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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Annabel Hemingway Vie Ene 29, 2016 8:17 pm

“Tears, idle tears, I know not what they mean,
Tears from the depths of some devine despair
Rise in the heart, and gather to the eyes,
In looking on the happy autumn fields,
And thinking of the days that are no more.”
― Alfred Lord Tennyson


La mansión de Baldassare no terminaba de sorprender agradablemente a Annabel, tal y como volvió a comprobar en el momento en que pisó el interior de la habitación que había mandado a preparar para ella. La misma volvía a desplegar un gusto impecable, al igual que lo hacía todo lo que había visto hasta ahora. Ignoraba por cuanto tiempo había sido dueño de la misma, si él era el único responsable de la decoración o no, aunque dudaba que hubiera autorizado algo que no le agradase, por lo que sonrió de lado imaginando que todo era obra del gusto del vampiro.

Se dirigió a la ventana, observando los rayos de la aurora, con expresión meditativa, abrazando su torso con los brazos. No notó cuando el mayordomo abandonó la habitación y, cuando volteó finalmente, encontró que el hombre le había dejado ropa para dormir sobre el colchón. Se sentó sobre la cama y exhaló largamente. Sus pensamientos se detuvieron un momento en el pintor y luego se dejó caer de espaldas sobre la cama. Ni siquiera se cambió, sin que llegara a anticiparlo el sueño se apoderó de ella y se entregó a el como no lo había hecho en semanas.

Algunas horas después escuchó un par de golpes discretos en la puerta. Alguien de la servidumbre venía a entregarle el vestido que había ordenado traer con su cochero. Se frotó los ojos, aún medio dormida, se dirigió al cuarto de baño que se encontraba anexo a la habitación aceptando que un par de doncellas le prepararan un baño. ¿Cuánto tiempo había dormido? Se sorprendió al notar que había transcurrido más tiempo del que pensaba. No había hablado con Baldassare de cuanto tiempo se quedaría. ¿Le parecería mal que aún estuviera allí cuando despertara?

Las doncellas abandonaron la habitación y poco después la joven, ya arreglada, hizo lo mismo; caminando por los corredores de la gran casa se aventuró a echarle un vistazo. Habían muchas puertas cerradas pero una de las que no lo estaban daba a un salón en el cual había un piano. Se encaminó a el y sonrió levemente. Hacía mucho no se aventuraba a tocar algo, distaba mucho de ser un prodigio pero a François siempre le había gustado escucharla y a menudo le preguntaba por qué no había continuado practicando.

Colocó sus largos y finos dedos sobre las teclas del piano y toco un par de ellas sólo para probar el sonido. Repentinamente sintió como si estuviera en otro lado, en otro salón, frente a otro piano... Sus dedos adquirieron voluntad propia moviéndose sobre el teclado mientras cerraba los ojos y dejaba que por primera vez en mucho tiempo fueran recuerdos felices los que dominaran en ella. Sonrió mientras su rostro resplandecía como lo hacía antes, en aquel tiempo ya olvidado, y las paredes del salón fueron el único testigo de como las ondas de sonido viajaban entre las mismas reproduciendo la famosa melodía de Beethoven "Para Elisa"...
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Mensaje por Baldassare Donizetti Dom Feb 14, 2016 5:34 pm


“Music expresses that which cannot be put into words and that which cannot remain silent”
― Victor Hugo


Lo que él hacía distaba mucho de dormir. Era más bien como un reposo tras la jornada nocturna y como los humanos, a veces le costaba más llegar a ese estado de estupor que te permite finalmente descansar. Como esa noche. Baldassare no era alguien que se dejara dominar por sus emociones, tras tantos siglos sobre la tierra, resultaría incluso anacrónico. Pero aquella mañana, el vampiro milenario sentía sobre la piel y debajo de ella los rayos del sol que se levantaban para dar paso al día. Él no los conocía, todo recuerdo de su mortalidad había sido suprimido y no podía decir a ciencia cierta cómo se veía la luz del astro rey o cómo se sentía su calor. Pero podía advertirlo esa madrugada. Era demasiado consciente que puertas más allá, dormía Annabel, su invitada.

El cansancio finalmente lo venció y logró navegar en ese letargo sin sueños que lo invadía y le daba ganas de no volver a despertar. Sin embargo, esta ocasión una serie de visiones invadieron el único lugar sano y blanco que aún conservaba. Se soñó a sí mismo, caminando por las calles de la Roma antigua, a plena luz del sol. Llevaba sandalias de cuero y una túnica de algodón. La capa iba sostenida por una hebilla con una C grabada y llegaba finalmente al senado, donde hombres que le duplicaban la edad no dejaban de hablar a gritos en un latín perfecto que Baldassare hace mucho no oía. Uno de aquellos sujetos, vestido como él, perteneciente a los Cien también, se giró y le sonrió. Llevó una de sus ancianas manos al cielo, lo estaba saludando. «Ave, Caesar…» vio que sus labios pronunciaban, pero no lo escuchó, y cuando fue a decirle su nombre, despertó.

Tomó una bocanada de aire y se sintió desubicado hasta que poco a poco se dio cuenta que seguía en su casa, en París. Una lejana melodía de piano sustituyó la sorpresa y emoción por su sueño. Con calma se puso de pie y se preparó para salir. No sin antes cerciorarse que la oscuridad ya reinaba en el exterior. Era un poco temprano a su hora habitual para despertarse así que no había ningún sirviente a la espera. Cuando estuvo listo, salió y con paso ligero, como un fantasma, siguió la senda que las notas marcaban, hasta que finalmente llegó al salón del piano, una enorme sala destinada para reuniones numerosas, si es que él fuera un poco más social.

