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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Melalo Minué Jue Sep 12, 2013 6:25 pm

Latigazos. Expectación. Ruido.

¡Más rápido, bestias! —gritaba un domador a sus fieras; dos tigres de rayas tan vivaces como las llamas del aro que habrían de atravesar.

El látigo estaba siendo empuñado con mayor fuerza de lo normal y su ceño fruncido lo comprobaba; no había tenido una mañana relajada, como era su costumbre. Melalo estaba tenso, no de mal humor, pero el desconcentrarlo podía hacer que llegara fácilmente a ese estado. Los animales lo percibieron, por lo que obedecieron sus órdenes de contentar a la audiencia sin demora ante el ruido de aquella arma golpeando el piso, advirtiéndoles. Fue así como lograron en conjunto que los asistentes aplaudieran satisfechos de ver animales salvajes haciendo trucos como si fueran gatos domésticos. No obstante, no era que estuvieran domesticados; estaban adiestrados, al igual que los humanos, o al menos eso pensaba Melalo.

¡Y ese fue Lalo y sus fieras! —despidió el animador de aretes en el rostro al domador de animales, quien con una sonrisa triunfante devolvía los tigres a sus jaulas y enrollaba el látigo satisfecho con su jornada.

Pero a pesar de haber dejado nuevamente en la pista su vigorosidad de siempre, algunos compañeros usuales de él —tanto circenses como ladrones— notaron que se había opacado en cierto grado el brillo de siempre. Qué raro; Melalo no solía preocuparse por nada, porque siempre iba por la vida como si se las supiera todas. Uno de sus compañeros lo increpó para que escupiera aquello que parecía molestarle en la garganta, como si tuviera algo atrofiado. Sólo necesitaba que alguien le indujera hablarlo y ya no habría nada más obstaculizando su siempre limpio camino. Fue una breve conversación mientras se apartaban de las jaulas y bebían un par de tragos como broche de oro a la jornada laboral.

Me casaré —soltó en un suspiro, apoyando sus manos en sus caderas y mirando hacia el suelo. Su camarada por poco se atragantó en su propio licor.

Por Santa Sara, Melalo. ¿Bromeas? —el otro gitano no podía creerlo. Creía sinceramente que su amigo estaba siendo gracioso, pero borró la sonrisa cuando lo vio mortalmente neutral.— Hombre… estás loco. Es tu funeral. ¿Es un chiste?

Por desgracia no. Mis padres no han parado de insistir desde que tengo catorce. Han pasado once años ya y no han parado un solo día. Sinceramente me gustaría cerrarles la boca de una vez —hizo una pausa rememorando lo ocurrido durante la mañana— Hoy me abordaron los dos para que me casara con una gitana hija de unos importantes líderes ya fallecidos, con alguien a quien conozco. ¿Sabes con quién? —miró a su compañero— Con Maia Roham.

Tus padres sí que son buenos estrategas. Ahora entiendo por qué saliste tan bueno escapando de la guardia cívica. Así que resulta que honrarás a la familia, desde luego, y serás el más privilegiado por no tener suegra que soportar —bromeó el sujeto— ¿Qué edad tiene esa rebelde, ya? Hace bastante que pasó la línea de los dieciocho, ¿no está algo vieja?

Su edad es lo que menos me importa. Mientras me tiente lo suficiente como para acostarme con ella, pueda darme hijos, y no me deshonre frente a la tribu revolcándose con alguien más, todo bien —dijo convencido mientras sacudía de sus ropas los rastros de la pista— Y por ahora, ella cumple con el primer requisito.

Entonces Melalo dio una señal de despedida a su amigo con dos de sus dedos cortando el aire a la altura de su cabeza, y comenzó a caminar de allí hacia otra área del circo.

¡Hey! ¿adónde vas? —alcanzó a preguntar el asombrado hombre.

¡A poner tinta en el papel! —contestó Melalo sin cortar el paso. Él sabía bien que si se detenía, titubearía y acabaría por frenar su decisión.

Atravesó a grandes zancadas las distintas secciones del circo. Por ahí sus ojos se topaban con las miradas de ciertas “damas” con las que había calentado su tienda un par de veces. Lo que se le venía a la mente era que no podía renunciar al calor de las amantes, porque toda su vida había sido así y le había gustado; sin embargo, tendría que aprender que habría una mujer que estaría por sobre las demás y que habría que ser discreto si quería tener una vida tranquila y llevadera.

Detuvo su carrera en el lugar que había acordado con Maia para reunirse: tras las tiendas de los adivinos. Cruzó sus brazos con paciencia, aguardando. Aquel no era como los otros negocios en los cuales repartía el botín con sus hermanos de la tribu; el asunto era mucho más delicado. Si sus cálculos mentales eran correctos, la fémina no tardaría en llegar.


Última edición por Melalo Minué el Lun Nov 18, 2013 12:23 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Yuna Rutledge Jue Sep 12, 2013 10:10 pm


"Amor y deseo son dos cosas diferentes;
que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama".

» Miguel de Cervantes


El camino, que por lo general resultaba largo y cansado, me supo en exceso breve. Hacía tiempo que no visitaba el circo gitano. Demasiado, para ser el lugar donde había dejado mis pertenencias. Aun así, conocía el camino como la palma de mi mano, y tenía que serlo para haber vivido en París ya tantos años.

La pregunta de por qué había permanecido en la misma ciudad durante semejante periodo de tiempo me volvió a la mente, pero yo conocía la respuesta. Hero Jaejoong. Era él una y mil razones para mi comportamiento actual. Durante los últimos días había vivido con él en su mansión, con vestidos costosos y cenas tan finas que encantarían a la misma nobleza. Me consentía de más, y aunque eso me encantaba, temía perderme a mi misma.

Recorrí las abarrotadas calles de París con un enorme abrigo de lo más corriente. Hubiese preferido el hermoso abrigo de piel blanca que robé en presencia de Odette, unos meses atrás, pero sabía la imagen que daría de una gitana con una prenda tan costosa. Prefería llegar a mi destino sin ningún inconveniente. Sonreí con poca convicción. En realidad no estaba convencida de lo que pasaría al llegar al circo y encontrarme con Melalo, ese hombre con el que había acordado la reunión. Debo admitir que verlo de nuevo me había impactado; no es que de chicos él no fuese atractivo, pero a los trece años yo no sentía gran atracción por el sexo opuesto. Ahora, sin embargo...

Calla de una vez esos pensamientos irracionales. —me dije a mi misma en voz alta, llamando la atención de una o dos familias que paseaban por aquellos barrios bajos de la ciudad. Levanté la mirada y sentí que me temblaban las piernas al vislumbrar el llamativo circo. Nunca lo llamé hogar, y no pretendía empezar ahora que temía tanto acercarme. Rodeé la carpa principal aceleradamente, pues si esperaba un solo segundo más correría a los brazos de mi querido vampiro y no volvería a saber de Melalo. Ni él ni su familia esperarían por siempre. Los únicos que conocían mi localización desde que perdí a mi padre eran, como no, esa tribu gitana. Conocían bien el apellido Roham, y por ende, a mi.

Pegué un respingo cuando me topé con el alegre pero tosco grupo de malabaristas y contorsionistas del circo, cerca de mi destino. Parecían realmente divertidos con algo, hasta el grado que habían empezado a apostar varios francos sobre una mesa. En ella admiré piezas de plata, joyería barata y retratos indecentes de cortesanas hermosas. Me sonrojé y los reprendí con un gesto de la boca. Ellos rieron todavía más fuerte y apostaron más alto. Frustrada, seguí mi camino, cuando entonces lo vi. Se me cortó la respiración otra vez. No terminaba de creer que aquel hombre de ojos oscuros, casi negros, fuese el mismo muchacho engreído y narcisista que había conocido de niña.

Hola. —saludé en voz baja, retirándome un mechón de la frente y acercándome con cautela. Tal como podría acercarse un ratón al sereno y letal felino. ¿Cómo debía saludarlo en esas circunstancias? Sin saber por qué, tuve la ferviente necesidad de abrazarme a mi misma. No fui consciente de que estaba mordiéndome el labio hasta que intenté hablar. Sonreí.— Minué.

Podía decir mucho más, como largas y extenuantes preguntas sobre qué nos esperaba luego de esa absurda y tormentosa propuesta. Los padres de Melalo estaban dementes, en más de una forma. Debían estar muy desesperados por que su hijo se casara, para sugerir que yo podría ser una buena esposa. No me había enterado hasta entonces que me padre fue alguien de gran prestigio entre más de una tribu, alguien respetado al que se le concedieron excéntricos caprichos debido a su valor y buen liderazgo. Sin embargo, incluso si podía alargar la conversación con tediosos pros y contras, me quedé ahí plantada, observándolo. Disfrutándolo con la mirada.



