Exotic flowers (Ephaste)

¿Qué más podía hacer que seguir con las órdenes de su padre?

Casper no tenía el lujo de elegir por si mismo, especialmente cuando se era el hijo de un Lord de Suecia, había sido criado para asumir ese papel y sabía que conseguir una dama distinguida de París para que se convirtiera en la futura madre de sus hijos, era primordial para la supervivencia del linaje Kaarkarogf (y le aseguraría su posición en la familia), eran tiempos difíciles aquellos em su nativa patria y al parecer esa recesión económica no había golpeado a Francia, especialmente a París, que parecía de gozar de su mejor momento en la historia.

Dos semanas habían transcurrido desde su llegada a la capital, aún se hospedaba en el refinado (y costoso) Hotel des Arenes, pero la cuenta era lo que menos le preocupaba, su padre le había puesto a su disposición gran parte de la fortuna familiar, al parecer así de desesperados estaban porque él, consiguiera una prometida Francesa que no escatimaban en ningún gasto. El problema era que, hasta el momento no tenía ninguna candidata que le interesara a la vista y a pesar de que era consciente de su situación, Casper en el fondo deseaba poder escoger a la mujer con la que pasaría el resto de su vida.

Suspiró mirando por la ventanilla del carruaje que lo llevaba por la zona comercial, sus ojos claros paseándose por los avisos pomposos de los distinguidos locales del área, su expresión de profundo aburrimiento. Entonces vio una exuberante floristería que exhibía un montón de adornos florales en la entrada, traía un gran aviso en Francés, que leía que estaban en la inauguración y que tenían flores importadas nada más ni nada menos que de las salvajes tierras Suramericanas.

Le ordenó al cochero detenerse y bajó del coche con un grácil movimiento, acomodándose el sombrero de copa y ajustándose el abrigo elegante castaño oscuro pues el viento gélido del invierno había comenzado a soplar una vez más. No nevaba, por lo que, la floristería se había atrevido a sacar las flores, cubiertas por unas bolsas plásticas para evitar su deterioro, sin embargo un hombre en la entrada anunciaba que las mejores y más exóticas de las flores se encontraban guardadas en el invernadero pues eran muy delicadas para ser expuestas en el invierno.

Estuvo a punto de entrar cuando con el rabillo del ojo, notó una mesa a varios metros de la gran floristería, casi perdida en un callejón a la izquierda. Habían flores exhibidas en ella también, pero no parecía ser parte de la floristería. Sintió curiosidad por que tipo de flores se ofrecerían allí, ya que había escuchado historias de que en París, los Gitanos ofrecían productos mucho más valiosos que las mismas tiendas (si uno tenía suerte, claro estaba) así que decidió probar su propia suerte y se acercó a la mesa.

Había alguien... ¿Agachado debajo de la mesa?

- ¿Disculpe... Mademoiselle? - Preguntó a la mujer que parecía estar buscando algo entre unas cajas bajo la mesa - ¿Es usted la vendedora de estas flores?-

El grácil cantar de los pájaros fue uno de los pocos motivos para levantarse aquella mañana, pues sabía que el castigo divino impuesto por el dios principal de la religión que “tenían” les obligaba a ganarse el pan con el sudor de su frente. Una lástima que esa tradición se mantuviera de generación en generación tras la muerte de los primeros habitantes del paraíso.

Sin haber elegido un camino, el dinero ya había elegido por ella, dejándola caer con gracia sobre unas pocas monedas cada día y una casa completamente antónima a las ostentosas que se encontraban más de moda. Era plenamente consciente de que su situación como en una de las ciudades más conocidas de Europa, no era la mejor, pero no quería más y mucho menos, lo necesitaba. Aquel puesto tan simple de flores le daba lo suficiente a la semana como para comer y vivir. La joven tenía aspiraciones, pero subir de categoría económica no era la principal: existían cosas con más prioridad.

El número de personas que transitaba la avenida era cada vez mayor a medida que avanzaba el día y, a decir verdad, esperaba vender lo poco que tenía en lo que transcurría. Sería una pena que el frío terminara por marchitar y destrozar las rosas y claveles que se había molestado en robar y despojar del arbusto. Algunos de los ramilletes eran grandes y pomposos, mientras que otros más modestos y pequeños se conformaban con estar adornados con un simple lazo bien anudado y una cubierta de tela. Ese era otro de los motivos que la hacían levantarse tan temprano, y es que las flores, por muy absurdo que sonase, no se iban a adornar y juntar solas.

