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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Dulcie Sterling Mar Abr 02, 2013 10:40 pm

A todos nos persigue un ayer…

Sucia. Su cuerpo y su alma estaban mugrientos, arañados, penosos. Aún sentía el cuerpo débil, las piernas le flaqueaban, las rodillas le temblaban y los brazos le ardían. La corteza del árbol no era suficiente para sostenerla, y la sangre que emanaba de su cuello se perdía en el escote -había dejado de intentar que mermara-, y comenzaba a provocarle mareos. Ya no podía llorar, no le quedaba una sola lágrima, aunque los ojos le dolían como si le hubieran lanzado ácido. Se cubrió el rostro con las manos temblorosas y descansó la cabeza en la incómoda posición. Aún era de noche, podía escuchar a los grillos que disfrutaban de las últimas horas de oscuridad, la misma que había sido testigo de los fatídicos y eternos minutos que la habían hecho partícipe de una orgía de vampiros. Necesitaban un juguete, un monigote del cual aprovecharse, y ella había sido la elegida, y luego de haber creído que iba a ser asesinada, la dejaron abandonada –claro, nadie asesinaría, sin autorización, a una esclava de Mikhail Argeneau-, casi inconsciente y malherida. Cuando había recuperado la razón, terminó descubriendo su ropa a un costado, y se vistió entre lamentos y sollozos. Estaba aterrorizada, jamás se acostumbraría a esa vida, por más que hiciera años que transitaba la ruta del desconsuelo, pero no tenía recursos y su mayor temor era que el único ser que amaba en el Universo, y que la amaba, terminara chupado por ese embudo de muerte y soledad. Su hermano, el maravilloso Strider, era el motivo por el cual resistía. Muchas veces había pensado en rebelarse, esa idea había aparecido como un alud en su inconsciente, y tomaba consistencia conforme los días corrían, sin embargo, las consecuencias terribles las sufriría él, y era suficiente con su propia carga de ser el títere de Argeneau. Le provocaba una profunda e irrevocable culpa la situación de su mellizo. Nunca debería haberse arrojado a esa misión de recuperar la libertad de Dulcie a cambio de su sacrificio, ellos estaban condenados.

Se dejó caer a la tierra húmeda. El aroma silvestre la serenaba y le devolvía la claridad. Era una noche sin Luna, pero las estrellas propiciaban una caricia, que, a pesar de que las envolvía el cielo opaco, seguían latentes. Se motivó con el hecho de que pronto amanecería y podría regresar, sin embargo, no podía darse el lujo de desaparecer el Castillo de If. ¿Cómo podía ser que ninguno de los empleados de su captor hubiera ido por ella? ¿La estarían probando? No, él sabía que Dulcie era incapaz de huir, fuere como fuere, no sabría sobrevivir, pronto sería encontrada y terminaría rogando que la mataran porque no soportaría los tormentos. Varias habían sido las veces en que la habían llevado al límite, a la humillación de rogar que acabaran con ella, y cada vez que evocaba aquellos cuadros, las risas y el olor a sudor le producían náuseas. Y hacía poco menos de una hora, había sufrido uno más. Se envolvió en la capa, un viento suave pero frío soplaba y le erizaba la piel lastimada, aumentando el nivel de dolor. Recostó la cabeza en el tronco y dejó que el sueño la envolviera lentamente. Los párpados le pesaban, y tenía la sensación de que todo a su alrededor comenzaba a girar y luego dejaba de tener forma. Estaba agotada, y no le importaba que algún animal salvaje hiciera un festín con su cuerpo, al fin de cuentas, era lo que hacían con ella noche tras noche, día tras día. No recordaba la última vez que sus músculos habían sido despojados de tal tensión, podía morir, sí, claro que podía, y eso la tranquilizaba. Siempre había deseado morir durmiendo, sería una compensación a todos los vejámenes que se habían tatuado en su alma y en su anatomía. Simplemente, que su corazón dejara de latir de un momento a otro, sin avisos previos, sin memorias tortuosas. Que el abrazo de la eternidad recayera sobre sus hombros como un manto de alabanzas y las plumas de los ángeles que la conducirían hacia el purgatorio le rozaran la cara. Deseaba un rostro amistoso que observar, una sonrisa que admirar, un sueño que cumplir y un “te amo” por decir. Ojala pudiera llevarse sus muñecas, las peinaría en una nube y…

