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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Hugo Dārziņš Lun Abr 03, 2017 9:20 pm


“She comes off as very empathetic, and even a little vulnerable herself, but she wouldn’t be where she is today if she weren’t a wolf under that wool suit.”
— C.J. Roberts, Seduced in the Dark


Noche tras noche, excepto las coronadas por el plenilunio, Hugo tenía pesadillas de aquel evento que marcaría su vida. Sólo veía fauces y garras, sólo escuchaba gruñidos y aullidos, y luego el sabor de la sangre en su boca. Noche tras noche, se despertaba empapado en sudor, sin poder volver a conciliar el sueño. Su hermana mayor, Alise, era la persona más cercana a él, y desde luego, había notado el decaimiento en el semblante del joven, otrora alegre y bromista, y no que haya dejado de serlo, simplemente se notaba distinto. Más apagado, más pensativo y taciturno.

Fue por ello que lo obligó a ser su cita esa noche, en la que inauguraría una exposición en una pequeña galería de la ciudad. ¿La pieza central? Una imagen de él, convertido en ese enorme lobo castaño, mismo que desconocía cómo su hermana había logrado captar. Hugo solía huir al bosque trasero de la residencia Dārziņš para no herir a nadie, solía perderse en las sombras, entre raíces y piedras alisadas por el río. Al día siguiente regresaba con jirones de ropa alrededor de su cuerpo, casi siempre herido, y aunque no recordaba nada de sus transformaciones, estaba casi seguro que se lastimaba solo, de desesperación y enojo.

Ese “lo obligó” era un decir, Hugo hacía lo que fuera por su familia. Hasta entonces lo había hecho, quitando uno a uno a los enemigos de su linaje para dejar que su padre siguiera expandiendo su imperio de negocios ilícitos. Lo había hecho y lo haría siempre. Los Dārziņš no siempre fueron la poderosa familia europea que eran, y antes que la fortuna, estuvieron ellos, haciéndose compañía.

Ataviado con un traje hecho a la medida, Hugo llegó con su hermana del brazo a la galería. Ella era la verdadera estrella. Sus padres ya estaban ahí, aunque los conocía, se irían temprano. Era peligroso que los cuatro estuvieran en un mismo lugar. Soltó a Alise y dejó que saludara y que se dejara adular por los posibles compradores de sus obras. Sonrió, le hacía bien esta relativa calma, sobre todo porque no la había tenido desde que fue mordido. Se hizo un par de pasos hacia atrás y chocó con los que había creído, era una mesa de canapés. Al girarse, en cambio, se topó con una joven de ojos claros, que creyó haber visto antes, aunque no estuvo seguro.

Oh, lo siento, fue mi… —comenzó a decir, pero antes de poder terminar, llegó la escandalosa de su hermana.

¡Hugo! Veo que ya conoces a Aubriot —dijo la chica Dārziņš.

No, yo… —Hugo trató de explicarse, entonces sintió el fuerte abrazo de su hermana alrededor de los hombros. Un gesto nada femenino, sin embargo, Hugo lo veía normal en Alise—. Preséntanos y deja de magullarme, ¿quieres? —Se quejó y rio. Alise lo soltó.

Pareció que iba hacerle caso a su hermana, sin embargo, pareció ver a alguien más allá, y se fue corriendo gritando un nombre, algo como “Amelia” o “Amelie”. Hugo la miró desaparecer entre la gente y luego volteó a ver a la chica. Se llevó una mano a la nuca.

Lo siento, mi hermana es algo… dispersa. Es cosa de artistas, creo —sonrió con un dejo de incomodidad, cosa que era rara en él, incluso considerando sus cambios que sufría últimamente.


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Mensaje por Clarisse Aubriot Lun Mayo 01, 2017 2:49 am

"¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aun tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno."

—Gertrudis Gómez de Avellaneda.




Dejó escapar un pesado suspiro mientras se encontraba sentada en el borde de la cama. Su mirada no estaba dirigida a ningún lugar en específico, pues su mente se hallaba en un estado casi catatónico. Para Clarisse, esos minutos fueron demasiado largos, casi una eternidad. Era como si la hubieran arrastrado a otra dimensión, pero no. En realidad, se encontraba muy cansada, y no por el trabajo o por cuidar a sus hermanitos, sino por otra cosa aún más grave: su licantropía. Aquella maldición siempre la dejaba al borde del delirio; agotada, sin ganas de absolutamente nada. Quizás era su optimismo y sus incesantes ganas de vivir lo que la mantenía con vida, aun así, sentía que con el tiempo, esa idea iba desvaneciéndose. De no ser por Lucienne y Louis, quizás habría tomado alguna decisión desesperada.

Se tendió sobre el lecho, apoyando ambos brazos a sus costados, hasta el techo le resultaba interesante en ese momento, con figuras abstractas e imposibles, que sólo su cabeza creía que estaban ahí. Quiso quedarse así por horas, sin tener la necesidad de mover ni un músculo de su cuerpo, pero la voz de Lucienne la arrastró a la realidad. La niña se encontraba a su lado, hundiéndole el dedo índice en la mejilla. ¿Cómo no pudo notar eso? Clarisse le miró con una sonrisa y cerró los ojos, siguiendo el inocente juego de la infanta. Sin embargo, las palabras que le dedicó Lucienne, la hicieron reaccionar.

