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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Klaus McQuoid Mar Jun 06, 2017 2:23 pm

Lo haría, no lo haría, lo haría, no lo... ¿Por qué el maldito tic tac del reloj no se paraba? Lo iba a volver loco, más de lo que ya creía estar. O tal vez sólo era una reacción producto de los nervios. Había demasiado silencio, y a pesar de que podía ser el escenario propicio para la fechoría que estaba a punto de cometer, no dejaba de sentirse intrigado. Le faltaban unas quinientas horas de sueño; sus ojeras y barba así se lo indicaban. ¿Desde cuándo había descuidado tanto su apariencia? Oh, cierto, desde que las pesadillas de su pasado empeoraron de manera tan súbita. ¿Culpa de quién? Culpa de ese chico llamado Donato, que no sabe de dónde demonios había salido, aunque le resultaba familiar, pero, ¡Qué manera de importunarlo! Ya tenía suficiente como para que él viniera a fastidiarlo más de lo que ya estaba.

Aun así, aunque estuviera al borde del colapso, Klaus insistió en su particular búsqueda. Ni siquiera los consejos y regaños de su hermano mayor pudieron con su terquedad, y mucho menos las amables palabras de Zlatan. ¡Nada! Estaba muy ensimismado en sus propósitos y no le importaba que se le fuera la vida en ello. ¡Claro! No se alistó en la Inquisición por considerarse un fiel devoto, esas eran simples excusas, nada más. Sus objetivos residían en el más auténtico espionaje, la eterna búsqueda de una verdad: los asesinos de Sigmund, los verdugos de su familia... Tenía que descubrirlos, para así saber con quienes se enfrentaba. Por algo había terminado metido entre los Bibliotecarios y no con los Soldados. ¡Ah! Esa facción le traía unos recuerdos nada agradables. Bien, tampoco eran malos del todo, sin embargo, dado su orgullo masculino... Sí, le eran desagradables hasta cierto punto.

«Concéntrate, McQuoid». Se obligó a sí mismo a centrarse en lo que estaba a punto de hacer, mientras hojeaba distraídamente un libro y vigilaba el lugar al que se dirigía. ¡Otra vez los malditos recuerdos! Terminó pasando de ellos, y tras echar un vistazo, se dirigió hacia donde se almacenaban los registros más sustanciales de los desertores (y sólo los líderes tenían autorización de conocer). ¡Bien! Lo había hecho perfecto. Sus ojos, ávidos de verdad, se pasearon por las estanterías; conocía a la perfección los registros como para no empezar a tantear a lo tonto. Pero, para su propia mala suerte, aquello empezó a tomarle más tiempo de lo pensado.

—Se supone que debería estar... ¡Maldita sea! —replicó en voz baja, mientras se daba la tarea de inspeccionar algunos folios y su sorpresa fue mayúscula cuando vio cierto apellido en un escrito bastante peculiar. No pudo evitar soltar un silbido—. Te lo tenías bien escondido... Ya me extrañaba que fueras ascendida tan pronto y que esto no se encontrara en el lugar correcto. El mundo está lleno de sorpresas.

Negó levemente. No era su asunto tampoco; lo que hicieran o dejaban de hacer los demás, era cualquier cosa. Klaus no solía ser un hombre apegado a lo moralmente correcto, eso sólo lo reservaba cuando se trataba de su familia. Así que abandonó ese descubrimiento lo antes posible y continuó buscando. Lo único que no pudo evitar, al rozar el papel de ese documento, fueron sus visiones. Las desagradables premoniciones solían aparecer en momentos inesperados... Y a veces eran tan nefastas, que el estómago se le revolvía.

—Demasiada información —murmuró, golpeándose el pecho ligeramente. La escena en su cabeza fue tan asquerosa, que casi deja salir lo que había comido en el almuerzo; pero antes de seguir, otra imagen más le asaltó—. No me...

Se giró de inmediato, viendo hacia la puerta (la que había cerrado cuidadosamente). Había sido descubierto... de eso estaba más que seguro. Y lo peor no era eso, sino quien. Ya su habilidad se lo había advertido, no le quedaba más alternativa que seguir adelante. Fingir se le daba bastante bien, así que, hizo como si estuviera organizando los registros, como lo haría un buen Bibliotecario (cuando ni tenía nada que arreglar, ¡y mucho menos tenía permitido estar ahí!). Lo que no pudo evitar es sentir un escalofrío recorrerle la columna vertebral cuando escuchó el cerrojo de la puerta girarse con lentitud.



