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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Rowena Lumia Jue Jun 12, 2014 8:43 pm

Cuando menos lo esperamos, la vida nos coloca delante un desafío que
pone a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio.
Paulo Coelho
 






Sutilmente un velo azul cubrió su níveo rostro. Rostro de luna que se ocultaba con escrupulosa circunspección en el anónimo del reflejo ilusorio. Un velo que descendía como una cascada cristalina y azulina desde la corona de su sombrero bonete hasta un poco más arriba del mentón.
La media noche deparaba un acertijo de inciertos destinos. Infortunios o dichas, como un manojo de llaves en sus manos para distintas puertas de acrisoladas extrañezas del otro lado. Aquella noche de luna llena y de cielo carente de estrellas podría entregarle tantas cosas y a la vez dejarle sumergida en la latente frustración que, acosadora y fiel, amenazaba con no abandonarle.

Sus suaves manos las sentía congeladas como piedras, casi como si sus delgados dedos estuvieran esculpidos en propio hielo. Llevaba guantes, pero aun así el frío era más astuto y se filtraba por los entretejidos de la tela de los guantes. Frotó sus manos para propinarse algo de calor con la fricción de las dos manos. Tal vez no era el ambiente el que estuviese completamente helado sino más bien ella misma era la figura de mármol viviente o la estatua de alfil cincelada en hielo. Cuando se tiene tanto frío en el alma, éste traspasa la coraza y la misma esencia vital se transforma en un suspiro del fénix de hielo.  
Los propios pasos resonaron en medio del silencio y la noche solitaria. Estaba consciente de los peligros que le asechaban a esas horas donde los demonios y las brujas hacen sus cofradías ocultas. Pero bien sabía que se debe temer más al vivo que al muerto, por eso sus sentidos estaban alerta en todo momento.
No importaba que la mano siniestra del criminal amenazara su integridad física, tampoco importaba si su vida pendiese de un hilo en ese momento. No era insensatez pues antes ya se encargó de mover las piezas necesarias en el tablero de ajedrez. Era el vacío de la duda, de la inmortalizada incertidumbre que la llevaba a presentarse a la cita clandestina de la media noche.
El caminito de adoquines de piedra permitía que el sonido de sus tacos fuese audible aún. Tenía especial cuidado de no pisar algún eslabón entre adoquín y adoquín para no cometer una torpeza. Pues, un error a cometer o cometido era un eterno tormento de martirio personal para su ego. En cierto punto aminoró su marcha y sólo fue el sonido de los saltamontes nocturnos el que hizo que el lugar no fuese un completo templo a la afonía selectiva.

Se manifestó presente a una cita nocturna de dudosa procedencia. Ella, la fría dama del invierno, la única heredera Lumia existente en Europa. En el jardín botánico por la noche y a esa hora precisa fue acordado el encuentro entre ella y un supuesto informante.
¿Cómo se atrevió a aceptar tan vulgar invitación nocturna a solas? Una confesión ante el cardenal la exoneraría de sus faltas después de aquella noche. Su abuelo dormía como un roble viejo en el castillo Lumia, los sirvientes yacían de la duquesa en su corto sueño que servía de placebo corto a sus obligaciones. Pero estaba allí, sola en la noche esperando a una persona en medio de hermosas flores y un pequeño río que cruzaba el jardín botánico. Precisaba de ese encuentro secreto pues ésa tarde misteriosamente llegó a su despacho una carta cuyo contenido juraba tener información de su desaparecido hermano mayor. La condición era asistir a esa hora y a solas sin informar a nadie previo.

Tal parecía que su supuesto informante hacía gala de la impuntualidad. La joven de cabellos color plata soltó un suspiro y no le quedó más que esperar a la llegada del misterioso enigma que posiblemente resolvería un enigma más grande –y de mayor interés de la duquesa-  