—¡Dios! ¿Cómo pude olvidarlo? ¿Ya estás lista, y Louis? Ah, sí, evidentemente sí, pero yo —apenas pudo respirar mientras hablaba. Se llevó las manos a la cabeza, sabiendo que estaba despeinada, hecha un desastre—. No, no. ¿Qué hora es? Lucienne, ve a buscar a tu hermano y al ama de llaves y... No, espera. Ve con tu hermano, yo me alistaré, todavía tengo tiempo.

Se precipitó a buscar al ama de llaves, luego de haberse percatado de que los mellizos estuvieran listos. Había olvidado que debía asistir a una exposición de una conocida suya, pero su distracción fue tanta, que ni siquiera lo recordó ese día. Tampoco iba a quedar mal, así que se alistó lo antes posible; aunque eligió prendas sencillas, estaba lo suficientemente presentable para ir al evento. Por fortuna, y gracias a su habilidad para organizar todo a tiempo, llegó justo cuando iniciaba la muestra en la pequeña galería. Los mellizos iban a cada lado, observando a las otras personas con curiosidad, incluso mostraban su mejor sonrisa cuando alguien se acercaba a elogiarlos.

—Recuerden su promesa, nada de hacer travesuras —les dijo, una vez dentro, mientras se detenía sobre la pieza central—. No se alejen mucho de mí...

Apenas pronunció esas palabras, se quedó callada. La imagen de ese lobo le aceleró el pulso como si reviviera una noche atroz; le recordó la vez en la que fue atacada y todas sus transformaciones posteriores. Tanta fue su ensoñación que no se percató cuando Lucienne y Louis decidieron ir hacia otro lado de la galería. Al caer en cuenta sobre el incidente, retrocedió un par de pasos, tropezando con algo, o mejor dicho, con alguien.

—Mil disculpas, no fue mi... —habló, casi al mismo tiempo que él. Era un muchacho que le resultó familiar de algún lado—. La verdad es que yo —observó a Alise en silencio. Quizás la familiaridad era esa, que el joven en cuestión era hermano de aquella muchacha.

Clarisse no supo qué decir, todo le resultó confuso, y las acciones de Alise muy repentinas. Cuando se dio cuenta, ya se encontraba a solas con él.

—Su hermana es una persona encantadora, así que no tiene que disculparse —le extendió la mano, esbozando una sonrisa—. Clarisse Aubriot, un placer.




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Mensaje por Hugo Dārziņš Miér Mayo 03, 2017 10:55 pm


A pesar de ese sentimiento aprehensivo que se había apoderado de él, como una mano de sombras sosteniendo su corazón, amenazando con dejarlo caer, Hugo se mantuvo calmado, y amable, como siempre era. Sonrió incluso con esa ligera y encantadora altanería suya. Luego soltó un bufido.

Oh, dices eso porque no tienes que vivir con ella —respondió y correspondió el saludo—. Hugo Dārziņš, aunque de eso último supongo ya lo habrás notado —se encogió de un hombro. Bromeó y aunque en realidad, seguía siendo muy parecido al que fue antaño, él veía en sí mismo un cambio radical. Como si el lobo no sólo lo hubiera mordido en la carne, sino también dentro, en el alma. Por ello mismo, cada que esa parte suya, la que era sinvergüenza, volvía a salir, se sentía bien. No hace mucho había llevado a Katia hasta Versalles en bicicleta, y ese había sido otro momento de memoria, otro recordatorio perenne de lo que en verdad era.

Poco a poco se recuperaría, pensó.

Creo que debo venir más seguido a estos eventos de mi hermana. No sabía que tuviera amigas tan bonitas —sonrió de lado y arqueó una ceja—, ¿qué? ¿Sonó muy trillado? —Se burló de él mismo, incluso rio y con ello terminó de liberar la tensión.

Tomó dos copas de champán cuando un mesero pasó junto a ellos y ofreció una. Sin esperar, bebió de la otra. Se mojó los labios y la garganta. Sí, esto estaba mucho mejor. Abrió la boca para decir algo más, y entonces dos niños corrieron en dirección a ellos. Hugo abrió bien los ojos y luego soslayó a su acompañante.

¿Vienen contigo? —Preguntó y alzó el rostro, tras ellos venía un adulto, parecía un encargado de la galería—, ¿y él? —Continuó con sarcasmo y dejó la copa en una mesa, casi como si se preparara para pelear, aunque no había indicios de nada.

¿Son suyos? —Preguntó el sujeto—, debería cuidarlos mejor —y con ello se marchó, sin esperar por una respuesta.

Hugo creyó que sería más grave. Observó al hombre marcharse, regresar a su lugar del que suponía no debía moverse y volvió a mirar a Clarisse, porque ese era su nombre. Le sonrió con comprensión, Hugo tenía cierto magnetismo para los niños, quizá era que se comportaba como uno la mayor parte del tiempo.

Pfff, estirado —al fin habló. Se refería al encargado, claro—. Me gusta el arte, pero a veces son muy esnobs, ¿no crees? Toda esa solemnidad, ¡por Dios! ¿Para qué? —Negó con la cabeza y luego pareció reflexionar en algo—, tú no eres artista, ¿verdad? O ya metí la pata, créeme que no sería la primera vez —a veces no sabía cuándo callarse. Necesitaba que alguien lo callara explícitamente, porque eso de las indirectas tampoco se le daba muy bien.

