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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Corinne Strasse Lun Ene 25, 2016 11:06 am

Ahora estoy de regreso.
Llevé lo que la ola, para romperse, lleva
-sal, espuma y estruendo-,
y toqué con mis manos una criatura viva;
el silencio.

—"Nostalgia"


Quedaban tres minutos para la salida del sol y como cada mañana, Corina ya se encontraba despierta antes incluso, que cualquier otro licántropo de la manada que dormitaba a unos pocos metros de distancia.

Habían pasado tres meses desde que ellos la rescataron y dos meses exactamente, desde los que vivía sola en la cabaña más alejada de la manada. Aún no podía soportar el contacto ajeno a menos de que fuera algo necesario como en los entrenamientos diarios. Únicamente, la hembra alfa de los Nightray —Monic— tenía el permiso de visitarla libremente y a diario, después de todo si no hubiese sido por sus cuidados, su mente hubiese quedado más atrofiada de lo que lo estaba. Le debía la vida, y siempre que podía la ayudaba en pago a las noches que no se permitió ni dormir, cuidándola aquellos primeros días en que había llegado destrozada, e irreconocible. Sin embargo, hacia unos días en que no acudía a ella, ni la dejaba visitarla. Con el regreso sumamente lento de sus instintos y habilidades como licántropa, también habían regresado a regañadientes las indeseadas pesadillas que provocaban que muchas noches se despertase entre gritos y empapada en su propio sudor.

Respiró hondo y vistiéndose rápidamente, salió al exterior de la cabaña necesitada de aire fresco que la alejase de aquel extraño presentimiento que desde hacía noches, ahogaba su corazón. Enseguida salió y tomó aire fresco, los primeros vestigios de actividad y sonidos de la vida diaria de la manada llegaron a sus oídos. A pesar de encontrarse alejada de todos ellos, desde allí podía escuchar las risas de las más pequeñas y la voz autoritaria del líder, despertando a los lobos que les tocaba hacer la siguiente ronda de vigilancia.

Con una media sonrisa, se internó como cada mañana en el bosque que rodeaba su cabaña y caminó hasta dejó de oír las voces y cualquier otro ruido, que no procediese de la naturaleza. Cerró los ojos unos segundos disfrutando de aquel silencio y con pasos decididos caminó más lejos, donde se extendía uno de los lagos de la zona. Allí bebería agua y alejaría de su reflejo cualquier de sus demonios. Ese era su ritual desde que vivía sola y cada día lo seguía sin saltarse ni un único día. El captor que la retuvo por meses, en ocasiones solía jugar con su mente y uno de sus trucos más viles fue el de obligarla a verse en un espejo. En aquellos cristales se reflejaba su rostro tal cual era, pero en su mente solo podía ver en aquel reflejo el rostro de una autentica bestia. Y aquella bestia era la que el cazador y fanático le había repetido cada día antes de las torturas que deseaba arrebatárselo, quitárselo para salvarla. Los primeros días Corina jamás le creyó, pero al paso del tiempo, su espíritu fue quebrándose hasta pensar que quizás no merecía otra suerte que aquella, pues quizás no era tan diferente al verdugo que pintaba cada día las paredes de los barrotes en su roja sangre. Por suerte, esos días y esos pensamientos iban desapareciendo de su mente a medida se recuperaba. Iba lenta, pero a buen paso todo quedaba atrás.

Al llegar ante el lago, la mañana parecía despertar a un nuevo día en los bosques de París. Apenas el sol se asomó por fin sobre las montañas, una fina línea de oro rojizo se dibujó sobre las tranquilas y mansas aguas del pequeño lago. El agua bajo ella se encontraba inmóvil y lisa, como cristal pulido. Ni el mas mínimo soplo de viento parecía alterarla, hasta los peces de aquellas aguas nadaban tranquilos en aquella paz. Contemplando la tranquila superficie del lago, Corina observó su reflejo y  tras unos segundos una sensación perturbadora se adueñó de ella dejando incluso, su respiración atorada en su pecho. Sentándose en cuclillas, acarició con un dedo la superficie del agua y en ese momento, pensó en cuanto había cambiado. Ya nada encontraba en ella de su antigua yo, eran tan diferentes que todo el pasado ahora parecía ser un espejismo en medio el caos de su mente.

Miró fijamente su reflejo en el agua, buscando las diferencias que había entre la de antes y su yo actual y suspirando, la apartó tras permanecer viéndose unos largos minutos sin ver nada extraño. Seguía teniendo el mismo rostro a pesar de encontrarse más delgada y sus ojos, que no lucían exactamente como antaño, también eran los mismos. El cambio debía estar por dentro, se dijo al apartar la mirada y sencillamente dejarse caer en la hierba húmeda de la orilla. La joven pensó en pasarse la mañana en aquel oasis de tranquilidad y reafirmándose en su deseo de permanecer en el lago hasta que el sol hubiese salido en su totalidad por sobre las montañas cuando hipnotizada por la belleza del amanecer se vio admirando aquella belleza de la naturaleza, cuando entonces, el reflejo de una extraña figura en el lado contrario de donde se encontraba, se llevó toda su atención.