-Vuestra respetable, buenas noches.- Una voz áspera se expresó en medio de la noche.
-…- Rowena se giró lentamente como el espectro que era.
-¿Vuestros modales?- Instó al no recibir un cordial saludo.
-Mis modales son vuestros modales en cuanto a vuestra puntualidad.- Contestó con completa serenidad. –A lo que nos concierne, por favor.- Terminó de decir cuando se dio vuelta por completo. Observó a un joven hombre alto y bien parecido. Bastante pálido se apreciaba, tal vez por el reflejo de la luna llena.
-Cierto.- Sonrió con gallardearía cuando se postuló en frente de ella. –Se ha dicho que la paga de su ilustrísima por información sobre su hermano ostenta una cuantiosa cantidad.-
-Si la información no es un eclipse de dudas, aquellos dichos están en lo cierto.- Entrecerró los ojos detrás del velo que le daba su anonimato. -¿Qué me puede entregar?-
-Su hermano… Su querido hermano. ¿Sabe? Yo sé lo que es perder a un ser querido. La mayoría de mis hermanos murieron cuando no alcanzaban la primera década de edad.-
-Mi hermano no está muerto.- La duquesa fue tajante y cortante. Ir por rodeos aumentaba sus sospechas hacia esa persona. –Si el resto de la noche la dedicará a hablar falsedades es hora de que me retire.-
-Aguarde.- La tomó suavemente del brazo para evitar su partida. -¿Qué quiere escuchar que no sepa ya? Usted sabe que su hermano murió. Pasó, como dicen, a mejor vida.-
-Soltadme.- Ordenó, tranquila.
-El pobre infeliz falleció. Aquel descontrolado es hoy en día un recuerdo del pasado. ¡Es cierto, Oh, duquesa! ¡Vuestro hermano fue mordido por un chupasangre!- Apretó la mano sobre el brazo de la muchacha ejerciendo presión.
-¡He dicho que me soltéis!- Ordenó ofendida y molesta por el agarre. Trató de zafarse de ése descarriado pero éste insistió con sujetarle.
-Y ahora es un vástago nocturno. Un cadáver que se alimenta de la sangre de otros pobres desafortunados. ¡Sí, duquesa! ¡Respetada duquesa! ¡Vuestro hermano es lo que más aborrecéis en la vida! ¡Un vampiro! ¡Aquello con lo que vos misma lucháis en vuestra inquisición nefasta!-
-¿Qué es lo que queréis de mí?-
-¿Qué podría querer yo de una persona tan inanimada como usted? ¡Una roca tiene más gracia que vuestra merced! Pero aun así la duquesa de Francia podría hacerme un pequeño favor.- Levantó el velo despejando el rostro de Rowena a la vista. Acercó su rostro a la respingada nariz de la joven quien le miraba con desaprobación. –Porque algo de vida existe de todos modos dentro de la niña cautiva Lumia.-
-Sois…- La joven observó con atención los dientes del otro joven. Aquellos filosos colmillos. –Sois un vampiro- Dijo con un halo de asombro.
-¡Exactamente!- Respondió mostrándose orgulloso de su identidad. –Un vampiro que alguna vez fue un joven con muchos sueños. Un joven que fue entregado como un bocado a vuestro hermano. ¡Mismo infeliz que extinguió la vida de mis hermanos!-
-Estáis confundido.-
-¿Tanto os cuesta convenceros de que vuestro hermano es el mismísimo demonio que vos combatís a diario? Es que los hermanitos Lumia necesitaron más luz fuera de esas paredes para ser un poco más humanos y consistentes.-  
-Él… No sería capaz.- Ladeó el rostro. Su querido hermano no podía ser todo lo que ése demente profesaba. En ese instante su percepción la llevó a notar un par de sombras más las cuales, al ser entendidas como descubiertas, no se ocultaron más. De la oscuridad emergieron dos personas que no conocía pero por lo visto su interceptor sí. –Venís acompañado.- Musitó con un halo de respingo. Sacudió de forma brusca su brazo para al fin escapar del agarre del otro. -¿Y ahora?- Le miró con desaprobación. Mantuvo la compostura aún en el mal panorama. Sabía que seguramente nada bueno podía esperar de tres alimañas de la noche  –¿Qué os deseáis de mí?-
-Él me arrebató a mi familia. Yo extinguiré a su muñeca de porcelana. Sois parte de la inquisición, sois mi enemiga. Será matar a dos pájaros de un tiro-