Bastaba con un simple despiste para quedar en evidencia delante de todas las personas que recorrían la calle. En el momento en que escuchó una voz, se apresuró a salir bajo la mesa, donde no había tenido más remedio que buscar un par de francos que se le habían caído de la bolsa en la que los estaba guardando.- Oh, perdóneme.- Se disculpó mientras se incorporaba. No había sido capaz de escuchar sus pasos, pues los confundió con el ruido tan de fondo que tenía la escena.- Sí, así es. ¿Puedo ayudarle en algo?.- Observó con cuidado su alrededor, nada entre lo que destacar, salvo por los caros ropajes que parecía llevar encima. Al principio le sorprendió un poco que alguien adinerado se molestase en acercarse a un puesto de flores robadas, cuando al otro lado de la calle se encontraba una de las mejores floristerías de la zona. Puede que fuera para mofarse de ella, vejarla o cualquier otra cosa peor, es lo primero que se piensa. Pero aun así, había que mantener la educación y la cordura, pues muy a su pesar, seguía siendo un cliente.

Cuando la mujer se levantó, Casper se quedó desconcertado por unos segundos y no respondió inmediatamente cuando ella le preguntó si podía ayudarle en algo. La mujer tenía una preciosa melena castaña que perfilaba un rostro angelical, que a pesar de no tener ninguna facción extraordinaria o fuera de lo común, su rostro le hizo pensar en un ser celestial, algo puro e inocente sin estar muy seguro de porqué.

- Oh... si - Murmuró al fin desviando la vista hacía las flores. No era la primera ni la única mujer hermosa que con la que hablaba, Casper estaba tan acostumbrado a tratar con damas cuidadosamente arregladas y maquilladas que no se deslumbraba fácilmente por la belleza de ellas, sin embargo algo en el rostro de ella había llamado su atención ¿Pero qué era? - Estoy buscando un ramo de flores - Comenzó a decir, alejando esos pensamientos y concentrándose en lo que tenía en frente: las flores.

- Para una dama - Agregó, por supuesto que eran para una dama, un hombre como él, ¿Para que iba a comprar flores? Los hombres y las flores no se mezclaban bien, los hombres se mezclaban con la pólvora y el hierro de las espadas, una cosa delicada como una flor, sólo podría ser un regalo para una mujer - Supongo que es lo que esta acostumbrada a escuchar de los clientes, quiero decir, un hombre que quiere comprar flores... por supuesto que piensa regalarlas a una dama -

¿Porqué sentía necesidad de explicarse?.

- Pero no tengo idea de cuales sean las apropiadas... hay tantos colores y formas, me temo que no reconozco los nombres de ninguna... y no se cual sea la más apropiada - Continuó hablando con un acento que denotaba que no era Francés especialmente cuando pronunciaba las 'erres'.

Los primeros segundos de silencio la asustaron, quizás por pensar que podría arrepentirse de haberse acercado a su posición y decidiera irse a su gran y eficaz competencia, pero pudo respirar tranquila cuando le vio reaccionar y responder de manera afirmativa. No pudo evitar sonreír al ver su gesto de incredulidad, notaba como si por alguna razón que obviamente desconocía, se hubiese alterado levemente. Quizás se esperaba a otro tipo de persona al otro lado de esa pequeña mesa repleta de flores.

- Oh, Ya veo.- Inició, justo antes de que aquel hombre elegante tratara de iniciar un poco de conversación. O al menos, eso le hacía parecer. Mantuvo su sonrisa mientras le escuchaba, a la par que observaba cómo le apartaba la mirada y la sostenía sobre la mercancía.- Bueno, podría atreverme a decir que hay de todo un poco.- Especificó antes de colocar sus manos sobre la tela que decoraba el stand.- Muchas personas vienen a comprar flores para sus difuntos, también me he encontrado con niños que desean comprar una flor para su madre o su padre.- Hizo una pequeña pausa antes de continuar con su monólogo.- No se preocupe, yo estoy para ayudarle a escogerlas.

Poco a poco, palabra a palabra, pudo darse cuenta de que no era la única en la conversación que tenía un acento extraño, más no era capaz de averiguar exactamente de dónde.- Quizás sería muy entrometido de mi parte pero, ¿cómo es ella?- Esperaba con todo su ser no haberle ofendido, no al menos demasiado…- No me malinterprete, es solo… quizás por su personalidad pueda ayudarle a elegir las flores más apropiadas para ella.- Estaba tardando en meter la pata. Hasta el fondo. Aquellas palabras habían salido de su boca como si casi las hubiera vomitado, corriendo y con prisa por ver la luz del sol y sentir el aire frío del invierno parisino. Inspiró con fuerza y suspiró tratando de ordenar las ideas que tenía en su cabeza.