A unos metros de ella yacía un cuerpo tirado en la orilla, semi desnudo, lleno de algas y otras especies de plantas acuáticas. Sin pensárselo; Se levantó y corrió hacia aquel hombre.

En unos segundos se plantó a su lado y tirándose a la orilla le tomó de los brazos y tiró de él con fuerza para sacarlo completamente del agua. Con esfuerzo al final logró sacarlo del agua y dejándolo en el mullido manto de hierba que cubría parte de aquellas tierras, le volteó apresurada para descubrir dos cosas básicas. Primero; si respiraba o no y segundo; su identidad. La primera duda enseguida fue contestada cuando buscando el pulso en el cuello, lo encontró. El pulso parecía débil, pero ahí estaba. La segunda duda costó más de descubrir, pero en cuanto con las manos limpió el rostro del hombre que yacía inconsciente, Corina se paralizó. Su corazón sufrió un vuelco y llevándose las manos a su pecho, se contuvo del feroz deseo de golpearse la cabeza hasta despertar de lo que parecía ser un sueño, o mejor dicho; un mal sueño.

El hombre que acababa de socorrer, no era otro que el primer lobo que provocó que su vida diese un vuelco por completo. Astor Gray en persona, el mismo que la abandonó y que la mantuvo engañada por tanto tiempo se encontraba frente a ella vulnerable, débil y moribundo. El mismo inquisidor que siempre había permanecido fuerte y gruñón parecía haber vuelto a su vida, pero ahora en un giro macabra del destino, así como él pudo escoger entre matarla o dejarla con vida el día en que fue mordida, en ella ahora recaía la decisión de dejarlo morir o salvarle.

Y la loba, no parecía tener mucho tiempo para decidirse.



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Mensaje por Astor Gray Jue Feb 18, 2016 12:14 am

Arrastrándolo por los cielos en una gigantesca red de pesca, rebosante de destinos ignorados.
Elizabeth Gilbert


En un lugar desconocido, vulnerable y moribundo se encontraba Astor Gray; aquel inquisidor que siempre se mostraba salvaje, imprudente y confiado en sus habilidades y misiones, no parecía ser más que la sombra de lo que alguna vez fue. ¿El motivo? Uno tan sencillo y complicado de asimilarse que lo empujo tratar de llevar a cabo proezas imposibles.

Todo el asunto había comenzado meses atrás, cuando la mirada del licántropo se encontrara por primera vez con Gianna Castiglione, inquisidora enviada desde los cuarteles de Italia. En un principio, la atracción que sintiera el inquisidor por ella fue algo meramente carnal, pero al compartir misiones e intercambiar más discusiones que charlas, Astor comenzó a sentir por ella algo que nunca experimento por otra mujer y ¿Cómo no suceder algo así? Después de todo Gianna no era como todas las mujeres con las que tratará antes, ella era de decisiones firmes, no cedía ante nadie y sobre todo, parecía ser completamente inmune a la presencia de Astor, quien optó por hacerla caer por él costara lo que costara. Tal y como el licántropo esperó, la italiana no le hizo las cosas sencillas y fue después de mucho tiempo cuando logró uno de sus propósitos, llevarla a la cama. En cualquier otra circunstancia el embelesamiento de Gray hubiera terminado con eso, pero con Gianna no fue de esa manera. Contrario a desear alejarse de ella y no saber más de su existencia, Astor comenzó a desear algo más con ella, llevándole eso a pensar incluso en dejar su vida de libertinaje y ofrecerle a la inquisidora protección, compañía y fidelidad por el resto de su vida. El licántropo pues estaba ferozmente enamorado de la italiana pero siendo incapaz de expresárselo justo en el momento que se percatara de ello, prometió regresar al hogar de la inquisidora después de una importante misión, todo con la intensión de confesarse a ella y proponerle una relación seria.

Durante su viaje, el licántropo no dejó de pensar en la italiana y en su deseo de verla, así que apenas puso sus pies en París, se dirigió al hogar de la inquisidora, únicamente para llevarse la gran sorpresa de que todo estaba preparado para la mudanza de Gianna. La italiana pues, había pedido una transferencia de residencia, transferencia que no se llevó a cabo debido a que ella desapareció sin dejar ninguna pista. Los días siguientes a aquel hecho, la vida de Astor se había vuelto más caótica de lo que siempre fuera pues en una misión, el licántropo se encontró con un amor del pasado, encuentro que culminó con la revelación de que el inquisidor era padre de una niña de nombre Diana y aunque convertirse en padre de un momento a otro fue algo que evidentemente afecto al licántropo, no se comparó con lo que vino días después, cuando Gianna regresó convertida en licántropo. Que tanto ocurriera en poco tiempo, llevó tanto al licántropo como a la italiana a estallar de una manera en la que nunca debieron hacerlo y tras una discusión, Astor abandono el hogar de la italiana con la firme decisión de no volver a poner un pie en esa casa, algo de que más tarde se arrepintió al perder por siempre a la inquisidora.

