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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Oswald F. Murdock Miér Nov 09, 2016 1:07 pm

El burgués, hombre de negocios, se distingue del proletario por una larga lista de razones que resultaría difícil de enumerar por completo. Desde la educación hasta la apariencia, pasando por costumbres y maneras o incluso la forma de expresarse. Sin embargo, había una característica que todo acomodado debía aprender si quería sobrevivir como tal. La mentira, ese defecto humano que con tanta facilidad se practicaba en cualquier ámbito de la sociedad se había vuelto una herramienta usada con tanta asiduidad entre los miembros de las élites que la habían llegado a convertir en una virtud. Tal maestría, desarrollada en forma de hipocresía y engaño y traída por motivos tan diversos como cuestionables, estaba presente en todo momento del día a día del burgués, quien debía saber cómo ocultar sus últimos motivos y hacer creer a sus congéneres que poseía una moral incuestionable para, así, hacerse un hueco dentro de ese mundo en el que un pequeño desliz podía hacer caer una reputación y, con ella, una vida entera.

Oswald Fitzroy Murdock había aprendido bien tal habilidad gracias a su familia, aunque no se dignara a reconocerlo, y le había resultado sumamente conveniente desde que hubiera abandonado el hogar y hubiera aceptado dedicarse a aquella ocupación tan secreta como dudosamente moral con la que se ganaban el sustento. Y, como asiduo practicante de ella, sabía cómo llevarla a cabo. La mentira debía acompañarse siempre de un atrezzo adecuado para embaucar al espectador y hacerle caer de lleno en la falsa realidad que se le presenta. Por ello, antes de cada reunión, como la de aquella noche, intentaba cuidar hasta el más mínimo detalle, especialmente a lo que a su aspecto respectaba. Una levita oscura contrastaba con un chaleco de una elegante tela que había sido remendada por su criado más veces de las que alcanzaba a recordar, pero cuyas roturas por suerte se habían podido disimular. Unos pantalones negros se precipitaban rectos hacia unos zapatos sobre la misma tonalidad que hacía resaltar el brillo que tanto se había esmerado en sacar. Al cuello, un sencillo pañuelo de seda para no abrumar el conjunto y, sobre él, lo más importante, una pequeña mueca de cordialidad acompañada de una mirada que entremezclaba el optimismo de la juventud con la seguridad del empresario por el que se hacía pasar. Con eso debería bastar para comenzar con la actuación.

Tras repasar en el espejo la ausencia de cualquier arruga y que tanto barba como peinado estuvieran perfectamente colocados, se dirigió hacia la mesa donde había estado seleccionando todos los papeles que iba a necesitar durante la noche. Sí, se había preocupado porque todo estuviera perfecto para sus invitados y que el contenido de aquel portafolios estuviera presentable, pero aquel escritorio era un completo caos. Papeles desperdigados, plumas escondiéndose bajo ellos, incluso un par de copas de vino a medio terminar. Así era Oswald, lleno de aparentes incoherencias que se resolvían con facilidad para aquellos pocos que realmente le conocían: no era quien fingía ser. Dejó entonces el paquete junto a la puerta, para que Yízo fuera capaz de encontrarlo entre el desmadre que dejó atrás.




- Bonsoir, messieurs – el ficticio señor Hampden se dirigió con afabilidad a los caballeros que les acompañaba, adelantando mínimamente sus brazos para enseñarles las palmas de las manos -. Por favor, tomen asiento y permítanme ofrecerles algún refrigerio. ¿Té, café? ¿Quizás una copa de whisky escocés o de vino de Borgoña? Por favor, pídanle lo que deseen a mi criado, él atenderá cualquiera que sea su deseo - y, dicho esto, el supuesto ricohombre hizo una seña al esclavo para que comenzara a satisfacer a los asistentes mientras él esperaba a que los demás se acomodaran, manteniéndose en pie y aclarándose la garganta para afianzar la atención que tenían fijada en el anfitrión -. Todos sabemos el motivo de nuestra reunión: la fructífera empresa en la que nos embarcamos y de la que todos saldremos el doble de ricos. A continuación finiquitaremos los pormenores para poder cerrar el acuerdo. Yízo, tráenos los documentos – la función había comenzado.




