Un viaje donde todo puede pasar || Molly Winslet

por **Dastan B. Dittmar** Dom Mayo 03, 2015 8:15 pm

Noche austera con la luna en los cielos, aquel viaje que duró semanas y donde aquel hombre pasó la mayor parte del tiempo encerrado en su compartimiento de aquel tren esperando con ansia su arribo a Luxemburgo, al menos para alejarse de sus pensamientos con su esposa, darle el espacio que ella quería. Que tonto de su parte, porque aun en la distancia no dejaba de pensar en ella, en su voz y sonrisa, incluso en las peleas y discusiones que tenían sobre todo en la última, en aquella que le llevo a tomar aquel viaje tan lejos de su amor, unas vacaciones que hacía tiempo no se tomaba y que ahora las reclama para alejar lo bueno y malo de su vida.

La ciudad a sus ojos era una nueva forma de empezar, al menos hasta que regrese a Paris cuando su esposa esté más calmada y puedan hablar del divorcio, con pesadez acepta ello aunque no es de su agrado completamente; se deja guiar por la extraña ciudad que en noches como esas con la luna en lo alto alumbra toda las calles y ríos, la pequeña ciudad se vuelve más cálida a medida que avanza, girando en una esquina un café lo invita a adentrarse, la música tranquila y apacible lo ha conquistado.

El lugar es tan cómodo y acogedor que hay parejas sentadas dentro, una que otra familia y pocos solitarios, le molesta un poco aquella situación porque le recuerda más lo que dejó en Francia, se retira pidiendo que sea atendido en las mesas de afuera, la joven moza se acerca a él para tomar su pedido, un café y una botella de whisky, la joven acepta aunque sin comprender ambos pedidos, se aleja de él dejando al hombre admirar el paisaje nocturno.

Mujeres, muy hermosas y descaradas, tan caras y baratas se acercan con un simple coqueteo a invitarle en la noche, lentamente niega pero con la promesa de que quizás más noche ellas calmen su apetito, pero es el hambre de un par de colmillos que quiere saciar, se alejan entre silbidos tentado a los demás comensales que en las mesitas se hayan, el contempla toda la escena solo como un espectador y no un partícipe, alejado de todos y todo, hasta que la joven moza de cabellos rubios regresa con su pedido, las manos de él toman el café para percibir el aroma, tal como le gusta sentirlo, amargo y caliente como su suerte.

El licor se vierte en un vaso sin hielos, meciéndose levemente mientras se da el primer trago de la noche, sus ojos de cazador se fijan en la oscura soledad de aquella noche de luna llena.

por **Molly Winslet** Jue Mayo 14, 2015 1:09 pm

-¡Señorita Winslet!

Ignoré aquella molesta voz chillona, dejando que mis pasos seguros y rápidos se deslizaran por las calles de aquella hermosa y pequeña ciudad. Un tanto anticuada en algunos puntos, según mi gusto, pero fresca y dócil como una noche de verano. Me detuve ensimismada en mi regocijo por haber vuelto a aquel lugar que tan buenos recuerdos me traía.

El sol ya se había escondido hace rato, y las primeras estrellas despuntaban el cielo. Con una elegancia sobrenatural, retiré la capucha que me cubría mi larga cabellera y eché la cabeza hacia atrás, pletórica. Cerré los ojos y aspiré con deleite el aire de aquella ciudad: sangre fresca, y otra no tan fresca, agua dulce, humo, pino y algunos olores menos agradables. Pero en conjunto resultaba embriagador, un patio de recreo perfecto.

-Tu m´as manqué, Luxembourg.

*:

Pero, cómo no, los pasos de la estúpida criada volvieron a romper mi momento de plenitud. Frunciendo los labios y con cierta irritación fulminé con la mirada a aquella regordeta y nerviosa muchacha. Al parecer se debió de notar mi repentina hostilidad, porque empezó a balbucear intentando decirme aquello que tanto urgía.

