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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Jillian Thatcher Sáb Jul 05, 2014 9:56 pm




Lucha por su gente, por justicia, por vivir.

primavera ₪ día ₪ muchedumbre ₪ trabajadores ₪ puerto
¡El eco que no calla!
Ellos nos obligaban a estar así; a buscar la justicia por las armas, aunque constara de palos y nudillos sin carne. Los dueños de las empresas y negocios, nuestros patrones y carceleros, confabulaban para así mantenernos. Ni el puerto en el que trabajaba ocasionalmente se salvaba de esto. Nuevamente veía a la turba de pescadores levantarse ante las injusticias, marchando en grupo hacia las oficinas que no nos brindarían más que rechazo. Debíamos ser cautelosos, medirnos con el tiempo. Si nos quedábamos demasiado tiempo cantando himnos de libertad y justicia, estos puercos llamarían a las fuerzas armadas y teñiríamos el mar de rojo. Daba coraje que usaran al pueblo para enfrentar a su propia gente. Los seducían con paga, alimentos, uniformes, todo lo que a nosotros nos negaban por rehusarnos a convertirnos en sus perros. Estos canallas.

¡No más odio ni venganza, fruto amargo de la guerra; queremos paz y justicia sin temores ni violencia. No más sangre de inocentes mancillando nuestra tierra, no más crímenes ocultos ni traición tras de las puertas! —cantaba vestida de hombre junto a mis compañeros guerreros, soldados de la calle, defensores del pueblo. Con mis pechos tapados y el cabello recogido bajo un deseo de gorra te tomaban mucho más en cuenta. Como si tener vagina redujera neuronas. ¡En fin! No quería que me llevaran a prisión por ser mujer y usar pantalones, o al menos no antes de romperla la nariz a alguno.

Marchábamos para enfrentar a nuestros alimentadores bajo sus cómodos balcones en esos edificios que permanecerían en pié aun cuando el mundo cayera, porque ellos lo sostenían, o esos nos querían hacer creer. ¡Habían bajado nuestra miserable paga! Cerdos codiciosos que no entendían la importancia de medio franco. Era un pan que no llegaba a la mesa, un estómago vacío más. ¡Y querían que rindiéramos de la misma forma!

Nos detuvimos justo enfrente de las rejas que nos separaban de los empleadores que arbitrariamente despedían a nuestros hermanos aun estando al borde de la muerte. Por los que no podían estar allí, luchando por sus derechos como hombres, alzábamos las voces. Y yo, aguatándome las ganas de romperle la nariz a cualquier perro que se nos acercara, sólo atiné a subirme a uno de los barriles a seguir alentando los cánticos. Que nos escucharan fuertemente eses señoritos cuyo té valía más que nuestras vidas. Que supieran que los trabajadores, base de sus lujos, no callarían.

¡Mano obrera! —alcé la voz, haciendo que unos pocos, pero los suficientes, voltearan no a verme a mí, sino a la causa que nos unía— ¡Ellos están allí dentro! ¡Que nos escuchen, que nada puede aplacar la voz del pueblo! ¡Queremos comida, queremos trabajo, queremos justicia!

Los veía alzar sus armas, unas cuantas baratijas a quienes habían sacado filo como lo hacía yo con mis puños y dientes cuando algún papanatas se confiaba en la notoriedad de mis huesos. Así nos veían los poderosos, como cucharachas. Era sería nuestra defensa para ser fuertes, dándoles duro con el elemento sorpresa de una clase olvidada, y por eso desconocida. Nosotros sabíamos todo de ellos; ellos de nosotros, apenas que les hacíamos ganar dinero. Nos compraban barato y vendían caro. Pero un día nos levantaríamos como un pueblo noble que no se amparara en la fuerza. Pero si queríamos ver llegar ese día, teníamos que tener el alma enhiesta.

¡Se ha unido la misma savia de equidad e inteligencia para encontrar el futuro que esperamos para nuestros hijos! —oí exclamar a un hombre mayor de cuerpo, pero de un espíritu tan fresco como el aire marino que nos hacía respirar el puerto. Era alentador. Mis ojos se abrieron exageradamente, al igual que mi sonrisa.— ¡¿Qué les puedo ofrecer si los explotan como perros?!

¡Así es, hermano! Ellos nos pagan sus escupitajos para que arrojemos a los nuestros a sus sucias redes. ¡Quieren que vendamos a nuestros niños a sus pestilentes corrales como puercos al matadero! Por eso… que lo que hagamos nos limpie la conciencia y ensucie la de ellos. Pero ante todo, ¡que se cumplan las promesas rescatando nuestras vidas hundidas en la miseria! ¡Que el pueblo diga lo que tenga que decir! —grité como me dieron los pulmones, fuertes por la licantropía.

