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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jean D. Lachance Vie Dic 16, 2016 4:21 pm

Sentado tras mi escritorio de roble, ignoro la mirada del trajeado cliente para tomar los papeles que me tiende. Mis ojos vuelan por la apretada caligrafía de la demanda, rápidos pero atentos. Con la práctica que confiere la experiencia, apenas presto atención al encabezado de la misma. En él sólo se consignan los datos de representación y parte, y el cliente ya me ha dicho quién la ha interpuesto: uno de sus trabajadores accidentados en el puerto, que ha contratado a un abogado de baja estofa para defender sus derechos. No representa ninguna amenaza, pese a que mi cliente es, a todas luces, culpable de lo que se le reclama. Y es que en el mundo del Derecho, lo que importa no es la ley, sino quién tiene más dinero para contratar con él un abogado mejor. El que se preocupe más por blindar los hechos, las pruebas y los fundamentos de Derecho. Quien busca más jurisprudencia, y sabe improvisar ante las tácticas imprevistas del contrario. El que se encarga de preparar a su cliente, y de mover los hilos necesarios pidiendo favores a sus contactos. Y luego cobra conforme a ello.

Delicadamente, paso la página hasta alcanzar los fundamentos de derecho. Lo cierto es que hay pocos abogados en París capaces de abarcar tantas cosas, pienso mientras analizo la pobre argumentación del abogado contrario. La mayoría se limita a realizar mecánicamente su trabajo, para después fingir frente a sus clientes que la culpa es del juez y sus opiniones personales. No dedican más tiempo del estrictamente necesario, pero tampoco tienen reparos a la hora de cobrar cantidades escandalosamente elevadas. No es mi caso, y por eso soy tan bueno en lo que hago; porque me encanta mi trabajo, y no dudo en llevarme el trabajo a casa para asegurarme ganar el caso. Lo que para mi sólo es un juicio más, para el cliente es el centro de su vida. Es algo que no debo olvidar jamás, porque el día que lo haga, dejaré de ser un abogado tan válido como ahora. Habré perdido mis valores, mis principios. Mi vocación. Y sin ideales, no seré más que los hombres a los que tanto desprecio por vacíos.

Manteniendo mi expresión impasible, llego al petitum de la demanda laboral. La secretaria aprovecha ese momento para entrar con sendas tazas al despacho, repletas de un café tan intenso que su aroma no tarda en inundar la estancia. Con un cabeceo en su dirección, tomo la taza que me ofrece y doy un sorbo al ardiente líquido. El café pasa cálido por mi garganta, espeso, amargo. Recién llegado de las plantaciones de mi familia, y por lo tanto, de una calidad lo suficientemente buena como para merecer ser servido a mis clientes. Agradeciéndolo con un simple gracias, el empresario toma con ambas manos la taza de porcelana. Se detiene un par de segundos a admirarla, ya que sus intrincados diseños pintados a mano sugieren lo caro de su precio. Sin embargo, en cuanto ve que dejo a un lado los documentos, vuelve a adoptar la postura tensa y erguida que mantenía antes. Está nervioso, es natural; si pierde este caso, decenas de trabajadores intentarán acogerse a la misma sentencia. Lo que significaría probablemente su ruina, y el cierre de su negocio.

Dedicándole una media sonrisa tranquilizadora, le expongo al cliente las posibilidades de nuestro caso. Sólo tiene que buscar a algunos trabajadores con ganas de obtener una paga extra, le digo, a cambio de ayudarnos. Porque podríamos ganar de otras maneras más limpias, pero siempre está bien guardarse un as en la manga. Pueden testificar a nuestro favor, y explicar que el demandante perdió la mano por trabajar como no debía con la máquina. En cuanto a los argumentos legales, le expongo en pocas palabras la estrategia. Lo hago con expresiones que resulten fáciles de entender para un lego, y guardándome para mi algunas explicaciones para impresionarle con mis conocimientos sobre leyes. Es otro truco del oficio, especialmente útil con aquellos clientes que creen saberlo todo sobre leyes. Les demuestra la razón por la que no son ellos los que van a juicio, y además hace que acaben soltando la minuta con más alegría. Esta no es una excepción; cuando el cliente se levanta para marcharse, leo en su mirada el brillo de la confianza. Me estrecha la mano con efusividad, y yo le cito para vernos aquí la semana que viene. Después, le señalo con amabilidad que se pase por el mostrador de la entrada, para que mi secretaria pueda indicarle cuales son mis honorarios.

Poco después de cerrarse la puerta, un par de toques indican que hay alguien más esperando visita. Algo cansado, apuro el contenido de mi café antes de indicar con un fuerte "¡Adelante!" que estoy dispuesto a recibirlo. Definitivamente, parece que hoy va a ser un día ajetreado.


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Mensaje por Maggie Craig Vie Dic 30, 2016 6:41 pm

Con la Iglesia había topado y nunca mejor dicho. En toda mi corta vida no había tenido la "suerte" de encontrarme con ningún miembro de la Inquisición y mucho menos que me persiguiesen por hacer el mismo trabajo que hacían ellos, o mejor dicho, que no hacían.
No se podía ser más contradictorio. Empezaba a pensar que lo que ocurría es que si no eran ellos quienes daban caza a esas bestias que todos perseguíamos, no les dotaban del vino para misa;  porque si no juro que no entendía esa obsesión por apresar y juzgar a los cazadores que realizábamos su trabajo de forma mucho más eficaz que ellos.

Esa mañana paseaba por la zona comercial de la ciudad sin otro propósito que no fuese encontrar a un abogado que me ayudase a solucionar un pequeño contratiempo que podía tornarse tedioso si la Inquisición seguía buscándome por un asesinato que no había sido tal. O sí, pero todo tenía una sencilla explicación.

La noche anterior un par de curas disfrazados de cazadores me habían encontrado en una situación un tanto comprometida junto al cadáver de un hombre al que había matado con la espada. Realmente si lo pensaba hasta resultaba cómica la expresión de los clérigos cuando me excusé del crimen diciendo con toda la tranquilidad del mundo de que aquello no era lo que parecía, limpiando mientras tanto la hoja de mi espada con la manga del desgraciado que yacía inerte en el suelo. Un desgraciado hombre lobo al que llevaba días persiguiendo, y que por fin conseguí acorralarlo en esa Iglesia de barrio con tan mala suerte de que no se encontraba vacía en esos momentos. Seguía sin comprender tanto odio hacia mi persona por parte de aquellos dos hombres de Dios, que parecieron tomarse como un insulto personal que me lavase las manos manchadas de sangre en una especie de tina de mármol que había junto al altar.

En fin, que la noche anterior había tenido que salir corriendo de esa Iglesia, y sabía que curas rencorosos no se detendrían hasta que diesen conmigo. Era por ello que ya había visitado varios bufete de abogados donde nada más mentarles que tenía problemas con la Inquisición me habían echado a patadas de sus flamantes despachos de gordos estirados incapaces de luchar por los derechos de sus conciudadanos.
Estaba de un humor de perros y esperaba por el bien del siguiente abogado al que fuese a visitar que no me pusiese excusas, porque mi paciencia tenía un límite y estaba más que rebasado.

"Bufete Lachance" leí en un cartel antes de abrir la puerta y encontrarme con una mujer perfectamente arreglada que me miró de reojo antes de indicarme que esperase a que él señor Lachance se desocupase. Minutos después y con los nervios crispados por la larga espera llegó mi turno y con un ligero toque en la puerta entré en un despacho no muy diferente al de resto de chupatintas que había visitado esa mañana.

-Necesito un abogado que me ayude a librarme de la Inquisición. Si va a soltarme un sermón con los riesgos y problemas que esto conlleva, no malgastaré ni tiempo ni saliva, pues para sermones ya tengo a los sacerdotes que me persiguen.- apunté de carrerilla, colocándome frente a su mesa y enfrentando su desconcertada mirada. Suspiré despacio, aquel hombre estaba pagando por la estupidez del resto de sus compañeros de profesión. Extendí la mano.- Disculpe. Mi nombre es Maggie Craig, y llevo un día de perros.


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Mensaje por Jean D. Lachance Sáb Dic 31, 2016 4:10 am

La puerta de mi despacho se abre con brusquedad, dando paso a un torbellino de cabellos oscuros y andares sinuosos. Apenas tengo tiempo de observar a mi posible cliente; la muchacha, pues se trata de una mujer pese a vestir pantalones y camisa, cruza rápidamente de un extremo a otro de mi despacho, deteniéndose al llegar a la butaca frente a mi mesa. Desconcertado, dirijo una mirada interrogativa a mi secretaria. Ella me dedica una mirada de disculpa desde el umbral de la puerta; es evidente que no ha podido contenerla, al menos el tiempo suficiente como para tomar sus ratos de referencia. Dedicándole un asentimiento de cabeza casi imperceptible, la trabajadora cierra la puerta del despacho, suavemente, para no molestar. Lo hecho, hecho está; y lo cierto es que siento curiosidad por ver qué clase de problema tiene esta criatura tan poco convencional, pese a lo desusado de sus modales.

Si su actuación inicial había sido desconcertante, sus palabras no lo son en menor medida. Sin esperar siquiera a una presentación formal, la dama, si es que se la puede llamar así, me explica con palabras aceleradas el motivo de su visita. Sus ojos oscuros relucen como el fuego, chispeando de rabia conforme me advierte de que no está dispuesta a escuchar un sermón. Cada vez más atónito, parpadeo varias veces mientras proceso lo que acaba de decir la joven. ¿La Inquisición? ¡Tiene que ser una broma! ¿Pero en qué estaría pensando para meterse en problemas con la Iglesia?