Poniéndome de cara a ella, esperé altiva a que se decidiera a hablar, aunque podría haberle ahorrado el mal trago y ordenárselo. Pero, claro, entonces no sería divertido. Frustrada y acobardada, la sirvienta dejó de decir incoherencias y bajó la cabeza. No pude evitar esbozar una amplia sonrisa burlona. Algo más decidida, optó por entregarme directamente el objeto de su preocupación.

Con escepticismo y verdaderamente irritada, observé el collar de hermosos zafiros que se encontraba en su rolliza mano. ¿Tanto aspaviento por una simple joya? ¿Para eso había interrumpido mi momento de gloria? Me acerqué a ella ignorando lo que me ofrecía y recogí con fingida ternura su mentón para que me devolviera la mirada.

El miedo y la confusión eran palpables en sus pupilas.

-Eres realmente estúpida, Anaé –siseé, furiosa-. Vuelve a la posada y procura no molestarme más, o el castigo será mucho peor.

-P…pero, mademoiselle, s… su collar cayó al suelo y…

Con cierta brusquedad empujé su mandíbula hacia arriba cerrando su boca y levantando su rostro. Abracé con mis uñas aquellas carnosas mejillas y acerqué mi rostro enfurecido al suyo.

-¿Por qué no obedeces de una maldita vez? –dije casi en un susurro-. Haz lo que te ordeno y no sueltes más estupideces por esa boca tuya.

En aquellas últimas palabras, dejé que mis poderes hicieran mella en su mente, con tal de no tener que alargar más aquella patética situación. Sus ojos perdieron brillo y asintió con la cabeza dócilmente antes de hacer una torpe reverencia y desaparecer corriendo por donde vino. Con un suspiro exasperado me di la vuelta y proseguí más lentamente por la avenida, la cual ya se encontraba inundada por la blancura de una luna llena.

Algo más serena y optimista, admiré el ambiente cargado de aquel extraño misterio que desprendía cada piedra de la ciudad. Había sido una excelente elección para disfrutar de un poco de mi antigua soledad, que sólo me brindaban ciudades como aquella, donde podía pasar desapercibida y en la cual mi apellido no era reconocido por nadie.

“Un excelente coto de caza” pensé para mis adentros con una sonrisa burlona.

Los recuerdos de las noches que pasé dando rienda suelta a mis nuevos instintos por las ciudades de Europa me embriagaron como una caricia y encendieron una chispa de esperanza en mi interior. Mi vuelta a París sólo había supuesto descubrir que mi mayor regalo, la impunidad y la libertad, no eran más que un engaño.

Humanos cazando vampiros, criaturas mortíferas y otros muchos disparates habían sido parte de las reiteradas advertencias y amenazas que otros de mi especie se habían dedicado a repetirme al ver mis imprudentes actos. Aunque, muy a pesar de todos ellos, tan sigilosos y comedidos, aquí seguía, viva.

Y esa era la prueba de mayor peso. Después de tantos engaños, robos y muertes debería estar en la mazmorra de alguno de aquellos monjes a los que tanto temían. ¿Tal era mi suerte que jamás me había cruzado con alguno de ellos? ¿Era posible que hubiera estado arriesgando mi vida en cada uno de mis actos vampíricos?

Todo me sonaba a pura locura. Pero algo en mi interior ya venía advirtiéndome desde hace tiempo…

De repente, cómo si algo hubiera querido corroborar mis pensamientos, sentí un aura cercana que ya me resultaba familiar: un vampiro. No pude evitar que aquello me produjera cierta irritación, ¿acaso era imposible huir de aquellos de mi especie? ¿Por qué todos se empeñaban en mostrar un comportamiento tan juicioso y paternalista respecto a mi actitud? ¿Acaso ellos no eran también asesinos, hijos del mismo Lucifer?

Sin embargo, compartir las diversiones con alguien que no fuera fácilmente controlable y susceptible a morir bajo un simple apretón en su garganta podría ser interesante. Seguí el rastro de aquella presencia hasta una cafetería de buen aspecto, sopesando el abanico de posibilidades si tuviera un cómplice en mi estancia en Luxemburgo.

