a la puerta. La mujer sacó la llave debajo de un tapete que se encontraba frente a la puerta, y la metió en la manija para luego poder pasar. El lugar era muy bonito en realidad, cómodo, con finos muebles, todos perfectamente acomodados. La chica cerró los ojos, estar en un lugar así, sin los ojos de otras personas, simplemente con la persona que más necesidad les había provocado era extraño, quizás demasiado ¿En que momento saltaría uno sobre el otro? ¿Lo harían? No tenía idea. Probablemente no por el orgullo que tienen, no es demasiado fácil sobrellevarlo - ¿Desea algo de beber? Hay de todo tipo de licores, solo pida y le serviré - Le dedicó una sonrisa tímida pues le estaba mostrando otra parte de ella, algo que quizás no a cualquiera le enseñaría, no es que se caracterizara por ser una mujer de muchas amistades, los conocidos que diariamente frecuentaban eran mera necesidad protocolar. - Una cosa es el burdel, y otra cosa mi corazón o mi mente, no pienso en ningún cliente cuando salgo de ese lugar, más que en usted - Se atrevió a reconocer sin importar las consecuencias, él había desnudado su alma, ella también podía hacerlo.

- ¿Qué deseo? Esa es una buena pregunta, ni yo misma lo sé - Al menos la mujer se está comportando con franqueza, que es lo que importa - Quisiera ser su mujer - Aseguró, y el silencio se hizo presente en aquella casa anteriormente desocupada - Pero no sé que implique serlo, y si existirá fidelidad, Genie, es la prostituta que está en el burdel, mi nombre es Eugénie, y mis aspiraciones son otras - Le aseguró mientras se sentaba en uno de los amplios y cómodos sillones del lugar.


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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Vie Jul 12, 2013 10:34 pm


Absorto en sus pensamientos, caminó a su lado sin protestar, sin decir una sola maldita palabra que pudiese arruinarlo todo, si acaso aún existía esperanza. Pierre se encontraba en un estado de trance; la situación no le favorecía en lo absoluto y aún cuando ella dijera cualquier cosa, había detalles que necesitaba concretar antes de poder dar una respuesta. Ignoró por completo la cantidad de pasos que dio, el giro en las esquinas y los edificios que se ceñían sobre él como los filosos dientes de una bestia. No había nadie más allí que su infinita desesperación, ella y él. Gruñó por debajo. Observar el sitio a donde Génie lo llevó, le fue repulsivo. ¿Qué era eso, una de sus muchas casas de citas? ¿Cómo podía si quiera llevarlo hasta ahí? Por supuesto eso no le habría importado de ser sólo un transeúnte más que se topa con la cortesana y le dan ganas de tirarse una noche con ella. ¡No! Es de día, y frente a todos los demás, no está siendo el descarriado y petulante bastardo de siempre. Frunció el ceño y, nuevamente, no dijo nada. El silencio es el peor de los enemigos o el mejor de los aliados, para Pierre, resultaba ser una extravagante combinación de ambos. La desesperación lo abofeteó como nunca antes en la vida. En ese momento, ella explicó el ‘por qué’ conoce ese lugar. Pierre no necesita que se le aclaren las cosas, Génie no tenía porque explicarse ante un desconocido, sin embargo, los dos parecieron realmente aliviados después de esas palabras.