- Es usted la primera persona que viene a mi despacho pidiendo que la saque de un problema con la Inquisición - Digo al fin, intentando que mi rostro recupere su impasibilidad habitual. La sorpresa inicial ha sido sustituida ya por la cortesía profesional, de modo que estrecho la mano que la joven me tiende mientras pronuncio yo también las pertinentes presentaciones - Jean Lachance para servirle, señorita. Como le iba diciendo, no es muy habitual que alguien que tenga un conflicto con la parte más oscura de la Santa Sede tenga tiempo de acudir en busca de abogado. Los servidores del señor son bastante más partidarios de otros métodos, ¿sabe? Y la justicia divina suele ir vinculada con las palabras hereje, hoguera y purificación - Pronuncio la última frase en un tono ligeramente jocoso, para darle a entender a la clienta que incluso los abogados podemos tener sentido del humor. Aunque también podría ser que se tratase de una agente eclesiástica infiltrada, en cuyo caso me acabo de ganar una sustanciosa multa destinada a la Iglesia. Tomando unos cuantos papeles en blanco de un extremo de la mesa, la miro fijamente a los ojos antes de continuar hablando - No le puedo prometer nada, mademoiselle Craig, y eso es muy importante que lo entienda. En contra de la creencia generalizada de que los abogados podemos hacerlo todo, no siempre es así; las leyes existen para cumplirlas, aunque algunas puedan interpretarse de una manera algo flexible para cumplir nuestros intereses. Aun así, haré todo lo posible para intentar ayudarla, pero necesito que me lo explique todo. Incluso detalles que puedan parecerle ahora mismo insignificantes.


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Mensaje por Maggie Craig Sáb Dic 31, 2016 11:42 am

El abogado estrechó mi mano con profesionalidad, haciendo gala de esa particular tranquilidad que les caracterizaba y que causaba la impresión de que no tuviesen sangre en las venas. Era más que obvio que ninguno de ellos moriría de un ataque al corazón a causa del estrés.Suspiré profundamente, esperando que después de la primera impresión que le había causado mi llegada por la que todavía seguía atónito, optase por ayudarme. No tenía muchas más opciones y mi tiempo se agotaba. Sabía que me estarían buscando y que por mi descripción física no les sería muy difícil dar conmigo. Por si no tenía ya bastante con lidiar con sobrenaturales, ahora se sumaban unos cuantos clérigos reprimidos que buscaban descargar su impotencia con una inocente cazadora como yo.

Pronunció su nombre junto al apellido que había leído en el cartel de la puerta antes de entrar, con lo que me aclaró que él mismo era el propietario de ese bufete y no un asalariado que usaba para triar los casos que le fuesen interesantes de los que no merecían su atención. Bien, eso me daba a entender que era un hombre que se enfrentaba de cara a los problemas en lugar de tratar de evitarlos. Me resultaba tedioso cuando comenzaban a enviarme de un despacho a otro como si de una pelota me tratase.

-Es posible que sea la primera persona que conozcáis que se tenga el valor suficiente como para ir contra la Inquisición, pero porque el resto les temen. Si solicito su ayuda no es porque me dé miedo enfrentarme a ellos directamente, sino porque no quiero mancharme las manos con sangre eclesiástica.- Tomé asiento en uno de los sillones que habían frente a su escritorio con calma, analizando cada una de sus palabras por si éstas tenían un significado distinto al que parecía a primera vista.
No me fiaba en absoluto de esos chupatintas que se valían de unas leyes que tenían lagunas por todas partes, para darle la vuelta a la tortilla dejándote en evidencia, de modo que tendría que andarme con cuidado con él.

-Antes de explicarle lo que me ha traído hasta aquí, debo confesarle que no poseo de una dotación económica para cubrir sus honorarios, pero si decide ayudarme, puedo ofrecerle mis servicios.- atajé esperando que aceptase mi propuesta, la cual volví a repetirme a mi misma en la mente, abriendo los ojos cuando me percaté de que podría malinterpretar mis palabras.- Me refiero a que mi espada estará a su servicio, que bastará una señal suya para que quite de en medio a quien me señale con el dedo.- cierto que tampoco es que esta propuesta me dejaba en muy buen lugar, pero era complicado decirle "si hay algún vampiro que quiera chuparle la sangre, me avisa que yo lo mato ".

Levanté una ceja desconcertada cuando observé como tomaba unos papeles, colocándolos en la mesa frente a sí. ¿No iría a tomar nota de todo lo que le contase, verdad?
-Le agradecería que no dejase constancia escrita de todo lo que le tengo que contar. Si alguien encontrase esos documentos tanto vos como yo correríamos peligro. Hay muchos miembros de la alta sociedad Parisina que verían comprometidos su secreto y nosotros solos seríamos unos peones a los que no les costaría trabajo derribar.- susurré bajando el tono de voz, colocando la mano sobre los papeles todavía en blanco y fijando mi mirada en la suya. Su confianza ciega en mí en esos momentos era de crucial importancia y esperaba de corazón que fuese capaz de aceptar mis normas.


Última edición por Maggie Craig el Mar Ene 03, 2017 2:58 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Jean D. Lachance Mar Ene 03, 2017 2:08 pm

- Aplaudo su prudencia, señorita. La Iglesia tiene mucho poder a lo largo y ancho del mundo, incluidas las tierras de allende del mar. Es mejor no enemistarse con ella, sino solucionar los problemas de una manera relativamente pacífica como son los tribunales - Mientras hablo, aparto a un lado los pergaminos y la tinta. Pensaba tomar nota de todo lo que la joven ha venido a contarme, porque a los clientes les gusta pensar que sus asuntos son tan importantes como para dejarlos por escrito. Les da una falsa sensanción de seguridad, especialmente a quienes no saben leer y por ello veneran la palabra escrita. En cambio, la señorita Craig parece opinar todo lo contrario; con cada palabra que pronuncia aumenta mi curiosidad, y es que este caso parece ser uno de aquellos que despiertan vivamente la adrenalina. Su mención de otros miembros de la alta sociedad parisina no hace más que avivar la excitación; parece que tengo entre las manos algo verdaderamente importante. Pero, ¿de qué se trata? - Y en en cuanto a la confidencialidad, no es necesario que se preocupe. Todo cuanto usted me cuente está bajo el más absoluto secreto. Y si algo sale de mis labios, es usted libre de denunciarme al colegio de abogados por mala praxis - Esbozo una media sonrisa, antes de continuar hablando con ella - El medio de pago tampoco es un inconveniente. No soy partidario de la violencia, pero seguro que encontraré alguna manera satisfactoria para ambos de utilizar sus... habilidades.

Dos ligeros toques en la puerta indican la presencia de mi secretaria. Rebecca entra discretamente en el despacho, sin percatarse al parecer de que su presencia ha enfriado ligeramente la conversación. Cortesmente, ofrece primero una taza a Maggie, rellenándola al gusto con té, café y las medidas de leche o azúcar que la clienta le señala. En cuanto a mi, me sirve lo de siempre; el café más fuerte disponible en Francia, recién llegado de las plantaciones de mi padre en Nueva Francia. Dedicándole un guiño de agradecimiento a la secretaria, miro fijamente a Maggie tan pronto como ésta sale del despacho. Es hora de entrar en materia, y que la morena me cuente la verdadera razón de su visita al bufete.


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Mensaje por Maggie Craig Miér Ene 04, 2017 2:23 pm

Respiro más tranquila cuando el abogado acepta, sin poner objeción, apartar su material de escritura a un lado de la mesa, ganándose un poco más mi confianza en él. Un documento escrito sobre lo que le voy a contar solo puede traernos funestas consecuencias a los dos, especialmente a mí, que quedaría en el punto de mira de muchos ya no solo por lo que sé, sino por lo que callo.
Me apoyo en el respaldo del cómodo sillón, cruzando mis piernas y colocando mis manos enlazadas sobre las rodillas. Esperando que acepte mi propuesta de cómo cubrir sus honorarios, pues después de lo dicho he dejado claro que me será imposible hacerlo con dinero.

-Si fuese posible no me gustaría llegar a los tribunales y tener que enfrentarme a ellos, tengo todas las de perder si esto sucediese. – hice una breve pausa para mirarlo fijamente a los ojos, esperando su reacción.- No se ofenda, no lo digo porque dude de su profesionalidad, sino porque encontrarían el modo de evitar que llegase a testificar.

Niego con la cabeza mirándome las manos que descansan en mi regazo, sonriendo de lado cuando trata de tranquilizarme confirmándome que podré denunciarlo ante el colegio de abogados por mala praxis en caso de que rompa nuestra confidencialidad.- Si algo sale de sus labios, señor Lachance, ya se ocuparán ellos de cerrárnoslos a ambos. Su vida dependerá de su buena praxis respecto a éste tema..- sentencié mirándolo de nuevo fijamente antes de que su secretaria interrumpiese la reunión con la excusa de traer un café, que yo pido con mucha leche y un poco de azúcar.

Espero en silencio a que la mujer salga de nuevo después de comprobar que su jefe sigue vivo tras hablar conmigo durante unos minutos; tras lo cual me inclino hacia delante dejando la taza sobre su plato que descansa sobre la mesa y me dispongo a confesarle el verdadero motivo de mi visita.

-Necesito que me consiga una coartada para esta pasada noche.- suspiro, esa ha sido la parte fácil.- Varios miembros de la Inquisición me descubrieron al lado del cadáver de un licántropo al que di muerte y quieren juzgarme por algo que debería haber sido su trabajo en lugar del mío.

Observo fijamente su reacción; en principio no tiene que saber más, aunque deduzco que terminará preguntándome sobre mi profesión y tendré que contarle todo lo que sé. Solo espero no poner en peligro su vida tanto como lo está la mía.


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Mensaje por Jean D. Lachance Miér Ene 04, 2017 4:51 pm

Mi primera reacción al escuchar a la morena es echarme a reír. Suelo mantener un estricto control de mis emociones cuando trabajo, pero la palabra licántropo desarma todas las defensas que había construido alrededor de mi rostro. Rompiendo mi habitual impasibilidad, tuerzo la boca en una amplia sonrisa de dientes blancos antes de continuar hablando con la muchacha.

