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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Rasmus A. Lillmåns Sáb Ene 03, 2015 8:51 pm

Lo primero que cualquier persona pensaría al ver a Rasmus caminar por los ricamente ornamentados pasillos del Palacio Royal era que quién demonios había dejado entrar a semejante bestia en un sitio tan exclusivo como ese, y más cuando se trataba de una ceremonia tan importante como era la pedida de mano de una señorita de la alta sociedad. El motivo resultaba bastante evidente, ya que aunque el vampiro se había esmerado en aplacar y mantener a raya sus largos y enmarañados cabellos en una gruesa trenza que colgaba por su espalda, su aspecto seguía siendo imponente. Si bien había escogido para la ocasión unos pantalones de color oscuro y una sencilla chaqueta negra -sin corbata, por supuesto-, no llamar la atención resultaba para él tan complicado como para un licántropo lo era resistir la llamada de la Luna llena. Sus casi dos metros de altura le hacían captar la atención de casi todos, y eso, sumado a su musculada figura y su frondosa y desordenada barba, lo hacían un blanco fácil a las críticas y miradas de desconfianza de la gente. Aunque eso hacía mucho que había dejado de importarle. Suspiró cuando finalmente pudo convencer al último de los guardias de que era quien decía ser, el mismísimo General primero del Ejército. Claro que el anuncio del muchacho no hizo más que incrementar el volumen de aquellos cuchicheos y murmullos. ¿Un General con ese aspecto tan siniestro? ¿Y qué hacía en esa fiesta?

Si le hubieran preguntado directamente, lo más probable es que tampoco hubiera respondido. Hubiese dibujado una de aquellas sonrisas enigmáticas y hubiera seguido con su paseo por aquellos pasillos atestados de desconocidos. No estaba allí por casualidad. Tenía una meta muy concreta y específica, encontrar a Leire. A su Leire. Sí, la misma a la que había tenido que abandonar tiempo atrás y que aquella misma noche celebraba algo con lo que él nunca hubiera estado de acuerdo: una pedida de mano, una promesa de matrimonio con alguien al que ni conocía, pero tampoco estaba dispuesto a aceptar. Sus pasos, decididos, resonaban por el mármol blanco que decoraba el suelo de todo el palacio. Pero no le importaba. Ni siquiera se planteaba si aquel molesto sonido pudiese llamar la atención de más invitados. Lo único que necesitaba era encontrarla, y con un poco más de suerte, llevársela de allí. Reemprender juntos el camino que prometieron que seguirían y del que nunca debieron desviarse. Sí, era exactamente eso lo que tenía que hacer. Disculparse, decirle que lo sentía, que sentía haberse marchado de esa forma, y que a partir de ahora, de ese preciso momento, todo sería diferente para ambos. Llevarían una vida juntos, la vida que otros les arrebataron. Solos. Como siempre debió ser. Ahora la pregunta era si su hija aceptaría, si seguiría recordando las promesas infantiles que formulara hacia su padre. Si olvidaría aquella absurda pretensión de casarse para volver a su lado, a su castillo, a las frías tierras nórdicas que la vieron nacer.

Estaba ansioso, demasiado nervioso para concentrarse en los rostros y conversaciones que tenían lugar a su alrededor y que ahora tomaban forma de un eco confuso en sus oídos. No tenía el más mínimo interés en esa gente, ni en sus vidas, sólo quería reencontrarse con su Leire, volver a sentirse completo. Pero la duda se abría paso de forma brusca y apresurada en su corazón, en su alma, a medida que notaba su esencia, aquel inconfundible aroma cada vez más y más cerca. ¿Y si ella no quería volver a verle? ¿Y si había logrado superar su partida, su marcha, y quería tomar un nuevo rumbo en su vida que no lo incluyese a él? Era perfectamente posible, después de todo, a ojos infantiles él únicamente había sido un padre que había decidido abandonar a su hija. Poco importaban los motivos, que no eran más que excusas para intentar reducir la culpa que desde entonces pesaba en su memoria. No podría culparla si él no entraba en sus planes para un futuro próximo, aunque realmente deseara que todo volviera a ser como antes. Minutos después finalmente se encontraba en la tercera planta, detrás de una gruesa puerta de madera que flanqueaba el paso hasta el reencuentro con su Leire. Llamó con los nudillos, sintiendo instantáneamente un nudo en el pecho al escuchar aquella voz aguda y melodiosa diciendo "pase". Era ella. Podía sentir sus latidos al otro lado de la puerta. Su esencia. Su aroma. Sus recuerdos. Estaba tan cerca de recuperarla que temía que cualquier evento pudiera fastidiar aquella oportunidad, así que entró rápidamente en la habitación y cerró tras de sí con demasiada fuerza, hasta el punto de oír cómo el metal del pomo se doblaba bajo su mano. Se quedó de espaldas a su hija durante unos instantes, inspirando y expirando con fuerza. Ya no había vuelta atrás. Era ahora, o nunca.


