Les cloches de Notre Dame {Alistair Eriksson}

por **Éline Rimbaud** Mar Nov 17, 2015 6:06 am

La bella deforme. La Madre. Triste construcción; grandes esperanzas.

Huía. Huía. Por el Sena. Por las vías de la locomotora a punto de chocar. Por las isla de la Cité. Por las nubes de tormenta. "La explosión no tardará. ¡ÉLINE!" ¿Qué era Éline? Sonaba melódico. Demasiado bonito. Ella no era una Éline. Porque era fea. ¡Qué fea eres, loca del demonio! "Hueles a sangre, hierro, metal, azufre. Hueles a él, a Lucifer". ¡Pero Luzbel fue bello una vez!

Y cómo lloraba. La carrera desenfrenada por la desconocida París había secado sus lágrimas. ¿O es que no las tenía? "Estás seca por dentro". Cayó, exhausta, a los pies de La Madre. ¿Qué era eso gansoso que le salía por la boca? "¡Señor Maspero, señor Maspero! ¿Dónde estás?" Peleado con Dios. Enfadado. El ruiseñor no entendía; ¿qué había hecho su loca para haber sido abandonada por Él? ¡Una víctima! ¡Únicamente era una víctima!

-¡Señor Maspero! ¡Señor Maspero! -continuaba gritando la enajenada, esta vez en voz alta, hasta que sus súplicas fueron contenidas por el espeso líquido que descendía de su boca. Le sangraban las encías por culpa del golpe, arremetido sin piedad por la Víbora de escamas grises.

Mientras, La Madre, la bella deforme, la invitaba a entrar. "No quiero. No quiero". Allí no estaría a salvo, porque ya no era una princesa de Dios, en concubina de Luzbel había mutado. Se llevó una mano a la boca, que no paraba de manar escarlata bermellón. Y, como insistiendo en su obsequio de resguardarse, alguien -¿un jorobado, tal vez?- tocó la campanada última de la medianoche. ¡Qué bello sonido si todavía fuese merecedora de él! "¿Dónde estará el bello deforme a estas horas?".

La demente se colocó en pie a trompicones. Se acercó a la fachada tallada en la perfecta piedra. Sus pies descalzos se arrastraban con fervorosa pasión. "Ojalá, Dios, pueda ser blanca para ti; otra vez". Pero su blanco estaba demasiado roto. La pelirroja hizo ademán de abrir las enormes puertas de Notre Dame, pero éstas lo estaban ya. Una fina rendija dejaba entre ver la tenue luz de velas. Las vidrieras de colores. El rosetón. Algunas piedras caídas, desperdigadas. Altares a medio reconstruir. Las huellas de la Revolución.

Y otra campanada. Y otra. ¡Y otra más! Era el fantasma de su amigo, el deforme, quien se lo regalaba. A ella. Sólo a ella. Y a otras muchas almas parisinas que ya no estaban, pero que habían soñado también con el espíritu de un desgraciado campanero. "Qué precioso debería ser volver a pertenecer a Dios."

por **Alistair Eriksson** Sáb Dic 05, 2015 4:39 pm

El ruido que hicieron las puertas al ceder rompieron mi paz. Notre Dame de noche era eso, un remanso de paz que pocos se atrevían a perturbar de aquella manera tan insolente. Lo cierto es que me sentí molesto y el rencor por haberme arrebatado ese momento de tranquilidad, hacia la recien llegada, se extendió por mi piel.

Me levanté del banco en el que reposaba con la mirada fija en el rosetón, para observar a la mujer. En plena oscuridad por su respiración y el bombeo de su corazón supe que estaba nerviosa. Su sangre corría veloz por las venas y a mi me parecía una oportunidad perfecta para cenar, mi madre hubiese estado contenta de que hubiese ido a bendecir la comida.

Me moví con rapidez y en un parpadeo estaba ante ella. Me permití colarme en su mente en busca de una historia, una vida, pero lo que hayé era caótico e incomprensible. Sonreí. No era la primera vez que topaba con alguien como yo, de eso estaba seguro.

-¡Qué deliciosa criatura!- Pronuncié y mi voz tuvo eco por las paredes.

Alargué una mano para retirar las lágrimas de la cara de la mujer con dulzura.

-No llores, aquí estás a salvo.

por **Éline Rimbaud** Mar Dic 15, 2015 8:45 am

Si caes no vuelvas a salir, estúpida. ¡Estúpida, estúpida! ¿No entiendes que la música es sólo para las buenas almas? La suya era horrenda; desfigurada como el rostro quemado de una momia. "Siento si lloro, siento si siento". Porque el sentir y el lamentar sólo estaban reservados a los cisnes de la noche. Y ella; ¡si ella únicamente viajaba a la velocidad de una la locomotora!, que expulsaba un negruzco humo. Camina, camina despacio pero sólo hacia delante.

La deliciosa criatura abrió mucho sus azules esferas. El miedo universal se encontraba atrapado en esas brillantes piedras. Había visto a la Sombra; un ángel con alas de gárgola. Si le dejaba, sacaría los horribles cuernos y se los clavaría en los intestinos. "Hasta el fondo. Hasta dentro. Hasta la carne y los huesos". Instintivamente, se llevó una mano al vientre, donde la detestable serpiente se deslizaba. Escuchaba el silbido; se la estaba comiendo por dentro. Quería tragarse la sangre que fluía de los labios desquiciados de la pelirroja. Sus ansias rivalizaban con el ego de Dios.

La joven se echó hacia atrás, un cuerpecillo maltrecho escudándose en la grandiosa escultura de La Madre, a la que tanto había rezado y de la que sólo recibió silencio, gusanos y arañas de la mente. Éline no podía apartar la vista de la hermosa y repugnante gárgola. Su expresión se volvió belicosa por culpa de la melodía de violín entonada por los labios de aquella figura masculina. "¡Sé que mientes!", le escupía a la gárgola en su mente. La belleza ya había engañado a Éline una vez, no iba a caer en la trampa de oro y perlas otra vez.

-Fuera. Fuerafuerafuera. -le espetó con inhumana voz. Le costaba vocalizar. ¿Cuánto hacía que no hablaba el idioma humano? Ella ya sólo entendía el lenguaje del Lobo, la Víbora y el Ruiseñor-Pisar este suelo es morir. Quémate y púdrete. A Él no le gustan los desconocidos.

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