No estaba nerviosa, pero quería decir tantas cosas a la vez que lo escupía todo de forma desordenada.- Así podría elegir bien los colores, así como la flor en sí. No es lo mismo entregar una rosa roja, que una blanca. Así mismo con cualquier otra flor con sus coloridas variantes. Siempre que usted me lo permita, claro está.- Finalizó con una amplia sonrisa. Puede que simplemente fuera impresión suya, pero notaba cómo se atragantaba poco a poco con la pronunciación, y es que hablar en francés de pues de tantos años hablando un idioma completamente distinto.- Siento mucho el arrastre, aún no sé hablar muy bien francés.- Excusas, ni que al cliente le importasen sus peripecias por la Inglaterra profunda o por qué hablaba tan mal. Detalles que puede que a nadie de quien atendía le importasen lo más mínimo.

¿Cómo era ella? ¿Los colores representaban cosas distintas? ¿Las formas?, comprar flores en París resultaba más complicado de lo que creía. En su país natal no había tanto glamour como en la capital Parisina, que era famosa en ser pionera en la moda y las tendencias del arte.

- Ella es... - Comenzó a decir y se dio cuenta de que no tenía a una mujer a la cual darle flores, la única mujer que conocía en la ciudad era la señorita Antje Schleswig-Holstein (y la prostituta con la que había pasado la noche la semana pasada, pero pues por supuesto ella no contaba) y no pensaba darle flores a Antje, aunque su madre quisiera que se casara con ella, la veía como a una niña, como a una hermana menor no como a una mujer (a duras penas si tenía los 17) no lograba imaginarlo - Ella es una mujer de virtud y decoro -

Aquella era una descripción bastante vaga y se dio cuenta que repetía las palabras de su madre.

- Es una mujer elegante en todos sus movimientos, una dama que nunca pierde el semblante educado y las buenas maneras - Continuó, como si estuviera recitando algo de memoria de un libro - Por cierto... no se preocupe por el idioma, yo tampoco es que lo hable perfectamente, tampoco soy de aquí - Se apresuró a agregar - Realmente es difícil el Francés ¿No es cierto? Tantas 'erres' que no suenan como erres - Comentó con expresión frustrada, pronunciando las erres no como en el Francés sino como en Sueco - Eh notado que la gente me mira de manera condescendiente cuando pronuncio mal -

Esta vez su rostro se mostró indignado, como si no estuviera acostumbrado a que su persona fuera cuestionada de ninguna manera.

Su cabeza se inclinó levemente ante la primera pausa que hizo su cliente para tratar de responder a su pregunta. Y por tal y como la describía, debía ser una mujer no sólo a la que tuviese en estima, sino además, respeto. Debía serlo, demasiada duda en un mismo cuerpo cuando se hablaba de una mujer no podría significar otra cosa, ¿no? Aunque más le sorprendió la facilidad con la que cambió por completo, el tema de conversación. Y su disculpa pareció ser la causante de ello. - Puedo suponer entonces que es una mujer que impone respeto desde su más profunda inocencia.- Puede que estuviese haciendo conjeturas demasiado pronto y, quizás, se equivocase. De ser así, quedaría bastante mal.

- Bueno… en mi lengua materna, la erre tiene un comienzo sonoro pero suave, así que más o menos puedo lidiar con la francesa.- Su desconcierto se fue haciendo más notorio a medida que su queja continuaba, una frustración ciertamente comprendida y conocida por la inglesa, quien no pudo evitar recordad aquellos tan desastrosos inicio cuando trataba de aprender la composición semántica de una lengua latina y no anglosajona.- ¿Condescendiente?- No estaba segura de haberle comprendido bien, quizás porque no encontraba una palabra en su idioma para ponerle un significado a aquella palabreja que acababa de escuchar o porque no estaba realmente segura de lo que significaba.