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Mensaje por Melalo Minué Dom Sep 22, 2013 8:35 pm

El viento, traicionero como nadie, frenó su andar en el sitio en el que Melalo vio acercarse a Maia. La miró como miraría a quien hubiera de robar: de pies a cabeza, sólo que el núcleo de su atención no estaba en lo que la mujer pudiera poseer, sino en ella misma. ¿Qué descubrió en Roham? Aparte de la evidente tensión en su boca y en sus ojos, se encontró con que no quedaba casi rastro de la moza ingenua y un tanto amachada que había conocido. Si bien su cuerpo ya era el de una mujer completa, no era aquello lo que más había cambiado. Continuaba en ella su ambigüedad, pero había más: Tenía cara de haber probado el sexo y de haberle gustado. Sólo una mujer o un hombre experimentado en el área sexual podría saberlo.

Melalo se sonrió ante la manera en que Maia lo llamó; ¡tanta formalidad para saldar un trato que buscaría eliminar la misma! Parecía un chiste, uno muy bueno y que él mismo acabaría por rematar. Le hizo una seña con su mano derecha a Maia para que se acercara a él de la manera que estimara conveniente. El gitano iba rápido porque toda su vida había aprendido a combatir los contratiempos, tanto en el pellejo de un ladrón huyendo del siempre enemigo tiempo delator como en la piel de un domador cuyo espectáculo tenía hora de partida y de término determinadas. Con la rebelde sucedía algo similar; el cabo suelto del matrimonio debía ser atado so pena de recibir más insistencias de los ancianos de la tribu y de sus propios padres.

Una vez que la tuvo a la distancia deseada, la misma mano que invitó a la gitana se transformó en una señal de alto. Ante de cualquier cosa el varón se aseguraría de mantener su vista fija en ella; la miraría todo el tiempo que hablaran, como si fuera a cazarla. No demoró en averiguar que ella le devolvía exactamente la misma mirada. Podía ser que Maia fuera una gitana rebelde, pero la sangre no se limpiaba tan fácil como la tierra; dentro de ella había una hija de Santa Sara, lo quisiera o no.

Creía que con el asunto que nos convoca podrías permitirte ser algo menos tímida conmigo —dijo Melalo al tiempo que ponía un dedo índice sobre el labio maltratado de Maia— Dejar tu boca quieta sería un buen comienzo. Luego podrías llamarme por mi nombre como lo hacíamos cuando estábamos en la pubertad. Después, lo que se te venga a la mente.

Nada le costaba romper los campos helados de la conocida Maia Roham, de quien se decía que prefería la compañía de gachís que de los propios gitanos, pero a uno de los más tradicionalistas gitanos, Minué, eso le tenía sin cuidado. Opinaba que quienes se intimidaban con esos rasgos se alejaban simplemente porque no podían con ellos. Él, desde luego, no se retiraría. Los retos resultaban ser una oferta tentadora de entretención siempre. Conocía otros rumores más “feos” que tildaban a Maia de asexuada, y curiosamente eso lo incitaba más. Al verla a sus ojos tan negros como los de él, se preguntaba…

¿Son estas las mejillas sonrojadas de una asexuada? ¿Son esos los nervios de una mujer indefinida? —reflexionaba el gitano al respecto, guardándose sus dudas para luego tratarlas en solitario, mas nunca frente a ella. Tocaba tratar un asunto práctico. El resto lo dejaría para después. Levantó un par de centímetros su mentón, ladeando su rostro con simpatía. Firmarían un contrato consensuado en confianza— La idea de un compromiso te llegó como un balde de agua fría, ¿no? No te culpo, Maia. Seguramente adivinarás que si no estoy casado a la edad que tengo es por algo. Creo que entenderás mis razones y… —la volvió a mirar de pies a cabeza, pero esta vez enfocándose en su vestimenta. Hasta su vestimenta era algo más liberal de lo que dictaba la tradición— …supongo que no tengo moral para reclamarte las tuyas.

En medio de su discurso, Melalo comenzó a caminar alrededor de Maia, dando lugar a ese lado picaresco que lo había acompañado desde esa ocasión en que vio a escondidas los pechos de su prima Sabiya. Dejó que sus ojos vieran la “mercancía” que habría de llevar si todo salía bien, enfocándose en el trasero de la fémina y contentándose al verificar que estaba firme en su lugar. Internamente deseó que ella no le pidiera que no la tocara en la noche de bodas, porque no podría ni querría cumplirlo. Sólo cuando terminó de darse un recorrido por los hombros de Roham volvió al tema que los había convocado carraspeando su garganta.

Obviamente si te cité a hablar al respecto es porque hay una intención mía de acceder a esta idea, pero no sé qué pensarás tú. Ni tú ni yo somos convencionales, por así decirlo, así que ¿por qué no acordar nosotros mismos los términos sin que los vejestorios se tengan que enterar de nada? —se sinceraba el gitano sin disfrazar las palabras, aquello sólo los retrasaría— Es cierto, olvidaba una cosa. ¿Qué opinas sobre esto? El compromiso, matrimonio, la familia… los hijos —dejó eso para el final. Ni él mismo se había pensado como padre de nadie hasta ese instante.
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Mensaje por Yuna Rutledge Lun Sep 23, 2013 3:44 am


"Lo que sucede en diez minutos
es algo que excede a todo el vocabulario de Shakespeare."

Robert Louis Stevenson

Admiré esos ojos oscuros el tiempo suficiente para saber cuanto de mi estaba evaluando. Y por cuanto tiempo. Era, en realidad, de esperar que quisiera estudiar a fondo lo que pronto sería su compañía nocturna, aunque no eran las palabras que a mi me hubiese gustado decir en voz alta, sobre todo cuando el "pedazo de carne" era yo. Incluso así, sentí una mezcla de diversión y enfado por su escutriño desvergonzado. No nos habíamos visto en una década, y ya parecía saber que partes de mi cuerpo se habían desarrollado con éxito.

Una sonrisa ladina, un poco deforme por la irritación, se me formó en mis labios cuando su dedo los cubrió. Deseaba cruzarme de brazos e inclinar una de mis caderas, como esas pícaras cortesanas que insultaban con un simple porte desafiante; sin embargo, no me parecía sensato ni necesario. Sus palabras solo me hicieron recordar esos días cuando todo estaba en su sitio. Mi padre me criaba de una forma soberbia y, para muchos gitanos, repugnante. Siempre procuró que ningún fanatismo me alcanzara, y que mi única meta en la vida fuera ser tan feliz como mi madre nunca pudo ser. Me mantuvo lejos de las tradiciones más aprensivas de los viejos gitanos. Recordé especialmente una ocasión donde mi falta de... desarrollo adolescente, fue centro de burlas por muchos chicos de mi edad. Nunca supe si Melalo era parte de quienes aseguraban que yo nunca encontraría marido, pero con el paso del tiempo, dejó de importar.

Sonreí con más burla cuando me obligó a mirarle de la forma más "dulce" posible. Casi parecía mirar a un curioso espécimen que merecía ser domesticado.

Lalo. —dije de forma risueña. Ya que era tan directo y pedía tan poca formalidad, me sentí más relajada.— Preferiría no volver a esos tiempos, si no te importa. Tengo un poco de orgullo que mantener hoy en día. —asentí conforme sus palabras seguían fluyendo como el agua fría de un río. No pasé por alto cada una de sus miradas.— El matrimonio nunca figuró entre mis planes. —le recordé con cierto énfasis en "nunca".— Desde que era una niña, hasta ahora, me pareció el tipo de compromiso dulce y encantador que la mayoría de las parejas deberían tener... menos yo. No tengo los dotes de una esposa, y tu... —en esta ocasión, me di la libertad de mirarlo de los pies a la cabeza, tal como él había hecho conmigo.— Eres un caso especial.

Y si mis palabras eran demasiado suaves para su ruda lógica, ya lo convencería después. Había asistido ahí porque, tal como él, tenía la ligera y muy incoherente intención de acceder a semejante trato. Cosa que no haría sin antes poner las cartas sobre la mesa. La parte positiva era que Melalo, quien ahora rondaba como un buitre a mi alrededor, no se iba por las ramas. Permití que inspeccionara todo lo que deseara, más la inmediata reacción de mi cuerpo fue tensarse y llenar de rubor mis mejillas. Su razonamiento acerca de que era más oportuno tomar las riendas de nuestro compromiso, cosa que no era muy común, igual que nosotros, me hizo sonreír aliviada. Era un punto a favor de nuestro posible negocio. Sonreí, complacida, aun con sus últimas palabras.

