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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Jacques Roman Dom Abr 13, 2014 5:04 pm

"El verdadero combate empieza cuando uno debe luchar contra una parte de sí mismo. Pero uno sólo se convierte en un hombre cuando supera estos combates."
André Malraux

El silencio era atroz. Las últimas novedades de la noche no habían sido agradables, al fin y al cabo estaban en guerra, e incluso demasiado pronto los tambores ya entonaban sus cantos. Como cuando de pequeño, en su pequeña tribu tras las luchas con las tribus vecinas, vencían y al ritmo de los decadentes tambores, todos alegres celebraban estar todavía con vida. En ese mismo instante sentía su cuerpo irradiar su fuerza, exigiéndole ser colmada de forma u otra. Sentía tan cerca la inquisición del corazón de Paris, que todos sus sentidos permanecían alerta, aún los que se encontraban cautivados por la figura femenina que detrás de él, seguía sus pasos. No es que Gabriella fuera una vampira sumisa ¿Cuántas inmortales lo eran? Sin embargo si era lista, lo suficiente para saber el significado oculto del silencio de Jacques y permanecer tras él, que como un poderoso rey y con semblante anormalmente serio caminaba altivo, seguro de cada uno de sus pasos en lo que una vez el recorrido a carruaje terminado se dirigía a su propia mansion. Sin embargo en su mente, no guardaba esa seguridad para con Gabriella, la que parecía solo desear que la locura se apoderada de él, y cediera por hacer caso a sus instintos más bajos de encerrarla para su propia supervivencia. Si, eso mismo merecía, se dijo en un suspiro de sus labios. Aquella mujer había decidido participar actuvaente en la lucha. En la cruzada. Y por su maldita alma que ella no se acercaría a mas de 50 metros de un inquisidor. No si podia impedirlo.

Destruccion. Muertes. Proteccion. Fuerza. Sabiduria… La mente del vampiro era un completo caos, y todo por aquella mujer de finos cabellos carmín.

Enseguida los pasos de ambos los condujeron hasta la entrada de la mansión Roman, donde un joven les abrió la puerta tras una reverencia. —Bienvenido de nuevo mi señor Jacques, Mademoiselle. — Saludó respetuoso dejándoles paso libre al recibidor. Jacques apenas ni le miró. No se encontraba estable y no deseaba que sus propios sirvientes le temieran. No tras conseguir que cada uno de ellos le fuera fiel de una forma desinteresada, hasta formar lo que ahora consideraba su familia humana. Dejó que Gabriella hablará con él, que  le diera el abrigo que llevaba el cual colgó, mientras dejaba la carta de la inquisición encima de una mesilla alumbrada con una vela, y permaneciendo pensativo –mas de lo normal- dejó que el tiempo se consumara.Tal como el fuego mordía la cera.

Robbert te necesito para un trabajo de vigilancia.Debes acudir a la casa de los de Beaucaire y hacerte cargo de Veronica. — Solo en ese momento dejó sus pensamientos volar lejos de allá y que sus ojos se perdieran en los de la femenina, dejando claro que no le podia contrariar en eso. No cuando se estaba conteniendo tanto, que hasta la mandibula le dolia. — Es una vampira neófita, por lo que preocaución. Si te pregunta simplemente anunciale que su madre va a estar todo el día ocupada, y hasta la siguiente noche no va a poder ir de nuevo junto a ella. — Ordenó al joven que enseguida salió sin necesitar mas que la palabra del vampiro. Satisfecho, tras quitarse una preocupación de su larga lista de esa noche, miró de forma fija a su acompañante de esa noche y le sonrío intentando parecer inocente, y no el malhumorado vampiro. — Espero no te importe. — Añadió al verla ver en dirección por donde el joven había desaparecido, yendo hacia el carruaje que instantes antes habían ocupados para llegar hasta allí. — Necesita protección, y debemos hablar. No puedo permitirte irte con ella esta noche, hasta que estén todos los puntos claros. — ¡I tanto iban a quedar claros¡ o ella terminaría de prisionera política de él hasta que todo terminara, se prometió otorgándole una pequeña y sutil sonrisa.

Acompañame Gabriella, reitero que debemos hablar , y a poder ser lejos de oídos curiosos. —Insistió dando unos pasos hacia ella, hasta quedar a unos centímetros. Alzó una de sus manos y acarició con suavidad su mejilla, en un lento movimiento.— Por favor sígueme.— Y tal cual dijo las palabras, pasó por su lado, acariciando suavemente su fino cabello y echó a caminar por el pasillo principal en dirección al grande estudio sin averiguar si le seguía o por el contrario se había negado. En ese caso, si no echaba a andar tras él, él se encargaría de llevarla hasta allí empezando en aquel instante su cautiverio. Por que estaba seguro de desear protegerla, hasta de sí misma, si hacia falta. La guerra no era para una mujer. Inmortal o no, jamás ella debería de estar en medio de la violencia a la que tan acostumbrado él se encontraba. Y por sus malditos huesos eternos, que ella no ganaría. No esta vez.


Última edición por Jacques Roman el Jue Jun 19, 2014 4:26 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Miér Abr 16, 2014 2:09 am

De camino a una casa que no era suya, al lado de un inmortal que no era Veronica, la mujer de pálida piel e intenso cabello rojo miraba la oscura profundidad que encerraba París a aquellas horas de la noche. La oscuridad no se limitaba a los callejones y barrios pobres de la ciudad, ni tampoco a los débiles y enfermos humanos que podían ser devorados por lobos en cualquier momento. Hoy en día, cuando los Inquisidores amasaban su poder y sus fortunas, nadie estaba a salvo. Los ojos de la fémina, casi siempre imperturbables, oscilaban en sus cuencas como temblorosos pajarillos azules. Desde aquella noche que conoció a Veronica, no había sentido tal desconfianza por la oscuridad. Para los vampiros, aquella negrura debía significar paz, descanso; largas veladas de fiesta y diversión para otros. Pero la vida de un inmortal ya no estaba garantizada por el anonimato. Soltó su último suspiro cuando atravesó el umbral de la mansión.

El lugar era agradable. Incluso sintió cierta calidez cuando dejó en manos del mayordomo su abrigo de piel. Destacaba una elegancia poco frívola, como el mismo dueño. Se respiraba un aire de antigüedad, que debió contagiar el vampiro de ojos exóticos con el paso de los años. La voz de éste hombre llamó la atención de la dama, encontrando además aquellos orbes que tanto gustaba de apreciar, frustrada a veces de tener un tiempo límite para ello. ¿Qué decía? Se sorprendió al descubrirse tan halagada como indignada. Nadie la había tratado con semejante posesión y confianza desde hacía ya varios siglos. Entornó los ojos devolviendo un mensaje silencioso al vampiro: "No te pases". Pero no dijo discutió con él y su mensajero, incluso cuando clavó la mirada en este humano que ahora se iba marchando. ¿Le creería Veronica? ¿Se preocuparía? Esperaba cuando menos que usara el sentido común y se quedara en casa todo el día. La idea de esa chica, hasta hacía poco humana, añorando el sol y su calor, le provocó un escalofrío.

No puedo decirte que no has sido lo más servicial en esto, Mon chéri. —Le atribuyó con resignación. Gabriella podía ser una mujer muy orgullosa y testaruda, pero hasta el momento el vampiro se había comportado como todo un caballero y debía admitir que intercambiar algunas palabras más con él no haría ningún daño. La reunión fue demasiado para ella, y le apetecía recordar ciertos puntos de un modo más personal.— Siempre y cuando Veronica esté bien, no tengo problema con quedarme lo que resta de la noche y el día. —En sus labios se asomaba una sonrisa irónica.— Aunque supongo que entre vampiros, eso es casi inapropiado. —Bromeó en voz baja, sin retirar de sus hombros aquel porte de propiedad que la caracterizaba.