¿Hermanos o hijos? —Señaló con el mentón a los niños—, no es que sea de mi incumbencia, pero si son hijos, tal vez estoy perdiendo mi tiempo —coquetear, en cambio, se le daba magnífico. Y no que lo hiciera con una intención real, simplemente lo encontraba divertido, y le era muy fácil cuando se trataba de chicas como Clarisse.

Desoía con todas sus fuerzas esa ansiedad que seguía ahí y que parecía generarse con la cercanía de la mujer que tenía enfrente. Hugo era un lobo muy joven como para comprenderlo. Y por ahora, esa ignorancia iba a significar su tranquilidad. Había cosas que era mejor no saber.


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Mensaje por Clarisse Aubriot Mar Mayo 30, 2017 8:38 pm


"-Si te hubiera ocurrido en la vida lo que me ocurrió a mí,
quizá vacilaras antes de afirmar que solo existe lo que ven nuestros ojos."

—Silvina Bullrich.




La confianza, y aquel trato tan especial y único, entre Hugo y Alise, le recordaron a su propio hermano. Extrañaba a Darcell, pero ahora que era cazador, solía ausentarse mucho; desde que sus padres fallecieron en esa terrible noche, ellos se tenían a sí mismos y juraron ante sus tumbas que continuarían de ese modo. Sin embargo, la rutina empezaba a abrir brechas en lo que quedaba de la familia y eso iba destrozando lentamente a Clarisse. Aun así, sabía que debía mantenerse de pie ante la adversidad, Louis y Lucienne todavía la necesitaban, no podía simplemente echarse al olvido y que la vida dispusiera de ella como mejor quisiera. No, así no era una Aubriot. Tenía que asegurarse de superar cualquier obstáculo, por más horrible y difícil que fuera.

Aquel pensamiento le hizo bajar la mirada unos segundos, sintiéndose un tanto incómoda ante la presencia del hermano de Alise. No es que él se estuviera comportando de manera desagradable, en lo absoluto, le resultó muy encantador y simpático. Sin embargo, había algo que no lograba ignorar con facilidad, ¿sería aquella pintura que la estaba intrigando? La soslayó, luego le dirigió la mirada al joven. Lo que descubrió fue algo que la dejó petrificada, y aún más, cuando ese aroma se coló en lo más profundo de sus sentidos. De no haber sido por la voz de Hugo, hubiera continuado sumergida en ese letargo temporal.

—¿Perdón? —preguntó, bastante incrédula de lo que había oído. Quizás fue la conmoción que le causó el comentario lo que la trajo de vuelta al mundo real—. Oh, ¿trillado? Uh, quizás un poco —se obligó a colocar los pies sobre la tierra, por lo que prefirió seguirle el juego—. Deberías esforzarte más, no sólo soy exigente con mis estudiantes.

Y a pesar de la ansiedad que le albergaba por dentro, decidió seguir adelante con la conversación. Al menos eso la distraería, aunque, tratándose específicamente de él, no era tan sencillo, a decir verdad. Fue una bendita suerte que en ese instante aparecieran Louis y Lucienne (bueno, no aparecieron, los trajeron).

—Ustedes dos... Disculpe, ya sabe cómo son los niños —respondió entre los dientes, dirigiéndoles una mirada nada afable a los infantes—. Supongo que ya no es necesario que te conteste. —Pudo haber continuado hablando, pero terminó riendo y negando ligeramente con la cabeza, mientras colocaba ambas manos sobre los hombros de los dos niños, quienes se encontraban a su costado observando con curiosidad al joven Dārziņš—. No, no soy artista, soy profesora de Historia del Arte, que son cosas muy diferentes, aunque traten de lo mismo. Y ellos no son mis hijos, son mis hermanos menores... Tal parece que no eres el primero que piensa eso, quizás es porque parezco su madre en vez de una hermana.

—¿Y ese? ¿Es tu novio? —inquirió Louis, siempre tan directo y demasiado observador—. No, no parece, pero actúa como uno.

—¡Louis! —exclamó Clarisse, presionando ligeramente el hombro del chico—. Lo siento, y no, no es que estés perdiendo el tiempo, es que... Olvídalo, ya ni sé lo que digo.

—Clarisse está nerviosa, Cla... ¡Auch! —Terminó quejándose Louis, mientras se sobaba el hombro.

—Se parece mucho... —habló finalmente Lucienne. Le echó un vistazo al cuadro y luego posó sus dos ojos azules en Hugo—. Ese lobo se parece mucho a usted.

A Clarisse se le aceleró el corazón, la pequeña Lucienne no fue la única en haber notado aquel detalle. Ella misma se había planteado en dejarlo pasar por alto, incluso sabiendo que Hugo Dārziņš también era un licántropo, uno que le resultaba muy cercano, demasiado para su mala suerte.

—Lucienne, cariño. Las personas no podemos parecernos a los lobos, no seas ocurrente —intentó aliviar la tensión en el ambiente. Sus hermanitos eran bastante observadores y no era bueno en ese momento. Por fortuna, en ese instante aparecía un conocido suyo, otro profesor de edad avanzada al que los niños le tenían mucha estima, y él igual los adoraba, tratándolos como unos nietos—. Miren, es el señor Blanchi, vayan a saludarlo, y nada de travesuras.

Los mellizos corrieron animados hacia donde se encontraba el hombre, quien los recibió muy contento, haciéndole un ademán a Clarisse desde donde estaba. ¡No podía creerlo! Sentía que se moriría de la vergüenza.