La despertó un ruido, una pisada que caía pesada sobre los colchones de hojas secas que el otoño había arrancado de su madurez. El estómago se le contrajo, el pecho se le cerró y el oxígeno entraba y salía, a ritmo frenético, por su boca. Se apretó los labios con ambas manos, no quería que ni un solo ruido la delatara. Podía ser cualquiera. Por unos instantes había pensado que por fin había encontrado paz, pero esa palabra jamás había formado parte de su vocabulario ni de su existencia. Los únicos momentos de sosiego habían finalizado años atrás, cuando se acostaba junto a Strider, siendo los dos unos niños, y se dormía acurrucada a él; no sabía lo que era el frío. Pero en ese momento, un escalofrío tras otro le surcaba la espalda, la cual apretaba contra el árbol, podía jurar que rasgaría su propia piel y su columna se incrustaría en la corteza. Otro paso más, Dulcie encogió las rodillas. ¿La estarían buscando? Hiciera el movimiento que hiciese, delataría su paradero. A pocos metros estaba la laguna, si tan sólo pudiese llegar a ella, ganaría tiempo. No, no ganaría ningún tiempo, si no, que moriría ahogada, en el mejor de los casos. —Dios… —susurró, y al imaginar que podían haberla escuchado, se apretó la boca más fuerte. Sentía los dientes resquebrajándole la parte interna de los labios y las encías le dolían por la presión que ejercía. Los pasos se detuvieron cerca, si no podía verla, quien fuese, estaba a tan corta distancia que, seguramente, oiría el martilleo de su corazón.


Última edición por Dulcie Sterling el Sáb Abr 20, 2013 8:59 pm, editado 1 vez


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"No es la soledad con alas,
es el silencio de la prisionera
"


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Mensaje por Yulianna Záitseva Miér Abr 03, 2013 5:43 am

"Cuando me encuentro con una criatura,
encuentro la voluntad del poder".


Como una sombra, así se deslizaba Valentina en el medio de la noche. Silente y atenta observaba con detenimiento cualquier detalle, toda minuciosidad al alcance de su inquieta vista. Tenía muy presente que llevar adelante aquella clase de aventuras tenía más las de perder que ganar, pero eran necesarias para su cometido. Sí claro, podría juntar hierbas por la tarde si quisiese, acompañada de alguna doncella o hasta por el chofer de su carruaje personal, pero las costumbres antiquísimas que regían en la confección de ciertos hechizos que la rusa manejaba determinaban que ciertas raíces y flores debían ser recolectadas únicamente bajo el cielo nocturno, de lo contrario el efecto de aquellos poderosos conjuros que la bruja utilizaba generalmente para atraer a sus víctimas podrían verse seriamente comprometidos. Y el error simplemente era un concepto con el que Valentina no estaba dispuesta a tratar de momento.

Si bien la búsqueda podía verse como algo sumamente peligroso, la joven había aceptado ocuparse de ello siempre, pues secretamente y muy en el fondo de su ser jamás vio a su mellizo como un mejor hechicero que ella. Stiva tenía una frialdad particular que servía de forma exquisita para realizar tareas tales como aquel puntilloso ritual para el Dios Odín que constaba ni más ni menos que colocar a la ofrenda humana sobre un altar con la espalda expuesta, y a partir de allí arrebatar la piel del sacrificado hasta que pudiese visualizarse su columna vertebral y costillas, mismas que empapadas en aquel mar de sangre en tonos carmesí eran levantadas por la mano de Stiva, una a una para así formar las alas de aquel animal mítico que se le entregaba en forma de obsequio a la deidad escandinava en un fiel reflejo devoto a su magnificencia; un Águila de Sangre.
Ella había perdido ya la cuenta de cuántos pares de pulmones ajenos habían sido enterrados ceremoniosamente en vasijas doradas en nombre de Odín a lo largo de toda Europa, pero lo que siempre recordaba es que la efectividad de sus hechizos a la hora de envolver a las víctimas que más tarde terminarían partiendo a otro mundo por un bien mayor jamás había fallado. Nunca. Eso era lo bueno de contar con un hermano como Stiva junto a ella, en la que cada uno podía asumir las responsabilidades en las que mejor accionaban y así llegar a una finalidad que resultaba siempre optima y perfecta, tal y como los designios de su divinidad exigían. No por algo ella y su mellizo se ubicaban donde hoy, todos aquellos obsequios de victoria, poder y riquezas no eran más que las generosas devoluciones del todopoderoso hacia sus fieles hijos.