- ¿Disculpe, señorita? Debo de haberla entendido mal - Empiezo, con la voz matizada por un tono de disculpa. No quiero que Maggie me considere alguien grosero, pero mi reacción es la lógica dada la situación; empieza a hablarme de problemas con la Inquisición, para después acabar hablando de criaturas mitológicas. De no ser porque su mirada parece seria, creería que alguien la ha contratado para gastarme una broma - O puede que la palabra licántropo haga referencia a algún tipo de jerga criminal que desconozco. He atendido a asesinos y ladrones de la más diversa índole, pero ninguno de ellos la utilizaba. Lamento mi ignorancia en el asunto, señorita. - Hago una pausa, bebiendo un pequeño sorbo de café para comprobar su temperatura. Todavía está un poco caliente, de modo que vuelvo a depositarlo en su platillo a la espera de que se enfríe. -  En cuanto a la Santa Sede, no es necesario que se preocupe; si no quiere ir a los tribunales, en la mayor parte de ocasiones, una generosa donación suele acallar sus voces. No hay nada más discreto que el dinero.

Hago una pausa para coger mi agenda del cajón. En ella es donde guardo los favores que me deben los clientes, para no olvidarme de ellos. - No saco esto para apuntar nada, no tema, señorita - Le digo, quitándole la tira de cuero - creo que uno de mis contactos tiene negocios con la Iglesia. Si me dice algo más sobre la índole de sus problemas, tal vez podamos incluso resolverlo sin dinero. ¿Los cadáveres de licántropos son algún tipo de droga? ¿O tal vez material de contrabando? - Pregunto, mirando fijamente a la joven con mis brillantes ojos azules.


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Mensaje por Maggie Craig Jue Ene 05, 2017 9:25 am

Desazón, impotencia, abatimiento.. Esas eran la palabras que invadieron todo mi ser cuando tras mi descripción de los hechos acaecidos la noche anterior en esa maldita iglesia, observé como al abogado le faltaba un pequeño empujón para echarse a reír a carcajadas en mi cara. ¿Es que nunca había tenido un caso relacionado con sobrenaturales? Me parecía increíble la ignorancia de la mayoría de los humanos respecto a este escabroso tema.

Había pensado que entre los letrados debía de haber un gran número infiltrado de chupasangres sin escrúpulos, donde sin duda alguna pasarían  desapercibidos con el resto, pero por su reacción y sus consiguientes palabras me percaté de que no tenía ni idea del tipo de monstruos que merodeaban por las calles de París. Y por ende, tampoco sabría de la existencia de los cazadores que velábamos por la seguridad de los humanos, ni por esa arma de doble filo que tenía la Iglesia y que se hacía llamar la Santa Inquisición(aunque de santa solo tenía el nombre), cuya finalidad era limpiar las calles de estos seres.

Bebí un poco más de mi leche con café, sopesando la forma de contarle a ese pobre hombre al que terminaba de sentenciar a muerte por mi confesión, una realidad alternativa e inverosímil a la que conocía.  Suspiré mientras lo observaba buscar en su libreta algún contacto que le pudiese servir a ayudar, y tras dejar de nuevo la taza sobre la mesa, me incliné sobre ésta y con cuidado cerré su libreta, mirándolo fijamente a los ojos sin apartar mi mano, esperando que esta vez fuese capaz de creerme.

-Estoy segura de que no hay nadie apuntado en esa libreta que pueda ayudarnos en este caso, y si lo hubiese, tal vez seáis vos quien no quiera hacerle cómplice de  una historia que puede no salir bien.- hice una breve pausa, recogiendo mi mano y acomodándome en el sillón, deseando escoger las palabras necesarias para que dejase de considerarme una chiflada de hospital.- Cuando hablo de licántropos, me refiero a los hombres lobo; a esos que vos solo conocéis por los relatos de terror que habréis leido en alguna ocasión, pero con los que yo me enfrento a menudo.- el abogado parecía perplejo, de modo que opté por mostrarle la única prueba que tenía de ellos. Me puse en pie, rodeando su escritorio y llegando a su lado. Su cara de estupefacción lo decía todo, pero no se me ocurría mejor manera de que creyese en mis palabras. Me levanté la camisa para mostrarle el costado derecho, donde las heridas eran más recientes.- Estas heridas y también algunas cicatrices que podrá observar en mi piel, han sido realizadas en diferentes ocasiones por esas bestias que vos solo creíais posible en los libros, aunque creo que también hay algunas hechas por algún vampiro, no recuerdo bien..- me bajé la camisa de nuevo y volví a mi asiento, esperando unos minutos a que Jean asimilase lo que acababa de ver.

- No solo los cazadores nos encargamos de dar caza a esas bestias y mantener al resto de la humanidad a salvo, en teoría (remarco estas palabras con sarcasmo) la Inquisición también tiene como objetivo exterminarlos, pero su trabajo no es muy eficiente que digamos y cuando descubren a un cazador dejándoles en evidencia, arremeten contra nosotros como si fuésemos un monstruo más al que dar caza.- cogí la taza para terminarme lo que quedaba de mi bebida antes de concluir.- Como bien he dicho, necesito una coartada fiable que asegure que anoche estuve en cualquier otro lugar que no fuese la iglesia donde me encontraron con el cuerpo de un licántropo muerto bajo mi espada. ¿Cree usted que podrá conseguírmela?


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Mensaje por Jean D. Lachance Dom Ene 08, 2017 1:07 pm

Su morena mano vuela hasta colocarse justo encima de mi libreta, manteniéndola cerrada. Al mismo tiempo, clava sus oscuros iris en los míos, con una expresión muy similar a la que se adopta cuando se está hablando con un niño pequeño. Con infinita paciencia, intenta convencerme de que los hombres lobo son criaturas tan reales como nosotros dos; incluso llega a levantarse ligeramente la camisa, mostrándome su piel marcada por lo que parecen ser inumerables garras y mordiscos. Sorprendido, trago saliva mientras intento evitar que los ojos se me salgan de las órbitas. Ni siquiera en los casos de agresión sexual que he llevado la clienta me ha mostrado más piel de la que resulta decente enseñar, y desde luego, jamás nadie lo ha hecho pretendiendo que me crea semejante cuento chino sobre vampiros y demás historias para no dormir. Aun así, no puedo negar que semejante colección de cicatrices no las ha provocado hombre alguno. Las marcas son demasiado profundas como para haber sido hechas en un combate normal, y los surcos, demasiado anchos y desiguales. Parecían más bien heridas provocadas por osos, una teoría que sería plausible si su verdadero negocio fuera tal vez la caza furtiva. Puede que se refiera a eso cuando habla de hombres lobo; tal vez sea el nombre que reciban eufemísticamente los furtivos en los círculos criminales, para evitar que los demás los relacionen con un oficio ilegal.

Algo más tranquilo al haber encontrado una explicación convincente, inspiro lentamente antes de continuar hablando con la muchacha. Porque la otra opción, si es que estoy errado en mi teoría, es que Maggie esté mal de la cabeza. Puede que por efecto del opio, cuyo consumo está extendiéndose cada vez más por Francia; o tal vez, como efecto de alguna tara psicológica ya de nacimiento. El caso es que nadie más acudiría a un abogado, a sabiendas de que la visita vale dinero, para explicarle algo que es evidentemente falso.

Un escalofrío me recorre la columna al percatarme de que, si la morena no rige, podría incluso resultar un peligro para mi integridad física. Inconscientemente, palpo con la zurda la camisa sobre mi cinturón; mis manos sólo rozan la tela y el terciopelo de la levita, ya que cuando trabajo mi pequeña pistola está guardada en el cajón del escritorio. Nervioso, finjo seguir escuchando a la clienta mientras valoro rápidamente si podría con ella. Por los músculos que he podido atisbar cuando se ha levantado la camisa, parece estar en una buena forma física. Y yo, pese a estar delgado, no soy precisamente ningún atleta. Soy algo más alto que ella, cierto, pero tampoco soy Varek. No sé si tendría alguna posibilidad si decidiese acabar con mi vida.

El hecho de que calle a la espera de mi opinión me impide continuar valorando la situación. Recuperando aparentemente la seriedad, la miro fijamente, intentando que mi voz no tiemble al hablar. - Comprendo. - Digo solamente, incapaz de hilvanar una frase más larga. Lamentando no guardar una botella de whisky en el despacho, pienso rápidamente qué decirle para que se marche, o como mínimo, para no quedar como alguien poco profesional. Al final, decido ser tan sincero como sea posible, sin resultar descortés con la joven morena. O eso creo - En cuanto a lo demás... verá, Maggie, comprendo que no quiera revelarme los secretos de su oficio. Y lo respeto. Pero necesito que entienda que, si voy a ser su abogado, tiene que contármelo todo. En caso de no hacerlo, yo no podré ayudarle si después hay problemas, porque no podré preveerlos de antemano. Aun así - cruzo las manos sobre la mesa, mis dedos entrelazándose entre sí - tengo un conocido que es un empleado de la Administración Real. Su palabra tiene presunción de veracidad ante la ley, de modo que si él afirma que anoche estuvisteis juntos en algún lugar, la única manera en la que la Santa Sede podría imponerse sería enfrentándose a Su Majestad. Y después de la Revolución, dudo mucho que nadie desee semejante desatino por una simple muchacha.


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Mensaje por Maggie Craig Mar Ene 10, 2017 3:00 am

Suspiré aliviada cuando escuché de sus labios esa escueta palabra con la que me confirmaba haber comprendido por fin lo delicado del asunto que teníamos entre manos, mostrándome con ella creer en mi historia a pie juntillas  sin albergar ningún tipo de dudas. Me dejé caer sobre el respaldo de la silla satisfecha por haber sido tan convincente y aplaudiéndome a mí misma por haber tenido la maravillosa idea de mostrarle mis heridas de guerra. Había sido la jugada perfecta para convencerle de la existencia de esos monstruosos seres que rondaban cada noche los callejones de la ciudad y que hasta ahora habían pasado desapercibidos ante sus azulados ojos.