—De verdad lo siento, ellos son... bueno, ya viste. He estado en peores situaciones con esos dos truhanes.




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Mensaje por Hugo Dārziņš Sáb Jun 17, 2017 11:02 pm


Ser víctima de un desplante no era algo nuevo para Hugo; es más, solía ser la respuesta que casi siempre obtenía con sus insolencias. Estaba acostumbrado. A lo que no estaba tan habituado, en cambio, era a que le siguieran el juego, y Clarisse, con esa sutil elegancia suya, lo estaba haciendo. Eso ya la colocaba en una lista aparte en el fuero interno del joven lobo. Sonrió y volvió a tomar la copa que había dejado en la mesa hace un momento.

Oh, profesora. Ahora entiendo la habilidad para con los niños. Lindos hermanos, por cierto. Tal vez me vendrían bien unas lecciones de Arte, para entender de qué rayos me habla mi hermana a veces —ensanchó la sonrisa. Tenía buen ojo para captar a las personas “buenas”, entre comillas, claro, nadie es completamente bueno. Y en su interacción con los chiquillos, supo que Clarisse, al menos, no poseía maldad evidente. Tampoco es que se fiara mucho, eso no le servía para su trabajo. Aunque, para la ocasión, sí que lo hacía, sobre todo cuando seguía sintiendo esa amarga desazón en su pecho, como si entre sus costillas se formara una tormenta.

Dio el último trago al champán para poder seguir hablando, como era su costumbre. Hablar hasta que alguien le dijera que se callara de una maldita vez. Sin embargo, no todo salió como esperaba. El comentario del chiquillo lo hizo atragantarse con su bebida, misma que casi escupe. Logró tragar y fue atacado por una tos, mientras Clarisse lidiaba con sus hermanos, que de un modo vago, le recordaron a sí mismo, y a Alise, que compartía esa misma imprudencia que él.

Sólo logró tranquilizar la tos cuando la niña habló y aunque no se mostró alarmado, su semblante se ensombreció de nuevo. Miró a Clarisse y luego de nuevo a la pequeña. Se acuclilló ante ella y le sonrió.

¿Te lo parece? Ese lobo es muy bonito, tal vez sí me parezco. No le hagas caso a tu hermana —bajó la voz, dentro hubo algo de arrogancia, ¡el lobo era bonito! Y ese lobo era él—, algunas personas sí pueden parecerse a algunos animales. Ve a esa señora de allá, parece pavo —rio, y la niña lo hizo también, justo antes de salir disparada junto a su hermano para saludar al hombre que su hermana les había señalado.

Se puso de pie de nuevo y miró a Clarisse. Aún había un dejo sosegado en su mirada. Era en esos momentos que uno realmente podía ver el cambio en Hugo. Las secuelas reales que el lobo que lo atacó había dejado en él. Suspiró.

Ellos son encantadores —aunque dotó de su picardía usual a sus palabras, hubo algo más sereno y más entrañable en lo que acababa de decir—. Supongo que entonces se trata de una familia encantadora —poco a poco se tranquilizaba, aunque seguía sintiéndose turbado. Ya no era sólo la presencia de Clarisse, que obviamente lo aturdía por alguna razón, sino el comentario de su pequeña hermana.

En otras circunstancias, hubiera usado esa educación marca Dārziņš, esa galantería tan suya, y le hubiera pedido «ir a un lugar más privado», para continuar con las frases trilladas. Sin embargo, Clarisse tenía que echarle un ojo a sus hermanos, y él no iba a impedirlo. Hugo tenía muy alto el valor de la familia. No importaba cómo ésta estuviera conformada. Así que asumió que esta vez sería diferente, y la luna que lo marcaba sabía que lo diferente le gustaba.

Así que profesora —retomó la conversación—. Una labor noble. Es muy en serio lo de las lecciones, ¿qué dices? —Hugo, dada su privilegiada educación, sabía lo suficiente de arte. Esto era sólo una artimaña para continuar esa velada con ella, y quizá verla después. Nada fuera de lo común. Un viejo truco, tal vez, pero esperaba que sirviera. Y ahora no sabía si lo hacía porque la encontraba bonita, porque lo hacía, o porque quería averiguar qué provocaba esa sensación en él, al estar tan cerca de ella.


Última edición por Hugo Dārziņš el Dom Jul 16, 2017 11:10 pm, editado 1 vez


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The Hour Of The Wolf → Privado Empty Re: The Hour Of The Wolf → Privado

Mensaje por Clarisse Aubriot Vie Jun 30, 2017 12:57 am


Sus hermanos menores solían ser demasiado imprudentes, incluso más que Darcell y ella cuando eran pequeños. A veces no comprendía del todo de dónde habían sacado tanta osadía para enfrentarse a los adultos; y, a pesar de que, prácticamente, eran unos huérfanos, se tomaban la existencia con excesiva alegría. Oh, ¿acaso ella sería la culpable de que esos dos truhanes fueran de ese modo? Entonces la nana podría tener razón: los consentía demasiado, pero no tenía ningún problema con eso, porque los adoraba. Esos chiquillos, incluso, eran muy astutos para sus tiernas edades, y quizás, resultaba ser algo positivo, pues sería un recurso necesario para lidiar con la edad adulta, una que no era para nada agradable. Y que lo dijera ella, que debía batallar con su pesada rutina de manera continua. No obstante, decidió despachar esos pensamientos de inmediato, ya que no quería arruinar la velada con cosas que ni al cabo. Estaba viva y eso era lo más importante.

