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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Clémence Pinaud Mar Ene 08, 2013 7:44 am

"El ser humano se mueve por placer; única y exclusivamente por placer."
Manuel Vicent



Cortesana o no, podía sentir que la vida realmente había sido un fruto jugoso, maduro hasta la saciedad misma del dulzor cuyo néctar pedía a gritos ser bebido gota a gota de sus labios inexistentes, hinchado casi a rajar su cáscara como los pechos de una embarazada, repletos de leche, jugosos, nutritivos. Así era la vida, porque la vida siempre es como uno la ve y sólo basta querer disfrutar de ella para en verdad hacerlo; el mediocre sueña y se lamenta de su mediocridad, el rico sueña y goza de sus riquezas, el guerrero sueña y lucha por su victoria, y es que todos sueñan lo que son, lo que anhelan, porque después de todo, como alguna vez dijo Pedro Calderón de la Barca; toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

Y así es como ella se desenvolvía, ardiente y lujuriosa como sus mismos sueños le decían, no era cortesana por necesidad, posibilidades siempre habrían muchas y aquellas que sí lo eran; pobres chicas sin inteligencia. No, Clémence no era así, ella lo disfrutaba, ella lo buscaba, ella lo capturaba, como una gata de casa en busca de ratones, que no importa si este hambrienta o no lo esté, las ratas son un juego, un capricho, un delirio, una pasión emocionante y atrayente a la cual seguir hasta dejarse llevar por sus más bajos instintos. Y ahí estaba hoy, en busca de ese ratón.

Vigilaba a los hombres por detrás de la barra, ello no le pedían, era ella quien elegía, pues clientes siempre había de sobra, estaba en la naturaleza del hombre la búsqueda de compañía y a ella no le interesaba tanto el dinero como lo hacía lo hacía la satisfacción. Por eso los observaba entrar con su mirada cazadora, uno a uno desfilaban a sus ojos como deliciosos manjares con falta de sazón; muy gordo, muy delgado, muy enclenque, muy enano, muy pelado, muy peludo, cara de amargado, cara de “Lo único que sé usar es mi lengua” o cara de simplemente “Soy novato y no sé que hago aquí”, pero de pronto, como un radar sus pensamientos se posaron sobre aquella última persona de la entrada:

«Oh là là... ¿Qué tenemos aquí?» Sonrío para sí misma, como una leona orgullosa de aquella a quien mostraría como su siguiente presa.

Se soltó el cabello rojizo y lo dejó caer como una cascada por encima de sus hombros, y se puso de pie para abrirse paso entre el resto de las cortesanas y sus lastimeros clientes. El hombre, atractivo y varonil estaba precisamente delante de sus ojos cuando otra de las muchachas se le acercó ganándole la partida, mala suerte para la otra, por supuesto, pues Clémence no estaría dispuesta a elegir otro. Golpeó de ese modo a la mujerzuela en la mano, antes de que ella pudiese posarla sobre la piel del su hombre y le sonrió con inocencia.

Te buscan de la cocina, alguno de tus clientes te buscaba en el sitio equivocado — mintió con descaro y le observó de soslayo, con una sonrisa torcida delineándole los labios, hasta que la otra se hubo marchado.

Bonjour, Monsieur — saludó por fin al hombre, con una sonrisa coqueta que antecedía al resto de sus intenciones.

Fue ella quien esta vez se enganchó de su brazo y le invitó a seguir avanzando hacia el interior del burdel. Mujeres, hombres, caballeros y animales, todo cuanto hubiese alrededor les invitaba descaradamente a la liberación de las buenas costumbres. El aroma al opio, a los cigarros extraños, las pipas extranjeras, alcohol y otros fluidos provenientes del cuerpo, todo era una invitación a la perdida del pudor.

Le invitó a sentarse sobre uno de los sillones y se sentó ella a su lado, sin importar que aquel sillón fuese en verdad de un sólo cuerpo. Pegada a él, se cruzó de piernas, dejándole una encima para rozarle descaradamente la pantorrilla.

Y dígame, Monsieur ¿Hay algo de mi que le pueda servir? ¿Algún sueño que desee hacer realidad? ¿Una, dos, tres chicas para usted solo? ¿Privacidad o escándalo público? — sonrió con malicia — Dime lo que quieres y yo me encargaré de complacerte, dime lo que te preocupa y yo me encargaré de que lo olvides — volvió a sonreír mientras le acariciaba la linea de aquella delineada y fuerte barbilla.




"Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto."
Cardenal de Retz

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Mensaje por Eerin Schiffer Miér Ene 16, 2013 5:27 pm

La necesidad de poder disfrutar una noche sin ser culpado por nada, era prácticamente obligatorio para aquellos hombres que estaban ya comprometidos, pero al estar atados a una mujer la cotidianidad se vuelve la principal enemiga de lo sexual, por eso muchos hombre iban a burdeles para que aquella tensión sexual que sus esposas provocaban fuera desechada por unas buenas caderas moviéndose cerca de ellos. Eerin era un hombre diferente, no solamente por su condición de licántropo, que lo hacía un hombre más temperamental y difícil de manejar si estaba de mal humor, no tenia compromiso, no estaba casado, en algún lugar de parís había una persona especial esperando por él, pero no como su príncipe azul, pues para ello estaba muy lejos. El era un hombre para la mujer que lo deseara.

Ya se había acostumbrado a beber en aquel burdel, no era por cuestiones de sexo, en realidad eso nunca le faltaba, le gustaba estar en ese lugar, era divertido ver cada uno de los matices que entraba y salía, algunos satisfechos y otros no tanto, solamente se debía poner un poco de cuidado para saber quien lo estaba y quién no. –Tks…- chaqueo su lengua al notar que apenas había dado unos cuantos pasos en aquel lugar y ya varias mujeres, como leonas en búsqueda del mayor premio, lo estaban rodeando. Su cuerpo era alto, atractivo a simple vista, su rostro cuadrado estaba levemente poblado de una áspera barba, que lo hacía ver un poco desaliñado y aun más varonil. Sus hombros eran anchos, bien formados, con mucha musculatura que se podía ver por encima de aquella camisa marrón que tenia encima. Llevaba un pantalón desteñido por el uso y unas botas marrones desgastadas por el uso. La cortesana le invitaba un trago, el sonrió pícaramente, esa era una divertida forma de comenzar la noche, cuando ellas invitaban y bebían con él, no se percataban de su condición y siempre quedaban mas borrachas que él, pues Eerin tenía una extraña capacidad de soportar muy bien el licor en su cuerpo.

Escucho un chasquido cuando la mano de la chica fue retirada antes de que pudiera posar en su rostro, el hombre solamente giro para ver a una pelirroja acercándose con una traviesa sonrisa que buscaba ser inocente, pero… ¿una cortesana podría tener algo de inocencia? Eso él no lo creía por eso solamente sonrió mientras aquella nueva mujer buscaba desechar a la competencia, como siempre lo hacían. No era de su interés, el solamente estaba ahí para beber, aunque claro el no se la daba de buen hombre y también le interesaba alguna mujer con quien estar, — Cherie… — susurro el licántropo mientras inclinaba un poco su cabeza. Como una experta en manejar a un hombre, lo sujeto antes de que este pudiera hacer algo, tal vez el ya sabía que todo estaba perdido cuando vio aquel cabello rojizo acercarse a él. Dio unos pasos como ella deseaba mientras observaba y detallaba como siempre lo hacia el lugar, con un poco de tranquilidad, mantenía la serenidad y buscaba que los ruidos del lugar no le molestaran por completo. La música era alta, en esta ocasión era un piano que animadamente dejaba salir sus melodías mientras algunas mujeres bailaban y los hombres gritaban y chiflaban.

Habían llegado a uno de aquellos sillones rojos en donde se había sentado unas cuantas veces, en realidad le gustaba más la barra en donde el alcohol era más conocido, sintió el peso de la chica cerca de él. Le miro al rostro mientras ella realizaba su trabajo, aquella negociación sugerente del cuerpo femenino, que en realidad comenzaba a agradarle. Lo primero que hizo fue aspirar el suave aroma de la fémina, para poder dedicarle una aprobación con una amplia y traviesa sonrisa, su olor era fresco, dulzón y a la vez traviesa, también podía oler un poco de sus fluidos que parecían una especie de miel para las abejas, no era desagradable para nada lo era, poso una de sus grandes manos en su pierna mientras ella parecía desear domar a aquella bestia con su suave canto de sirena. –Oh mon amour deberías tener cuidado con lo que ofreces – le indico entrecerrando los ojos con una sonrisilla socarrona al sentir su mano deslizarse por su piel áspera gracias a los pelos que comenzaban a nacer. –No sé si seas capas de complacerme… ¿Quieres intentarlo?- su mano comenzó a subir por una línea imaginaria que el realizaba hasta llegar a los muslos carnosos y jugosos que ella ofrecía-Eres buena mercancía después de todo… tal vez te tome la palabra- le indico mientras sus ojos le dedicaban una mirada fugaz a su cuerpo bien formado, pero nada exagerado, alzo la mirada detallando el rostro apenas maquillado de la joven y su cabello rojizo rozar un poco en su rostro.