Última edición por Oswald F. Murdock el Jue Dic 22, 2016 11:27 am, editado 1 vez


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Mensaje por Yízo Vie Nov 18, 2016 9:20 am

Unos oscuros ojos observaban los movimientos de Oswald mientras se preparaba para la “función”, se concentraba en los detalles con la misma obsesión que su compañero, intentando identificar si algún elemento se le había pasado por alto. Se había pasado gran parte de la noche remendando ese traje, pero el resultado había valido la pena, los pequeños agujeros que se habían producido en la tela por culpa del excesivo uso eran imperceptibles a la vista, solo alguien que lo revisara con esmero y por el lado de adentro se podría dar cuenta de donde estaban escondidas las costuras.

Reconocía ese gesto en el rostro de Oswald, era su versión de “comerciante burgués en busca de inversionistas”, no era la farsa favorita de Yízo, solía ser más divertido cuando interpretaba a un amante apasionado, o a un joven noble desafortunado en busca de un mecenas generoso. En esos la participación de Yízo era algo más activa, y además al esclavo le divertía ver la cara de pena de los embaucados cuando se ofrecían a ayudarlo.

En cambio cuando interpretaba al burgués la actividad del esclavo era mínima, solo tenía que estar allí de pie a la espera de servirle algo a cualquiera de los invitados, intentando aparentar ser un sirviente leal y sumiso. De cualquier manera, tenía que admitir que el plan era muy bueno ¡Claro que lo era! Se habían esmerado mucho en el diseño en esa oportunidad, si tenía que compararlo con los anteriores, sin duda estaba en el podio de sus tres mejores estafas.

Los preparativos habían comenzado hacía varios meses,  generar un humano con existencia plena dentro del sistema civil de Paris no era muy sencillo, hacer documentos, anotar propiedades inexistentes, generar una familia que oportunamente estaría o fallecida o muy lejos para contactarlos. En fin, cientos de detalles que costaban muchos favores y dinero, aunque si todo salía como lo habían planeado recuperarían ese efectivo y con creces.

Y ahora finalmente comenzarían con la farsa en todo su esplendor, la clave era siempre el tener contactos, conocer a la gente adecuada en el momento adecuado. Oswald se miraba en el espejo y sonreía con vanidad, sabía que era bien parecido, sabía qué decirle a las damas para que lo adoren y convencerlas de que era una buena idea que le presentaran a los socios inversores que conocieran.

Yízo miró el desorden que había dejado detrás de él y suspiro, claramente él tendría que encargarse de acomodarlo luego, ya que no tenían sirviente alguno que pudiera hacerlo en su lugar, aunque si cualquiera preguntaba dirían que en la mansión habían más de cincuenta empleados encargados de los labores diarios.

En cuanto salieron del cuarto el personaje se había apoderado por completo de su amigo, sonriente y altivo, les hablaba a todos los presentes con la absoluta seguridad de un hombre de negocios.

“¿Té, café? ¿Quizás una copa de whisky escocés o de vino de Borgoña? Por favor, pídanle lo que deseen a mi criado”

En verdad esperaba que pidieran té, ya que no tenían de ninguna de las otras bebidas que con tanta amabilidad ofrecía el Señor Hampden, se les habían terminado hacía ya varios días y todo su presupuesto había ido a parar a montar esa farsa.

-Probemos un poco del tan famoso té ingles – Dijo uno de los inversionistas mientras los demás asentían con satisfacción.

Yízo no dijo una sola palabra, se inclinó con mucha solemnidad y se retiro de la sala para hacer como que encargaba algo de té a los criados, aunque en realidad ya lo tenía listo de antemano para mantener las apariencias ¿No era obvio lo que les pedirían a un par de ingleses? Regresó el esclavo a la sala con la bandeja y comenzó a servirle a cada uno mientras Oswald hablaba.

Volvió a hacer una reverencia cuando le pidieron los documentos, busco entonces el portafolio donde sabía que su amigo lo había dejado y lo trajo para presentarlo ante los adinerados caballeros. Eran un buen montón de hojas, pulcramente escritas y firmadas por un supuesto reconocidos escribanos ¿Por qué usar nombres conocidos? Porque eso hacía que la gente confiara con más facilidad, aunque por eso mismo también las falsificaciones le habían costado un dineral.

El esclavo entrego una copia a cada uno de los presentes mientras con mucha soltura y carisma Oswald les explicaba todos los beneficios de invertir en semejante emprendimiento.