Aquellos tres, especialmente quien la citó, lentamente iban restando los pasos que los separaban de la duquesa. Rowena fue educada, criada y pulida para ser una dama perfecta. Una muñeca de loza fina, una señorita que toma las puntas de sus vestidos y camina a pasitos cortos y pequeños para cuidar que su peinado luzca perfecto y sus trajes se presenten impecables. Pero jamás fue enseñada para confrontar nada parecido a una lucha física personal. No, eso no iba en su idiosincrasia. No era una salvaje, no era una guerrera ni mucho menos un caballero de la orden del rey.
Sí, era una inquisidora detrás de su faceta de duquesa pero su rol en la sagrada inquisición consistía en la de ser informante y espia. No una guerrera entrenada bajo sol y lluvia para ser prácticamente un arma de combate contra esas criaturas.
Acceder a una reacción era acceder a dejar de lado todo lo que a ella le caracterizaba y describía como la figura de Rowena Lumia. ¿Qué es lo que debía hacer? El escolta al que encomendó que se ocultara al parecer encontró mejor interés que obedecer a su ama. ¿Debía dejar que su vida fuese absorbida en venganza?
Con su mirada atenta seguía cuidadosamente cada burlesco movimiento de sus enemigos, a esas alturas, jurados.

-Corre, Rowena, corre.- Le invitó el joven con quien antes hablaba. Éste sonrió socarrón.

Rowena, la joven duquesa de cabellos que parecían ser besados por los labios plateados de la luna, esperó el preciso segundo para emprender la huida. Corrió por el jardín botánico como más pudo, o más bien, como más se lo permitían sus femeninas prendas de vestir. Si bien para la ocasión escogió un vestido azul y sencillo en comparación a los trajes de siempre, eso no quitase que el vestido fuese un estorbo de todos modos. Benditos los hombres que pueden lucir prendas menos sofisticadas pero mucho más prácticas.
Encontró refugio en una especie de laberinto de arbustos. Bien sabía que los sentidos más desarrollados de sus persecutores la encontrarían fácilmente pero… ¿Qué más podía hacer de momento más que huir como la liebre de los zorros para no ser desgarrada viva? Intentó regular su respiración para que no fuese más notoria su ubicación que ya de por si estaba muy propensa. Caminó con suma precaución por el laberinto pues conocido era lo engañosos que podían ser y una estrategia en su contra sería aún más patético que su situación actual. En ese momento notó una especie de bulto tendido en el suelo. Con mucho cuidado Rowena se acercó a ése bulto cubierto por una capa negra. Se arrodilló sigilosamente y destapó con cuidado el misterio que se escondía detrás de esa capa. Vio entonces la cara de horror de un hombre que yacía muerto allí, desangrado. Lo reconocía como su guardaespaldas. En vano buscó el pulso en su yugular. Estaba muerto, esos chupasangre lo habían drenado. Le hizo sentir culpable haberlo enviado para su protección. Ahora ya no existía en este mundo por causa suya. Cerró con cuidado los párpados abiertos del hombre y pidió a Dios para que su alma descansara en paz.
Al reincorporarse, escuchó las risillas de los otros muy cerca suyo.

-Ya te vi.-
Y como un espectro que era. El joven se le presentó en frente suyo, impidiendo su paso. Ella retrocedió un poco hasta topar con su espalda el muro de arbusto detrás  suyo. Llevó las manos hacia detrás de su espalda a donde la ligera capa cubría parte de su vestido.
-En este momento es cuando deberías suplicar por tu vida. Desaparecerás del mundo como ése imbécil que está muerto y frío como una roca en algún lugar del laberinto. Los humanos están condenados a morir.-
-Se le pide misericordia a Dios… No a los hijos de Lucifer. Sois vosotros los que están condenados a la extinción.- Objetó altaneramente. Con sus dedos acarició un pequeño instrumento guardado estratégicamente en un bolsillo de la capa
-¿Quién crees que sois para hablarme así? ¡No eres más que una mujer inútil y sufrible!-  El rencoroso ser pareció cansado de tanto espectáculo.  Se expulsó sobre la chica con intención de dar fin a tanto rodeo pero un ardor en su brazo hizo que instintivamente retrocediera en sus pasos. El sujeto se observó una herida emergente en su brazo la cual ardía como si le quemase. Volcó la mirada hacia su víctima. –Una daga de plata… Maldita zorra.- Escupió con odio. Posteriormente chasqueó los dedos para convocar a sus aliados. –Ya ha sido suficiente. Ni con una espada de plata sois capaz de ir contra nosotros. Terminemos con esto.- Ordenó a sus subordinados.


