Amistades peligrosas, verdades incómodas | Privado

por **Dominique de Bricassart** Vie Nov 27, 2015 7:58 am

Pocas cosas eran sencillas en los tiempos que corrían por aquel entonces y, sin embargo, los impedimentos se volvían más comunes en las vidas de algunos pobres desafortunados como era el caso de la joven de Bricassart. ¿Una mujer de clase alta? Si, ¿de qué quejarse entonces? pensarían algunos. La pobreza, enfermedades, el hambre…cosas que a la muchacha no preocupaban. Una niña de clase acomodada que no veía más allá de los dedos de sus finos pies, en contraposición a los pies de la clase obrera, hinchados de ir de un lado al otro, llenos de callos y durezas, sucios. La joven no sabía lo que tenía y, aún así, se tomaba el lujo de pasarse noche si y noche también llorando, escribiendo incongruencias, maldiciendo todo lo que le rodeaba –con el auténtico interés de atreverse a maldecirlos de verdad a todos llegados a cierto punto-. Una pobre chica que nada bueno tenía el destino planeado para ella si permanecía dejando pasar su vida de aquella guisa.

El momento que nos atañe ahora se corresponde a otro más en la vida de la niña en el cual vuelve a darse de bruces contra la horrenda verdad de que la amistad –o lo que ella podía llegar a considerar amistad- era de todo menos existente –mentirosa, aprovechada, voluble…-.

Tras unas semanas postrada en cama debido a un insignificante esguince de pie y una gripe que había contraído por culpa del mal tiempo y las malas compañías, por fin podía decirse que la niña estaba algo mejor. Tonta de ella, llegó a creer durante los primeros días que podía valerse por sí misma, ignorando tanto la fiebre como que su tobillo todavía se resentía, e intentó bajar las escaleras por su cuenta para acceder a la cocina. Ignorando, con tan mala suerte, que aquellas escaleras eran más de lo que podía soportar y el vértigo, el cansancio, la pesadez de sus ojos debido a la temperatura, la debilidad todavía palpante de su pie…. Todo ello propiciaron que la niña terminara cayendo en mitad de la escalerilla, hasta terminar a los pies de ésta, haciendo todavía peor aquel dolor de su miembro inferior.

La mala suerte de Dominique no sólo pasaba por un esguince o una gripe, sino que el dolor de la soledad se volvía todavía más alarmante no pudiendo hacer otra cosa que seguir en cama, pensativa y deprimida porque no tenía noticias de su nuevo amigo, Ambrose. Ella, ignorante, había dedicado los pocos momentos de lucidez que le brindaba la terrible gripe para coger su pluma, papel y sus propios sentimientos como tinta. Le preguntaba por su estado –si había caído griposo tanto como ella- , se interesaba por datos algo más personales, e incluso le pedía que fuera a verla, pues necesitaba de un amigo en el que apoyarse en momentos así. Algo curioso cuando, realmente, sólo se conocían de un día. Pero para Dominqiue, visto lo visto, cualquier persona que pudiera interesarse por ella de una u otra manera, ya se convertía en una persona cercana, un amigo, pues pocas podía llamar cercanas con exactitud. Alphonse de La Rive era el único al que podía llamar amigo, algo triste para una muchacha con sus años, acostumbradas como estaban todas a rodearse de gente que lindara su edad y tonteando con el ligoteo propio que comienza a esas edades entre muchachos y muchachas. Algo que Dominique realmente ansiaba ya.
Sin embargo, de nada le había servido saber el nombre o apellido de su nuevo amigo, pues la dirección que había descubierto con éstos y a donde ella enviaba las misivas, parecía inexistente. O simplemente, Ambrose no quiere saber nada de mi… pensaba también en sus horas más tristes.

Un día como otro cualquiera, la puerta avisó de una llegada tan inesperada como deseada.