Fuera como fuese, sonrió casi sin poder evitarlo al notar la mezcla de emociones en la conversación, ante la cual, trató de desvanecer lo antes posible.- Y dígame, ¿qué es exactamente lo que le gustaría transmitirle a esa dama?- Al menos, ahora sabía cómo era ella, y todos los adjetivos apuntaban al color blanco, mas sin embargo, aún quedaban pequeños detalles. Detalles que más le valía saber antes que escoger de manera errónea una especie para el caballero que deseaba conquistar a la damisela, y no dejarlo en ridículo. - ¿Una confesión, quizás?

Descubrir que no era el único que batallaba con el idioma le hizo empatizar un poco con la extraña, aunque por supuesto sus clases sociales les separaban fuertemente y era casi que imposible que socializara con alguien así. Sin embargo tener algo en común como la dificultad con el idioma, les hacía tener un entendimiento mutuo. (Que por el momento agradeció tener con alguien), llevaba sólo dos semanas viviendo en Francia, pero para él, quien no había vivido nunca sólo, esas dos semanas le habían parecido toda una eternidad en solitud.

¿Quizás estaba demasiado deseoso del contacto humano?

- No entiendo de idiomas o acentos - Confesó, sintiendo algo de alivio de poder aceptar frente a alguien que era un tema que le confundía. Frente a la gente de su misma clase que le rodeaba en el hotel, tenía que aparentar ser un hombre culto y tener cierto intelecto, que realmente no tenía.

- Si, condescendiente, es decir, que alguien te mira como si te tuviera una mezcla de lástima y te subestimara - Trató de explicar cuando ella pareció no comprender lo que quería decir con la palabra - ¿Se ha sentido alguna vez así? Digo yo, me imagino que, si usted también viene de otro país, habrá tenido alguna situación similar -

La nueva pregunta lo dejó mudo por más tiempo del normal para que una conversación no se volviera embarazosa, realmente no sabía que responder, esa mujer que había descrito, no existía (o al menos no la conocía todavía) y simplemente había recitado lo que su madre siempre decía cuando se refería al tipo de esposa que debía conseguir. Se llevó una mano al cuello intentando organizarse el corbatín en un gesto nervioso mientras pensaba que decir.

- ¿Qué cree usted que deba transmitir? - Preguntó al fin - Quiero decir... si un hombre como yo, quisiera darle flores, ¿Usted que pensaría que cual es mi intención? - Finalizó volviendo a mirarla a los ojos.

Sus respuestas vagaban entre el herrar y el mendigar, una mezcla de conceptos que se quedaban cortos para expresar lo que poco a poco iba viendo en él. El joven pareció tratar de zafarse del tema –o más bien, de la responsabilidad de continuar hablando de él– con una frase fría, cortante y contundente, lo suficiente para dejar claro que no continuaría por ese camino. Al menos eso fue lo que la inglesa entendió.

Poco a poco, sus labios se fueron torciendo en una mueca de desconcierto y confusión. Al principio que sería más fácil lidiar con la situación, pero comenzó a darse cuenta y a comprender que no era así. Ambos estaban tan verdes en tema que parecían una semilla recién germinada tras el letargo y reposo que le correspondía. Bastante tarde, además. – Sí... me ocurre constantemente.– Respondió casi sin pensárselo dos veces. Su posición social era, simplemente, delicada. Muchos la miraban como su fuera un despojo de la humanidad y no lo hubiese elegido o como si se lo hubiese merecido por ser de clase baja. Esa piedad retorcida con la que había estado lidiando muchos años de su vida y que poco a poco había evolucionado en asco.

Apretó sus labios, levemente confundida y, por otro lado, sentía como si hubiese metido a ese pobre muchacho en una encrucijada, y sin motivo alguno más que vender unas simples flores. Aunque se supone que debía saberlo, ¿verdad? De no ser así, no comprendería porqué estaba ahí, hablando con una mujer de su calaña en lugar de estar haciendo cualquier otra cosa más productiva que charlar sobre el acento y el dialecto de Francia.

Su pregunta sí que la dejó verdaderamente desconcertada. ¿Cómo que qué creía ella que debía transmitir? Se supone que aquello era cosa de los hombres, ¿no era así? Ellos se declaran y ellas eligen si rechazarlo o no. O al menos así era como se lo había descrito su hermano mayor. – Ah... bueno. No estoy muy segura...– Más bien, no lo sabía. Era la primera vez que la ponían en esa clase de situación, pues nunca había estado accesible, ni mucho menos, nadie había querido acercase a de esa forma, así que era un asunto completamente desconocido. – Supongo que cortejar, ¿no?– Murmuró mientras desviaba rápidamente la mirada hacia las flores, tratando de pensar algo rápido, pero sin éxito.