Se quedó unos momentos observando a la distancia, sin darse cuenta que sobre sus labios descansaba una sonrisa discreta. Una vez que la interpretación hubo terminado, avanzó sin hacer ruido y tomó asiento junto a Annabel.

No deja de sorprenderme, señorita Hemingway —le sonrió—. Siempre he apreciado a la gente que sabe tocar un instrumento, pues aunque me he perfeccionado como pintor y escultor, la música nunca ha sido mi fuerte, no es que no sepa apreciar tal expresión —dijo con una suavidad en su voz que quizá se notaba estudiada por el simple hecho que hace unos momentos un sueño por poco le devela su verdadero nombre, pero en ningún momento fue falso. Acarició las teclas de marfil del portentoso instrumento de brillante negro.

Me alegra encontrarte aquí todavía. Debes saber que puedes quedarte todo el tiempo que quieras —se acercó a ella como para confesarle un secreto—. Mi servidumbre debe estar un poco consternada, pero alegre de verme acompañado —y le guiñó un ojo.

En ese instante se escucharon unos pasos sobre el pulido suelo de piedra berroqueña a sus espaldas. Baldassare se giró y le sonrió al mayordomo que se acercaba a ellos. Le asintió sin necesidad que el mozo abriera la boca, mismo que regresó por donde había venido.

Creo que la cena está lista, pero si no te importa, me gustaría aguardar un poco —y no se movió de su lugar. Él después de todo no comía como lo hacían el resto y si era ella la que tenía hambre, podían posponer su charla.


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Mensaje por Annabel Hemingway Mar Mar 01, 2016 2:54 am

"Time is a sort of river of passing events, and strong is its current;
no sooner is a thing brought to sight than it is swept by and another takes its place,
and this too will be swept away".
― Marcus Aurelius


Aún se encontraba inmersa en su ensueño, en una tierra existente entre la realidad y los recuerdos. Allí se encontraba ella. Su mente era consciente de que aún sus dedos se movían para continuar tocando el instrumento, pero al mismo tiempo permanecía en el pasado, observándolo todo y experimentándolo todo, como si realmente estuviera de vuelta en el hogar de antaño, pero a la vez, como si de alguna forma misteriosa este se entremezclase con el lugar en el cual se encontraba ahora, irradiándole una sensación de bienestar que la loba hace mucho tiempo no sentía.

Abrió los ojos lentamente, consciente de que ya no estaba sola en el salón pero no cambió de posición ni hubo alteración alguna en lo que hacía. Permitió que la música que producía continuase viajando alrededor con sus invisibles ondas que acariciaban las paredes hasta que finalmente estas se desvanecieron como los suspiros de una brisa que mengua poco a poco pero que aún puedes percibir acariciando tus sentidos.

-Espero que el impulso de recordar esta expresión no haya acortado abruptamente tus horas de descanso.- Sonrió de medio lado observando a su anfitrión de reojo tras tomar él asiento al lado suyo. -Ignoro que tan cerca pueda estar este salón de tu habitación y si he podido perturbar tu sueño, espero que no haya sido ese el caso.- Observó las pulcras teclas y las tocó despacio, como si las calibrase una a una al presionarlas. -No te impresiones mucho, me temo que mi alcance en este instrumento tenga sus limitaciones, y si llegases a conocerlas ya no logre sorprenderte tanto. - Lo dijo a modo de chanza mientras su mirada le seguía al acercarse él a susurrarle algo.

Escuchó con curiosidad su revelación y rió por lo bajo antes de contestar. -Al menos le estamos dando con qué entretenerse a la servidumbre durante un rato.- No dejaba de ser entretenido el imaginarse que repentinamente se habían convertido en los protagonistas de una historia algo escandalosa ante los ojos del personal. -Me cuesta creer que no recibas visitas más a menudo. Supongo que algo tenemos en común a pesar de cualquier diferencia tácita. Somos un par de ermitaños.-

Su mirada se detuvo en él antes de desviarse por encima de su hombro para observar al mayordomo que entraba discretamente en el salón y se marchaba tras un tácito entendimiento con su señor. -No tengo apetito aún... así que si a tu vez no te molesta descubrir mis discrepancias con el piano... no tengo problema alguno en postergar la comida.- Le guiñó el ojo a su vez y jugó a tocar torpemente el inicio de Brilla, Brilla, Pequeña Estrella, de Mozart. No podía negar que se sentía a gusto. Le agradaba el lenguaje de Baldassare y en ese momento no tenía prisa alguna por comer o por prescindir de su compañía. Así lo indicó de cierta forma la melodía que abandonado su torpeza se tornó en una más profunda y emotiva.
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Mensaje por Baldassare Donizetti Sáb Mar 26, 2016 2:32 am


“I like being alone.
Therefore, in order to win me over,
your presence has to feel better than my solitude.”


Todo lo contrario. Todo lo contrario, pensó Baldassare ante las preocupaciones de Annabel, pero de momento, no dijo nada. Sabía que cuando serenaba el rostro de ese modo, y su mirada de profundo azul se volvía tan calmada, no hacía falta que dijera mucho más. Ese era el problema con el vampiro; tras tantos siglos, había aprendido a conocerse demasiado bien. Sabía exactamente qué reacciones solía provocar, pero en ocasiones como esta, aquello más bien jugaba a su favor. Terminó con una risa suave. No sabía si ella estaba jugando a la humildad, o era real su declaración, pero en cualquiera de los casos, le pareció encantador.