Oculta bajo una capa oscura como el mismo cielo sin presencia de Luna en aquella noche, Valentina continuaba su avanzar, mismo que finalizaría al amanecer cuando en los alrededores entorno a la conocida laguna del bosque su hermano la recogería, tal y como siempre acordaban. La pequeña bolsa de cuero estaba casi colmada de extrañas y sucias raíces, entremezcladas con los pétalos de flores desconocidas, para nada admiradas por su belleza. Pero su apariencia era lo de menos, en lo que se convertirían era lo importante. Perfumes, brebajes. La forma variaba según los planes de su ejecutora, pero el resultado siempre era el mismo; confundir a la víctima y someterla a un estado de somnolencia tal que la manipulación anatómica del afectado se tornase similar a la de acarrear con un papel.

El otoño había dejado su marca en los suelos y las hojas amarillentas ya desprendidas del follaje propio del bosque advertían el avanzar de la rusa, generando un sonido que más que molestarle le preocupaba. No esperaba cruzarse con nadie esa noche, pero estaba preparada para ello. Su psiquis aun resguardaba el para nada ameno encuentro con un maldito licántropo que finalmente termino siendo no más que otra ofrenda desollada en el altar sagrado. Sin embargo, jamás será igual enfrentarse a un peón, que a todo un ejército. Consciente de sus poderes y habilidades, Valentina sabía de sus limitaciones también. Y sobre todo, sabia de su no aceptada mortalidad. Ya llegaría el día en que Odín regalase orgulloso la inmortalidad a su hija, pero para ello era necesario satisfacerle aún más.

Sus parpados se retrajeron bruscamente al preciso instante que su andar se detuvo de forma automática, como si todo su cuerpo hubiese conspirado para detenerle en contra de su voluntad. Sabía que había escuchado algo o alguien cerca de sí. Tragó saliva suavemente, intentando anular aquel nudo que amenazaba con formarse en su garganta. Debía mantener la calma, enfocarse y encontrar eso que había alterado su cotidiana estabilidad. Avanzo solamente un paso más para que las malditas hojas crujiesen y le escucho ¡Era una voz! Estaba segura, sus oídos captaron aquella especie de ruego ahogado y temeroso. Dio dos pasos más y miró a su alrededor ¡Y le vio! - ¿Me estáis siguiendo? – despojó con un tono severo, despegando rápidamente sus labios que hasta hace momentos se presionaban uno con otro por la tensión generada. Valentina sintió aquel alivio imposible de describir sobre su espalda cuando notó cierta vulnerabilidad en aquella criatura que también portaba capa oscura. Desenvainó la daga con la cual recolectaba sus hierbas y la tomó con fuerza del mango con su diestra. Exigía una respuesta, y sus accionares afirmaban aquello - ¿Acaso sois muda, de donde habéis salido? - la paciencia se consumía, o mejor dicho se entremezclaba con el miedo y el vértice de la brillante daga plateada apuntaba a la desconocida.


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"Toda devoción resguarda sus tragedias"

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Mensaje por Dulcie Sterling Sáb Mayo 25, 2013 1:33 am

No hay gobierno más poderoso que el miedo

Se había acostumbrado a vivir atemorizada. Bajo el ojo inquisidor e inequívoco de Mikhail Argeneau no tenía manera de suprimir de su alma ni de su mente la sensación constante de persecución, de ultraje. Estaba sometida a sus deseos, a lo que él ordenase que se hiciese con ella, y le sorprendía que la mantuviese con vida. A lo largo de su estadía en el Castillo de If había visto a muchos sirvientes desaparecer de un día a otro, se esfumaban como si nunca hubiesen existido. Nadie reclamaba por ellos, nadie preguntaba, ni siquiera se detenían a pensar por un instante qué había sido de su proceder. Durante su infancia había cometido la imprudencia de hacer mención a los esporádicos desaparecidos, y siempre se había encontrado con la misma respuesta: silencio. El silencio era lo que había caracterizado su vida, sin respuestas, y así, aprendió a no preguntar. Tampoco se preguntaba por qué el destino había sido tan cruel con ella y con Strider, había aprehendido las vivencias y la separación, y había terminado por asimilarlas de tal manera, que caminaba su intrincada ruta en un letargo constante, sin prisa, sin pausa. Tras los muros de la isla el tiempo no corría, sólo se terminaba, en aquel final funesto que era la muerte, y no importaba si se continuaba respirando, todo lo conocido culminaba, se tergiversaba, y hasta se llegaba a olvidar. Dulcie había olvidado gran parte de sus buenos momentos, una infancia de carencias materiales, pero repleta de amor, nunca le habían faltado los abrazos, los mimos, las palabras agradables y el aprendizaje. En su Inglaterra natal fue muy pobre, pasó frío y pasó hambre, pero tenía a su querido mellizo y a su padre que compensaban todos los males. Pero corrió con el mismo destino que todos los que caían en las redes poderosas de Argeneau, y jamás olvidaría la cachetada que significó saber que su padre la había vendido para saldar una deuda que tenía con el vampiro. No lo odiaba, su alma había conservado, inexplicablemente, la pureza, tampoco lo juzgaba, y muy en lo profundo, lo había perdonado.