Mi felicidad en esos instantes era plena, como si por quitarme ese peso de encima  al revelar mi secreto y ser comprendida hubiese liberado mi alma y solucionado el resto de problemas que seguían estando presentes en mi vida, pero de los que no era consciente en ese momento. Pero como todo lo bueno en esta vida, mi felicidad fue efímera y de nuevo la incredulidad se apoderó de mi ser cuando el abogado insistió en que le confesase el verdadero motivo de mi visita y de mi problema con la Inquisición.

¿Estaría bromeando en un momento así? Sopesé esa opción durante unos segundos, probablemente porque era la única que encontraría razonable después de haber sido tan convincente en mi relato; rezando todo lo que sabía  por no tener que repetirle de nuevo la única verdad que ya había expuesto en dos ocasiones. Pero ese gesto suyo de seguridad al entrelazar sus dedos sobre su mesa de escritorio, me indicó que estaba totalmente convencido de que mi trabajo seguía siendo otro bien distinto del que ya le había confesado y que al parecer para él era mucho peor que matar sobrenaturales.

-Como bien ha sugerido, su conocido puede sernos de gran ayuda en este caso. Es probable que los inquisidores que me persiguen no deseen crear nuevos problemas con la monarquía por una simple cazadora y olviden la razón de por qué me he convertido en su objetivo. Me alegra saber que en esta parte estamos de acuerdo.- hice una breve pausa tomando aire para explicar otra tediosa vez los motivos que me habían llevado hasta allí. Maldije el momento en que pensé que encontrar un abogado que pudiese ayudarme iba a ser la parte difícil.

Aunque, ¿serviría de algo repetirle de nuevo lo mismo que las últimas dos ocasiones? Algo me decía que ni aunque se lo repitiese un millón de veces creería lo que le contaba. Ese era el principal problema que tenían los humanos tan racionales como el que tenía en frente, hasta que no veían algo con sus propios ojos eran incapaces de creer. Sonreí de lado cuando una bombillita se iluminó en mi atormentado cerebro y di con la forma de solucionar el problema de su fe en mí de una forma un tanto “radical”.

-Déjeme que le ofrezca mis disculpas por no ser capaz de explicarle lo sucedido de una forma racional y libre de verdades a medias. Entiendo que es complicado que entienda lo que le digo, que para una persona como vos, y esto se lo digo desde el mayor de mis respetos, que necesita tener ordenados en su mente cada hecho sucedido de forma clara y concisa, pueda creer en algo tan inverosimil como lo que solo ha visto plasmado en los relatos de terror.- me incliné sobre el asiento, apoyando mis antebrazos en el escritorio para buscar su mirada en un último intento porqué viese en mí la sinceridad con la que le hablaba, cambiando de tema a otro que le sería sin duda mucho más familiar.- Imagino que será un hombre religioso.- casi todos lo eran- Sus creencias se basan en una fe ciega, en creer lo que narran las escrituras y sermonean los sacerdotes. Cree en un Dios milenario y en su hijo hecho hombre porque así le han enseñado desde pequeño, pero no porque haya podido ver con sus propios ojos la existencia de ninguno. ¿Qué diferencia encuentra entonces con lo que le he contado? ¿Solo por que no lo ha visto?

Después de decirle esto me percaté de que mi creencia era mucho más racional que la suya, que se creía cuerdo por no creer en relatos para no dormir. Yo también había crecido con historias relatadas por mi padre con todo lujo de detalles, leyendas sobre licántropos e inmortales a los que como ahora yo, él daba caza. La única diferencia es que, esas historias con las que yo había creado mi propia religión, había podido confirmarlas años después con mis propios ojos. Había llegado el momento de llevar a cabo esa parte del plan que, aunque demasiado peligrosa para ambos, sería más que necesaria si quería que Jean dejase de estar ciego ante lo más evidente. Iba a abrirle los ojos mostrándole el mismo aterrador mundo que yo conocía.

-Prometo descubrirle toda mi verdad a su debido tiempo, señor Lachance; pero ahora necesito relajarme un poco. Ha sido un día complicado y creo que esa verdad sería mucho mejor asimilada después de unas copas en una taberna que conozco no muy lejos de aquí, donde tras un par de tragos lo que tengo que contarle sobre lo que me sucedió anoche le resultará mucho más esclarecedor.-sugerí con una amplia sonrisa, gastando con aquella propuesta el último cartucho que me quedaba para mostrarle cual era mi realidad. La ventaja del invierno es que oscurecía temprano y con un poco de suerte algún inmortal haría acto de presencia en la taberna antes de que el abogado estuviese ebrio como una cuba.


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Mensaje por Jean D. Lachance Mar Ene 10, 2017 3:36 am

- Puede que le sorprenda comprobar que la religión no es uno de los pilares fundamentales de mi vida - Le digo a la muchacha, esbozando una media sonrisa que significa mucho más de lo que dejo translucir. Y es que difícilmente podría adivinar que, entre otras razones, se debe a que la Iglesia no acepta demasiado mis orientaciones sexuales. Mi sonrisa se ensancha al evocar a aquella única noche entre Varek y yo, tras reencontrarnos por primera vez como adultos. Jamás he podido olvidar el sabor de nuestras lágrimas entremezcladas al darnos aquel tímido primer beso, ni los gruñidos de Varek mientras descargaba su frustración sobre mi sudoroso cuerpo. Hermano contra hermano, ofreciéndose consuelo en un acto incestuoso que jamás volvimos a mencionar. No, definitivamente, el cristianismo y yo no acabamos de encajar del todo - No es algo habitual en alguien de mi posición, pero al comulgar con las ideas de los estudiosos más ilustrados, mis creencias están basadas principalmente por hechos que yo mismo haya visto o comprobado. Para mi, es tan descabellado que una paloma embarazase a una virgen como que existan criaturas sobrenaturales entre nosotros. Parece que en eso estamos ambos de acuerdo.

Ella insiste un rato en sus alegatos, lo que me hace sospechar que tal vez haya estado errado en mis conclusiones. Una sospecha cruza fugaz por mi mente; ¿Y si Craig es una especie de sacerdotisa de secta? Eso explicaría su fervor por las criaturas sobrenaturales, y las extrañas marcas que cubren cada centímetro de su suave piel. Puede que sean autoinflingidas, o que formen parte de algún extraño ritual que sólo ellos conocen. Podría ser que incluso estuviera intentando captarme para su secta. La idea me resulta tan inquietante que no puedo evitar observar a Maggie con otros ojos. Tal vez por eso me haya invitado a tomar algo al salir de trabajar; para poder seguir vendiéndome su ideología, o peor, para llevarme a algún tugurio sede de su religión. De ahí que diga que acabaré descubriendo la verdad a su debido tiempo.

Pasándome una mano por los oscuros rizos, tomo una decisión definitiva. Después de todo, se trata de una clienta; debo encontrar un equilibrio lo suficientemente balanceado como para que ambos quedemos contentos. No la seguiré a ningún bar, para no darle la oportunidad de enredarme en comunidades extrañas; sin embargo, sí que la llevaré a tomar algo a algún lugar. Quién sabe; si le caigo bien, puede que acabe llevando los asuntos legales de toda una secta. Eso sí que sería algo para explicar a los nietos.

- ¿Sabe? Esta noche tengo que ir a tratar unos asuntos al Banque du France; mi nueva contable prefiere trabajar de noche, ya sabe, para no tener a su alrededor el caos y ajetreo propio de las horas matutinas. - Le digo, guardando de nuevo mi agenda en el cajón cerrado con llave - Aun así, creo que podemos tomar algo siempre y cuando no nos extendamos demasiado en el tiempo. En esta misma calle hay un local muy respetable de copas; tienen toda clase de bebidas dulces para señoritas, que estoy seguro de que le encantarán. Y así podrá explicarme algo más sobre esa... "verdad" que según usted estoy a punto de descubrir.


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Mensaje por Maggie Craig Sáb Ene 14, 2017 11:16 am

No me pareció extraño que el abogado confesase no estar muy de acorde con la ideología eclesiástica, al fin y al cabo desde que le relaté por primera vez la realidad de lo sucedido tampoco me había creído por no ser capaz de aceptar la existencia de esos seres sobrenaturales si no los había visto con sus propios ojos. ¿Por qué iba a creer en todas esas quimeras bajo las que la Iglesia intentaba someternos, inculcándonos un irracional miedo por las consecuencias  a nuestros actos en vida en nuestro juicio final? Al menos aquella noche comenzaría a creer en un mundo mucho más complejo al que conocía, donde las leyes y el honor estaban muy lejos de ser aceptadas entre bestias, y donde solo nosotros los cazadores, éramos leales a nuestro juramento de proteger al resto de la humanidad de aquello que les acechaba por las noches.

A continuación expuso su racional explicación de esa forma de pensar que teníamos en común y que como bien decía no era la propia de alguien de su clase, como tampoco era lo común en el resto de la población, que obedecían a los sacerdotes como las ovejas a su pastor; solo que en este caso, no tenía muy claro si el pastor era el lobo y el lobo, la libertad de pensamiento.

Apoyé de nuevo mi espalda en la cómoda silla, esperando una respuesta a la propuesta que le había planteado. Esperaba que mi invitación no fuese pensada como una velada distinta a la de una noche en la que ese abogado y yo encontraríamos el entendimiento mutuo de ese tema que teníamos entre manos, un problema que había comenzado siendo mío, pero que del que él se había hecho cómplice desde el primer momento en el que le confesé esos secretos a voces que rodeaban a la Inquisición. Observé con curiosidad como se demoraba unos minutos en su respuesta, como si analizase cada una de mis palabras buscando el doble sentido a éstas. Pero, ¿podía juzgarlo por hacerlo cuando yo misma era la primera que le daba la vuelta a cualquier comentario que me realizasen? Por fin aceptó mi oferta, que aunque no era lo esperado, tampoco se diferenciaría en demasía de la inicial. Si algo había aprendido durante todos estos años es que habían sobrenaturales por todas partes.

