Cadenas del alma [Privado]

por **Thérèse Bussiére** Vie Ene 25, 2013 7:07 am

Hacía más de unas semanas que no había tenido ni una sola premonición. El demonio que normalmente se agitaba a mi alrededor con su implacables ganas de provocarme visiones tétricas que engendraban el mismo mal ya no existía. Me sentía [...] abandonada, vacía, esperando que algo sucediese pero nada pasaba ¿Ahora era humana? La frustración crecía en mi pues no tenia signos de tener ningún poder, nada que me hiciese especial a los ojos de los demás y a los míos propios. Aunque deseaba volver a ser una bruja sabia que eso no era posible y estaba totalmente convencida que una mordedura de un licántropo no me hacia humana. Al contrario, ahora estaba encadenada a la luna.

Una luna que pronto iba a manifestarse, majestuosa y vestida con todas sus galas ¿Podría soportar una luna llena sin matar a nadie? Una sonrisa se asomo en mi rostro ante la ironía ¡Si yo no hubiese ido al bosque aquella noche seguiría siendo una simple bruja! Si no me habría enfrentado al lobo, ahora habría seguido siendo una una inocente cenicienta pero el lobo me había engullido y tocaba estar en su piel para variar. "Tú te lo has buscado" esa debería haber sido mi voz mental, mis pensamientos, pero sonaba más como el gruñido de una bestia que como un humano. Mi lobo se mafiestaba de la peor forma posible, burlándose de mi y de mis penosos pensamientos -Callate [...]- le susurré. No era una orden, más bien un ruego silencioso que se corto con la vista borrosa de unas cadenas oxidadas. Seguía sin poder ver del todo, solo contornos, sombras y colores pero era más aun de lo que había visto en toda mi vida. Si algo bueno había salido de todo aquello eso había sido mi parcial curación visual aunque a un precio demasiado alto.

-Debo hacerlo [...] debo hacerlo, no quiero matar- me repetía una y otra vez mientras las yemas de mis dedos rozaban las ásperas cadenas ¿Y si las rompía? Deseaba en ese momento tener a alguien que me ayudase, concretamente a mis padres. Grandes lobos sin una lista interminable de muertes a su espaldas. Yo ya tenia un muerto a mi lista y aunque no lo había matado directamente, indirectamente le había apuntado a una muerte segura. Me sentía culpable pero aunque era una niña, una niña que apenas empezaba a salir de la adolescencia me negaba a llorar y a compadecerme de mi misma. Le había dado sepultura al pobre hombre y había dejado que su alma descansase en paz mientras mi humanidad parcial me abandonaba por completo. A veces tenia la sensación que su sangre corría en oleadas sobre mis manos como una fuente rítmica de sollozos pero pocas veces me percataba que era mi lobo el que jugaba con mi imaginación y se reía de mis sentimientos.

¿Tan malo era?

Solo tenia una respuesta a esa pregunta. No. Yo le hacia malo al querer reprimirlo. Al querer encadenarlo a las paredes de un calabozo poco concurrido. Yo lo hacia una bestia comportándome sin humanidad pero era necesario o tal vez solo para mi pobre salud mental -Necesito ayuda- murmure con algo más de voz y el eco de mis propias palabras sonó más desesperado de lo que me habría gustado. Mucho más atormentado. Negué con la cabeza mientras cogía uno de los grilletes y lo envolvía alrededor de mi muñeca derecha. El contraste entre mi vestido de color almendra pálido y el oxido hacia que eso pareciese algo irreal e inhumano. Una sonrisa se asomo en mis labios cuando la imagen de una doncella encadenada y rogando por ayuda llego a mi cabeza. Sonrisa que pronto murió cuando con un leve tirón la cadena de rompió dejándome libre y con el grillete alrededor de mi muñeca -No, yo no voy a rogar por ayuda, yo voy a rogar que me encadenen aun más- murmure para mi misma mirando perpleja hacia las pruebas de algo que no me había dado cuenta antes. Mi propia fuerza.