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Mensaje por Leire S. Lillmåns Dom Feb 22, 2015 6:38 am

¿Qué se supone que hay que sentir cuando tu vida está a punto de dar un giro de ciento ochenta grados? ¿Aquel electrizante cosquilleo en el estómago? ¿Aquel agudo dolor de cabeza que llevaba acompañándola toda la noche? ¿Aquellos sueños difusos, que se interrumpían cada media hora, mezclados con el amargo sabor de las pesadillas? Llevaba meses planeando aquel evento. El día en que aceptaría de cara a la sociedad pasar el resto de su vida con la persona que la llevaba acompañando de la mano los últimos años. Ahora se unirían, para siempre, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separase. ¡No sabría decir si estaba más nerviosa o excitada! No podía dejar de pensar en lo que ambos dirían. En el sí quiero que les permitiría estar juntos, que le haría recuperar su felicidad, aquella que había perdido hacía tanto tiempo. Un sinfín de emociones recorrían su cuerpo desde la cabeza a los pies. Ansiedad, expectación, necesidad de ver a su prometido, deseos de saber, de averiguar si él sentía lo mismo que ella en aquellos momentos, si estaba tan nervioso, si deseaba que finalmente llegase el día de su boda, que se celebraría apenas una semana después de la fiesta de compromiso de aquella noche. Todo eso, y mucho más, se revolvía en su interior. Pero su exterior, como siempre, únicamente mostraba una media sonrisa. Una sonrisa dulce, delicada. Una sonrisa de joven enamorada del amor, a punto de hacer sus sueños realidad.

- Vaya... Señorita... Está usted preciosa... Estoy segura de que su prometido no olvidará en ningún momento de la mucha suerte que tiene al tomarla a usted como esposa... -Las expertas manos de la que había sido su cuidadora desde los trece años iban anudando los cabellos en un moño tan alto como hermoso. La joven sonrió, admirándose en el espejo de pared que tenía justo delante. Había escogido un sencillo vestido de color gris perla para la ocasión, no demasiado largo ni tampoco muy corto, con un cinturón de color oscuro entallando su cintura. Cuando la mujer dio por terminado su trabajo, Leire se volteó y la abrazó con fuerza. Siempre había sentido un cariño especial por aquella anciana. La había cuidado como si fuese su hija. Le había dado el cariño que nunca hubiese recibido de ninguna otra persona.  Al menos... desde que su padre se marchara. No pudo evitar que las lágrimas acudiesen a sus ojos. Lágrimas de alegría, sí, pero también de nostalgia. Siempre le ocurría cuando pensaba en él. Quizá por eso en los últimos meses había decidido dejar de hacerlo. No quería ser infeliz, y sabía que él tampoco lo hubiera querido. Y menos, por su culpa.

- Eres tan amable, mamie... ¿De verdad crees que estoy hermosa? ¡Gracias! De verdad... ¡Estoy tan emocionaba y tan nerviosa que me veo terrible! Espero que al menos él esté tan nervioso como yo, así no me sentiré tan tonta... -Dijo para luego soltar una risilla nerviosa. Aún se sentía demasiado joven como para asumir todo lo que implicaba el matrimonio, todas las obligaciones que ello conllevaba, pero sabía que estaba dando un paso correcto. Que estaba aventurándose a algo que conseguiría realizarla como persona, como mujer, y sobre todo, que arrastraría de un plumazo la tristeza que siempre llevaba a cuestas, y de la que sabía que nunca podría deshacerse. Al menos, no del todo. Tras poner un poco de color en sus mejillas, siempre pálidas, la futura novia se sentó sobre la cama un instante, pensativa. Tenía tantos planes para ambos, que ni siquiera sabía por dónde empezar. ¡La luna de miel, por supuesto!