Así es. Muchos de ellos llevan años conmigo. No deben ser tontos y se dan cuenta que no he cambiado, que no envejezco, en fin… —se encogió de hombros—, desde luego, con tanto tiempo de convivencia, han llegado a preguntarse sobre mi afán de salir poco y nunca traer gente por aquí. Se preocupan, digamos. Este sitio es perfecto para lo que buscaba, y sigo buscando. Por eso precisamente lo adquirí. Inaccesible, hermoso y algo misteriosocomo él. Sin embargo, aunque el ego conducía muchas de sus acciones, no llegó a hacer esa conexión; tampoco se la vivía fijándose en su grandeza. Sabía que la tenía, no necesitaba alardear de ella.

En ese pequeño discurso vago no sólo confirmó la aseveración de su invitada, sino que de manera muy desdibujaba, explicaba algo del por qué de ese comportamiento. Entonces Annabel decidió que aún no tenía apetito y a él le gustó la idea de quedarse un poco más en el salón del piano. Sin decir más, prestó toda su atención a las manos poseedoras de una decena de hábiles dedos. Al principio parecían jugar para luego ir transformando la sencilla melodía de Mozart en algo más. Algo más grande. Más significativo. Guardó silencio porque le pareció lo más correcto.

Disfrutó de la interpretación de Annabel. No sólo técnicamente fue impecable (reafirmando así que lo de antes fue falsa modestia), sino que lo conmovió, y siempre, siempre, por sobre todas las cosas, Baldassare apreciaría las expresiones que lograran remover algo en su interior. Recordó su ensoñación de esa tarde. Y todo tuvo sentido. Había sido ella quien, con su conversación, había logrado atizar un poco las cenizas de su memoria, apagada hace milenios; eso era más de lo que muchos habían conseguido. Y ahora, tocando el piano, cerraba el círculo perfecto.

Con calma y suavidad, tomó la mano de la mujer que tenía más cerca. Aunque fue un movimiento tranquilo, hubo algo en la fuerza implementada que se notó posesiva. La miró a los ojos, terminando abruptamente la canción. Se llevó la mano que sostenía con la propia al pecho. Ahí donde un corazón que no recordaba, alguna vez bombeó sangre con fuerza.

Gracias —le dijo con claridad. Como si quisiera que cada sílaba de la sencilla palabra quedara grabada en el ambiente—, por tu compañía. Existimos a los que nos gusta la soledad, pero es muy distinto a estar solos, y estos días en los que me has acompañado, me ha quedado muy clara esa diferencia —la soltó, dejando caer su mano sobre las teclas, mismas que se quejaron un poco, sin llegar a producir notas claras.


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Mensaje por Annabel Hemingway Miér Abr 06, 2016 6:50 am

“The meeting of two personalities is like the contact of two chemical substances: if there is any reaction, both are transformed.”
― C.G. Jung


Una media sonrisa aún continuaba dibujada en los labios de Annabel y su mirada aún seguía el movimiento de sus propios dedos mientras tocaba aquel instrumento. Sin embargo, aunque estuviese enfocada en ello y su semblante así lo reflejase, sus sentidos no perdían detalle de lo que hacía su anfitrión ni dejó de prestar atención a las palabras que modulaba a su lado acompañando el sonido de las notas musicales.

-Yo lo consideraría una fortaleza y un refugio a la vez aparte de lo ya mencionado. Algo imperecedero, un castillo que conserva la misma belleza en el presente a pesar del paso de los siglos, y que debe mucho de ella al hecho de que sea inaccesible y por qué no decirlo, también a que sea selectivo para decidir quienes entran en el.-  Su sonrisa se volvió reflexiva tras decir esas palabras.  -Quizás algún día, en un futuro que espero no sea tan lejano, si aún mi pecho continua inhalando y me demuestra que sigo viva, pueda persuadirme a mi misma de permitirme encontrar algo así. Fortaleza y refugio a la vez...-

Dejó de pronunciar palabra y permitió que fuese solo la música quien reemplazase el intercambio verbal, insuflando en su reproducción de Mozart algo de esa misma intensidad que la caracterizaba, lo cual confirmaba que inevitablemente esta se veía a menudo reflejada en mucho de lo que hacía, aún si no lo notaba de forma consciente.

Su estado únicamente se vio interrumpido por el movimiento que sus ojos atisbaron incluso antes de que la mano ajena alcanzase la suya. Las notas se interrumpieron inesperadamente produciendo un sonido inarmónico a la vez que su mirada se posaba en aquella que la miraba de vuelta. Allí la mantuvo cuando su palma entró en contacto con el pecho masculino, y al hacerlo, algo se removió en ella. La loba lo percibió y permitió que su mano descansara en esa zona, atenta, prestando atención a aquello que transpiraba en su interior. Así permaneció hasta que volvió a estar libre y la regresó al espacio sobre su regazo.