Al menos, cuando huyó de sus reflexiones (porque su mente no solía mantenerse quieta en ningún momento), ya los niños estaban con el señor Blanchi, quien parecía un abuelo consintiendo a sus nietos, y aquello le sacaba una sincera sonrisa. Ya después volvió a centrarse en su acompañante, de quien percibió algo más, y todo gracias al comentario de Lucienne. Claro, lo entendía, él también era un licántropo; su aura y aroma así se lo revelaban, no se podía ocultar algo tan evidente. Sin embargo, resultaba complejo el vacío en su mirada, justo como la del lobo de la pintura. Clarisse tuvo que contener la respiración por unos segundos, como si encontrara en esa semejanza una alerta terrible, la misma que decidió ignorar.

—No creo que me soportes como profesora —habló finalmente, aclarándose luego la garganta—. Pero, antes de hablar sobre eso, aún me queda una duda —quizás había sonado muy seria, y claro, esa era su intención—. Dime algo, ¿de verdad crees que son encantadores esos dos? Es que no me lo creo.—Terminó riendo. En otro caso él pudo haberse marchado a causa de los comentarios precipitados de sus hermanos menores, sin embargo, no lo hizo y soltó aquello con total calma, algo que le causaba mucha gracia a Clarisse—. Lo siento... disculpa. Es que me es algo gracioso eso. Lucienne y Louis tienden a sacarle canas a cualquiera.

Bajó la mirada en el instante en que recordó a sus padres. Quizás la familia sería más “encantadora” si ellos estuvieran vivos; si al menos Darcell pasara más tiempo con ellos. Pero no podía dejarse apabullar por ese malestar. Si algo la caracterizaba, era su fortaleza, y no iba a desmoronarse precisamente en ese instante. Ah, no, claro que no. Ella poseía el carácter de su difunto padre, y eso no cambiaría nunca, porque lo tenía grabado a fuego en sus genes.

—Gracias. Me he tenido que hacer cargo de ellos, y a veces me siento culpable por lo avispados que son, pero me agrada que sean así. Quizás es eso lo que ha hecho que superen con más facilidad la muerte de nuestros padres, a pesar de ser tan jóvenes —le confesó, sin nada que la detuviera. Tal vez fue precipitado, aun así, no pudo contenerse—. Oh, ¡cierto! Casi olvido lo de las clases...

Y cambió de tema muy rápido, todo por el simple hecho de no querer aburrir a Hugo. Aunque, él seguía incomodándole de alguna extraña manera, le agradaba su compañía, era diferente a la de muchos otros, que parecían no cansarse nunca de demostrarles su elevado ego a todas las damas que conocían, y eso era algo que desagradaba a Clarisse. ¡Por favor! Si más bien resultaba ser una sosa amante de los libros, con conocimiento de sobra y muy cabezota...

—Decía que... Eres muy insistente con eso de las lecciones. Ya te veo durmiéndote en mi primera clase —le aseguró, incluso atreviéndose a usar la misma picardía con la que él se expresaba—. Pero bien, yo estoy dispuesta a hacerlo. ¿Aceptas el reto?




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The Hour Of The Wolf → Privado Empty Re: The Hour Of The Wolf → Privado

Mensaje por Hugo Dārziņš Dom Jul 16, 2017 11:35 pm


Hugo era un sujeto que solía danzar en el filo de una espada. Que lidiaba con el peligro y las contradicciones sin mayor problema, acostumbrado incluso a una vida colmada de latentes sentencias de muerte, y nada de eso le quitaba el sueño. Entonces no entendía de qué recóndito, oscuro lugar dentro de él nacía el desasosiego de estar junto a la profesora, que lucía más inofensiva que nada. Otra vez se dijo que no podía fiarse de las apariencias, aún así, existía algo en ella, en sus ojos claros y en el trato con sus hermanos que lo invitaba, casi con la misma intensidad con la que se sentía repelido, como si existiera entre ellos un suceso mal articulado en el pasado próximo. Sacudió la cabeza, sabía que algo andaba mal, y sabía también que sus instintos de lobo todavía estaban despertando. Intuía que ella era como él, pero no podía precisarlo y se sentía frustrado.

En cambio, vistió una sonrisa, y con ella las dudas quedaron atrás. No obstante, no se marcharon, se negaron a hacerlo. Se mantuvieron en la sombra detrás de la cabeza del joven asesino.

No tienes nada de qué disculparte. Son un par de niño sumamente despiertos. Más bien el mundo debería pedir perdón por no estar listo para ellos —elevó la voz más de lo que era necesario, e hizo un exagerado ademán con ambos brazos, señalando la totalidad de la galería, como sinécdoque de ese mundo del que hablaba—. Haz hecho un gran trabajo, debo decirlo… —fue a continuar halagando, y aunque obviamente estaba dando coba para ganarse a Clarisse, nada era mentira. Hugo podía ser muy hábil para engañar y engatusar, sin embargo, el modo en cómo brillaban sus ojos cuando decía una verdad que le complacía era muy particular, y ahí estaba en ese instante.

Oh —entonces musitó bajito, como si hubiera recibido el roce de una bala y apenas le hubiera dado tiempo para quejarse—. Lo siento, no sabía —se sintió mal por continuar con el tema cuando debió parar hace tres pueblos. No era la primera vez que realmente metía la pata, pero sí era la primera vez que se sentía culpable.