Justo en el momento en que iba a compartir con la dama sus pensamientos, al ver con la ternura que la observaba, unos fuertes golpes en la puerta la advirtieron de que aquella noche tenía mucho que hacer para quedarse parada pensando en esas cosas. Cuando estuviesen casados, empezaría aquella aventura. Pero aquella noche, más que para los dos futuros novios, era para los invitados que disfrutarían de su alegría. Uno de los guardias entró a la habitación, y tras hacer una graciosa reverencia, le avisó de que había alguien esperando fuera que había insistido mucho en verla. El ceño fruncido de la joven dio a entender que no estaba esperando a nadie, pero supuso que si había insistido tanto sería importante. Así que, tras pedirle a su cuidadora y al guardia que se marcharan, esperó hasta que nuevamente llamaron a la puerta. Respondió desde el tocador, donde permaneció sentada, expectante, con un escueto "pasen". Lo que nunca se hubiese imaginado, en toda su vida, era la identidad de la persona que cruzó el umbral de la puerta, trayendo consigo el aroma de siempre, y los recuerdos, que no tardaron mucho en agolparse en su memoria.

- P-pa... padre... -No fue capaz de decir nada más. Justo en el momento en que se levantó para acercarse a él, creyendo que se trataba más de una ilusión que de otra cosa, cayó al suelo. Todo se hizo negro.

¿Era él? ¿Cómo... era posible? ¿Había regresado? ¿Por qué ahora?
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Mensaje por Rasmus A. Lillmåns Lun Abr 13, 2015 1:47 am

No es que hubiese esperado que el recibimiento por parte de su hija fuese muy diferente al que estaba teniendo lugar. De hecho, era tal y como lo había imaginado. Ni siquiera habían podido cruzar un par de palabras cuando la única razón de su existencia perdió el conocimiento y se dirigió directamente al suelo. En apenas dos zancadas, se puso a su altura, evitando que el cuerpo de la joven finalmente impactara contra el piso. En cuanto sus manos abrazaron su pequeño cuerpo, una sonrisa de infinita ternura acudió al semblante del vampiro, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Era tan ligera, tan delicada, tan necesitada de su protección. Hasta ese momento no supo con total claridad lo mucho que la había echado de menos. Hasta ese preciso momento, no supo lo mucho que la había echado en falta. Ella, durante años, fue toda su luz, todo su mundo, lo único por lo que merecía la pena seguir existiendo. Sin ella, todo estaba lleno de oscuridad, de vacío. Y ahora tenía la oportunidad de recuperarla. No iba a desaprovecharla. Por eso no le importaba que la primera reacción que hubiera tenido al verle, más que de alegría, fuese de absoluta sorpresa. Para él, era suficiente. Porque eso significaba, que pese al rencor, que pese al daño que le había hecho a aquella pobre niña, a su niña al marcharse, ella no le había olvidado. Ella había estado pensando en él. Era todo cuanto le importaba ahora. Y recuperar el tiempo perdido. Por eso no paró de sonreír ni un instante, mientras acariciaba el cabello de su princesa.

Durante meses había soñado con ese momento que estaba teniendo lugar en aquellos instantes. Pese a haber sabido siempre que lo más seguro sería que el rencor hubiese envenenado su buena relación de antaño, había algo en su corazón que le había hecho creer, de vez en cuando, en sus malos momentos, que ella realmente no lo recordaría. Ese era su peor temor, el peor de sus miedos, que su hija, que su amada hija se hubiera deshecho de su recuerdo, de las memorias de los tiempos que pasaron juntos. Aunque... ¿No hubiera sido eso mejor que condenarla a nuevos sufrimientos? Y ese pensamiento, tan diminuto en un momento, comenzó a crecer, y logró que su sonrisa desapareciera por completo en apenas dos segundos. ¿Acaso no era cierto? ¿Acaso no sería eso lo único que podía ofrecerle? Más sufrimiento, más motivos para odiarlo. Más opciones de ponerla en peligro. Era lo último que quería, desde luego. De hecho era su seguridad lo que lo había llevado a querer alejarse de ella, a abandonarla, como lo había hecho. Ponerla en peligro era todo cuanto no quería hacer. Y no lo haría. No. Ahora estaría siempre para ella, pero para protegerla. A pesar de que comenzara a pensar que probablemente estuviera mejor sin él.