Una vez adentro, Pierre intentó tragarse el nudo que tenía en la garganta, pero su desequilibrio mental en ese momento, era más grande de cualquier otra cosa. No sabía si correr, si golpearla, abalanzarse sobre ella y poseerla hasta que sus cuerpos se secaran o simplemente despedirse sin más nada y dejar que el destino se encargue de las cosas. –No- Musitó, como si hubiese sido sólo el susurro del viento quien hablase y no la tosca voz de un hombre. –No quiero nada, Eugénie.- Carraspeó. Su saliva estaba amarga, sentía enormes ganas por escupirla y dejar que lo agrio de la situación se fuese al carajo con todo. Llevó ambas manos hasta su nuca. Se sobó el cuello, bajó por los hombros y destenso la zona. Desgraciadamente, el peso que sentía encima de él no se aliviaría con un simple masaje y es que los demonios que carcomían sus pensamientos eran demasiados. ¿Cómo poder explicar toda esa maldita vorágine? –Si no sabes lo que quieres, ¿cómo es que pretendes ser mi mujer?- Emitió un quejido parecido a una burla dolosa. Se sacudió la cabellera un par de veces tratando de asimilar los hechos. –¿Cc… Ccómo decirlo? ¡Ni siquiera yo sé lo que tenga que implicar un papel como ese! Mis expectativas eran otras, pero el destino jode ¡Vaya que le gusta joder!- Con cada palabra, la exasperación de Pierre se hacía más evidente, lo que necesitaba ahora era escuchar la estúpida voz de su madre acompañándolo, porque aún cuando fue un desgraciado con ella, esa mujer había sido la única que podía calmarlo con un simple abrazo. Eso, precisamente eso es lo que le hacía falta. –¡No eres tú la del problema!- Levantó los brazos y llevó sus palmas hasta la cuenca de sus ojos; se escondió detrás de ellos y pretendió que ella no existía, pero al abrir sus manos de nuevo, la observó inmutable y quizá herida. No pudo soportarlo. Fue hasta su encuentro y la abrazó.

-No lo entiendes, no logras si quiera imaginar lo que me está devorando en este momento. Me es inexplicable, incomparable y abrumadoramente insoportable.- Su cuerpo cerró el paso del ajeno, envolviéndola completamente, parecería extraño saber que su complexión encajaba a la perfección con la de ella, pero no lo fue pues sus cuerpos ya se habían acoplado anteriormente y esto sólo era un acto reflejo de lo vivido en el pasado. -Te odio, mujer. Te odio con todo el orgullo del que soy capaz; también te deseo con necesidad violenta y enferma.- Se apartó de ella negándose, negándola. Meneó la cabeza sobándose el tabique de la nariz, buscando la forma de calmar el dolor de cabeza que estaba padeciendo en ese momento. –Necesito algo fuerte, ¿Tienes absenta? No tengo tiempo para sonar refinado, quiero que esto me de vueltas y toda mi puta confusión desaparezca, al menos por ahora.-



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Mensaje por Eugénie Florit Vie Jul 19, 2013 1:34 am

Cómo si las cosas no fueran difíciles para ella. ¿Acaso el no se daba cuenta? Como era de imaginarse resultaba muy egoísta, el sólo hecho que él pensara solo en su bien, o en su tranquilidad ya era muy lamentable, a ella no le gustan la sensación de verse para servir a un hombre, ¿el amor era así? Ni siquiera comprendía que era amor, pues la sociedad estaba acabada, porque imponían reglas por encima de las corazonadas, porque imponían de esa forma arreglos que hacían incrementar su fortuna mucho antes que una estadía agradable en un hogar. No sabía muchas cosas, por ejemplo, que se podía sentir bien la compañía de un caballero fuera del burdel. Que deseaba aspirar a más con una persona que no fuera simplemente el amor a su padre, o a sus hermanos, las cosas eran distintas con ese cabrón, porque, no había otra manera de llamar a Pierre, un cabrón hecho y derecho, bien formado, que podía resistir embates de la vida como esas a las cuales ambos llamaban amor. ¿Eso era no? O quizás ella estaba pensando más de la cuenta. Suspiró acomodándose mejor en los brazos masculinos, la seguridad que le transmitía era extraña, porque al mismo tiempo él tenía la manera de destruirla, segura se encontraba de que su familia no lo haría. Aspiró profundamente su aroma, tan masculino, limpio al mismo tiempo, y erótico, aunque ese último punto ella quizás lo alucinaba. Cerró los ojos, pero no buscaba volver a abrirlos, si la situación fuera un sueño, más valía no se despertara nunca.

