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El inicio del fin [Privado-La cruzada] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Uriel Kattagary Sáb Nov 02, 2013 8:01 pm

*Los participantes para este rol fueron contactados via MP. Tras la primera ronda se fijaran los turnos.

"Después de la fuerza no hay nada más grande que su dominio."
Friedrich Richeter


Vaticano, Roma

(En una fría noche... 3 días antes del encuentro)


La habían llamado para atender unas órdenes; recoger la misiva donde constasen las nuevas directrices de la Iglesia y leérselas a un grupo selecto de Inquisidores, los que junto con ella, las tomarían y las harían cumplir. Todo parecía ser como siempre, una burocrática reunión, pero esta vez algo se salía de su raciocinio en cuando la llamaron al mismo centro de la sede inquisitoria, el Vaticano, residencia de los más influyentes del ámbito religioso.

A pocos se les permitía llegar hasta lo más alto de la inquisición, no obstante no era la primera vez que pisaba el suelo santo del vaticano, y tenía el presentimiento de que tampoco sería la última. Resguardada en su capa roja, penetró en los santos muros, encontrándose con el camino barrado por una veintena de guardias que custodiaban la puerta de acceso principal. Parándose frente a ellos, se quitó la capucha y esperó a que hicieran sus conclusiones, las que no tardaron en hacerse notar, cuando quien parecía ser el general de la protección, asintió e inmediatamente los demás se hicieron a un lado, dejándole vía libre al paso.

- Detrás de mí, condenada. – Ordenó el general, con una grave voz, que abriendo las puertas seguido por tres humanos más de la guardia, se encaminó esperando que la vampira los siguiera. Uriel no se hizo de rogar y se echó a caminar tras ellos.

Conocía demasiado bien el edificio y sus pasillos entrelazados, un autentico laberinto, para quienes no supieran el recorrido. Sin demasiada dificultad siguiendo a los guardias, se internó en el vaticano dirigiéndose al salón papal, donde una vez allí le darían las nuevas misiones requeridas.  Los guardias en silencio la guiaron hasta que estos deteniéndose delante una puerta, en silencio le indicaron que entrara. La inquisidora tomando la iniciativa tomó el pomo de la puerta y empujándolo, abrió la puerta entrando en un pequeño salón, donde la única pieza que sobresalía del pintoresco lugar, era un altar donde reposaba una vela y bajo esta un sobre, en donde constaban las nuevas órdenes. Ya estaba todo hecho, ahora solo debía tomar la misiva y acudir a donde los demás le esperarían, donde los habían citado a todos.

Confiada, cerró la puerta dirigiéndose al fin hacia el altar, cuando de las puertas adyacentes al salón, se abrieron saliendo de allí los cardenales, todos con sus túnicas oscuras, los que rodearon la sala, rodeandola también a ella. Uriel mirando de lado a lado, se agachó al descubrir que el último miembro al salir, no era más que el papa en persona quien lentamente se acercaba al altar.

De reojo observaba cada movimiento, levantándose cuando el papa con un gesto le ordenó erguirse y acercarse a él. Lentamente se le acercó, tomando la misiva que le ofrecía, mientras a su alrededor los cardenales empezaban a entonar un cantico eclesiástico.

-Cumple la palabra de Dios y ve en paz. Que dios ampare tu camino y el de los tuyos hija mía.

Y tras esas palabras y jurar delante todos los presentes proteger esas órdenes con su propia vida, dio la espalda a todos, volviendo tras sus pasos, en busca de aquel destino que le deparaba en París. Concretamente en la catedral de Notre Dame, que permaneceria cerrada aquella noche para ellos, alejándolos de las miradas indiscretas. Un previlegiado lugar, donde se llevaría la clandestina reunión que ya ansiaba dar comienzo para poder leer el sobre que reposaba en su poder. Ya le quemaba el alma de curiosidad, su instinto le decía que no era como otras veces, esta vez era especial.


En el cielo se acontecía una gran tormenta. Parecía ser el preludio de lo que estaba a punto de acontecer. El inicio del fin estaba cerca. La iglesia movía sus fichas y aquella joven portadora de las maquinaciones de todo un siglo, solo era el principio de todo lo que estaba por llegar. En dos noches se reuniría con sus compañeros, y finalmente todo seria revelado.


Aclaraciones:


Última edición por Uriel Kattagary el Miér Mar 26, 2014 4:00 am, editado 1 vez
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Mensaje por Hēra L. Tsakalidis Dom Nov 03, 2013 2:47 pm

La calma que precede a la tormenta, nunca es una calma total, absoluta, no es la ausencia de emociones, no es un completo y perfecto vacío... No, esta es una calma llena de significado, llena de secretos y del callado temor que produce en aquellos que conocen el significado de ese silencio. La calma que va antes de la tempestad, es peligrosa, pudiendo llevar a muchos a confiarse, a olvidar que el caos se sobrevendrá ante ellos tarde o temprano. Y cuando este caos venía de manos de Aletheïa, hará acto de aparición de forma abrupta, imprevista... tal era su necesidad de jugar con las mentes ajenas.

- M-mi... mi Señora... Llegó una misiva para usted... Al alba... Parece importante... -Su voz sonaba entrecortada, repleta de temor. Aletheïa alzó la cabeza un momento, sin llegar a mirarla realmente, e hizo un gesto para que la muchacha se acercase. Había comprado a la esclava a un Señor al que el dinero comenzaba a escasearle. Había pagado una buena suma por ella, y no era la primera vez que se arrepentía de ello. La chica era demasiado joven y tenía menos agallas que una paloma. No sabía hacer nada bien. Por eso la había relegado al trabajo de recoger el correo, suponiendo que una tarea de semejante nivel de dificultad no le supondría un problema. Estaba equivocada. La habían estafado... ¿qué se podía esperar de un simple humano? Todos eran unos mentirosos. La sirvienta, evitando el contacto directo con la vampiresa, depositó el sobre junto a ella y retrocedió nuevamente hacia la puerta. Su desconfianza la hizo sonreír. Aferró la muñeca ajena con fuerza, provocando que la chica gimiese.

- ¿A dónde te crees que vas? ¿Acaso te he dado permiso para que te marches? ¿Cuándo llegó la carta? -Cuestionó con severidad, sin dirigirle ni una sola mirada. Abrió el sobre y su gesto se endureció considerablemente. Apretó aún más en su agarre, hasta oír el satisfactorio "crack" que inició el llanto de la esclava. - ¿Cuándo narices ha llegado esta misiva? ¡¡Contesta!! -La muchacha empalideció de inmediato, comenzando a temblar de forma considerable. Los ojos de la vampiresa miraron directamente a su presa, con una mueca inhumana, más propia de un animal que de una persona. La ira comenzó a crecer en su interior, hasta el punto de ser lo único en lo que pensaba.

- M-mi s-señora... Llegó al amanecer... P-pero estuve ocupada con otras t-tareas y lo olvidé.Lo siento...  -No necesitaba oír más. En un gesto rápido y brusco, Aletheïa se levantó de la silla y se abalanzó sobre el frágil cuerpo de la humana. La expresión de terror en su mirada la hizo sentir plena, satisfecha, pero no se conformaría. Nunca había tolerado a los humanos, pero los estúpidos ya eran demasiado. Y aquella niña era una idiota. Ella misma se lo había buscado. Apresó el cuello de la chica con una sola mano, y apretó hasta que la muchacha comenzó a toser con cierta brusquedad.

- ¿Y se puede saber por qué demonios no me la has traído en cuanto llegó? ¿Se puede saber por qué has sido tan estúpida como para venir hasta aquí con tus absurdas disculpas? Sufrirás las consecuencias... ¿Y sabes qué? Que nadie va a echarte de menos. Eres escoria, basura humana. Una inútil... -Apretó con más fuerza el frágil cuello, hasta que la muchacha dejó de respirar y comenzó a ponerse morada. Entonces blandió con fuerza sus garras sobre el pecho de la chica, sacando su intacto corazón, aún palpitante. - ¡Recoged este estropicio! Como quede una sola gota de la sangre de esta incompetente en mi alfombra, juro que acabaré con todos vosotros. -Recorrió los largos pasillos del castillo hasta llegar a su alcoba. Bajo la titilante luz de las velas, leyó la misiva que llegaba de parte de sus superiores. Habría una reunión de Inquisidores en la hermosa Notre Dame en cuestión de dos días.

Una siniestra sonrisa se instaló en su pálido y hermoso rostro. Una sonrisa tenebrosa, que encerraba tantos misterios como secretos albergaba su persona. ¿Qué estarían tramando? Apenas cabía en sí misma de la emoción. Necesitaba acción o el tedio de su vida diaria, oculta entre las sombras, acabaría por hacerla enloquecer. Aunque el mensaje no dijese demasiado, ella comenzó pronto a elucubrar acerca de lo que tratarían en la reunión. Intuía que sería un gran golpe, un golpe de esos que hacen historia... Y ella sería partícipe, como en tantas otras ocasiones, de cómo aquella grandiosa organización provocaba un cambio considerable en el mundo que la rodeaba. ¡Qué grandioso día! Disfrutó de su manjar mientras pensaba en qué ponerse... Después de todo, la eternidad no es una excusa para dejar de ser coqueta.
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Mensaje por Astor Gray Dom Nov 03, 2013 4:50 pm

Todos esperan, convocados por un silencio de campanas; todos esperan, sombra a sombra, que por sus ojos hable el alba.
Sara De Ibáñez


La noche era fría, anunciaba algo grande y Astor podía sentirlo dentro. Tenía últimamente más misiones de las que antes y eso le agradaba de esa manera su furia salía como debía y su mente se enfocaba en otras cosas que no fueran pensar en Danna, en lo que había dejado atrás junto a ella y a lo que la loba Massone le había dicho cuando se enfrentaron.
Todo aquello rondaba por su cabeza y solo le hacía enojar más que antes, no tenía suficiente; por eso el recibir aquella carta que decía que llegara a Notre Dame para nuevas ordenes le alegro sobremanera.

Dos días, eso era todo lo que debía aguardar para saber que era lo que le deparaban las nuevas indicaciones. Esos dos días se dedico a otros asuntos, ver los negocios, salir a tratar con las personas normales y hacer como que sus propios negocios le tenían demasiado atareado como para dejarse ver; era realmente sencillo engañar a los humanos normales, ellos solo veían lo que deseaban y todo lo demás lo ignoraban, como si estuvieran ciegos.
No fue gran problema resistir los dos días, se lleno de otras cosas que distrajeron su mente hasta que el día llegó y sus ansias de saber que era lo que debían hacer aumentaron como la espuma.