Solamente con verla, podía intuirlo. No sólo había sobrevivido, sino que se encontraba bien. Parecía relucir. Era hermosa. Y entre sus recuerdos podía ver, además de las muchas noches que había llorado por su ausencia, que la vida no le había ido tan mal. Y todo en aquella habitación no hacía más que recordárselo. Había administrado bien la modesta fortuna que él había dejado para ella. Conocía de su negocio en el centro de la ciudad, e incluso ese molesto rumor que lo había llevado a verla precisamente allí, en aquella noche. Que iba a contraer matrimonio. Estaba casi seguro de que eso no ocurría. Y mucho menos estando él de vuelta. Su hija, si era capaz de superar la rabia inicial, el comprensible rencor que sentiría, querría iniciar una nueva vida a su lado, y eso, por supuesto, excluía toda posibilidad de casarse con nadie. Pero ya hablarían de eso después. Ahora, ahora habían cosas más importantes. Acarició su rostro en cuanto la joven comenzó a volver en sí, mirándola directamente a los ojos. - Mi niña... Mi dulce niña... He vuelto... Por fin... He regresado, como te juré... Aunque siento mucho haber tardado tanto... De veras que lo siento, mi vida. Pero eso... No volverá a suceder. Ahora podemos... volver a empezar... -Ni siquiera dejó que ella hablara. Necesitaba decírselo. Necesitaba hacerle saber que desde el primer minuto en que estuvieron separados, ella había sido lo único importante para él, y que sus deseos siempre fueron regresar a su lado, como siempre debieron estar.


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Mensaje por Leire S. Lillmåns Miér Ago 05, 2015 11:36 pm

Cuando la oscuridad terminó de engullirla por completo, todo cuanto había en su mente, en sus pensamientos, eran los recuerdos de las muchas noches que había pasado en vela esperando, aguardando por aquel hombre al que llamó padre, y que la abandonó a su suerte años antes, con la excusa de intentar protegerla. Siempre supo que era cierto. Que realmente lo hacía para alejar el peligro que le perseguía a él de su persona, pero para ella, no era suficiente. Hubiera preferido vivir huyendo, a su lado, que aquella distancia que había impuesto entre ambos sin contar con su opinión. Hubiera preferido, una y mil veces, no tener dinero, ni un hogar estable, ni la seguridad de la que siempre había gozado, estar junto a él, a pesar de las amenazas. Y eso era lo que nunca había podido aceptar. Que asumiera que lo mejor era simplemente dejarla, como si no hubiese habido ninguna otra opción posible. ¿Cuánto había llorado? ¿Cuántas lunas había permanecido durmiendo en el suelo, frente a la puerta, esperando que entrara en cualquier momento? Demasiadas. Tantas, que ni siquiera podía contarlas. Y allí estaba. No era una alucinación. No era un sueño, provocado por sus deseos de antaño de reencontrarse con él. Estaba allí. Su aroma, su presencia, todo indicaba que aquel sueño infantil se había cumplido. Pero muy tarde. Hacía varios años que había dejado de preguntarse dónde estaría, y si regresaría. Sólo quería olvidar, enterrar el pasado y el sufrimiento. Y cuando al fin podía decir que lo estaba consiguiendo, él, volvió.

Así que era incapaz de saber si se había desmayado de la sorpresa, o a causa del shock. La verdad es que ni siquiera estaba segura de querer saberlo. La cabeza le daba vueltas. Cuando abrió los ojos, lo primero que se encontró fue con los ojos de su padre, posados sobre ella. Y extrañamente, se ruborizó. Aquel hombre, al que antes consideraba como su única familia, tras la muerte de su madre, se había acabado convirtiendo en un completo extraño, aunque por mucho tiempo hubiera pensado que eso jamás ocurriría. El tiempo y la distancia surtían efecto, y de eso, ahora, no le quedaba ninguna duda. Suspiró para luego frotarse los ojos con las manos. Sentía el cuerpo entumecido, y la frialdad que siendo una niña le resultaba incluso agradable, ahora le resultaba bastante molesta. En cuanto pudo, se incorporó, para luego desplazarse varios metros más allá. Le observó con detenimiento. Nada en él había cambiado, salvo quizá la expresión de su rostro. Donde antes había signos de alegría y calma, ahora había señales inequívocas de cansancio, y tal vez de decepción. Probablemente a él también le sorprendiera que su hijita, lejos de alegrarse de verde, pareciera más molesta que otra cosa. Y sí, estaba irritada. ¿Acaso había aparecido debido a sus próximas nupcias? No era una idea tan descabellada. Después de todo, él nunca quiso que Leire contrajera matrimonio.