Sin embargo, no esperaba aquel trato por parte del moreno. La proximidad era casi escandalosa, para la época que vivían. Por un instante, aquel en el que su mejilla degustó de la piel masculina, respiró su aliento. No tuvo oportunidad de fingir que lo que se hallaba en sus ojos era sorpresa y desconcierto, pero... se podía deber a cualquier cosa, ¿cierto? Quizás fuera una de esas viejas tradicionales que no toleraban la cercanía de ningún hombre, o tuviera uno de esos trastornos humanos que repelían cualquier contacto físico. Pero en realidad, su cuerpo no exigía distancia, sino su cabeza. Ésta llegó mucho más pronto de lo que había previsto, y con ella también el dilema de seguir a Jacques o defender su posición. Suspiró una vez más.

Está bien, finalmente, te lo debo. —Accedió mientras seguía sus pasos, atravesando una sala y pasillos que jamás pensó recorrer. La privacidad era notable por el silencio que reinaba en la mansión, rota sólo por el eco de sus tacones contra el suelo. Cuando iba llegando al inmenso estudio, y en él se encontró con el mismo hombre que, durante toda la noche, provocó en ella la curiosidad y el interés.— ¿Aquí es donde sueles contar tus estrategias políticas? —Bromeó una vez más con despreocupación, sin usar aquel tono agudo y molesto de tantas parisinas, pero rescatando la inconsciente provocación francesa. Le lanzó un vistazo, sin sospechar lo que hervía bajo la aparente calma del vampiro.— ¿Qué puesto debería tomar ahora en la estrategia de la Fraternidad?


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Mensaje por Jacques Roman Miér Abr 16, 2014 2:42 pm

El silencio de la mansión solo era roto por el sonido de los tacones de la fémina, quien para su suerte había decidido finalmente seguirle hasta el despacho. Jacques con un semblante serio, imperceptible de momento para Gabriella, abrió las puertas del despacho con suavidad y sin más ceremonias entró por delante de Gabriella, dejándole el paso abierto tras él. Contrariamente a lo que el pasillo que habían recorrido daba al parecer, siendo este un camino sombrío, con poca iluminación, esa sala que era el escondite predilecto del antiguo, se encontraba iluminada por velas y antorchas, que parecían tener vida propia.

A Jacques no le hacía falta ver en el rostro de su invitada, la preocupación por su joven hija eterna, Por lo que dirigiéndose a uno de los ventanales, observó como su sirviente de confianza tomaba el carruaje en el que ambos habían llegado y espoleando a los caballos, ponía rumbo a París, a cuidar de la casa de Gabriella en su ausencia. — Estará bien. Si alguien puede controlar y convencer a una joven neófita ese es Robbert. Es el único al que confiaría mi propia vida si todo se torciese. — Dijo esperando así tranquilizarla y contestar en sus mismas palabras, lo que antes le había preguntado. — Esta acostumbrado a mis efímeros berrinches, por lo que créeme si digo que no son nada comparados con los que Verónica pueda tener. — Añadió perdiendo de vista al carruaje en la oscuridad de la noche con una sonrisa divertida en sus labios. Todo lo que decía era cierto. Pocas veces tenía un humor fuera de lo usual en él, y siempre había sido Robbert quien se había enfrentado a él. — Él sabrá protegerla mientras se protege de no caer en sus colmillos. — Concluyó con un suspiro volviéndose lentamente hacia la figura femenina, que ya había ingresado en la sala y alumbrada por las velas le miraba de forma fija.

Muchas veces se preguntaba que vería en él, que tanto le observaba, como en ese instante en que sentía que toda la atención de la vampiresa se encontraba solo en él. Exclusivamente en él. Y a una parte de sí mismo le agradaba en exceso. — En efecto aquí es donde en muchas ocasiones, y en un futuro demasiado próximo volveré a contar de estrategias como antaño hice cuando la guerra estalló en estos lares. — Le dijo aprovechando para borrar sus pensamientos y centrarse también en ella, otorgándole una amable sonrisa al oír en sus palabras una inocente provocación, de quien tienta al diablo, sin saber que aquel que tiene al lado, lo es. Jacques dejó el ventanal y con pasos seguros fue hacia donde se encontraba la mesa la que tanta historia conservaba en su madera. — Si la mesa pudiera hablar, tendríamos más de mil noches y sus días para ponerte al día de todo lo que por ella se ha tramado. — Comentó pasando con suavidad sus dedos por el relieve de la mesa, hasta volver la mirada a Gabriella enfrentándola por primera vez directamente, con su serio y preocupado rostro, aunque firme, irradiando seguridad.

Al fin le había preguntado por la fraternidad y por el futuro de ella. Y él se lo negaría. Porque nada lo horrorizaba más que verla perdida, en un mar de sangre bajo el yugo de la inquisición.

Ninguno Gabriella. No dejaré que te expongas al peligro de luchar contra ellos. No lo permitiré. — Sentenció sin dejar de mirarla. — Te irás a tu hogar y prepararas la defensa. Puedo ayudarte a suplantar ilusiones a tus sirvientes viéndote caminar a la luz del sol e incluso comer con ellos, para que no estéis tan en peligro. Y te enviaré un vampiro que te haga de maestro en la lucha, para que aprendas a defenderte, si alguna vez ellos llegaran a encontrarte y yo me encontrara lejos. Sin embargo no dejaré que seas un activo en la fraternidad. Por el bien de Verónica, que te necesita a su lado como su maestra y madre que ahora eres de ella, pero también por ti. Es demasiado peligroso y arriesgado para una dama. Aunque esta dama sea una vampiresa.

Al paso que las palabras llegaban al oído femenino, él iba midiendo sus reacciones, caminando lentamente hacia ella. Contaba con que ella se negara a hacerle caso, hasta le hubiera sorprendido que aceptara sus ordenes ciegamente sin fruncir los labios y ponerle mala cara. Después de  observarla como vampiresa en su salsa en aquella reunión de antiguos vampiros, no se habría esperado otra cosa de ella. Podía ser fuerte, si. Solo que a veces la fuerza no aseguraba la victoria. — Solo quería que supieras que estábamos en peligro, por eso te llamé. —Le confesó con preocupación terminando delante de ella. Alzó un brazo y con delicadeza acarició su mejilla y bajando hasta sus labios, con una sonrisa se los acarició intentando suavizarlos. — Jamás pensé en involucrarte en esto, tanto como lo estaré yo. —Le sonrío suavizando ahora él su rostro, y acercándose más a ella, su mirada se volvió protectora, posesiva. Nunca jamás, un inquisidor te tocará, pensó escondiendo bajo su piel de amabilidad y seguridad la bestia que exigía mantenerla a salvo, fuera como fuera.

Solo me preocupo por ti… Debes creerme, por más que el tiempo haya pasado, no he logrado olvidarme de ti.

Y tras esas palabras, esa confesión. Sin que ella pudiera decirle nada, replicarle si quiera… agachó su rostro y la besó.


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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Sáb Abr 19, 2014 2:13 am

¿Qué había en el apuesto rostro de Jacques sino angustia y preocupación? Sí, lo tenía por un hombre serio que calculaba cada paso que daban él, sus aliados y sus enemigos, pero había algo diferente en su mirada esa noche, después de la reunión que sacudió a casi todos los miembros que ahora formaban parte de una organización de peligrosa lealtad. Esos ojos ambarinos tenían algo que decir, y ella estaba dispuesta a escuchar con atención. Sin embargo, las palabras que el moreno declaró sin ninguna vacilación o duda, la impactaron lo suficiente para retroceder unos pasos. Como un par de piedras lapislázuli, sus ojos temblaron desconcertados y, con el paso de los segundos, indignados. El discurso fue claro y razonable, pero ella no podía verlo de ese modo. ¡Vaya que no! Sólo escuchaba absurdos pronunciados por un arrogante vampiro al que los milenios le afectaron la cabeza. La distorsión en sus labios rojizos lo decía todo. Estaba furibunda.

¿¡Cómo se atrevía a sugerir que no era lo suficientemente fuerte para dar cara a un Inquisidor!? ¡¡Nada más y nada menos que por su género!! Había escuchado cosas así antes, de cientos y miles de personas que creían en la superioridad del hombre. Por siglos soportó la forma en como la sociedad menospreciaba la fuerza de las mujeres, y por mucho tiempo trabajó para no ser una más de las subestimadas en el mundo. Siempre estuvo consciente de que este trato no cambiaría de la noche a la mañana, pero valía la pena el esfuerzo y los riesgos por la esperanza de un mañana más justo. Eso quería la fraternidad, ¿no? ¡Justicia, maldita sea! Hizo acopio de su paciencia para no apuñalar a Jacques ahí mismo, y de su valor para no salir corriendo.