- No me sueltes - Se atrevió a pedir, abrazándolo con un poco más de fuerza, escondiendo su rostro en el pecho ajeno, y pasando ahora sus manos hasta acariciar la espalda masculina, lo hizo con lentitud, subiendo sus manos al poco tiempo para así poder acariciar su nuca, y el cabello cercano a la misma. - Si lo hay, pero no quiero que pierdas el sentido ¿podrías queda serenos aunque sea un rato más por mi? Se que no debería pedirte nada, que incluso debería obedecer a lo que pidas, como toda perfecta mujer sumisa que entiende su postura en está sociedad, pero de ser así no sería yo, así que por favor, cumple mis peticiones, por este momento - Y giró el rostro, dándole un beso sobre su pecho, prolongado, pero para nada malicioso. Acarició también sus marcados brazos, como reconociendo los mismos que había tenido aquella noche ¿por qué cambiarían? Eso sería absurdo, pero de igual forma sentía la necesidad de hacerlo, esas ganas de volverle a desnudar comenzaban a albergarla, pero se contuvo, porque no deseaba volver las cosas una simple y banal relación a base de sexualidad. Tragó saliva - No te quiero soltar - Reconoció en voz alta, pero eso se trataba de un pensamiento, de un deseo tan profundo que salió a flote. - No quiero ser tu mujer, en realidad tu quieres que lo sea - Se atrevió a burlarse para poder quitarle un poco de tensión a la situación, o al menos eso era lo que ella buscaba, de igual forma Pierre era tan temperamental que seguramente se molestaría, pero le importaba poco, ambos tenían parte de mando en aquella "relación". - Sino entiendo todo lo que dices, deberías entonces explicarme, lo merezco, lo merecemos - Finalizó, y al poco tiempo se separó, está vez se dirigió a el cuarto de junto, donde sacó dos copas y eso que le había pedido él, nunca lo había probado, pero para estar parejos haría el intento, sólo por él.

- No me odias - Se atrevió a decir, pero realmente ella se convencía a si misma de eso. ¿Y si de verdad la odiaba? Eso sería cruel, jugar con ella, que dolor, porque sentimientos habían ¿No? Dudar, y analizar más de la cuenta le estaba creando un severo dolor de cabeza. Le estiró la copa y dejó su cuerpo caer sobre el primer sillón que había a su alcance, se acomodó, como queriendo encontrar un abrazo, o simplemente una manta que le diera calor, y tranquilidad, que fácil era ser una afortunada de la buena clase, de esa forma no necesitaba preocuparse por todo eso, y sólo sonreír de buena manera. Si, a veces aparentar es mejor que demostrar, porque las demostraciones la hacían débil, y ella no se quería considerar de esa forma. - Aclaremos de una vez el porqué estamos juntos, no tengo deseos de discutir contigo, prefiero regresar a casa, porque me fastidian estás situaciones, sino hubiera querido estar a tu lado habría dado la vuelta por la calle contraria, pero parece que no lo ves - Le aclara, mostrando ya exasperación. - ¿Me odias? Si me odias entonces vete - Comenta molesta - No me gusta que me digan estupideces en mi hogar - Y el silencio se hizo presente de nuevo.


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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Lun Ago 12, 2013 9:30 pm


Fragilidad; la mujer entre sus brazos representaba a la perfección esa palabra. Pierre sintió como Eugenie se volvía de porcelana, sólo suspendida por los brazos de si mismo. Atrapada, envuelta, protegida. Él tampoco deseaba soltarla, pero por más que quisiera apegarse a lo que su interior dictaba, el pensamiento superficial hacía de las suyas. Podía saborear la repugnancia de la situación, un dejo tan amargo que el escupitajo sólo aliviaría efímeramente el hambre de su boca; pero ella era la calma al mismo tiempo. Había dos cosas demasiado claras en su vida, una era hacerse de toda la fortuna que su difunto padre –y del cual se sabía bastardo- le había dejado y la segunda continuar con su libertinaje hasta el punto de la perdición. No lo entendía. Ya estaba perdido, y de la peor forma que pudiese imaginar. Sus brazos rodearon la fragilidad de la mujer, haciéndole sentir segura bajo su abrazo, obsequiándole ese segundo más que tanto pedía. Pierre aspiró el perfume de su cabello, comparándolo con el de aquella noche. No era lo mismo, le sabía diferente. Era dulce, inexplicable. Enredó sus dedos entre la seda de sus cabellos. Deslizó ambas manos por el arco de su espalda. La tela del vestido les estorbaba, pero en los pensamientos ya incompetentes del hombre, la escurridiza idea de llevarla a la cama, había sobrepasado lo que pretendía. Cerró sus ojos al igual que ella y apretó más sus brazos alrededor de su cuerpo. La eternidad tenía un alcance después de todo, se sentía tan bien. Se permitió flagelar a sus demonios, entes malditos que ella había aplastado con tan solo la primera de sus sonrisas, sombras que fueron sustituidas por otras…