Perderla fue justamente lo que lastimo profundamente al inquisidor, quien buscando no pensar en el dolor de su perdida ni en el arrepentimiento de sus actos, se embarco en tantas misiones como le era posible. Gray de hecho dejo de dormir y comer debidamente, dedicando todo su tiempo y esfuerzo a las misiones que le eran encomendadas. Su manera de lidiar con toda la situación fue viento en popa al inicio, sin embargo, conforme los días pasaban, Gray se volvía más errático y torpe, siendo la última misión en la que se embarco la que lo llevó a terminar en su estado actual.

La misión no era de hecho la gran cosa, simplemente la aniquilación de un quinteto de licántropos jóvenes que ocasionaban estragos en una zona boscosa. Creyendo entonces que se encontraba en estado optimo, Astor tomó la misión solamente para él y si bien encontrar a los lobos no resulto complicado, fue el enfrentamiento con ellos lo que encendió en la mente de Gray la alarma de que algo no estaba bien con él. Peleando pues con aquel molesto grupo cerca de los rápidos de un río, Astor comenzó a recibir más daño del que provocaba y si bien, dio tanta lucha como le fue posible, su cuerpo terminó por ceder no solo a las heridas, sino al cansancio acumulado y la mala alimentación.

Quizás de no haber estado tan cerca del río, aquella hubiese sido la última misión del inquisidor, pero para su fortuna, cuando la consciencia lo abandonó, su cuerpo no cayó en tierra firme cerca de sus enemigos sino que acabó por caer en el río. Rápidamente su cuerpo desapareció de la vista del quinteto, todo para ser arrastrado por la corriente hasta una orilla muy lejos del sitió en que cayó. En aquel lugar de calma y en peligro de muerte, era encontrado inconsciente por otra de las mujeres de su pasado, Corina.


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Mensaje por Corinne Strasse Jue Feb 18, 2016 6:24 am

Si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad;
si no podéis calmar, consolad.

—"Augusto Murry"


Desde aquella noche en que se había encontrado atrapada en las fauces y las garra de dos licántropos, hasta la noche en que llegó a casa de quien por un mes entero se convirtió en su particular y demente verdugo, toda su vida cambió hasta ser imposible retornar a su antigua vida, inclusive, a su antiguo yo.

Corinne desapareció, más fue antes incluso de que fuera presa por sus torturadores. Ella murió, hace dos años atrás en una despedida que la llevó hacia la actualidad. Fue allí, en la promesa de un anillo olvidado donde su corazón se  rompió en tantas partes, que ya jamás tuvo arreglo. Luego ella simplemente fue sobreviviendo, hasta que derrotada y a las puertas de la muerte, fue rescatada de los brazos de la parca y renaciendo, como las hojas de los arboles tras un duro invierno, renació como loba; una loba distinta. Corinne había desaparecido, pero y ahora… de nuevo, el destino la ponía a prueba.

Válgame el cielo… Astor—Exclamó al reconocerlo.

Acariciando con dedos vacilantes aquel rostro que como un espejismo había vuelto a ella, una triste imagen de quien una vez, años atrás había sido su prometido, con lentitud ahuecó la mejilla derecha del lobo en su mano y clavando la mirada en el pulso que latía errático a causa del cansancio, debilidad y de las heridas que se adivinaban bajo las ropas ensangrentadas, enseguida supo que debía hacer. Lo haría por cualquier otro que encontrase de esa forma, a fin de cuentas, a ella también la habían salvado y no iba a ser ella la que pasase por alto la oportunidad de resarcirse con su pasado. Le iba a devolver el favor, le iba a salvar la vida, pero luego… él desaparecería de nuevo de su vida, de ello iba a asegurarse personalmente ella.

No creas que con lo que haga ahora voy a perdonarte, tú te aseguraste de que Corinne muriera, pero yo… no voy a dejarte morir. Pero después de esto, ya no te deberé nada; Y tú tampoco.

Y con una resolución fría brillando en sus ojos, tiñéndolos de un color oscuro, apartó la mirada y se levantó completamente decidida.

Para alguien como uno de los tantos lobos de su actual manada e inclusive, para Astor, el levantar a otra persona y llevarla en brazos hasta un refugio podría ser cosa de niño. No obstante, para Corinne era un desafío. El lobo que debía llevar era uno de los más fuertes que conocía, su cuerpo —a pesar de la malnutrición que se le intuía a causa de su debilidad— aún era el de un guerrero, alguien entrenado para matar. Su cuerpo, estuvo segura Corina que era una de sus armas principales, y también, la más dañina, pues no solo mataba a quienes les ordenaban como si fuese un perro amaestrado, sino que también mataba a los que se le acercaban. Aquel cuerpo fornido, era el mismo que una vez le sacó todos los colores a la joven licántropa y aunque ahora fuese todo diferente, no sabía cómo no había pensado en que el trabajo de Astor debía de ser el de asesino. Antes de salvarla, él mismo la había intentado ahogar con su propia mano y por la forma en que fríamente procedió a terminar con su vida en aquel bosque cuando fue mordida, debería de haberlo sospechado. Quizás luego se arrepintió y de ello, que la salvase, sin embargo, eso no era motivo para que hubiese olvidado el altercado. Los buenos gestos hacían olvidar la maldad del mundo, pero ahora, se aseguraría de no olvidar.