El compromiso es algo totalmente nuevo para mi. —le confesé sin la menor intención de maquillar mi inexperiencia con ello.— Mi padre me malcrió en ese sentido. Y sobre el matrimonio... —formé una mueca, liberando mi cuello del caluroso chal que había estado usando bajo el sol. Lo abandoné sobre la colorida cama y me giré hacia Melalo.— Como te dije antes, no lo había pensado. Nunca me he sentido incapaz de nada... sea eso un defecto o una virtud. Es posible que no sea la mejor esposa ni que me guste serlo, pero no abandonaré el barco cuando haya pequeñas fugas, Lalo. —dije, dando importancia a mis palabras. No fui consciente de que me abrazaba a mi misma antes de añadir lo siguiente.— Sobre los hijos... bien, adoro a los niños. —me encogí de hombros, pero el silencio que transcurrió fue como una pausa interminable que ocultaba algo muy importante.



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Mensaje por Melalo Minué Dom Oct 20, 2013 1:42 pm

El gitano se sonreía con la manera que Maia tenía de expresarse; no se iba con rodeos, tenía espíritu de lucha, y una marcada resistencia a obedecer las reglas. Se parecía a él en muchos sentidos, y eso a Melalo le hacía gracia. Era como ponerse a discutir con resaca con su reflejo una mañana luego de una noche de fiesta, así de absurdo y divertido. Resultaba aún más irrisorio considerando que se trataba de una mujer sumamente directa, a diferencia del resto de las gitanas de la tribu, o de cualquier otra tribu. Había tenido una crianza diferente, eso sabían todos, pero pocos lo habían vivido de cerca. Y el domador de animales, que era muy curioso sobre todo en materia femenina, jugueteaba en sus pensamientos sobre en lo que ella podría encontrar.

Gracias por decirlo de esa forma tan sutil, aunque hubiera sido más preciso decir “solterona” y “libertino”, mas creo que eso ya lo sabemos —pasó una mano por su cabello, alborotando el mismo— Creo que puede arreglarse. No soy muy exigente. No tienes que fingir ser fanática de las tradiciones; conmigo bastará para los dos y también para los que vengan —arqueó una ceja pensando en los hijos venideros— Así como yo no te exigiré ser una tradicionalista, quisiera aclarar que no es posible pedirme exclusividad —la miró fijamente, dando a entender que en ese punto no cedería— Lo más probable es que ya lo sospecharas, pero quería marcar eso desde el principio. La mayoría de los esposos se encaman con otras de improviso, pero yo te estoy avisando. No tienes que temer con respecto a eso, porque será sólo sexo y no te faltará nada. Tampoco no habrá noche en que te deje dormir sola. Serás mi mujer y nadie amenazará eso. Estarás por encima de las demás. En lo posible me encargaré de que nunca las conozcas. —hizo una pausa y pronunció la última frase con un tomo más serio, y es que se trataba de un detalle vital— Tú no debes engañarme. Conoces las reglas; si la tribu te llegara a pillar, tendría que golpearte si es que no deciden la pena de muerte o que te rapen públicamente. Sé que no crees en las normas, yo mismo no estoy convencido de muchas de ellas, pero son aplicadas nos guste o no. De las miles de normativas contenidas en la ley gitana sólo te pediré que acates eso. Además, tampoco me gustaría criar al bastardo de otro hombre y llamarlo mi hijo.

A cambio de sus aventuras, él no las exhibiría públicamente. Y era esa una de las habilidades que había pulido siendo ladrón: el sigilo. Si bien la madre de Melalo le había enseñado ese lema de “los hombres son así”, su padre se había encargado de añadir su grano de arena con “la esposa es la esposa, y hay que darle su lugar”. Las demás pasarían, incluso esa cortesana muda que a su cuerpo encendía, pero tomando a Maia en matrimonio, estaría uniendo su vida con la de ella. Ya no existiría solamente él, cosa que no ocurría cuando llenaba su cama con mujeres deseosas de compañía indecente. Melalo tendría amantes, sí, pero presentía que pasaría mucho tiempo perdiéndose en ese buen par de caderas que Maia lucía con ese andar despreocupado que la hacía menearse.

Podía ser que los dos rezagados gitanos estuvieran charlando para arreglar un compromiso que de romántico no tenía ni siquiera los suspiros de expectación, pero eso no quería decir que no se escucharan. Había algo en lo que Maia y Melalo se diferenciaban, y era que a pesar de todo, el ladrón esperaba seguir disfrutando; ella seguía adelante, pero con la mentalidad de que gran parte de lo que vendría no le gustaría. Bien, realmente no le costaría hacer que ella tuviera una mejor disposición. Se esmeraría en tratarla bien, desde luego, y en ser amoroso. Melalo había tenido la suerte de que sus padres no le hubiesen sugerido a una mujer que odiara, sino a una que apreciaba por la infancia compartida, y eso era más que suficiente, más de lo que los otros gitanos hubieran podido esperar.

Tampoco yo sé de eso. No planeaba casarme nunca, pero el matrimonio nos llama a todos más de una vez. Si no te echas para atrás, yo tampoco. Veré que esto sea lo más agradable para ambos, de todos modos. Ninguno de los dos se ha preparado para esto; cualquier cosa podría pasar —se sonrió pícaramente cuando Maia mencionó el tema de los hijos. Había un punto que quería tocar— Qué bien que pones ese tópico sobre la mesa. ¿Te has examinado con las otras gitanas? —la infertilidad era una desgracia que quería descartar antes de continuar— Te lo pregunto porque quiero que tengamos tantos hijos como para presumir. No te preocupes, porque pondré mi atención en ello. Mira el lado bueno, no tendrás que estar pendiente de mantenerme en la tienda. Te aviso desde ya que no te dejaré en paz y será mejor que vayas buscando materiales para hacer un amuleto de fertilidad  —la miró divertido, esperando su reacción. Conociendo su naturaleza impredecible, sería muy divertida.


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Mensaje por Yuna Rutledge Lun Oct 21, 2013 5:06 pm

"No pido riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo que me comprenda;
todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino a mis pies".

Robert Louis Stevenson

¡Vaya que Melalo era directo! Aunque eso no era una gran sorpresa para mi, puesto que nunca me pareció el tipo de chico que enmudeciera frente a una mujer o se escondiera tras las faldas de su madre. Si había algo que acreditarle a ese gitano, era su capacidad para dejar las cosas bien en claro sin importar cuanto pudiera incomodar a la persona que lo escuchara. Era una personalidad muy respetable, aunque probablemente ni sus padres ni los miembros más ancianos de su tribu lo viesen de esa forma. Si bien nuestra cultura era reacia a modernizar sus leyes y creencias, el resto de la sociedad no se detenía por ello; los gitanos siempre fuimos una parte del mundo que nos regíamos bajo nuestros propios términos. Por eso, y porque su apetito sexual parecía demasiado para una sola mujer, solté una carcajada casi musical. Me sostuve de un armario que hacía tanto de alacena como de librero, llevandome un mechón de cabello oscuro hacia atrás. Lo miré con una mano cubriendo mi boca.

¡Cielo santo, Melalo! —exclamé, como si me impresionara tal muestra de cinismo. Intenté controlar las nuevas risotadas que emergían desde mi pecho cada vez que pensaba en lo ridículo de la situación. Estaba conversando tranquilamente sobre mi matrimonio con un hombre que, además de mujeriego, insistía en una exclusividad para mi pero no para él. En el fondo sabía que una relación así funcionaría solo si, en práctica, ninguno de los dos era sincero con el otro. Tomé aire y dejé mi cabeza contra la cálida madera del armario. Sonreírle en esas circunstancias era demasiado tentador, pero sabía que para él la tradición no era algo de lo que se pudiera burlar tan facilmente.— Sé lo que eso significa, Lalo. —me crucé de brazos y bajé la mirada a sus pies, observando cada centímetro de su anatomía otra vez; hice un estudio más detallado en su rostro, que de niña nunca consiguió robarme el aliento como ahora.— Eres un hombre con buenos dotes y serías la tentación para cualquier mujer. Más de las que podrías meter en tu cama, de hecho. —al hacer una pausa, apreté los labios en un triste intento de ocultar una sonrisa burlona.— Puede que otros no lo crean, pero mi mayor preocupación no es perder tu protección o la comida y hogar que puedas darme. Es la de mantener mi orgullo intacto. Si puedes evitar que conozca a cualquiera de ellas... —me encogí de hombros, dejando en claro que sus actividades lascivas con otras mujeres me daban igual. Ah, una creencia que tenía en ese tiempo, claro.

Toda expresión de diversión o burla se desvaneció de mi rostro cuando mencionó las estrictas normas gitanas respecto a la infidelidad de una mujer. Las conocía bien, incluso si la tribu de mi padre nunca la puso en práctica mientras yo viví con ellos. Lo miré con la misma seriedad que él empezaba a emplear conmigo.