Agradeció que ella continuara con el tema más mundano que había entre ambos. Asintió y arqueó una ceja, aunque la dejó terminar.

Clarisse, Clarisse, Clarisse… —repitió el nombre como si amara pronunciarlo—. Puedo llamarte así, ¿verdad? —Preguntó, aunque ya no importaba, ya lo había hecho y no había marcha atrás—. Pronunciaste la palabra equivocada: «reto». Yo jamás me niego a uno y no voy a empezar precisamente ahora. Acepto el reto, y verás que soy mejor alumno de lo que puedo aparentar. No sé por qué la gente me toma por alguien tan poco serio —y se rio de la ironía. Se burló de sí mismo. Perfectamente sabía el porqué. Bastaba escucharlo, verlo, estar cerca de él unos segundos para saber que Hugo era un niño atrapado en el cuerpo de un hombre. A pesar del incidente con el lobo. Seguía siéndolo y ahora más que nunca se esforzaba para mantenerse fiel a sí mismo.

Aprenderás a conocerme. Y sabrás que no soy como nada a lo que te hayas enfrentado antes —acentuó la sonrisa, mostrando los dientes blancos. Puso también los brazos en jarra—. ¿Tenemos un trato? —Preguntó alzando mucho las cejas, expectante y divertido. Sobre todo divertido. Que Dios amparara a la humanidad cuando Hugo encontraba algo que lo entretuviera tanto.


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Mensaje por Clarisse Aubriot Miér Ago 30, 2017 1:45 am

Para Clarisse no era sencillo estarse tranquila al mencionar la muerte de sus padres, porque todavía dolía, en especial, por recordar cómo tuvieron que partir de este mundo; y aún peor, la marca que dejó en ella fue, no sólo física, sino espiritual. De alguna manera, esa noche la recordaría siempre, sin importar cuánto tiempo tuviera que transcurrir, para Clarisse no iba a ser sencillo dejar pasar esas escenas como si se tratara de cualquier cosa. No es simplemente decir “el tiempo cura”, porque no es verdad. Y cada vez que se acercara la luna llena, su dolor iba a ser mucho más intenso, como si el fuego abrasara su alma para destruirla lentamente. Pero nadie era dueño de su destino, y con lamentos no los recuperaría nunca. Su mejor opción se hallaba en seguir adelante, de cumplir esa misión que ellos que le confiaron: proteger a Louis y a Lucienne. ¡Ya estaba! ¿Para qué volver a caer en el mismo laberinto sin salida?

Aunque, para ser honesta consigo misma, si bien había salido de uno, parecía haber caído en otro. Sí, justamente gracias a la compañía de ese joven de nombre Hugo. Y no hay que adelantarse a los juicios, porque no se trataban de cuestiones propias de la atracción física, o lo que fuera, sino de un sentimiento más intenso, que de alguna forma, la incomodaba con su propia naturaleza. Había algo en él completamente diferente al de resto de licántropos. Y estaba segura que Hugo intuía lo mismo, pero ambos preferían divagar en otras cuestiones menos inquietantes, ignorando cualquier indicio de rechazo que pudiera albergar en su interior, y menos luego del comentario de la intrépida Lucienne. La niña había percibido algo más, de eso no le cabía la menor duda a Clarisse.

¿Y para qué darle más vueltas al asunto? No se encontraba ahí para estar con esas cosas, porque tenía mejores cosas que hacer, y ya mejor le seguía el extraño juego a Hugo, en vez de estar arrancando memorias que no pretendían dejarla estable de mente.

—Creo que el mundo tiene miedo de ellos —agregó, distraída por completo, incluso hasta sonreía, porque las sonrisas curaban los malos ratos, o eso le decía su padre—. Y por lo de mis padres, no te preocupes. No puedo seguir lamentándome por ello, sólo me aseguro de darles alegría a sus almas, es la mejor recompensa —aseguró, aunque no era por ignorar lo otro, es que a Clarisse no le pasaba nada por alto—. Pero ya que te tomas la confianza de pronunciar mi nombre tres veces, como si fuera algún genio de la lámpara, y aceptas lo de la palabra que no puede ser nombrada. Hablemos...

Ventajas de ser Clarisse: no dejarse apabullar por nada; retomar una conversación con absoluta elocuencia; seguir siendo Aubriot. Así que no era de extrañarse que, a pesar del pozo de confusiones que era su mente, lograra mantenerse estable, sin que se notara que algo la perjudicaba.

—De seguro no te toman en serio por tanto ego que gira a tu alrededor —soltó, con burla, pero lo hizo. A él le gustaba bromear, bueno, a ella más—. Entonces, ya que nos permitimos ser tan ególatras por aquí, puedo darme el lujo de decir que también te darás por advertido que no te has enfrentado a alguien como yo. Así que, sí, tenemos un trato.

Extendió la mano hacia él, como si eso fuera lo único que necesitara para cerrar aquel extraño reto que se habían asegurado aceptar.




