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Le murmure du Diable | Raoul 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ciel Manon-Geróux Jue Oct 23, 2014 12:58 am

Chrystelle se tambaleó un par de veces antes de perder totalmente el equilibrio, cayendo de bruces contra el suelo. Tras pasar toda la noche deambulando entre lecho y lecho, entre taberna y taberna, la única sensación que ocupaba su cuerpo en aquellos instantes era la del más absoluto y auténtico cansancio. Estaba exhausta, agotada, apenas si era capaz de mantenerse en pie el tiempo suficiente para ir a la barra y pedir otra botella de vino. Del más barato que tenían. Por enésima vez se repetiría que esa sería la última, aunque tanto el camarero como ella misma tenían bastante claro que era mentira. ¡Ah! Mentiras. Como si no fuera suficientemente exasperante ya vivir en una realidad, en una verdad como la suya, no tenía nada mejor que hacer que seguir mintiéndose a sí misma pese a todo. Claro que era más fácil eso que asumir que el ritmo de vida que llevaba la estaba conduciendo a un callejón sin salida. Claro que era más sencillo engañarse que aceptar que estaba cometiendo un error tras otro, y que iba sin frenos pendiente abajo, rodando sin parar. ¡Claro que era más fácil fingir que no le importaba estar estancada! Más fácil era, sin duda, pero no más lógico. Pero claro, Chrystelle, lógica, lo que se dice lógica, no lo había sido jamás. Muestra de ello era su errática forma de ser, siempre abocada a la destrucción más absoluta. Pero, ¿qué iba a hacer ahora? Una vida de fallos no se soluciona ni en diez minutos ni en tres años. Y sí, evidentemente necesitaba un cambio pero... ¿pelear contra marea para conseguirlo? No. Eso tenía pinta de ser demasiado difícil.

Y para dura ya tenía su vida. No necesitaba una carga más, ni quería esforzarse por más tiempo. Se limitaba a sobrevivir. Y mientras el alcohol le siguiera permitiendo evadirse, estaría bien. Bueno, puede que bien no, pero por lo menos sí estaría estable. Lo suficientemente anestesiada para que las barbas canosas de ese tipo que pagaba tanta suma por ella semanalmente no le dieran tanto repelús como para salir corriendo sin mirar atrás. No es que necesitara mucho más. Siempre había sido una mujer de gustos sencillos, y aunque precisamente ser prostituta no estuviera entre sus cosas favoritas, al menos le permitía vivir algo mejor que una rata de alcantarilla. Con los tiempos que corrían, debía sentirse más que afortunada. O eso era lo que solía decirle la dueña del burdel, cuando la joven se hacía preguntas demasiado trascendentales, justo antes de comunicarle que otro nuevo cliente la estaba esperando. Chrystelle siempre pensó que bajo aquellas gafas oscuras y aquellas uñas siempre pintadas de rojo se escondía una mujer profundamente frustrada con su vida privada, por lo que gustaba de maltratar a sus trabajadoras continuamente para sentirse mejor consigo misma. Y quizá no iba demasiado desencaminada. Pero era eso o nada. Ningún otro burdel aceptaba a más jóvenes, y menos, cuando ella ni siquiera tenía una identificación a su nombre.

Cuando la última de las tabernas acabó por cerrar, la joven tenía, además de aquel cansancio que la perseguía desde hacía rato, una borrachera bastante llamativa, que la llevó a dar tumbos por toda la ciudad, aferrada a la última botella de vino que le quedaba. Cada noche lo mismo. Parecía que la única manera que conocía para poder conciliar el sueño, era acabando tan cansada -y ebria- para no poder mantenerse en pie. Y así era, ciertamente. Había descubierto que si se iba a la cama cuando aún estaba lo suficientemente "consciente", era incapaz de conciliar el sueño. Las pesadillas la asaltaban. Por el contrario, si ahogaba todas y cada una de sus penas en alcohol, además de quedarse despierta hasta altas horas de la madrugaba, cuando llegaba a su frío y minúsculo lecho, sus fantasmas decidían dejarla en paz. O por lo menos, no los escuchaba. ¿Cómo faltar a aquella tradición, entonces? La vida diaria la hastiaba, la consumía, y si la única manera que tenía de descansar del día a día era esa, no renunciaría a ello tan fácilmente. Y poco le importaba la opinión de los demás al respecto. Aquella noche, sin embargo, tuvo algo de diferente.