En cuanto la noche cayó, salió de su casa, como si fuera simplemente a dar un paseo por las calles de París pero tenía ya la vista puesta sobre Notre Dame. Se apuro entre las calles oscuras, no resistía más el saber que era lo que tenía ahora que destrozar, haría lo que fuera mientras su espíritu se sintiera más tranquilo y nada le perturbara.
El camino le pareció demasiado corto aunque en un inicio había sentido su andar demasiado lento, todo aquello claro eran solo engaños de su mente ante todo lo que intentaba reprimir en ella, pero todo lo desaparecería, la destrucción de cuanto y cuantos fuera necesario lograría calmar su espíritu de eso se sentía seguro.

Termino por llegar a Notre Dame, solo para darse cuenta de que era al parecer el primero en aparecer en aquel sitio y gruño. Detestaba aguardar, lo odiaba pero en esos momentos no tenía más que hacer así que cruzo los brazos y permaneció en silenció, buscando cualquier sonido que indicara que los demás llegaban al lugar y en cuanto más rápido lo hicieran mucho mejor.
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Mensaje por Antonio de Carvajal Lun Nov 04, 2013 6:39 pm

Recargado en el filo de la chimenea, leí el contenido de aquél sobre recién llegado a mis manos. Me quedé estático observando aquellas palabras escritas de puño y letra por el mismísimo Papa. Las leí una y otra vez, perdiéndome en el negro intenso de la tinta imaginando con cuánta atención, con cuánta delicadeza habría sido realizada. Una carta cuyo contenido sumamente importante y  revelador no debía caer en manos equivocadas, porque de lo contrario todo el secretismo habría sido en vano. Pensé en guardar aquel pedazo de papel como un preciado recuerdo, pero sabía perfectamente que debía deshacerme de cualquier evidencia que pusiera en peligro tan importante misión. Con todo el dolor dejé que las llamas de la hoguera lo consumieran. El sobre corrió la misma suerte, y no me retiré de ahí hasta que el sello lacrado terminara por derretirse, volviéndose cenizas. Me santigüé dirigiendo una oración a Dios nuestro señor y salí decidido y con paso firme de mi despacho. El eco de mis pisadas por los pasillos era el único vínculo entre la algarabía y el silencio de mí hogar. Hacía tiempo que la servidumbre se había recogido en sus aposentos para dormir, por lo que se me presentaba vía libre  para abandonarles sin ser visto, como tantas otras noches. Ésta sin embargo era diferente a todas las demás. Mis pasos me llevaron – antes que a cualquier otra parte – hacia la pequeña capilla que había acondicionado en alguno de los múltiples salones de la planta baja, muy cercana al comedor principal. Abrí ambas puertas de roble, pudiendo percibir el aroma a cera de las velas que comúnmente permanecen encendidas hasta que se consumen en su totalidad. Cerré con cautela las puertas tras de mí, caminé un par de pasos hasta hincarme en el reclinatorio apostado frente a un altar, me santigüé por segunda vez y comencé a orar:

–Perdóname señor, porque he pecado. Perdóname, porque eres un Dios bondadoso. Perdóname, Señor, todas las veces que yo he mentido, engañado, he criticado los defectos del prójimo, he murmurado, he hecho falso juicios, he levantado falsos testimonios. He robado la fama del prójimo; perdón señor por ser débil, por ser pecador. Ésta noche, se me ha encomendado asistir a una misión en tu nombre y en el de tu santa Iglesia. Dame la fuerza, dame el valor para cumplir tus designios. Bendíceme señor y haz que salga ileso de esta cruzada en favor tuyo. Tráeme sano y salvo de vuelta al hogar, y líbrame de todo mal. Amorosísimo Dios, trino y uno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Trinidad Santísima, en quien creo, en quien espero, a quien amo con todo mi corazón, y humildemente pido protección y ayuda. Santísima Trinidad, bendíceme, ayúdame, ampárame, líbrame del mal y peligro, de toda mala hora, que todos mis enemigos se queden atrás. In nomine Patris et fillii et Spiritus Sancti. Amén.

Me levanté, y me dirigí a la pequeña pila bautismal, para tomar un poco de agua bendita con dos dedos y formar la cruz en mi frente. Presenté nuevamente mis respetos al señor, y salí de la capilla rumbo a mi habitación. Subí las escaleras de dos en dos, ansiando estar prontamente en ella para prepararme y salir a la brevedad posible. Llevaría únicamente lo indispensable para aquella tan ansiada reunión: Mi inseparable biblia, el rosario de mi madre, y dos frascos de agua bendita.  Un par de mudas de ropa y pequeños costales con monedas. De necesitar equiparme con algo más, lo compraría más tarde de acuerdo a las necesidades y circunstancias. Me enfundé en mi inseparable cazadora saliendo a toda prisa. Los minutos eran vitales, la diferencia entre dar el primer golpe o ser golpeados. En mi carrera por asistir a la brevedad a la reunión, pasé por alto algo, o más bien a  alguien en quien había estado pensando minutos antes de leer la misiva. Me quedé ahí parado decidiendo qué hacer a pocos metros de la puerta de salida: Si tocar su puerta y explicarle, o simplemente esfumarme. Finalmente opté por lo segundo. Era lo mejor. Ya mi inseparable mayordomo y ama de llaves tenían las instrucciones precisas para actuar de acuerdo a lo que aconteciera con mi existencia. No tenía asuntos pendientes y podría marcharme con la conciencia tranquila por el momento, y si Dios no disponía otra cosa, quizás la volvería a ver.

Ya en las caballerizas, ensillé al caballo más veloz de mi cuadrilla. Ésta vez la comodidad de viajar en el carruaje no era una opción viable, pues no era mi deseo llamar poderosamente la atención. Actuar solo, sin levantar sospechas era mi especialidad y como tal actuaría de acuerdo a… Monté y salí a todo galope de ahí. Una vez alcancé la parte alta de la colina que servía como camino secundario para llegar a la residencia, paré y observé mi casa hacia lo lejos con aires nostálgicos. Esperaba en Dios regresar con bien.

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Mensaje por Erika Knight Mar Nov 12, 2013 1:25 pm

Dejé a un lado los últimos documentos que me habían llegado de Escocia y solté un suspiro pesaroso. Odiaba todos los trámites legales por los que me hacían pasar una y otra vez la familia de mi padre pero esto ya era el colmo. Llevaba como mínimo una semana sin salir a cazar y matar algo y por lo general eso me ponía de muy muy mal humor.

Al menos, esa noche, ya tenía planes. Miré el sobre lacado que había apartado cuando llegó a mis manos entre un montón de correspondencia inocua en comparación con aquello. El sello papal siempre era más importante.

Al principio había creído que se trataba de alguna clase de broma. Tanto elogio y gratitud no eran precisamente lo que yo, quien de todos los inquisidores y yo precisamente, esperaba. Más bien había creído que se trataría de algún tipo de notificación de excomunión o castigo por insubordinación. Pero nunca aquellos agradecimientos del papa.

Recogí el papel de la mesa y lo releí una última vez antes de guardarlo junto con otros documentos en un cajón oculto de mi escritorio. Por muy improbable que pareciera decidí creerme que la Santa Iglesia “apreciaba mis servicios” y me invitaba a participar en su nueva misión.  Comprendería porque querían de mis servicios pero de ahí a apreciarlos… Yo no era precisamente la mejor inquisidora a la que manejar.

Me vestí y armé prensando en todas las posibilidades. Tal vez Notre Dame fuera simplemente una trampa, idea que, si bien no me desanimaba del todo, no era mi favorita en ese momento. Si realmente era para recibir un nuevo objetivo lo haría encantada y si no… Bueno, las calles de Paris siempre eran capaces de ofrecerme el más variado entretenimiento.

Busqué a mi mayordomo, que nunca estaba donde tenía que estar, y le dije que saldría un rato. El asintió, sabedor de lo que tendría que hacer si no volvía aquella noche, y salí por un lateral de la casa.

Anduve unas manzanas, dando vueltas de más producto de la costumbre, antes de llegar a la catedral. Cuidando de que nadie me observara me encaminé a una de las puertas laterales para entrar sin llamar la atención de nadie que no estuviera invitado a la fiesta. Aquella noche prometía.
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Mensaje por Leto Radamanto Miér Nov 13, 2013 10:57 pm

Mis fracasos sólo pueden ser perdonados con crecientes victorias...
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Leto había fallado en proteger la catedral una vez y eso le valió el auto-destierro. Por supuesto, no era vanidoso o arrogante, no se creía el mejor inquisidores o el más poderoso; pero fallar una orden directa del Papa él no podía perdonárselo, era prudente por eso el exceso de confianza que le valió se robado por un grupo del que aún se desconoce su paradero y sus intenciones hizo que él no se presentara más en la catedral. Sumido en su vergüenza no creyó que su Santidad confiara en él, es por eso que cuando a su casa ubicada al sur de París llegó una carta con el sello papal en su mente cruzó la idea de tratarse de una sentencia y se reprochó por no ir directamente al Vaticano a presentar su fracaso y sobre todo las perdidas de dos inquisidores, Hayden Vaggö y la famosa Killer Bee, sí, la carta le recriminaría eso ¿o por qué le escribiría a él su Santidad? Eran las preguntas que cruzaban en su mente.

Sin temor tomó la carta y removió el sello, después sacó el pergamino y contempló la delicadeza con la que estaba escrita y sobre todo que era el puño y letra del mismísimo Papa lo que le desconcertó totalmente. Era un misión, un objetivo no solamente dirigido a él, habría una reunión y por la redacción Leto supo que no iba a tratarse de cualquier misiva, era algo grande y quizás demasiado para su comprensión que de hecho no necesitaba comprenderlo, no mientras fuera orden directa del Papa.