Tomando a Astor de los brazos, Corina tiró de él hacia ella sacándolo de la orilla en la que se encontraba. Los pies masculinos dejaron de estar a remojo y una vez dejó atrás la orilla, vino la parte más difícil. La cabaña podía no estar muy lejos, pero arrastrando aquel cuerpo, la distancia parecía mayor. Tomó con más fuerza de sus brazos y con toda la fuerza que pudo, pasó al siguiente paso.  Lo arrastró hacia el bosque y agradeciendo que el agua borrase su olor hasta ahí, siguió completamente empecinada en llevárselo a su cabaña. Por el camino tuvo que pasar por encima de unas piedras con el cuerpo del lobo acuestas. La respiración de la loba era forzosa a estas alturas, y en cuanto la cabeza de Astor chocó contra una piedra que no había podido rodear de ninguna forma, la loba gruñó de cansancio al mismo tiempo que por primera vez Astor profirió una queja, apenas un susurro pero que alertó a Corina. Aún estaba crítico, no podía despertar y tampoco deseaba aguantar tan pronto, sus quejas y los ladridos que estaba seguro alzaría al cielo el bastardo al verla.

Tranquilo, estas bien…— susurró apresurada tomándolo esta vez de bajo los brazos para así cargar con medio cuerpo suyo —Te tengo Astor… estás a salvo.

Y si te duele, jódete… eso por abandonarme, pensó al mover de nuevo el cuerpo del lobo y que este volviera a gruñir, provocando que ella misma le gruñera con más fuerza. El licántropo no estaba para hacerle frente ahora, tampoco para intentar hacerse el fuerte, no cuando su cuerpo estaba desmoronado y completamente débil en sus brazos. Gruñendo contra su oído en un intento de apaciguar el lobo que le instaba a despertar, a duras penas llegó a su cabaña, abrió la puerta de un golpe y sin miramientos, lo dejó sobre el colchón que usaba como cama. Sin perder un ojo de su vigilancia, rebuscó entre los pocos muebles de su hogar en busca de tijeras, hilo, agujas y trapos que remojó en agua que puso al fuego. El tiempo apremiaba y como más rápido fuese todo, más posibilidades tenia de que pudiera sanar más rápido. Quizás solo le hicieran falta una o dos noches, a lo sumo; tres noches y con su partida, todo volvería a su cauce, de nuevo.

Regresó con todo el material al lado del licántropo y con cuidado empezó a cortar sus ropas. Concentrándose en las heridas y en todo lo que debía de hacer para mantenerlo estable, no dejó que nada más que aquello irrumpiera en sus pensamientos. Corinne se habría enrojecido, más Corina no dejó que la visión del inquisidor en interiores le alterara de ninguna forma. Había aprendido a no sonrojarse de la peor de las formas y ahora, aquel control de su cuerpo parecía ser una de sus notorias habilidades desde su despertar a la vida de nuevo. Una vez concluyó de quitarle su uniforme de inquisidor, limpió las heridas con el paño mojado. Pasó suavemente el paño por su piel y quitando todo rastro de sangre seca que había quedado por su cuerpo, procedió a con la ayuda de la aguja y el hilo a coser las heridas más profundas.

Corina agradeció las enseñanzas de Monik —la Beta de los Nightray, su actual manada— cuando había estado cuidándola, ayudándola a sanar heridas peores a aquellas que ahora trataba y sintiéndose lo bastante confiada, cosió las heridas con cuidado. La aguja traspasaba la piel y enlazando el hilo con el otro extremo, tiraba de allí con fuerza para que la herida cerrase correctamente. No era la mejor forma de hacerlo, pero sin duda, seguramente podría representar una ayuda que decantase la vida del lobo hacia la supervivencia. El tiempo allí agachada junto al cuerpo moribundo pasó rápido y solo terminó de coser la primera, fue a una segunda. Contando entre unas y otras, el cuerpo del inquisidor parecía un colador de heridas punzantes. Por suerte, no muchas eran graves. No habían llegado a sus órganos vitales, y una gran mayoría parecía solo haber traspasado su piel y algún que otro musculo. Seguramente el brazo izquierdo no pudiese moverlo por unos días por el desgarrón que presentaba, pero la licantropía lo ayudaría a sanar más rápidamente y pronto, podría olvidarse.

Secándose el sudor de la frente con un paño, concluyó de coser la última herida y depositando el paño húmedo en la frente del inquisidor, se levantó de su lado en busca de agua. Debía coger fuerzas para lo que venía. Había pasado lo más tedioso pero ahora, debía vendarle el torso, y luego vendarle las heridas e inmovilizarle el brazo izquierdo de forma que cuando despertase no pudiera hacerse más daño en aquella articulación. Bebiendo del vaso de agua, se volvió hacia el cuerpo del inquisidor y suspiró. Astor temblaba preso de la fiebre y allí, arropado por las pieles que usó para taparle, parecía un niño indefenso. ¿Cuánto podían engañar los depredadores? Se preguntó acercándose de nuevo a él y sentándose, lo arropó lo mejor que pudo, quedándose acostada a su lado.

Aquella noche y las siguientes hasta que Astor despertase, serían largas. Muy largas.



