Un encuentro - Privado {Lestat y Louis}

por **Claudia1** Mar Jul 22, 2014 11:05 am

Hubo un tiempo en que las cosas eran fáciles, fingir que la vida con ellos era agradable, fingir una felicidad que ya no sentía, pero resultaba fácil, hasta que las cosas comenzaron a complicarse. El tiempo que no pasa en vano, mi forma y mi mente desconectadas. Me aterraba cada instante, el saber que jamás crecería, que jamás seria una mujer completa, estaba condenada a esta forma inútil y a fingir amor fraterno hacia los monstruos que me habían condenado a esto.

Odiaba mirarme al espejo, las ropas infantiles y en afán de vengar ese dolor, atente sobre la vida de aquel que me dio la inmortalidad en esta forma, él que me hizo una eterna muñeca, liberándome, liberando a mi Louis de su yugo, de su amenazador encanto que solo nos torturaba mas.

El llegar a París después de largos viajes por toda Europa del norte y del sur, había implicado un descanso, era conocer el lugar donde Louis había nacido, la “madre patria” por así decirlo, a final de cuentas, Nueva Orleans no era mas que una colonia Francesa y se notaba, el caminar por las calles iluminadas, hasta llegar a los lugares mas siniestros y oscuros, pasear por el cementerio y las catacumbas, percibir el aroma de la muerte en medio de tanta riqueza, pero Louis no sentía ese encanto, para él, o al menos así lo percibía yo, todo era una tortura continua, un agobio a su moralidad.

Me había alejado de él, el tiempo suficiente para explorar lo que el temía, acompañada por una mujer enloquecida que proclabamaba un amor mas fuerte que el de Louis, pero su encanto se perdió de a poco y tuve que deshacerme de ella en cuando volví a pisar las calles parisinas.

Y ahí estaba yo, una niña vagabunda vestida en finas telas, una niña fingiendo ser una adulta en su vestido de tafetán azul marino y el alto peinado con perlas, una visión muy adorable ante los ojos de las hembras humanas a las cuales despertaba un instinto maternal que nunca antes habían sentido. Sentada en una banca cualquiera, en una calle de la cual desconocía el nombre, bajo la luz de una lámpara aguardando una victima con la cual saciar mi sed y poder ir en busca de Louis, mi Louis.

por **Louis De Pointe Du Lac** Jue Jul 31, 2014 12:15 pm

Claudia. Mi pequeña Claudia, mi niña, en la que no había pensado desde aquella noche cuando me aleje sin decir más palabras; esa noche en la que decidí no pensar para no acarrearme más dolencias, más culpas. Me lamentaba por dejarla sola después de una tórrida discusión, pero en el instante en el que me marché, lo único en lo que pensaba era en hacer distancia. Cuando mis sentidos estallaron y toda precaución sobre el advenimiento desapareció, me desvanecí en la noche y busque cualquier refugio del sol. Fuera de sus delgados brazos y su olor a flores y sangre, ningún sitio parecía importante, ninguna vida significaba algo y ninguna noche se diferenciaba de otra. Mi cómplice de crimen, a quien yo odie por lo que hizo pero a quien no pude frenar; mi hija, que doblegó mi voluntad con su pequeña voz, con el llanto desesperado que me destrozó y me hizo correr de regreso. Pensé que nunca podría dejarla, pero lo cierto es que ella no lloraba cuando discutimos, solo había rabia y enojo y la misma terquedad que nunca he sido capaz de sobrellevar.

Yo no pensaba en ella, jamás, o procuraba no hacerlo, pero desde mi encuentro con Lestat, había cosas que no podía apartar de mi mente. Recordaba los momentos buenos y gratos, recordaba las pequeñas discusiones que no acababan mal, recordaba su pequeño cuerpo apretado contra el mío casi todas las noches. Mi ataúd parecía grande ahora, como si el espacio que ella había desocupado se hubiera perdido y ahora me faltara a mí mismo; me sentía incompleto sin sus bucles rubios rozándose contra mi nariz en aquella pétrea oscuridad. Y procuraba no pensar en ella, hasta que la soñé, no lo había hecho hasta esta noche y la sensación fue asfixiante. Lo angosto del pequeño cuarto en el que pasaba los días me resultó terrible, y apenas puse un pie fuera de mi ataúd tuve deseos de alejarme de allí. La trampilla parecía haber perdido sus correctas dimensiones y aunque sé que no fue así, sentí mi cuerpo bajar forzadamente a través de la ranura.

Al descender, la sensación solo pareció incrementarse, así que me moví veloz, cruce la habitación y abrí la ventana, descorriendo el seguro con tal fuerza que tronó en mis dedos. Está habitación es lo que yo había obtenido a cambio de alejarme de Claudia, traicionando mis propias palabras, mis deseos de no querer abandonarla. Descendí rápidamente y en cuanto toqué el suelo caminé y caminé. Pronto recorrí las calles por las que anduvimos juntos, pase frente al piso que rente para vivir con ella y baje hasta el teatro que visitamos un par de veces. Mis pasos no tenían sentido alguno, yo solo me movía y las calles pasaban al lado de mí como fantasmas que me recriminaban. A donde yo fuera, por muy rápido que me moviera, solo era su imagen lo que yo veía, era su voz lo que yo escuchaba. De pronto, tuve un acceso de pánico que me frenó por completo en una calle desolada.

De pronto me di cuenta que yo estaba recorriendo los sitios por los que había pasado con ella, todos y cada uno de ellos y sin la necesidad de pensarlos. Yo quería, deseaba, creer que esto era casualidad, pero en mi mente ella aparecía y desaparecía, como si me indicara que la siguiera, y yo caminaba, dejándome llevar por mis pies, sin apenas pensar en lo que sucedía, cegado por la férrea intensión de verla. Y de pronto, sin darme tiempo de asimilarlo, la encontré. En la banca frente a mí, entre la bruma de la noche y la falta de luz, vi a la criatura sentada allí como si fuera una aparición. Reconocí su actitud, la forma en la que esperaba pareciendo desvalida, atrayendo a algún incauto, alguna mujer con muy mala suerte. Su imagen, como la de antaño, me sorprendió. No espere a que me viera, si es que no lo había hecho ya, y me acerqué. Lo hice con tal velocidad que no me percaté cuando me detuve al lado. Claudia, la misma Claudia. Que convertía mi fuerza en debilidad.

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