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Mensaje por Violet Darcy Miér Jul 02, 2014 3:27 pm

Aquella noche parecía una invitación a caminar. La luna resplandecía tanto que parecía un sol, placer que desde hacía años se había tenido que negar. En antaño, la idea de ser inmortal había sido más fácil de asimilar por el anhelo de vivir eternamente junto a él, pero ahora, sola, cada día se volvía más difícil de afrontar.
Cosas tan simples como conseguir alimento, le avergonzaba inmensamente ir a buscar los contactos de su marido, doctores que rescataban sangre coagulada de los cadáveres que examinaban y luego vendían a precios muy elevados. Aún podía sonreír recordando el cómo James bebía la sangre porque ella se negaba a poner en su boca aquella gelatina poco apetitosa, y él tenía que darse a la tarea de dejarse morder por ella una vez que la ha drenado. Pero estando ella sola, tan sólo se le ocurría capturar uno desafortunado gato, que debido al odio irracional que tenía por ellos, era lo más fácil a la psique de asesinar y luego chupar. Sin embargo, esto no la satisfacía y vivía tan hambrienta que parecía un zombi. Su instinto de supervivencia le decía que rentara algunos cuerpos humanos para beber de ellos, pero le era inconcebible imaginarse en la intimidad con alguien más.

Sus posibilidades de supervivencia eran lo que le aquejaba en particular aquella noche, ni siquiera cuando fue humana tuvo muy buenos hábitos de sueño, así que ahora que era un lujo del que se podía privar fácilmente, sus párpados no tenían descanso.
Eran la media noche y pocos lugares en París no estarían llenos de prostitutas y borrachos. ¿Dónde apacentar la mente libre de interrupciones? Cogió un coche de punto para llegar al primer lugar que se le cruzó en mente: El jardín botánico de París.

Aquel lugar se convirtió rápidamente en uno de sus sitios favoritos desde que llegó a París. Estaba lleno de vida, aromas ¡y hasta un laberinto! En el Palacio de Italia, había un enorme laberinto que le costó muchos días resolver. Sin embargo, aquel laberinto parisense lo había recorrido tantas veces que había comprobado aquella teoría de la que había escuchado en alguna tertulia: si giras en cada nudo siempre a la derecha o a la izquierda, manteniendo siempre la mano derecha (o la izquierda) en contacto permanente con la pared de los corredores o nudos. Afortunadamente este laberinto no era tan sofisticado como el de Italia, o quizá fue por la ayuda de la teoría que pudo resolverlo en tan sólo una semana de visitas diarias.

Hoy día, sus pensamientos eran tan enredados como un laberinto. ¿Podría llegar a alguna salida si realmente sale de un laberinto? Era una estupidez muy romántica de pensar, pero la noche era tan cálida y brillante que no resistió hacer caso a su lado romántico y estúpido.
Al adentrarse en el laberinto, distinguió en el piso, gracias a la potente luz de la luna, pudo distinguir el cadáver de un hombre de mediana edad, que yacía desde un considerable lapso de tiempo, a juzgar por el estado del cuerpo. A un lado de éste, también descubrió huellas de lo que parecía ser una persecución, pues en vez de ser huellas con una forma bien definida, eran más bien profundas marcas en la tierra que delataban pisadas apresuradas pero enérgicas; y no era que Violet fuera una experta en rastreo, pero era evidente que aquellas no eran pisadas de alguien que estuviera muy tranquilo.
El sentido que más ignoraba la mayoría del tiempo, era el de la nariz, le desagradaban los olores fuertes y teniendo un olfato tan agudo, era mejor resguardarse ella misma pues el mundo no dejaría de ser fétido sólo por su comodidad. Así que aspiro largamente y pudo encontrar en el aire aquellas partículas de sudor de lo que parecía ser un humano, acompañado del característico olor a putrefacción de los vampiros. Era tan fuerte que se atrevía a pensar de que se trataba de más de dos.
Decidió seguir las huellas tanto como pudo, pues se guiaba más por el olfato que por la vista, hasta el momento en que escuchó un chillido y entonces se dio cuenta que estaba más cerca de lo que creía. Apresuró el paso siendo cuidadosa de no hacer el menor ruido, y cuando se creyó a una pared del punto al que quería llegar, miró cuanto pudo a través de los árboles, y sólo alcanzó a distinguir una figura alta y negra amenazar a otra que parecía más bien un fantasma; los rayos de la luna iluminaban una melena que parecía blanca, la cual delataba claramente que se trataba de una mujer. Violet estuvo a punto de darse la media vuelta e irse, sino fuera porque al dársela encontró frente a sí dos vampiros mirándola maliciosamente.
La tomaron ambos de un brazo y la llevaron hasta el hombre que amenazaba a la una mujer tan delicada y con un porte tan fino que comprendió inmediatamente que pertenecía a la realeza, después de todo había vivido y convivido muchos años con la crema y nata de Italia. Además de descubrir la identidad social de la mujer, la luna se alzaba sobre el cielo como un faro, de tal forma que pudo distinguir perfectamente el rostro del atacante: Un viejo espía de los Darcy.