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Mensaje por Astor Gray Mar Mar 29, 2016 6:46 pm

Llegaron entonces los recuerdos,
retazos de vida a destajo,
cosas no hechas,
amores no devueltos,
cariño por dar, por recibir.


El destino jugaba con las personas de maneras inexplicables y misteriosas, usándolas como si de simples piezas de ajedrez se tratarán, mostrándoles una y otra vez que su vida no les pertenecía a ellos, sino a una intención superior de la que no podían escapar por más que lo intentaran. Con la muerte de Gianna, Astor había iniciado un camino que esperaba lo llevara a su propia destrucción, siendo esa una manera de escapar del sufrimiento y su destino, eso aunque él se dijera lo contrario. Sus intentos de evadirse sin embargo, desembocaron en lo que seguramente el destino tenía planeado para él desde hacía ya bastante tiempo, un reencuentro con Corinne Strasse.

La loba dueña de aquel nombre fue la primer mujer a la que Astor le pidió que fuera su esposa, aunque en aquellos tiempos lo hizo meramente por compromiso. Creer que había sido el licántropo que paso la maldición de la luna a la joven le hizo sentir responsabilidad por ella, una que creía saldaría haciéndola su esposa; sin embargo, con el tiempo que pasaron juntos y las situaciones que vivieron, Gray se dio cuenta de que ella no merecía unir su vida para siempre a alguien que no la amaba, por ende, a alguien que no la haría feliz nunca. Decidido entonces a no hacerla pasar por un infierno a su lado, Astor la abandonó. Fueron meses los que Astor se debatió entre dejarla ser feliz lejos de él o cumplir con la promesa que le había hecho, decidiendo finalmente regresar al lado de la loba, únicamente para darse cuenta de que ella había optado por abandonarle. Irónico le resulto a él sentirse herido y traicionado después de haberla dejado primero, pero creyendo que a fin de cuentas era lo mejor, se deshizo del anillo de compromiso y de todos los pensamientos que la incluyeran sin saber que al hacerlo, la condeno a vivir un infierno.

Ahora volvían a encontrarse, en una situación de vida o muerte justo como la que enfrentaron la primera vez que se vieron, solo que en esta ocasión, los papeles se invertían y la vida de Astor era la que pendía de un hilo; claro que también existían otros cambios dentro del nuevo encuentro, Corinne se había convertido en Corina y él, bueno, él no sabía quien era en aquellos tiempos.

Dentro de la inconsciencia generada por las heridas, el cansancio y el hambre; Gray sentía como era llamado a mantenerse con vida, a luchar y seguir respirando. Fue arrebatado así de las garras de la muerte por la mujer que decidida, cargaba su cuerpo hasta llevarlo a un sitió seguro, donde se dedico en cuerpo y alma a curarle las heridas y vigilar de él aunque en realidad no le debía absolutamente nada. El inquisidor se mantuvo inconsciente, sumergido en la oscuridad de un sueño del que no era capaz de despertar. A ratos escuchaba movimientos a su alrededor, sentía el cuerpo y el dolor, pero era apenas por breves momentos que le enviaban después nuevamente a un mundo oscuro del que le era imposible salir. Con la vida completamente en las manos de la licantropa, así fue durante cinco días en los que su cuerpo sano de manera lenta, llevando los esfuerzos de Corina a ese momento en que los ojos de Gray se abrieron para encontrarse en una cabaña desconocida.

Una vez que fue capaz de abrir los ojos, lo primero que enfrento fue el desconcierto. El licántropo se recordaba a si mismo enfrentando al quinteto que le enviaron aniquilar en los bosques, podía verse herido y al borde de su resistencia, recordaba haber pensado que aquel era su final y entonces… nada. Todo después de ese pensamiento se convertía en oscuridad, hasta ese momento. ¿Qué era lo que había pasado? ¿Dónde demonios estaba? ¿Cuánto tiempo llevaba en aquel lugar? ¿Por qué seguía vivo? Las preguntas se arremolinaban en su mente y para encontrar las respuestas sabía que debía levantarse. Con dificultad movió el cuerpo, sintiendo entonces los vendajes que impedían que las heridas más profundas se abrieran.
Demonios – susurró para si, levantando ligeramente la parte superior de su cuerpo buscando la manera más adecuada de incorporarse sin hacerse daño, en aquel movimiento fue que sus ojos se encontraron con una figura descansando a los pies de la cama donde se encontraba y sus ojos se abrieron ante la enorme sorpresa que se llevaba al descubrir la identidad de aquella persona – No es cierto… – con más fuerza de la necesaria e ignorando por completo las heridas que aún no cerraban del todo, Astor se sentó en la cama, notando entonces que su brazo izquierdo era el que se llevó lo peor del enfrentamiento, pero ¿Quién se interesaba en las heridas cuando tu pasado no paraba de regresar? Con los ojos fijos en el rostro de la loba, Astor se decía mentalmente una y otra vez que eso era un sueño, que aquello no podía estarle pasando. Debatiéndose durante algunos minutos sobre lo que tenía que hacer, Gray se decidió a terminar de una buena vez sus dudas respecto a si aquello era un simple sueño ocasionado por la gravedad de sus heridas o la realidad. Levantando entonces la mano derecha, fue hasta la mejilla de Corinne, cerciorándose entonces de que aquello era la realidad.