- Padre... Sí, creí que estaba soñando, pero está claro que habéis vuelto... Aunque habéis tardado demasiado... -Por más que intentó que el rencor aflorase tan pronto, no pudo evitarlo. - Quiero decir... Durante mucho tiempo me pregunté si alguna vez volveríais, si pensaríais en mi... Y ahora que estáis aquí... No sé... Es todo tan... Extraño. -Ni siquiera era capaz de mirarle a la cara. Nunca volvería a ser lo mismo. ¿Y qué era eso de volver a empezar? Era imposible. Estaba a punto de casarse con el hombre al que amaba. Y eso no cambiaría, aunque Rasmus hubiera vuelto.
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Mensaje por Rasmus A. Lillmåns Vie Nov 06, 2015 9:22 pm

El ceño del vampiro se frunció de forma más que evidente, aunque no estaba del todo seguro de si era porque no comprendía las palabras de su hija, de su Leire, o precisamente porque las comprendía demasiado bien. Durante todo aquel tiempo, todos aquellos años, él mismo también se había hecho aquella pregunta más de un millar de veces. ¿Seguiría recordándole Leire? ¿Habría olvidado ya voz, su aroma? ¿Sería siquiera capaz de acordarse de su rostro? O por el contrario, ¿habrían caído todas aquellas memorias, todas aquellas vivencias, en el doloroso pozo que era el olvido? Lo que nunca se habría esperado, ni siquiera imaginado, era la posibilidad de que ella pensara lo mismo de él. ¿Cómo un padre, y más un inmortal, iba a ser capaz de olvidar algo tan maravilloso, tan delicado, y tan amado como lo era una hija? Su hija. Había suplicado durante noches, días, semanas, meses enteros por poder pasar apenas unos segundos a su lado. Por volver a ver su rostro, esta vez casi adulto, pero igual de dulce que cuando era niña. Por escuchar nuevamente su voz, confesándole que seguía teniendo miedo a la oscuridad. Que deseaba y necesitaba su protección, como antaño, como siempre. Como nunca debió dejar de ser.

- L-Leire... yo... Sabes que nunca he dejado de... quererte, de querer volver a estar contigo, que estuviéramos juntos de nuevo era todo cuanto deseaba desde el mismo instante en que tuve que dejarte atrás... Ya sabes que... No fue mi elección... -Aunque realmente nunca quiso tener que abandonarla, que alejarse de lo único a lo que había querido de verdad, la realidad es que sí que mentía en el segundo aspecto de aquella afirmación. Aunque, en efecto, los peligros sí que los acecharan a ambos, y más concretamente, a ella, mientras estaban juntos. Pero la elección, había sido suya. No se había sentido capaz de protegerla, no en aquel momento, pero aquello había cambiado. Ahora sería capaz. Tenía que serlo. No volvería a alejarse de ella. No volvería a perderla. Y eso le llevaba de nuevo a pensar en ese matrimonio que estaba a punto de tener lugar. ¿Cómo podría aceptar que su hija se casara con alguien a quien ni siquiera conocía? No se sentía con derecho de expresar aquel pensamiento en voz alta, pero ello no implicaba que no fuera a inmiscuirse. Aunque fuera sutilmente. Seguía siendo su niñita.

- Sé que... quizá esto sea... un poco precipitado. Pero en cuanto hace unos meses supe que estabas en París... yo... -En cuanto dijo aquellas palabras, supo que no debió haberlo hecho. Reconocer ante ella que llevaba tanto tiempo sabiendo que ambos se encontraban en la misma ciudad, sin haberse acercado, definitivamente era la peor idea que había podido tener. Carraspeó rápidamente, como intentando que así aquellas palabras se disiparan, se esfumaran en el aire. - Quiero decir, que estaba esperando el momento más adecuado... Estaba deseando verte, mi niña. Eso es todo. Y creí que... también le alegrarías. -¿Por qué de repente se sentía tan alterado, tan nervioso? Quizá porque en los ojos de aquella criatura inocente que antes le tenía como referente, ahora brillaba la inconfundible mirada que otras tantas veces había visto. Una mirada crítica. Le estaba juzgando.


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