¡Que vinieran los detractores a ponerles una mano encima a mis compañeros! Nada detendría la gloria de la clase obrera que buscaba recobrar con sacrificio, su dignidad, aunque abonada con sangre, pues sería Patria sin cadenas ofreciéndonos la Paz como impoluta vivencia.
© hekate


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Mensaje por Löcke Skarsgård Dom Jul 06, 2014 10:24 pm

“Si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar.”
Marquesa de Sévigné
El olor áspero a carbón dentro del almacén comenzaba a ennegrecer la piel y los órganos internos, especialmente los pulmones, los cuales se encontraban más lóbregos que una dama de ébano de aquel continente tan lejano y extraño, pulmones más necróticos que los órganos de un cadáver carbonizado. Cuando llegué a esa bodega, sentí que mis tímpanos sangrarían al estar expuestos al chillido metálico de los engranajes de las maquinarias que se encontraban en funcionamiento a esa hora de jornada laboral, pero; sí, soy humano, y por tanto, animal de costumbre. Podría decir que casi no me di cuenta de cuando mis tímpanos dejaron de  sufrir. Sólo quedaba el pesado y hosco aroma del carbón. Pensé por una breve fracción de tiempo en la vida de quienes deben vivir como cadáveres vivos bajo tierra; los mineros que trabajan para las minas de carbón. No eran hombres cuando iniciaban esa vida sino niños sin techo ni alimento, sin recursos ni redes sociales que pudiesen ser lo bastante generosos para notar la breve existencia. En algún momento, estuve tentado por ser un niño del inframundo, descendiendo metros y metros bajo tierra para extraer minerales codiciados por los más grandes. Estuve tentado, pero busqué otras alternativas que fuesen menos flagelantes con mi persona.

Tapé mi nariz con un ocre pañuelo de tela para no llenar mis pulmones de partículas de carbón. Alejado estaba de los tres tipos que se encontraban en el mismo sitio que yo. Dos de ellos, digamos, compañeros de labor, mientras que el otro simplemente era el bribón a quien estaban recordándole cuál era su lugar en esta vida.  Jacob y Armin intimidaban al tipo en ese lugar, aprovechando el fuerte ruido de las maquinarias y los treinta míseros minutos que tenían los trabajadores para almorzar, convertían el sitio en un lugar perfecto para hacer el trabajo sucio. Yo estaba un poco apartado del grupo, generalmente no me incluían de buenas a primeras en el oficio de la extorción y castigo. En cierto punto mis compañeros de trabajo se aburrieron de hostigar psicológicamente al sujeto y, advirtiendo que quedaban unos quince minutos para que los demás trabajadores regresaran,  iniciaron el concierto de golpes.  
Pobre tipo, podría apostar que escuchaba entre tanto ruido, lamentos y burlas, más de un hueso romperse. Pero no sentí lastima. La misericordia abandonó mi ser hace años. ¿Y cómo sentir piedad por él? De primeras, no lo conocía de nada. Segundo, no era realmente una pobre víctima. El jefe nos pagaría por ¨asustar¨ a éste sujeto, la orden era simple; ir y darle una paliza a ése hombre de unos treinta años de edad que hace meses estaba asechando a las pequeñas hijas de uno de los informantes del jefe. Estas niñas apenas si llegaban a los diez años, y el sujeto tenía antecedentes de abusos a menores.
Bien, me toca actuar. Pronostico que no es un sujeto cualquiera, no, por supuesto que no. Guardo mi pañuelo en el bolsillo de mi traje y sigilosamente tomo una cañería metálica que yace apoyada en la pared.  El pederasta, de rodillas escupiendo sangre al sucio suelo, sacó de su manga un cuchillo callejero y se lo clavó en el pie de Armin, perforando el calzado de éste y clavándolo al suelo mientras un chorro de sangre se expulsaba de la naciente lesión. El sujeto aprovechó el desconcierto de mis acompañantes y corrió para escapar, no contó en que yo saliera de mi escondite obstaculizando su camino de la  salida y arruinándolo al quebrarle las canillas cuando le golpeé esa zona con la tubería para interceptarlo. A mí me excluían de la acción, generalmente, porque soy el tipo que suele observar analíticamente todo el escenario antes de actuar.
Armin desclavó el cuchillo de su mutilado pie y cogió hasta donde estaba yo y el sujeto, detrás le siguió Jacob.