Ante su tacto, fue que los ojos de la loba se abrieron y por primera vez desde que Astor la dejará, se miraron fijamente.


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Mensaje por Corinne Strasse Jue Mar 31, 2016 6:00 pm

Cada vez que te miro
¿no te sientes ausente?
Si tu mirada queda en la mía
y tu cuerpo, en mi mente.

—"Anónimo"



El destino que una vez hizo de la joven licántropa una joven dulce y sumisa, ahora se había encargado de hacerla fuerte e independiente de todo cuantas ideas desde pequeña su padre le impuso. Tales ideas como la de que debía de encontrar un buen marido, debía mantenerle la casa limpia y debería de estar allí siempre para él. Si, lo que su padre había querido para ella al crecer, ella misma lo había estado a punto de conseguir, incluso por unos meses había rozado aquella imagen de perfección que estaba segura hubiese conseguido no únicamente la aprobación de su padre, sino también que se hubiese sentido orgulloso de ella. No obstante, aquello ahora quedaba atrás junto con otros tantos recuerdos que así como el nombre de Corinne, la joven había decidido dejar atrás. Corina ya no era la que había sido, su antiguo yo había muerto junto el extraviado anillo de su falso compromiso y no se arrepentía, pese al dolor y el sufrimiento que había tenido que pasar, al final había sobrellevado el infierno y ahora podía decir sin equivocarse, que nada podría más con ella. Que nunca más volvería a sentirse débil, a titubear. Y sin embargo, al final no parecía haber dejado atrás todo, sino que ahora su demonio particular, regresaba para atormentarla en la piel y en el rostro de aquel al que una vez amó.

¿No se había reído el destino suficiente de ella? Por el momento, parecía que la respuesta era un no rotundo.

Con los ojos entrecerrados y agotada psicológicamente por la razón de un trasnoche constante, los días fueron ido sucediéndose uno tras otro y por más que se esmerase en cuidar a todo momento al lobo herido, y a pesar de no dormir en todos aquellos días, él seguía sin despertar y Corina desecha, ya no sabía qué hacer. Lo había intentado todo, desde seguir cambiándole y ayudándole a sanar sus heridas con empastes de hierbas que ella misma preparaba, hasta bálsamos que la beta de la manada le hacía concretamente para aquel caso en particular e hiciera lo que hiciera, siempre obtenía la misma respuesta; Astor aún no se encontraba preparado para despertar, consiguiendo con aquello únicamente destrozar sus nervios.

Aquel era el quinto día y a pesar de encontrarse aún con las primeras luces de la mañana despierta todavía al lado de Astor, en silencio vigilando siempre que la respiración del licántropo fuese estable, no sabría recordar Corina cuantas veces perfiló con sus dedos su rostro o cuantas veces inconscientemente, sus ojos bajaron a su boca, a sus labios. ¿Cuántas veces en otros tiempos, ella le había mirado de aquella manera? Se preguntaba y tanto aquella pregunta cruzaba su mente, enseguida como si de un enfermo leproso se tratase, se apartaba de él. No podía permitirse ceder, caer otra vez en la misma jugada de aquel caprichoso destino que solo hacía que jugar con ella. Esto era una prueba y como tal la superaría. Costase lo que costase, Astor había reaparecido en su vida solo para que ella saldara su deuda de vida con él, devolviéndole el favor al devolverle la vida, pero tan pronto despertase y se hubiese sanado, tan rápido apareció, tan rápido volvería a desaparecer y esta vez, si, ya… para siempre, o aquello pensaba la loba.

Cansada miró una última vez que las heridas estuviesen bien cubiertas, y recostándose medio cuerpo en la cama a los pies del lobo, se tumbó unos minutos en un intento de descansar y apartar así de su mente la frustración que sentía y el desgaste que aquellas noches sin dormir. Noches, que ya habían hecho mella en ella, ralentizando exponencialmente cada uno de sus movimientos.

Al principio su pensamiento fue el de quedarse unos minutos, lo suficiente para poder poner la mente en blanco y luego regresar al lado de Astor y seguir monitorizando sus avances. La respiración calmada y profunda del lobo la ayudó ipso facto a relajarse, pero fue tanto su nivel de relajación, que mirando de soslayo el cuerpo masculino tapado entre las mantas rápidamente su cuerpo se colapsó tras los esfuerzos de mantenerse dormida y cerrando sus parpados, de un momento a otro sin desearlo, se durmió. No se durmió a su lado, todo y así, el calor del lobo parecía templar el frío de aquella cabaña en la que ella vivía y sostenida por aquel calor, su cuerpo se abandonó completamente al sueño, aunque este apenas no duro más que unas cinco horas, lo suficiente para al menos, cambiar la cara y poder haber descansado mínimamente algo.

En ningún momento Corina habría pensado en que fuera él quien la despertara, o que fuera él el primero en verla. Siempre había creído que sería ella quien lo despertaría y con la que se toparía con solo de abrir sus ojos. No obstante, pareció muy equivocada de ello, cuando una cálida mano rozó su mejilla, acariciándola y lentamente, ella lentamente volvió a la realidad. Pensando que podía ser de nuevo la loba que gobernaba junto a Raphel la manada, se removió y obligándose a atender a aquel llamado, se obligó a despertar odiando profundamente aquella interrupción en su tan necesitado descanso.