Pierre, ahí donde se ve como un hombre lleno de coraje, altanería y distinción; no es más que el niño ausente. La necesitaba a ella, una necesidad asfixiante que no sólo recaía en la satisfacción carnal, sino que el sólo hecho de pertenecerle a ella, le auguraba un punto de llegada y uno de partida, cosa que no tuvo jamás, ni siquiera en la presencia de su madre. Se apartó de ella con suma suavidad, pensando, frunciendo el ceño, despejando la vorágine malintencionada que giraba alrededor suyo, con los gritos estrafalarios de esos demonios acechantes. Ellos no la querían, no la aceptaban y, aunque ella los había eliminado por completo, las cenizas de su presencia continuaban flotando sobre Pierre. –No quiero que lo seas. Eso es lo que no puedo explicar.- Su voz sonó tres octavas más debajo de lo normal, más agresiva, ronca, imponente. –No quiero que una puta selle mis labios.- Se dejó caer en uno de los sillones esperando que ella apareciera de cualquier lugar. Pierre era incapaz de ponerse en el lugar de la doncella, su egoísmo le cegaba a un punto en que la frustración comenzaba a ser castrante. Sus manos se cruzaron frente a su pecho. Mantuvo la mirada en un punto fijo. Ella tenía razón, la tenía… pero él necesitaba tiempo. Mordisqueó su labio inferior y sonrió de medio lado, no había duda. Eugénie no es una dama y tampoco es sumisa. –No seas imbécil- Dijo relajando los músculos, ella estaba pidiendo a gritos al viejo Pierre y lo iba a tener. –No alcanzas ni mi odio, Génie- Estiró la mano para tomar el vaso con la absenta dentro. Lo observó y revolvió con la mano, creando un remolino en el interior. Humedeció sus labios con la lengua, sólo para sentir un segundo después, que volvían a estar secos. Arrojó el trago garganta abajo y la quemazón del líquido parecía ser impune comparado con el ardor que sentía dentro. –Me voy- Dijo carraspeando y poniéndose de pie. –No soportas estas situaciones, y perdona si soy tan pendejo como para no entenderte… pero es que ese es el punto. Nunca había tenido que ponerme en los zapatos del otro, y no serás tú la primera. No lo hice con mi madre a la que humillé y maldije infinidad de veces por ser una zorra; no lo haré con alguien que me la recuerda.- Estaba roto, sus palabras fueron hirientes porque no sabía más qué decir, no tenía la remota idea de su reacción, de lo que debía o tenía que hacer. -¿Cómo se domestica a una bestia, Génie? Cuando tengas la respuesta, búscame.-

Se detuvo frente a la puerta de salida, sólo para girar su rostro y verla una vez más. Error. Corrió a sus brazos y la poseyó sobre el sillón. No había necesidad de que ella buscase una respuesta, ya la tenía, él la sabía... sólo era cuestión de que lo ayudase a verla ¿Cómo? Ese, ese precisamente era el problema.


FDR: Perdona que haya quedado 'raro'



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Mensaje por Eugénie Florit Lun Sep 02, 2013 12:11 am

