Les bêtes habitent la nuit / Privado / Terpsichore

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Camino. Casi floto por los enmohecidos techos hechos de tejas, de los grandes y humildes edificios circundantes del centro de la ciudad. Es una noche espléndida para salir de caza. Una noche bulliciosa, llena de colorido. Los humanos parecen estar de fiesta. El momento idóneo para elegir - de entre todos ellos - al más corrupto e insensible humano que detecte mi agudo olfato vampiresco. No deseo, ciertamente- conformarme con el "pequeño trago", como algunos colegas míos. El monumento- que es mi cuerpo- necesita recobrar las fuerzas perdidas por el sueño profundo. Me siento débil en mi condición de vampiro, pudiendo ser presa fácil para los hábiles cazadores en busca de la gloria eterna. De poco servirían mis alegatos. Ellos verían en mí, sólo un trofeo más en su colección. Ellos no pueden advertir, que no soy como el resto de mi especie; simplemente buscarían el momento idóneo para dar fin con mi existencia. Un sabio se esfumaría de la faz de la tierra. Como el viejo roble que ha muerto de pie, por la ignorancia y la poca tolerancia de la raza humana. Sólo ceniza de las cenizas.

Acecho.

Metros adelante de mí, puedo oler con exquisitez, a varios hombres lo suficientemente robustos para satisfacer mi sed. El más grande de ellos, un hombre de no más de cuarenta años, discute con otro de menor envergadura. Éste es muy pequeño en relación con su interlocutor y lo suficientemente asustado para evitar que un líquido amarillo escurra por sus pantalones, haciendo un charco sobre el suelo terregoso. El infeliz bastardo le sostiene por el cuello de su desgastada camisa de manta. Le amenaza con un cuchillo de cocina, que al parecer está muy afilado, pudiendo rebanarle la garganta sin ninguna dificultad a la menor provocación. Al leer su mente, puedo arme cuenta perfectamente que él vocifera y dice improperios por una suma de dinero que le debe la posible víctima. Pero no tiene la menor intención de matarle, sólo darle un buen escarmiento por faltar a su palabra de caballero. Entonces desecho la idea de alimentarme de él. Debo buscar en otro lugar menos afortunado, en aquellos oscuros callejones llenos de vándalos sin prejuicios que sólo buscan saciar sus más bajos instintos con las "chicas alegres" de la calle, que esperan pacientemente por un cliente, recargando su espalda desnuda sobre alguna barandilla a media luz.

Levito en el aire, mezclándome entre las sombras de la noche. Si... puedo sentirlos... Hay una riña justo a mis pies, entre varios humanos, uno de ellos es una joven mujer. Les miro desde las alturas. Se han enfrascado en una lucha desigual, en donde uno de ella ha resultado victoriosa, pero herida de muerte. Ahora le miro caminar tambaleante, sujetándose apenas de las paredes. La vida puede escapársele si no recibe la atención adecuada. Podría ser la oportunidad que tanto he esperado, pero me doy el tiempo justo de escudriñar en su mente, y lo que me encuentro me deja sin aliento.

En blanco.

Su mente no puede rebelarme nada de su pasado y presente llamándome profundamente la atención. Es como un libro sin ninguna historia escrita en él. Decido descender de las alturas y seguirle muy de cerca, aún incrédulo por lo que acaba de acontecer. Es demasiado joven y de inmediato me hace recordar a alguien a quien conocí hace muchas decenas de años. Voy sigiloso tras de sí, y en cuanto le veo a punto de rendirse, le sujeto por el brazo, evitando su caída. Su sangre me taladra los sentidos, pero es tanta mi experiencia, que de inmediato relego mi instinto voraz a un tercer plano. Necesita ayuda.

-Joven damisela- le digo en un tono cordial, utilizando un poco de mi glamour vampírico para infundirle confianza- Necesita atenderse la herida o puede desangrarse, permítame ayudarle. No tenga miedo de mí.

Generalmente suelo ser más intempestivo cuando se mujeres y sangre se tratan, pero ésta noche me invade la maldita nostalgia y no sé cuál sea el motivo exacto. Me siento indulgente y caritativo. Poco común que siempre voy en busca de aventuras cargadas de adrenalina, buscando salirme siempre con la mía.