Entré con paso felino al establecimiento, recibiendo la calidez y el humo de golpe en mi rostro. Los aromas de aquellas gargantas blandas y latentes se entremezclaban, ofreciendo todo un repertorio, que iban desde las más suculentas delicias a algún que otro individuo de sangre maloliente. Pero mi objetivo no era ninguna de aquellos frágiles humanos de carne y hueso, si no el implacablemente atractivo hombre que se encontraba disfrutando de una copa en un alejado rincón de la cafetería.

Claramente, su rostro desprendía una belleza y una superioridad sobrenaturales, tan típico de los de nuestra especie. Nuestros ojos se encontraron. Evalué aquella mirada que no parecía sorprendida. Por supuesto, él debía de haber notado mi presencia antes incluso de acercarme a la puerta.

Con cierto descaro, alcé una comisura, traviesa, y aparté mis pupilas curiosas de las suyas para dirigirme hacia la barra y pedir una copa del mejor vino que pudieran tener. Mientras esperaba a que la rubia camarera hiciera su trabajo, me dediqué a mirar de reojo al vampiro, consiguiendo que nuestros iris se encontraran de vez en cuando.

Cuando la copa estuvo en mi mano, di un sorbo de una forma exageradamente elegante y femenina, y en cuanto hube apoyado la misma en la áspera madera de la barra, giré el rostro y miré a mi posible cómplice entornando los párpados de forma seductora.

Así, sonriendo pícaramente, le invitaba abiertamente a entrar en mi juego.

por **Dastan B. Dittmar** Mar Jun 02, 2015 9:09 pm

El frescor de una noche otoñal es el preludio de una invitación para perderse por las calles en busca de aquello que nos hace falta y que con tanto fervor buscamos para aferrarnos a ello cual salva vida en medio de una tormenta, así era el matrimonio que tenía aquel hombre, durante años se había confesado a sí mismo como el culpable de todo por haber callado y quizás, si, por ello culpaba a su esposa en silencio por no poder entender y anteponer el amor, solo amor puro y verdadero. Pero ya estaba cansado y ahora haría todo lo que ella quisiera incluso si eso lo matase, como aquel divorcio que se estaba llevando a cabo.

Inspira el aroma de aquella ciudad, percibe el bálsamo que despiden las calles, a cada esquina, en cada rincón hay un perfume nuevo, los corazones que laten unos rápidos otros lentos junto a las venas que se dilatan al pasar la sangre, ese torrente sanguíneo que lo alimenta en varias noches. Sonríe cuando abre los ojos porque algunas presencias de la ciudad son como él, su especie ronda por las calles en búsqueda de su alimento. Vuelve a cerrar los ojos dejándose llevar por el olor y sonidos que emana la ciudad. Aun recordaba su despertar como vampiro, con aquellas sensaciones que le volvían loco hasta que su maestro le enseño su verdadero poder, ya ahora no se ve como ese neófito y en su mente se arremolinó que nunca fue así como los actuales que no saben el poder que poseen y el peligro que esto representa.

Suspiros con la sonrisa en su rostro que refleja el autocontrol que poseía, tan digno de un persa, del león de Persia como le solían llamar, y ahora estaba en calma y listo para pelear en el completo silencio. Es ese mismo silencio que le llama, ahí alejado de todo y pensando en su pasado, presente y futuro, el rostro angelical de una joven vampira le hace volver a su ahora. La entrada de la joven es como un puñal en su ya marchito corazón porque el recuerda aquello que su esposa le exige dentro de un matrimonio normal. Gruñe para sí mientras la observa caminar hasta la barra. Esquiva la mirada en unos segundos para mirar por fuera. No soporta el aroma de la juventud, pero aun así no puede quitarle la mirada de encima le recuerda a su dulce ghazala, esa mirada que le transporta a los días en que coqueteaba con su dulce Leontine.

