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AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Hay alguien ahí? [Privado]
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¿Hay alguien ahí? [Privado]
por Charles W. Norwood Miér Feb 15, 2017 2:59 pm
¡Doctor! ¡Doctor!
La voz de la enfermera resonaba en su cabeza, como si de un castigo divino se tratara. Un sonido demasiado agudo para que no le produjera dolor en las sienes, una tonalidad que se traducía en preocupaciones. La enfermera no tenía nombre, o tenía demasiados. No se trataba de una persona en concreto, sino de todas y cada una de las muchachas con las que trabaja. No es que el hombre fuera un misógino, sino que, cuando lo llamaban con tanta preocupación en el timbre de voz, significaba que algún problema había con alguno de sus pacientes. Y eso es lo que más le preocupaba. Los niños que tenía a su cargo, almas demasiado inocentes como para verse obligadas a conocer lo que era la enfermedad, se encontraban extremadamente débiles como para que sus frágiles cuerpos puedan soportar todo lo necesario para acabar recuperándose. Por ese motivo, Charles no podía olvidar la voz de las enfermeras, porque cuando lo llamaban con tanta insistencia es que algo no iba bien. Y eso podía suponer, lo más seguro, la muerte de uno de sus pacientes. Y el día de hoy no había sido una excepción. Había acudido la madre de uno de sus pacientes, con su hijo pequeño entre los brazos. Su rostro mostraba la preocupación y el miedo que recorría cada fibra de su ser y él se comprometió a hacer todo lo posible para salvarlo. Esperaba que no fuera demasiado tarde. Era por esa razón que se encontraba camino al almacén donde tenían todo lo necesario para elaborar diferentes medicinas. Sin embargo, incluso antes de entrar, un ruido llamó su atención. Alguien estaba dentro, aunque no tendría que ser así.
La voz de la enfermera resonaba en su cabeza, como si de un castigo divino se tratara. Un sonido demasiado agudo para que no le produjera dolor en las sienes, una tonalidad que se traducía en preocupaciones. La enfermera no tenía nombre, o tenía demasiados. No se trataba de una persona en concreto, sino de todas y cada una de las muchachas con las que trabaja. No es que el hombre fuera un misógino, sino que, cuando lo llamaban con tanta preocupación en el timbre de voz, significaba que algún problema había con alguno de sus pacientes. Y eso es lo que más le preocupaba. Los niños que tenía a su cargo, almas demasiado inocentes como para verse obligadas a conocer lo que era la enfermedad, se encontraban extremadamente débiles como para que sus frágiles cuerpos puedan soportar todo lo necesario para acabar recuperándose. Por ese motivo, Charles no podía olvidar la voz de las enfermeras, porque cuando lo llamaban con tanta insistencia es que algo no iba bien. Y eso podía suponer, lo más seguro, la muerte de uno de sus pacientes. Y el día de hoy no había sido una excepción. Había acudido la madre de uno de sus pacientes, con su hijo pequeño entre los brazos. Su rostro mostraba la preocupación y el miedo que recorría cada fibra de su ser y él se comprometió a hacer todo lo posible para salvarlo. Esperaba que no fuera demasiado tarde. Era por esa razón que se encontraba camino al almacén donde tenían todo lo necesario para elaborar diferentes medicinas. Sin embargo, incluso antes de entrar, un ruido llamó su atención. Alguien estaba dentro, aunque no tendría que ser así.
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Charles W. Norwood- Humano Clase Alta
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