Me llamó considerablemente la atención que una respetable contable del Banco de Francia prefiriese encontrarse con un cliente durante la noche en lugar de hacerlo por la mañana durante el almuerzo en un lujoso restaurante, y a pesar de que la excusa expuesta parecía más o menos racional, una pequeña inquietud quedó marcada en mi pecho. Tendría que asegurarme de que no era una chupasangre que no solo estaba interesada en el capital del señor Lachance, sino algo más vital para mi nuevo amigo, solo faltaba que la primera noche que lo conocía acabase convirtiéndose en la cena de uno de esos desgraciados inmortales.

-No tengo que inconveniente en acompañarle a ese local respetable, solo espero que me dejen entrar vestida de esta forma.- bromeé a sabiendas que el hecho de que una mujer llevará calzas en lugar de vestidos no era muy común en este tipo de antros lujosos. Sonreí de lado cuando mencionó bebidas dulces para señoritas; si esperaba que me tomase una soda o algo similar sin alcohol se iba a caer del taburete cuando me viese beber whisky a palo seco.- Estoy segura de que tras unas copas, seremos capaces de entendernos perfectamente y no se preocupe, antes de que tenga que acudir a su cita habremos encontrado la forma en que comprenda mi precaria situación.


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Mensaje por Jean D. Lachance Sáb Ene 14, 2017 3:30 pm

No había caído en que mademoiselle Craig no va vestida precisamente como corresponde a su condición; y es que ninguna dama que se precie llevaría pantalones jamás, ni siquiera para montar. Desde luego, no en Le petit régal. Mirando hacia la nada con expresión pensativa, tardo un par de segundos en decidir qué hacer con el plan. Dudo mucho que Maggie quiera cambiarse y ponerse algo más apropiado, aunque consiguiera proporcionárselo. No; en su mirada brilla una férrea determinación que ya he visto antes, y sé por experiencia que cuanto más presionas a alguien para que cambie, más se aferra a lo que es. Ir a otro lugar tampoco me parece una buena opción; sigo sin saber si la chica en realidad está para meterla en un manicomio, y llevándola a cualquier otro sitio podría estar metiéndome en la boca del lobo sin saberlo. En cambio, sé que en el local de Renoir me ayudarían si alguien intentase propasarse conmigo. Que después tuviera que soportar las burlas porque ese alguien fuera una mujer es otro cantar.

Al final, decido seguir con mis planes de antes. Mi aura de autoridad y mi amistad con el dueño del bar deberían ser suficientes para que la joven pueda entrar sin impedimentos, y de no ser así, un buen soborno siempre pone fin a cualquier conflicto. Levantándome de la mesa, tomo mi chaqueta del colgador para protegerme del frío de la calle. Está empezando a anochecer, y en cuanto se pone el débil sol invernal, París se torna tan helada como la más profunda de las fresqueras.

- No creo que la ropa suponga ningún problema, mademoiselle. Aunque quienes lo visitan suelen ser bastante distinguidos, el dueño es amigo mío; me hará el favor por esta vez, estoy convencido - Le digo, retirándole la butaca para que pueda levantarse con comodidad. - Está bastante cerca, así que no será necesario que llamemos a un carruaje. Abríguese antes de salir; me ha parecido ver un par de copos de nieve revolotear junto a la ventana, y no querría que cogiera un resfriado.

Por si acaso, cojo un paraguas de uno de los cajones de mi despacho antes de salir. El bufete no está ya demasiado ajetreado; sólo hay un par de clientes sentados en la recepción, al parecer a la espera de que uno de mis abogados trate sus asuntos con ellos. Levantándome el sombrero hongo levemente para despedirme de Rebecca, precedo a Maggie escaleras abajo hasta llegar a la empedrada avenida comercial. Las farolas están ya encendidas en las calles, titilando para ahuyentar la oscuridad que amenaza con engullir poco a poco la ciudad. Los transeúntes, tapados con bufandas y gorros, ultiman sus compras para poder volver a sus hogares. Y es que a nadie le gusta estar fuera de casa cuando el sol se pone por el horizonte, quedando expuesto a los peligros que puedan acechar en la ciudad.

Nuestro destino se encuentra prácticamente en la misma calle. Apenas diez minutos después de haber emprendido la marcha, me detengo en un local cuyo escaparate está decorado con marcos bañados en un alegre dorado. La madera, algo desvaída por efecto del sol, muestra en brillantes letras góticas las palabras Le petit régal, junto con el dibujo de una estilizada copa y una botella. El mismo emblema está grabado en la oscilante placa de madera que cuelga junto a la puerta, pirograbado. De su interior brota el alegre sonido de un par de violines y un piano, que me transportan a tiempos mejores en la pantanosa tierra de Luisiana.

- Las damas primero - Le digo a Maggie, abriéndole la puerta para que pueda pasar al interior del local.


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Mensaje por Maggie Craig Lun Ene 16, 2017 6:16 am

Al parecer había llegado el momento en el que por fin marcharíamos a tomar esa bendita copa que veía más que necesaria para poder hacer frente al resto de la velada. Convencer a ese terco abogado de que lo que le contaba era cierto estaba costando más de lo que había imaginado en un principio, y mi única esperanza es que cuando el alcohol corriese por nuestras venas, o al menos por las suyas, comenzase a entrar en razón y se convirtiese en ese tipo de abogados que se creen cualquier pamplina de sus clientes con tal de cobrar sus honorarios.

Tras unos segundos en los que el abogado pareció sopesar mi desenfadado comentario acerca de mi vestimenta  y mi posterior deducción de que su respuesta no estaba hecha para juzgarme por ésta,  se levantó de su cómodo sillón para hacer posesión de su chaqueta y ayudarme cortésmente a levantarme del mi asiento. No acostumbraba a dejarme agasajar con ese tipo de gestos caballerosos de la alta sociedad, en sí me resultaban bastante incómodos,  pero bastante lo había intimidado ya el poco rato que habíamos compartido como para ponerme en pie de un salto y gruñirle por tratarme como una muñequita de porcelana.

No me había dado cuenta de que el señor Lachance era ligeramente más alto que yo hasta que llegó a mi altura, descubrimiento que tampoco es que fuese digno de admirar pues casi todos los hombres lo eran. Ahora, sin estar sentado tras esa mesa que le dotaba de una seguridad imaginaria por encontrarse en su terreno, nuestro encuentro se convertiría en uno más equitativo y emocionante. Me abroché el abrigo que había abierto al acercarme a él para enseñarle mis marcas de guerra y que había dejado tal cual al sentarme después. Me resultó extraño que el letrado no se percatase de las armas que descansaban estratégicamente en mi cinturón,  agradeciendo que le hubiesen pasado desapercibidas,  pues dudaba que la explicación que le ofreciese acerca de por qué iba armada hasta los dientes fuese más creíble que la  razón de por qué requería sus servicios.

-No se preocupe, estoy más que acostumbrada a las frías noches de Escocia. Estoy segura de que ese breve trayecto no hará mella en mí.- respondí con una cálida sonrisa  antes de salir de su despacho y encontrarme de nuevo ante la inquisidora mirada de su secretaria, que parecía recelosa por mi presencia. Debió sentirse mucho más tranquila cuando comprobó que su jefe seguía con todos los miembros del cuerpo en su sitio y que todavía era capaz de caminar por su propio pie.

No tardamos en llegar al suelo empedrado del exterior,  cuyos adoquines comenzaban a volverse resbaladizos por la humedad que envolvía las calles de París en cuanto los rayos de sol comenzaban a desaparecer, sumiendo a la ciudad en la más absoluta oscuridad y dando comienzo de esta forma a mi jornada laboral. No hacía especialmente frío esa noche, y sonreí de lado cuando recordé las palabras del abogado al pensar que podría resfriarme. No podía permitirme el lujo de enfermar, además de que estaba acostumbrada a luchar sin ese abrigo que ahora cubría mis armas y que limitaba demasiado mis movimientos.

-Muy amable.- respondí con una estudiada y educada sonrisa frente a su invitación, antes de entrar en ese local que ni a empujones me habría aventurado a visitar antes si no fuese porque Jean estuviese empecinado en  ir allí. Rodeé con mi mano su brazo en un intento por no parecer totalmente perdida en un lugar donde todo estaba escrupulosamente  limpio y ordenado, donde las copas se servían en vasos sin muescas y todo estaba en una extraña armonía.

No pude evitar deslumbrarme por la madera noble con la que estaba decorado el local, con preciosas lámparas acristaladas que daban un ambiente acogedor y al mismo tiempo elegante. Donde sus sillones y reservados estaban pulcramente tapizados, sin quemaduras por el tabaco u otro tipo de desafortunados altercados. Apreté el brazo del abogado con fuerza cuando nos aproximamos unos pasos al interior y un hombre desconocido se acercó hasta nosotros, un tanto confuso por mi presencia, pero que al parecer había reconocido a Jean y avanzó hasta nosotros con una amplia sonrisa. Eché una última ojeada a la clientela del local, que parecían tan estupefactos por mi presencia como yo por el sitio donde me había dejado arrastrar. Seguía  pensando que había inmortales en todas partes, pero que si allí me encontrase con alguno, sería de los que dan problemas tras su muerte.


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Mensaje por Jean D. Lachance Mar Ene 17, 2017 2:12 am

- Buenas noches, monsieur Lachance - Nos recibe la voz ronca de Reinor, precediendo la inmensa mole que es su propietario. De cabellos escasos del color de la nieve y una altura inusualmente baja, el hombre, que rozará ya los cincuenta años, se acerca a nosotros con una agilidad sorprendente para su tamaño. Parece complacido de verme, y a la vez sorprendido; no suelo venir acompañado por damas, y mucho menos de las características de Maggie. Mis habituales acompañantes son los empleados del bufete, o incluso mi hermano, aquellas noches en las que nos apetece desconectar de las preocupaciones de nuestros negocios. Sus ojos brillan, curiosos, mientras estudian a la morena; parece que está intentando desentrañar qué clase de relación hay exactamente entre nosotros, para después poder repetirla con todos aquellos clientes que quieran escuchar sus cotilleos.