Los modales, eran una de las tantas características que la prostituta poseía, podía presumir que en casa le habían inculcado los mejores, nadie le diría lo contrario, incluso en la cama se portaba como una dama, una salvaje, una verdadera puta, pero una dama a final de cuentas. Las mujeres, las verdaderas, sabían como moverse de tal manera, que el hombre, quien creía que el mundo estaba bajo su dominio, bajo sus pies, hiciera lo que más desease, es por eso que cree ser una en toda la extensión de la palabra. Él le hace sentir como su pecho se le infla de orgullo por poder dominarlo en ciertos aspectos, pero también tiene la manera de, de un momento a otro, hundirla de una simple pisada, y no dejarla levantarse hasta que se le diera la gana, aunque se último punto el caballero estaba muy lejos de comprenderlo como tal, porque aunque su interior se muriera de rabia, tristeza, dolor, enojo, jamás se lo haría saber completamente, en su interior gritaba un "no se lo merece", y aunque muchas veces no le hacía caso a su conciencia, en esa ocasión si lo hacía. Había muchísimo más que perder frente a él, que frente a cualquier otra persona. El amor que sentía hacía esa varón era su perdición, y ella estaba consiente de eso.

Y así como se dijo, así ocurrió, las palabras filosas cual cuchillos listos para rebanar llegaron. Se clavó una por una en su corazón, sin importar las más insignificantes, todas se incrustaron, y no sólo eso, el "metal" dio vueltas en su interior y le hicieron sangrar y sentir dolor, uno que iba creciendo gradualmente, sin embargo sonrió, como esas damas que están frente a su marido y que no quieren mostrar debilidad o una mala vida para no dejarlos en vergüenza. Pierre le estaba dando las armas necesarias para que lo terminara de odiar y no pensar más en un futuro con él, a su lado, aunque la simple idea ya le pareciera ridícula, la terminaba por descartar; lo dejó hablar, que se desahogara, que intentara hacerle llorar (aunque interiormente incluso gritaba), que él deseara hacer lo que quisiera, si eso le hacía creerse mucho más macho y respetable que todo lo demás, entonces ella se lo daría, cual señorita abnegada de la vida, pero ella no se iba a rendir, para nada, no ante él que sin permiso de había colado en su jamás usado corazón.

- ¿Quién le dijo a usted que tengo ganas de domarle? No, no, yo jamás busque o pretendí que quisiera cambiar todo por mi - Aunque eso era una mentira que bien podría pasarse como verdad, si él la jodía, ella buscaría la manera de hacerlo el doble, se lo merecía. Por eso no lo dejó marchar, permitió que caminara con calma a la salida, el hombre conocía ya el camino de entrada, era el mismo para largarse, lo creía lo suficientemente listo como para no necesitar una guía, aunque en ocasiones le pareciera más idiota de lo imaginable. - Puedes visitarme en el burdel, pero te haré esperar, para que lo sepas, no puedo darle prioridad a uno por sobre el resto, todos son iguales, y pagan lo mismo - Su veneno también se dejó ver, pero él tenía la culpa, si tan sólo se hubiera tomado la molestia de meditar lo que estuvo por decir, entonces otras palabras saldrían de sus labios, incluso posibles peticiones, confesiones de amor.

- Jamás te quise dejar ir, pero tampoco estoy para rogarle a un hombre - Parpadeó, pues el escenario había cambiado de un momento a otro, ¿Qué tan rápido podía ser un hombre como para que en un parpadeo te tuviera contra un sillón? Los brazos de la cortesana se enredaron en su cuello, suspiró, pero aún no se sentía derrotada, no lo estaba, no se sentía de esa forma. Había ganado demasiado en ese punto - Podría dejar tantas cosas por usted - Confesó, dándose cuenta que sino era clara ambos sufrirían pero también perderían, y la cosa era ganar, disfrutar. Le acarició las mejillas con devoción, con cariño, y luego de las orejas, como si se tratara de un pequeño, lo jaló, sus labios se unieron, y recordaba ese delicioso sabor, pero en ese momento incluso le resultó más delicioso. ¿Cómo no lo sería? Sólo bastaba la combinación del amor, la verdad, y el deseo para hacer el encuentro perfecto.


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Lo único que nos separa son los pasos necesarios para poder cruzar una calle | Privado Empty Re: Lo único que nos separa son los pasos necesarios para poder cruzar una calle | Privado

Mensaje por Pierre A. Van Kröst Dom Nov 03, 2013 3:22 pm


¿Qué tan masoquista es el hombre? La pregunta que jamás obtendrá respuesta.