Un suspiro triste y ahogado en el aroma a muerto que desprende la joven vampira, gira su rostro unos momentos para mirar por fuera, pero sin dejar de observar los pasos de la recién llegada, no quería problemas y por el aroma que despedía se podía percatar que ella era una neófita. Se levantó cuando ella alzó la copa, él tomó su trago y dejó un billete en la mesa como pago por el café, la rubia se acercó a él quien le susurró algo a la camarera, esta tomó el café llevándoselo. Alzó el trago a la joven en un saludo e invitación. Caminó hasta salir del lugar y sentarse en las mesas de afuera, ahí clavó sus ojos sobre la mujer con una intensidad con la que jamás había visto a ninguna otra, fuera humana o de cualquier otra índole. Su mirada se calvaba en las pupilas de la mujer a través de aquellos cristales que hacían como ventana, el ceño fruncido pero con una media sonrisa en los labios, sus dedos diestros repiqueteaban sobre la mesa y los zurdos sostenían con firmeza su bebida.

No apartó, no movió musculo alguno. Su mirada era pétrea sin emoción alguna más que de lo desconocido que se puede crear en cuestión de segundos con una buena o mala razón. La jovencita era muy pequeña para darse cuenta quizás, pero él llevaba siglos en este mundo y comprendía mejor que nadie lo que puede ocurrir cuando se juega sin conocimiento de la presa.

Más parecía un padre regañando a su pupila que un desconocido tratando a otra desconocida.

por **Molly Winslet** Jue Jun 18, 2015 7:33 am

El aire comenzaba a cargarse, como si la atmósfera envolvente no hubiera terminado de alcanzarme en los pocos minutos que llevaba en aquel establecimiento. La vitalidad de los que me rodeaban me abrumaba, entremezclada con aquella aura implacablemente mortífera y seductora que se encontraba más allá.

Entorné los ojos cuando percibí como se incorporaba y alzaba su copa, de forma insinuante y cómplice, antes de dirigirse al exterior y acomodarse en aquel asiento que quedaba estratégicamente frente a mí, separados por el cristal de la gran ventana. Dejé que aquella mirada penetrante y a su vez, insondable y vacía perforara mis pupilas.

Pude percibir aquel cinismo y el ligero carácter crítico que desprendían sus iris luminosos, y no pude evitar sentir cierta irritación por lo familiar que me resultaba ese tipo de actitud de mis supuestos cómplices. Esbocé una ligera sonrisa burlona y le correspondí al brindis, a pesar de que no era el momento adecuado para hacerlo, llevándome el último trago a los labios y desviando la mirada.

Una sensación agria se deslizaba en mi interior, la misma que muchas veces hubiera provocado algún que otro acto impulsivo por mi parte, pero, tras mi estancia en París, por fin, había aprendido a controlar toda aquella energía desenfrenada que se desataba en mi ser desde que me envolvió la inmortalidad. Al menos en cierta medida.

Por un instante, toda curiosidad o diversión quedó aplacada por el agobiante sentimiento de tener que volver a enfrentarme a otro vampiro juicioso y moralista colmado de palabras y sermones que su boca dejaría salir en cuanto mi presencia se hiciera suya. Aunque, teniendo en cuenta aquella actitud que me invitaba a acercarme por mi pie… No sabía que pensar.

¿Arriesgarme a estar bajo la atenta mirada de un compañero paternal con numerosas lecciones de experiencia que darme?

Mi mirada volvió a la ajena. Algo en aquellos iris me decía que su inmortalidad iba mucho más allá de lo que yo pudiera imaginar, podía tantear el cansancio de la existencia, cierto dolor por el pasado e incertidumbre por el futuro. Como si su estancia en Luxemburgo no fuera más que una visita pasajera… ¿entonces realmente podía tener interés en darme clases de conveniencia y adecuación en aquella pequeña ciudad?

Dejé escapar el aire a través de mis fosas nasales lentamente, y llamando a la camarera, le pedí que rellenara mi copa. Mientras observaba cómo el vino caía dulcemente sobre el cristal, dudé un par de veces más y, por fin, me decidí. Dejando unas monedas de más sobre la barra, me incorporé lentamente y caminé lentamente hacia el exterior, evitando encontrarme de nuevo con aquellas pupilas profundas.

La diversión y, por tanto, mi vida, nacía del riesgo.