No puedo volver a fallar— susurró y se encaminó a la chimenea donde arrojó el pergamino a la brava llama, todo tenía que ser tratado con minuciosidad o fracasarían. Esperaba tener mejores datos al presentarse en la reunión aunque el pergamino decía lo suficiente para él. Se santiguó y caminó a su santuario, se arrodilló y comenzó a rezar, después se colocó su cruz para salir caminando, a penas caía el atardecer pero al ritmo con el que caminaría llegaría a tiempo, si de algo se reconocía a Leto no sólo era de su lealtad ciega, sino de su puntualidad y aprovechar la caminada para meditar le caería muy bien.
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Mensaje por Gideon Stark Jue Nov 14, 2013 9:13 pm

Ya había pasado tiempo y las heridas no sanaban, el creía que jamás sanarían, la última experiencia en una aventura alucinante contra un vampiro creyendo ser ángel le había dejado el alama destrozada y el pensamiento hundido en lo más profundo de aquella melancólica forma de ver la vida a partir de ese día.
El corazón del vampiro no hallaba consuelo, sus pasos milenarios se dirigieron a lugares distintos, las suelas de aquellos zapatos daban cuenta de los caminos inhóspitos y lejanos a los que su amo había visitado, tratando inútilmente de huir de las culpas que fluían cual río, ahogando de a poco ese corazón muerto que muy en fondo seguía latiendo como si un humano fuera.
Fue cuando algo interrumpió toda aquella travesía, la cruz de nuevo le llamaba, su amado señor al que le debía la devoción de un alma que solo espera ser salvado de su propia miseria existencial, pedía su presencia -Esto es un milagro- pensó mientras en sus manos reposaba una carta -El señor supo que estaba en París- dijo para sí mismo, intentando convencerse a sí mismo de que el Todopoderoso por fin le había escuchado, prefería omitir que la iglesia y sus sacerdotes saben cómo encontrarle, las huellas en su camino siempre han sido vistas por los ciervos y sacerdotes del señor.
Sus orbes se movían en un rápido compás mientras leía línea por línea las intenciones de una reunión en Notre Dame, despego la mirada de la hoja y desde la ventana de aquel viejo hotel en el que siempre se alojaba cuando solo deseaba paz, pudo contemplar las torres de la iglesia y dentro de ellas sus campanas -Allí estaré- dijo firme, mientras sostenía  con el puño ese extraño crucifijo que pendía de su cuello hace  siglos -Es una promesa- declaro y con el ceño ligeramente fruncido se levanto de su sillón que estaba a los pies de la cama, tomo su chaqueta y partió rumbo a Notre Dame.
Caminando por las calles de ese París, donde el frío y un misterioso aire era dueño y señor de las aceras pensaba e intentaba encontrar el porqué iba hacia allá, otro lo haría por obligación, pero Gideon no y mucho menos después de todo lo que paso no hace mucho tiempo, idea o justificación que a la cabeza le venía era descartada -Es por todos ellos que sigo bajo el yugo de  su poder- se daba consuelo mientras pensaba en la inquisición y sus servicio a las filas de Dios, a veces consideraba que matar a un igual era pecado y en otras que se trataba de ganar indulgencias, ese vampiro en callado y reflexivo proceder actuaba de una compleja manera.
Finalmente sus pasos se detuvieron allí en esa enorme efigie construida por los hombres para su Dios, algo en su pecho indicaba que un movimiento con una magnitud inalcanzable estaba cerca, la idea le estremeció -Dios no me abandones, no nos abandones, sea lo que sea que el destino nos aguarde, no permites que vidas de inocentes sean sacrificadas por obrar en tu nombre... todos los demonios llévatelos, a ellos sí- elevo su oración mientras su mirada se poso por última vez al cielo estrellado de aquella noche incierta.
Dejando escapar un suspiro de sus labios, entro por una de las puertas laterales, recordó todo lo que aconteció recientemente -Dios está conmigo- pensó en consuelo y se adentro quedando frente al altar principal -Dios estará con todos nosotros-susurro, para que después su solo respiración se volviera parte del santo silencio de lugar.
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Mensaje por Tiare Vie Nov 15, 2013 12:43 am

Pocas son las cosas que llaman mi atención... y la iglesia no es una de ellas, pero no niego que de ésta puedo obtener más que dinero y protección... Entretenimiento
Tiare

París, tiempo presente...

El carruaje de Tiare avanzaba a un trote ligero de los caballos, como la reina de la noche que se consideraba ser, la hija de los milenios bebía de un encantador joven que con su belleza y carisma se enfrentó la desdicha de encontrarse en el camino de Tiare, el desdichado no tuvo oportunidad de descubrir que la muerte lo abrazaba, de hecho ni siquiera era consciente de que Tiare bebía de la muñeca con una tranquilidad, disfrutando cada gota. Tiare había creado en la mente de Courier una fantasía donde él se encontraba en el carruaje con un amor de la infancia, para la hija de los milenios los mortales eran simples juguetes mas que alimento, sangre que ella ya no necesitaba para sobrevivir, su poder era tal que podía sobrevivir si decidía a no beber por décadas inclusive siglos; pero si ella continuaba asesinando y torturando a sus víctimas era por simple capricho, la sangre era lo de menos, para ella era más delicioso atormentar el alma de un mortal mientras bebe de él que el propio elixir de la vida.

El hombre perdía color y su corazón latía con cansancio, de pronto, Tiare dejó de beber y liberó la mente de Courier para que la contemplara tal cual, con un reflejo inmaculado que comenzaba a adoptar color, la piel fría y dura como la piedra y una malicia en su rostro que con la boca abierta y los colmillos amenazantes la hacían ver como el mismísimo demonio. El hombre recuperó un poco de color y su corazón se aceleró, de un salto se colocó del otro lado del coche de asientos forrados en terciopelo azul rey; —¿Qui-qui-quién eres?— tartamudeó aterrado, Tiare cerró la boca y mientras ladeaba la cabeza a la izquierda dulcificó su rostro y mentalmente se introdujo en la mente de Courier para hacerle creer que veía a su amada Dayana, —soy yo amor... ven a mis brazos que ha pasado mucho tiempo y te necesito, tu calor, tus deseos... te quiero aquí y ahora, hazme tu mujer como siempre ambos queríamos, hazlo al fin...— le susurró en voz de Dayana y le extendió una de sus manos, Courier cayó en la manipulación mental y tomó la mano de su falsa Dayana y se abalanzó sobre ella poseído por la lujuria y la fantasía de cumplir al fin sus sueños. Besó a Tiare en el cuello, le tocó los senos y cuando quiso ir a la boca la hija de la noche liberó nuevamente la mente del hombre, su fantasía se hizo añicos y su corazón casi se detuvo del susto e impresión. –soy la dueña de la noche y vengo a reclamar tu miserable alma– le dijo por medio de la mente y antes de que él pudiera reaccionar ella se abalanzó sobre su cuello y penetró la piel a modo de causar el mayor dolor posible, comenzó a beber con más avidez y fue proyectando imágenes sangrientas donde su mundo ardía y moría como lo estaría él. Tiare sintió sus cálidas lágrimas antes de que perdiera la razón y liberó otra vez la atormentada mente.

El hombre la miraba ausente, ya no tenía la fuerza para manifestar alguna expresión —¡Ay...! ¿por qué ese rostro?— se bofó y de un segundo a otro su semblante cambió, de burla a maldad pura; y le rompió los huesos del hombro derecho, fisurando el omóplato e inclusive rompiendo un par de costillas que se clavaron en los pulmones, las últimas fuerzas del hombre se expresaron en un patético grito de dolor, Tiare sonrió satisfecha y lo arrojó al piso del coche para que muriera por el dolor y no por su débil corazón. Entonces, sacó de su abrigo estilo inglés el pergamino que había recibido.

Tres días antes, Italia...

El cuerpo de su mascota Hayden Vaggö comenzaba a sanar luego de que Tiare le rompiera los huesos de las piernas, los hombros y los brazos; cuando su mayordomo tocó la puerta del calabozo. La hija de los milenios dio una última patada a Hayden y dejándolo en el suelo subió para reprender al mortal por interrumpir la tortura que hacía al ex-inquisidor. —¿Qué sucede?— dijo con una amabilidad tan hipócrita que su mayordomo alzó su ceja. Aquel mortal era el único que Tiare pasaba su osadía, le entretenía por eso seguía con vida y él era consciente de que estaba atrapado, aunque quisiera no podría irse jamás, ella no se lo permitiría era su eterno prisionero, mas él ya estaba resignado. Sin perder más el tiempo de su ama le entregó el pergamino que habían traído. La hija de la noche lo tomó y al contemplar el sello papal olvidó por completo los deseos de bajar a torturar a Hayden. En su rostro se dibujó una sonrisa y salió dejando la puerta abierta, el mayordomo cerró la puerta con llave y siguió a su ama.

Tiare leyó cada palabra y su interés creció, se estaba divirtiendo con Hayden y Giulia Vaggö pero reconocía que esa reunión que el Papa anunciaba sería más interesante, después de todo tendría a Hayden por mucho tiempo y aquella reunión no se presentaría más que una sola vez. Ni siquiera se preguntó porque le había llegado la carta, porqué la buscaban ahora, o más bien porqué la molestaban. Lo importante era que la consideraban, como si supieran que para ella eso sería un circo con una interesante función a la que ella no dejaría de asistir. —Levanta las cortinas que rodean el calabozo y asegurate de alimentar a ese neófito— ordenó y antes de que le respondiera salió del salón para comenzar su viaje.

París, tiempo presente...

Courier murió a los pies de Tiare justo como la hija de los milenios lo escribió. Guardó el pergamino y escuchó que los caballos se detuvieron, luego el cochero bajar y abrir la puerta. —Mi dama hemos llegado— dijo y tendió la mano para que Tiare la tomara mas ella no la aceptó y bajó por cuenta propia. —Encargate del maldito cadáver, no lo quiero para cuando regrese dijo, sí, el cochero era su cómplice. Sin decir más avanzó a la catedral cruzando las monumentales puertas de Notre Dame, sus zapatillas se escucharon por la nave, el vestido de un azul oscuro perdió intensidad con las luces de las velas, continuó su andar y entonces vio a un vampiro esperando, quizás el primero en llegar, ella no se detuvo y mucho menos le dirigió la palabra, sólo llegó hasta las bancas frente al altar y tomó asiento.
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Mensaje por Lauren Von Krautzs Sáb Nov 16, 2013 3:18 pm

No estaba segura de sentirse sorprendida, al recibir tal documento, o simplemente como si fuera una misión, una mas de tantas que tuvo que pasar antes de alejarse de aquellos lugares que llegaron a cobijarla en algún momento. Aquel pasado que aunque ya no tuviera valor para ella, siempre estaría presente mas aún si ella seguía cumpliendo con el trabajo que le había sido encomendado anteriormente. El eliminar a las criaturas infernales, sin portar nada, solo la intención de purificar, y mandar a esos bastardos a donde pertenecen.