¿Y quién dice que una dama no puede hacer frente a una guerra? —Replicó sin verse en la necesidad de levantar la voz. Por sí misma, destilaba orgullo y molestia.— ¿Acaso la historia? ¡Pues que se pudra la historia! —Levantó el mentón, disimulando los temblores que sacudían su cuerpo por la furia y el hecho de que, poco a poco, el vampiro iba disminuyendo las distancias.— Puedo cuidar a Veronica y ser un miembro activo en la fraternidad. —Aseguró con la mirada fija en la ajena. Su retroceso terminó cuando su espalda baja se encontró con un escritorio de fina madera. Jacques estaba siendo un duro contrincante incluso si no había lanzado ningún golpe, insulto o ilusión mental. ¿O acaso ella se encontraba inmersa en un hechizo? ¿Sería aquella estremecedora caricia en su labio una fantasía o una treta para menguar su voluntad? Mirándolo a los ojos de cerca, resultaba difícil no confiar en él.

Sus palabras eran cálidas y reconfortables, cualidades que derretían a cualquier mujer. Gabriella siempre solía ser la excepción a la regla, repudiando los romances e incluso aborreciendo la idea del matrimonio. Pero con Jacques era diferente. La ira que sentía se mezclaba con una peligrosa atracción que podía desmantelar todos sus planes futuros. Conforme dictaba sus últimas palabras, el corazón de la pelirroja se descontrolaba como una locomotora. Llegó el momento de escuchar lo que en el fondo sabía, y de cierta forma, ella también lo sentía. ¿Cómo olvidarle, después de todo? Ni los siglos acabaron con su recuerdo.

Pero tenía que decirle algo, ¿no? Frenar sus impulsos, mantener la mente fría y discutir el verdadero problema que le molestaba. Sin embargo, la razón nunca llegó. Sintió los labios del vampiro contra los suyos y en ese preciso momento perdió noción de la realidad. Tras disfrutar de una breve caricia, levantó la cabeza y subió las manos enguantadas a la melena masculina, acariciando cada hebra de cabello y profundizando lentamente ese beso. Un beso perdido durante las últimas horas de la noche. Hubo un momento en el que el roce de labios no fue suficiente. Quería experimentar su pasión una vez más; sus manos sobre su cuerpo en un contacto íntimo y sensual. Y fue, en efecto, un recuerdo lo que la hizo apartarse con cierta brusquedad. Encontró el equilibrio en el escritorio de madera, temerosa de caer una vez más a la tentación si tocaba ese cuerpo masculino. Algunos mechones rojizos le caían sobre el rostro, resaltando el rubor que se extendía sobre sus pálidas mejillas.

S-Si estás haciendo esto para distraerme... no funcionará. No me quedaré atrás, Jacques. —Le advirtió con toda la seriedad que pudo reunir. No podía mirarlo directamente a los ojos, porque entonces sucedería lo inevitable. Debía rechazar la idea de que ese beso pudiera significar que, lo que hubo alguna vez en el pasado, pudiera cobrar fuerza en el presente.


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Mensaje por Jacques Roman Dom Mayo 18, 2014 10:35 am

No era solo por la historia. Ni tampoco por todos los años en que en las arenas de batallas él participó. Simplemente se trataba de que no podía imaginarla en un lugar como aquel, en que las ropas y rostros se teñían del mas intenso carmesí, la esencia de los vencidos. Como tampoco podía imaginar que golpes podría aguantar su tan apetecible, tersa y suave piel, la que ahora bajo la luz de las velas que alumbraban la estancia, resaltaba produciendo en la mente del vampiro, más de mil maneras para poder reseguirla sin necesidad alguna de usar sus manos. Con la lengua, los dientes… su cuerpo, todo valía para hacerle honor.

Tanta palabrería, le resultaba molesta. Él no toleraría aquel despropósito. No iba a arriesgar la vida de Gabriella, más de lo que de por sí su existencia ya lo hacía. Ella en su tiempo pudo ser su debilidad y aunque no lo supiera seguía siendo así. Solo por una persona seria capaz de entregarse a cambio. Y aquella persona la tenía justo delante. ¿Es que jamás se daría cuenta? Gabriella seguía siendo su debilidad y no iba a arriesgarla, porque perdiéndola a ella, se jugaba su propio corazón. El único sentido que aún seguía muy hondo de él y el cual no dejaba que las sombras resurgieran.

Sin embargo aquella boca tan dulce,  le hacía hervir de satisfacción. En sus épocas no había habido mujeres guerreras, ni una sola mujer que se negara a los deseos de los hombres. Y ante él por primera vez después de tantos siglos, alguien le plantaba cara, siendo Gabriella la segunda mujer que se atrevía. La primera había sido una amazona, una guerrera que en una ocasión había conocido y tenido el privilegio de luchar con ella a su lado y observado de cerca las características y la fuerza de aquella joven, proveniente de una tribu de guerreras que dedicaban su culto y su vida, al dios de la guerra. Una experiencia fascinante que había olvidado demasiado pronto, reconoció al pensar en que por unos años se hubiera olvidado de aquella joven. Y ahora tener a Gabriella con aquella fiereza, aquella fuerza en sus palabras. Tan segura, tan feroz… era como volver al pasado y encontrarse con una amazona. ¿Habría sido Gabriella una de ellas en otra vida? Aquel pensamiento le hizo sonreír. Sí, debía de haber sido una de ellas, reconoció al verle en los ojos el mismo fuego de aquellas mujeres olvidadas por el tiempo y la historia.

Decidido a hacerle olvidar aquella idea, por más que la deseara todavía más de aquella forma, se negó a sus palabras, terminando por satisfacer sus demonios y besarla. El beso solo servía para incrementar los sentimientos de él hacia ella, hasta hacer de aquel demoledor beso a uno posesivo y arrogante, demandante de la caricia de los ajenos. Jacques profundizó el beso en su boca. Lamió los labios, jugó con su lengua, alentado por las manos que agarradas a él, acariciaban su cabello y los juntaban todavía más de lo esperado, hasta que tras un respingo de ella, se apartó con brusquedad, quedándose él alerta. Enseguida registró con sus ondas mentales su mansión, su hogar. Asegurándose que todo estaba bien y en efecto así lo era, reconoció al no ver ninguna amenaza, más allá de lo que él y ella pudieran representar aquella noche. Sonriendo al oírle se le acercó hasta el escritorio con calma y lentitud, sin querer asustarla.

Yo jamás desearía distraerte. — dijo con una suave sonrisa, escondiendo para sí mismo, la ironía de sus palabras. Aquello mismo es lo que buscaba, lo que intentaba. Distraerla de aquello locura que había invadido su cabeza y distraerse a sí mismo, junto a ella, a poder ser en lo más arduo e íntimo de su piel. — ¿Por quién me tomáis Gabriella? — Le preguntó parándose a centímetros de ella con una inocente sonrisa. Con una de sus manos acarició el mentón de la fémina y le hizo volver la mirada de nuevo a él, levantándoselo. Sus oscuros ojos escrudiñaron cada resquicio de aquel rostro. Aquellos rojos labios que propiciaban los pensamientos más oscuros y tentadores para quien en una juventud disfrutó en beber de labios tan rojos como la carmesí sangre. Sus mejillas, la pequeña nariz que se moría por morder y aquellos ojos rebeldes, ansiosos de lo que estaba por venir. Con una delicadeza que parecía fingida por los sentimientos perversos del vampiro, por sentirla suya de nuevo, le recogió los mechones rojizos que habían escapado de su peinado, recogiéndoselos detrás las orejas, sin permitir que nada interfiriera en la visión de aquel rostro ruborizado.