-No tengo problema alguno – concluyo alzándose los hombros –me gustaría olvidar ciertas cosas, eso es cierto, pero no creo que seas capaz de hacer un milagro de ese tamaño- sentencio realizando una mueca lastimera, para luego dedicarle una mirada a sus ojos. Era una pequeña mujer, según él, tan frágil que si la tocaba mucho podría romperse, o esa era uno de los temores que el siempre había tenido al estar con una mujer. Ellas eran tan dulces, tan frágiles se veían, pero a la final eran fuertes decididas y hasta más inteligentes que los hombres. Solamente se debía saber de qué punto de vista verlas –Tal vez podamos intentar que nuestros cuerpos congenien- sugirió mientras tocaba uno de sus mechones para ponérselo detrás de la oreja con cierta delicadeza.


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Mensaje por Clémence Pinaud Dom Ene 27, 2013 4:43 pm

"Lo mejor de mi naturaleza se revela en el juego, y el juego es sagrado."
Karen Blixen



Las mujeres bailaban al rededor mientras los hombres les observaban sedientos de sus caricias y las pipas consumían entre su humo la cordura haciendo que ahí reinaran los instintos. El tacto de la barbilla masculina era áspero y firme, tal y como a muchas de las cortesanas le gustaba. Sabía que había hecho una buena captura y se preguntaba si acaso negociarle una rebaja, siempre era una buena forma de asegurarse el regreso de los buenos clientes.

Su piel era cálida, tal vez más de lo que podía considerar normal, pero en ese lugar ¿Quién podía juzgarlo por estar caliente? Ella no, de hecho lo deseaba, deseaba estar tan caliente como él, tanto como él pudiese ponerla. Después de todo, no era la primera vez que atendía a un cliente con fisiología extraña y cada uno de ellos era diferente ¿Qué importaban sus rarezas mientras le funcionaran sus partes masculinas?

Sintió la mano masculina recorrer su piel hasta la parte alta de su muslo, dejándole con ganas de más. El calor era agradable, el tamaño de su mano suficiente y el deseo que le provocaba... inaguantable. Le sonrió y tomó de esa mismo para hacerse un poco más de movimiento, pues de sujetó del respaldo del asiento para incorporarse y acomodarse nuevamente sobre él, sentándose a horcajadas sobre sus piernas y encerrándole entre sus brazos, dejándole a él sin escapatoria.

Soy capaz de hacer realidad todo tipo de milagros — le respondió con la voz dulzona de toda cortesana — Sólo dime — sonrió provocadora y se arrastró dentro del mismo asiento para acercar aún más el roce de sus cuerpos, jugando a un ingenuo vaivén de sus caderas que en realidad tenía de ingenuidad lo que ella de santurrona.

No le importaba estar ahí delante de todos, no serían los únicos que hicieran un acto indebido, aquellas eran las paredes del pecado, de la lujuria y la perdición de los sentidos, de la cordura, del pensamiento. No importaban los prejuicios, las vergüenzas, ni el escándalo publico. Ella hacía su trabajo, ahí o en el fin del mundo ¿Qué importaba cuando de ello obtenía tanto placer como dinero? Nada, no importaba nada cuando el roce de sus cuerpos le provocaba y revolucionaba cada una de células hasta el deseo de desnudarle ahí mismo. Esa sensación exquisita del preludio en lo bajo de su vientre y el cosquilleo desesperante del deseo insatisfecho.

Creo que nuestros cuerpos congenian lo suficiente bien como para querer intentar algo más... intimo — susurró sobre su oído antes de atrapar su lóbulo entre sus dientes y disfrutar de su sabor con la punta de su lengua; un gusto ligeramente salado y atrayente, que permaneció sobre los gránulos de su lengua hasta volver a mirarle a los ojos — Quiero convertirte en una bestia — le confesó sujetando firmemente de su camisa hasta hacerla arrugar entre sus manos femeninas y sabias antes de soltarle lentamente y ponerse de pie.