Tendiéndole una mano para que me la estreche, le guiño un ojo a Maggie para que no se sienta incómoda. Está claro que este no es su ambiente, pero aun así, no quiero que piense que no es bien recibida. Al contrario; la mayor parte de parroquianos está dedicado a admirar su curvilínea figura, ya que sus pantalones dejan entrever una silueta que resulta muy difícil de adivinar bajo un vestido tradicional. Depositando un par de monedas en la palma de Reinor, guío a Maggie hasta mi mesa favorita con cierto gesto posesivo. Sé que este no es el tipo de local en el que ningún hombre intentaría propasarse con una fémina, pero por si acaso, es mejor que crean que está conmigo.

- ¿Qué le está pareciendo el local, mademoiselle? - Le digo, mientras retiro levemente una butaca para que pueda tomar asiento en ella. Una vez la morena está acomodada, rodeo la mesa para sentarme en el asiento que está frente a ella, del mismo terciopelo rojo vino que decora la mayor parte del local. Las luces de colores de las lámparas colgantes crean un juego de luces en mi rostro, que se tuerce en una media sonrisa misteriosa al observarla. Y es que siento predilección por las cosas hermosas, descripción dentro de la cual la señorita Craig encaja sin ninguna duda. Reinor aprovecha que ya estamos acomodados para venir a tomarnos nota, depositando un pequeño tentempié en el centro de la mesa a modo de cortesía. -  Para mi, una botella del mejor vino que tengas, Reinor - Le digo al tabernero, mientras me desabrocho la chaqueta y se la tiendo con despreocupación. Él asiente con la cabeza, girándose después hacia mi acompañante para saber qué es lo que querrá tomar. Metiendo la mano en el bolsillo interior de mi levita, saco un habanero y lo enciendo con fruición. Una bocanada de espeso humo se une a la neblina del ambiente tan pronto lo hago, aromatizando nuestra mesa con el olor a infancia que tanto asocio con Luisiana. Nuestras bebidas tardan apenas dos bocanadas más en llegar a la mesa; no conozco ningún lugar tan eficiente como Le petit régal, algo que espero que la clienta aprecie. - Gracias, Reinor - Le digo, dándole un par de francos más como propina por sus servicios. El hombre se apresura a marcharse para dejarnos intimidad, algo que me hace sonreír tanto como la etiqueta de la botella que ha traído. Clavando mis intensos iris en los oscuros de Maggie, me llevo el cigarro a los labios mientras me sirvo un poco del licor. Es tan oscuro como una noche sin luna, y su aroma me confirma que el camarero ha cumplido mis instrucciones sobre la calidad que tenía que tener el caldo.

- Como le iba diciendo en el despacho, madame, si usted me proporciona un día, puedo concertarle una cita con mi conocido de la Administración. Podrían quedar ustedes en el bufete, y así me aseguraría de darles asesoramiento mútuo sobre la versión que más les conviene para solucionar su "pequeño" problemita. - Le digo, dándole un generoso trago a mi copa de vino. Un par de copas más son suficientes para enrojecer mis mejillas, que no para sumirme en un estado de ebriedad. Mi cuerpo está demasiado acostumbrado a las bebidas alcohólicas, fruto de las numerosas noches de fiesta que Höor y yo compartimos durante la semana - Pero bueno, dejemos el trabajo a parte. Antes ha mencionado algo sobre la frialdad de Escocia. ¿Debo entender pues que usted es originaria de allí?


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Mensaje por Maggie Craig Vie Ene 20, 2017 8:50 pm

Mi deducción acerca de la relación entre el hombre de mediana edad que avanzaba con paso firme y decidido hasta nosotros y Jean,  quedó confirmada cuando esbozando una amplia sonrisa estrechó la mano de mi acompañante que parecía pendiente de mi reacción desde nuestra llegada a ese lujoso local. No cabía la menor duda de que el desconocido se trataba del dueño de ese lugar, caballero  del que el abogado me había hablado antes de salir de su despacho; cuando todavía pensaba que sacarlo de su terreno me facilitaría las cosas con respecto al delicado tema que todavía teníamos que tratar. Claro que,  lo que no podía imaginar es que acabaría tomando unas copas en un sitio como aquel, donde me había convertido en el centro de atención de demasiados ojos para una cazadora a la que le gusta pasar desapercibida.

Sin muchos más preámbulos me dejé guiar por Jean, sujeta todavía a su protector brazo,  hasta una mesa bien situada en el fondo del local cuyo camino parecía conocer bien. Con disimulo iba observando cada uno de los detalles que dotaban al lugar de un ambiente tranquilo y acogedor, sorprendiéndome de cómo una cuidada a la vez que sencilla decoración, iluminada de la forma adecuada podía resultar tan agradable.  Aunque en un principio había pensado enfrentarme a algún inmortal para mostrarle al abogado que lo que le había contado era cierto y que era él quien llevaba una venda en los ojos que yo quería quitar, al recordar como terminaban las tabernas donde en alguna ocasión había tenido lugar algún contratiempo, desistí en mostrárselo allí mismo si es que llegaba el momento.

Con un gesto de agradecimiento,  tomé asiento en la butaca que Jean retiró para mí, dando una última ojeada al resto de clientes que parecían haberse acostumbrado a mi presencia, dirigiendo las miradas volvían a sus interlocutores. – Sin duda es un lugar fascinante y dotado de buen gusto.  Tiene una decoración un tanto diferente al que yo pretendía llevarle, aunque estoy segura de que  éste también le habría gustado. – contesté  con una sonrisa de medio lado,  pensando que si estaba acostumbrado a beber en sitios así le hubiese dado un síncope al llevarlo al antro al que yo solía acudir en busca de un poco de tranquilidad.

Desvié  la mirada hacia el dueño del local que se acercaba sigilosamente a tomarnos nota. Estaba sopesando que debía pedirme que fuese medianamente común en una joven de mi edad cuando, observando como Jean se quitaba la chaqueta para entregársela al camarero, me di cuenta que yo continuaba con el abrigo puesto. Debido a que me había quedado desconcertada al entrar en aquel lugar, no había caído en la cuenta que el ambiente estaba caldeado y que la prenda era innecesaria, además de que continuar con ella sería una falta de respeto.- Yo tomaré un whisky doble y al ser posible  escocés con hielo.- apunté barajando todavía la forma en que quitarme el abrigo sin dejar al descubierto el arsenal de dagas y estacas que rodeaban mi cinturón, además de la espada que también portaba.

Las bebidas no tardaron en llegar, y con ellas mi esperanza de que la velada no se demorase mucho y poder salir airosa de esa situación, en lugar de terminar asada en mi propio jugo bajo el abrigo, que previamente había desabrochado por delante. Bebí despacio observando fijamente a Jean, que una vez más me demostraba estar como pez en el agua al tratar con el mesonero. Tenía una cálida y embaucadora sonrisa que no había podido apreciar durante nuestra reunión en su despacho, pero que desde que habíamos llegado a aquel lugar, me había regalado en varias ocasiones.

-Antes de despedirnos esta noche,  le daré la dirección del hostal en el que me hospedo y  donde podrá encontrarme para cualquier menester que se le presente. Agradezco su interés por mi caso, y espero que su amigo de la Administración  no ponga trabas en ofrecerme de esa coartada que tanto me es necesaria. Imagino que si accede es porque el favor que le debía era importante.- volví a beber de mi copa, suspirando despacio al comprobar que el alcohol no me estaba ayudando a la hora de mantener la temperatura de mi cuerpo estable, continuando todavía con el abrigo puesto. Pero la sensatez se escapaba al mismo ritmo que mi copa se vaciaba, de modo que tras escuchar su siguiente pregunta y suponer que la velada se alargaría si íbamos a ponernos al día en cuanto a información personal se refería, decidí que tenía que librarme de aquella prenda que me estaba asfixiando por momentos.

- Como bien ha deducido provengo de Escocia, de una pequeña ciudad llamada Stirling. Allí se encuentran ahora mi madre y mis hermanas.- me levanté de mi butaca mientras que continuaba hablando con él sin dejar de buscar la profundidad de esos ojos azules que parecen estar analizando cada una de mis palabras. Deslicé con suavidad por los hombros el abrigo que cubre mis armas y parte de mi figura, colocándolo sobre el respaldo del asiento que vuelvo a ocupar tras ladear ligeramente la espada. Siento como la mirada de algunos clientes se giran hacia nosotros, pero doy por hecho de que se debe a que no acostumbran a ver a muchas mujeres con calzas y una fina camisa oculta bajo un corsé.- Hace solo unas pocas semanas que llegué a París para cumplir con un encargo y espero que en breve pueda volver a estar con ellas..- justifico modificando solo un poco la realidad, sabiendo también que un muy posible que no vuelva. Tomé de nuevo el vaso entre mis manos para darle un pequeño trago, manteniéndolo en estas para jugar con los hielos en breves movimientos de muñeca.- Y vos, ¿sois de aquí o de algún otro lugar?

Siento cierta tensión en el ambiente, pero no sabría decir a qué se debe exactamente. Es posible que sea el alcohol que adormece mis sentidos y que me hace ver fantasmas donde no los hay, pero juraría que hay algo extraño que se escapa a mi comprensión. Fuese como fuere, tenía que reconocer que no había probado un whisky tan exquisito en mi vida.