Las situaciones arriesgadas eran las que me habían llevado a convertirme en el ser implacable y magnífico que ahora era. Y, de ese modo, había aprendido que el juego de la vida carecía de interés para mí si no me exponía al peligro, a la incertidumbre. Así, mis decisiones sin argumentos de peso, me dejaban expuesta ante aquel imperioso vampiro que me traspasaba con sus ojos.

-¿Le importa? –dije casi en un susurro, haciendo referencia a la silla vacía frente a él.

Sin dar tiempo a una respuesta, tomé asiento descaradamente dejando la copa en la mesa que nos separaba. Relamiéndome ligeramente los labios e irguiéndome, orgullosa, me enfrenté a su mirada. Ladeando suavemente la cabeza y alzando una comisura, me dispuse a empezar el juego.

-Avez-vous perdu quelque chose, monsieur?

por **Dastan B. Dittmar** Jue Jul 02, 2015 10:53 pm

Los juegos son buenos cuando hay dos participantes y ambos aceptan el reto al perder, sobre todo si aquel juego de niños se basa en una cacería, conocido como el juego del “gato y el ratón” donde lo que se pierde no es más que el vitae y la libertad. Ojos escrutiñadores que observar el impropio carácter de la neófita, moviendo la cabeza en negación ante su descaro. Cuantas veces él había sido regañado tiempo atrás por su sed, por su imprudencia, aún tenía en su paladar los castigos crueles que le llevaron a aprender sobre la prudencia y las reglas del juego de la inmortalidad.

Sus ojos se entrecierran lentamente hasta cerrarse, los párpados pesados de alguien que no duerme. La sonrisa de su rostro no se borra, queda impregnada levemente, como si fuera apenas una línea delgada que se dibuja sobre los labios. El rostro impasible aguardando a su presa, él está de cacería, aquel pensamiento le regresa a su dolor agónico que lo está consumiendo. Abruptamente los ojos se abren mostrando, nada, solo la tormenta que en su ser habita junto al desierto de sus día a día, o mejor dicho de sus noche a noche.

El suave tintineo de una voz que no es con la que sueña, corta el velo del tiempo haciendo que regrese a aquella cafetería. No le da tiempo así que no emite comentario alguno. La pregunta de la joven fue estudiada de muchas maneras pero dejó de jugar, ya no era el niño de hace tres mil años, ahora era el hombre de los milenios y debía comportarse como tal, o quizás no. Suspiró dejando que le silencio fuera insoportable, sus ojos no se despegaron de los de la joven vampira aun cuando ella buscaba de manera alguna de esquivarlos “le incomodaba” algo que le hacía sentirse bien, a él. Su mirada pasaba del reproche al protector, del desprecio hasta el peligro por lanzarse sobre ella y tomar su vida en sus colmillos pero opto por la calma que le precede a la tormenta, aquel incierto de no saber por dónde pisas y con lo que te puedas encontrar, si la joven quería un juego peligro lo tendría, pero sería con las reglas de él no quería llamar la atención y menos por una joven que aún no sabe controlar sus impulsos. Se acomodó en su silla dejando la bebida sobre la mesa, un suspiró abandonó su cuerpo sin permiso y fue entonces que se dignó a responder –Salam, Khosh Amadid. Nemidanam– sonrió cómplice para luego reiterar sus palabras en un fluido francés –Peut-être que je perdais le temps, et vous?–

Sentía el peligro en el agitar del viento pero no lo importo, el antiguo León de Persia estaba creando su propio camino a las puertas de la ciudad prohibida, el estar con otra de su especie ya era demasiado riesgo.

Alzo la copa en un brindis cuando su seriedad volvió a él mostrando así su control y calma ante el juego que la jovencita mostraba, invitándola a desinhibirse con él, al menos por unos momentos. Sus ojos la observaban como una hija, una que jamás tendrá con aquella mujer que le roba el corazón marchito. Es ella la causante de su mal humor y a la vez de su semblante de padre protector.

por **Molly Winslet** Jue Jul 09, 2015 3:24 pm

No respondió inmediatamente, dejándonos inmersos en un extenso silencio en el cual miles de impresiones resplandecieron en sus ojos cansados y profundos. Un suspiro salió de sus labios, confirmando aquel sentimiento anhelante y cargado de cierto aburrimiento que se arremolinaba en sus iris claros. Y, sin embargo, al instante siguiente, podía leer la desconfianza y la amenaza en ellos, pasando al aire reprobatorio que tan familiar se me hacía ya en los de nuestra especie.