Sentada aún en el borde de la ventana de su nuevo lugar de reposo, repaso con suavidad las letras que señalaban el lugar de la reunión.
-Viejos tiempos...- murmuró en voz baja, mientras su mente era invadida por un centenar de magníficos y algunos amargos recuerdos, no podía olvidar sus momentos ahí; Notre Dame. Al parecer estaba decidida a devolverle un poco de emoción y misterio a su ahora, monótona eternidad, no iba a desaprovechar algo así.

Rápidamente tomó su capa y antes de salir de la habitación, lanzó la carta a la chimenea, el fuego se encararía de borrar toda prueba de que alguna vez existió. Una acelerada velocidad la acompañó hasta dar con su caballo azabache, quien estaba listo para recibirla, en un ágil movimiento lo montó, dirigiéndose hasta la catedral. Mas que nerviosa, se encontraba sumamente ansiosa de conocer las razones de la tan secreta reunión, y podía sentir que era algo realmente grande, o quizás era algo que ella esperaba muy dentro de su alma.

Observó la imponente estructura en todo su esplendor, la obscuridad no era un impedimento para aquello. Bajo del caballo, dejándolo atado a un costado del lugar, luego de esto se aventuró por la entrada principal, ignorando a los presentes y residentes de ahí, simplemente caminó en dirección recta, con su mirada al frente, y un semblante sumamente serio, que no denotaba expresión alguna, pero se sentía a gusto, como si jamas hubiera desaparecido realmente, al parecer ese siempre sería su lugar, aquel que podría llama su "hogar".

Se detuvo manteniéndose un poco oculta tras la sombra de uno de los detallados pilares, y removiendo la capucha negra que cubría su rostro, realizó un gesto de respeto, y cruzó ambos brazos con delicadeza a la altura de su pecho.
- Dios, dame la fuerza para cumplir la misión que pronto será encomendada.
Pidió con esa humildad que rara vez podía percibirse de ella, y aguardó con paciencia, a que finalmente todas las dudas que existían fueran disipadas.
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Mensaje por Scarlett Duchannes Sáb Nov 16, 2013 10:37 pm

Empieza transformando todo lo que haces en algo bello para Dios.
Madre Teresa De Calcuta


Su mano acariciaba la cabeza de Sombra mientras el perro simplemente miraba a su dueña quien para ese día no tenía permitido llevar a su fiel acompañante de misiones.
Lo lamento Sombra, en Notre Dame no se permiten animales… – aquellas palabras iban dirigidas claro a si misma, eran sencillamente para convencerse de que dejar al perro era lo mejor, después de todo aún no sabía de que iba todo aquel asunto y lo mejor era ver primero los motivos que llevaban a que le convocaran a una reunión a la que no tenía el derecho de faltar.

Días atrás y de las manos de un mensajero que ya había tenido el placer de ver en otras ocasiones recibió la carta. Llevaba claro un sello fácilmente reconocible para ella y aparentemente por las palabras del mensajero era de vital importancia que hiciera lo que se pedía en aquella carta. Abrió el sobre solo cuando estuvo segura en su casa, precisamente en su habitación mientras Sombra descansaba a su lado.
La carta anunciaba una reunión que se llevaría a cabo en un par de días en Notre Dame y el motivo aparecía solo como una misión delicada y de carácter urgente. Scarlett sonrió mientras su imaginación volaba con respecto a lo que le tocaría llevar a cabo y de esa manera se mantuvo los días siguientes hasta que la noche de la reunión llego.

Cuida la casa… – Terminó por señalar al perro el lugar donde debía quedarse y entonces emprendió la marcha al exterior de su casa. Llevaba un vestido de color morado oscuro que si bien lucía bastante ostentoso para llevar a una reunión de inquisidores estaba diseñado de manera especial. La falda que llevaba puesta podía sacársela fácilmente y eso descubría sus piernas cubiertas por unos pantalones de montar negros que le permitían libertad de movimiento; solo en caso de que fuese necesario obviamente. Salió con tranquilidad de su hogar solo para subir al carruaje que le llevaría a Notre Dame.

En el instante que la puerta se cerro tras de sí comenzaron a avanzar por las calles de París y nuevamente la joven se sumió en sus propios pensamientos sobre lo que les llevaba a esa reunión. Conocía las dificultades por las que estaba atravesando la inquisición con respecto a los sobre naturales, pero desconocía la gravedad entera del asunto.

Después de haber transitado por diversas calles, el carruaje se detuvo justo frente a Notre Dame. Scarlett abrió la puerta y bajo antes de que alguien le ayudara o si quiera le abrieran.
Vaya a casa, volveré por mi cuenta a casa – sonrió de manera tierna y amable al cochero, quien solo pudo asentir antes de emprender la marcha a casa y ella avanzar en dirección a la catedral.
Entró a aquel lugar sagrado, el hogar de Dios y entonces visualizo a varias personas ya ahí. La sonrisa que antes dedico al cochero se desvaneció, ya estaba en una situación sería y solo restaba que alguien de los que estaban allá comenzara a hablar para poder saber porque les habían llamado. Lo único que la joven inquisidora sabia en esos momentos es que fuera lo que fuera, sería algo internaste y divertido.
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Mensaje por Uriel Kattagary Miér Nov 20, 2013 12:16 pm


“Cualquier poder, si no se basa en la unión, es débil."

Jean de la Fontaine


Llegando a París

Dos noches bastaron para regresar a París. Moviéndose como el viento, silenciosa, como una sombra voraz recorrió el gran trecho que había de la santa sede a la ciudad del pecado y de la redención. Donde había más sobrenaturales y por igual, la ciudad con más afluencia inquisitoria.

Resguardada en su capa, se encontraba la misteriosa e importante carta, la que no podía abrir hasta llegar a su destino y encontrarse con el equipo junto al que darían el gran golpe. Porque si de algo estaba segura, era de que aquella carta debía de ser una gran maquinación. Lo suficiente para que el mismo papa junto los más ilustres sacerdotes fueran testigo de la entrega. La carta quemaba como la curiosidad que la embargaba por poder saber que contenía. Como espía solía recibir las ordenes y leerlas al acto para luego ir hacia su misión. Pero esta vez la situación era muy diferente. ¿El por qué? Pronto lo averiguaría.

Moviéndose, convirtiéndose en apenas un borrón, rápidamente llegó a los bosques que rodeaban París y sus habitantes, quedándose un momento inmóvil, consciente del silencio sepulcral que la rodeaba. Extrañamente subió a un árbol, quedándose en la copa del mismo, y observó el bosque. Parecía que todos se escondieran, toda vida atemorizada se refugiara. ¿Tanto estaban por cambiar las cosas? En lo alto de una rama se quedó, cuando le llegó un picante aroma y olisqueó. Tenía visita. Un gran felino se aceraba a ella, un cambiaformas. Un obstáculo en su camino que debía de ser derribado a sus pies.

Ven gatito… vamos a jugar. —Susurró sonriendo al verlo subirse a su mismo árbol. Era una hermosa pantera negra, Uriel ladeó la cabeza divertida al oír su gruñido, y anticipándose, en cuanto la pantera saltó hacia ella con aquella fuerza magistral, no se quedó atrás y arremetió también, colisionando las dos criaturas sobrenaturales. Sus dos cuerpos chocaron, encontrándose en medio del vacío, cayendo al suelo tras el impacto. Uriel aterrizó de pie. La pantera cayó bruscamente como un peso muerto al suelo. Sonriendo se relamió los colmillos, borrando toda prueba de su juego, recogiendo las gotas de sangre de aquella bestia, mientras los profundos arañazos de su cuerpo por si solos se cerraban. Había resultado fácil. Al colisionar solo había bastado agarrarla de la cabeza y perforar su cuello de tal modo que con un tirón lograra rebanarle por completo la garganta. La pantera se había defendido, con dientes y garras, pero ella había actuado mucho antes sin darle tiempo, ni esperanzas de sobrevivir.

Mirando atrás vio el cuerpo ya muerto del cambiaformas, que pronto seria no más que carne para lobos y tras una rápida plegaria por aquella alma, avanzó de nuevo, avistando al fin el final del bosque y a lo lejos, la imponente figura de la catedral de Notre Dame. Su destino.


Catedral de Notre Dame
(Tiempo actual)


El olor a criaturas sobrenaturales era fuerte en las inmediaciones. Sus compañeros ya habían llegado, encontrándose dentro de la tierra santa. La catedral de Notre dame, parecía alzarse orgullosa, con todo su esplendor y sin miedo, como aquellos que se encontraban dentro.

Recorrió los alrededores de la catedral, en busca de curiosos que pudieran molestarlos y solo cuando se aseguró de que no se encontraba nadie en las inmediaciones, saltó la verja y colándose por una ventana de la catedral, entró en completo silencio, por la segunda planta. Rápidamente todos los olores fueron identificados. Vampiros, Licántropos, humanos…los habían reunido a todos. Identificando el olor del inquisidor Astor Gray, con el que anteriormente se había encontrado en una misión, tomó finalmente la carta entre sus manos y  resguardada todavía en su capa oscura, saltó al vacío, aterrizando frente al altar delante de todos.

Bienvenidos a todos. —Dijo con voz clara a todos, sonriendo ligeramente dejando entrever sus finos colmillos, alzando la mirada desde la sombra de su capa, donde sus ojos brillaban. Una de sus manos fue hacia su capucha, la que cayó hacia atrás descubriendo su rostro, produciendo que su abundante cabello fuera liberado y esparcido por su espalda en suaves ondas.