Dejó escapar un largo suspiro al escuchar la respuesta de ella, de repente el simple hecho de comprar flores se convertía en un dilema muchísimo más complejo.

- Se supone que debemos cortejar a la dama, pero realmente puede estar acompañado de promesas vacías - Comentó con aire pensativo, Casper no era un hombre que pensara demasiado, que va, la mayoría del tiempo estaba cometiendo destupieses por culpa de su falta de conocimientos en muchas áreas, además teniendo tanto dinero uno no necesitaba 'pensar' demasiado, la gente solucionaba las cosas por uno, para eso estaban los sirvientes y demás - Es extraño que hable con usted de estas cosas... ni siquiera nos conocemos -

Más extraño aún era que continuara allí en esa inusual conversación, pero la misma misteriosa razón por la cual se había acercado al stand de flores en vez de entrar a la enorme floristería a un lado, era la que le hacía querer continuar hablando con ella.

- ¿Si un hombre fuera a cortejarla... Qué tipo de flor le gustaría que le regalaran? - Le preguntó volviendo a mirarla con curiosidad - ¿Blancas o rojas? - Entrecerró los ojos - Algo me dice que usted preferiría las blancas -

Paseó una mano enguantada por la mesa y tomó una rosa blanca que desprendía un suave olor, se la acercó a la nariz y se preguntó ¿Cuál sería el olor del cuello de esa chica?.

No estaba segura del final que tendría aquella conversación, pero por el momento, comenzaba a tornarse demasiado extraña y anormal, algo a lo que no estaba acostumbrada. Y eso, quizás, le asustase mucho más que muchas otras cosas. Poco a poco, las palabras fueron tomando un rumbo nuevo, un razonamiento no muy distinto del que había en un comienzo. Seguían hablando de flores y de su destinatario, pero ahora las preguntas iban hacia ella.- ¿Con qué… objeto?- Esa respuesta sí que le había sorprendido, y mucho más, haberla oído de la boca de un hombre que no conocía prácticamente de nada.  Poco a poco fue dándose cuenta de todo, o eso pensaba, vaya. Y por algún extraño motivo, le gustaba.- Es una pregunta un poco compleja.- Compleja y ciertamente difícil de contestar.

- Ah, ¿sí?- Levantó la mirada, clavándola en la ajena con cierto aire de seguridad y confianza. El muchacho había dado un paso más allá de la línea, esa que separa al dependiente de sus clientes, y la estaba cruzando de forma muy sutil, pero no lo suficiente.-¿Cómo está tan seguro de ello?- Una cuestión algo pretenciosa, pero quería saber hasta dónde podía llegar. Le gustaban las rosas blancas, en efecto, pero no como regalo de declaración o de cortejo, como era de lo que estaba hablando en ese momento. Su miraba bailó entre él y la rosa que acababa de tomar con tanta tranquilidad y delicadeza.- A pesar de no haber tenido el “honor” de ser cortejada jamás, temo decirle que se equivoca. Las rosas blancas pueden ser un buen obsequio, en especial, si se van a utilizar como ramo de novia en una boda mas temo decir que en mi caso, no lo creería correcto. El color azul es uno de los que más me gustan de las rosas.-

Había planteado un problema no imposible, pero sí difícil. La comisura de sus labios se fue abriendo poco a poco a medida que las palabras salían de su garganta, reforzadas por la confianza, volviendo a coger la situación por donde correspondía.- Si lo que quiere es cortejar, quizás debería llevarle una flor e invitarla a dar un paseo. Las palabras llenan más que un simple ramo y palabras vacías.

¿Porqué estaba tan seguro de ello?
Porqué su rostro lucía angelical e inocente, por eso, porque no usaba maquillaje debidamente como las damas de la alta sociedad y eso le daba un aire más puro a su expresión. Pero no iba a decirle todo eso claro estaba (no todavía al menos) si quería conquistarla no podía ser tan honesto.

Momento ¿En que estaba pensando? ¿Conquistarla? ¿A una plebeya? ¿Estaba perdiendo la cabeza?.

Siguió en silencio escuchando como ella le explicaba que las rosas blancas eran adecuadas para una novia, pero que no eran sus favoritas, especialmente si se trataba de un cortejo. También había dicho que nunca había sido cortejada, eso le hizo arquear las cejas con sorpresa.