Jacques tras unos segundos de silencio absoluto entre los dos, sonrío lleno de una intensa  satisfacción masculina. Apretó sus brazos alrededor de ella y con una ferocidad inusitada en él, la echó sobre el escritorio, subiéndose encima de ella, interponiendo sus brazos a los lados de ella, de forma que no pudiera escapar de él. Bajó su rostro al de ella y suspiró, embriagándose del aroma de la fémina. ¿Qué había habido siempre en ella, tan diferente a las demás? — Haremos un trato, querida. — Tras sus palabras bajó el rostro hacia el de ella, apresó sus labios entre los suyos y le mordió. La sangre rápidamente salió de la herida, derramándose en la boca de ambos. Succionó la herida con destreza, un jadeo ansioso de más salió de su garganta, cuando con su lengua recorrió los labios femeninos, cerrando toda huella de su delito. Separándose brevemente de ella, junto ambas frentes sin dejar de ver a aquellos ojos, que destilaban tantos sentimientos como su alma se encontraba. — Consigue dañarme…llegar hasta mi. —Sonrío contra ella con los colmillos descaradamente descubiertos. — Luchemos, convénceme de que sabrás protegerte y solo quizás… —Inesperadamente le tomó del cabello y la hizo arquearse, echar para atrás su cabeza. — Pueda escucharte y tomar atención en tus palabras. Dejarte luchar conmigo. — Pasó su nariz por su cuello, acariciándoselo, grabando aquel aroma en su memoria. — Pero para ello debes ser de las mejores. —Besó su cuello expuesto a la espera de proceder con aquella deliciosa piel mientras sus manos tomándola de la espalda la pegaba más a él, hasta sentir su busto contra su duro pecho.— Revuélvete Gabriella, Niéganos lo que tanto deseamos. — Retorció una de sus manos en su cabello, sujetándola con más fuerza. — Enséñame que eres como una de ellas, una amazona. — Apresó sus piernas entre las suyas. La cubrió con su cuerpo, y tras una lamida expectante a la fina piel de su cuello, sin hacer caso a sus palabras o mínima resistencia que pudiera ejercer contra él, Jacques abrió la boca y le hincó los colmillos, saboreando tras muchos años de nuevo su dulce néctar.


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El carácter se forja en la tempestad +18 [Gabriella] Empty Re: El carácter se forja en la tempestad +18 [Gabriella]

Mensaje por Gabriella de Beaucaire Lun Jun 09, 2014 12:13 pm

La inocencia que Jacques podía fingir después de un desconcierto tal como el rompimiento de un beso anhelado, no era más absurdo que su renuencia a dejarse llevar por la pasión. Pero ella jamás lo admitiría, porque además de ser una fierecilla orgullosa, también era la clase de mujer que calculaba y medía a sus contrincantes, incluso a aquellos a los que deseaba desde los pies a la cabeza. Salir a la ópera con Jacques resultó más sencillo al tener un objetivo detrás de la misma fachada de la cita; más sin embargo ahora, interferida por la clase de calor que tienta a un vampiro frío y solitario, le era imposible pasar por alto la presencia del vampiro. Sus ojos parecían arder como el oro de cerca, peligrosos y engañosos. La fémina levantó una ceja con arrogancia cuando él intentó presentarse como una criatura inofensiva.

Sé perfectamente quien eres, Roman. —Le advirtió en una sola nota. Siendo obligada a mirarle, cualquiera (y ella misma) creería que su convicción se desvanecería como un castillo de arena abandonado por los años. Pero se mantuvo firme un poco más, fingiendo que no podía imaginar lo que circulaba por la mente del moreno. Pero la sonrisa que llegó después, por su parte, la alertó que algo haría ese hombre de egoístas pasiones. No pudo escapar a su prisión, porque ningún otro enemigo tenía esa colonia natural. Su cuerpo reaccionaba con una contradictoria mezcla de pánico y satisfacción. La fuerza que el vampiro debía ejercer sobre ella la llamaba a luchar, a defenderse. Pero quizás no del mismo modo que lo haría con un Inquisidor. De sus labios no emergió una pregunta indignada por aquel tipo de trato; no, era imposible articular palabra coherente con esa clase de motivación erótica. Escapó de ella un gemido torturado, convirtiendose lentamente en un gruñido de sorpresa al sentir la sangre brotando de su propia carne. Delicioso y doloroso a la vez, ese era el placer de los vampiros.

Deliberó que Jacques se había vuelto loco, y que de paso, quería hacerla sucumbir a la locura en su tan ordinario despacho francés. Y lo estaba haciendo con cada pequeña caricia, con cada acto de poder. Gabriella jadeó y se revolvió, mirando la obra de arte que era el rostro moreno del vampiro. Tan cerca, tan lejos. Tan orgullosamente apartado de sí que empezaba a lastimarla. Sus colmillos eran hipnóticos, igual que sus besos. Y ni qué decir de sus palabras.

Engreído, maníaco del poder... —Le replicaba sin voz, consciente de lo que él estaba planeando. No quería sucumbir, por el bien de Veronica y el suyo. Por el bien de su orgullo. Jadeó una vez más, consciente de que su inmovilidad era consecuencia de la experiencia del vampiro para someterla. Respiró aceleradamente, anticipando la mordida que llegó con la misma fuerza que un orgasmo. Su cuerpo se tensó y su rostro viró de manera inconsciente. Se sentía ella y al mismo tiempo no; reconocía la sensación al haber sido mordida en otras ocasiones, pero en ésta... un calor se mezclaba con la pérdida de sangre, impidiendo que llegara a temer o desconfiar. Sin saber lo que hacía (hipnotizada, tal vez), apretó las curvas de su cuerpo, ocultas por algunas capas de ropa, contra el cuerpo de Jacques. Se revolvió hasta que, consumida por el deseo y el instinto vampirico que accionaba en ella al oler tanta sangre, empujó su cuerpo hacia atrás, gruñiendo con fiereza. La madera del escritorio cedió y las astillas salieron volando por todos lados.

Liberada por fin de la prisión que era el vampiro, lo empujó hacia un lado y se agazapó en una postura defensiva, casi como una felina. El largo de su falda empezaba a ser un estorbo, y si lo que Jacques quería era una simulación de su ingenio en el campo de batalla, no podía permitirse ninguna torpeza. Así pues, destrozó varios centímetros de su propia falda, dejando caer sobre el piso de madera largos tirones de vaporosa tela blanca, que simulaba una nevada dentro de la mansión. La vampiresa contaba con medias del mismo color blanquecino que impedían ver su piel, pero éstas tenían un intrincado diseño de bordado negro que le conferían un aspecto para nada inocente. Sabía que en cuanto levantara la mirada tendría a Jacques sobre sí, de modo que se echó para atrás otra vez y, en un giro de ballet que aprendió siglos atrás, tocó la espalda del vampiro y lo empujó contra un sofá pequeño.

Ne jamais sous-estimer moi, petit vampire rogue.* —Escupió con el acento más marcado que nunca. Se apresuró hacia él, jugando el mismo juego. Lo atrapó en el mismo sofá, sin darle más oportunidad que sentarse en éste, y sus piernas atraparon las ajenas, utilizando las caderas para mantenerlo quieto. Sujetó sus muñecas, satirizando un poco la forma en como él la había tratado. Su cabeza ladeada volvía a mostrar rizos sueltos, y ahora, una herida sangrienta en su cuello.— Est-ce ce que vous vouliez?* —Hizo incapié en su propia sangre, dejando que alguna gota escurriera por su escote.— O... ce?*



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Mensaje por Jacques Roman Jue Jun 19, 2014 4:21 pm

El cuerpo de Gabriella alteraba cada partícula de su cuerpo. Cada sonido, cada movimiento era reconfortante para él, provocando que culminara sus planes para con ella aquella noche lo mas rápido posible. Hasta a poder ser; que se olvidara Gabriella de participar en las batallas que se darían y en la que no dejaría, ni pensaba dejar que participase. Por más que sus palabras anteriores pudieran parecer lo contrario, Jacques era demasiado posesivo y no dejaría que ningún inquisidor pudiera recorrer aquella fría piel femenina, tal como él lo estaba haciendo. Y haría. Por qué aún queda mucha noche por delante, pensó relamiéndose anticipando el banquete de aquella noche.