Aquel breve momento en que se tardó aquel vampiro en darse la vuelta y airarse por la invitada imprevista, le sirvió a Violet para pensar sobre qué camino tomar: Aquellos hombres eran lo suficientemente profesionales en su trabajo para saber lo que hacían, seguramente aquella mujer era una de las patrocinadoras del Santo Oficio, lo que la volvía a sus ojos, un maldito criminal. Sin embargo, al ser de la realeza, ¿esto se quedaría así? A raíz del asesinato se distribuirían cientos de cartas en las que más vampiros, licántropos, cambia formas, brujos y gente que no la debe ni la teme, serían quemados en la hoguera. Ese asesinato no sería de sólo cuatro vampiros, pasaría a ser un delito de todo ser viviente del que apenas se sospechara un poco de su origen del demonio.

Detente, Nathaniel ‒ordenó la Baronesa italiana.

El vampiro reconoció a medias la voz que con autoridad le ordenaba algo que naturalmente no tenía intención de hacer, menos de una voz apenas conocida, pues en sus convivencias con la familia Darcy, ella a lado de James, solía ser una mujer graciosa y elegante, que jamás necesitaba levantar la voz para ser escuchada. Dio la media vuelta y se encontró con el último rostro que habría esperado ver esa noche. Aquella mujer no era sólo fue una de las personas que más confianza puso en él, que le extendió la mano cuando recién se convertía y le dio de comer; era además la viuda del hombre que dio la vida por los mismos principios que él ahora hacía lo que hacía.

Mi Lady ‒hizo una breve reverencia y una señal a sus secuaces para que la soltaran. Violet los miró fríamente, luego hizo un breve contacto visual con la mujer, a la que dirigió una mirada suspicaz e inmediatamente le sonrió a Nathaniel. ‒ Por favor, debes irte de aquí ‒comentó con una sonrisa condescendiente. Él frunció el ceño acercándose a ella. ‒¿A qué se refiere?, ¿no sabe que…? ‒inquirió lo bastante molesto como para sonar amenazador, incluso ante alguien a quien respetaba tanto. Violet no se dejó intimidar en ningún momento, siguió apacible y le interrumpió sin la necesidad de alzar mucho la voz; como en antaño. ‒Te dije que te fueras de aquí, yo arreglaré este asunto por ti ‒Le dirigió una mirada lo suficientemente autoritaria como para hacerse obedecer. El vampiro, leal servidor, se fue lentamente sin perder de vista a su víctima, sus secuaces le siguieron y pronto dejaron de escucharse sus pasos a lo lejos. Violet se fue girando hasta perderles de vista, y cuando estuvo de espaldas le hizo un pequeño con los ojos al vampiro. Acto seguido, se dio la vuelta y se abalanzó unos pasos hasta la mujer que acababa de salvar.
Su Señoría ‒hizo una pequeña y grácil reverencia ante ella. ‒Soy la Baronesa Viuda, Violet Darcy ‒al terminar de presentarse levantó el rostro, iluminado por una bella y simpática sonrisa. ‒¿Se encuentra bien? ‒inquirió borrando el gesto sonriente de sus suaves labios. Le miró directamente a los ojos y esperó a su respuesta pintando un aire preocupado en su lienzo facial.


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Mensaje por Rowena Lumia Jue Jul 17, 2014 3:59 pm

Duquesa Lumia, a sus juveniles año de edad. Los cuales asomasen más como un insulto para los nobles de mayor edad que consiguieron su título aristócrata tan solo al contraer nupcias; y ella, tan sólo se dedicaba a contemplar la muerte como un evento jubiloso próximo a su existencia.
Pero era inevitable no pensar en la muerte pues la muerte siempre perseguía a los seres humanos como una sombra constante y satírica al asecho del momento indicado para cortar los hilos de la vida del pobre desafortunado. Con consiguiente no pudo evitar pensar en su propio final, ¿Así de infame sería su muerte? Aniquilada por criaturas que pastorean los campos infernales de satanás.

Morir… Cuando ya casi era un fantasma. Fallecer cuando siempre estuvo muerta en vida.