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Mensaje por Invitado Jue Jun 08, 2017 2:02 pm

Cualquier persona que me viera, sin conocerme lo más mínimo, podría hacerse solamente una pregunta que resumiría bastante bien mi situación, mi aspecto y, en general, aquella noche en concreto: ¿qué hacía una mujer como yo en un sitio como aquel? De entrada cabía preguntarse algo más general, sin necesidad de entrar en tantos detalles: ¿qué hacía una mujer en el Vaticano...? Luego ya podíamos empezar a preguntarnos más cosas, como qué hacía una mujer vestida con ropas que se encontraban en el límite de prostituta y dama de alta cuna pero baja cama atravesando la columnata de San Pedro en mitad de la noche, o por qué lo hacía con paso lento, sin esconderme lo más mínimo. Definitivamente, el espectador casual también querría saber de dónde venía, si era una meretriz que se dirigía a calentarle la cama a alguno de los corruptos miembros de la Santa Sede o si era alguien con un objetivo diferente, mucho más oculto de lo que parecía a simple vista. ¡Había tantas preguntas sin respuesta en mi actitud y mi comportamiento...! Especialmente en el hecho de que la Guardia Suiza hiciera el más mínimo amago de detenerme o de juzgarme, y de hecho uno de los guardias me saludó, a lo cual respondí con una sonrisa y una reverencia que le regaló, por supuesto, una panorámica de mi escote. No podía negarlo: estaba de relativo buen humor, y no era para menos, pues aquel mercenario suizo me había ayudado a atrapar a un vampiro al que llevaba persiguiendo desde París (he ahí el motivo de mi presencia en el Vaticano, ¿siguiente pregunta?), para lo cual me había tenido que hacer pasar por una meretriz de un burdel próximo al Vaticano. Una vez lo hube asesinado, tenía que volver a recompensar al guardia suizo con un poco de información que me había pedido, un beso que quise regalarle para animarle la noche (y seguramente la vida) y una sonrisa, a lo cual él respondió con algo que a mí me interesaba sobremanera conocer.

– Así que no soy la única inquisidora aquí esta noche, ¿eh? Pero sí soy la única que ha informado de su presencia... Típico. Gracias por ayudarme, Lukas, te daré el resto de lo que necesitas mañana.

Le sonreí de nuevo y me dirigí, con su beneplácito, hacia el interior de las dependencias vaticanas, donde no debería haber nadie levantado a aquellas horas, y sin embargo lo había. Bien podía ser una mujer en un mundo de hombres, una extraña en una nación extranjera, un pez fuera del agua en definitiva, pero sabía que si quería inmiscuirme en asuntos ajenos a los míos, debía tener el beneplácito de quien mandaba en la situación, y en el Vaticano, aparte del Papa (con quien no tenía el placer de tratar, me temía que no era lo suficientemente importante para él), quienes reinaban eran los suizos, gustara a quien gustase. Nadie se colaba sin que ellos lo supieran, y si el intruso en cuestión había llegado tan lejos era porque mi querido contacto, Lukas, tan célibe como todos los demás guardias, sabía que yo debía volver y prefería que me encargara yo. Casi podía oírlo, con su fuerte acento al hablar italiano: “es un inquisidor, y vos también; sois vos quien debéis ocuparos de los vuestros y ya me ocuparé yo de los míos”; razón no le faltaba, debía reconocerlo, por mucho que tal vez ni siquiera fuera de mi facción... Es más, estaba casi segura, mientras caminaba por los pasillos sujetándome las amplias y voluminosas faldas, de que no era de mi facción, pues ninguno de ellos tenía una misión tan lejos de París, y yo lo sabía bien porque las había asignado yo misma. Así pues, fuera quien fuese podía estar en una misión, claro, pero no si se encontraba en cierta sección prohibida de la biblioteca, y ahí era precisamente donde Lukas me había comentado que había movimiento, motivo por el cual fue precisamente allí donde me dirigí. Con la autoridad de mi cargo y con la seguridad que siempre me caracterizaba, abrí la puerta de la biblioteca a aquella hora tan intempestiva para encontrarme con alguien que, efectivamente, no pertenecía a mi facción... Ni tampoco al liderazgo de ninguna otra, con lo cual me apoyé en el marco de la puerta (cerrada, para impedirle que huyera), con los brazos cruzados, y lo miré con la ceja alzada, inquisitiva, nunca mejor dicho.

– Klaus McQuoid. ¿Qué hace un hombre como tú en un lugar como este...? Qué tópico de pregunta, ¿no? Permíteme reformularla: ¿qué demonios haces en un sitio cuyo rango te supera en tanto que no voy ni a esforzarme en contarlo? ¿Necesitas algo? Porque entonces debes hablar con tu líder, pero ya que estoy yo aquí, enséñame eso que tienes en la mano, ¿quieres? Tal vez pueda ayudarte... siempre y cuando no estés metiendo las narices donde nadie te llama. Porque no lo haces, ¿no?
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Mensaje por Klaus McQuoid Jue Jul 06, 2017 1:48 am

¡Por supuesto! Se había encargado de idear el mejor plan que nunca antes nadie pudo concebir. Era una idea grandiosa, desde luego. Además, al ser un hechicero con capacidades de médium, era muchísimo más sencillo prever cosas a futuro, es decir, fallas que pudieran traer consecuencias; sin embargo, no siempre funcionaban las cosas bien. ¿Por qué? Porque el futuro tenía unas discrepancias temporales con las que nadie, absolutamente nadie, en este mundo, era capaz de controlar. Klaus McQuoid podía jactarse de ser un magnífico mago, pero ese mismo ego lo llevaba a no pensar en los errores de su propia habilidad. Las premoniciones no siempre iban a ser acertadas al mil por ciento, y él lo sabía, sólo que esta vez quiso confiarse, porque al ver todo a su favor, su necedad humana superó por mucho su sensatez.

