Just holidays - Emerick

por **Greta Ivashkov** Lun Dic 24, 2012 8:50 pm

"La dicha suprema de la vida es la convicción de que somos amados, amados por nosotros mismos; mejor dicho amados a pesar de nosotros." - Víctor Hugo

El preludio a las fiestas no era más que una psicosis colectiva que esclavizaba tanto a grandes y chicos. Presas del consumismo y el espíritu familiar y festivo las familias se reunían, se preparaban haciendo festines acordes a sus ingresos y poderes adquisitivos. Ricos, cuanto más ostentosos mejor. Pobres, apreciaban cualquier pan sobre la mesa. A Greta los días venideros le parecían iguales a los pasados, no había nada de especial en esas fechas salvo un tráfico insoportable en las calles y los mercados que corrían a lo ancho y largo de la ciudad, pero para su fortuna varios lugares eran ignorados.

Sus tabernas preferidas estaban histéricas vendiendo alcoholes y recibiendo a los abandonados, sus cafeterías apestaban a un dulce empalagoso que se filtraba por entre tu garganta, obligándote a revolver hasta tus entrañas. La joven encontraba refugio en la Biblioteca y las afueras de Paris, más tranquilo y quieto que de costumbre. Era justamente en estas fechas cuando la avaricia se disfrazaba de benevolencia y amistad. Olvidaban la cultura para dejarse llevar por el capitalismo. Entonces algo cruzó por su mente, el único lugar que permanecía inmortal a cualquier hecho, y ese era el viejo burdel a dos cuadras de su casa. El solo hecho de recordar el olor a sexo ruborizaba sus mejillas todavía pudorosas, aunque era ambiguo dado su experiencia en el tema. No era mucha pero también la necesaria.

Sus dedos desenredaron una leve atadura en una de sus puntas rubias y sedosas, dejando que el cabello pudiera seguir el ritmo del viento que comenzaba a levantar en aquella tarde del verano cálido pero con poca humedad. Llevaba un simple vestido de gaza blanca, contrastante con el leve tostado que había adquirido en eso últimos días. Sin mangas y con botones cubriendo su firme busto, se disponía a recostarse en un asiento en el que hubieran cabido tres, flexionando sus rodillas para que sus suelas de zapatos marrones pudieran amoldarse a los bordes de la piedra porosa que hacía de banco. Un libro descansaba cerrado a un lado, entibiándose con los rayos del sol que apuntaban en su dirección. Era una postal donde brillaba la simpleza, disimulando su altanería. Sentía como contrastaban los viejos humos y vapores del tabaco contra la naturaleza pura de los jazmines que la rodeaban. El agua picando de las fuentes apenas interrumpidas por cantos de zorzales.

Era demasiado calmo para su gusto, y pese a su corta edad, los vicios comenzaban a hacer estragos desde el punto de vista de la dependencia. Hubiera preferido la nicotina llenando sus pulmones y no el aire puro que ahora la embriagaba en más sentidos de los que hubiera podido imaginar. Nadie pisaba los jardines botánicos en cualquier época del año y mucho menos ahora. Si no era la nieve, era el calor o las lluvias. Siempre había peros, nunca podían disfrutar del día y ser ignorantes de su propio destino. Quizá todavía era demasiado joven para ser invadida por las preocupaciones, o había optado por no hacerlo para disfrutar de su sueño en completitud.

Sus párpados caían pesadamente negándole sus luceros al mundo, egoísta tanto como la dueña si sus deseos estaban comprometidos. Que el mundo continuara con sus fiestas y regalos, total son justamente los obsequios los que nos permiten demostrar exactamente cuan poco sabemos de alguien.

¿Resentida? No, tampoco enfadada. Quizá en el fondo solo envidiara nunca haber podido sentir en sus sueños el espíritu festivo que el mundo parecía sentir despierto.