Absorto en la dulce sangre, no pudo prever que huiría de él, hasta encontrarse con sus colmillos vacíos de aquel elixir al que antes se agarraban. Le miró intensamente, calculando distancias. Aún seguía en él aquella mirada arrogante y segura de sí mismo, que lo haría un ser sumamente odioso por no ser el brillo deseoso y juguetón que contenían sus orbes al verla, como la amazona que veía dentro de ella. — Sin duda… toda una amazona. — La alabó por su forma de escaparse de él. Intentó volver a apresarla, siendo él el apresado. Abrió los ojos con sorpresa y dejó que hiciera con él lo que quisiese, jurando que luego cada una de aquellas sonrisas y provocaciones, se las cobraría en gemidos y ruegos de los labios de la altiva Gabriella.

Jadeó al sentirle apresarle las muñecas, deseando sin duda alguna una cercanía más próxima a ella. Sonriendo todo el momento, le miró, observando con cierta ironía como intentaba meterse en un papel que para nada era el de ella; si no el de él. Aun así la dejó hacer, divertido de ver hasta donde llegaría, hasta que la sangre de la herida lo distrajo y profirió maldiciones en el silencio de su mente, por sucumbir tan pronto a la debilidad que ella representaba. No se negó por ello el hecho de verla, de ver sus gestos, su sonrisa y aquella herida que sanando, había dejado caer unas gotas por su cuello. Gotas que recorrió con los ojos con avidez.

Embelesado por la sangre que en una precisa gota se escurrió por su escote, siguió pensando en el poco tiempo que aquel cuerpo femenino se encontraría escondido bajo las telas de su vestido. El cual pronto sería rasgado y alejado de su cuerpo. Aquel que deseaba descubrir, importándole poco como fuera. Con las manos, los dedos, los labios, su cuerpo…Ella sería suya y  como más la miraba, más se convencía de ello. Todo en ella le encendía. Aquel porte de reina, de invencible. El rojo de su cabello, más carmesí que la dulce sangre de sus víctimas. Los orbes profundos y vivos, que llamaban a hundirse en ellos. Aquellos labios llenos y tentadores que aclamaban por sus atenciones. Sus largas piernas, su figura, hasta aquel mohín y sonrisa le hacían perder la cabeza, enterrando al caballero en su armadura, sacando a relucir la bestia que en él dormitaba.

No pudo dejar de devorarla con los ojos, relamiéndose descaradamente los colmillos, como quien imagina la cena y ya la prueba, en sus pensamientos, en su olor, en la textura. Aún sin cocinarla, aún sin ni siquiera estar en su plato.

Dejó con una arrogante sonrisa en sus labios humedecidos, de que fuera hablando, poniéndole a prueba, hasta que con un gruñido, viéndole la herida de su propia mordedura en el cuello femenino simplemente se deshizo de su agarre. Liberó una de sus manos sin demasiado esfuerzo y mientras con la que quedaba apresada se aseguraba de apresar ambas manos femeninas, con la diestra la acercó aún más a su cuerpo. — Me hacéis perder los estribos Gabriella. —Le confesó jadeando contra los labios de ella. Los lamió pecaminosamente en una erótica caricia de su lengua y con la mano libre acarició su cuerpo, moldeándolo más contra sí mismo, hasta sentir los senos chocar contra su pecho, momento que aprovechó para besarle hasta dejarle sin aliento; sin respiración.

Le besó fieramente, como un guerrero, un conquistador de naciones enteras de antaño. Sus labios con todo detalle delineaban los de ella, en un feroz arrebato de control del que solo tenía la culpa ella. Solo ella. Jugueteó con su lengua, con sus colmillos, hasta que en un descuido buscado, consiguió dañarse la lengua, dejando que en los labios de ella se depositara unas gotas de su preciada y antigua sangre. Para lo que venía a continuación la quería fuerte, resistente y confiada. Porque él jamás le haría algo buscando su desgracia o muerte. Aún por miedo de verla por unos segundos titubear de él, dejó que la vampiresa se embargase en aquel placer secreto de la sangre. Siguió en aquel beso, observando cada expresión fémina, llenándose de ella hasta extremos caóticos, mientras su mano acariciaba sin contemplación su espalda, muslos y piernas, acercándola, apretándola contra él.

Cierra los ojos. —Le ordenó separándose de ella, dejándose unos momentos para recuperar la dificultosa respiración – Olvidándose en su anhelo el que los vampiros no necesitaran verdaderamente el aire para respirar. Siguió sujetando las muñecas de ella con una mano, corriendo la otra hacia el frente, a recorrer cada facción en el rostro de ella. Delineó sus mejillas, su nariz recta hasta que viéndole de nuevo a los ojos, le devolvió una sonrisa seguro de sí mismo, con un brillo místico en su mirada. — Cerrad los ojos. – Volvió a repetir esta vez con una cadencia oscura en su voz. Una promesa de cazador, que prometía la más agónica de las muertes, el más intenso placer, gloria y ruina en tan solo unas pocas silabas. Solo cuando se aseguró de los ojos cerrados de Gabriella, fue que dio un cambio a la escena. Levantándose de pronto del sillón, cayendo al suelo sentado enlazado con el de la vampiresa.

El golpe no se produjo, ya que el suelo dejó de ser duro, dejó de ser cerámica para volverse agua, una fuerte corriente de agua que acariciaba el cuerpo de ambos. Pronto a sus oídos llegaron los ruidos del agua al chocar contra las rocas, el viento que acariciaba el cabello de Gabriella y protegiendo Jacques con la sombra de su cuerpo a Gabriella, fue el primero en sentir la calidez del sol a su espalda. Usando de sus ilusiones, los había llevado a uno de los lugares que de pequeño solía frecuentar, la gran cascada de los Yatthÿ como para ese entonces se llamaba. Un paraje salvaje en el que antes de ser apresado como esclavo había pasado su infancia recorriendo cada tramo de aquella verde tierra. Rodeó con los brazos más fuertes el cuerpo de Gabriella contra sí.

Déjate llevar. —Susurró en su oído, bajando por su mentón hasta sus labios. Le besó así adueñándose de sus primeras sensaciones, en un beso voraz y demandante. — El sol no te dañara, puedes abrir ya los ojos. Estoy al control de todo y nadie puede arrebatármelo. —tras sus palabras sonrío, al descubrir el mensaje oculto en sus afirmaciones. Estaba al control de todo y nada le podía ser arrebatado; Tampoco ella. A veces era como una bestia egoísta, que cuando se encaprichaba de su presa, no la dejaba escapar. Con sus ojos recorrió el paisaje, volviendo a Gabriella, tornándose su rostro de pronto oscuro, perverso como la más tentadora de las serpientes. — Me petite vampire. — Sus ojos bebieron de la imagen de ella y lentamente tomándola de nuevo de un jalón en los cabellos, la fue separando de su cuerpo. Recorrió con deseo el rastro de su sangre que aún seguía dibujado en la piel blanca femenina con la lengua, hasta que al llegar a los pechos, los besó contra la ropa que aún seguía ocultando su cuerpo y jadeó saboreando su piel. — Lo que quería era sentirte así. — susurró contra uno de sus senos. Le mordió un par de veces alrededor de donde debía de encontrarse la aureola— Est-ce ce que vous vouliez? — Imitó la misma pregunta antes formulada por ella, en un perfecto francés. Gimió contra su pecho, sintiendo su sangre arder por más de aquel cuerpo que sostenía en sus brazos. — Mía. —Gruñó y tomándola desprevenida, empujó el cuerpo de ella hacia atrás, rasgando su vestido con los colmillos. Desnudándola, hasta quedarse colgando de la cascada de los pechos expuestos hasta la cabeza, mientras que el resto de su cuerpo quedaba bajo el peso de él en el borde de la cascada en la que se encontraban. — A mi merced.    