Te respeto, Melalo. Más de lo que quizás creas ahora. Así que te diré esto... —avancé hacia él lo suficiente para verme en la necesidad de levantar el rostro.— No heriré tu orgullo si tu no lastimas el mío. —murmuré. No sabía como decirle en palabras el compromiso que estaba dispuesta a crear con él, no como un hombre y su doblegada mujer, sino como un par de complices. Sin embargo, y ya que sabía que no era un idiota, ladeé la cabeza y esperé que comprendiera con una sola mirada elocuente. Él no era un santo, pero yo tampoco. Amaba demasiado mi libertad para jurar que mi cuerpo sería única y exclusivamente para él, pero si había algo que podía prometer, es que él no tendría que cargar con mis malas andanzas.

Un punto más sobre el cual discutir, y quizás el más importante, era el que más hubiese preferido evitar. Hijos. Niños pequeños a los cuales amar, críar y educar conforme crecieran. Una criatura que llevara mi sangre y la de Melalo; su cabello y mis ojos, su cínismo y mi imprudencia... su valentía y mi pasión. Darme cuenta de lo mucho que aspiraba a ser madre me hizo estremecer de terror, porque si había algo que privara más mi libertad que casarme, era tener hijos. Me llevé una mano al pecho intentando controlar la agridulce fantasía que empezó a formarse en mi cabeza. De pronto, mirando esos ojos burlones y esa sonrisa pícara, sentí que en una mezcla de vergüenza y enfado, calentaba e impulsaba mi mano contra su mejilla. Una bofetada digna en todo su esplendor.

No me ha examinado ninguna gitana desde que cumplí los trece años. —solté con cierto resentimiento. Aquella había sido la única vez que cualquier persona miró bajo mis faldas, pero no fue tan incomodo dado que era mi familia. Por algún motivo, las últimas palabras de Melalo fueron demasiado para mi paciencia.— Y los amuletos para la fertilidad los vendo, no los utilizo. —puse ambas manos en su pecho y lo hice retroceder hacia la cama, que era el único lugar donde podíamos sentarnos.— Sé que no puedo decirte que no tendré hijos contigo. Pero si tu no puedes ceder en el punto de tu "no exclusividad"... yo no puedo ceder en esto. Si, tendré hijos contigo... pero solo cuando me sienta lista para ello. —lo miré con severidad, sin darle la oportunidad de burlarse de mi petición.



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Mensaje por Melalo Minué Lun Nov 18, 2013 12:18 pm

La vista socarrona de Melalo se vio fuertemente interrumpida por una repentina guantada de parte de quien se convertiría en su mujer, pero no así se quebrantó su diversión. Si bien la reacción inicial, durante los primeros tres segundos, fue mirar a la gitana con la boca semiabierta, lo que siguió fue una sonora risotada continuada de un aplauso del gitano. ¿Así que esa poco tradicional mujer sería su esposa? No podía dejar de entretenerle la idea; sería como un león más para domar. Para la siguiente vez en que Maia decidiera levantar su mano para dejar marca en su rostro, estaría listo con un brazo en lo alto para frenar sus intenciones. Ya podía ver a ambos discutiendo por payasadas, propinándose manotazos sin importar quién estuviera enfrente, y claro, acabando todo con un buen sexo como forma de tregua entre marido y mujer.

Vaya sorpresa; no esperaba que teniendo tan poca carne supieras darme una cachetada olímpica. —decía risueño mientras se sobaba la zona enrojecida por el tortazo. Su picardía, si bien había sido “sancionada”, no retrocedería— Agresiva, ¿eh? Me gusta… conserva esa ira para la noche de bodas. Será divertido.

En medio de su juego sagaz, el gitano pensaba seriamente en las cosas que Maia le decía, quedándose tranquilo con saber que su futura señora había sido examinada en la flor de su juventud. Esperaba que dicha condición de mujer fértil se mantuviera hasta el día de hoy, o si no, tendría que devolverla a sus padres, cosa que detestaría hacer porque odiaba fracasar. Celebrar un matrimonio frente a toda la tribu y luego retractarse después de un par de años no era una gracia para nadie, y menos para él, un gitano fiel a las normas de su casta y orgulloso de las mismas. Lo bueno de Roham era que no la ahogaba la vanidad ni la cegaban los celos, sino que tenía la justa medida de cada uno. Era una ventaja para Melalo no llenarse de regaños las veces en que saliera de fiesta o se colara tras las faldas de alguna fémina solitaria por ahí. Si bien la morena se mostraba reacia a concebir hijos de inmediato, a Melalo no le importaba aquello; confiaba demasiado en que su persuasión terminaría por hacerla ceder en la cama como para recriminárselo. Su hipersexualidad no solamente lo hacía pensar en sexo todo el tiempo, sino que también le daba una ventaja en cuanto a conocimientos sobre el mismo, y lo que le fascinaba de las mujeres era esa testarudez de repetir todo el tiempo “no, basta, no quiero” cuando querían decir “sí, sigue, dame más”. Sin quererlo, se había propuesto hacer gemir a Maia en la noche de bodas hasta que su orgullo se cayera entre las sábanas.

Bueno, bueno, querida. En el útero mandas tú, pero en la cama mando yo. Veremos qué pesa más al final, así de claro —la miró satisfecho antes de sacudirle el cabello con una de sus manos— Era un chiste —eso decía, pero por dentro se lo creía— Ya está. Estamos de acuerdo, ningún problema con nada, y los problemas que puedan haber no serán obstáculo. Seguiremos la fórmula más básica del rapto y la compra. Mis padres le pagarán a quienes tengas de guardadores el precio de tu casamiento, después de que se anuncie la boda desaparecemos unos días y luego te dejaré de nuevo con los tuyos. Ya sabes cómo es esto. Lo malo es que los días en que te tenga raptada no podré tocarte —suspiró no muy a gusto con la idea— Pero después te lo cobraré.

Los días del rapto de Maia servirían para conocerse los dos, lo cual sería beneficioso en asuntos de interacción más profunda, pero un martirio para la libido de Melalo. La tradición le impedía tocar a la novia antes de la boda, y él la acataría. Lo malo era que teniéndola secuestrada, le sería difícil escabullirse para encontrar consuelo carnal en otra mujer. De alguna manera tendría que rebuscárselas, o acabaría con dolor en la entrepierna.

Con galantería, estiró uno de sus brazos hacia la cintura de Maia y la atrajo hacia así, coqueteando con su mirada. Muy pronto tendría plenos derechos sobre ella, y la idea le subía la temperatura.

Entonces ¿a quién hay que pagarle tu precio? Para que mis padres negocien las solemnidades y nosotros... nos encarguemos del resto —susurraba mientras chocaba su nariz con la de ella, queriendo que ella se hiciera la idea de pertenecerle.


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Mensaje por Yuna Rutledge Miér Nov 20, 2013 12:13 pm

Cada loco con su tema,
contra gustos no hay ni puede haber disputas, artefactos, bestias, hombres y mujeres,
cada uno es como es,
cada quién es cada cual y baja las escaleras como quiere.
» Joan Manuel Serrat


De verdad lo había abofeteado.

Regresar a la realidad y ser consciente de la fuerza que tenía fue, más que una pesadilla, una revelación. La adrenalina aun corría por sus venas y se diluía paulatinamente, conforme sus ideas se iban aclarando. No era solo la fuerza que una mano por si sola poseía, sino la voluntad para levantarla y hacer callar cualquier insulto u ofensa. Y es que su oponente, si se le podía llamar así, no era a quien se debiera subestimar. Ciertamente, Melalo era un hombre peligroso; poseía un magnetismo gitano que le era imposible ignorar. Por otro lado, era honesto respecto a sus necesidades y defectos, y lo poco que le interesaba cambiar estos últimos. Caer en la tentación con él era por mucho el peor error que una mujer libre como ella podía cometer. Pero lo suyo no era tentación, se dijo, y no permitiría que las hormonas o los sentimentalismos interfirieran en ese compromiso. Tenía razones para querer una unión con él que iban más allá de la seguridad económica. Su "deber" ya no era para con su familia, aunque una parte de ella deseara complacer el viejo deseo de su padre de verla casada con uno de los suyos.

No mostró rastro de arrepentimiento ante la expresión de Melalo por su "respuesta instintiva". Aun a esas alturas se podía sentir la herencia gitana que ambos cargaban a sus espaldas. No dijo ni pío respecto a su masculina voz risueña y lo confundida que ésta la hacía sentir. Creía a su "viejo conocido" más violento y malgeniado, como los hombres de las tribus occidentales a los que había tenido el disgusto de conocer. Tal vez por esa encantadora reacción fue que decidió escucharlo con calma y en tregua.