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Mensaje por Oswald F. Murdock Miér Dic 28, 2016 8:14 pm

Si había algo que aburría a Oswald, como buen representante de su estrato, era la monótona vida del acomodado que tanto fingía mantener como creía poseer. Y, por ello, aunque en el fondo tan sólo pecara de una inconfesable afición por la queja, se proclamaba un firme buscador de nuevas experiencias acompañando su dictamen con el sabor agrio del mismo vino que siempre y en la exacta postura estirada que nunca se le olvidaba adoptar al tomar asiento. Así era que la elección del té por parte de sus teóricamente compañeros le resultó de lo más decepcionante e insípida. Pero se tuvo que tragar sus palabras detrás de aquella mueca de simpatía para no ofender y mantener tanto un ambiente relajado como la ilusión de que, en la sala, los que controlaban la situación eran ellos, las víctimas. Él por su parte, para evitar marcar una nota disonante, tuvo que aceptar la opinión general y decantarse por la misma bebida.

Así pues, con una taza de té que no estaba muy por la labor de tomar frente a él -a su parecer había tomado tanto té en su vida, que una gota más haría que se le saliese por las orejas- echó un vistazo a los panfletos que tenía delante en lo que unos y otros comenzaban a elogiar el extremadamente elaborado brebaje de hierbas, ya fuera de manera hipócrita o sincera. A él, poco le podía importar. De todas formas, su mirada se volvió borrosa al intentar descubrir algún descosido en su plan o siquiera algún punto nuevo en la tinta que embadurnaba, muy elegantemente, eso sí, los folios. ”Para ya, Oswald.” se dijo mentalmente ”Como se te ocurra revisarlo una vez más, te juro que les arranco los papeles y se los repito de memoria cual papagayo.”. A raíz de tal indisposición para concentrarse, se recolocó la ya bien posicionada levita y volvió a ponerse en pie para llamar la atención de todos los presentes.

- Ya todos están más que al tanto de lo que se trata esta empresa, pero, por favor, háganme el favor de revisar conmigo los documentos que están sobre la mesa para que puedan comprobar de primera mano que todo se encuentra en orden – los presentes, la mayoría de ellos hombres entrados tanto en carnes como en canas, le obedecieron, comenzando a mostrar interés en la amalgama de palabras -. El primer folio es una acreditación de propiedad en la isla de Antigua, un viejo caserón colonial rodeado de amplios terrenos colindantes. Claramente, no se encuentra en condiciones para comenzar una plantación, por lo que previamente será necesario efectuar trabajos para acondicionar la tierra, los cuales están detallados, costes incluidos, en el siguiente documento – todo el mundo pasó la hoja para leer con atención lo que ya había descrito personalmente a todos y cada uno de los presentes, intentando encontrar algún fallo en aquel plan. Pero no lo lograrían, la pareja de británicos se había vuelto profesional y sabían atar bien todos los nudos. O eso pensaban ellos.

- Disculpe, monsieur Hampden – le interrumpió el señor Leroy, un hombre bajito y rechoncho poseedor de una voz tan aguda que, cada vez que Oswald la escuchaba, se veía sumido en una lucha interna entre la necesidad de mofarse de ella y la de huir de la tortura que suponía soportarla – . Aquí se menciona que no hay ningún bosque tropical que despejar, al cual se refirió varias veces durante la cena en mi casa. ¿Por qué no se encuentra reflejado en estos papeles?

El inglés guardó unos instantes de silencio, fingiendo confusión, pero en realidad temiendo que, por un pequeño fallo, todo el atrezzo se viniera abajo y les dejara al desnudo frente una descontenta audiencia. Sin embargo, había aprendido a controlar bien el rubor de sus mejillas y pudo contestar antes de dejarse en evidencia.

- Ah, sí, ese bosque – fingió con la mayor naturalidad que le fue capaz -. Aquello fue antes de que me informaran de su tala. Hace dos meses hubo un huracán en la isla y se tuvo que vender la madera para sufragar los costes de los desperfectos y cubrir la pérdida de material – justo después de decirlo, temió que alguno de los presentes le reclamara rebajar el coste, debido al menor trabajo a realizar, pero, fuera como fuese, esperaba que, al menos, aquella inconsistencia entre versiones contadas hubiera quedado cubierta.


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