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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Mar Jul 08, 2014 10:51 am

Aunque el enfrentamiento cargaba cierta brusquedad y desafío, en el fondo no era más que una provocación. La caída al pecado más peligroso que en el campo de batalla representaría la muerte. La lujuria era caprichosa, voluble, cruel y totalmente indecente. Reinaba sobre la mayoría de los hombres y mujeres, mortales e inmortales; pero los más fuertes como Jacques debían tener muy dominadas sus cuerdas para no ceder a ella. La pregunta era: ¿Hasta qué punto ese hombre consideraba un combate lo que estaban teniendo? Ella practicaba la táctica del tira y afloja, que tantas veces le salvó la vida en las épocas de guerra entre Francia e Inglaterra, pero que Jacques fuera el receptor lo hacía todo mucho más confuso. ¿Peleaba contra él? ¿Peleaba contra sí misma? Le animaba someterlo, descansarlo sobre la pared para declarar por fin su victoria, pero esta fantasía apenas duró un instante.

Reconocía la determinación en los dorados y deseosos ojos ajenos, porque la había visto en el pasado y había pocas cosas en el mundo que pudieran estremecerla más. Respiraba profundo su colonia, su olor personal; esa ausencia de humanidad en su cuerpo masculino. Alguna vez, Gabriella se dijo a sí misma que no había criatura más tentadora que el hombre humano, pero cuando él se liberó sin mayor esfuerzo y le obsequió el contacto con su boca, supo que había estado en un error. El primer roce, el que provocaba jadeos y gemidos casi imperceptibles, se volvió una verdadera tormenta cuando los labios del vampiro apresaron los suyos.

Sí... ella había perdido la batalla. ¡Pero que forma de perder! Nunca se había sentido tan victoriosa en su vida. Podía sentir la creciente emoción en su muerto sistema, reviviendo cada pieza olvidada de su cuerpo. Se apegó a él como lo haría una hoja de eucalipto mojada a otra. Sin centímetros libres, distantes. Le echó los brazos al cuello como una verdadera amante, se deleitó con el sabor de su boca y la sensación de sus limpios cabellos castaños entre sus dedos. La ligera desconfianza que había resistido al paso de las décadas de la pelirroja hacia Jacques, disminuyó considerablemente cuando la sangre de él pasó a ser suya en el paladar. Oh, cuanto extrañaba ese sabor. Podía ser un beso dulce y apasionado, pero también salvaje en relación a su naturaleza. Ella seguía siendo una asesina y él un guerrero de épocas pasadas. Había una clase de comunicación corporal que no podía compararse a ninguna pasión humana. Desbocados en un beso, en un redescubrimiento. La cercanía era dichosa por sí misma, ya no sólo provocativa, así que verse privada de aquel desgarradora pérdida de control la molestó.

Jacques... —Le replicó al vampiro con los ojos azules empañados por el deseo y las manos temblando bajo las masculinas. Pero él insistía, y su voz no podía ser más seria. Lo miró unos instantes, insegura de lo que él pudiera hacer ahora. ¿Abandonarla con el alma necesitada de placer? No, ni siquiera él podía hacerle algo como eso. Además, le era imposible negarse con esa voz masculina tan intensa. Respiró profundamente y cerró los ojos. Sus otros sentidos se agudizaron por mera costumbre y tuvo que morderse los labios para contener un gemido; la cercanía con Jacques era abrumante, y cada caricia accidental una tortura.

El sonido de la estancia pareció distorsionarse un momento, lo que confundió a la vampiresa y la hizo fruncir sus finas y oscuras cejas. Percibía que algo anormal ocurría, pero todo estaba tan fuera de su comprensión que no tuvo en sentido común de abrir los ojos. De pronto los brazos del vampiro fueron su ancla en el agua, y tomada por sorpresa, soltó un jadeo entrecortado. "¿Qué demonios haces?", quiso decirle, pero en su garganta se acumularon todas los posibles reproches cuando él la besó. Aquello era muy diferente a lo que minutos antes compartieron. Gabriella estaba confundida y, por qué no decirlo, asustada. Tomó la caricia de sus labios con cautela y luego lo miró con incredulidad. Si su corazón latiera a esas alturas, se habría detenido. El cabello del vampiro lucía tan dorado como sus ojos a contra luz, y apenas era consciente de que sus propios ojos debían lucir como el cielo más claro en vez de como un estanque oscuro (como normalmente se veían de noche). Todo era... muy intenso.

Jacques... espera... —Pero no había forma de hacerle esperar, ni por fuerza de voluntad ni por pura convicción. Estaban ahí, en medio del agua y en un día soleado, y al mismo tiempo no estaban. De hecho, la pelirroja habría prestado más atención a su entorno si el hombre que estaba enfrente no fuera Jacques Roman. Y sus ojos que la devoraban y le advertían que el peligro no era ni la mitad de lo que pudiera suponer. Ponerse en guardia y alerta fue quizás lo más difícil que Gabriela de Beaucaire tuvo que hacer en sus casi quinientos años de existencia; era complicado no ceder ante la belleza, ante el vampiro, ante los rayos del sol. No había creído que una ilusión pudiera ser tan realista. Casi podía beber el agua, casi podía broncearse, casi podía olvidar que tenía sed. Pero no podía olvidar a Jacques, la parte de la ilusión que era real. Sus caricias siguieron y esta vez podía sentirlas más profundamente. Ya no peleaba contra él, ya no se resistía a su conquista. Pero quizás su posición era como en aquellas culturas inteligentes que precisaban de dominar a base del ingenio.— Mon dieu... —Exclamó, extasiada por sus maliciosas mordidas. Gimió fuertemente de puro placer, del contacto de sus manos, de sus confiadas palabras. No le sorprendió verse semi-desnuda de un momento a otro, pero en cambio, le molestó verse en desventaja en tal extraña fantasía erótica.— Mon aimé... no aprendéis nada. —Le reprochó en voz baja, en un tono suave y majestuoso. Su cabello lucía todavía más rojo a la luz del sol y su piel, blanca y traslúcida como la mayoría de los vampiros.— Oui... me tenéis a vuestra merced, ¿y luego qué? ¿Me comeréis como a las jóvenes mortales que pierden el brillo de su mirada con la primera mordida intensa? ¿Me beberéis como a las inmortales que prestan su sangre a riesgo de ser traicionado? —Le desafió en un francés formal, antiguo, lo observó fijamente y a detalle, sin pasar nada por alto, desnudándolo con la mirada.— No... sé que no haríais eso. Porque me deseáis. Porque ahora mismo queréis besarme de nuevo. —Aunque apresada por el vampiro, acercó el rostro a la ajena y le provocó con el aliento de su boca.— Pues hacedlo, pero sabed que en mis labios no encontraréis sólo sangre... no soy como otra de vuestras posibles amantes.


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Mensaje por Jacques Roman Vie Sep 12, 2014 4:57 pm


Ella era su diosa. La amazona que cabalgaba valientemente hacia la batalla sin miedo, más que el valor del de sus ojos. Y la reina de sus noches, porque desde conocerla ella había ocupado gran parte de su cabeza. Aunque fuera ahora, cuando él fuera capaz de admitirlo. De admitir el error de no haberla atado a él mucho antes, cuando recién la conoció. De haberlo hecho ella ya habría sido suya hacia milenios y este sentimiento posesivo que hacía que el vampiro se abrazara contra ella, protegiéndola de todo cuanto la rodeara. Inclusive de aquel sol imaginario que destellaba entre sus brazos los rojizos cabellos de su vampiresa. Se habría visto reducido considerablemente. Ahora, sin embargo, debía de luchar contra su instinto más férreo de su naturaleza. Y ella debía aprender a domarlo, a hacerle ver que podían fraguar en las batallas juntos o volverían a perderse y Jacques se negaba a perderla una vez más.

Los gemidos de la fémina lo incitaban, lo llevaban a morder más fuerte. Buscando, arañando en los perfectos senos un canto que pudiera calmarlo, estabilizarlo. Estaba tan cerca de perder el control y aún le quedaba tanto por enseñar, que debía contenerse haciendo el esfuerzo más grande que jamás se viera cometer a hacer. Con la nariz acarició el valle entre sus senos y con sus labios besó cada centímetro de aquella piel. Olisqueando, grabándose aquello que su bestia le decía era suyo. Su aroma, aquel aroma que parecía embrujarlo, aturdirlo. El perfume natural de su cuerpo era la red perfecta para el vampiro antiguo y ella lo desconocía. Si tan solo tuviese el conocimiento de lo cerca que estaba por postrarse a sus pies, dejaría de provocarlo con aquellas palabras, con sus gestos y la perfecta piel que acariciaban sus manos. ¿Porque debía de ser precisamente ella, su letal sirena?

