Llevame al Extásis [Libre]

por **Silmeria Von Greys** Dom Nov 25, 2012 10:47 am

El aire no le vendria nada mal.

Se sentia mareada y a la vez cansada de no obtener respuestas de ningun tipo de guia o algo que le llevara a resolver el rompecabezas que no la dejaba dormir en paz. Se paro enfrente de una farola que estaba apagada a causa del día que acontecía en ese instante. No había nada de extraño en la gente, todas las personas eran normales, con parejas o sin ellas, niños por aquí y otros por allá.

De algún modo pensó en que no tenía ni idea de lo que podría hacer. No sabía nada. No había movimiento en su vida y comenzaba a suspirar profundamente hasta que de inmediato se dejo caer sobre un banco de piedra rectangular en el que no había nadie. Se puso a toser y estornudo, habría cogido frio por la noche, no sabía qué hacer, siempre pasaba frio y se había puesto varias mantas la noche anterior.

Los sirvientes la vieron tiritar de algún modo bajo todas las mantas de terciopelo y se había encontrado desnuda de algún modo, no supo cómo, pero se despertó sin su ropa interior inferior, húmeda extrañamente, esto se le estaba pasando de castaño oscuro y no sabía qué hacer ya que había conseguido dormir una noche. ¿Alguien le estaría gastando una broma? No sabía si era cierto o no, pero se sentía con ánimo de libido, con ganas de...

Sacudió la cabeza para olvidar aquello y simplemente se digno a tomar de su bolso un pañuelo de seda a tonos azules que iba a juego con su vestido. De inmediato se lo puso sobre la nariz y estornudo de nuevo-Que frío...o ...-saco ahora el abanico, lo abrió y simplemente comenzó a darse aire. Notaba el sudor de su frente rodar por su piel pálida. Noto el calor viniendo hacia ella y ahora no era frio. La temperatura había cambiado. ¿estaría enfermando?

por **Teniente Lecrerc** Mar Nov 27, 2012 4:15 am

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Caminaba lentamente por la calle, el uniforme estaba cubierto por una gabardina azul reglamentaria del Ejército, el frío era espantoso para él, que estaba acostumbrado a las arenas de Egipto o a las praderas Americanas en las que había estado.

La gorra de oficial estaba ajustada perfectamente a su cráneo, muchas veces el uniforme infundaba respeto entre los ciudadanos, pero otras muchas infundaba la sensación contraria. Nunca había un término medio, y él lo notaba en las miradas de la gente.

Lo único que no estaba oculto por la gabardina, era la espada, que colgaba de su cintura y se dejaba entrever por lo bajo.

Guillé Lecrerc avanzaba silbando, sus pasos resonaban cuando sus botas altas entrechocaban con los adoquines de la calzada, pero ya estaba cansado de pasear, así que busco algún sitio, una dama algo inquieta, visualizó en uno. ¿Estaba abanicándose? ¿Es que estaba loca?

Se aproximó a ella.

-Bonjour, ¿puedo sentarme, señorita?- dijo, con su siempre inquietante voz.

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