Enrojeció por su "broma" y una vocecilla en la cabeza solo pudo decir "Sí, claro". Siguió escuchando y tomó con agradable sorpresa el tono práctico que su posible prometido estaba empleando. Creía que éste se dejaría llevar por el cinismo y que se burlaría más de ella. No lo hizo. Incluso al final, supo que su advertencia iba muy enserio. Conocía el ritual y, aunque no lo admitiría, lo esperaba con ansias. Era una de las pocas cosas que de niña soñaba con realizar alguna vez, si bien en aquellos tiempos no comprendía la magnitud del hecho.

Todo un cortejo. No me sorprenderá en absoluto que te lo cobres. —comentó como quien no quiere la cosa, reprimiendo además una sonrisa por la conducta del moreno. ¿Quién diría que le gustaría un gesto tan simple como el que le sacudiera el cabello? Por dentro se burló de si misma.— Se hará, claro. No podría negarnos tal cosa y menos después de todas las cláusulas que le he puesto a este compromiso. —le dedicó una lenta y traicionera sonrisa.— Y creo que será un reto de lo más interesante. A mi me encantará la experiencia, a pesar de todo...

Le preocupaba la imagen que ofrecía en ese momento. Risueña, fresca y juvenil. Todo lo contrario a lo que se había convertido con los años de soledad. Pero, ¿haría Melalo de esto una debilidad con qué tomar ventaja? Estaba poniendo en juego más de lo que ese hombre podía comprender. Cuando sintió que la atraía y encendía unos pensamientos lascivos y censurables en su mente, supo que la lógica no podría ayudarla ahora. ¿Qué había detrás de esos ojos oscuros? Creer que nada la presionaría a descubrirlo fue lo único que le impidió salir corriendo de ahí. Escuchó sus palabras pero poco comprendió de ellas. Era un momento como ese el que la hacía entrar en pánico; uno en el que su sentido de la razón se desvanecía por la forma en como calentaba su cuerpo. Y solo estaba mirándola. Apenas la tocaba y a decir verdad, ya no creía que el rapto significara una tortura exclusiva para Melalo. No imaginaba qué sería de ella y su falta de control en esos días.

Ah... pues... —susurraba sin encontrar sentido en lo que decía. Recordó de pronto de qué iba la conversación y lo escencial que era prestar atención. Hizo un esfuerzo monumental para hablar sin apartar la mirada, pues debía encontrar su valor tarde o temprano. Sentía las mejillas arder y al resto de su cuerpo más sensible de lo regular.— ¿Podemos hablar de eso en un minuto? Yo... necesito un poco de aire fresco. —rogó a su pesar.

No se atrevió a retroceder. De pensar con claridad habría convertido sus palabras a hechos en un instante, pero no es así como maquinaba su cerebro en ese momento. Lo ingenua y terrenal no había desaparecido tanto de si misma como esperaba, luego de diez años. Aun con toda la dignidad y recato que heredó de una madre gadji, la pasión gitana que corría por sus venas la hizo seguir un impulso. Se inclinó hacia adelante y sus labios rozaron la suavidad de los ajenos. Pero se quedó ahí esperando, quizás a un rechazo o a una invitación, pero por sobre cualquier pensamiento racional... a su deseo.

«— No soy de las que dicen "No, no" por simple recato. Te haré aprenderlo tarde o temprano.—» parecía pensar.



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Mensaje por Melalo Minué Sáb Ene 18, 2014 11:57 pm

Una sonrisa se posó con solidez en el rostro de Melalo. Curiosamente no se trataba de un gesto pícaro como había ocurría normalmente, sino de uno satisfacción. Hasta el momento había resultado ser una buena decisión por parte de sus padres sugerirle a Maia Roham como esposa. ¿La razón? Era divertida, la cama no le era una total desconocida y podía hacerla rechinar con más facilidad, tenía ese ímpetu gitano que echaba de menos ver en las bohemias más jóvenes, y era algo loca también, lo que debía volverla una fiera indescifrable en el lecho. El tema no era si tener otras mujeres o no; —eso ya lo habían conversado y acordado— el tema era no aburrirse de ver la misma cara cada mañana al levantarse por el resto de su vida. Sabía que eso se encontraba aún lejano en su caso, pero algún día agradecería más la compañía estimulante que su esposa pudiera darle ante del placer físico en sí mismo. Al parecer, ese asunto estaba bien encaminado.

Se encontraba entre sus brazos sin esforzarse por apartarse. Eso, según su experiencia, podía deberse a dos cosas: o estaba acostumbrada a que la tomaran de esa manera, o le gustaba aunque sea un poco a su futura mujer. Por la manera en que Maia perdió la noción del tiempo y del espacio, lo reafirmó. Ella se resistía, pero no era como si huyera de sus acercamientos. Eso le gustaba a Melalo, le entretenía, y agradado con lo que sabía se lamió la boca. No estaría mal jugar un poco más con la mente de su futura mujer antes de que llegara su funeral boda

Parece que te agrada la idea de que tomen el control sobre ti —susurró en la oreja de Maia, dejando que la temperatura de su voz sacudiera la piel de la gitana.— Eso me gusta. Podría enseñarte varias cosas que no han hecho tus anteriores amantes. Y no, no es una sugerencia. Soy un hombre y también un gitano. Te enseñaré tu lugar, descuida, pero lo haré de una manera digamos… —aprovechó la corta distancia para bajar sus ojos hacia el escote de Roham. Tenía bastante ahí para jugar.— …placentera.

No volvió a verla a la cara sino después de cerciorarse de que sus accesorios estuvieran en el sitio correcto. Como buen bohemio, sabía de negocios, y lo primero que debía hacerse era asegurarse de que la mercancía no fuera defectuosa. Según sus cálculos, los atributos de la mujer le cabían al menos en la palma de la mano, pasando la prueba. Ahí recibió la iniciativa de Maia de poner en contacto sus labios con una sonrisa de oreja a oreja. Acarició coquetamente el mentón de quien pronto llenaría su lecho y le murmuró.

Así que eres gitana, después de todo —tomó sus labios con firmeza y a la vez con suavidad. Era demandante, quería todo, pero también transmitía ese fuego que los nómadas llevaban en cada milímetro de su sangre viajera. Se tomaba su tiempo sin llegar a demorarse. Acariciaba los labios de ella con su lengua y después, lentamente, iba moviéndose hasta introducirse en su boca. Ahí la fricción entre ambas carnes se convertía en el preludio de lo que la formalización les traería. Melalo, sin perder el tiempo, dejaba que sus dedos con libertad dieran pequeñas cosquillitas en el cuello de la chica. Se separó de súbito cuando sus hormonas se encontraron a puertas de ordenarle que mandara a la mierda el compromiso y la tomase ahí, en ese mismo momento. Esa expresión de picardía volvió a su faz— Tú no necesitas aire fresco. Lo que necesitas es que te calienten la cama. No seré curandero, pero te prometo que dentro de muy pronto solucionaré todos tus dolores de cabeza y además te aplicaré un remedio santo de cura para la depresión.

Acariciaba sus mejillas, la adulaba, la hacía saber que estaba ansioso por llegar a la noche de bodas para romperle la ropa y quitarle el mal carácter a embestidas. Sería su cónyuge y nadie podría reprocharle nada. Era curioso, pero no importaba que ya todo estuviera sellado entre ellos para ser marido y mujer, Melalo no dejaba de cortejarla como el innato conquistador que era.

Cuidado, linda. No enciendas la mecha del combustible, que puede explotar. ¿Quién sabe? Podríamos saltarnos todo eso de la ceremonia e iniciarnos durante el secuestro, querida —hizo énfasis en la última palabra para que la fémina se hiciera la idea de que en poco tiempo pasaría a llamarse Maia Minué, siendo suya por derecho. Era lo que ambos habían aceptado.


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Mensaje por Yuna Rutledge Vie Ene 24, 2014 12:57 pm

El hombre es el más misterioso y el más
desconcertante de los objetos descubiertos por la ciencia.

«Ganivet»

La mezcla de poderío y deseo que Melalo transmitía debía hacerla sentir indignada; lo suficiente, al menos, para propinarle otra bofetada y dejar de lado toda esa tontería del matrimonio. Pero a diferencia de antes, cuando él había cruzado una línea delicada entre la inocente burla y la ofensa, esta vez ella estaba atrapada en un hechizo de ardiente atracción. ¿Sería normal permanecer en los brazos de un hombre que a todas luces era incapaz de respetarla como mujer independiente? ¿Estaría bien permitirle las miradas indecorosas y, además, responder acalorada? La contradicción solía tensar su cuerpo como la cuerda de un violín hasta que su explosiva personalidad se hacía cargo de la situación. Pero no en este caso; por primera vez en su vida, tendría que tomar la decisión de un adulto. Y enfrentarse a las bajas pasiones, por lo visto, era parte del proceso.