-¡Con esta misma cuchilla te arrancaré todos tus pútridos dientes, maldito hijo de puta!- Gruñó Armin quien dejaba un caminillo de sangre al pisar. Jacob lo sostuvo a tiempo antes de que Armin tomara su venganza.
-Las órdenes fueron claras: escarmiento, no asesinato.- Le recordó Jacob, tan serio que parecía tomar el rol de jefe. Pasó la vista de Armin, quien maldecía rechinando los dientes, y Jacob me observó algo cansado. –Ayúdame a dejarlo en el callejón.-

Supuse que Jacob me estaba culpando de la nueva obligación que adjudiqué al quebrarle las canillas. Sin objetar, tomé al sujeto de un brazo y Jacob lo hizo del otro, así lo sacamos de la bodega sin llamar la atención y lo dejamos en la primera calle despoblada y fría que encontramos. Ya sería asunto de él lidiárselas el resto del día. Jacob dobló hacia el oriente, y Armin –como pudo- tomó la dirección contraria y ambos se marcharon sin despedirse. Ninguno de nosotros nos despedíamos si bien no sabíamos si mañana alguno ya no existiría.
Preferí buscar la luz entre las calles solitarias y frías, por mi parte. Caminé con las manos en los bolsillos con esa tranquilidad que hacia honores de mi persona. El puerto, como de costumbre, tenía bastante movimiento de personas por aquí y por allá. Pescadores que llegaban en sus pequeños botes con pilas de pescados, personas gritando por una disputa sin sentido sobre el amor de una mujer que de vistas se notaba que ya estaba mirando a un tercero y así un sinfín más de movimientos que poco me interesaban… Estoy tan vacío y hastiado que pocas cosas logran captar mi atención.

Mis pasos continuaron, tan firmes y gallardos. Llegó un instante que olvidé todo lo que existía a mi alrededor, todas las cosas vivas y no vivas compuestas por moléculas y átomos, y sólo me centré en mis pensamientos. Inconscientemente llevé una mano a mi quijada palpándola disimuladamente, por algún motivo sentía una molestia en la zona del hueso maxilar inferior. No recordaba haberme golpeado, tal vez era mi propia tensión interna la que se expresaba somáticamente. Pensé en los sucesos de los últimos días; estafar a un par de personas, castigar al sujeto de la bodega y más ante a un matón deudor, buscar infructuosamente a un brujo o bruja para adquirir sus conocimientos y la lista de hechos continuó pero una turba distrajo todo pensamiento interno. Atento, como un gato callejero, deje que mi curiosidad se liberara siempre conservando la sensatez y prudencia. Me quedé a considerable distancia observando el… ¿Evento social? ¿Junta organizada? No sé cómo apodarlo, esto no era muy visto en mi país de origen. Aquí en Francia es pan de cada día encontrarse con manifestaciones y protestas, no por nada los franceses se denominan como el país de la igualdad y libertad. No es más que hipocresía.
Había un chico que gritaba como loco, sobresalía de los demás manifestantes. Traté de agudizar la vista para prestarle mayor atención a los detalles y particularidades pero el siseo de un hombre escondido en el pórtico de una tienda más allá reclamó de forma fastidiosa mi atención. Le miré de reojo comprobando que, en efecto, era a mí a quien se dirigía ese hombre de entrada edad y fuera de forma. Era algo cano y medio calvo, con unos minúsculos y ridículos lentes que apenas se sostenían del puente nasal.  

-Trabajas para ese mafioso, ¿no?- Murmuró, cobardemente sin salir de su escondite. Sólo le miré sin responder. –Ya te he visto antes…- Buscó torpemente en sus bolsillos hasta asomar un fajo de billetes. –Ten esto. Espanta a esa turba, ya sabrás tú qué métodos usar. Yo no te conozco y tú no me has visto aquí.-