-La soledad tiene su encanto, atrae y te envuelve en ella, te permite encontrarte a ti mismo pero también su abrazo puede volverse frío. Quizás cuando pasas mucho tiempo en su única compañía llegas a disfrutar ese abrazo o al menos te convences de que lo haces. ¿Pero quién puede convencerte de que ese estado es real o no, si es tu propia mente quien así lo decide y lo dictamina?-

Entornó los parpádos y alzó su mano para colocarla encima de la de la que él había abandonado sobre el teclado. - Mente, sentidos, percepciones... Al final estamos hechos de ellos y nos dejamos guiar por los mismos.- Presionó suavemente la mano de Baldassare; percibiendo como se mezclaban las temperaturas de ambos, tan diferentes en naturaleza, aunque en ese momento no se lo parecía. -Hablar contigo me ha hecho pensar en ciertas nociones sobre mi misma que daba por sentadas y examinar la validez de que todo lo que visualizo se defina en términos a corto plazo. Eso es algo que debo de agradecerte... e igualmente tu hospitalidad.-
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Mensaje por Baldassare Donizetti Dom Mayo 08, 2016 1:41 am


“I was a monster of isolation for so long.”
— Friedrich Nietzsche, from a letter to Paul Rée


El encuentro, como ellos mismos, enfrentados por un guerra milenaria a que ambos, al estar ahí juntos, habían dado la espalda; se componía de contradicciones. No que eso fuese algo malo, al contrario. Presente y pasado, soledad y compañía. Las palabras de Annabel una vez más reafirmaron la agudeza de la chica y Baldassare a cada momento se sentía más fascinado. No creyó que fuera posible, no cuando el embeleso ya era grande en su intercambio epistolar. Sin embargo, ahí estaba. Deslumbrado, no iba a mentirse, como hace años no se sentía. Asombrado y contento. Y eso último, sobre todo, era evidente en su semblante.

No creí que nos fuéramos a poner metafísicos —bromeó y negó con la cabeza, mientras sonreía—. Tienes razón. El estado de soledad puede incluso ser simplemente mental. Estar rodeado de gente, y seguir solo. Hay soledades que pesan, y hay otras que confortan. Me gusta pensar que la mía es de ese segundo tipo, pero no lo sé. Como dices, engaño a mi propia mente, porque así de poderosa es —concluyó.

Dejó que Annabel lo tomara de ese modo. De inmediato pudo sentir la diferencia que existía entre ambos. Frío y caliente. Muerto y vivo. Observó por algunos segundos la unión de sus manos, la palidez de la suya, el color y el pulso en la de ella.

No tienes nada que agradecer. Me has pagado con creces, porque de igual modo, he puesto en perspectiva lo que soy. Puede sonar aterrador y quizá lo sea, pero siempre estoy dispuesto a ello. A mis años, no puedo mantenerme en solo sitio, físicamente por supuesto, no obstante resulta más peligroso hacerlo acá… —con la mano libre llevó el índice a la sien, indicando la cabeza, haciendo alusión a la mente—. ¿Te imaginas? Nací en los albores de la República Romana, sería absurdo de mi parte mantener los ideales de aquella época —agregó con candidez y sin romper el contacto. Se sentía bien y correcto y quién era él para interrumpir algo así.

En cuanto a la hospitalidad… eso sí me cuesta más trabajo —sonrió—, no soy un buen anfitrión y estoy haciendo lo mejor que puedo —rio levemente. Sin embargo, era verdad. Por la misma razón que le había explicado hace unos momentos: casi no recibía visitas, por lo tanto, dichas habilidades estaban oxidadas. Siempre había sido un solitario, a excepción de su servidumbre.

Dime, ¿cómo te imaginas esa fortaleza en tu futuro? A veces creo que los lugares que habitamos son reflejos de nosotros. Como ves, esta casa es lúgubre y oscura, y es porque soy un anciano lúgubre y aburrido —movió con habilidad la mano que estaba debajo de la ajena e hizo que ahora los papeles quedaran invertidos. Apretó levemente.

Las mujeres en general siempre le habían parecido un misterio. Annabel en particular era el enigma más hermoso de ellos. La contempló con ese mismo afán de quien ve una bella pieza de arte por primera vez y se siente sublimado. Pero no por la evidente belleza, sino por lo que existía detrás, por el mensaje que trasmitía. Por lo que significaba para el mundo y lo que significaba para ti. La cuestión aquí era la siguiente: que no era la primera vez que Baldassare la veía, sin embargo, se seguía sintiendo igualmente maravillado como la primera vez.


Última edición por Baldassare Donizetti el Dom Jul 17, 2016 10:26 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Annabel Hemingway Sáb Mayo 21, 2016 2:48 am

"Holding his hand was like holding a butterfly. Or a heartbeat. Like holding something complete, and completely alive."
― Rainbow Rowell, Eleanor & Park



Luces y sombras. Vida y muerte. Presente y pasado. Tales eran los contrastes que se habían entrelazado y que constituían el tema de conversación palpable entre ambos desde que se presentó en el umbral de la puerta de la mansión del artista, y a pesar de que su previo intercambio de palabras no había estado carente de revelaciones y de la presencia de fuertes emociones, fue en ese instante, mientras observaba a su anfitrión, sentado al lado suyo cuando la joven se sintió mayormente compelida por cada una de las emociones que dichos contrastes evocaban en ella. Y sin embargo, no se presentaron en su ser de forma sombría, sino todo lo contrario, de repente podía sentirse enfocada en el presente y sentir su alma más ligera.

Lo adujo al poder compartir sus pensamientos con Baldassare y poder repasar temas que llevaba clavados adentro de ella, sin necesidad de dobleces. Poder mostrarlos tal cual eran y que él siguiese mostrándose interesado en lo que ella decía. Se echó a reir cuando mencionó que se habían vuelto metafísicos. -Es un hábito mio el embarcarme en ese tipo de reflexiones, y en ocasiones lo hago con tal concentración que no me percato de que quizás puedo abrumar a otros. Aunque me agrada percatarme de que te tomas ese aspecto mio de buena manera.- Sonrió de lado, escuchando sus reflexiones.