Un solo suspiro escapó de sus labios cuando estos fueron aprisionados sin la encantadora timidez de un joven gadjo. Este hombre era la chispa cerca de un barril de pólvora. Y bien que lo sabía. Le hizo bajar la guardia y dedicar toda su atención al roce insistentes de esos labios gitanos. No supo cuando se apegó más a él o cuando encontró el ángulo perfecto. Lo único que pudo notar, era el delicioso sabor de su aliento, cálido y un poco amargo. Como el mejor café. Violenta, como sólo podía ser la pasión de unos gitanos, se estremeció de pies a cabeza. Hubo un momento muy preciso en el que sólo quería enterrar los dedos en el oscuro y largo cabello y dejar que todo ocurriera como debía ocurrir.

Pero lo que ocurrió fue mucho más decente, por decirlo de alguna manera. Soltó un tímido gemido de sorpresa, tal vez, porque no esperaba perder la cabeza con tanta facilidad. Se dedicó a respirar unos momentos mientras el desvergonzado continuaba hablando. Pero no era grosero, ni tampoco un bribón...

Son fuertes promesas. —le replicó sin que su orgullo saliera a relucir. No estaba segura por qué, pero creía en lo que él decía. Podía estar ostentando demasiado, quizás la vanidad hablara por el gitano, pero la aventurera muchacha no podía hacer otra cosa que creer en sus palabras. Lo miró con un deje de timidez, algo poco usual en ella después de tales enfados. Susurró:— Supongo que si alguien puede hacer eso conmigo, eres tú, Lalo. Así que... está bien.

Y lo estaba. Al menos, eso creía. Hasta el momento la decisión de entregar la mitad de su vida a otra persona le había provocado semejante horror, que la mejor arma había sido la terquedad. Pero eso no funcionaba con Melalo, al parecer. Y cuando él mencionó la posibilidad de adelantar el "secuestro", ella se vio dividida entre dos grandes dilemas. Por un lado, el desgarrador deseo de que así fuera; de que la llevara lejos y se entregara a sus brazos sin mayor ceremonia. Y por otro, el recuerdo de Hero y las personas a las que había conocido recientemente. Se llevó una mano a la cabeza y negó.

Será mejor que no. Todo debe hacerse en su apropiado tiempo, ¿recuerdas? —dijo con una mueca que no podría calificarse como sonrisa. Como si no pudiera apartar las manos de ese irritante hombre, se dedicó a acariciar las facciones de su rostro y las puntas de sus cabellos.— Hay cosas que debo hacer. Aunque antes estaba sola, ahora vivo con alguien. Es un amigo, y quisiera charlar de esto con él. —como cada vez que pensaba en el vampiro, una dulce sonrisa se asomó en su rostro y dejó que el resto de su cuerpo se relajara. ¡Que diferentes podían ser los hombres! Con Hero, con quien sólo podía sentir comodidad y afecto; y con Melalo, quien alteraba cada fibra de su ser y la ponía tan a la defensiva. Sin duda alguna, le faltaba saber mucho más de hombres.



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Mensaje por Melalo Minué Mar Mar 18, 2014 9:04 pm

A Melalo le divertía esa mujer. Maia, a pesar de ser una gitana de lo menos tradicional, formaba parte de la curiosa fauna del género femenino. Su futuro esposo estaba lejos de entender lo que significaba eso, pero aquello no implicaba que no pudiera parecerle interesante jugar con ese gato escurridizo, tal vez inconsciente de la fiera que llevaba dentro y que él esperaba poder despertar. A lo mejor una cachetada podía convertirse en la puerta de entrada de futuros fogosos encuentros sexuales. Decían por ahí que las esposas enfurecidas tenían el doble de probabilidad de concebir varones que las consentidoras. Pondría el mito a prueba.

Le gustaba jugar con las chúcaras; no por nada conservaba el trabajo en el circo gitano como domador de animales. Y para continuar con el juego, como si todavía tuviese siete años y molestar a las niñas fuese un deporte, hizo el ademán de bajar sus manos al bien proporcionado trasero de quien se convertiría irrevocablemente en su mujer, aprovechando la soledad que podía ocultar conductas inmorales como esas, pero le hizo un freno a sus impulsos cuando intervino el afán de terminar ese encuentro positivamente, sin cuentas pendientes que saldar en su siguiente reunión. Si los caballeros no tenían memoria, las féminas tenían demasiada, sobretodo las que se las daban de macho y aspiraban a tener mayor igualdad en los derechos. ¡Locas!

Así fue que en vez de satisfacer a sus hormonas de golpe, ahí, en ese momento, como lo hubiese hecho con cualquier otra mujer, hizo el fastidioso intento de asumir que Maia se convertiría en su esposa, madre de sus hijos, el muslo que tocaría todas las mañanas al levantarse. Como muestra de ello, le quitó las manos de encima con la lentitud necesaria para que no se ofendiera y le sacudió el cabello como quien acababa de enseñarle una lección de vida a su hermano pequeño. Pero claro, Melalo no tenía amigas, sino amadoras, mas como debía esperar hasta el día de la boda para poder encamarse con Maia, convenía verla como si fuera un colega masculino más compartiendo la pista del espectáculo. Después de todo, ¿qué número más osado que el matrimonio existía?

Mi querida y dulce prometida sí que es graciosa —decía con ese tono sarcástico que a más de alguno había hecho sacar canas verdes— No somos el mejor ejemplo de lo que se debe o no hacer, ¿verdad? Sobretodo tú, preciosa. Basta verte mover descaradamente esas caderas al caminar para darse cuenta de que la virginidad nunca fue de tus prioridades, pero lo acepto; las mujeres sin experiencia no son de mis favoritas, porque… ya que todo se lo enseña uno, son incapaces de sorprenderte. Por otro lado, se comenta que las neuróticas lo muestran por completo en la cama, así que me muero por saber qué me mostrarás.

Cuando cesó su risa, se tomó un minuto para mirar hacia el suelo y permanecer en silencio pensando en las consecuencias del pacto que acababa de sellar. No le cambiaría la vida demasiado, ¿o sí? Mejor sería si no reflexionaba al respecto.

Ven conmigo. Te llevaré a tu tienda, o adonde sea que estés viviendo. Cuando mis padres hablen con tu tutor confirmando lo hablado, ya podremos a comenzar a llamarnos prometidos —cambió su tono a uno más hermanables para que Maia se dignase a confiar un poco más en él, evocando los recuerdos de la niñez que los conectaban. Como adultos no existía mayor vinculación que la que acababan de establecer; cada uno por su lado.


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Mensaje por Yuna Rutledge Mar Mayo 06, 2014 3:55 am

El destino era aquel al que Maia había estado ignorando por el bien de su libertad; sin embargo, bien decían los romaníes que nadie podía huir de él, ni siquiera los más escépticos. Quizás no fuera su destino ser una esposa sumisa y cariñosa, como fantaseaban las niñas en su infancia, pero algo sí era claro: Se casaría con Melalo Minué. La resolución de tal compromiso no hacía sino ponerla nerviosa, pero apenas podía notarse una diferencia con su comportamiento cotidiano.

"Cotidiano". ¿Sabría él lo que eso significaba? Despertar siempre a su lado, cambiar la estructura de su cocina para que pudiera complacerles a ambos (ni de broma comería nada que no le gustase), conocer sus defectos y virtudes de primera mano, etc. El matrimonio era para los valientes, sin duda alguna. Pero por extraño que pudiera parecer, él la hacía sentir valiente. Melalo era un viejo recuerdo que por muchos años fue olvidado y renegado, y que ahora volvía con una explosiva calamidad. ¡Matrimonio, enserio! ¿Y qué sucedía con ella, además? Su cuerpo reaccionaba de formas casi divertidas, como lo era encogerse ante el contacto con su cabello. De pronto recordó alguna ocasión en que le trató de ese modo por ser más bajita que él. ¡Que molesto! Y sin embargo... le gustaba. Sí, ella era un mar de confusiones. Sólo valía esperar que el pobre domador no se ahogara muy pronto.

Cielos, eres el colmo cuando hablas, Lalo. —Le acusó con cierta burla, aunque era un método mediocre para calmar los nervios. Todo lo que él decía era cierto, tanto como el hecho de que esa promesa era una locura de la cual se arrepentiría semanas después. ¿Pero cómo saberlo? En ese momento estaba segura, a pesar de todo, y ella cumplía sus promesas.— Ya me han dicho a mi que los hombres demasiado caballerosos subestiman experiencias memorables. —Se atrevió a comentar, como quien no quiere la cosa. Si iba a jugar con fuego, lo haría bien.

Le dedicó al atractivo moreno una lenta sonrisa; era el tipo de expresión conciliadora que se resignaba a una relación complicada, pero que asumía una ternura impresionante. Maia, pese a sus "aventuras", seguía siendo una muchacha demasiado inocente para su propio bien. Le extrañó darse cuenta que Melalo estaba intentando suavizar la situación, de modo que no estaba segura de si era por sus propias inseguridades o de si lo hacía con la intención de protegerla. ¡JA! Ya sospechaba que en la noche de bodas no le estaría protegiendo, precisamente.

