Que empiecen las lecciones. |Amadeo|

-Espera vas muy rápido.- Declaré dejando el lápiz sobre la mesa junto a las hojas de papel y al pequeño montón de libros de varios colores y tamaños. -Entiende que estoy aprendiendo apenas, no escribo tan rápido como tú. -Llevé ambas manos a mi rostro, me sentía frustrado por todo eso, claro, siempre quise aprender a leer y escribir pero no me imaginaba que sería en esas circunstancias.

Todo aun era muy surreal, incluso me levanté esa mañana desorientado al no reconocer el lugar en el que estaba, pasaron unos minutos antes de recordar lo que había pasado, desde el intento de robo fallido -del cual el muchacho frente a mí no sabía nada- el ataque de otro vampiro que me dejó al borde de la muerte y finalmente mi recuperación y estancia en aquella lujosa morada, en resumidas cuentas, habían pasado unos días y aun pensaba que despertaría en el callejón y todo lo que estaba pasando no sería más que un sueño.

Pero para bien o para mal, todo era real, en verdad estaba ocurriendo, por más disparatado que fuera la situación, vivía bajo el mismo techo que un vampiro y para rematarla, un niño me estaba instruyendo, uno que lamentablemente no tenía paciencia, eso quedó muy claro desde el primer día, por alguna razón, una palabra u oración -no recuerdo bien- fue malinterpretada y dio paso a una acalorada discusión y conflicto, los días que le siguieron no fueron diferentes, era el cuarto día que tenía al joven Amadeo como maestro y nada parecía haber cambiado en el transcurso de la semana. Al remover las manos de mi rostro me encontré que el muchacho tenía un semblante entre serio y enojado, no supe distinguirlo muy bien. -Oye, en serio lo estoy intentando pero es difícil ¿de acuerdo? -Observé la hoja que tenía delante de mí, la cual tenía tan solo el alfabeto y me servía de guía en caso de que se me olvidara cómo escribir alguna letra. Ni siquiera con la ayuda de esa hoja podía seguirle el paso al chico que estaba dictando palabras al azar que sacaba del libro abierto que tenía en su mano.

A decir verdad, presentía que el muchacho hacía unas cosas con maldad, porque pasamos de palabras como “zanja”, “catedral” y “puente” a unas que eran, además de muy largas, difíciles como “barracuda”, “agazapado” y “homogéneo”, estaba seguro de que al menos la mayoría las estaba escribiendo mal, que me habían faltado o sobrado letras, tanto por la prisa de seguir el ritmo con el que lanzaba las palabras como por mi misma ignorancia. -¿Podemos tomar ya un descanso? Hemos estado así toda la mañana, ya no puedo más. -Si bien era perfectamente capaz de levantarme y abandonarlo en la biblioteca algo me lo impedía y era pensar en Venance, me había salvado la vida y por ende tenía la sensación de tener una deuda enorme con él y no quería desobedecer, si quería que el niño me diera educación que así fuera, Amadeo estaba al mando y no podía contradecirlo por más que quisiera.

Mi mano se deslizaba por la hoja de forma tosca a pesar de intentar hacerlo con delicadeza, que la tinta dejara un fino rastro sobre el papel, pero no estaba eso a mi nivel,la forma en la que sostenía la pluma era torpe y con demasiada fuerza, mis manos podían ser ágiles y sigilosas para ciertas tareas -como extraer un reloj de un bolsillo- pero definitivamente no para sostener una pluma. Suspiré un tanto frustrado dejando de lado la pluma. -¿Es por lo que dije ayer? -Alcé la vista hacia Amadeo, quien cerraba el libro, poniendo fin al dictado de palabras al azar, menos mal. -¿Cuántas veces tengo que decirlo? No fue con la intención de molestarte. Lo siento.


Comencé a acomodar las cosas que estaban dispersas por la mesa, aun era temprano pero parecía que la lección de ese día acabaría pronto, mejor así. Prefería que terminara en buenos términos a vernos obligados a concluir por otra discusión, en el fondo estaba aliviado, me sentía exhausto mentalmente, no podía esperar a que fuera hora de dormir, un buen descanso no me haría mal. Observé los movimientos de Amadeo con atención, se dirigía al librero, no estaba con energía para otro dictado. Por suerte, parecía que el joven tenía su mente ocupada en otros asuntos, tomó un libro y pareciera que por un momento entró en alguna especie de trance muy profundo, fue breve, pero notorio sin más. Como si algo acudiera a su memoria de forma repentina, lo que haya sido, el libro que sostenía entre manos sin duda tenía un significado muy profundo para él y no podía evitar preguntarme qué era tan importante que incluso pareciera que los ojos del joven de cabellos rizados y rubios brillaron más.


Las siguientes palabras que dijo me dejaron perplejo, de un segundo a otro su actitud y tono de voz cambiaron hasta ser opuestos. Negué con la cabeza hasta avergonzado, recuerdos comenzaron a inundar mi cabeza, la mayoría demasiado tristes y dolorosos, solo unos cuantos alegres, lo cual era un contraste con la gracia con la que se tomaba esos asuntos el joven. Guardé silencio por varios minutos tratando de ordenar mis pensamientos, tomé aire profundamente antes de hablar, fue una simple palabra al inicio, articulada con un aire cobarde.


-Sí. -Era una afirmación a muchas de sus preguntas, aunque bien no a todas, un susurro contundente. Seguía con la vista pegada al suelo. -Sí, gente murió por mi culpa, sí, me metí con gente peligrosa, sí, manché la reputación de alguien, sí, huyo de un furioso padre pero no de ninguna doncella, sí. Llegué aquí huyendo de algo y de alguien. -Finalicé mientras una  gota de sudor resbalaba por mi cara, ahora era a mí a quienes le temblaban las manos.  ¡Todo lo que había hecho, la cruz que arrastraba desde Escocia!