El la miró, como si el mundo fuese a terminarse en ese momento, con el anhelo de solo tener sus ojos azules clavados en sus orbes, podría quedarse toda la maldita vida completamente perdido en la profundidad de esa mirada, pero no tenía la capacidad suficiente como para hacerlo. Tenía miedo. Ella también. ¡Con un demonio! La acidez en sus palabras lo confirmaba, porque las personas hieren más cuando quieren al otro, entonces ¿Ella lo quería? ¿De qué manera? La sonrisa estúpida en sus labios confirmó las sospechas. Cuan crueles fuesen sus palabras, cuan más agresivas e insultantes resultaran, más le hacía extender la curva de su boca. Fue entonces que lo comprendió. Con los brazos sobre la suavidad del cojín en aquel sillón, Pierre marcó con su barbilla el arco del cuello ajeno, creando esa ilusión de hormigueo a su paso. Respiró cerca de su lóbulo y permitió que el aire frío se colara en el espacio que había entre ellos. Su piel se erizó. Las vibraciones de su éxtasis despertaron su miembro. Aún no la tocaba y el ya la deseaba. La quería, necesitaba enterrarse en su interior, tan adentro, tan profundo, que ella ya no pudiese desprenderse de su esencia, de sus marcas. Quiso herirla, pero era tan hermosa…

-¿Hacerme esperar? No me quedo con las ganas Genie, putas como tú hay muchas. Nada te hace especial- Sonrió con un guiño. Ahí estaba nuevamente la desesperación, pero tal pareciera que es la única forma de comunicación entre ambos, tal pareciera que es el idioma con que se expresan los imbéciles y malnacidos tipos como él. El problema no radicaba en lo que Pierre pudiese decir o no, sino en que ella también lo hacía de la misma forma. Tomó su mentón y lo acarició con la devoción que siente un amante. Rosaron sus labios, apenas perceptible. Bajó la cabeza e hinchó los hombros. –Pero no quiero a cualquier puta y tú no necesitas el dinero que te pagan ellos- La frase iba implícita, pero jodidamente clara para ambos.

Pierre no sólo batallaba con sus demonios internos, también lo hacía con aquellos que flotaban a su alrededor; su maldita educación fue un reverendo asco y por eso nunca supo como actuar ante este tipo de situaciones. Todo lo que alguna vez había querido, falleció junto a su madre. Se apartó de ella. Su falo estaba completamente erguido, pero el deseo que le tenía no era suficiente, el deseo no es suficiente… Entonces las preguntas comenzaron a rondar su cabeza. Genie es una puta, ¿Sería capaz de dejar el burdel por un hombre? ¿El podría acostarse sólo con una mujer? Sacudió la cabeza. No, no lo harían. ¿Podría él estar seguro de que ella sería completamente suya? No, no podría. ¿Estaban dispuestos a compartirse? Por supuesto que no. –Estamos jodidos- Musitó en voz baja poniéndose de pie. Su mente le decía vete, pero su miembro ya despierto le gritaba quédate. Pero no se follaría a esa mujer, no sobre ese sillón, no en esa casa, no en esa situación. La prefería en el burdel, con aquel antifaz, con aquella sencillez de una cogida con la desconocida que no volvería ver nunca porque no la necesita, porque no la requiere más que para el desquite. Hacerlo ahí significaría todo lo contrario; aún no esta listo. . -¿Tienes el antifaz aquí?– Preguntó con la sonrisa en la comisura de sus labios. –Porque quiero follar con aquella puta del burdel, no contigo y nunca te lo pongas en esta casa, nunca con otro hombre.- Detrás de esas palabras se escondía quizá, el temor más grande que tiene Pierre; el hecho de que no le guste la dama detrás del antifaz, porque tal parece que él se enamoró de la mujerzuela… y eso precisamente es lo que más aborrecía.