Supongo sabréis para que habéis sido citados aquí...bajo estos ancestrales muros en tierra santa. La Iglesia quiere mover ficha, siguiendo los mandatos de Dios y aquí tengo las órdenes, lo que depara el futuro de esta unión. —Explicó mostrando la carta con el sello papal de la santa inquisición. Aún cerrada, esperando ser abierta. — Antes de nada, debo comunicaros que quien no se encuentre totalmente preparado para luchar en unión, que abandone. Solo la unión hará la fuerza, y si algo deja entrever esta reunión clandestina es que los sucesos serán de gran importancia. Hay cambios y seremos nosotros, el inicio de todo movimiento. Deberemos de luchar, asesinar, protegernos y dará igual seamos lo que seamos, no podemos herirnos entre nosotros. — dijo recalcando la presencia de humanos en el equipo. Sobretodo ellos, eran intocables

Queda de más recordar que toda traición, será sentenciada al acto, siendo esta la causa de la peor de las muertes. — Recordó, transmitiendo las palabras que antes de marchar de la santa sede le habían instruido — ¡Licántropos, vampiros, humanos…y brujo! —Añadió mirando a cada uno de ellos, observando cada rostro, guardando en su memoria cada uno de ellos, reconociéndolos para lo que les deparara el futuro, que por el momento lucia incierto. — ¿Estamos unidos?— Preguntó alzando la voz, como si fuera un grito de guerra, que resonó por las paredes de la catedral.

Con una sonrisa en sus labios esperó por el posicionamiento de cada uno de ellos. Las velas creaban oscuras sombras que solo hacían que hacer sentir el momento mas trascendente. La carta ya quemaba en sus manos, y solo era ya cuestión de tiempo.

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Mensaje por Hēra L. Tsakalidis Miér Nov 20, 2013 2:37 pm

¡Oh, maldito sea el aburrimiento que tras horas, días, meses de cronificación, pasa a tornarse el más absoluto tedio! Y cuán difícil se torna deshacerse de las telarañas una vez han anidado en el alma, en el semblante, en el contexto... Se sentía casi como un mueble viejo que nadie movía desde hacía siglos, tal era el sentimiento de hastío que la falta de acción en su vida le provocaba. Su naturaleza violenta, volátil, salvaje, no podía ni debía ser domada por los buenos modales ni por la presión ejercida por el corsé. Durante todos aquellos años pudo percibir que la Inquisición, que de Santa sólo tenía el nombre, se había ido desluciendo progresivamente, tanto por la falta de motivación de sus integrantes para actuar, como por el hecho de no existir un sentimiento de unión como tal por una misma causa. Las metas no estaban claras. Todos quienes integraban aquella gloriosa institución, pertenecían a algo de lo que sabían realmente poco. No había un objetivo firme ni claro. No había una finalidad. Era un título más que portar, sin ninguna validez... Quizá por eso su alegría fue tan notable cuando recibió la misiva. Necesitaba hacer algo, recordar a qué pertenecía. Su sed de sangre despertó con furia, resquebrajando aquella máscara de aparente tranquilidad que siempre la caracterizaba. ¡No quería fingir! Se avecinaba algo grande, lo presentía, podía notarlo en el ambiente. El mundo temblaría ante su paso, como antaño hizo, hasta arder por completo.

Se preparó concienzudamente los días previos al encuentro, mental y físicamente. Sabía que se toparía con muchas cosas entre los sagrados muros de Notre Dame, incluyendo vampiros, cambiantes e incluso licántropos. Pero lo que representaba un potencial peligro en cuanto a su capacidad de autocontrol, era la presencia de humanos entre sus "aliados" en aquella partida que aún estaba por iniciarse. Tendría que pasar de verlos como escoria, simple comida, como compañeros de misión. Y francamente, imaginarse luchando codo con codo con criaturas tan "básicas", no le resultaba fácil en absoluto. Se alimentó tal y como si fuese a haber una epidemia de peste y no fuera a poder beber sangre en mucho tiempo, obligando a sus sirvientes más fieles a recuperar la sana costumbre de cerrar la puerta con llave por las noches. Una Aletheïa alterada, no era plato de buen gusto para nadie. Y menos si eres susceptible de convertirte tú en su tentempié de madrugada.

Recordó viejos tiempos, recuperando las armas que solían formar parte de su arsenal en tiempos pasados. Cinco mil años dan para mucho, y su grado de perfeccionamiento en el noble arte del asesinato sin dejar rastro, era más que notable. Era una excelente espía, y una aún mejor empresaria. Se había enriquecido a costa de mentiras a cada cual más rastrera. Se sentía dueña y señora del mundo, y en cierta forma, lo era. No en vano había visto con sus propios ojos la sucesión de tantos períodos históricos como los humanos conocían. Pertenecía a una época desconocida para la mayor parte de la humanidad, y eso la convertía precisamente en lo que era: en una bestia altiva, orgullosa de ser lo que es, y consciente de que es superior a cualquiera... Humildad, aquella desconocida.

Finalmente, la noche señalada llegó, y fue recibida en el castillo con un ambiente festivo impropio del lugar. El día previo lo había mandado decorar de cabo a rabo, con el escudo de la familia y el emblema de la Inquisición. Por supuesto, la fiesta sólo tenía lugar de puertas para adentro... Y ninguna de las personalidades que cruzaron el umbral de su puerta regresaría jamás para contarlo. Su carnicería personal le supo a victoria, exactamente lo mismo que supo que sacaría de la tarea que la organización le encomendase, fuera la que fuese. Confiaba en su instinto, afilado, agudo tras muchos años de empleo y uso. ¿Y cómo no confiar en ti misma cuando nunca has fracasado?

Tras mandar enterrar los cadáveres en el bosque que rodeaba el castillo, se vistió de gala con una sonrisa inmaculada, y dispuesta a partir. El destino la aguardaba, y estaba ansiosa por encontrarse con él.

- Mademoiselle, si me permite el atrevimiento, está usted preciosa. -El cochero sonrió con sincera amabilidad, como si por piropearla fuera a tener un trato diferente a cualquier otro sirviente. Patético. Aletheïa respondió con una sonrisa pícara y tenebrosa, asintiendo levemente, mientras tomaba su mano para subir al carruaje.

- Gracias Hermann, pero vas a cobrar lo mismo a fin de mes... Además, no necesito que me digan algo que ya sé. -Le cortó sentándose con la espalda recta y la vista al frente. No necesitaba adivinar los pensamientos del hombre para saber lo que había en ellos. Rabia contenida y un cierto deseo implícito en el hecho de encontrarse ante una inmortal que, además de antigua, era lo bastante hermosa para conseguir impresionar a casi cualquiera. Llegó a Notre Dame en menos de una hora, tras un viaje lleno de baches y pensamientos varios, que en todo momento rondaban la pregunta de para qué los habrían citado. Pronto, sus dudas se resolverían, y una nueva etapa se abriría camino en el París victoriano. El tedio se acabaría. La bestia resurgiría. - Espérame tres calles más allá. -El cochero asintió, ayudándola a bajar del carruaje tomándole la mano con delicadeza. - Largo. -Su tono de voz sonó seco, rígido, algo tenso ante el repentino olor a las diversas criaturas que rondaban el imponente edificio.

Entró en la oscuridad de la catedral con una sonrisa siniestra, sin aparentar ninguna emoción, aunque atenta a todo cuanto acontecía a su alrededor. Se sentó en uno de los solitarios bancos de un extremo de la sala, lo bastante cerca para oír todo, y lo bastante lejos para quedar parcialmente camuflada entre las sombras. Su hogar favorito. Se movía entre ellas con soltura, dominándolas a su antojo. Observó a los seres de diversa naturaleza que comenzaron a llenar el lugar, sin atender específicamente a alguno de ellos, pero haciéndose una idea general de todos. Arrugó la nariz ante el olor de los licántropos, y puso una mueca de desagrado ante los humanos, mas se limitó a mantenerse rígida en el sitio. Aguardó pacientemente, a que el "mensajero" llegase, notablemente emocionada ante la incertidumbre que le aguardaba...


La voz de una vampiresa la sacó de sus ensoñaciones, obligándola a concentrarse en su figura. Rubia, esbelta, hermosa... Lo que se esperaba de una inmortal, aunque demasiado joven para su gusto. ¿Confiaban algo tan importante a alguien con tan poca experiencia? Sí que habían cambiado las cosas... En sus tiempos, la edad significaba algo más que un número. Y aquella muchacha no era de las más antiguas de la sala. Se encogió de hombros, prefiriendo no dar importancia a aquel hecho, que podría tener muchas explicaciones, y se concentró en su discurso. Hablaba con fuerza, con ánimo, con seguridad. Podía intuir la sensación de orgullo que la embriagaba. Era la portadora de las buenas noticias, del resurgir por todo lo alto de la orden. No era para menos.

Pronto llegó la parte del discurso que tanto había esperado. La palabra unión salió a relucir, y su mirada se paseo por la sala, posándose fugazmente en los rostros del resto de inquisidores. No mantenía ningún vínculo con ellos. Eran simples desconocidos a los que probablemente ignoraría de topárselos por la calle. Y no estaba acostumbrada a trabajar en equipo. Mucho era tener que trabajar con su amante, marido y creador, como para luchar con alguien más... Y gracias a Dios que había decidido no tomar parte en aquella misión, o de lo contrario las cosas se podrían haber tornado mucho más feas. La unión hace la fuerza, de eso no cabía duda, pero para una espía, tener muchos aliados, no es más que una forma de entorpecer tu trabajo... Esperaba poder ponerse de acuerdo con la mayoría. Observó a los humanos con fingida indiferencia. Mezclar humanos con otros seres, siempre le había parecido de lo más temerario. Confiaba en que su experiencia actuase como aliada para su autocontrol, aunque éste en última instancia dependiera de lo enfadada que se encontrase. Por suerte, eran pocos. Una mayoría sobrenatural enmascararía su sangre fresca... Al menos, si estaban lo suficientemente lejos.

La vampiresa se alzó, motivada por las palabras de la joven vampiresa, con una sonrisa tan radiante como malévola. Se uniría sin dudarlo, porque sabía que el objetivo final lo merecía. Aunque las fases previas no la convenciesen del todo. La mujer sabía cómo decir las cosas, y suponía que todos los presentes estarían de acuerdo. Por eso decidió ser la primera en decir lo que pensaba... A su manera.

- Juguemos... -Musitó por toda respuesta, mirando únicamente a la vampiresa que actuaba como portavoz del Vaticano. Su posición estaba clara. Su misión era romper los esquemas, cambiar el mundo. Y hacía mucho que había escogido bando. La Inquisición era el suyo.
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Mensaje por Astor Gray Dom Nov 24, 2013 12:27 am

Lentamente llegaron cada uno de los que parecían los invitados especiales a esa reunión, pero Astor no saludo a ninguno de ellos o dijo si quiera algo, simplemente permaneció en un rincón, recargado en la pared esperando a que llegara quien fuera a darles las ordenes y el motivo por el cual estaban en aquel lugar, después de todo tenía cosas más importantes que hacer. Ya no tenía todo el tiempo del mundo para estar esperando a algún irresponsable.