Desde la noche anterior se había percatado de que le agradaba escuchar a Baldassare, no simplemente oír su voz y seguir su conversación, sino comprender el significado de todo aquello que le decía, examinarlo y desmenuzarlo, de forma tal que le había asistido en comprender de mejor manera quien era él y a la vez en intercambiar una figura epistolar por una de carne y hueso. Comprender también que aquello mismo que le había cautivado en sus cartas, se encontraba igualmente presente al intercambiar palabras finalmente, y por ello estaba disfrutando en ese momento con todo aquel que él le expresaba.

-Te renuevas de acuerdo con el paso del tiempo.- meditó en voz alta, cuando comentó que no podía conservar los mismos ideales de la República Romana. Había algo en su acompañante que irradiaba su origen. Fue lo que pensó mientras observaba ambas manos, aún unidas, sin apresurarse a romper el contacto. Pero no tenía que ver con el hecho de que Roma fuese una ciudad que hubiese dado luz a numerosos artistas o que fuera la cuna del desarrollo de muchas formas del arte. Tenía que ver con algo más intrínseco en él, algo en su porte, en su manera de andar, algo que simplemente con mirarle le inducía a pensar en los antiguos césares de túnicas blancas, o incluso en los dioses romanos.

-Si hubiera alguna manera de hacerte recordar...- expresó en voz alta. -No dudo que ya lo hayas intentado... es sólo que repentinamente quisiera poder hacer algo. No sé.- Exhaló, logrando de esa manera que el flequillo de su oscuro cabello se agitase alborotado como lo estaba su interior al reflexionar en ello.  -Retribuirte de alguna manera por el solaz inesperado que he encontrado en este refugio tuyo.- Esperaba que no tomara a mal sus palabras, teniendo en cuenta que el tema era delicado.

-No eres mal anfitrión. Es posible que no lo hayas sido por mucho tiempo pero conmigo te has mostrado bastante hospitalario. Y por otro lado, ¿realmente te crees eso de que eres lúgubre y aburrido?- Volvió a reír, entretenida por la forma en que él se veía a si mismo.

-Pero si el lugar que uno habita ha de ser un reflejo de uno mismo, no me gustaría que mi fortaleza me reflejase a mi. Quisiera que fuese muy elevada y rodeada de jardines, para poder salir a sus terrazas y observar los mismos, al igual que sus alrededores verdes; y de esa forma palpar ese hilo invisible que me ata a la naturaleza desde el momento en que fui convertida en lo que ahora soy. También la quisiera localizada cerca del mar, para poder observar asimismo el vaivén de las olas que mueren en la costa y poder ajustar mi respiración a la misma en mis momentos de mayor intranquilidad y así aplacarme.-

Notó la presión de la mano masculina sobre la suya, y devolvió la mirada hacia ambas manos. -A veces dos elementos diametralmente opuestos pueden de alguna manera, tornarse uno único y demostrar una inigualable hermosura...- Su voz se tornó ronca al decirlo. Si, era cierto que estaba refiriéndose al tacto de él junto al suyo, pero era también cierto que se acababa de percatar de que era así, y de que la mera noción la inquietó sobremanera.

Su mirada deambuló un momento antes de detenerse en la de él e igualmente se percató, por primera vez, de que le gustaba adentrarse en su mirada azul y de que cuando lo hacía distaba mucho de ver a alguien lúgubre y aburrido...
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Mensaje por Baldassare Donizetti Lun Jul 18, 2016 10:31 pm


“What good is the warmth of summer, without the cold of winter to give it sweetness.”
― John Steinbeck


En ese momento, escuchándola como una dulce melodía que trae consuelo a los afligidos, un manto de estrellas, una torre de marfil y un arca de la alianza, Baldassare se dio cuenta de lo terrible que era que ella aullara a la luna y él fuera mensajero de la muerte. Atroz, suficiente como para que ese encuentro entre ambos desafiara las leyes arcaicas, que ya no les servían, como jóvenes rebeldes. Asintió levemente sin apartar su mirada de la ajena, oscura como oscura es la caverna más hermosa debajo de la superficie.

Oh, no te preocupes por eso —se apresuró a decir—. Yo he dejado de preocuparme. Es algo con lo que aprendí a lidiar, tiempo he tenido de sobra. No se lo deseo a nadie, ni de ningún modo considero que esto sea algún tipo de bendición, pero no dejes que te robe la paz, ¿de acuerdo? —Sonrió de lado. Con ese gesto, de ese modo, era el chico de 25 años que aparentaba ser, apuesto, de rasgos definidos y porte elegante. No era el vampiro, ni el melancólico artista. Sólo él, Baldassare.

Se encogió de un hombro, restándole importancia a el hecho de que se veía como alguien lúgubre y aburrido. Estiró la mano que tenía libre y acomodó el flequillo de cabello castaño detrás de una oreja. Tardó más de lo que debía en romper el contacto. No habló, dejó que ella lo hiciera, pero a cada palabra que decía, tenía más clara una cosa.

Oh, Annabel —comenzó—. ¿Y no crees que esa descripción que me has hecho es un reflejo tuyo? Fuerza y belleza. Un vistazo a un interior que es más de lo que dejas ver. El constante oleaje que con vehemencia quiere moverte, pero tú te niegas. Como lo veo, es un reflejo tuyo. Eso, y que espero que si algún día tienes ese refugio, me invites una copa —guiñó un ojo, como para restarle seriedad—, ah, sólo que sea de noche, por favor —añadió en tono de broma.