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Mensaje por Eugénie Florit Miér Nov 06, 2013 4:26 pm

La confusión reinaba en su interior. No había peor cosa para ella que eso, no tener respuestas a cada una de las preguntas que se formulaba. Lo malo de estar con alguien como él, es la forma en que pasaba de un estado de ánimo al otro con tan sólo un suspiro. Si tan sólo ambos pudieran guardar silencio, sólo contemplarse, dejar que el sentimiento reinara, pero no, el orgullo siempre aparecía para abrazarlos, para hundirlos poco a poco hasta que de mala gana sus tenían que levantarse tirando zarpazos que desgarraban a cualquiera. Sólo bastaba una palabra mal dicha, pero ella ni siquiera quería ya hablar, necesitaba besarlo, acariciarlo, comprobar que hacer el amor no sólo era un mito, o el recuerdo de un burdel que se olvidaba cuando aparecía el alba. Aquella situación la puso a la defensiva. Mostrar a Pierre exigiendo lo que no puede dar le dio un golpe fuerte en el corazón. Él provocó que volara por los cielos exigiendo estrellas, capturándolas, volviéndolas suyas, incluso acarició a la luna, pero de un momento a otro la dejó caer. Que triste, cuando se decide a querer a alguien, ese alguien sólo se enfoca en destruirle.

- Repite lo que acabas de decir, Pierre - Exigió - Quiero que lo repitas para que te des cuenta lo que acabas de decir. Cometí el error de dejar que me vieras fuera del burdel, comí el error de pasar frente a tus narices para que reconociera mis ojos ¿Sabe lo arrepentida que me siento? Es poco a lo que se imagina, es la peor acción que yo pude cometer, no debiste conocerme - Caminó con elegancia, con sumo detenimiento para atravesar aquel salón dónde sólo ambos eran presentes de la desesperación ajena. ¡Ella estaba dolida! Y cuando se encontraba de esa manera actuaba de la peor forma, se estaba salvando el corazón como nunca antes; anteriormente a la única persona que había querido de esa manera se había ido lejos, claro que el amor no era el mismo, su hermano era su héroe, su modelo a seguir, pero la había dejado, el mismo destino estaba teniendo con el hombre que le hablaba en ese momento; caminó entonces hasta toparse frente a un cuadro de su padre, al pie del mismo se encontraba una pequeña caja, la abrió sacando con cuidado un objeto envuelto en ceda negra. No tardó demasiado en hacer girar sus talones para volver a la dirección donde él se encontraba, al llegar a su lado estiró la mano para entregarle con delicadeza el antifaz.

- Márchese, vaya al burdel y contrate a cortesana que más le apetezca, cuando lo haga exíjale que se coloque la prenda ¡Ahí estará lo que busca! A la mujer del antifaz, pero no más que eso, no me busque a mi, busque su placer, su fantasía, la idea que se ha hecho en la cabeza, olvidemos de nuestros dos encuentros, es lo más sensato - Finalizó. Ella deseaba seguir hablando, decir palabras hirientes que atravesaran el corazón marchito de un hombre que parecía vivir en automático, pero no lo haría porque en su garganta algo quemaba, no le daría el gusto de verla hablar con temor, con debilidad, mucho menos soltar lagrimas; le dio la espalda de nuevo para ir directamente a servirse una nueva copa de lo primero que encontrara, a esas alturas lo de menos era el alcohol tomado, sino el efecto que provocara. Dejó la copa de nuevo en su lugar, se dirigió a la puerta y la abrió para dejar pasar al idiota del hombre. ¡Que fuera pro esa maldita prostituta idealizada! A ella no la iba a enredar en sus problemas, y mucho menos lo iba a incluir en su corazón. Aunque, quizás ya lo estuviera.


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Mensaje por Pierre A. Van Kröst Dom Dic 29, 2013 5:16 pm