No supo si fue fruto de que estaba menos bebida que en otras ocasiones, o al revés, si se había pasado con el alcohol, pero cuando quiso darse cuenta sus pies estaban parcialmente hundidos en la arena. Hacía años que no pisaba una playa, por miedo a que la reconocieran, ¿o era vergüenza por su propio cuerpo? Y allí estaba. El océano, imponente, la miraba fijamente a los ojos. Y viceversa. Se dejó caer en la arena, sintiéndose de inmediato más calmada. Entornó los ojos y se concentró en su respiración. Agitada, siempre agitada, en aquel sitio parecía tranquilizarse. ¿Por qué? No lo sabía. Pero era una sensación agradable... Aunque no tanto como para mantener alejados por mucho tiempo aquellos pensamientos terribles que siempre intentaba aplacar con la botella. Bebió durante varios segundos seguidos sin detenerse. Parecía que la cabeza iba a estallarle en cualquier momento. Y quizá hubiese sido lo mejor.

- Mi vida es una maldita tragicomedia. -Dijo, de pronto, sin venir a cuento. Frunció el ceño, confusa. Realmente lo era.

- "Sí, lo es, aunque la parte cómica parece ser imaginaria. ¿O tú la has visto?" -Sentenció una voz hasta entonces desconocida, provocando que se sentase de golpe, con el consiguiente mareo. La sensación de que estaba volviéndose loca apareció súbitamente... Y ella se limitó a beber nuevamente de la botella. Esa era la respuesta a todas sus preguntas. O eso prefería pensar.


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Mensaje por Raoul Jeanneau Sáb Oct 25, 2014 9:20 pm

Raoul no estaba de buenas, «su estado natural» dirían sus compañeros del callejón, y era cierto, pero esta vez quería hacer algo para cambiarlo. Para un artista, los sentimientos se llevaban como fuego carcomiendo desde dentro la piel. Era insoportable. Había que apagar esa flama impiadosa, o aliviarla, si no podía deshacerse por completo. Lo mejor sería combatirla con agua; era algo espiritual y nada científico, desde luego, pero servía para mantener enjaulado a ese león.

Caminaba encorvado con las manos metidas en los bolsillos, cuidando de no presionar demasiado. Ya tenía más rota la tela y no quería terminar de rajarla por completo. Podía ser pobre, pero miserable esperaba que nunca. No era como si ser pintor ayudara a sacarlo del agujero. Era más, ¿para qué servía ser artista? Pateaba la arena mientras avanzaba hacia la brisa marina como una huella más siendo devorada por las olas. Se contestaba que el arte era el placer de hacer absolutamente nada. Sólo era convertir un objeto cualquiera en un paraíso mágico. Era convertir la desventura, la estupidez y la porquería en un manto luminoso de lujo para vestir.

Era padecer día y noche de una enfermedad deslumbrante. Jugarse la vida en un lienzo vacío y no comer nada.

Desordenado como sus pinceles desgastados, vio moverse a una fémina como siendo arrastrada por el viento. Imprecisa, pero real. Algo decadente de ver en una mujer que se considerara femenina el ser dominada por el líquido que ya no contenía esa botella, pero más honesto. Raoul se sonrió, aunque no de felicidad, sino de una bizarra ironía. Tragicómico era ser adicto a lo que te puede matar. Se cruzó de brazos y habló casi divertido, pero más sarcástico que otra cosa.

Sí, lo es, aunque la parte cómica parece ser imaginaria. ¿O tú la has visto?

Ella ni siquiera contestó. Pobre chica. Más joven que él y en ese estado, aunque las había visto peores toda su vida, pero eso no hacía que dejara de ser decadente. Sin previo aviso, Raoul se aproximó a la muchacha y le quitó la botella de las manos sin rudeza; no era necesaria para quitarle el objeto. Lo más cruel era que cualquiera podía venir a hacerle lo que quisiera con sólo ocurrírsele. Lucharía, pero ganaría el alcohol.

Presta para acá. Ya no puedes llenarte más —sin pudor alguno, el pintor dio un trago. ¿Hacía cuánto que no bebía? De seguro hacía bastante más de la última vez que comió.— No está tan mal, pero sigue siendo una mierda. Eso nos recuerda nuestro lugar en esta sociedad, no vaya a ser que nos sublevemos —dijo después de saborear. Luego miró más serio a la chica, pero no soltó el envase— Oye, ¿se puede saber qué haces aquí tú sola, aparte de pedir que te violen o te maten? Puedes decirme, eso si es que todavía eres capaz de emplear algo más que monosílabos y balbuceos.