Tomo a la mujer entre mis brazos, para auxiliarle, no importándome que el olor de su sangre se cuele por mis fosas nasales, taladrando mi instinto de ser de la noche. Hoy no quiero convertirme en la bestia nocturna que bebe de humanos para calmar mi sed. Simplemente me he acercado para auxiliar a una damisela en desgracia, y expiar mis culpas por una maldita vez en mi sórdida existencia.

Tal y como me pide la madame llevo a su protegida hasta el interior del burdel, escuchando los gritos y los murmullos de todas las cortesanas. Gritos mezclados con insultos e improperios hacia quien sea que haya sido el responsable de la barbarie. Al parecer la mujer es una de las mejores cortesanas, y lo sé porque – para mi desgracia  y sin poderlo evitar – puedo escuchar cada una de las mentes de toda la concurrencia. Trato de cerrar “el canal” y no escuchar absolutamente nada, tantos pensamientos a la vez, no hacen más que sentirme nervioso y si no puedo controlarme, la masacre será tal que será registrada como la más sanguinaria de los últimos cien años.

Soy conducido hacia una de las habitaciones más alejadas, depositando su frágil cuerpo herido en una sencilla cama, rodeada de cortinas y tules multicolores. Puedo asegurar – sin temor a equivocarme – que es el cuarto de la mujer herida, o en su defecto el de la madame, que de inmediato se hace cargo de la situación, desgarrando el vestido y de ésta forma, revisar a la mujer, que ya ha perdido bastante sangre. Si no se le atiende de inmediato perecerá inevitablemente.

–Es urgente que sea atendida por un médico capacitado, la herida ha sido profunda, y mucho me temo que haya lastimado algún órgano vital.

Hay muchas féminas curiosas fuera del recinto susurrando entre ellas, y no hacen más que robarle el oxígeno a la chica, que lucha por su vida. Me tomo el atrevimiento de pedirle a una de ellas que busque al médico más cercano y reconviniendo a las otras a que se retiren, cerrando la puerta tras de mí. Es cuando me doy cuenta de que estoy cubierto de sangre de la cortesana. Sangre roja, fresca, brotando de aquella herida. Sería tan sencillo arrebatarle la vida a ambas, sin dejar rastro alguno…

–Creo que no tengo nada más que hacer aquí, Madame. Espero aún esté a tiempo de salvar su vida. Sólo agradecería me facilite un poco de agua limpia para poder asearme.

La mujer apura a buscarme lo que he solicitado, dejándome a solas con la mujer. Parece delirar, pues dice incoherencias. Mientras la vida se va extinguiendo, no puedo dejar de verla con intensidad. Ella está a las puertas de la muerte, ella puede morir… Morir Una alma más que no ha pedido que su joven vida termine de ésta manera. Alguien más le está arrebatando la posibilidad de continuar con su misión, cualquiera que ésta sea.

Se me hizo a entrar a una estancia iluminada a media luz, inundada con olores agradables pero picantes. El retrete y el lavabo no eran  del tipo al que estaba acostumbrado, pero servirían para su propósito que era quitarme la sangre de la chica de las manos. Su sangre…  Observo uno de mis dedos, aún cubierto con aquel liquido color malva, deslizándose por un costado. Lo llevo a mis labios para evitar que se desperdicie, después de todo soy un vampiro, no puedo dejar pasar la oportunidad, aunque en aquel momento, en aquel sitio, mis propósitos hayan sido otros.

Con prontitud lavo mis manos, no es mi deseo permanecer más tiempo en aquel lugar, que lo único que hace es alterar mis instintos salvajes. Demasiados cuellos qué morder al alcance de mi mano. Cuellos que podrían ofrecerse por unas cuántas monedas, sin limitaciones, al igual que sus cuerpos juveniles. Soy un vampiro, pero también soy un hombre, y como tal, aún conservo el deseo del cuerpo. Rodeado de cortesanas bellas es inevitable no desear acostarme con alguna,  jugando un poco mientras la envuelvo con mi voz, haciéndola caer en mí juego, un juego peligroso y mortal.

Los gritos de la mujer a la cual he ayudado traspasan las paredes. El doctor debe estar haciendo su trabajo sin alguna clase de anestesia, puedo sentir el dolor en carne propia. Ahora el olor es distinto. Un perfume floral se ha colado por mis fosas nasales.  No creo poder soportar mucho tiempo más, debo irme de aquí, es demasiada la tentación. He aprendido a manejar mi sed con el transcurso del tiempo, pero ni el vampiro más ancestral dejaría pasar la oportunidad.