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Mensaje por Jean D. Lachance Dom Ene 22, 2017 5:43 am

- ¿Se sorprendería usted si le dijera que también frecuento lugares algo distintos a este? - Respondo a la muchacha, dándole un ligero trago a la copa de vino. - Es uno de mis secretos mejor guardados; siéntase privilegiada porque se lo cuente. Y es que en las noches de luna llena, dejo la toga y la corbata en los armarios del juzgado para cambiarlas con ropas más propias del populacho. Así puedo salir a beber a lugares poco respetables y hacer cosas como apostar, rondar por el puerto o incluso visitar el circo gitano. Y antes de que salga el sol de nuevo, antes de perder el influjo de la luna, secuestro a una muchacha o un muchacho y hago un sacrificio con él en mi bufete. Para la abundancia en el trabajo, ya sabe. A mi manera, soy una clase distinta de hombre lobo - Hago ademán de dar un nuevo trago, manteniendo una expresión seria, pero la risa se me escapa de entre los labios mucho antes de llegar a rozar siquiera el cristal. Entre carcajadas, me paso una mano por los oscuros cabellos mientras miro fijamente a la chica. Me pregunto si será de las que hacen mohínes cuando se enfadan; eso sólo las hace ser más encantadoras todavía. - Disculpe mi pequeña broma personal; en realidad, no es cierto que salga sólo las noches de luna llena. Ni tampoco que sacrifique a nadie; soy incapaz de hacerle daño a una mosca. Lo que sí es real es que la rígida estructura aristocrática en ocasiones me llena de hastío; y es entonces cuando busco desahogarme entregándome a la adrenalina de las clases bajas. Una diversión como otra cualquiera, más inofensiva que la mayoría. Aunque espero que usted no sea doncella. Porque hoy es luna llena, y tengo que cumplir con mi sacrificio mensual. Ya sabe, para mantener la mala fama que tenemos los abogados.

La conversación continúa fluyendo respecto a su problema con la Iglesia, en el que le aconsejo un par de veces sobre cómo actuar para mantener una convincente apariencia de inocencia. Los consejos van acompañados de numerosos tragos a la copa de vino, que pronto es rellenada tantas veces que incluso mi aguante empieza a flaquear. Mis mejillas se encienden por el calor del alcohol y el ambiente; mis manos gesticulan más para explicarle a la muchacha mis opiniones. Incluso mi mirada se torna más chispeante, reflejando como una miríada de estrellas las brillantes luces que decoran el local. Levantando la mano hacia el camarero para que reponga la copa de Maggie, desvío la vista hacia su rostro. Está también algo enrojecido, lo cual la hace parecer más accesible. Menos amenazadora. De llevar vestido en lugar de ese abrigo tan ancho, casi sería incluso como una dama de verdad. Aunque debo reconocer que hay algo turbador en el hecho de que vista como un hombre y no se arrepienta de ello, sino que parezca cómoda, relajada. Con el pulso algo más tembloroso que hace un rato, sirvo un poco de vino de nuevo en mi copa. Tal vez debería parar; tengo que ir a ver a Alessia luego, y no podré mantener la dignidad con una botella entera de vino en el cuerpo.

- No se preocupe por mi conocido. La confidencialidad abogado-cliente me impide darle detalles sobre el caso, pero lo dejaré en que su acceso al Tesoro de Su Majestad le trajo más problemas que alegrías. Y me encargué de que pudiera escurrir el bulto de una manera más que satisfactoria. Así que créame, Maggie; me ayudará. No se atreverá a no hacerlo. - Esbozo una media sonrisa misteriosa, recordando el bochorno de mi rival en los tribunales al darse cuenta de que las pruebas no eran exactamente las mismas que había visto con anterioridad. Fue uno de los casos más difíciles que llevé, y ganarlo me requirió utilizar de la mayor parte de mis dotes creativas. Pero valió la pena; siempre lo vale cuando ganas. - Vaya, así que tiene usted familia en Escocia. Dicen que aquello está siempre muy verde, y que está repleto de ruinas de los numerosos acontecimientos históricos que ha ido viviendo la zona con el paso del tiempo. Es usted afortunada de vivir en un lugar como ese, y más con su familia. Espero que resuelva pronto sus asuntos en París, y sin meterse en más problemas. - Una risa casi imperceptible escapa de mis labios, que ahogo bebiendo otro trago a la copa de vino. Mareado, dejo la copa con algo más de fuerza de la cuenta. Definitivamente, se acabó el alcohol esta noche para mi. - Yo soy americano, como sin duda habrá deducido por mi acento. Para ser más exactos de Luisiana, cerca de Nueva Orleans. Allí viven mi madre y mi padre, en una de las plantaciones que poseemos los Lachance en Nueva Francia. Cultivamos índigo y azúcar allí, y tabaco en otra que tenemos en Cuba. Pero Varek y yo nos mudamos hace dos años a París para poder gestionar todo el asunto de las exportaciones. Aunque es a él a quien le corresponden los negocios, por ser el mayor y el heredero, yo le ayudo mientras ejerzo como abogado. No es una gran historia, pero es la que tenemos.


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Mensaje por Maggie Craig Lun Ene 23, 2017 4:16 am

El club escogido por el señor Lachance era sin duda la mejor elección para pasar la velada, no solo por el ambiente íntimo y envolvente que era idóneo para hablar de un tema tan delicado como el que teníamos entre manos, alejados de oídos indiscretos, sino también porque no había probado un whisky tan sublime como ese en toda mi vida. Jugueteé con el vaso en mis manos, deslizando  los cubitos de hielo dentro de éste con un ligero movimiento de muñeca y observando como  el dorado líquido resbalaba entre éstos. Dejándome llevar por  el relajante sonido de su voz, sin duda modulado a su antojo fruto de la experiencia, para hacer de cualquier afirmación una historia increíble.

Mi semblante apacible y tranquilo por el efecto del alcohol  que poco a poco iba haciendo su efecto calmante en mí,  mutó de pronto  al escuchar esa terrible confesión proveniente de sus marcados labios; y no precisamente por el hecho de  afirmarme que  acostumbraba  juntarse con las clases bajas, como decía, sino por tener la osadía de compararse a un hombre lobo y confesarme sin remordimientos la culminación de su noche a través de un sacrificio. Me recoloqué en mi butaca preparada para cualquier ataque imprevisto, sintiendo como el color de mis mejillas se desvanecía de éstas  y mi respiración se entrecortaba. Lo miré fijamente durante unos segundos, sopesando si podía  haber sido tan estúpida como para tener a un lobo delante de mis narices y tragarme que era incapaz de creer mis palabras sobre la existencia de éstos. Pero entonces escuché su limpia risa carente de maldad y no pude hacer otra cosa que arrugar la nariz y sacar la punta de la lengua de una forma totalmente infantil cuando me di cuenta de que me he estaba tomando el pelo.

-Debo confesarle que me imaginaba a los abogados más similares a los vampiros que a los licántropos, por todo esto de chupar la sangre de sus víctimas hasta la última gota. Aunque imagino que en todas partes tiene que haber excepciones. - mis labios dibujaronn una amplia sonrisa tras el cristal de mi vaso, antes de recostarme de nuevo en mi asiento y beber de  esa bebida espiritual que acompañada del buen humor del letrado está convirtiendo en esa noche en una velada digna de recordar. No imaginaba que tras esa apariencia de hombre serio y racional pueda haber un carácter tan desenfadado como el que parece relucir en Jean a medida que nuestras bebidas van bajando su nivel.- Comprendo que encuentre en nosotros, la clase plebeya, más diversión que en la clase más siesa de la sociedad a la que usted pertenece. Andar siempre ensartado por un palo de escoba manteniendo las apariencias tiene que ser de lo más tedioso.- mordí mi labio inferior, tratando de contener la risa al imaginar lo que pensarían el resto de clientes si me escuchasen hablar así de ellos; pero era una verdad como un templo. Las clases más bajas éramos, a nuestra manera, mucho más felices por no tener que aparentar lo que no éramos frente a los demás; por poder actuar sin tener que dar explicaciones a nadie más que a nosotros mismos.- Doncella o no, mi deber es darle caza esta noche de luna llena. Si es buen chico, solo lo encadenaré en las mazmorras de mi castillo y lo dejaré marchar mañana por la mañana.

Mi calor corporal iba elevándose poco a poco y sentía como las mejillas se sonrojaban sin razón alguna. Ambos estábamos dando buen tiento de nuestras bebidas y me sentía  incapaz de rechazar la invitación cuando el abogado solicitó de nuevo que repusiesen  mi licor. Sabía que era  el momento de parar, pero el tema que me interesa todavía no había salido a la luz de la forma en la que buscaba para poder mostrarle la realidad de mi mundo, así que decidí continuar, prometiéndome a mí misma que esa noche solo cazaría lo necesario para quitarle a Jean la venda de los ojos. Entonces caí en la cuenta de que tenía razón, de que esa noche era  la primera de luna llena y que los licántropos harían su aparición. Tal vez  fuese  más complicado hallar un lobo por esa zona de la ciudad, pero por el estado de nerviosismo en el que se encontraban, sus movimientos eran más fáciles de identificar. Barajé la posibilidad de engatusarlo para cambiar de local y llevarlo allá donde imagino que puedo encontrar a algún sobrenatural de éste tipo. Lo más sencillo sería el bosque, pero no encontraba excusa para llevármelo hasta allí. El puerto. Mi opción era arrastrarlo hasta una de esas sucias tabernas del puerto cercanas a zonas abandonadas por donde rondaban todo tipo de seres del infierno.

-Como bien dice Escocia es un lugar precioso, no muy diferente de París. Esta parte de Europa está siempre cubierta de zonas verdes gracias a la humedad de su clima. No mentiría si le confesase que me gustaría volver pronto, pero tal vez mi objetivo en París se alargue más de la cuenta. Además, ya no tengo que preocuparme si me meto en problemas, siempre puedo acudir a solicitar la ayuda de mi abogado.- bromeé sabiendo que la mayoría de mis problemas no se resolvían en los juzgados, sino con un estaca en el corazón. Observé fijamente a Jean mientras habla de su familia, deduciendo por sus palabras que ese tal Varek era su hermano mayor. Este sería un tema que tal vez retomaría en otro momento en el que estuviese más serena y fuese capaz de recordar la información que me diese, pero por el momento mejor pasar a asuntos más triviales.