Comenzaba a pensar que lo mejor era irse de ese lugar y esperar instrucciones después, ya buscaría la manera de obtenerlas, pero justo en el momento en el que pensaba en dejar todo atrás y enfocarse en lo quid realmente le preocupaba en aquellos momentos el olor de Uriel llegó hasta él, siendo entonces el único motivo por el que permaneció en su sitio. Ella ya le había ayudado en una misión y de hecho recordarlo le provocaba gracia pues la misión había sido divertida aunque no hubiesen cumplido con el plan de manera completa. La vampiro entro de manera discreta y para sorpresa de Astor era ella la que llevaba las indicaciones de lo que debían hacer en aquella misión.

Sin esperar mucho se acercó para poder observar bien a Uriel y le sonrió apenas sus miradas se encontraron unos instantes; si ella estaba metida en aquel asunto, Astor también lo estaría. Escucho lo que la líder de la misión tenía para decir, mientras observaba al resto de los inquisidores con los brazos cruzados, no conocía a ninguno de los demás pero esos eran simples detalles sin importancia, conocía a la líder y con eso le era suficiente.

Se río ante la manera en la que la mujer hablaba, era como si les diera un discurso motivaciones a todos y si bien eso no era algo que necesitara para si mismo quizás los demás si; se limito entonces a buscar la manera de acelerar el proceso, sin que siguiera con aquellas palabras de ánimo para servir a la inquisición. El licántropo quería ver sangre correr y eso era todo.
Vamos Uriel, terminare dormido si no das las indicaciones ya – habló de manera fuerte y con esa sonrisa burlona tan característica de él.
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Mensaje por Antonio de Carvajal Mar Nov 26, 2013 12:24 pm

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su hijo unigénito,
para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por Él.

Juan 3:16-17



Llegué a la Catedral de Notre Dame, teniendo acceso por la Porte de Cloitre cuidando mis pasos, cerciorándome de que nadie se diera cuenta de mi presencia. Opté por cambiar mi apariencia en todo lo que duró el trayecto a caballo, para no llamar la atención, haciéndome pasar por un humilde campesino. Llegué exhausto, porque el usar aquel don, representaba perder valiosa energía, mermando en parte mis fuerzas, más no mi espíritu. Bien valía la pena hacer cualquier clase de sacrificio por la cruzada en favor de las leyes de Dios, que estaban a punto de comenzar. El estar ahí, pisando tierra sagrada – ya que la consideraba como tal – era todo un honor y responsabilidad. El haberme tomado en cuenta representaba la medalla al esfuerzo realizado los últimos años; más complacido no podía estar.

Besé el suelo marmoleo en cuanto puse un pie dentro del enrome y alto recinto de cinco naves. Con presteza busqué aquel acceso que habría de llevarme hasta aquella habitación dentro del templo - que según las instrucciones escritas en aquel pedazo de papel que fue consumido por las llamas de la chimenea - se encontraría al final de un pequeño pasillo. La última puerta. En silencio recorrí aquel mapa mental, deleitándome la vista con la majestuosidad pero al mismo tiempo sobriedad de las paredes adornadas con sendas imágenes de la virgen, apóstoles y arcángeles. De haber sido otras las circunstancias, habría deleitado mi pupila con aquellas obras realizadas por grandes artistas del pincel, pero dado el apremio, esto tendría que esperar para una mejor ocasión. En dado de que hubiese otra.

La puerta estaba entre abierta, por lo que sólo bastó un leve empujón para que cediera. Dentro, había ya algunas personalidades con las cuáles jamás de los jamases había cruzado mirada, ni palabra alguna. Completos extraños en apariencia, mas no de nombre. Saludé con un breve movimiento de cabeza dando las buenas noches; escudriñé con rapidez algún asiento libre en el cuál poder reposar y descansar. Para gracia y fortuna, un lugar vacío justo en medio de la gran sala, me recibía con brazos abiertos. Dirigí mi andar hasta el sillón individual, me despojé la caperuza, y la dejé descansar sobre el respaldo del mismo. Los guantes de cuero, los coloqué por encima de una mesita de noche, al igual que mis aditamentos de diario uso. Besé el rosario como acostumbraba, abrí la biblia y lo metí dentro de ella, para indicarme la página exacta en donde había dejado la lectura la última vez que la tuve entre mis manos para leer la palabra de Dios.

Finalmente – y no menos importante, ya que así lo consideraba – regalé una última mirada a mis compañeros inquisidores. Uno por uno. Un ligero escrutinio, que no tenía más que la finalidad de sentir sus auras. Repito, sólo conocía sus nombres más no sus rasgos físicos. Siempre traté de no saber más allá de lo realmente importante e imprescindible, y aunque siempre había actuado en total soledad, el saber al menos con quienes poder contar o con quien acudir en caso de extrema urgencia, era de vital importancia. Siempre me caractericé por ser un gran observador y estudioso de los quehaceres de mis congéneres;  compañeros de andanzas. Aunque estuviésemos desperdigados por todo el territorio, aún la distancia fuera importante, siempre supe de sus misiones, de sus logros y de sus errores. Siempre.

Hasta el momento, había algunas damas presentes, mismas que su aura era indicativa de pertenecer a la raza vampírica. Fruncí un poco el ceño, porque aunque su arrepentimiento y lealtad estuvieran de parte de la iglesia católica y apostólica, seguirían alimentándose de feligreses humanos. Pero no iba ser yo quien hiciera leña del árbol caído o quien arrojase la primera piedra, porque era tan pecador como ellas. Mi vista se centró en un caballero de mediana edad. Un licántropo, quien al parecer dirigió su mirada hacia una de las mujeres. Al parecer se conocían, o simplemente lo intuía. En todo caso no importaba demasiado por el momento. Yo me encontraba en tal estado de excitación, que tuve la necesidad de tomar asiento finalmente. Mis brazos se aferraron al descansa brazos del mullido sillón y mis dedos comenzaron a moverse nerviosos, por encima de ellos. Impaciente. Cerré los ojos y esperé…

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Mensaje por Erika Knight Miér Nov 27, 2013 6:37 am

La espera se me hizo eterna, no  tanto por la tardanza de los que debíamos reunirnos allí sino por mi propia impaciencia para recibir ya mi misión. Tanto secretismo, aunque necesario, me estaba matando, sobre todo cuando por una vez yo no era la portadora de las noticias.

Esperé apoyada contra la pared y ligeramente en las sombras. Sabía que aquello no me haría pasar desapercibida frente a ninguno de los condenados y claramente no era el objetivo pero no pensaba dar la espalda a nadie en la sala. Aunque no podía decirlo con claridad, sospechaba de la presencia de más de un condenado en la sala y desconfiaba plenamente de la parte de ellos que los emparentaba con nuestras presas.

Mantuve la cabeza gacha durante todo el tiempo hasta que una mujer entró y se plantó en medio para hablarnos a todos. Sonreí verdaderamente entusiasmada y me incorporé ligeramente en mi lugar.
Sus explicaciones no eran nada que no me esperara ya, al fin y al cabo todos sabíamos como funciona la Iglesia, pero algo en ellas me desanimó. Tener que confiarle mi vida a alguien que le ha dado la espalda a los de su misma raza… Aquello no terminaba de convencerme. Claro que podía trabajar con ellos sin llegar a matarnos pero no creía que pudiera confiar en ellos cuando ni siquiera confiaba en los humanos.

Sin embargo aquella misión prometía ser algo más e lo que había tenido que hacer hasta ahora, algo más de lo que mi padre había hecho nunca. Y seguro que no todos confiarían en el resto como me pasaba a mí. Valía la pena arriesgarme a aprender a confiar en los inquisidores si eso me aportaba las emociones que buscaba. Además puede que así pudiera encontrar lo que siempre había sentido queme faltaba.

Murmuré mi asentimiento casi distraídamente, más concentrada en pensar una manera de controlar mi carácter en caso de que fuera necesario.
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Mensaje por Leto Radamanto Miér Dic 04, 2013 12:20 am

No soy de los hombres que consultan el pasado, para apaciguar sus demonios internos, o en su defecto, despertarlos para justificarse... pero comprendo que a veces es necesario...
Leto Radamanto

Catedral de París, Seis meses atrás..

En su trayecto hacía la habitación del conocimiento, Leto seguía pensando en las palabras de Alexês Nyíri y su precisión al decirle que alguien había irrumpido la casa de Dios con un propósito malvado, ¿por qué él no pudo escucharlo... será acaso que Alexês poseía un poder vampírico que él desconocía o tal vez formaba parte de la insurgencia y fungió todo ese tiempo como agente?, pero sólo se generaban más preguntas que respuestas como la de ¿por qué se le permitió a Killer Bee no hacer un registro de Alexês... será acaso ella una traidora, Killer Bee está contra Dios? Parecía absurdo, él había vigilado muchas veces a la perfecta asesina y era mucho más fácil que lo matarán a él a que ella doblegara su fe. No, no podría ser, lo único que podía era confiar en el argumento de Alexês y nada más.

Subió los escalones a gran velocidad y cruzó la nave central con destino a la ala izquierda, en su trayecto, giró su cabeza para ver la plaza y ahí pudo ver a Killer Bee peleando con una mujer desnuda y no muy lejos a Hayden Vaggö entrando al ala derecha, detrás de él una cortina de niebla se elevaba ocultando las siluetas de los intrusos. Leto se detuvo cerrando los puños y con la intención de saltar desde donde estaba para emboscar a los invasores, pero entonces vio algo que le hizo cambiar de idea... un gato con gran agilidad entraba por un ventanal al ala izquierda... –Demasiada coincidencia para no prestarle atención...– pensó y continuó su trayecto, finalmente llegó a la puerta de madera, sacó la llave y al entrar vio al gato con pergamino en la boca arrojarlo por la ventana. — Enviado del mal detente...— Leto no pudo terminar... El gato había saltado, el condenado corrió hasta  la ventana y él pudo ver a una mujer que lo recibió y los asaltantes pegaron la carrera.

París, tiempo presente...