Esa es la belleza. La que conmociona. Y no hay nada más subversivo que los opuestos que se conjuntan para crear algo nuevo, y mejor —con el pulgar acarició el rostro de la mano que sostenía. Estaba en terreno peligroso, lo sabía.

Por un instante más, observó ambas manos. La suya tan pálida como el mármol o como la espuma del mar. La de ella tan viva como la hiedra que crecía en las paredes de esa misa casa, como el ave al alba, como los ciclos de la luna. Soltó el aire contenido, diciéndose que eso no podía continuar, cualquier cosa que fuera. Carraspeó.

Creo que deberíamos ir a cenar —retiró su mano y de inmediato ésta se sintió más fría. Más de lo habitual, a pesar de que su tacto siempre era helado. Se antepuso ante la sensación y se puso de pie. Ofreció su mano, como si la invitara a bailar—. ¿Nos vamos? Mis cocineros se han esforzado mucho, no podemos hacerlos esperar —sonrió cordial.

Regresó a esa pulcra educación, aunque la cercanía previa seguía palpable. Su condena era demasiado grande como para arrastrarla a ella. Y sus modos demasiado duros, también. Un hombre o una mujer ven a alguien, tienen una conexión, y se enamoran. Baldassare no funcionaba así, él era distinto, mucho difícil, como una montaña que no se puede conquistar. Una cima perínclita. Inexpugnable.

Y al girar el rostro, al volver a verla, sí, se daba cuenta de lo terrible que era que ella aullara a la luna y él fuera mensajero de la muerte.


FdR: Lamento mucho la demora.


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Mensaje por Annabel Hemingway Jue Jul 28, 2016 5:42 am

"Her heart was a secret garden and the walls were very high."
― William Goldman, The Princess Bride



Con sus ojos castaños aún prendidos de los azules, la joven loba hurgaba en ellos, sondeando en el océano que estos constituían, glaciales a veces, difíciles de leer la mayor parte del tiempo y por lo tanto, un misterio para ella. Misterio que repentinamente se desvelaba cuando la expresión de su rostro cambió, tornándose más relajada y juvenil, como si en ese instante él le permitiese ver aquello que ella no había visto aún. Más allá de la diferencia palpable entre ella y él y el hecho de que fuese un ser de la noche. Ahora veía simplemente al joven que existía detrás de todo aquello, simplemente a Baldassare, y al verlo así le fue fácil imaginar como debió haber sido en sus años mortales, por qué debió capturar la atención de quien le convirtió, marcándose así su sino, pero lo que mayormente le abstrajo en su contemplación fue el que en ese instante le viese simple y maravillosamente a él y por eso no deseó retirar la mirada y el contemplarlo así le aligeró el alma.

Lo escuchó hablar y arqueó una ceja al escuchar que no debía preocuparse por su olvido de su mortalidad aunque inevitablemente ella le daba vueltas en su mente a aquello, preguntándose si el conocimiento cambiaría en algo la esencia de quien era, una pregunta demasiado importante que desafortunada o afortunadamente no tenía respuesta.

Sonrió leve y algo distraída cuando él mencionó que la fortaleza que describía era un reflejo de ella, no muy segura de querer escuchar aquello, porque era posible que él estuviera dando en el clavo y que estuviese decidida a permanecer impávida a pesar de que cualquier oleaje quisiese moverla. Y es que ella no podía permitirle la entrada a ese oleaje porque este podría sacudir los cimientos del refugio adonde se sentía fuerte y a salvo, por lo que si tenía que luchar contra el para impedir su llegada, indudablemente lo haría, por más terca y obcecada que fuese esa actitud.

Lo observó en silencio, mientras el pulgar ajeno acariciaba su rostro, y en contra de su afianzada lógica hizo algo espontáneo, alzó una mano y tocó la mejilla de él, simplemente porque quería hacerlo, y porque sus sentidos quisieron buscarle y su piel ya no le pareció fría, simplemente era su piel y quiso prolongar el tacto a pesar de que fuese algo descabellado. Ante todo sabía perfectamente que no podía adentrarse en el océano que la miraba de vuelta, por que aquello no tendría pies ni cabeza, y porque su instinto de preservación y sus gruesas murallas la orillaban a alejarse de cualquier cosa que la desviase de todo aquello que la mantenía a salvo y aún con vida a pesar de que había muerto años atrás.

-Por supuesto, no quisiera de ninguna manera contrariar sus esfuerzos, porque asumo que no es a menudo que se encuentran con una petición así.- Respondió luego de separar su mano de él. Adujo por supuesto al hecho de que su alimentación escapase a las artes culinarias en las cuales seguramente el personal se habría aplicado para satisfacer a su señor en caso de que su naturaleza se lo hubiese permitido. Aceptó su mano y se puso de pie, retomando un tono casual, agradecida por el hecho de que él hiciese lo mismo y de esa forma se dirigieron al comedor, adonde pudo distraerse del salón de música y tomar asiento al otro lado de la mesa.