Me costaba enfocar la vista en un punto fijo y decidí que era momento de tomar un poco de aire fresco y pasar a la segunda parte de mi plan; nos íbamos de caza. Casi me echo a reír sola por mis propios pensamientos, pero aun así terminé mi copa de un trago. Me incliné sobre la mesa, apoyando mis brazos sobre ésta para proponerle la insensatez más increíble de la noche. - Entonces ha recorrido un largo camino desde su hogar. Demasiado largo como para seguir guardando las apariencias en un local tan distinguido como éste. ¿Y si le ofrezco divertirse de verdad? Conozco el lugar perfecto para apostar a los dardos si son de su gusto, o a cualquier otra cosa que se le ocurra.- una inocente sonrisa surgió en mis labios mientras miraba los suyos y me mordí el inferior. Sacudí la cabeza con suavidad y con una mirada chispeante, clavé  mi mirada en la suya  a la espera de una respuesta afirmativa que nos conduciría a la mismísima boca del lobo.


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Mensaje por Jean D. Lachance Mar Ene 24, 2017 3:31 am

- ¿Dardos? - Repito, sopesando su propuesta. La perspectiva de continuar la fiesta en otra parte resulta muy tentadora, y no sólo por la compañía. Arropado por el calor de Le petit régal, en mi mente no imagino una sucia taberna del mónton, sino un lugar indefinido libre de los olores que son propios de la realidad. La influencia del vino la reviste de un encanto especial; y es que en mi imaginación, las victorias se suceden una tras otra. Mi mano siempre es certera en las tiradas, y los elogios son proporcionados por hermosos muchachos y doncellas admirados por mi habilidad. La imagen de Alessia se superpone en un par de ocasiones a mis pensamientos, pero no me cuesta demasiado desecharla. Al fin y al cabo, no es como si no fuera a ir a recogerla luego; sólo voy a aplazar mi visita un par de horas, tras las cuales iré a visitarla a su despacho del banco. Para entonces ya estaré sobrio, diluido el alcohol entre la noche y la sangre. Y podré proporcionarle una compañía adecuada a su condición.

Sonriendo para mis adentros, apuro el contenido de mi copa de vino antes de levantarme de la mesa. Mis piernas no tiemblan al aguantar mi peso, pese a que he acabado con la mitad de la botella en cuestión de una hora. Sacando unos cuantos francos de mi levita, los dejo caer sobre la mesa antes de acercarme a Maggie para retirar su silla. París, allá vamos de nuevo.

- Creo que voy a aceptar su sugerencia, mademoiselle Craig. Esta luna es demasiado brillante como para no aprovecharla, y sin duda, si hay algo que me proporcionará la experiencia será un poco de adrenalina - Le digo, guiñándole un ojo algo más brillante de lo habitual. Mi mirada desenfocada no capta los extraños bultos que rodean su cintura, sino que se queda atrapada en sus intensos orbes, de un tono tan oscuro como la más negra de las noches. Atontado, dejo que Renoir me coloque la chaqueta mientras parlotea sobre asuntos banales e intrascendentes. Iba a responderle del mismo modo, pero por alguna razón que se me escapa, ya no me parece importante hacerlo. Sólo marcharme del local para lanzarnos a la aventura, como tantas veces hemos hecho Höor y yo durante estos últimos meses. Abriendo la puerta de la posada a la muchacha para que pueda pasar sin tocarla, la sigo al frío exterior segundos después. El viento helado es como una bofetada que despeja levemente mi entendimiento, aunque no mi sonrisa brillante y ebria. - ¿A donde vamos pues, Maggie? ¿Las barcazas, el circo, el centro? - Río suavemente entre dientes antes de seguirla cuando tuerce hacia el oeste. No resulta muy difícil adivinar hacia dónde nos dirigimos; aunque no tuviera una buena orientación, el olor a lodo del Sena despejaría cualquier posible duda. - El puerto entonces. Buena elección. Aunque me abstendré de beber nada más entonces; la última vez que lo hice, encontré una rata muerta en el fondo de la jarra de cerveza. No era mía, por suerte, pero podría haberlo sido. Y a saber qué habré bebido sin saberlo en ocasiones anteriores.

Mi alegre y vano parloteo continúa hasta que alcanzamos las escaleras, fruto del alcohol que nubla mi entendimiento. No encontramos nada fuera de lo habitual mientras caminamos, sólo grupos que están empezando la noche de la misma manera que nosotros; buscando un lugar en el que ahogarse en bebida, hasta que el alba les indique que es el momento de volver a sus casas. Una joven de largos cabellos enmarañados se acerca a nosotros mientras caminamos, contoneándose con una sugerente sonrisa esbozada en el rostro. Sus labios están pintados con carmín del barato, y un hedor a perfume la precede antes de que nos de alcance. Llevándose las manos al broche de la capa, la abre para mostrarnos qué es lo que lleva debajo. Sólo capas y capas de su piel desnuda, pálida y brillante al reflejar la luz de la luna. Acariciándose el plano y terso vientre, hace ademán de tomar mi mano, que retiro justo a tiempo. No parece molestarle, sino más bien al contrario; mi gesto provoca en ella una baja y suave risa, que mantiene mientras clava sus ojos castaños en los míos aguamarina. - Puedo ser tuya por unos pocos francos, mi señor - Susurra, su voz cargada de ardientes promesas. - Sólo tienes que decir que sí, y me iré contigo. Te prometo que pasarás una noche que jamás olvidarás.


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Mensaje por Maggie Craig Vie Ene 27, 2017 6:26 pm

Los hielos de mi copa tintineban contra el cristal cuando apuré el contenido de ésta mientras observaba las reacciones del abogado tras mi propuesta. Mi padre me enseñó a ser capaz de deducir lo que se pasaba por la cabeza de mi interlocutor por sus simples movimientos, y los de Jean podían leerse como si de un libro se tratase. Estaba más que tentado a aceptar, aunque durante algunos segundos parecía que la seriedad y profesionalidad de su oficio amenazaban con dejarnos sin el resto de una velada más que prometedora. Finalmente, y teniendo que dar gracias a esas copas de más que ambos llevamos en nuestro interior, aceptó mi propuesta y haciendo gala de esa caballerosa educación al ayudarme a levantarme.

-Estoy segura de que encontrará más adrenalina esta noche de la que imagina, señor Lachance, solo déjese llevar y le mostraré un mundo completamente distinto al que conoce.- nuestras miradas se encuentraron y durante unos segundos se quedaron fijas una en la otra. Era consciente de su estado un tanto ebrio cuando sus preciosos ojos azules brillaronn más que horas antes y una sonrisa se dibujó en mis labios. No se imaginaba la cantidad de adrenalina que iba a descargar esa noche, lo malo es que no sabía si lo recordaría al día siguiente. Risueña por lo que imaginaba que iba a suceder, recoloqué mi abrigo cubriendo de nuevo mis armas mientras Jean saldaba las cuentas con su conocido.
Sonreí con picardía cuando pude percibir el entusiasmo del abogado en la entonación de sus preguntas. Parecía un niño ilusionado por ver lo que habría bajo el árbol la mañana de Navidad -El truco, querido Jean, está en beber directamente de la botella. Uno se evita encuentros desagradables y el estar preguntándose toda la noche si ese vaso habrá sido higienizado de la manera correcta.- bromeé cuando por el rumbo tomado descubrió sin ningún tipo de problema la zona de la ciudad hacia la que nos dirigíamos.- Recuerde abogado, no se separe de mi lado y estará a salvo.

Nuestro paseo hasta el puerto se sucedió sin mayores contratiempos. A pesar del helado viento que azotaba algún mechón suelto sobre mi rostro, las calles todavía estaban transitadas por otros ciudadanos que disfrutaban de esa tranquilidad que solo daba la oscuridad de la noche. Apenas quedaban unos metros para alcanzar nuestro objetivo, cuando una mujer de cabellos castaños se dirigió directamente a nosotros y no pude evitar rodar los ojos en un gesto de fastidio.

Con cierta desconfianza observé a la mujer que se acercaba a mi compañero de aventuras esa noche que había empezado con muy bien pie. El recelo no proviene tan solo por las insinuaciones poco sutiles que ésta le lanza, sino por los movimientos sinuosos al acercarse para tocarlo. Su palidez era más que evidente y me pregunté si esto sumado a la forma de moverse sería una señal inequívoca de que se trataba de una inmortal. No sería la primera que me encontraba alguno de estos seres  que se dedicaba a hacer la calle, claro que mi estado de deducción en esos momentos estaba bastante mermado. No tardaría mucho en descubrir si estaba en lo cierto o no, pero de seguro que el abogado no comprendería mi comportamiento.  Y si me equivocaba pensaría que estaba desquiciada. Así que, dejaría mi parte de cazadora para otro momento y haría lo que creía correcto para librarnos de esa mujer sin más contratiempos.- Lo lamento señorita, pero este caballero ya tiene compañía para esta noche.- sin vergüenza ninguna pasé la mano por el brazo de Jean, sujetándome de él.  Aproximando  de esta forma nuestros cuerpos y demostrándole así a esa mujer que el hombre será solo mío esa noche. No me hizo falta mucho más que una intensa mirada dirigida a la dama, para que ésta se retirase con una falsa sonrisa y marchase en busca de otra víctima a la que satisfacer.

-Me temo que luego tendré que acompañarlo a casa para que ningún ser de las tinieblas pueda asaltarle de camino a ésta.- susurré junto a su oído antes de retomar el paseo entre risas, continuando a su vez sujeta a su brazo. Llegamos  en unos minutos a una puerta de madera envejecida por el paso del tiempo y la brisa marina. A través de unos amarillentos cristales se colaba la tenue luz del interior nos indicaba que la taberna se encontraba abierta y esperándonos para dar comienzo a una interesante velada. Sujeté la manivela de la puerta y dirigí una divertida mirada a Jean antes de abrirla.- ¿Preparado?- tras lo cual tiré de ésta, dejándonos envolver por el sonido de las copas y el bullicio típico de estos antros donde el ambiente te engulle.


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