Primero fue apenas un suspiro, más luego sus parpados se abrieron topándose de bruces con aquellos orbes que llevaba tantos días deseando ver, por última vez ni que fuera y la respiración, se le quedó dolorosamente trabada unos segundos en su pecho.—Astor...—Lo llamó con un hilo de voz suave, como el tacto de una pluma y mirándole fijamente, le aguantó la mirada.—Despertaste,—añadió con un hilo dulce de voz, en un susurro. Se encontraba prendada de la mirada del lobo y tragando duro, relamiendose el labio inferior, intentó serenarse a pesar de que en ningún momento su mirada perdió detalle, ni contacto con la ajena. Solo ahora directamente enfrentada en aquella mirada del pasado se daba cuenta que a pesar de sus esfuerzos aquellos días, no se había preparado todavía lo suficiente para poder enfrentar de nuevo aquellos ojos. Los cinco días de espera, parecían no haber sido suficientes y Corina maldijo mil veces sin saber que hacer, como reaccionar, que decir. Únicamente podía pensar en mantener la calma y ni aquello, conseguía.

¿Por qué aún herido lucía de aquella forma? ¿Tan perfecto... tan él? ¿No podía simplemente aparentar estar hundido, herido, acabado como ella había estado cuando la rescataron de su infierno? Se preguntaba incapaz de apartar su mirada de la de él. En su fuero interno, la loba pataleaba colérica porque se viese idéntico a la última vez que despidiéndose con un beso lo recordaba en la puerta, preparado para irse a su “trabajo” y mientras aquello pasaba, una pequeña parte de su mente volvía a grabarse aquellos ojos que tanto había amado.

Pasaron minutos en los que simplemente e inmóvil y tumbada a sus pies, le observó. Él parecía no creerse que ella aún estuviese frente a él y la loba lo entendió perfectamente. Así se había sentido también ella al verle medio moribundo a las puertas de la muerte en la orilla días atrás, solo que la sorpresa de encontrárselo se la  tuvo que comer enseguida al comprender su delicada situación. En el caso del inquisidor, tenía más tiempo para hacerse a la idea y ya era mucho más de lo que el destino le había dejado a Corina.

Finalmente, desvió por primera vez su mirada en aquel reencuentro y esperando que la sorpresa diera paso a otras emociones en la cabeza magullada y sorprendida de Astor, no pudo pasar por alto lo que los movimientos para acercarse a ella había tenido que hacer y lo poco que había sido de cuidadoso con las vendas y sus heridas. —No deberías de haberte movido. —le dijo retomando una voz lejos de aquel susurro inicial con el que le había dado la bienvenida y levantándose a medias, lo suficiente para ponerse de rodillas pero seguir apoyada en la cama, se acercó a él y acarició con cuidado y sin vacilación una de sus vendas, en la que se asomaba un rastro rojo. —Esperemos no te hayas abierto la herida de nuevo, o tendré que volver a cosértela. — dijo observando atentamente su pecho con preocupación. Apoyó su mano delicadamente en las otras vendas y asegurándose que estuvieran intactas, regresó su mirada a la del lobo y empujándole suavemente hacia atrás le obligó a recostarse de nuevo en aquella cama, entre los mullidos cojines que le esperaban.

Allí aún le quedaban días por pasar y sobre todo, si de algo iba a hartarse en aquellos días conociéndole, era del aburrimiento. No obstante, no había otra; Ahora mandaba ella.



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El lobo que regresó sin ser llamado| Privado  Empty Re: El lobo que regresó sin ser llamado| Privado

Mensaje por Astor Gray Jue Sep 01, 2016 11:04 pm

Astor Gray prácticamente se había entregado a la muerte en las últimas semanas, esas que pasó diciéndose a si mismo que la muerte de Gianna era su culpa y pese a entregarse a ella de una manera tan descarada, era rechazado completamente. Gray seguía vivo, herido al punto de pasar noches y días sumido en la inconciencia, esa que solo volvía mayor la carga que Corina llevaba mentalmente. La mujer que alguna vez fue prometida de Gray permanecía al lado de su cama día y noche, aguardando porque los ojos del inquisidor se abrieran. El licántropo por su parte trataba de escapar de esa oscuridad que parecía estarle consumiendo pero todo el abuso que su cuerpo sufrió antes del ultimo enfrentamiento le pasaba la factura, impidiéndole ser capaz de despertar y darse cuenta del lugar donde se encontraba y con quien.