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Mensaje por Ciel Manon-Geróux Vie Dic 26, 2014 6:32 am

Vale, desde luego, en el momento en que una ilusión es capaz de arrebatarte la botella de las manos, es que es hora de terminar de beber de una vez. Chrystelle frunció el ceño, entre confusa y sorprendida. Nunca hubiese imaginado que su conciencia, o sus imaginaciones, o lo que quiera que fuera eso, tendría voz de mujer. No sabía por qué, pero le parecía lo más lógico. Quizá porque su relación con el sexo opuesto únicamente existía cuando había dinero de por medio. Cuando no lo había, sus miedos, sus inseguridades y su desconfianza hacían acto de presencia. Y no era para menos. Salvo la madame del burdel, a la que odiaba con todas sus fuerzas por ser tan malvada, el resto de personas de su vida que le habían hecho daño tenían una única cosa en común: que eran hombres. Esto, lógicamente, hacía que fuera de su "trabajo", donde debía satisfacer sus demandas sin rechistar -aunque se quedase aún más vacía de lo que estaba-, realmente aborreciese todo contacto con los hombres. Los evitaba a toda costa. No sabía si por miedo, si por asco, o por las dos a la vez. Por eso le parecía cuanto menos, curioso, que la voz de esa ilusión fruto de su estado de embriaguez fuese precisamente la del hombre. Maldito subconsciente... Odiar y amar, ambas cosas separadas por una línea tan fina, tan fina, que era demasiado sencillo confundirlas.

Tras suspirar largamente, consciente de que ninguna de sus dudas existenciales iba a tener respuesta aquella noche, se estiró en la arena y bostezó sonoramente. El cielo parecía extrañamente hermoso aquella noche. O quizá admirarlo desde los ojos de una borracha le permitía disfrutarlo más que cuando estaba pensando únicamente en sus desgracias. Algo bueno debía tener aquel veneno llamado alcohol. Duerme tus sentidos lo suficiente para que se te olvide la mierda de vida que tienes. Al menos, por un rato. - Para ser mi conciencia, o una ilusión fabricada por mi ebria mente, pareces no conocerme mucho... Aún no perdí el conocimiento, así que en cuanto a poder... Puedo beber más. -Poco a poco, su voz pasó de ser un murmullo indescifrable, a convertirse en un discurso más o menos normalizado. Su tolerancia al alcohol era envidiable, desde luego. Fruto de la práctica, sin duda.

Entornó los ojos, saboreando con cuidado todos y cada uno de los matices del tremendo dolor de cabeza que ahora martilleaba sus sienes. Disfrutaba de ese dolor de una forma que pocos imaginan. No por sadismo, no por masoquismo, sino porque ese dolor le recordaba que no todo en ella era vacío. Aún había cabida para más dolor. Aunque no había decidido todavía si eso era bueno o malo. - ¿Sublevarnos? ¿Ante qué? ¿Acaso las esposas no son igual de putas que las putas dentro de la alcoba? ¿Acaso los ricos no tienen una vida de mierda también? Bah... Para sublevarse tiene que haber algo bueno que obtener... ¿Y sabes qué? Que el mundo entero es una mierda. Sólo que yo, desde el suelo, soy más consciente de lo mal que huele. -Se le escapó una carcajada de forma repentina. Amarga. Fría. Pero real. Y si el mundo es una mierda... ¿Por qué no te marchas de él, Mònique? Esa era la pregunta adecuada. La pregunta que llevaba haciéndose desde que se diera cuenta de que toda su vida estaba marcada, condenada a vivir bajo el yugo del miedo, siendo una furcia barata.

- Porque aún albergo esperanzas de pisotear a esos malnacidos... Aunque mi sangre se derrame después. -Respondió en voz alta a su propia pregunta, aunque no pretendiendo responder a la ilusión tan realista que tenía justo a su lado. Se volteó hacia él, o hacia ella, o hacia lo que fuera, y sonrió. - Bueno, que me violen no es un problema. Cada noche lo hacen por apenas unos francos... -Ignoró el comentario de si podía hablar o no. Era evidente que sí. Estaba acostumbrada a entablar conversaciones incluso estando medio dormida. Su trabajo era así, duro, y a la gente solía importarle bastante poco lo bien o lo mal que te encontraras. Si te decían que hablaras, hablabas; si te decían que te movieras, te movías; y si te decían que te arrodillaras, lo hacías. Su mundo era ese. - Dame esa botella... -Se la arrebató de las manos al darse cuenta de que las brumas del alcohol habían comenzado a dispersarse peligrosamente. - ¿Y tú quién demonios eres, si no eres mi conciencia? -Bufó, para luego incorporarse y beber de forma apresurada. Necesitaba volver a perderse. Necesitaba evadirse. Necesitaba olvidar.