Se impregnó de un sentimiento mordaz de indignación. Indignación que se aferraba a su pecho como un latente calcinador. Pudo haber muerto envenenada y eso tendría más aceptación de su parte, pero morir siendo despedazada por vampiros le tocaba la hebra del orgullo. Más aún si esos despreciables seres injuriaban el nombre de su hermano. Él, francamente, no sería capaz de haber hecho las cosas que aquellos profesaban con sus bocas nefastas.
El ser hijo de las sombras siniestras la miraba con sorna y superioridad, tratando de impacientarla antes de su prolongada muerte. Rowena se mantuvo firme y de hielo como siempre fue.  Estudió momentáneamente lo terca y desafiante que era en realidad en el fondo, quizá dos de sus grandes defectos. Al menos los conocía ahora y no moría desconociéndolos. Un poco de introspección antes de cerrar los párpados por última  vez.

Pero el destino era incierto e increíblemente ella misma no notó cuando esos rápidos vampiros se ausentaron en el acto para volver sosteniendo de ambos brazos a una mujer de piel tan pálida como la luna y cabello tan oscuro como el más perfecto ébano. En esos frágiles momentos, Rowena pensó que la mujer era una víctima más de ese grupo de maléficos vampiros pero a la duquesa le tocó sorprenderse aún más cuando la misma mujer pronunciaba empoderadamente el nombre del más odioso de los vampiros: Nathaniel.
La mujer ordenó a ése tal Nathaniel que la soltase y, más aún, que se retirase del lugar con los otros dos vampiros. Por el modo de relacionarse de ambos, la duquesa no pudo más que levantar sospecha hacia todos. Especialmente porque era evidente que ellos dos se conocían y que Nathaniel mostraba lealtad y respeto hacia aquella mujer. ¿Quién era ella? Debía ser muy importante para que ese grupo de vampiros guardasen tanto respeto hacia su persona.

¿Debería agradecer que su intromisión la liberase del rencor que Nathaniel guardaba por su hermano? Quizá sí, pues en los ojos del vampiro vio reflejado tanto rencor y odio hacia su hermano que a ella la hubiese convertido en una elegante crucifixión que al día siguiente mantendría petrificados a los visitantes del jardín botánico. Pero nada le aseguraba a Rowena que la noche no se tornara más oscura aún. La dama se presentó ante ella cuando ya no existían rastros de los merodeadores nocturnos.
Violet Darcy, baronesa viuda. Había escuchado de ella pero nunca tuvo la suerte de conocerle directamente sino hasta esa irónica noche de controversias. Rowena le sostuvo la mirada cuando la mujer le miró a los ojos como intentando descifrarse la una a la otra.

-Soy Rowena Lumia, duquesa de París.- Sería un insulto guardar su identidad cuando los vampiros de hace un momento ya la sabían y obviamente ellos conocían a la viuda Darcy por lo que no sería para nada complicado para ella darse cuenta de cualquier falsa. Violet Darcy, además, contribuía para que en esos momentos la duquesa Lumia se pudiese presentar como tal una vez más. –Estoy bien gracias a usted, ilustrísima madame Darcy. Lamento, a la vez, que esta sea la forma poco ortodoxa de conocernos.- Inclinó levemente la cabeza en una reverencia respetuosa mas no bajaba la guardia.

La presencia de la baronesa en ése lugar y en ese preciso momento no hacía más que confundirla y alertarla. El suceso vivido aquella noche ya no sería un mero secreto, alguien más sabía –o sabría- el por qué ella estaba en el laberinto del jardín botánico a altas horas de la noche. Ya no se trataría de su propia muerte el tema de revuelo pues la misma inquisición se encargaría de desenmascarar a sus asesinos y librar una guerra contra aquellas criaturas con una mayor justificación que la usarían de  excusa perfecta como un escudo hecho del mejor de los hierros, pero estaba viva y su secreto no estaba a salvo del todo.

-Agradecida estoy hacia vuestra persona.- Insistió. –Mas, me inquieta que vuestra merced conozca a ese tipo de asesinos. ¿Son vuestros hombres? Que sepáis que han asesinado a uno de mis trabajadores. Espero que no os sintáis ofendida ni que sintáis que soy una mal agradecida, pero debéis poneros más atención a ése tal Nathaniel y sus sabandijas. No debéis fiarte de él.- Se irguió firme y elegante, dejando de lado la pose de ataque anteriormente adoptada. Guardó el pequeño cuchillo de plata en el mismo lugar de donde lo sustrajo.