El lobo entró por la puerta que se encontraba abierta, dio unos pasos y se hincó para santiguarse, luego, avanzo hasta introducirse a la nave central. A su paso comenzó a oler a los presentes, todos eran inquisidores, todos poseían ese olor característico que la bestia había aprendido a identificar y a no atacar, convirtiendo al lobo en un can para la orden. Al llegar al salón encontró a muchas personas dispersas en todo el recinto, todos parecían desconocerse, había condenados de todo tipo y humanos... ¿Humanos? Para él no era una sorpresa ver unión entre condenados y humanos; Killer Bee había demostrado ser superior a muchos condenados de la orden, sus capacidades sorprendían a más de uno y el conjunto de feminidad y seducción hacían de ella un enemigo que no se debía subestimar, él que lo hacía moría ya que ella no perdonaba, era la única que no reclutó condenados... Pero ahora ya no estaba, había desaparecido de él y de la Iglesia y no pudo evitar recordar la última vez que la vio.

En las afueras de París, cinco meses atrás...

Corriendo a la velocidad del lobo, Leto seguía a lo lejos a Cammy, Leto había recibido la orden de asegurarse que Killer Bee ejecutara la orden de dar muerte a Maryeva Aude y Girolamo Di Moncalieri. La presencia del condenado no era por el hecho de que su Santidad dudara de su voluntad, sino, que ella era una valiosa joya para el Papa, una perfecta asesina que con recelo buscaban asegurarse de que esa joya no cayera. La abeja consiguió volcar el carruaje que llevaba al matrimonio profano y además a una mujer más. Leto se acercó sigilosamente, y entonces vio algo que lo intrigó... Aquella mujer que los acompañaba era una cambiante y se transformó en el mismo felino que había asaltado la Catedral un mes atrás.

El condenado miró la luna, no era llena y eso le fastidiaba, aquella ladrona se encontraba tan cercas que su impotencia de no poder hacer nada debido a su estricta orden le hizo cerrar los puños. Irritado las vio irse pero no las siguió, atendiendo el sonido de los cañones de Girolamo, Leto se acercó y contempló una vez más la habilidad de la asesina que dio muerte al cazador. Luego con su mirada la siguió hasta que montando nuevamente a Clark ella fuera tal los rastros de Maryeva y su acompañante. Entonces, Leto le siguió el paso asegurándose que no lo percibiera, después de todo su labor más que de ayuda era de vigilante.

Les dio alcance y la vio entrar a una cueva, Leto no supo que hacer, si entraba quedaba en evidencia pero si Killer Bee caía reportaría un fracaso. Cerró sus ojos y respiró para buscar una mejor concentración, una vez lograda los volvió a abrir y tomó la decisión de esperar, confiaba en la asesina del Papa. Cuando finalmente ella salió, pudo ver que en brazos cargaba un bebé al que miraba con una expresión que nunca vio en ella, la vio montar e irse. Leto tuvo entonces la oportunidad de buscar a la cambiante y resolver el misterio del robo en la Catedral pero no lo hizo, tan sólo emprendió su retirada pensando en la asesina y la criatura en sus brazos que llamó hija y que no podía pertenecer más que a la fallecida Maryeva....

París, tiempo presente...

Sus hermanos inquisidores estaban dispersados, tan sólo dos condenados se encontraban sentados a plena luz, exhibiéndose y no escondiéndose. Él se sentó cercas de la rubia, una vampiro de gran edad según la apreciación de Leto basado en el color pálido de la piel y su textura igual al de una dura figura de porcelana. Ella le proporcionó una mirada y él la correspondió, en sus ojos vio muerte, y en sus labios rojos escarlata el brillo de la sangre, esa mujer acababa de asesinar a alguien. A Leto muchas veces le era incomprensible porque se aceptaban a seres que seguían matando por la voluntad de vivir, y sobre todo, cuando ellos entraban a la orden con el propósito de matar a otros. Pero Leto no cuestionaba, el comprendía que no estaba en él juzgar, si era la voluntad de Dios que esa fuerza del mal se integrara a la Inquisición Leto no era nadie para refutar y nunca lo haría.

Entonces entró otra vampiro rubia en la sala, era la vocera del Papa, él lo sabía porque reconocía los sellos del Vaticano que poseía ella. Sí, también la había visto su nombre era Uriel... El discurso de Uriel para él representó mucho, vio la entrega en sus ojos y obtuvo la respuesta de porqué ella, Leto sonrió y cuando estuvo a punto de aplaudir el discurso vio a Astor Gray, entonces prestó atención a los demás que comenzaban a acercarse, estaba Antonio y Erika, además de otra vampiro que junto con la rubia hija de los milenios, ésta también era antigua. Esas vampiro le eran desconocidas para él, Leto era muy observador ubicaba a varios con su presencia en el Vaticano, por historias sobre ellos pero las vampiro, a excepción de Uriel, representaban para él un misterio.

Leto se levantó y dio un paso al frente, miró de un lado a otro y entonces dijo —Estoy de acuerdo contigo Uriel, como también pienso que muchos no nos conocemos, éste puede ser el momento para saber al menos como nos llamaremos, el nombre siempre es importante. Por mi parte soy Leto y al igual que Astor espero recibir ya el dictamen para iniciar la misiva— exclamó y caminando se colocó a un costado de Uriel, pendiente a la acción de alguien. A Leto se le había enseñado que alguien debía de cuidar la espalda y estar atento a un posible ataque al vocero del Papa.
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Mensaje por Gideon Stark Dom Dic 08, 2013 12:47 pm

Y cuando ese miserable vampiro creía que por fin a su eterna condena vendría un poco de paz, una guerra volvía a asomarse en los horizontes.
La catedral, una junta, una carta... ¿Que diferenciaba a este momento del anterior?, nada, la mente de Gideon se convertía en una rebuscada tormenta de pensamientos que no podía detener -¿Otra tragedia?- se preguntaba -¿Otra lucha?- de pronto y casi por instinto una de sus manos que permanecían inmóviles a sus costados, comenzó a elevarse de a poco hasta llegar a su cuello, aquel de tez tan pálida como el resto de su cuerpo donde podía observarse la intranquilidad de su alma, allí la saliva pasaba cada vez más rápido, pero él ni siquiera se había percatado, lo único que le importaba era su rosario, ese amuleto al que siempre ha vivido aferrado -¿Porque me haces esto señor?- pregunto en una oración, su desconsuelo, su decepción de las nuevas circunstancias en las cuales planeo verse de otra forma eran evidentes.
No decía nada, permanecía como una escuálida sombra en un rincón apartado, desde allí sus ojos iluminados de café oscuro, se posaban en cuanto ser fuera llegando al sitio de la cita, los observaba con detenimiento y podía percibir que cada uno era de una estirpe distinta a la suya, y como era de esperarse Gideon no conocía a nadie de los presentes, él era un hombre tan apartado y tan cercano a su Dios, no se movía con la inquisición a pesar de que es uno de ellos y siempre aferrado a la fe que le motiva a pensar que algún día Dios le salvará de su condena inmortal maldita.
La incomodidad le estaba haciendo preso, en esos casos el siempre prefería ver a lugares distintos, contemplaba melancólicamente cada figurilla aquel sitio plagado santos y mártires inmortalizados en esculturas de materiales diversos, envidiaba a las flores blancas que estaban decorando cada altar, adoraba el imponente silencio del lugar y el aroma único y peculiar que solo esos santuarios poseen, por ultimo observo los vitrales, aquellas artesanías que sola con la luz del sol podían develarse su contenido, la luz de la luna era opaca para Stark, la noche indigna de iluminar toda imagen de sacrosanto arte.
Pronto aquella profunda mirada que se elevaba y curiosa examinaba cada artilugio del lugar, presto su atención en la mujer que pronuncio todo un discurso que le hizo estremecerse << Luchar, asesinar >> palabras que cual eco estridente no dejaban sonar en su cabeza, de a poco la angustia se asomo en su rostro y la aferración de su pálida mano al crucifijo se hizo más evidente, los latidos, si es que era aquello lo que sentía en su pecho comenzó a dejarle sin aliento, tanto que pronto la respiración se agudizaba, deseaba salir, deseaba renunciar, por lo menos eso decía su corazón pero su mente no, y esta era más fuerte que todo sentimiento, la mente logro encadenarlo al piso en el que estaba de pie.
Intento hablar como los otros pero no pudo, las palabras quedaban justo en el nudo de su garganta, solo asintió con la cabeza sin mucho entusiasmo a lo que escuchaba, por minutos permaneció con la vista clavada en el piso, su mano libre no hacía más que dar un suave masaje a su nuca -Mi nombre es Gideon Stark- pronunció casi en un susurro, aunque audible por la acústica del lugar -Estoy consciente que no muchos me conocen... no soy muy devoto de las personas que suelen traer siempre compañía... salvo la de Dios claro está- finalmente dirigió una mirada decisiva a todos, sin prestar mucha atención a sus gestos y a sus movimientos -Que sea lo que Dios quiera- finalmente se desprendió de su amuleto -El Papa puede contar conmigo- sabía perfectamente que una vez dicho esto, para él era oficialmente un compromiso -Esta bien Gideon- se dijo asi mismo -Después de esto ya no hay vuelta de hoja- pensó con la seriedad debida ante casos como en que ahora se enredaría -No nos dejes en suspenso- se dirigió verbalmente a la mensajera -¿Cual es la encomienda de la Santa Iglesia?-.
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Mensaje por Tiare Mar Dic 10, 2013 2:36 am

El misterio me excita, la incertidumbre de lo desconocido es la cereza del pastel... aunque debo de admitir que es fácil convertir ese misterio en una perdida de tiempo...
Tiare

Alejados unos de otros, ocultos en la oscuridad se estudiaban. Para Tiare que estaba a merced de la vista de todos, en plena luz, consideraba a los presentes unos tontos e inseguros. Sondeó la mente de todos los presentes e identificó a iguales. Tiare se había entregado a una locura cínica y que manipulaba a su voluntad para satisfacer sus crueles deseos y sospechó que podía haber alguien de su edad o inclusive más antigua... ¿por qué se escondería? Eran patéticos y si no fue porque la emisaria llegó oportunamente, Tiare se hubiera levantado e ido. La vocera era una vampiro rubia y muy joven para los gustos de Tiare, apestaba a las esencias de los cristianos como casi todos los presentes. Escuchó con atención lo que dijo la vocera sin interrumpir a nada de lo que dijo, pero algo le había parecido absurdo, Tiare se recargó en su banca, dejó que el abrigo del vestido cayera naturalmente por sus hombros hasta dejarlos desnudos y se levantó.