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Mensaje por Hugo Dārziņš Lun Oct 23, 2017 9:16 pm


Ella habló, pero a decir verdad, Hugo no prestó mucha atención. Se quedó mirando las finas facciones, cómo se movían los labios a cada palabra que salía de su boca, cómo los músculos de la cara se contraían con ese acto, incluso trató de captar los sonidos y entonaciones, mas no los significados, era obvio, porque retomó el hilo mucho después. Entró en una especie de trance, motivado por ella, por esa extraña y fascinante manera de levantarse tras haber tocado un tema que, evidentemente, le sentaba mal. Dentro de ella, como si quisiera encontrar alguna respuesta en la inmensidad de su presencia. La envidió un poco también, Hugo supo que Clarisse era más madura que él, que él no podría mostrarse tan entero ante una situación similar. ¡Vaya! Si hasta el ataque del lobo lo deprimió a tal grado que estuvo a punto de abandonarlo todo.

Entonces sólo rio, parecía que esa era su respuesta para todo y asintió cuando alcanzó a salir de ese estupor diurno. Como si diera una bocanada de aire tras haber estado sumergido. Inmerso en ella, eso había sido, un profundo mar en el que no alcanzó a ver nada en realidad.

Si eres un genio de la lámpara, me debes conceder tres deseos —dijo, con ese tono juguetón, casi infantil que lo hacía tan accesible—. Pero soy muy dadivoso, y dejaré que el primer deseo sea que me des clases, así que me debes dos, no se te olvide —continuó, y movió la mano, primero haciendo una seña que indicaba «dos» y luego señalándose la sien.

Me gusta tu actitud. —Extendió la mano también y cerró el trato con una sonora carcajada, de tal modo que más de uno de esos esnobs ahí reunidos voltearon a verlo—. Clarisse, Clarisse… ya no lo voy a decir tres veces, o me deberías otros tres deseos; no me toman en serio porque los intimido, soy guapo y exitoso. —La miró muy serio, aunque pronto ese gesto se vio roto por una nueva risa—. ¡Qué va! Aprenderás que este ego mío es pura fachada, soy un amor. Ya te dije, no te adelantes mucho, porque te voy a sorprender, y por todo lo que acabas de decir, espero lo mismo de tu parte. —Arqueó una ceja. Aún parecía sumamente divertido con todo el asunto.

Pues sí, tenemos un trato, y no se vale retractarse. Soy un alumno muy responsable, pero también muy inoportuno, espero que estés lista para eso —advirtió. En verdad toda la situación le causaba gracia, no por ella, Clarisse era hermosa, y mucho más que eso, había demostrado poder seguirle el paso, sino porque iba a fingir no saber nada de nada de arte, y aunque si bien no era artista como Alise, tenía las suficientes nociones para defenderse. Ya se encargaría de mantener el engaño lo suficiente como para conocer mejor a su nueva maestra.

Tan fue así, tan enfrascado en la situación más ligera, que olvidó de momento ese sentimiento de incomodidad que la chica le despertaba. No como si la quisiera lejos, o quisiera matarla, sino como si algo faltara, una pieza clave para terminar de armar un rompecabezas y ver una historia completa. Quizá, subconscientemente eso intentaba, acercarse a ella para tratar de averiguarlo. Eso, y porque en verdad le pareció muy bonita.

Usted me dice cuándo será mi primera lección, profesora Clarisse. —Se envaró y habló con (falsa) formalidad, como un infante que quiere mostrar disciplina para impresionar a su institutriz. Incluso cerró los ojos, aunque luego de unos segundo medio abrió uno, sólo para ver la reacción de la chica.


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Mensaje por Clarisse Aubriot Lun Nov 06, 2017 2:00 am

¿Qué clase de trato deshonesto estaba fraguando con aquel personaje tan pintoresco? Porque para Clarisse, Hugo no podía considerarse de otra manera. Aun así, había aceptado alguna propuesta que, para muchos en ese lugar, sería una completa deshonra; una vergüenza demasiado grande para las vastas moralidades de la época. Sin embargo, no era justamente eso lo que le preocupaba a Clarisse. A ella le valían muy poco esas cosas, hasta las consideraba desgastadas; pero él no dejaba de incordiarla de alguna manera, y creía saber que todo apuntaba hacia su naturaleza, perfectamente representada en esa pintura que era la muestra principal de la noche. Incluso su pequeña Lucienne se había dado cuenta de semejante detalle. ¿Cómo podía responder con exactitud aquello que aún le era desconocido? Tendría que averiguarlo. Arriesgarse sin pensárselo mucho, aunque el riesgo ya lo había asumido en el primer instante que aceptó conversar con él.

Tal vez el carisma de Hugo sería contagioso y podría sentirse un tanto más cómoda a su lado. De ser posible, olvidar esa extrañeza, y temor sin sentido alguno, que percibía en su esencia. Parecía como si tuviera la dosis necesaria para aliviar su nerviosismo. No obstante, ¿estaría él en las mismas condiciones? Llegó a sentir una enfermiza curiosidad, que le era muy propia en determinadas situaciones, como justamente lo era esa. Aun así, conservaba una bien adiestrada discreción, por lo que su actitud podía pasar por cualquier cosa, o al menos eso era lo que esperaba. A Clarisse no le gustaba ser tan evidente en ciertos casos, y menos cuando estaban involucrados sus propios miedos. Quizá porque ese orgullo Aubriot lo tenía muy tatuado en sus genes, el mismo que, incluso, le permitió recuperarse con facilidad del nefasto recuerdo de sus padres.