Ante sus palabras solo sonrío de lado. Sus rojizos cabellos parecían fuego a la luz del sol, enorgulleciendo al vampiro quien en su época de mortal, se encontró unido de por vida a aquel elemento que más pronto se convertiría en su emblema. Él era el fuego tempestuoso y la vampiresa la llama con la cual crecía y alimentaba. Siempre con ella cerca su fuego había crecido. Con la diferencia que únicamente esta vez dejaba que su auténtica sed saliera a la luz. Sed de ella, de su cuerpo… de sus gritos. Del fuego de su ser. Jacques siguió observándola, midiendo el brillo de sus ojos, relamiéndole los labios en cuanto lo desafió, saboreando aquellas palabras. El timbre de su voz.

¿No os cansáis de embrujarme? — Preguntó en un susurro ronco contra sus labios, mientras sus manos delicadamente empezaban a retirarle los jirones de ropa que aún cubrían su cuerpo. — Jamás seríais una amante más, Gabriella. —Anunció con voz profunda y oscura rozando los labios femeninos con los propios. — No os rebajaría de esa forma, puesto que ya tenéis mi corazón de hace milenios embrujado por estos labios. — Confesó tras lo que tomó con fiereza sus labios, en un exigente beso arrollador, inclinándose junto a ella al vacío de la cascada.

Sus manos la tomaron de la cadera, pegándola a su cuerpo hasta sentir cada una de sus curvas. El agua apenas era una suave caricia, un suave arrullo que se colaba entre ambos cuerpos. La lengua del inmortal jugó con la de ella, ahogando sus gemidos, sin darle siquiera un respiro para tomar aliento. Su cuerpo empezó a mecerse contra el de ella, simulando la unión de sus carnes, embistiendo su pelvis contra la fémina. Eran movimientos suaves pero firmes. Estocadas directa a que se retorciera, a encender aquel suave cuerpo del que era merecedor. ¿Se contentaría con solo verla desfallecer por su toque? No. Él jamás tendría suficiente de ella, y aquella noche lo descubriría. Se bañaría con ella hasta que el agua solo fuera una parte de los dos y sus alientos fueran las mismas marismas que jugaban con las hebras de su vampiresa. Suya… Suya.

Mía… —Pensó mordiendo el labio inferior para volver con sus besos por el cuello, la clavícula, su hombro.

Me petite, necesito una luz. Un alma que sea capaz de alumbrar el camino de espinas y arrebatarme de las sombras que se adueñan de mí. No necesito una amante… jamás la necesité. — Gruñó contra su piel contestando a sus palabras, levantando la mirada hacia ella por unos segundos atrapando sus orbes, su atención. — Solo deseo un igual, alguien con quien luchar y luego retozar en la cama. No solo es sangre y cuerpo. Necesito más… tú lo sabes. Los seres como nosotros ya no vivimos de los mortales. —Sus manos acariciaron todo su cuerpo hasta su espalda y alzándola por la espalda la sacó de aquella posición vulnerable, llevándola hasta él. Uniéndola, encajándose en ella. Una de las manos fue a su cabello, acariciándoselo, bañándolo en aquella agua imaginaria del rio. La otra acariciando su espalda volvió a uno de sus pechos el que sostuvo en su mano y mimó con sus dedos, aprisionando el pezón. Pellizcándolo deliberadamente buscando que la cima rosada se irguiera y lo llamara a succionar, lamer y profanar.

Los movimientos sobre aquel cuerpo seguían, y moviéndose contra ella gruñó de molestia al sentir sus propias ropas impidiéndole el roce que deseaba con la tersa suave piel. Se moría por poseerla, porque de nuevo fuera suya y mordiéndose sin querer su labio, al besarla derramó sangre en el beso. Alimentándola de tan íntima forma, que sintió desfallecer toda lucha por solo poder compartir cada noche aquel instante eterno con ella.

Os necesité tanto Gabriella. — Y lo que creyó fue un pensamiento resultó siendo un gruñido contra sus labios, el inicio de un jadeo desesperado y frenético de su garganta.


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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Mar Oct 14, 2014 10:16 pm

Ella conocía el placer. Sus años, sus siglos. Su vida había consistido en eso. Buscar experiencias fuertes, intensas; creía que si podía sufrir y gozar lo suficiente, podría dar por servida la eternidad en pocos siglos. Cinco, tal vez. No se sentía capaz de suicidarse, pero lo había considerado. No como un acto de sufrimiento; los vampiros no se suicidaban por las mismas razones que los humanos. Algunos simplemente querían dar por finalizadas. Gabriella era una de aquellos inmortales, que añoraba la mortalidad. Y tras cuatrocientos años, creía que estaba muy cerca del final.

Entonces, volvió a ver a Jacques.

La clase de hombre que podía hacer que ella deseara otra eternidad. Cuando se reencontraron, en el fondo, Gabriella supo que algo iba a cambiar. La reunión fue una buena distracción, casi no pensó en él, porque había estado muy ocupada hablando con los demás, planeando, creando estrategias para sí misma y para Veronica. Pero a solas, en la casa del vampiro y en su despacho; entre sus brazos y bajo su ilusión... todo era diferente. Ahora no tenía ninguna ventaja. Ahora nada la cubría ni la protegía de sus caricias. El sabor de sus labios y el contacto con su piel eran torturas suficientes para hacerla cantar, en sentido figurado y literal, lo mucho que lo necesitaba. Y sus palabras, que parecían ensayadas por un actor apasionado, la hacían estremecer. Se pedía a sí misma calmarse, pero el pensamiento se desvanecía inmediatamente de su cabeza.

Le deseaba inmensamente, con locura, pero sus palabras la estaban alterando. Se sentía aterrada de descubrir que la felicidad estaba al alcance de la mano, o quizás, de que habrían más condiciones, distancias y abandonos.

No, Jacques. No mientas así. Esta forma de seducir es injusta. —Le replicó, pero él hablaba, y su propia voz era débil, casi llorosa. Se encontraba a una pulgada de sollozar de placer.— No, no, Jacques... —Si guardó silencio, o cuando menos una ausencia de palabras, fue únicamente por la interrupción del vampiro, que tomó sus labios y la embrujó de nuevo. ¿Él qué podía decir de hechizos? Parecía un brujo, un demonio. Su barba de las cinco de la tarde, que sería eterna por los siglos de los siglos, le acariciaba el rostro, y ella le acariciaba con las manos. No podía resistirse. Tenía que abrazarlo y aferrarlo a su cuerpo, rodearlo con las manos y saborearlo como si no hubiese un mañana. Quería todo de él. Quería creer su mentira un instante. ¡Que hermoso sería! Hacerle el amor y sentirlo en lo más profundo de su ser, con la idea de que él la extrañaba y la necesitaba.

Le hubiese gustado confesarle que, en realidad, le importaba poco si alguna vez había tenido una amante. Le habría encantado saber que una mujer tocó su cuerpo pero no su corazón. Era un deseo extraño y egoísta, pero así solía ser ella. Porque el modo en el que la estaba besando era algo más que adictivo: era místico y épico. Gabriella gruñó desde el interior de su garganta, cuando los besos llegaron a la misma. Era el sonido de una criatura vulnerable y rebelde. Su cuerpo se hallaba cada vez más caliente. Y todavía más calor había, entre la suavidad de sus piernas, y una ligera y naciente humedad.