- ¿En serio? ¿Nunca? - Preguntó con sorpresa sin poder contenerse - ¿No será usted muy jóven? - Agregó, aunque era obvio que la chica tenía por lo menos 20 años - O es que acaso... ¿Los plebeyos no acostumbran cortejar a las mujeres? - Preguntó, aunque pareció más como si estuviera preguntándose así mismo pues su rostro ahora mostraba una expresión de curiosidad. Realmente no conocía nada del mundo más allá del castillo donde había crecido en Suecia y esa chica era la primer mujer de clase baja que conocía.

Ella le había dicho que le gustaban las flores azules y le había aconsejado invitar a la supuesta dama a un paseo, pero Casper seguía pensando en como podía una mujer no haber sido cortejada nunca, especialmente una tan bonita como ella, porque tenía que aceptar, que tenía una belleza que a él le atraía bastante, de lo contrario no seguiría allí de pie haciendo conversación en vez de seguir su camino.

Los trazos que llevaba la conversación estaban poniéndola cada vez más nerviosa. No lograba entender cuál era la intención de aquel muchacho… Si quería comprarle flores, no estaría sacándole tanta conversación a la joven. Por muy irónico que suene, se sorprendió levemente por la propia sorpresa que tuvo quien ya dudaba de si era su cliente, o si no.

Un tenso suspiro salió de sus labios al oír semejantes palabras sobre la gente de su clase, su categoría social, que por muy baja que fuera, seguían siendo eso. Personas. Trató de evitar llevarse una mano a la cabeza cada vez que volvía a repetir las palabras en su mente, al mismo tiempo que trataba de seguir escuchándole. ¿De qué mundo había salido?- No comprendo qué entiende usted por joven.- Fue lo único que quiso decir con respecto al tema, al menos de momento. Porque la cosa pareció no acabar ahí.

- Sí, los plebeyos también lo hacemos.- Pronunció levemente exaltada y exasperada. No le gustaba demasiado que las personas adineradas aparecieran de la nada para tratar de meterse con el estilo de vida que llevaban los que tenían que ganarse el pan día a día. La paciencia empezaba a acabarse.- Digamos que a estas alturas de mi vida, muchas personas de mi alrededor consideran que me quedaré para “vestir santos”. Es lo que tiene se huérfana de madre y tener que ocuparse de una familia entera.- Quizás había hablado de más. Quizás…

Aquel tipo no tenía por qué saber nada sobre su vida privada, ¿quién era? ¿Un niño recatado que olía bien y tenía demasiado dinero? La primera impresión no había sido, para nada, buena. En absoluto. Se supone que tenía que comprar un ramo para llevárselo a esa chica con la que trataría de casarse antes de ni si quiera terminar de conocerse, y sin embargo, estaba ahí, hablando con ellas de cosas banales y alargando una conversación a la que no sabía cómo interpretar.- ¿Ha… logrado decidirse ya?

No notó la molestia de ella, para él era normal tratar a la gente de esa forma, él era el heredero de un gran linaje que se remontaba más de 300 años, era un Lord, para él era normal tratar a la gente según la clase a la que pertenecía, así era como había sido criado, ni siquiera había contemplado la posibilidad de que ella pudiese molestarse por lo que decía.

- Pues... no se como sean las leyes aquí, pero en mi País, usualmente se corteja a las damas luego de que estas cumplen los 17, sin embargo también depende de la edad del hombre - Le explicó cuando ella dijo que no comprendía a que se refería con muy joven - Pero usted... no tiene 17 ¿Verdad? - Agregó más como un comentario que como una pregunta que deseara ser respondida.

Lo siguiente lo dejó perplejo. No se había detenido a pensar en su familia y la revelación de que fuera huérfana de madre y que tuviese que encargarse de una familia le sorprendió tanto que se quedó mudo por un buen rato. ¿Una mujer que trabajaba por la familia? Con mayor razón debía conseguirse un buen marido que le hiciera subir de estatus, al fin y al cabo para eso era el matrimonio.

- En ese caso... considero que debería conseguirse un buen marido - Continuó, sintiendo la necesidad de decirle lo que pensaba - Ya sabe, para subir de posición, así no tendría que trabajar y podría dedicarse a labores más femeninas, como diría mi madre, las manos de una mujer deben ser suaves y tersas, dedicadas a la elaboración de bordados - Desvió la mirada hacía las manos de ella, su madre no aprobaría que estuvieran mayugadas o ásperas debido al trajín del día a día.