—¡Con tanta confianza que te tomaste lo del genio de la lámpara! Por algo eres hermano de Alise, ambos tienen una imaginación muy amplia. Pero debo desilusionarte como buena racional del Arte que soy... No soy ningún genio. Así que lo de las clases no puede ser un deseo, sólo un acuerdo mutuo al que hemos llegado —decidió llevarle la contraria, sólo porque, muy en el fondo, sintió el deseo pícaro de fastidiarlo un poco—. Y como buena racional que soy, en casi todo, tampoco creo que las personas sean "amores". Tú no eres un amor, mucho menos guapo o exitoso. Tendrás que acostumbrarte a que sea directa contigo. ¿Sabes cuántos egos de artista he destruido en mis pocos años de vida? Alise podrá ponerte al día con eso, y no me hago responsable de las crisis emocionales. Los artistas tienen que aprender a ser menos soñadores y más realistas, desde luego

Aquella dureza parecía impropia de ella, y aunque en partes solía tomar esa postura para intentar quitarle la venda de los ojos a muchos, esa vez era pura actuación barata. Tampoco podía negarse a sí misma que lo estaba disfrutando, en especial por intuir que Hugo no iba a quedarse callado, y que, además, hallaría algún comentario ingenioso para molestarla un poco. Lástima que había algo en él que no terminaba de encajar. La única idea hizo que se le borrara la sonrisa de manera repentina.

—Eso y que podemos empezar desde mañana mismo. ¿O acaso tiene alguna objeción, estudiante amor, guapo y exitoso? —agregó, con fingida seriedad, pero lo cierto es que estaba a punto de reír, más no lo hizo. Necesitaba continuar de ese modo, sólo unos segundos más—. Me temo que te he silenciado mucho tiempo, eso es un avance.



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The Hour Of The Wolf → Privado Empty Re: The Hour Of The Wolf → Privado

Mensaje por Hugo Dārziņš Lun Nov 27, 2017 10:40 pm


De inmediato, ante el discurso ajeno, Hugo hizo un puchero exagerado, y conforme las palabras fueron avanzando, se llevó una mano al pecho, como si Clarisse lo hubiera herido de muerte. Era verdad que tenía un ego desmesurado, pero también, él mismo era quien menos se tomaba en serio, por eso, de un modo muy peculiar, lograba un balance para no ser un petardo.

Puedo acostumbrarme, si eres tú la que me va a decir mis verdades. —Guiñó un ojo, ese era él y no podía evitarlo, no era como si lo intentara siquiera—. Aunque en mi defensa debo decir que que la que se llevó todo el talento artístico en la familia fue mi hermana, no es amenaza, sólo digo que de artista no tengo madera, a menos que consideres esta arrebatadora personalidad mía como un talento en ese aspecto. —Rio, por supuesto que rio de la sarta de tonterías que acababa de decir.

Era increíble ese que estaba ahí haciéndole al tonto fuera el sicario de la pequeña mafia letona que había formado su familia; no sólo eso, que fuera tan jodidamente certero. Tan amigable con los niños, tan encantador con los adultos, ¡quién iba a imaginar que Hugo era un vil asesino? Porque no importaba el nombre que le pusiera, o las razones que lo llevaran a hacerlo, eso era a final de cuentas. Claro, con el tiempo aprendió a ignorar a su consciencia y dividir su trabajo de su día a día, para no volverse loco. Loco en serio, no la irreverente manera de ser que estaba demostrando.

¡Ah! Ya vamos aprendiendo. —Acentuó su sonrisa cuando ella lo llamó por esos tres calificativos que él mismo se había dado—. Ah, es que tu belleza me deja mudo —continuó con tono divertido y luego se acercó más a ella, a una distancia que otros considerarían imprudencial para los protocolos de la sociedad en la que se desenvolvían.

Firmaste un trato peligroso este día, Clarisse Aubriot —le dijo más bajo, para que sólo ellos escucharan, para nada sonó peligroso, sólo era una invitación, a lo nuevo, a un reto para ambos—. Mañana ahí estaré, no te preocupes, le preguntaré a mi hermana dónde está tu taller o donde quiera que sea que impartes clases. Te vas a sorprender, yo sé lo que te digo —sonó muy convencido, aunque Hugo podía decir que la luna era de queso con ese mismo tono, y cualquiera le compraría sus historias inverosímiles. Esa era la diferencia con Alise, los dos gozaban de una exuberante imaginación, pero su hermana había sabido dirigirla, darle un propósito, en cambio él era disperso, iba de aquí a allá con sus locuras.

Si no tienes nada más que agregar… ¿nos vemos mañana? —Caminó alrededor de Clarisse, sólo un par de pasos para quedar de nuevo frente a ella. Le sonreía, claro, cómo iba a ser sino. Ese era otro asunto con Hugo, a pesar de ya no ser lo que solía ser antes del ataque, aún poseía una luz y un semblante que muchos envidiarían, aún era ese chico que estaba buscando nuevas maneras de causar caos y divertirse en el proceso.

Pero Hugo era mucho más que locuacidad y ocurrencias, seguía intrigado por Clarisse, por el cómo encajaba ella en todo eso que, aunque no podía verlo, mucho menos describirlo, lo sentía mal orquestado, y trascendental, para ambos. Algo los unía, algo mucho más allá de la luna que los hacía cambiar, algo mucho más profundo, y mucho más terrible, estuvo seguro, y no saber con exactitud, lo estaba desesperando, a pesar de que en su rostro de facciones apuestas, mantuvo la sonrisa de quien sabe la fecha exacta del fin del mundo, y no te va a decir.


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