Cierto nerviosismo ascendió por mi columna vertebral ante aquellas orbes caóticas que de un momento a otro me lo decían todo, y al siguiente no me decían absolutamente nada. Pude advertir que se divertía ante mis sensaciones, que tan fáciles de preveer le resultaban. Una chispa de irritación se agolpó en mi garganta, ocasionándome un sabor ácido en la boca.

Otro suspiro acarició mis oídos y, con algo de alivio, pude observar como se erguía, dispuesto a responderme de una vez. No entendí el primer idioma que utilizó, pero supuse que sus palabras en francés significaban lo mismo. Aun así, aquel comportamiento paternal y extravagante comenzaba a producirme cierta exasperación.

Su brindis pareció traerle algo de cordura aquella disposición inestable del caballero, pero el brillo reprobatorio y paternal que adquirió aumentó mi mal humor.

Decidí seguir su teatro, e intentar ocultar aquella irritación que se anudaba en mi pecho con una amplia sonrisa burlona. Recogí la copa en mi mano y di un pequeño sorbo sin apartar mi mirada de la ajena, ahondando en aquellos iris luminosos que no hacían más que buscar sentimientos contradictorios.

-”Perder el tiempo”… me temo que un término tan mundano poco puede aplicarse a usted y a mí, ¿me equivoco? ¿O es la pérdida de tiempo su mayor preocupación cuando los años no son más que pequeños soplos que componen nuestra enrevesada realidad? -batí mis espesas pestañas dejando la copa de nuevo y llevándome las manos al regazo.

Sin esperar una respuesta por parte del caballero, solté una risita y proseguí con aquel extraño pasatiempo que tan súbitamente había aparecido entre ambos.

-Oh, pero discúlpeme si le resulto un gasto innecesario de sus preciados minutos, sin embargo, no podía evitar que la curiosidad me invadiera. No es usual en un caballero observar de una forma tan descarada a una señorita -alcé una comisura, traviesa-. ¿O he de suponer que sus reflexiones sobre mi presencia no tenían como fin una dócil tertulia sobre cómo perder el tiempo rodeados de tantas propuestas apetecibles?

De repente, el aire se me hizo más dulce, más cargado de todos aquellos aromas humanos que inquietaban mi instinto más intrínseco. Cerré los ojos y me dejé llevar por aquella embriaguez, que poco tenía que ver con el vino. La presencia del vampiro se me hacía un peso y una ligereza a su vez, pues a pesar de sus extraños comportamientos, había algo en sus ojos que me incitaban a pensar que su condición vampírica no le resultaba una tortura para su moral y rectitud.

Tras un corto instante, abrí los ojos y le miré de soslayo, preguntándome a mí misma hasta dónde llegaría mi estupidez como para ver de qué era capaz un caballero que parecía albergar una experiencia y una edad mucho mayores a mi ingenuo inicio en la inmortalidad.

por **Dastan B. Dittmar** Dom Ago 02, 2015 10:11 pm

La postura y palabras de la pequeña joven no causaron mas que solo una sonrisa que se mostró en una curva en aquellos labios. La mano que sostenía su mentó y el dedo que cuidaba su sien ocultaban sus verdaderos pensamientos para él mismo y solo mostraba unos ojos inexpresivos que por años llevaba, como si aquellas simples palabras le fueran polvo, como si los reclamos de la joven no fueran más que palabras ya oídas por varios neófitos. Sonrió por ello ¿Cuántos neófitos no piensan del tiempo como algo pasajero? Como adoraba eso de los jóvenes convertidos, como admiraba aquel temple en la plena etapa de transición.