Comprendí con sus últimas palabras las intenciones escondidas detrás de ellas. No te conozco, era una forma de decirme que no hablaría con la policía sobre mi persona. Tú no me has visto, refiere a que no quería que los manifestantes descubrieran su escondite. Seguramente ése hombre algo tenía que ver con el descontento social de esa turba de personas, quizá era uno de los jefes de aquellos trabajadores. O bien un soplón que jugaba en contra de los suyos, lame botas de sus jefes. Tomé el fajo de billetes y lo metí sigilosamente en mi bolsillo, el tipo que se escondía como una rata frente a un incendio de su barco entendió con éste gesto que acepté el trato.
Un modo tan hacedero de ofrecer dinero amerita un recibimiento inminente de éste. Cuando empecé a abrirme paso entre el grupo de personas con intención de llegar hasta los líderes –o, al menos, a los más eufóricos de los manifestantes.- el cobarde del pórtico pareció conforme con su supuesto trato. Una cosa era aceptar el dinero, otra cosa es tener códigos… Yo no trabajo para ratas.
Mi único interés que impulsó mi integración desconcertante (Porque obviamente ninguno de los reclamantes me conocía y por este motivo me miraban con una expresión de mosqueo y hostilidad) y casi amenazando mi propia integridad era, simplemente, la curiosidad y, por qué no admitirlo, mi negativismo opositor a las fantasías utópicas de las personas.
Sonreí, casi con pedantería ante tantas fantasías. Ilusos. Esperé a que ése muchacho que antes intenté descifrar terminase  de hablar y entonces aplaudí sin ganas, un aplauso seguido de otro por una fracción de dos segundos de tiempo para que se entendiera que mi fisgonearía allí no era para apoyarle. De todos modos, tampoco significaba lo contrario.

-Maravillosas palabras.- Expresé cuando dejé la mofa del falso aplauso. -¿Pero qué les hace pensar que generarán un cambio?- Poco a poco me fui abriendo paso entre ellos. –Algunos ya deben estar pensando en hacer de mártires y quemarse a lo bonzo delante de estas rejas para un accionar. Aun así, ¿Creen que lograran que los ricos tan siquiera se intimiden? Ustedes no existen para ellos, tampoco existen para Dios, ¿Qué más dan sus quejas o sus muertes?. Ninguno de nosotros vale lo que una cabeza, no, un meñique de ellos pesa para este reino hipócrita del cual se jactan de ser igualitario. ¿Quién soy yo para opinar?... Nadie- Alcé los hombros, tan relajado como siempre. –Nadie. Pero éste nadie les asegura que ustedes no lograrán nada.- Hice una mueca torciendo el labio. –Les diré que viene, ellos llamarán a la policía y ellos, por supuesto, velando por los bienes de los de apellido bonito y vendrán a por ustedes. Muchos escaparan, algo lastimados, pero escaparan. Otros más desgraciados tendrán que pasar la noche en una celda y si pueden pagar saldrán antes de ser condenados absurdamente. Háganse un favor, regresen a sus casas. Pueden ir a leer esos libros que tantos los aleonan o pueden simplemente descansar en su infortunio. Después de todo, sois siervos. Naced siendo siervos y morid siéndolo. Y así será por los siglos de los siglos.- Tal vez recibí lo que buscaba, muchas miradas de repudio recayeron sobre mi persona. Era como estar en una tribu ajena de neófitos y yo siendo el invasor de alguna tribu desconocida. La mayoría de las personas prefieren evitar este tipo de situaciones pues las emociones emergentes suelen ser desagradables. Para mí es indiferente, no hay nada allí adentro. –Sólo les preguntaré una cosa antes que me ignoren olímpicamente o me linchen aquí mismo… ¿Qué es lo que sienten en estos momentos? ¿Odio? ¿Entonces por qué siguen trabajando para quien se aborrece? Porque un aumento de salario no les quitará verle la cara a aquel que es objeto de discordia y allí pecarían de hipócritas y de atentar contra sus propios ideales. ¿Malestar? Pues entonces acostúmbrense, seguirán trabajando hasta que se les parta el lomo en dos. Nada de lo que hagan cambiará la historia. Ilustradme entonces, porque no hallo lógica. - Hasta ese momento mantuve una postura de oscuro sarcasmo y negativismo opositor, pero dejé que la metamorfosis me invadiera y mostré algo de mi verdadero ser. La frialdad emocional en mis palabras, el vacío que se intenta ocultar detrás de las palabras. Era un ¨dadme algo, para poder absorberlo y fingirlo. Para mentir… Para ser un hombre normal ante los ojos de los demás. Dejadme aprender a sentir aún si me estaré engañando a mí mismo¨ -¿Qué es lo que sienten?- Pregunté fríamente, fijando mi mirada directamente en los líderes del grupo. -Si me dan una buena respuesta, juro que me colgaré de esa maldita reja como un mono y apoyaré su causa.- Creo que en ese momento alcé una ceja. -Créanme, soy hombre de palabra.- Por segunda vez en el día atenté contra mí mismo. Pero era un desafío que quise, inexplicable, experimentar.

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