En sus manos se encontraba la prenda, el antifaz de la discordia y el mismo que debía ser quemado y aborrecido por los hombres. Pierre lo observó detenidamente, evocando en su mente aquellos instantes en los que los ojos celestes de la cortesana penetraron más allá de su cabeza y le envolvieron en un hechizo cruel y amargo. Sus labios se curvearon en la siniestra sonrisa del varón sumiso y depravado que esperaba el placer ilícito de su mujer, pero no sería ahí y no sería ese día. Mordió su labio inferior y asintió. Había obtenido lo que quería, el antifaz. Con el ceño fruncido y las palabras deslizándose lentamente entre sus dientes, lengua y labios, preguntó -¿Si me lo llevo, qué harás para ir a que te sacien el jodido deseo?- La entonación poseía el mismo dejo burlón y humillante que el de antes, pero es que no podía permitir que ella se diese cuenta de que lo que en verdad anhelaba Pierre con la entrega de ese antifaz, era el hecho de que ella se encontrase despojada de su disfraz y, con eso, de su maldita necesidad de acudir al burdel. No quería, ¡Realmente no quería volver a verla ahí! ¿Y si alguien más descubría su secreto? ¿Si alguien lograba reconocer a la mujer detrás de esa prenda y acusarla en la alta sociedad? ¿Más aún, si tan sólo alguien pudiese darse cuenta del rostro de esa mujer, la relacionarían con él en el futuro? ¿Sería él un imbécil por encontrarla encantadora? Carraspeó.

Las preguntas se conglomeraban en su cabeza y, sin importar la respuesta que les diese, siempre saltaba la duda. En el breve lapso de tiempo que la mantuvo cerca pudo imaginarse con ella de la mano, caminando a la deriva…, ¿Cursi? ¡Sí! Pero tal vez esa era la solución, abandonarlo todo en ese jodido país y buscar la fortuna en otro. El hombre sacudió su cabeza despojándose de aquellos pensamientos que lo único que conseguían era trastornarlo más de lo que ya estaba. La vida de Pierre siempre había sido fácil, incluso cuando se le dijo que su madre era una puta cualquiera y que era un bastardo, no le dolió en lo absoluto, pues mientras el dinero siguiese entrando por la puerta de su casa, a él no le importaba su procedencia y mucho menos la penalización de los demás. Pierre era feliz en su maldita burbuja de pedantería, donde pretendía ser inalcanzable, donde él era un dios y los demás estaban muy por debajo de su mirada. Hasta el jodido momento en que llegó ella…. ¡Génie y su maldita mirada de mustia en pleno orgasmo!

Caminó detrás de ella como un espectro, como un fantasma. Se sirvió de lo mismo y bebió en la misma copa, sólo observando con atención el berrinche que ella hacía, porque eso era, un simple berrinche que se idealizó con el simple hecho de pensar que él pudiese ir al prostíbulo a buscar a esa cortesana y no a ella. Pierre se relamió los labios ansiando el poder embeberse de ella nuevamente, saboreó la última gota del alcohol y al final hizo un gesto. Sonrió con la pedantería de la que es dueño.., levantó un dedo para aclarar un punto e inmediatamente lo bajó. Nada de lo que dijera podría endulzar la situación, había sido todo. -¿Estás segura que quieres que me lo lleve? ¿Tienes más de estas porquerías escondidas por aquí? Porque entendería entonces que tu casa también es de citas y si es así, quiero una… Prometo pagarte bien- “Y no dejarte ir jamás” Añadió para si mismo. No quería irse, pero era lo más prudente. Había herido el orgullo y corazón de una cortesana que no sólo se desnudo para él en cuerpo, si no también en alma, él era el único al que había dejarlo verla sin el antifaz, pero el miedo de Pierre era inmenso, ¿Quién le aseguraba a él que no había otro? Un hombre machista jamás se haría la siguiente pregunta, o tal vez es la cuestión que más se hacen los varones con esa mentalidad…, ¿Y si no lograba complacerla, eso… en qué lo convertía? Carraspeó nuevamente tragándose aquella pregunta. –Una mujer. Sólo eso bastó para que los grandes imperios cayeran, sólo eso bastó para que yo….- Su mano derecha, subió hasta la mejilla de la mujer, la acarició con vehemencia y la mirada perdida de Pierre, de aquel niño idiota que lloró a los pies del cadáver de su madre, se reflejó efímeramente en los orbes de la cortesana. Antes de terminar la frase rugió apartándose de ella y atravesando el umbral de la puerta. Dio dos pasos hacia afuera y se detuvo, quería mirar atrás pero su razón y coraje se negaba. Si tan sólo ella pronunciara su nombre una vez más… ¡Al demonio, él la necesitaba! Regresó hasta ella y la besó como si toda su existencia dependiera del resumen de aquel beso.





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