Última edición por Rowena Lumia el Lun Sep 01, 2014 5:16 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Violet Darcy Vie Jul 18, 2014 11:27 pm

Tomó como triunfo el haber adivinado que aquella mujer era un miembro de la realeza, lo cual era un claro indicio que a pesar de su aislamiento autoimpuesto, no había perdido el tan valorado toque social heredado por su padre. Otro punto a favor de aquella dama era el haberle correspondido tan firmemente la mirada; le hablaba de alguien con carácter, de esas pocas personas a las que el exceso de lujo y dinero les habían drenado el cerebro.
Sonrió afablemente ante su exceso de modales, costumbre que había ido olvidando con los años al lado de un hombre al que su riqueza no le había podido extirpar la sencillez de su cuna. Como respuesta a su agradecimiento no pudo articular ninguna palabra, pero sí pudo responder a través de su lenguaje favorito: el corporal.
Ladeó el rostro y se dibujó una sonrisa modesta, sin apartar la mirada de los ojos de la duquesa. Esta acción no iba más allá de inspirar confianza, la mujer que tenía ante sí no parecía ocultar en su mirada más de lo que su expresión corporal develaba: una mujer fuerte, elegante y fría. Este último adjetivo se lo atribuía porque había algo en su modo de hablar que, sí, era amable, pero su tono de voz tenía el poder no hacerte pensar que podías entrar en una zona de confort estando frente a ella. Y claro, también había que tomar en cuenta aquella hoja de plata que resplandecía vivamente a la luz de la luna.

Momentáneamente abstraída en sus pensamientos, cuando estaba a punto de intervenir con lo primero que le pasara por la cabeza, antes de siquiera tener oportunidad de abrir la boca, su interlocutora pensó más rápido y tomó la palabra con la destreza y seguridad que su cuna le otorgaba.
Lo que antes le había parecido una virtud (el que su acompañante fuera despierta y por tanto, un reto intelectual al tratar con ella), ahora se convertía en una potente amenaza. Lamentablemente no iba a poder ganársela tan fácil, pero al mismo tiempo eso era un desafío que estaba dispuesta a aceptar por el simple hecho de aprovechar la noche y el viaje.
¡Oh, no! Por favor, no piense mal de mí o de mi difunto esposo, conozco a esos hombres por atenciones que mi marido tuvo hacia ellos en antaño. Llegaron a nuestra morada extendiendo la mano, y nuestro deber como líderes de la escala de clases sociales nos obligó a aceptar una moderada convivencia con semejantes individuos ‒explicó lento y siempre sonriente, demostrando su complacencia hacia el altruismo. ‒ No son malas personas, me disculpo en su nombre.

El que hubiera retirado su muralla invisible entre ambas, le animó a dar un paso más adelante, y hacer la reverencia más respetuosa y llena de solemnidad que había dado en mucho tiempo. Dicha acción la aprovechó perfectamente para asegurarse, sin que pudiera seguir su mirada la Duquesa, de que el arma punzo cortante había sido retirada y ya no representaba algún peligro que aún tan pequeña y aparentemente insignificante, podía significar para ella. Asegurado el perímetro, se atrevió a ejecutar el plan de acción.

Acerca de su lacayo, permítame absorber la pensión para la familia del desdichado. Y si puedo hacer algo para que usted pueda perdonar esta ofensa, le ruego que me lo haga saber ‒su amabilidad no conocía límites cuando un interés personal removía cada centímetro de su rostro, logrando una expresión facial imposible de hacer dudar.
No me permita incomodarla, pero me preocupa su seguridad. ¿Gusta que le acompañe hasta un mejor lugar? ‒hasta ese punto no sabía exactamente si lo mejor era involucrarse demasiado con un miembro de la corte francesa, sus sospechas de que fuera una patrocinadora de la Inquisición no estaban confirmadas, la razón por la que Nathaniel decidiera atacarla podían ser de lo más variadas: su belleza, su dinero o su sangre. Sin embargo, el ir acompañado de otros secuaces descartaba la necesidad de sangre, el festín no habría sido suficiente. La segunda también podía eliminarse de las posibilidades porque la escena que presenció se veía más comprometedora que un simple robo. Además, el campo particular de Nathaniel era encontrar a quien movía los hilos del “Santo Oficio”. Así que tanto su culpabilidad como enemigo público, como un intento de violación, eran perfectamente posibles.

Así que antes de saber qué camino tomar, debía investigar más.