-Me intriga una cosa.- Sonrió hacia un mesero que con pulcro uniforme dejaba un par de copas brillantes sobre el mantel y se excusaba para ir  a traer la comida. -Nunca te alimentas de comida ordinaria ¿no es así? ¿Y el licor? ¿Te agrada?- Aguardó a que él respondiera y a que pronto volviese el mismo uniformado con una charola que despedía un agradable olor. Agradeció al hombre y tomó los cubiertos observando el pequeño festín. -Te agradezco las molestias que te tomas para acomodar mis necesidades y que espero no alteren demasiado tu rutina.- Cortó un trozo de carne y la masticó lentamente con aire pensativo antes de volver a hablar.

-Creo que he abusado ya de tu hospitalidad y no quisiera aprovecharme demasiado de ello por lo que podría volver a casa después de la cena o cuando sientas que ya me entrometí demasiado en tu refugio.- Lo dijo con una sonrisa de lado pero seriamente a la vez, y luego observó el exterior a través de los ventanales. Desde su posición podía ver árboles que meciendo sus ramas le llamaban en silencio a adentrarse en ellos y el llamado era fuerte, lo sentía en todo lo que era... y se preguntaba por cuanto tiempo podría resistirse a aquello... por lo que rápidamente apartó la mirada y la devolvió hacia su anfitrión.

Comprendió entonces lo diferentes que eran, tan distintos como el día y la noche. Era cierto que había belleza en los opuestos pero quizás eran esas marcadas diferencias las que inevitablemente les mantenían aparte y de esa manera, de una forma trágica pero infinitamente sabia, la intensa belleza que emanaba de aquella conjunción se engrandecía al mantenerles separados perpetuando el hecho de que nunca podrían encontrarse entre si.


off: No te preocupes.


Última edición por Annabel Hemingway el Mar Sep 13, 2016 5:47 am, editado 1 vez
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Mensaje por Baldassare Donizetti Dom Sep 11, 2016 12:21 am


“I let you know me. See me. I gave you a rare gift.”


Dos líneas paralelas cuentan una historia triste, de esas que jamás van a encontrarse, por más que se acerquen. Sin embargo, como una no conocerá a la otra, no tendrán que sufrir nunca la desdicha de no volverse a ver. En cambio, las líneas perpendiculares eran una tragedia, pues se encontraban en un punto, para jamás volver a verse. Baldassare miró a Annabel como si se tratara de su línea perpendicular, y pensó que de ser la vida más sencilla para ambos, le hubiera encantado intentar conquistarla. Cortejarla, robarle besos, abrazarla y oler su cabello. Sin embargo, la existencia de ambos era muchas cosas, menos fácil, y era en esas complicaciones que encontraba los obstáculos. Sonrió, por toda respuesta al momento de tomar su lugar en la cabecera de la mesa, como el señor de la casa. No recordaba la última vez que había ocupado ese sitio, ya fuera en esta residencia en alguna de las muchas otras que había habitado a lo largo de su existencia.

Ah, eso es verdad —concedió y se acomodó la servilleta de tela en el regazo, para después acercar una de las copas hasta su lugar—, no suelo degustar comida, pero el licor es otro asunto. Si bien el sabor es deslucido, el aroma me sigue trayendo recuerdos. Mismos que no soy capaz de rememorar por completo, claro, pero es casi como… como si me sintiera en casa, sobre todo cuando se trata de vino, pues provengo de la tierra que vio nacer esta bebida —explicó al tiempo que estiraba la mano para acercar la segunda copa y luego, tomar una botella del elixir en cuestión, descorcharla y servir algo en ambas copas. Como bien había dicho, el puro perfume de las uvas fermentadas le era suficiente.

La observó comer. Le era fascinante. No sólo por esa acción que ya carecía de sentido para él, sino por tratarse de ella. Parecía que en cada movimiento era capaz de plasmar un paisaje entero. Pinceladas sutiles en el aire. Él mismo tenía un plato enfrente, pero una vez más, se conformó con olerlo.

Oh, nada de eso. Al revés, me atrevo a decir que estoy temiendo que te sientas prisionera en esta casa —observó, pues no le pasó desapercibido el modo en cómo observaba el exterior—. Yo… no estoy muy habituado a recibir visitas, así que no sé cuánto es lo correcto retenerlas a mi lado —rio un poco y bebió algo de su vino, no sin antes moverlo en la copa y olerlo.

Entonces dejó que la cena continuara su curso habitual. Seguramente sus cocineros estarían felices de preparar algo que no fuese destinado para sus compañeros de la servidumbre, pues a eso básicamente se reducía su labor en esa casa. Así, llegó el momento del postre. Una tarta de moras sencilla que remitía a las casas en los límites de París. Olía a hogar y a familia. Él mismo había pedido algo del estilo para terminar la cena. Uno de los meseros sirvió dos rebanas y sirvió té en dos tazas de fina porcelana a juego con los platos del postre.

Espero sea de tu agrado —dijo y esta vez sí hendió el tenedor en su rebanada. Lo dulce solía tener más presencia en su paladar muerto. La sangre, por ejemplo, de alguien cuya dieta incluyera frutas, siempre era más grata—. Terminemos, y luego podrás tomar una decisión, si te vas o te quedas —le sonrió. La realidad lo golpeó en ese instante: no quería que se fuera. Pero ¿qué se suponía que debía hacer para impedirlo?

Cuando hubo terminado su tarta, se limpió la boca con la servilleta y la miró con ambas cejas arqueadas.

¿Te puedo ofrecer algo más? —Preguntó de manera casual, pero jamás abandonando su usual cortesía, perfeccionada con los años—. Tampoco recuerdo muy bien los convencionalismos de comer y la sobremesa —rio un poco. Aunque había tenido que fingir en más de una ocasión, era verdad. Y quién podía culparlo, si siquiera recordaba lo que era ser un humano común y corriente.