Última edición por Chrystelle M. Deschamps el Sáb Feb 28, 2015 11:51 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Raoul Jeanneau Mar Dic 30, 2014 1:06 pm

Raoul asintió con aparente desinterés. Así que estaba charlando con una puta. Bueno, no era como si le sorprendiera. Era bastante guapa, pero totalmente desgarbada. Además, ese acento sin pies ni cabeza, la falta de escolta y la ausencia de un palacio escudándola en su embriaguez daban cuenta de lo obvio. Era deprimente, pero aun así natural, lo que Raoul comprendía como una verdad universal: las mujeres bellas nunca eran para los pobres. Ya fuera que nacieran en una de oro o cesta de mimbre, su lecho sería el mismo: el de los ricos. Los poderosos tomarían a las de su casta como esposas y a las de la base de la pirámide como rameras de una o mil noches, a ellos les daba igual. Enamorarse, para Raoul, estaba rotundamente prohibido. Y si llegaba a casarse, lo cual dudaba dado su condición, esperaba que fuera con una fémina cuya cara ni la madre amase.

Sintió una efímera lástima por la desorientada zagala que con suerte debía recordar que se encontraba en París, pues había nacido en el peor escalafón para detentar belleza; se la robarían. Lo poco que tenían, a los necesitados siempre se lo hurtaban. Sacarían gota a gota la esencia de aquella muchacha mientras les pareciera atractiva, y así hasta despojarla de su identidad, para que no le quedara ni un solo deseo de luchar. Así era el cruel camino hacia el horno crematorio de los pobres; cada quien llegaba por diferente camino, pero al fin y al cabo, nadie podía escapársele.

No les queda mucho que derramar —susurró al aire marino el mendigo, no dejando de observar la tambaleante silueta de la joven. No fuera a ser que por torpeza terminara tropezando con su propio cuerpo.— Con tamañas verdades que te has sacado, puedo ver que ya se te subió esa bebida a la cabeza. Suerte para ti que no queda más —hizo la boca del recipiente hacia abajo, demostrando con un par de gotas que cayeron que estaba completamente vacía.— No habrá diferencia entre puta de campo y puta de ciudad, pero entre la que está arriba y la que está abajo… bien lo sabrán quienes tienen a sus madres, hermanas e hijas allí. Sólo fíjate en lo que te has embriagado; allá brindan con la sangre y sudor de nuestro pueblo y tú… —echó una saboreada al borde de la boca de la botella— ¡Qué temeraria eres! Es más fácil propinarse un tiro en la cabeza que terminar con vida después de beber esta porquería en solitario. Suerte que llegué para robarte un poco.

Le quitaron la botella de las manos. Él sonrió únicamente con la boca con ese gesto. Estaba claro que la chica apenas lo estaba oyendo, pero no importaba. No era como si quisiera revelarle una gran verdad. Como una planta que arrastra el viento había llegado ahí, impulsado por su propia inercia, pero podía hacer uso de un motivo para quedarse. Las razones para hacer o no hacer algo siempre existían; sólo había que tomar una. Esta vez optó por reposar en la arena y tomar a la chica del brazo para que le hiciera compañía. ¿Por qué? Porque al menos esa noche ella no sería violada y él podría fingir que tenía a alguien más en el mundo que a su propia sombra.

Ven. Siéntate antes de que te desmayes. A ver si haces memoria y me cuentas por qué estás consumiendo tu vida en este sitio de mala muerte en vez de estar entreteniendo a maridos ajenos, además de porque sus esposas no se dejan tocar.