Fue hasta el quinto día estando bajo los cuidados de Corina y en el preciso instante en que el cansancio obligaba a la loba a cerrar los ojos que Astor finalmente abrió los ojos. Le dolía el cuerpo peor que si hubiera enfrentado una transformación, de hecho, el dolor eral tal que incluso podía asemejarlo a su primera luna llena esa que pensó haber olvidado y que revivía gracias al dolor ocasionado por el quinteto de lobos y las malas decisiones que tomo previamente a ese enfrentamiento. Entre sus borrosos recuerdos de los días previos a la misión y la nula información de lo ocurrido después de la misma, la mente de Astor comenzó a formular preguntas sin que él pudiera detenerla, siendo la última la que le resultaba más importante, ¿Dónde se encontraba?. Con esa pregunta en mente  y tratando de no pensar en lo complicado y doloroso que le resultaba moverse, Gray se obligo a si mismo a incorporarse, al menos lo suficiente como para poder responder su interrogante primordial pero siendo ese el momento en que sus ojos se toparon con algo que no esperaba volver a ver en la vida.

La loba aquella a quien decidió abandonar para que fuera feliz al lado de alguien que la amara seguía luciendo exactamente igual, de hecho, Astor pensaba que aquello que veía era parte de un sueño pues, ¿Cuántas veces durante el tiempo que pasaron juntos se encontraba con ella dormida en su cama? Muchas veces había ocurrido aquello y fue por eso que incrédulo de lo que veía, esperando en parte que aquello fuera solo una ilusión de su cansado y herido cuerpo, estiro su mano para poder rozar la mejilla fémina. La respuesta ante su tacto no fue la desaparición de la ilusión, por el contrario, la mujer abrió los ojos y se enfrento a su mirada, haciéndole saber que ella era real.

¿Qué más iba a pasarle? ¿No le había hecho pasar suficiente ya la vida como para hacerlo ahora enfrentarse de esa manera al pasado? Al parecer no. No era suficiente con haber perdido a una mujer que quería en su vida para siempre, ahora tenía que enfrentarse a aquella que había abandonado y por quien también sufrió. Aquella por quien había vuelto demasiado tarde pero que de manera inesperada volvía a él, ¿Era acaso que el destino quería decirle algo? Solo el tiempo podría responder esas preguntas pues Gray era incapaz de siquiera aceptar la realidad a la que ahora se estaba enfrentando.

El silencio instalado en la habitación fue roto por la suave y melodiosa voz de Corina, quien al pronunciar su nombre le saco al lobo una ligera sonrisa. Ante sus ojos seguía siendo la misma, aquella muchacha soñadora y alegre que sus ojos contemplaban diariamente, eso claro se lo parecía a él, pues la realidad de lo que ella había vivido la volvió diferente. Los ojos de Astor aún denotaban la sorpresa que para el significaba el encontrarla y de hecho eran sus ojos los únicos capaces de hacerle saber a ella que estaba aunque sorprendido, feliz de verla nuevamente. El licántropo siempre fue malo expresando sus sentimientos, su incapacidad de expresarse debidamente era lo que le hacía sentirse tan culpable respecto a la muerte de Gianna; él no fue capaz de hacerle saber a la inquisidora todo lo que significaba en su vida y eso lo llevó a perderla para siempre. Ahora, era necesario que aprendiera de ese enorme error sino quería seguir llevando muerte y destrucción a todos los que eran importantes para él.

Cuando el hechizo de la mirada entre ambos fue roto por ella, Astor pudo notar nuevamente el dolor en su cuerpo, el cansancio e incluso el hambre, todo aquello que quedó a un lado durante unos breves minutos gracias a la presencia de Corina. ¿Por qué seguía ella teniendo al parecer tanto poder sobre él? Porque si bien recordaba el tiempo que vivieron juntos, su mal genio, su ira e inclusive algunas de sus malas actitudes desaparecieron bajo la influencia y presencia femenina. Un quejido salió de sus labios, mismo que esperaba Corina no hubiera notado pero todo en vano. Los ojos de la loba recorrieron los vendajes y el cuerpo entero de Gray antes de que de sus labios saliera una reprimenda.
Tenía que moverme, no podía quedarme recostado sin saber dónde o con quién me encontraba – aseguró sin apartar la mirada de ella o al menos no lo hizo hasta que Corina estuvo mucho más cerca, comenzando entonces a revisar los vendajes que cubrían su cuerpo pero en especial, uno que parecía estar nuevamente manchado con la sangre del inquisidor. Con una firmeza inesperada Corina hablaba sobre volver a cocer su herida, ¿Es qué no pensaba más que en eso? ¿No se daba cuenta de que estaban reunidos nuevamente? ¿No pensaba preguntarle que pasó cuando la dejo? O mejor aun ¿No planeaba decirle por qué se fue ella? Ante las interrogantes que se arremolinaban en su mente y cierto grado de furia al verla tan aparentemente tranquila revisándole, Gray sujeto de manera firme una de las manos de la loba – ¿Cuánto tiempo llevó aquí? ¿Dónde me encontraste y por qué me ayudaste? – hizo una pausa. Preguntaba lo que se suponía debía ser lo reglamentario y primordial en ese momento, sin embargo, no podía contener más todo aquello que le rondaba la mente y preguntas que no debían ser hechas, fluyeron de sus labios como si de una conversación común se tratara – ¿Por qué te fuiste sin decirme nada? ¿Qué ha pasado contigo y cómo terminaste aquí? – necesitaba saberlo todo de ella y no le importaba el que sus preguntas pudieran causarle algún malestar o inconveniente a la loba.


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