Ante la última pregunta, volvió a mirar las flores que estaban puestas en el stand, no había escogido ninguna, porque la dama a la que pensaba ofrecérselas no existía, pero no podía decirle aquello, ella pensaría que era un perdedor que no tenía una dama a quien darle flores, eso no hablaría bien de él. Así que sin pensarlo mucho escogió unas que tenían color amarillo.

- Quiero las amarillas - Dijo al fin - Pero veo que no tiene suficientes, requiero al menos un ramo de 10 de esas flores con un listón rojo - Continuó diciendo inventándose lo que quería en el momento - Así que, cuando tenga el ramo listo, puede llevarlo al Hotel De Arenes y preguntar por Casper Kaarkarogf - Le indicó buscando en los bolsillos, sacando un monedero de cuero - Puedo pagar por el envío por adelantado si es necesario -

- No, no tengo diecisiete años, señor.- Señor. Señorito. Le daba igual la denominación que le pusiera, no iba a dejar de ser quien era. ¿Por qué se sorprendía? Era un don de clase demasiado alta como para comprender lo que era tener que levantarse temprano para ir a ganarse el pan.

Una de sus manos corrió y se apresuró a tapar su boca, para evitar que se viera mucho más la evidente risa y carcajada que no pudo evitar soltar ante tal comentario. Desde luego que no sabía lo que era la vida de las personas de a pie. No tenía ni la más mínima idea.- Temo discrepar, pero el hecho de que me case o no, no cambiará mi forma de vivir. A diferencia de vos, yo no puedo permitirme estar un día sin trabajar, gracias a ese trabajo llevo el dinero a casa y comemos mi padre y yo.- Trató de respirar un poco, pues la risa la había dejado hecha polvo. Sí, había sido un comentario divertido, pero tenía que volver a la realidad, cualquiera diría que se estaba riendo de su cliente.

Labores más femeninas… ¿Qué había más femenino que una flor?

- De acuerdo. Se lo llevaré en cuanto esté listo.- ¿Y de dónde se suponía que iba a sacar esas flores? Ah bueno, la vida da muchas vueltas, y aquellas manos magulladas por el trabajo del día a día, que no tersas y suaves, estaban acostumbradas a ser muy rápidas.- Al hotel De Arendes?- ¿De qué le sonaba ese nombre? Tanto el suyo como el del hostal en el que se hospedaba tenía cierta redundancia en su cabeza, como si fuera una mosca revoloteando sobre su cabeza.

-Ah no, no se preocupe. Si lo desea puede pagarlo en el momento en el que se lo entregue. No se preocupe.- Repitió una vez más, mientras trataba de zanjar el asunto cuanto antes. ¿Para qué quería que se lo llevase? ¿No hubiese sido más sencillo marcharse del puesto e ir a la floristería a comprarlo…? Todo era muy extraño. Demasiado extraño, y tenía cierta curiosidad por saber qué se ocultaba tras todo el entramado tan absurdo que se había formado a medida que habían ido hablando.

Le alivió escuchar que no tenía 17. Hasta él tenía una edad límite en cuando a las mujeres que quería llevarse a la cama. Cuando había conocido a la señorita Antje días atrás, el hecho de que tuviera 17 le había hecho perder completamente el interés que tenía en ella, al menos el atractivo de índole sexual.

La carcajada de la chica le hizo sonreír inconscientemente, fue una sorpresa agradable escucharla reír con tanta soltura y honestidad. ¿Pero se estaba burlando de sus palabras?, se preguntó, sintiéndose contrariado, pues debería sentirse molesto de que una mujer no estuviera de acuerdo con su opinión, pero le había agradado que se riera sin importarle la etiqueta y son mostrar prudencia alguna. Además el hecho de que ella fuera quien trabajara para cuidar de su padre, era remarcarle ¿Qué tipo de padre era ese que permitía a su hija trabajar por él?.

Quiso preguntar, pero le pareció que ella se molestaría, después de todo no se conocían, ni siquiera sabía su nombre.