Se quedó callado. Escuchó con atención los sonidos a su alrededor. En la casa, su servidumbre lavando la loza de la cena de esa noche y otros tantos, yéndose a dormir. A sus alrededores, fuera de los muros, el bosque, las hojas de los árboles, un río cercano cantando, las aves nocturnas cazando. Un lobo aullándole a la luna y se preguntó como sería Annabel convertida. Igual de hermosa, quiso creer, pero feroz.


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Mensaje por Annabel Hemingway Jue Oct 20, 2016 5:11 am

There was a light in me for a moment, and it showed because of you.



Su mirada se desvió lentamente desde el amplio ventanal hacia el pintor, y al hacerlo, se encontró nuevamente con el océano de sus azules ojos, los cuales observó en silencio antes de responder. Le agradaba conocer sobre él, pequeños detalles como el que el vino le recordase su tierra de origen, para ella el observarle beber el rojo líquido se volvía más significativo porque al conocer ese detalle aquella pequeña acción pasaba a ser algo íntimamente relacionado con él, y ahora ella podía ver el vino y de alguna manera, estaba segura, cuando lo hiciera le recordaría que él provenía del mismo lugar de adonde provenía el líquido que adornaría su copa.

Alzó una ceja al escucharle comentar que podía sentirse prisionera en su casa y negó con la cabeza. No se había percatado que su callada contemplación del exterior le había dado esa impresión. -Eres un buen anfitrión, es solo que… a veces siento un llamado muy fuerte de allá afuera. Es la naturaleza que me llama, y en ocasiones el llamado es tan insistente que sucumbo a él, me interno en entre los árboles, sigo a la luna, y me siento parte de algo que trasciende mi humanidad.- No estaba segura de estarlo describiendo correctamente, ni siquiera comprendía del todo que era exactamente lo que sentía, era su naturaleza de loba la que le orillaba a internarse en la naturaleza, despojándose por momentos de la otra, la más humana, y en ocasiones le costaba aún encontrar un balance entre las dos.

Al internarse en sus ojos no pudo más que preguntarse si él sentía algo parecido, si el vampirismo ejercía una influencia tan seductora que en ocasiones uno ya no se recordase a si mismo, e imaginó que de alguna manera seguramente aquello se producía, aunque en forma totalmente diferente a como le sucedía a ella, y es que en sus naturalezas no había la menor similitud.

Aunque, cuando miraba a Baldassare no pensaba en ello, pensaba en el pintor, en todo lo que había aprendido acerca de él en la noche anterior de revelaciones y comprendía un poco más por qué en un inicio le habían atraído sus pinturas y luego sus cartas. No lo sabía en aquel entonces, pero era porque se sentía atraída hacia las piezas del rompecabezas, a aquellas partes del todo que le constituían a él. Aunque no se engañaba, ambos eran demasiado diferentes y a su manera, ambos tenían demasiado con lo que lidiar. Era por eso por lo que pensaba que en esa etapa de sus vidas, habían razones de peso para saber a ciencia cierta que nunca podrían alcanzar un punto común, aunque esa noción la tenía clara, tenía que admitirse a si misma que le gustaba su compañía.

Sonrió al ver el trozo de tarta de mora y sus ojos se iluminaron al sucumbir al pequeño deleite que le regalaba el paladear y oler la misma. Un pequeño trozo de aquel sencillo manjar casero cortado con el tenedor le hizo sonreír y se lo llevó a la boca con alegre anticipación para luego masticarlo despacio. Le agradó verle comer, aunque comprendía que no podía distinguir sabores como ella. Había algo en la manera en que hundió su tenedor en el trozo de tarta que le hizo pensar otra vez en aquel Baldassare joven, y repentinamente se preguntó cómo habría sido para ella el haberle conocido siglos atrás, si tal cosa hubiera sido posible.

Negó con la cabeza cuando le preguntó si podía ofrecerle algo más. -Debo marcharme pronto.- comentó suavemente. -No porque no me agrade estar acá, si no porque debo seguir mi camino.-

Se preguntó si comprendería a qué se refería. Nunca estaría en paz mientras no realizase su venganza, y su camino seguiría por ahora entrelazado con el de la inquisición, aunque estuviese lleno de sombras, estaba dispuesta a seguirlo, no podía de ninguna forma desviarse de él, aunque había algo que quería decirle. -Anoche… cuando dijiste que sacaba lo mejor de ti, no supe cómo responderte, pero ahora me gustaría que supieras que aquí, en tu mansión, por primera vez en mucho tiempo, he sentido por momentos, aunque hayan sido muy breves y tan intangibles que bien podría haber pretendido no notarlos, que volvía a ser la antigua Annabel, una sin cargas, una muy joven que se entregaba a su pasión por la pintura y que simplemente disfrutaba el presente. Y eso te lo debo a ti.-

Aunque aquella Annabel se había presentado cortamente ya no volvería, lo sabía en sus adentros, pero de alguna manera el estar en su mansión le había hecho volver a sentirla y eso es algo que recordaría. -No he visto tus jardines aún y me gustaría hacerlo antes de partir. Admito que tengo curiosidad de comprobar cuáles son tus gustos al respecto y que has hecho con el.- Lo observó en silencio, al otro lado de la mesa, no deseando aún enfrentarse a la despedida, por lo que deseó postergarla al menos un poco más.
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