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Mensaje por Rowena Lumia Lun Sep 01, 2014 5:09 pm

Imperó entonces la curiosidad por sobre la prudencia. Existía algo en la dama Darcy que le causaba una gran confusión, aquel desconcierto que crecía conforme los diálogos se expresaban en la conversación. Rowena la observó, con aquel particular modo suyo de observar a las personas. Con aquella mirada indiferente que nada trasmite más que el frío invernal de los hielos pero que al mismo tiempo es tan inquisidora y juzgante que quema como las mismas llamas del infierno. La baronesa Darcy se apreciaba como una joven mujer, de piel tan blanca como la misma luna y rostro redondeado como el mismo astro majestuoso en el ébano cielo. Era también dueña de una cándida y carismática sonrisa, de aquellas que hacen confiar ciegamente. No estaba atribuyendo a la baronesa como una persona tramposa que usaba de escudo la particularidad de su beatífica sonrisa, pero el hecho de tener tales conocidos como aquellos inescrupulosos vampiros la mantenían en alerta. La duquesa subió delicadamente sus finas manos y acarició su cabello color plateado, entrelazando los dedos en las hebras claras de su cabello para ordenar su pelo de este modo. Subió su pálida mano un poco más hasta alcanzar el cinto azul que amenazaba por caerse de su cabello, le apretó el amarre para dejar en un perfecto y pulcro peinado su cabello que relucía como si los bucles plateados jamás hubiesen sufrido tal alboroto.

-No son malas personas- Repitió en un susurro. -No podré juzgarlos, entonces, en vista de mi desconocimiento hacia sus personas. Pero en el ojo de Dios dejo el juicio y confío plenamente en su certeza.- Sentenció con porte y firmeza pero sin permitir que se viese como una mujer pedante. –Por tanto, caso haré a sus palabras pues usted les conoce más que yo.-

A su mente llegó de golpe el rostro desfigurado del pobre lacayo a quien parlamentó para tan turbulenta noche. En sus manos estaba la sangre de aquel infeliz hombre que nada de culpa tenía en todo el asunto que acometía a los secretos oscuros de los Lumia. La baronesa optó por una postura de condolencia hacia el hombre que yacía en otro mundo. Incluso ofrecía compensar a la familia la cual seguramente caería en ascendientes desgracias ante la pérdida del que hacía de cúspide de la pirámide. Rowena sentía su muerte, pues ella era la mayor culpable de que aquel hombre perdiera el brillo húmedo de sus orbes desgastadas, por tanto sabía que de adelante hacerse cargo indirectamente de esa familia sería su misión pero también era consciente de que esas sabandijas de los inframundos eran los principales culpables de que la desgracia tocara a la familia del humilde trabajador. Si Darcy les conocía y quería hacerse cargo de sus fechorías, ella no se opondría.

-Madame Darcy, es un gentil gesto de vuestra parte ofreceros como benefactora de la familia que en luto ha caído. Usted será conocedora oportunamente del modo de acceder en auxilio de aquellos infortunados. Por mi parte, he de preferir dejar este vergonzoso y deshonoro evento en el olvido tan pronto está fresco en esto momentos. No le pido que haga nada por mí ante lo sucedido más que olvidar esta aterradora noche.- A mansalva, para los dos lados de la moneda era mejor que aquella noche se concibiera como si nunca poseyese efectuación. -Recibo su oferta de compañía recatadamente pues una noche tan desconsolada y oscura es una inminencia para dos solitarias mujeres en un lugar tan despoblado a estas altas horas.-

Rowena se inclinó leve y finamente en una excelente reverencia de educado protocolo. Su interior protestaba por contestaciones en esa noche y aunque la adversidad fuese tan turbia como un pozo hechizado debía seguir firme hasta el final. Una vida se había mortecino en esa tenebrosidad y no pretendía que aquellas sanguijuelas que la había atacado quedasen impunes. Tampoco se quedaría en el mismo punto muerto donde por años subsistió. Una marcha a paso calmado y con las sombras de la noche rodeándoles les acompañó cuando iniciaron la retirada del laberinto.

-Madame Darcy, perdone si mi curiosidad se torna en un importuno pero debo confesar que me causa gran intriga el saber qué hace usted en éste increíble jardín botánico. Usted es extranjera, pero parece tener pleno conocimiento de estos terrenos. Me atrevo a afirmar, incluso, que es más versada que yo en mi propia tierra.-



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