Sobre eso... —Replicó al final con un tono de voz más relajado, poniéndose de pie e intentando ordenarse los mechones castaños.— No tengo ningún tutor como tal. Ya sabes que mis padres murieron hace años y no me he unido a ninguna caravana o tribu desde entonces. Estoy con un... eh... —Miró a su "futuro prometido" un largo momento, tensando los labios sin saber como concluir esa oración. Al final, optó por ser honesta sin revelar demasiada información.— Te lo dije, estoy viviendo con un amigo. Él es... un gadjo, bueno. Es agradable. Pero no creo que quiera (o pueda) dar su "permiso" para esto. No está acostumbrado a las costumbres gitanas, y... —Soltó una carcajada.— Si te soy honesta, yo tampoco.



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Un compromiso a cara y cruz - Maia Roham Empty Re: Un compromiso a cara y cruz - Maia Roham

Mensaje por Melalo Minué Mar Jul 15, 2014 10:20 am

Melalo sonrió para sí mismo luego de percatarse de que ese requiebro en los ojos de la gitana era para él. Le gustaba que Maia fuera pícara y que lo expresara abiertamente con él a pesar de las trabas que podría haber generado un arreglo semejante. Ese tipo de personalidades iba y venía. Apostaba que para enojarse, su futura esposa debía ser un verdadero tifón. Debía ser igual con el resto de las emociones; siempre al límite. Tendría que mantener las armas fuera de la vista de ella si no quería que las utilizara cuando le bajaran los fenómenos hormonales.

Al principio, realmente no tomó en cuenta que Maia mencionara que vivía con un amigo. Lo tomó como una manera sutil y menos abrupta de llamar a su amante. Pero resulta que la gitana insistió en el término; realmente se lo estaba creyendo. ¿En qué mundo vivía? No en el suyo, claramente, eso lo sabía de antes, pero no pensaba que llegara a tales extremos. ¿Qué seguía? ¿Mujeres usando pantalones? Ojalá estuviera kilómetros bajo tierra el día en que el circo abandonara la carpa para apoderarse de las calles.

¿Amigo? —frenó el avance de golpe. Tenía una expresión confundida, como si fuese un niño a quien le acabasen de decir la verdad acerca de cómo se hacen los bebés— ¿Hombre y mujer amigos? Pero qué disparatadas hablas. Y yo que pensé que estabas bromeando para romper el hielo. Dile “amante”, “quita telarañas”, “patas negras”, las cosas como son.

Amistad era un concepto que Melalo únicamente reservaba para el sexo masculino, con quienes podía emborracharse locamente para acabar anclando entre piernas femeninas, no entre ellos. Eso no podría hacerlo nunca con Maia, no sin que descuidase el hogar y a los hijos, sin mencionar que tendría que cortarle la cabellera y darle una buena azotaina frente a sus hermanos por la infidelidad. Absolutamente no. Ninguna mujer podía ser amiga, además, ¿por qué la necesidad de andar mezclando higos y bananas? Era un absurdo. Todos sabían para qué estaban llamados dos cuerpos contrarios tan complementarios. Podía cambiarse un universo de cosas, menos la naturaleza. A lo más se podía pretender saber emplearla y manipularla tal vez, pero al fin y al cabo era una sola; indomable, impasible, insaciable.

A pesar de la impresión, Melalo supuso correctamente que sin importar los argumentos que se emplearan, Maia se quedaría con sus creencias y él con las propias. Tendría que conformarse, por el momento, con que ella hubiera aceptado los términos que a él le interesaban. Lo demás ya tendría tiempo para reajustarlo.

Suspiró largamente mientras retomaba la caminata junto a quien se convertiría en su mujer. No intentar comprender y dejar pasar ciertos asuntos. Así se llevaría con ella hasta que la desposara.

En fin. Lo que hayas hecho en el pasado no es de mi incumbencia, mientras todavía puedas engendrar. —aceptó sin ningún tono de gravedad en su voz— Pero lo que sea que estés haciendo con él, desde ahora déjalo, que llegarán pronto a oídos de los demás este arreglo y serán sus ojos, no los míos, los que te delaten si algo inapropiado para una mujer casada llegan a observar. Evitemos eso. Haré que mi madre te prepare una tienda provisoria cerca. Veré que no te falte nada. Piensa que después de que nos casemos habremos pasado lo peor en cuanto a estas tradiciones que parecen no venirte. —arrugó el entrecejo temporalmente. Algo se le estaba olvidando— ¡Ah, es cierto! Ya que no tienes tutor, debes designar a un gitano de mediana confianza para que te represente en tu traspaso esta única vez. Si a tu supuesto “amigo” es afín a las tradiciones gitanas o no, es irrelevante; nadie permitirá ingresar a un extraño a los territorios de la tribu, ni mucho menos a las tiendas. Pero mis padres tienen que confirmar el compromiso con alguien, así que mientras más pronto tengas el nombre de quien te sustituya para estos efectos, mejor. ¿O ya tienes a alguien?



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Mensaje por Yuna Rutledge Mar Sep 16, 2014 3:19 am

Resultaba evidente que Melalo estaba empeñado en destruir cualquier intento de humor por parte de la incauta fierecilla. No tenía remedio a eso, se dijo ella con cierto pesar, aunque quizás los años dentro del matrimonio los acostumbraran a las peculiaridades del otro, si no se mataban primero. Ciertamente no había mentido resecto a su amistad con Hero, el hombre con el que actualmente vivía, ¿pero cuán sincera podía ser de jurar no sentir nada por el asiático? Le recordaba con mucho cariño y cierta admiración, a veces, con lejano deseo. Pero estaba tan en deuda con él que no podía imaginarse nada que los comprometiera de otro modo que no fuera como hermanos.

Amigo. —Insistió con terquedad y un profundo ceño fruncido. Melalo tenía que ponerse un poco más avispado si quería hacerla cambiar de opinión respecto a cualquier cosa.— Es mi mejor amigo, de hecho. Aunque es irrelevante mi relación con él después de todo lo que hemos discutido, quiero que quede bien en claro que es posible. Una mujer no tiene que abrir las piernas a un hombre al que aprecia. Ni un hombre debe querer seducir a una mujer sólo porque la tiene entre sus brazos. —Hizo una pausa significativa en la cual se permitió dar una necesaria bocanada de aire. Melalo podía sacar su lado más rebelde con tan sólo hacer un comentario, lo que le gustaba tanto como le molestaba.— Cualquier excusa es buena para pelear. —Se lamentó con un atisbo de humor, emprendiendo de nuevo la caminata.

Escuchó no de buena gana sus palabras, pues aunque había aceptado sabiendo todo aquello, seguía sorprendida de que su propia gente usara costumbres tan bárbaras e incivilizadas como aquellas. Se preguntaba internamente lo que pensaría su padre de todo eso, y si de verdad estaba haciendo lo correcto. Pero el final a cada cuestionamiento era siempre el mismo: Lo haría. Maia Roham no se retractaba, pasara lo que pasara.

Conozco a un par de personas que podrían servir para eso. —Le contestó con aire distraído, como si pensara en cosas más importantes. De estar prestando atención, sabría que aquello podría molestar al imperioso gitano que ahora era su prometido. Pero, ¿no era justo hasta cierto punto?— Ciertamente, nadie de tu familia aceptaría verle llegar ahí sin más... —Murmuró con la vista en el suelo.— Pero quizás con las vestimentas adecuadas... —De pronto respingó, ajena a todo lo demás. Parecía emocionada y sumamente atenta, como antes no lo parecía. Puso ambas manos sobre el pecho masculino.— ¡Ay, Lalo, dime que sí! Definitivamente no puedo casarme contigo si no están presentes algunas personas a las que quiero mucho. Dime que me ayudarás a llevarlas, por favor.



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Mensaje por Melalo Minué Miér Oct 15, 2014 10:58 pm

Con Maia, Melalo contraía su estómago de risa más veces de las que podía contar con los cómicos del circo. Obviamente se trataba de una mujer de conciencia limpia, pero qué disparate, si su mente contaba más cochinadas que las putas de la vereda. Y tenía el descaro de andar con la frente en alto, tan orgullosa como si hubiese parido diez hijos sanos hasta la adultez. Estaba bien, Melalo tenía sentido del humor. Ya aplicaría un poco de maldita disciplina con ella cuando estuvieran casados. Después de todo, domar fiera no era lo único que sabía hacer con un látigo.