Por un segundo, que la voz que la apremiaba fuese la de una mujer, le dio una tranquilidad inconmensurable. Pero, inmediatamente, recordó que la potestad de la maldad no siempre era de los hombres, aunque esa noche ninguna fémina hubiera sido partícipe de la actuación para la cual fue llevada a aquel sitio que prefería olvidar. Vio que aquella dama, que se notaba a leguas era de una condición social elevada, también veía en ella una potencial enemiga. Aquel bosque oscuro era testigo del tormento de dos almas que huían y se encontraban, pero Dulcie tenía el cuerpo y el corazón demasiado vapuleados como para adoptar una postura que tranquilizase a la desconocida. Vio el filo de la daga brillar con un destello que la Luna caprichosa se esmeró en despuntar, para que la joven fuese testigo del arma que se acercaba peligrosamente a su sensible dermis. La transpiración le corría por las sienes, y escalofríos le laceraban la espalda. No podía hablar, se había quedado muda, presa del terror. Los labios le temblaban y su garganta clamaba por emitir palabras que se negaban a tomar forma. No tuvo dudas de que aquella dama estaba dispuesta a matarla si no revelaba su identidad. ¿Es que acaso no veía el terror en su mirada verdosa, en sus labios vibrantes de miedo? ¿No lo oía en su respiración agitada o en sus dientes que castañeaban a un ritmo frenético? Dulcie se llevó las manos al pecho y con la palma se refregaba la piel. Un aullido lejano la sobresaltó, y supo que aquel brusco movimiento había provocado que la cólera de la extraña aumentase. El arma estaba tan cerca de su garganta que sentía el frío metal sobre ella. La degollaría antes de que ella pudiese siquiera evitarlo. Tragó y el nudo que tenía le provocó un dolor atronador.

N…n…no la estoy siguiendo —consiguió decir, y sintió la calidez de las lágrimas desbordándole por los párpados y empapándole las mejillas. —Mi nombre es… —tartamudeaba y no hilaba una frase en sus pensamientos. Se alejó escasos centímetros y al no sentir que la mujer se abalanzase sobre ella, logró hilvanar unas palabras —Du…Dulcie. Me…llamo Dulcie —inspiró y exhaló con fuerza. Sentía el peso de la mirada femenina sobre ella, midiéndola, escrutándola, y la cortesana no era más que un ternero asustado, clamando a mudos gritos que la sacasen del peligro. Nuevamente se escucharon pasos y Dulcie se quedó como una piedra —Haga silencio, por favor —susurró y se llevó el dedo índice a los labios. Un par de voces masculinas corrompieron la serenidad de la arboleda, los animales que se habían acostumbrado a la presencia de las mujeres, volvieron a sus escondites, aquellas guaridas que difícilmente encontraría alguien que no fuese avezado en las cuestiones. No podía reconocer los timbres de voces, quizá en aquella ocasión buscasen a la señorita que aún empuñaba el arma blanca, pero si de algo estaba segura, es que si buscaban a una o a la otra, ambas podían salir lastimadas o muertas de aquella situación. Y si bien Dulcie era ingenua, no era necesario ser una persona muy avispada para notar que la desconocida también tenía sus propios perseguidores, que ella, al igual que la inglesa, caminaba por una cornisa que corría sus límites conforme cambiaban las circunstancias, aunque la cortesana no entendía cómo una joven que oliese tan bien y usara aquella capa elegante –se había acostumbrado a distinguir las telas de buena calidad- no estuviese acompañada por una custodia.


Off: Perdón por la demora. Y muchas gracias por la paciencia.


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es el silencio de la prisionera
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