- Me gustaría dejar parte por adelantado - Indicó cuando ella le dijo que se lo llevaría una vez lo tuviera listo - Así es como se hacen los negocios en mi País - Le explicó sacando 30 francos de su monedero y colocándolos sobre la mesa - Es lo que cobra la floristería por un ramo ¿No es verdad? - Comentó sabiendo que 30 francos era mucho más dinero del que un puesto callejero como el de ella podía pedir - Si sus flores son de buena calidad, que lo supongo que lo son, de lo contrario no habría puesto su puesto para competir contra esa elegante Floristería - Continuó sin dejarle tiempo a que ella se negara en recibir el dinero - Puedo confiar que valen los 30 francos porque valen la pena -

Guardó su monedero y se ajustó el sombrero con un gesto elegante, iba a darse media vuelta, cuando recordó que aún no preguntaba por su nombre.

- Por cierto, Mademoiselle, es necesario que le avise al conserje del hotel de su presencia cuando lleve el ramo, así que, ¿Cual es su nombre? - Le preguntó con una expresión calmada, pensando que, todo estaba saliendo perfectamente como lo planeaba.

No tuvo más que aceptarlo. No sólo porque era dinero, sino porque era su trabajo y no tenía otra opción. No acostumbraba a encargos, mucho menos a que le encargasen llevarlas hasta un hotel… ni a cualquier otro lado, a decir verdad. Trataba de pensar con rapidez, volver a la realidad de corría y dejar de divagar.- Sí… claro.- Respondió, dudosa.

No lo sabía. No sabía cuánto cobraban por los encargos, ni por nada… no sabía, realmente, nada sobre las calles de esa ciudad apodada como una de las más maravillosas que la gente había visto en su vida. Su cabeza siguió perdida en cuanto oyó y vio el dinero sobre la mesa, sentía como si no encontrase el nexo que la unía para poder reaccionar. Treinta francos, ni más, ni menos. Aquello era demasiado dinero… pero tenía el presentimiento de que él no aceptaría aquel rechazo, pues bastante había soportado riéndose de él y habiéndole cuestionado su opinión. Levantó la mirada, un poco incrédula y confundida por no saber cómo reaccionar a todo.

Atónita, continuó paralizada incluso mientras contaba las monedas que su cliente dejó sobre la mesa. Sí, había en total treinta francos, ni uno más, ni uno menos. Su mano se deslizó a través de la tela de la que estaba hecha su chaqueta, buscando con el tacto el bolsillo donde se encontraba la bolsa donde recogía el dinero que ganaba.- Sí…- Respondió, sumisa, mientras volvía a recuperar la realidad tras su desconexión tan absurda y abrupta durante unos cuantos segundos.

Y cuando quiso darse cuenta, se marchaba. Se marchaba aquella única persona que le había dado conversación aquel día, una cara nueva, que la había hecho sonreír y romper el ritmo de la decadente y asquerosa rutina. Se iba un imposible que no alcanzaría ni aunque muriese y volviese a nacer en ese preciso instante en una estirpe digna de su elección.- Ephaste.- Su acento inglés hizo acto de presencia, pronunciándolo como siempre lo había hecho. Ahora solo esperaba cualquier comentario sobre la rareza del nombre, o una pregunta sobre su procedencia.- Ephaste Arkwright.

"Ephaste Arkwright" El nombre le pareció de lo más difícil de pronunciar, pues no sabía hablar inglés y aunque en el momento no reconoció de que se trataba de un nombre y apellido en esa lengua, le pareció que sonaba muy diferente a lo que había escuchado antes. Por temor a pronunciarlo mal si lo repetía y a pasar una vergüenza, inclinó la cabeza levantando el sombrero a modo de cordial saludo como se acostumbraba hacer en la época.

- Gusto en conocerla - Comentó y en ese momento se le ocurrió que, no sabía a que horas ni que día llevaría el ramo, por lo que podría no estar en el hotel cuando ella se presentara y la idea eras precisamente volverla a ver de lo contrario, no habría creado toda esa excusa de que necesitaba un ramo - Por cierto, si es posible, ¿Podría llevarlo en tres días? - Insinuó acomodándose una vez el sombrero - Tengo una cita importante, con la dama en cuestión, así que debo tener el ramo para el miércoles... a las 6 de la tarde, preferiblemente -

Esperaba que el asunto sonara muy casual y que todas sus mentiras no se notaran, aunque por supuesto confiaba de que ella no sospecharía nada porqué, no se conocían, así de simple, ella no tenía porqué pensar que el pudiera estar sacando excusas para volver a verla, un hombre como él, no tendría porqué fijarse en alguien como ella. Eso era más que obvio.

- Que tenga una buena tarde - Finalizó y se marchó con pasos tranquilos, regresando a la calle al lado de la floristería donde el cochero seguía esperándole.

** FIN DEL TEMA **