Tercera habitación a la derecha del pasillo — le indicó — Paga a la Madame por el precio de la “pelirroja” y yo te esperaré ahí para enseñarte mis milagros — le dedicó una última mirada, cargada de lasciva, y se alejó dándole la espalda para exhibir el contorneante andar felino de sus caderas al caminar. Lo hacía de manera consciente, todo en su cuerpo debía ser una invitación, era su deber y también su placer. Por eso sólo volteó para sonreír al doblar la esquina. Confiaba en que pagaría, todos lo hacían o bien podían correr el riesgo de ser echados del burdel en mitad de sus servicios. Si el hombre tenía sus propias tácticas de evasión, lo ignoraba. Ella se prepararía para darle una noche inolvidable, una noche que le déjase a él con ganas de más.

En el interior de su habitación, rápidamente se cambió el vestido ligero y provocador que llevaba, por un conjunto de ropa interior de color negro, uno de su propia creación y que creyó lo suficientemente apropiado para el tipo de hombre que él parecía ser. Le había analizado como un hombre fuerte y decidido, uno de aquellos que disfrutaban de hacerse los rudos sin llegar a gustarle realmente el sadomasoquismo, quizás se equivocaba, quizás no, muy pocas veces caía en errores y por eso su lencería esta vez recaía un poco más en la lujuria femenina, sin llegar a caer en lo brutal ni tampoco decantarse por lo delicado; termino medio como decían los buenos carniceros, ni muy crudo, ni muy cocido.

Sin embargo no sólo ropa sacó de sus cajones, también un pañuelo de seda negra el cual tensó en sus manos para esperarle por detrás de la puerta para agarrarle por sorpresa. Fue así, tal y como esperaba, cuando el hombre entró a su cuarto y entonces ella le vendó los ojos con la rapidez de una ladrona.

Soy yo — le advirtió antes de comenzar a amarrar el pañuelo — Se llama... tócame y tómame — sonrió satisfecha y le condujo hasta la cama en donde le invitó a sentarse — Puedes acostarte si quieres.




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Mensaje por Eerin Schiffer Miér Feb 13, 2013 7:15 pm

Las féminas eran así y mucho más las mujeres que utilizaban su cuerpo para obtener dinero. Eran unas expertas en saber cómo explotar cada virtud de su femineidad y no dudaban en ningún segundo en proponerse algo y obtener lo que han deseado. Eran mujeres caprichosas, que en ocasiones elegían a los clientes por su apariencia o si ya lo conocían, por lo bueno que sus caderas se movían en la cama. Desde muy joven Eerin había sido un joven que atraía a las mujeres con facilidad, pues su apariencia varonil y nada afeminado parecía ser miel para las abejas cachondas de su antiguo pueblo. También le atraía los problemas con los hombres y los padres que recelosos buscaban que aquel hombre tomara a alguna de sus hijas. Por suerte creía que ninguna de aquellas señoritas había salido embarazada –o eso esperaba- de todos modos si lo había hecho su hijo ya era muy adulto. Dejo salir una risilla al pensar en eso, pero no le importo mucho.

Debía regañarse a sus adentros, no debía pensar en las cosas del pasado cuando estaba con una joven tan hermosa que prácticamente le estaba ofreciendo servicios ¿o ella quería sus servicios? Su rostro era hermoso, él sabía bien que los ojos podían ser el puente más cercano al alma y también a descubrir los engaños de las personas. Ellas siempre eran mentirosas compulsivas, para poder complacer a cualquier hombre decían lo que desearan, pero ya era algo que debían hacer por su oficio. El analizaba a la cortesana sin mover su mirada y borrar su sonrisa de su rostro. El movimiento de su cuerpo acoplándose armoniosamente con el del licántropo, aquel olor que de su piel nacía, ya también podía oler aquel olor dulzón que a muchos hombres volvía locos y excitaban de inmediato. Eran los fluidos de su sexo que parecían florecer como flores en primavera. Eso era bueno, algo que había aprendido con sus años era que lo único que no mentía de las cortesanas era su cuerpo, porque al final de todo protocolo para poder enganchar a un cliente, ellas eran mujeres y simplemente eso. Buscaban matar cualquier sentimiento y volverse simplemente empleadas en un trabajo que si salías enamorado perdías. Pero ¿Cómo no salir enamorado de una persona si estaban tan vulnerables? En la cama se podían ver sus defectos, sus virtudes y su verdadero ser, en una cama, se estaba asequible y mucho más las mujeres, un hombre podría llegar, follar e irse, dejando a miles de corazones rotos y más de un sentimiento convertido en odio y frustración, además de no olvidar de la decepción.