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Mensaje por Ciel Manon-Geróux Dom Mar 01, 2015 12:25 am

El existencialismo de los borrachos, así había llamado, de forma muy acertada, uno de los meseros de la taberna a la que solía ir cada noche a las divagaciones propias de las personas que, en su ebriedad, encuentran un modo de decir lo que piensan. ¿O había dicho "las crisis existenciales de los borrachos"? Bueno, fuera como fuese, venía a significar que muchas personas, lejos de convertirse en seres irracionales incapaces de entablar una conversación mínimamente coherente, cuando bebían mucho conseguían dar rienda suelta a su labia de forma que a muchos parecería incluso absurdo. Y algo parecido le parecía a Chrystelle. Ella, siempre acostumbrada a limitarse a acatar órdenes, a callar lo que pensaba, a asumir que era inferior a otros -o que por lo menos, así debía comportarse-, cuando bebía lograba desprenderse de todos aquellos pensamientos, y mostrarse simplemente como era. Una mujer consumida, sin aspiraciones, pero terriblemente consciente de que el mundo estaba podrido, y que ese hecho era algo que no le preocupaba demasiado. Primero, porque sabía que ella sola no podría ponerle remedio. Y segundo, porque tenía cosas más importantes que hacer. Como por ejemplo, sobrevivir. Y no era precisamente sencillo.

- ¿Habla de mi sangre, o del vino? Bueno, en realidad no importa. Supongo que ni en un caso ni en el otro tienen mucho que derramar. Debí haber comprado más. Hoy tuve un buen día... Aunque el de esa ramera que se hace llamar "madame" fue bastante mejor... -La joven suspiró para luego dejarse caer a la arena, motivada por el suave tirón que el muchacho que ya estaba claro que no era su conciencia le había propinado. Cosas de la vida, se dijo. Ella, que se había dado al alcohol y a la soledad para alejarse de todo aquello que le fastidiaba, siendo los hombres los que estaban arriba del todo de la lista de cosas que le tocaban las narices, había acabado compartiendo su botella de vino y un espacio en la playa con uno de esos malnacidos. Y no estaba tan mal, después de todo. Sólo entonces se dio cuenta de que quizá el problema no fuera tanto el que todos los hombres se merecieran una castración preventiva, sino que ella era una de esas personas que, simplemente, no tenían suerte en la vida. Ni mucha ni poca, no tenía suerte, así de simple. Por eso debía malvenderse hasta que ni siquiera su cuerpo fuera lo suficientemente atractivo para poder darle de comer. Y ese día se acercaba, lenta pero inexorablemente. Podía notarlo con cada día que pasaba.

- Pues entonces me temo que no me has visto en mis noches malas... Si ese vino te parecía una porquería, no quieras probar el ron que bebo en la taberna que está al lado del burdel. Yo no sé cómo puedo sobrevivir a eso... Supongo que soy más fuerte de lo que aparento. -Farfulló, levantando uno de sus escuálidos brazos, para quedárselo mirando como si en él se escondiera la verdad del cosmos, o algo así. - O quizá no. -Un nuevo suspiro escapó de entre sus labios, mientras estiraba el brazo por encima de la cabeza, para luego enterrar los dedos bajo la arena. Aquel gesto le resultó extrañamente reconfortante, recordándole la primera y única noche que pasó en uno de esos hoteles que la gente de su condición no podía permitirse, por cortesía de un capullo de cuyo nombre no quería acordarse. El único gesto amable que había tenido con ella, después de casi molerla a golpes, había sido dejar pagada la habitación hasta el día siguiente. En su vida había sentido unas sábanas tan suaves como aquellas. Y en su vida las sentiría. Aquello era lo más parecido.

- ¿Que qué hago aquí? Reflexionar sobre la vida, ¿no me ves? Me temo que borracha es de la única forma que puedo concentrarme en otras cosas que no sea en lo mal que me va a mi. El alcohol no se lleva las penas, desde luego, pero las ocultas hasta que se me pasa. ¿Sabes cuánto tiempo hacía que no me paraba a mirar las estrellas? Pues ahí siguen. Ni se inmutan. -Volvió a suspirar, para buscar con la mano que le quedaba libre la botella. La agitó con frustración. Se le había acabado demasiado pronto. - Y ya he tenido bastantes maridos ajenos por hoy, gracias. Si me quedaba en el burdel la bruja no me iba a dejar parar hasta que me ardieran los muslos. -Su voz, vacilante, y llena de interrupciones, también se confundía de vez en cuando con el oleaje que había ido surgiendo. La joven cerró los ojos, intentando concentrarse en el sonido, pero su estúpida cabeza en lo único que pensaba era en lo cansada que estaba ya de todo. Y en lo poco que estaba dispuesta a hacer para cambiarlo. Porque había personas luchadoras, personas cobardes, personas valientes... Y luego estaba ella.

Autodestructiva.


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