Sonrió y dio un vistazo a los presentes, un licántropo apresuró a la emisaria como Tiare le hubiera gustado hacer, uno más se le unió y después un vampiro para nada joven pero que no llegaba al milenio, respondió a la iniciativa del último lobo en hablar y antes de que alguien mas se le adelantara, Tiare camino al pasillo y dio un par de pasos hacia la mujer que habían llamado Uriel. —Eres muy osada o muy estúpida al asegurar que se puede castigar una traición en el acto, somos muchos en esta sala que podrían atacar el corazón del Vaticano y matar al mismo Papa, es más, yo puedo sin que puedas reaccionar desplazarme a ti y separar tu corazón de tu cuerpo otorgándote una muerte piadosa. Si hubiese un traidor entre nosotros no sería un imbécil para darse a conocer— se encogió de hombros con una sonrisa maliciosa mirando a la vampiro que ofrecía un aspecto imponente tras la simpleza de la indiferencia, era evidentemente para Tiare más antigua que ella, pero estaba segura que ambas eran griegas. Volvió a mirar a Uriel. —Ahora novata, si quieres que pretendamos unir fuerzas y bla, bla, bla...Tienes que decirnos cual es la misiva que nos tienes que informar, así, desertaremos o nos involucraremos... Me importa nada por qué fuiste elegida como informante y no me gustaría tener ese cargo, tan sólo quiero saber por qué el Papa ha solicitado mi servicio después de tanto tiempo de no ejercer de asesina bajo la palabra de su Dios— dijo con una mirada retadora, era evidente que Tiare marcaba su territorio, no era como los demás inquisidores que en su mente chillaban por tener que involucrarse con otros cuando siempre han trabajado solos, no, Tiare no guardaría sus pensamientos, no cuando tenía el poder para doblegar a la mayoría de los presentes.

Ahora neófita, da la argumentación para que decida seguirlos y volverme a voluntad un peón o... retirarme sin que se sientan amenazados de que informe al enemigo, algo que realmente no me preocupa, ya que ni siquiera se pensara que pertenezco a ésta orden de lunáticos servidores de Dios... No cuando han pasado siglos desde que pise los Estados Pontificios— Tiare ahora había revelado un dato que podría jugarse en su contra, los pocos que la conocieron descubrieron que ante la impaciencia de mantener su locura sometida, la hija de los milenios se exhibía  a sí misma a un grado de ser su propia amenaza.

Oficina secreta del Papa Pablo IV, reino de Nápoles, 1557

¡Sé lo que eres!— dijo el Papa seguro y sin claudicar, —Lo sé, y ¿sabes? También sé que no me vez como amenaza sino como arma— se expresó en un tono seductor, el Papa la vio como si de un demonio se tratara, pese a que era consciente de que nada podía hacer, no podía escapar de su mentalidad cerrada de que la mujer era símbolo de pecado y las artes de la rubia lo tentaban a doblegarse a lo que ella le pedía. —¿Por qué sí la Inquisición suprime y extermina los pecados, demonios y seres como tú, vienes para integrarte?— siguió sin ningún signo de temor a ella. La hija de la noche se sentó en el escritorio y se cruzó de piernas. No llevaba mucha ropa, estaba casi desnuda por lo que representaba una amenaza no sólo al deseo carnal sino a la lujuria. —No tienes por qué intentar engañarme, la razón de imponerte en la Inquisición es para reprimir las infiltraciones de luteranos y reformistas; aplacar la heterodoxia en general, quemar brujas y sostener acusaciones por herejía es lo que usarás para disfrazar tu encomienda— la mirada de la bebedora de sangre penetró en el alma del Papa y éste finalmente se sintió intimidado, tragó saliva y comprendió que tenía que aceptar su oferta. Tiare, que podía leer su mente le acercó la pluma, la tinta y el pergamino.


I Sommi Pontefici Romani:

Bajo mi autoridad y como Sumo Pontífice, yo Pablo IV reconozco a la raza de los principados, hijos de la eternidad y la noche, Bebedores de Sangre como amenazas que incitan a voz de Satanás los pecados más profanos, siendo ellos representantes del mal absoluto. Sin embargo, en esta carta por voluntad de Dios incorporo a una Bebedora de Sangre que responde al nombre de Tiare como primera y única sirviente de nuestro Señor, se integra en nuestra Institución de Inquisición teniendo el poder de actuar como lo considere pertinente y con la autoridad de juzgar y ejecutar las acusaciones que ella misma sancione. Tiare no se verá sometida a la Iglesia respondiendo a las misivas siempre que ella lo considere necesario. Como suprema autoridad esta orden es irrevocable y no se permitirá que ella intervenga directamente en las ordenes de los I Sommi Pontefici Romani.

Pablo IV

París, tiempo presente...

Caminando con autoridad rodeó a los licántropos de forma provocativa, los ojos de Uriel y de Tiare nunca cedieron y se mantuvieron hasta que la hija de los milenios llegó a ella, también la rodeó acompañada de su sonrisa malvada y se sentó en la banca más cercana a Uriel, después, miró hacia atrás, –¿Quién posee la amabilidad de acercarme mi abrigo mientras la niña decide dar las noticias o esperar a que los presentes hagan su voto de lealtad— dijo un tanto burlona, recordando que ella era la única con el poder de hacer lo que sea su voluntad, así lo había escrito el Papa Pablo IV y nadie, ni siquiera inquisidores de tiempos modernos podían hacer nada al respecto. Ahora sólo cabía saber si la misión era atractiva o no.
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Mensaje por Lauren Von Krautzs Miér Dic 11, 2013 9:18 am

Los ojos inmortales de Lauren viajaban de cuerpo en cuerpo presente reunidos en el lugar, cada uno en una faceta tan diferente como el que tenía a sus costados. Era admirable como una masiva tan grande lograra reunir de forma tan variada a las razas, dejando de una vez por todas de lado esa rivalidad innata que todos, y la vampiresa se incluía en eso, debían mantener.

Esa noche eran solo un grupo buscando lo mismo, unidos por la misma gloriosa causa, que parecía como si con el paso del tiempo careciera de fuerza, y paralelamente sus aliados se fueran retirando, o simplemente terminaran exterminados, por aquellos que aún eran unos malditos demonios, incontenibles, bestias que debían, por todos los medios, ser exterminados de la manera mas brutal posible, intentando que de esa forma se redimieran sus actos.

Observó con detenimiento la llegada de la mujer que por lo visto traía las noticias que todos ellos aguardaban con impaciencia.
Aquella se veía muy complacida de verles ahí, quien podría saber cuantos mas fueron convocados y no hicieron presencia en la santa catedral. para Lauren simplemente cobardes, si ellos habían escogido ese camino debían mantenerlo firme y seguro hasta el final, independiente que este les lleve a desaparecer, lo cual era un destino que, pensandolo con detenimiento, aguardaba a muchos de los presentes, a unos mas pronto que a otros, pero era una meta que compartirían.

Dio unos firmes pasos hacía adelante, abandonando su lugar en las sobras, y dándose el tiempo de examinar a sus "compañeros".
Sus diferencias estaban sumamente marcadas, los aromas de los presentes golpeaba con fuerza en su sensible olfato. Incluso de manera sorpresiva, pero satisfecha sintió mucho mas fuerte la presencia de los sobrenaturales resguardados ahí liderando el grupo, limitando como siempre, a los humanos. El cuidado que debían tener para con ellos, debía ser mucho mas grande, por la obvia razón de ser vulnerables, tanto como lo era una figura de cristal en las manos de un niño curioso.

Conocer mas allá a los presentes no le parecía algo importante, solo se limitaría a grabarse en su memoria el rostro de cada uno de ellos, algunos imitaban el actuar, pero siempre con un ojo puesto sobre la vampiresa encargada de reunirles, escuchando las palabras de aliento, mezcladas con sutiles advertencias que por su parte, Lauren ya las tenía mas que claras.
- Como siempre debería ser, vamos explícanos la razón principal de esto, creo que todos están...- dijo en tono de respuesta a las últimas palabras de la inmortal, y observó con serenidad a los demás, antes de volverse nuevamente a ella, con una expresión intimidante, muy propia.
-...Impacientes. - finalizó diciendo, mientras sus brazos volvían a la posición cruzada sobre su pecho y esperó.
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Mensaje por Scarlett Duchannes Miér Dic 11, 2013 9:34 pm

Condenados… debía existir una clase de maldición extraña sobre ella para que siempre que fuera a alguna misión le tocase convivir con condenados, los únicos que no eran de su agrado y aunque sabía que debía estar a su lado y apoyarles en todo lo que pudiera por la mente de Scarlett seguía la idea de que ellos debían desaparecer igual que los sobrenaturales que existían fuera de las filas de la inquisición.
Ese por desgracia no era el momento de tratar mal a sus compañeros de misión, después de todo aquellas eran ordenes directas de los estados pontificios y la desobediencia era ya un acto de traición; no le restaba más que morderse la lengua y soportar la compañía de todos ellos.

Observo a cada uno de los presentes, les escucho hablar y se mantuvo en silenció mirándoles con detenimiento a todos y cada uno de ellos. A la mayoría les había visto alguna vez por ahí pero precisamente por formar parte de la facción de los condenados tenía muy poco contacto con ellos, que era una forma de decir que le eran despreciables. Le interesaba conocer al menos el nombre de todos ellos, pero suponía que eso se daría de manera natural al avanzar la noche o conforme la misión les indicara.
Uriel, de esa manera se dirigieron a la mujer que estaba por dar las explicaciones; Astor, Leto, Gideon… al menos ya sabía el nombre de unos cuantos.

Impacientes, esa era la palabra perfecta para describir a aquel grupo prácticamente en su totalidad, todos desde su manera muy particular deseaban saber el motivo que había llevado a la inquisición a reunirles, algo en todos ellos había sido elegido para esa misión y muy a su pesar, debería ser necesario el trabajar en equipo.
Creo que en las presentaciones nos tardaremos bastante, los nombres se irán conociendo a su debido tiempo – camino para situarse en un lugar más cercano a todos los presentes – Pero coincido en que estamos impacientes, así que hable – miro a la vampiresa que estaba frente a todos, custodiada por aquel hombre que se había acercado un poco más a ella – ¿Qué es lo que lleva al Papa a reunirnos? Imagino que algo importante para que estemos un grupo tan numeroso – en su mirada destello la curiosidad, que solo se vería saciada cuando la inmortal de nombre Uriel, les dijera su cometido.
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