Se pudo escuchar una risa proveniente de él cuando disfrutaba los susurros provocativos que la mujer improvisaba como la cazadora de fortunas en un mundo lujurioso que era en el que estaban en ese momento, varias corrientes llegaron a su cuerpo convirtiéndolo en un campo de batalla del cual no sabía cual bando estaba, un leve suspiro se le escapo mientras sentía como su sexo buscaba despertar al sentir el calor de su contrario tan cerca, pero a la vez tan lejos; por las ropas que los cubrían. La humedad en un lugar notablemente sensible y el olor de una mujer, que se le podría considerar o comparar con una perra en tiempo –No, no quieres eso, te lo aseguro- dijo riendo mientras le apretaba aquellos dos redondos pedazos de carne que sus manos tenían para masajear mientras ella se sujetaba de su camisa. Ellas siempre eran así, la maldijo hacia sus adentros. Excitaban, provocaban, dejaban a los hombres pidiendo de mas para que ellos, como malditos perros esclavos del placer fueron detrás de ellas, moviendo sus colitas esperando mas migajas de un prostre que nunca probarían por completo.

Escucho las indicaciones de la joven y simplemente asintió con una sonrisa ladina mientras se aplastaba en aquel cómodo sofá que parecía hacerse más grande después de que aquella mujer se fue. Rio a sus adentros, definitivamente aquella mujer era una nueva en los negocios con hombres desconocidos como él. Le dedico una última mirada a aquel lugar tan conocido, pero al mismo tiempo extraño, para luego detenerla en la parte de la barra, un lugar en donde había muchas mujeres deliciosamente atractivas que buscaban algún hombre que cayera en sus garras –cortesanas, diosas del placer, que como ninguna buscan complacer por unos cuantos franco- susurro el alzándose los hombros –lástima que yo no pago por el placer que doy- dijo entre una risilla socarrona mientras se levantaba y se acercaba ya a uno de sus conocidos cantineros; un hombre que había trabajado en la taberna, pero que busco oportunidad en otro lugar distinto. Apenas su amigo lo vio entendió que lo que deseaba Eerin, con una mirada de “¿Qué voy a hacer contigo?” le indico que puerta utilizar para pasar desapercibido y así pasear por los pasillos de servicio hasta llegar a su destino. La tercera habitación a la derecha del pasillo, cuando la persona subía por las escaleras principales, pero para él, no era así. Su paso era despreocupado, pero levemente acelerado, no estaba dispuesto a hacer esperar mucho mas a aquella pelirroja que parecía aun no entender lo que él en realidad era, muchas cortesanas entendían rápidamente lo que él era, pero por suerte para él, en vez de huir parecía que le excitaba mas estar con un hombre peligroso como él.

Cuando abrió la puerta de la habitación, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no mandar a la mujer lejos y lastimarla, fueron apenas segundos antes de utilizar su codo de manera violenta para alejarla, por suerte pudo predecir su olor antes de que su cuerpo reaccionara de forma violenta, dejo salir un leve gruñido mientras su cuerpo no dejaba de estar tenso. ¡Qué estúpida había sido! Pero debía entender que ella solamente hacia su trabajo. Así que como un niño que espera su recompensa por ser bueno todo el día, se dejo hacer un poco malhumorado. -…- no dijo nada hasta estar en la cama en donde se había sentado a esperar lo que aquella joven iba a hacerle, en realidad no le importaba mucho no tener una visión, pues gracias a sus oídos y a su olfato, podía saber exactamente donde estaba ella. Dejo sus manos hacia los lados para arregostarse un poco pero sin acostarse completamente –Deberías ser más cuidadosa con tus juegos- dijo el ya un poco más calmado, pero en su mente deseaba vengarse por el susto que le había dado. No hubiera soportado haberla lastimado, sin ninguna razón. –Bueno, estoy a tu merced… no puedo hacer mucho si no te veo- mintió –Así que debo esperar a que tu muevas la primera pieza de las blancas, para yo mover mis peones negros- indico el escuchando atentamente aquellos pasos que se alejaban, detenían y seguían, cerca, pero no tanto. ¿Es estaba tramando aquella mujer? Solamente esperaba que no fuera algún tipo de trampa y más importante, que terminara con lo prometido: una noche de placer.


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