Abandónate. —Le ordenó al vampiro con voz imperativa y sin embargo, amable. Tiritó y gimió contraída por el sabor de su sangre, que la excitaba doblemente. Lo miró con sus ojos azules y varios mechones pegados a su frente. Tocó su rostro con los dedos blancos, casi dolida por su belleza.— Abandónate a mi, Jacques. —Le habló tan bajo e íntimo, con tanta familiaridad, que aquella propuesta parecía mucho más profunda que un simple alivio carnal.— No me extrañes más. No veas más distancia ni naufragues por mi ausencia. Soy tuya, sí. —Le ronroneó, moviendo las manos con habilidad sobre sus pantalones para deshacerse de aquella maldita barrera que los separaba. Bajando las cejas, como si sufriera, la pelirroja le susurró al oído:— Yo también te necesito. No como alguna vez necesité al aire. Te necesito como necesito la sangre, su sabor. En mi vida inmortal, tal vez un poco malvada y sanguinaria. Te necesito en mis derrotas y mis victorias. En mis momentos de debilidad. —Recitaba con su voz de soprano, como una cantante que busca encantar al público. Sus manos lo acariciaron. Se escurrieron por el interior de su ropa y buscaron tentar cada punto sensible. Lo reconocía y también a sus zonas erógenas. Él la había excitado tanto que ahora no le importaba acabar todo en cinco minutos. Tan sólo moría por abrazarlo con sus muslos, por sentir la fricción. Una conexión que añoraba desde que se separó de él.— Donde sea, Jacques, aquí o en un callejón. Pero por por favor...


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El carácter se forja en la tempestad +18 [Gabriella] Empty Re: El carácter se forja en la tempestad +18 [Gabriella]

Mensaje por Jacques Roman Lun Ene 26, 2015 1:49 pm


Desde tiempos antiguos los vampiros atraían a sus víctimas, con una fuerza de atracción. Un magnetismo que la muerte les había otorgado para encantar a sus siervos. Aquellos pobres murientes terminaban seducidos por la maldad de los antiguos, pereciendo en sus alientos, en el dolor de sus colmillos rasgándoles la piel. Y bajo la seducción de la boca fría y caliente de la vampiresa, Jacques se encontró contra su primera trampa mortal. Ella tenía todo el poder en sus manos. El vivir, el morir…  Él entregaría su vida por alargar la de ella sin cavilaciones. Con total convicción y abrazaría por siempre la esperanza de verla en la no vida, por volver a oír su voz cantante. El seductor tapiz de sus labios y las luciérnagas de sus ojos alumbrando de nuevo su existencia. Aquella solitaria y fría condena que sin ella el existir se había vuelto.

¿Qué culpa tenia él entonces, de intentar hipnotizarla para que se quedase siempre bajo su custodia? Con ella, él siempre moriría. Sin ella, él sería capaz de volverse la criatura infernal que algún día fue y tras clamar su dolor con la sangre inocente, perecer de hambre eterna por no saborear de nuevo las hebras de sus labios acariciando los suyos.

Con una sonrisa aceptó cada una de las palabras de su reina y de rodillas sobre ella permitió que fuera ella quien mostrara sus cartas primero, dándole la confianza necesaria para que lo supiera sirviente suyo. Fiel sirviente de su cuerpo. Adorador de sus curvas. Las que pretendía despertar bajo su yugo y satisfacer hasta caer rendidos en un amasijo de piel.

Abandonado desde el primer instante por su hechizante voz, se deslizó en un sendero de besos por su cuello hasta sus hombros de nuevo, llegando a sus pechos, alimentándose de ellos con mimo, mordiendo suave. Apresó primero un pezón y torturó con maestría, dedicándose luego al pezón derecho procurándole la misma atención. En suaves caricias bajó sus manos por su cintura hasta la curva de sus caderas.  Sus piernas eran suaves como el satén, firmes bajo su tacto, pero tiernas por la parte interior de los muslos. Retiró la boca de los pechos por un momento y bajándola hacia la diminuta hendidura de su ombligo, deslizó su mano entre sus piernas para encontrar allí el calor húmedo femenino. Un gruñido de impaciencia brotó de los labios del inmortal contra la tersa piel y regresando al valle de sus pechos, ahondó con un dedo la entrada aterciopelada de su intimidad bañándose de la cremosidad femenina encontrando disposición y una creciente necesidad. Él rascó y jugó con sus dientes en la turgencia de su pecho deleitándose con sus gemidos y mientras sus dedos ahondaban deliberadamente, su propio cuerpo ardía, exigiendo alivio a gritos.

Ella le besó el pecho, le acarició el cuerpo haciendo énfasis a los puntos sensibles de su duro cuerpo, enardeciéndolo aún mucho más, tanto, que el cuerpo de Jacques se endureció hasta que creyó volverse loco.

Deshaciéndose de toda dulzura y calma, Jacques le mordió el pecho y subiendo hasta sus labios que ferozmente tomó para sí en un ávido beso, con una pierna separó las de ella, apretándose casi con agresividad contra su cuerpo. La necesitaba de un modo desesperado. Como los humanos su oxígeno. Como el diablo su infierno.

Tomadme Gabriella. Abríos para mí. — Ordenó contra su boca frotando su virilidad contra la intimidad femenina, empapándose de su cremosidad en una fiera fricción enfermiza.

No deseaba que terminase aquel momento. Aquel calor que consumía su cuerpo era lo más cercano en mucho tiempo al mismísimo fuego de los avernos y de ser aquel su castigo, merodearía por siempre por la piel candente de la vampiresa. ¿Cuán larga pudiese ser aquella unión de cuerpos en su mente? Necesitaba recordar. Necesitaría por siempre llevarse su recuerdo para no fallar jamás y regresar a ella tras las ancestrales batallas que los cercaban.  Sirviéndose de sus últimos pensamientos cuerdos cuando lo único que deseaba era adueñarse, hundirse profundamente en Gabriella, la abrazó contra su duro y exigente cuerpo, llevándola a agarrarse a su amplia espalda y alimentándose ferozmente de su boca.  Acalló todo grito celestial y construyendo una de sus últimas ilusiones, los transportó bajo un cielo estrellado en una pradera que ambos conocían a la perfección. Allí hacían miles de años un vampiro y una vampiresa se encontraron, compartiendo una noche que todo lo cambió. Aquella vampiresa fue la salvación del vampiro y él agradecido guardó su recuerdo para algún día volver al mismo lugar junto a ella. Habían pasado más de dos eternidades desde entonces y en contra de todo pronóstico, ahí estaban. Cambiados, pero seguían siendo los mismos. Gabriella y Jacques bajo la noche que los vio yacer en brazos del otro. La misma noche que los vería aquella segunda vez... Y de nuevo ahí estaban, piel con piel, sangre con sangre. Y por siempre ahí perdurarían.

Esta vez no habrá huida posible. Escúchame bien, Gabriella... —Sus intensos orbes excitados se hincaron en los femeninos atrayendo su atención de una forma salvaje, imperativa. Su sola presencia debía servir para capturar todo pensamiento de la morena y hacerla consciente de como su cuerpo se preparaba para recibirlo, caliente, apretada. Y el cuerpo de Jacques duro, grueso, agresivo presionando contra ella, preparado para hundirse profundamente en el calor de su entrada. —Esto será por siempre. —Añadió con su voz oscura, teñida del ansía per perpetuar por siempre el cáliz de su cuerpo. Por un instante siendo consciente de la imagen que tenía bajo su cuerpo, perdió toda facultad de habla y gimió contra sus labios con demanda. Se estaba perdiendo en su aroma, en su feminidad y el roce de sus cuerpos. Aquel peligroso y candente vaivén los llevaba a perderse en las sensaciones. Y sin ninguna palabra más, sin ninguna indicación de su deseo abrasador, abandonó su boca encontrando con sus labios la piel sensible de su garganta. Lo acarició con la lengua, lamiéndolo. Preparando la zona en una suave caricia. Sintió entonces las manos femeninas agarrarse a él con fuerza y tras una efímera sonrisa surgir de sus labios contra la inmaculada piel, el cuerpo de Jacques se impulsó hacia delante hundiéndose profundamente en el cuerpo de Gabriella. Al mismo tiempo sus dientes se hundieron a fondo en su tersa piel,  alimentándose de ella de todas las formas posibles. Con el cuerpo y la mente. Con los retazos de aquella oscuridad que ambos ahora compartirían.


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Jacques Roman
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