Seco mis manos con una toalla que descansa sobre el retrete. No puedo hacer más por mí por el momento, mi ropa está manchada y sucia pero debo volver  a casa para terminar con mi aseo personal. Es urgente, prioritario que salga de aquí. ¡Maldita sea la hora en que decidí ayudarle a la mujer! Todo hubiera sido tan sencillo como dejarle a su suerte. La gente muere, eso pasa, ningún humano es eterno y quizás  hoy interferí con el destino que le tenían reservado.

Abro la puerta, al momento justo en que la madame del burdel se presenta ante mí. Al parecer la chica alargará su estancia en la tierra por algún tiempo más. Eso siempre y cuando no se repita la misma escena dantesca de ésta noche, porque dado “su trabajo” no faltará otro sujeto que le vuelva a propinar una paliza en el mejor de los casos. Las mujeres como ellas no llegan a una edad avanzada: Mueren por enfermedades venéreas, o asesinadas, no hay nada oculto bajo el sol, es la cruz con la que les ha tocado vivir.

–Me alegra escuchar que su… chica sobrevivirá.  – comento con un deje de molestia claramente notorio -  Si me permite un consejo madame, con todo respeto – hago una ligera reverencia – No debería permitirle entrar a cuanto vago quiera saciar sus bajos instintos con alguna de sus trabajadoras a cambio de una míseras monedas- dije sincero y sin ninguna clase de remordimiento, pues es la pura y honesta verdad -. Si en algo aprecia la vida de estas mujeres, consiga mejores clientes.

No soy quien para dar consejos. Soy el menos indicado, sin embargo me creo con la suficiente autoridad para hacerle ver, que las cortesanas son personas. Son humanas, y como tales merecen tener un mejor trato. No son unos animales… No son como yo, que desearía con todas las fuerzas de mí ser, volver a ser… Volver a tener lo que ellas poseen: Vida.

– Llámeme Rikkert simplemente madame, si le reconforta. – Sonreí porque a pesar de la gravedad de su salud, se le veía de mejor ánimo que minutos atrás – Lo que me recuerda que no nos hemos presentado de la manera adecuada. Yo también deseo saber el suyo, si es tan amable.

La miro desvalida, intentando controlar su respiración, pero ni aún en tal estado de abandono puedo negar que posee una belleza extraordinaria. Ahora que la miro fijamente puedo entender el por qué la madame le ha procurado la atención necesaria en tan breve tiempo. Debe ser la mejor de sus trabajadoras, y no puede darse el lujo de perderla.  Siento lástima por ella, por la vida que lleva, pero actualmente los humanos se ganan la vida de cualquier manera para llevar un mendrugo de pan a la boca. No sé si la dama aquí presente disfrute de su trabajo. No he querido ahondar más en sus pensamientos por obvias razones, pero su juventud y belleza jamás serán eternas.

–Suelo ser un hombre de pocas palabras my lady – sonrío apenas visiblemente – No me caracterizo por ser un conversador nato, además no es mi intención causarle algún tipo de cansancio, usted debe descansar y guardar reposo tal y como le indicó el médico que acaba de irse.

Fuimos interrumpidos por ¿tercera vez? Por aquella extraña Madame que se disculpó con nosotros sacando una caja rectangular oxidada de la cama de la cortesana. Si mis malos pensamientos son acertados, aquel objeto puede contener un arma, ya que segundos después, el griterío no se hizo esperar afuera. Dudé en quedarme o retirarme por la puerta de atrás. No es conveniente para mí el verme inmiscuido ésta clase de trifulcas. Mi perfecto y honorable expediente como todo un caballero de la élite, no debe mancharse con problemas que me son tan ajenos.

Apunto de disculparme estoy cuando siento la cálida mano de la cortesana en la mía, la cual lleva directamente hacia uno de sus senos. La deja estacionada ahí, para disculparse casi en seguida. Éste simple acto me remueve cosas en el interior. “Está acostumbrada”, dice lo hace ya por inercia, lo que me replantea ciertas preguntas que por obvias razones no diré, porque no es el momento adecuado. Sonriendo de medio lado aprieto un poco, pero sin morbo, simplemente quiero jugar y hacerle ver que conmigo no tiene por qué disculparse. Conozco el mundo en el cuál se maneja, y puede decirse que es hasta cierto modo normal.

-Bonitos senos...