Se acomodó más en su asiento hasta que una de las palabras lo pusieron nervioso al punto de verter su bebida al suelo, dando un sobresalto por ello, en su mente ría del descaro de la jovencita cuyos ojos eran tan claros como las intenciones del juego pero en la mente del doctor se llevaba una batalla “oh, porque no recuerdo el descaro de los jóvenes, no solo su impaciencia sino aquel cinismo y libertada a la muerte, jugar o no jugar es la cuestión. Juguemos” recoge la copa limpiando las gotas inexistentes sobre su ropa, miró a la joven con una ceja enarcada y en aquel momento cuando el silencio los cortaba filosamente abruptamente se levantó de su asiento haciendo una reverencia con el puño derecho sobre su corazón, un saludo árabe de aquellos antiguos –Mil disculpas Sayyidat, no ha sido mi intención ofenderla con mi mirada, jamás me atrevería a seducir a una joven aun cuando es tan bella como usted, su belleza debe ser admirada no por alguien que el tiempo abandonó si no por alguien que le lleve el mismo andar– sonríe sentándose nuevamente cruzando la pierna.

La risa no la puede evitar conforme observa a los ojos claros de la vampira. Elevó la copa vacía en un brindis –Un brindis por el tiempo entonces, porque para unos el tiempo no es más que un juego y para otros es una batalla. Lo que parece al inicio de la vida pequeños soplos conforme los años, milenios y siglos van pasando esos soplos se desvanecen, las tormentas te abandonan y te dejan en medio de un desierto donde las arenas del tiempo te acompañan a cada instante, cada giro que das verás tu pasado, tu presente y tu futuro, porque si das un mal paso de hundirás, pero no en la muerte, si no en el olvido ¿sabe usted que le espera a un humano cuando muere? Y sabes entonces ¿Qué le espera a ciertas personas cuando mueren?– esa última frase la susurra acercándose a la joven.

Un ademán con su mano diestra y aquellos dedos que pasan como “disculpa” por las palabras emitidas de la joven y las propias –Disculpada queda, pero ¿por qué? Aun es lo que no me queda claro lo de “gasto innecesario” para alguien como yo no se desperdicia nada como para los jóvenes que están en la flor de la vida buscando experiencias salvajes, libertad, poder, deseo, pasiones, tomar el mundo en sus…manos. No para mí, no es un gasto es una remuneración bien recibida y con creces, Sayyidat–

Suspira regresando su espalda contra aquella silla en una pose cansada nuevamente, ¿envía señales confusas a la dama? Por supuesto que si, ¿por qué? Esa es la correcta pregunta. Se recarga con pesadez como si fuera común todo ello para él, lo era y a la vez no; toma el vaso admirando el cristal tan etéreo y fino como la vida misma de las personas que le rodeaban –Lamento si mi mirada la incomodó, no estoy acostumbrado a ciertos roces sociales, me disculpo pero ya he olvidado lo que es el descaro, el coquetear con alguien, el seducir a la persona para que caiga en un juego. Solo lo hago con un objetivo pero es recompensado o quizás no, pero ya no es como antes, es algo que usted tiene ventaja y sabe usar en beneficio propio, mientras que para mí se ha vuelto más una rutina que busca solo una saciedad de un deseo en el que se busca aquello difícil, como la bella camarera–

Termina cuando la joven rubia aparece ante él preguntando si llenaba la copa de aquel doctor, este con una sonrisa y un asentimiento de la cabeza da por hecho lo que la joven comienza a hacer, verter el contenido ambarino ahora sobre el vaso. La ve alejarse y como lo mira de soslayo con una sonrisa, toma el vaso poniéndolo entre la neófita y él mirándola a través de este –La tertulia será el tiempo que espere, el tiempo que no aproveche, el tiempo de la paciencia y la tranquilidad. Sayyidat, pero ¿quién soy yo para ello? Nadie, soy la nada de un hecho antiguo, tan antiguo que no se lo puede imaginar. Las mejores propuestas y las más apetecibles están aquí– baja el vaso mirándolo con una leve sonrisa en el rostro, se toca la sien con al diestra haciendo hincapié en sus últimas palabras.

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