Acercó a Maia de la cintura, caminando así con ella, aunque esta vez no la miró, sino que dirigió su vista al cielo como quien aleccionaba con ligereza a un niño pequeño; ganándose su confianza con gestos, no con hechos. Pero claro, al gitano no le interesaba ganar confianza, porque lo que fuera que quisiera de ella, lo obtendría y con todas las de la ley, pero eso no quitaba lo entretenido que era tratarla como si fuese ella la inexperta y él su amo y señor incluso antes de que se volviera el mismo.

Maia, Maia, querida. Eres todo un caso. Uno muy divertido, por lo demás. No creí que fueras tan ingenua, pero está bien. Me gustan las sorpresas. Yo también te tengo una que otra sorpresita —ronroneó cerca de su oreja— ¿Cómo te lo explico? Sí… los hombres y las mujeres no son amigos. Nunca lo han sido y nunca lo serán. Si tu supuesto «amigo» tiene pene, o si no se llama Leila o Samira, no hay amistad allí; hay calentura. Y no la necesitarás con nadie más que conmigo. Le daremos un buen uso a ese fuego inclemente que tienes ahí. Si vas a darme pelea, que sea en mi tienda. Tienes las veinticuatro horas las día para una terapia intensiva de liberación de la ira con tu futuro marido.

De pronto, sintió a la mujer acercarse no hostil, sino suplicante. Era una faceta que no había visto de ella. Vaya caja de sorpresas. El domador sintió sus cejar enarcarse picarón ante las posibilidades que abría su situación provechosa. ¿Tan importante era para su futura esposa que asistieran unos gachís a la boda? Bueno, no era como si fuese relevante lo que él pensaba. Lo único que valía la pena rescatar era que podía hacerse de rogar.

Imitó un falso tono de lástima al tiempo que acarició la cabeza de Maia.

Oh, pobrecita. Imagino cuánto deben llenar tu vida esas personas y tú la de ellos. Sería una verdadera pérdida que perdieran la oportunidad única de atravesar un evento tan importante juntos —suspiró antes de cambiar a un ánimo más perezoso— Pero… ¿sabes? No has sido muy cariñosa conmigo, y yo soy una criatura muy sentimental. Me rompes el corazón, querida.

De un momento a otro, justo cuando comenzaba a vislumbrarse el sitio donde Maia residía, Melalo osadamente la tomó de las caderas y la detuvo contra un árbol. Estaba demasiado cerca, casi impactando un cuerpo contra el otro. Le sonrió con lujuria. Estaba en todas las de ganar, y aunque no fuera así, él sentiría que sí, y se aventuraría como el más osado de los ladrones a ver qué podía sacarle a esa mujer.

Y ya sabes… —un beso en el hombro, otro en el cuello.— …cuál es el mejor remedio para un corazón roto.


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Mensaje por Yuna Rutledge Miér Nov 05, 2014 12:13 pm

Había sido tan descuidada y sincera al momento de lanzarle aquella petición que no había considerado la posibilidad de que él se negara. Desde su posición, era algo razonable y muchísimo más importante. Lo único que había tenido en la cabeza en los últimos minutos era a Hero y su expresión de alarma cuando estuviera enterado de su compromiso; se le hubiese ocurrido pensar en Camila de no ser porque en ese tiempo aún no la conocía. Todo era muy confuso, y Melalo lo hacía todavía más difícil. En un momento decía cosas horrendas con respecto a la incapacidad de las personas de formar amistad entre hombres y mujeres, y al siguiente la acorralaba y la miraba de ese modo. Abrió los ojos con sorpresa y desconcierto. Maia no era una muchacha que controlara tan bien sus emociones, por no hablar del color de sus mejillas y los temblores de su cuerpo. Había querido estar tranquila y serena por el resto del día, pero al parecer su futuro esposo estaba empeñado en negarle ese privilegio.

¿Lalo...? —Lo llamó en un hilo de voz, pero cerró la boca cuando él le dijo aquello. Que Dios, si rondaba por ahí, amparara a quien pudiera romperle el corazón a un hombre como Melalo Minué, aunque la gitana dudaba que esa persona existiera jamás. De todos modos, era claro que estaba en una encrucijada. Y si debía ser honesta consigo misma, su cuerpo no rechazaba de ningún modo al imperioso moreno, salvo por una que otra tensión de resistencia vacía. Era imposible entregarse a él como cualquier otra mujer, su mente estaba reacia a aceptar ciertas sumisiones, pero el calor que se le formaba en el pecho sólo lograba contradecirla.

¿Y qué más remedio tenía? Estaba jugando con fuego a un nivel que nadie, ni siquiera su difunto padre, hubiese aprobado. Ya no se trataba sólo de un deseo infantil que luchaba a contra-corriente. Tenía que ver con la obstinación. Tenía que ver con la renuencia de sucumbir a alguien como Melalo o, peor aún, darle el gusto de marcharse indignada como una pobre niña virgen.

Así pues, sus manos, que todavía descansaban sobre el pecho masculino, subieron hasta alcanzar su rostro. Lo sujetó con delicadeza, como si nunca lo hubiese abofeteado antes. Levantó la mirada a sus ojos, sin que el brillo desafiante abandonara completamente sus orbes. Pero no era tanto el desafío el que la impulsó a atraer su rostro para cortar los últimos centímetros de distancia... se trataba de una dulzura innata. Porque Maia podía ser atacada en todos los aspectos de su vida, pero por alguna razón, siempre conservaba esa pureza de alguien que cree en la bondad. Ingenua o no, atrapó los labios de Melalo y lo obligó a ser gentil, a no volcarse en una pasión desbordante en el instante que se tocaron. Tampoco le permitió retroceder, pues sus manos se presionaban contra su piel con insistencia. Su cuerpo se apretó contra el ajeno, aunque de un modo más inconsciente.

Entonces le permitió -y se permitió a sí misma- sentir su sabor. Abrió la boca e indagó en algo menos inocente. Eran apenas unos breves roces, pero que podían encender algo más peligroso. Justo cuando le mordió el labio inferior, se separó. Aunque estaba claramente acalorada y con el pecho agitado, su mirada parecía controlada y serena.

Puedo seguir curando tu pobre corazón roto una vez que nos hallamos casado. —Le dijo en voz baja.— Pero para ello, necesito a ciertas personas ahí.



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Mensaje por Melalo Minué Miér Dic 17, 2014 9:00 pm

La magia de los bohemios estaba en que se hechizaban entre ellos a conciencia. Y como hablaban todos el mismo idioma, no existían engaños. No era que no quisieran camuflar la verdad con asuntos más entretenidos o menos dolorosos, sino que aunque intentaran, no podían mentir eficazmente. Por eso, pensó Melalo en medio del beso que recibió por parte de su futura mujer, aunque inventase mil excusas para justificar sus salidas, esa suspicaz fémina renegada de las costumbres lo descubriría. Ahí se notaba que era una gitana; no en la tradición, no en la lengua, sino en la esencia. La magia que corría por sus venas. Un corcel indomable corriendo hacia el sol.

Sabes contenerme, Maia —reflexionó en medio del ósculo, dejándose guiar por ella. Era una forma de conocerla más a fondo— Pero, mi querida prometida, todo tiene un límite. Cuidado con lo que acumulas ahí.

Se sentía extraño probar ternura de los labios que según el domador debían demostrarle pasión más que cualquier otro par, pero ahí estaba. ¿Cómo reaccionar? Lo calentaba, desde luego, pero de una forma que aún le faltaba por descubrir. Generalmente la pasión despertaba en él más pasión, como un fuego que una vez que quemaba una pequeña porción, iba a por la totalidad. Algo diferente era esto; lo encendía de tal forma que le provocaba curiosidad. Había un misterio que envolvía a esta mujer en sus brazos.

Se sintió impulsado a más por esa mordida en su labio inferior. Levantó una ceja picarón. Esto tenía buena pinta. A lo mejor esa fiera quería ser domada. Pero cuando se aproximó con intenciones de celebrar su compromiso con broche de oro, fue detenido en seco por la gitana.

Soltó una risa despreocupada, ignorando el calor que recorría su bajo vientre.

Juegas bien tus cartas, mujer. Voy a seguirte la corriente en esta ocasión; te lo has ganado. Te dejaré ir. Pero la próxima vez que me la pongas dura, no te saldrá gratis. Ahora vete —le dio una sonora palmada en las nalgas antes de dejarla caminar a su hogar.

Se quedó apoyado en el árbol viéndola caminar. Pronto no la observaría menear sus caderas así a lo lejos, sino que transitaría a su lado como su dueño. Se había topado con purasangres duros de domar, pero esa yegua se llevaba el premio mayor.

Entonces recordó que ella debía dejar de moverse tan coquetamente desde ahora, que era harina de su costal.

Eh, no muestres la mercancía; es mía.

Ay, Santa Sara. Serían un matrimonio de fábula.


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