Y ahí el problema: Estaba consternado al ver como el cerrojo de aquella habitación se abría lentamente. Claro, él era inquisidor y esas cosas, pero no tenía una posición elevada, y al estar en una zona delicada de la Biblioteca (por más que fuese un bibliotecario), la situación jamás iba a estar a su favor. Bien, eso dependía de la persona que lo había descubierto, desde luego. Y ya Klaus sabía de quien se trataba (maldita habilidad que lo fastidiaba cuando no debía). No, no le hizo la más mínima gracia. Aparte, se había enterado de algo más sobre esa persona; información que fue corroborada por sus poderes psíquicos, (muy confundidos con algo llamado magia, que era lo mismo, pero esa ya es otra historia).

¿En dónde se quedó la mente de Klaus? Ah sí, en que intentaba recordar cómo respirar cuando vio a Abigail Zarkozi entrando por aquella puerta (la misma que había asegurado la muy...). ¡Y con la autoridad que le hablaba! Casi pudo haberle replicado con tono soez, pero sólo frunció el ceño, colocando los documentos en su lugar. Y haciendo esto, empezó a organizar folios (o fingiendo hacerlo). Al menos su conocimiento le sumaba veracidad; sin embargo, le restaba puntos el hecho de que... ¡era una estúpida sección prohibida! Bien, perfecto, maravilloso... Lo había descubierto. ¡Y justo ella! Vale, en parte no estaba tan mal. Pudo haber sido peor.

—¿Y qué te hace pensar que el líder de mi facción no me enviaría? Oh, a la señorita le dio amnesia con su nuevo ascenso. ¿Recuerdas que soy incluso más profesional que quien resulta ser la mano derecha del líder? Que nunca está por cierto. ¿O te golpeaste la cabeza, Abigail Solange Zarkozi? —soltó, sin ninguna clase de respeto, a pesar de que solía ser un hombre sumamente modoso. Con todos los demás, pero con ella no, porque no se lo merecía—. Ah, no me digas, ¿ahora me vas a prohibir hasta respirar? No, no eres el Papa, el único a quien le debo respeto, lealtad, y bla bla bla, en este lugar.

Pero, ¿qué demonios acababa de decir? ¿Por qué no se mordió la lengua y ya? Fingir y largarse era la mejor opción en ese momento, y adiós dolor de cabeza. ¡Y no! A él no se le ocurrió mejor cosa que enfrentarla de ese modo. Era un idiota de proporciones cósmicas, sin duda alguna. Y sí, lo sabía, ella no iba a quedarse tan tranquila; tampoco lo dejaría escapar (ya antes de replicarle le había cerrado la puerta, ¿qué mejor prueba que esa?).

—Y no, Solange, no te interesa si meto las narices en lo que no me conviene. ¿Ahora te crees mi madre? ¡Lo que me faltaba! Tengo una niñera, no puede ser —replicó con un sarcasmo atroz. ¿Y qué más daba? ¡Lo admitía! Algo muy sucio dentro de sí lo obligaba a hablarle así a ella—. Eh, no. No voy a disculparme por todo lo que he dicho. Tú me tratas mal, yo te pago con la misma moneda, es lo justo, ¿no?

No era buena idea, pero tenía que intentarlo: Dirigirse hacia la salida. Abigail de seguro se interpondría, no estaba seguro. ¿Por qué su cerebro no le funcionaba bien? Oh, las malditas premoniciones sólo lo molestaban en los momentos menos preciso. En fin, a pesar de intuir que no estaba bien, decidió buscar la manera de salir, porque ya su misión fallida había terminado. Ya tendría tiempo para regresar otro día... con ella muy lejos.

—Podrías... ya sabes, darme permiso. Necesito llevar informes y no quisiera atrasarme —su voz sonó tersa, aunque su sonrisa hipócrita arruinaba la escena—. ¿Por favor? ¿Es usted tan amable de...? ¡Venga! Tengo prisa, en serio. Además, con esas fachas, podrías distraer a los enemigos por las calles en vez de estar aquí mirándome así. Sólo soy un pobre noctámbulo que trabaja horas extras.



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Mensaje por Invitado Lun Jul 10, 2017 2:16 pm

Por supuesto que estaba metiendo las narices en lo que no le incumbía, y por supuesto que no iba a decirme de qué se trataba ese asuntillo que lo había llevado a colarse allí, pero todo eso no hacía sino volver mi pregunta todavía más retórica, si cabía, y yo francamente lo dudaba. Por otro lado, también había llegado a dudar que él pudiera ser tan estúpido de intentar disimular dada la situación en la que se encontraba, pero lo cierto era que todo el mundo siempre solía ser aún más estúpido de lo que yo pensaba que lo era, así que tampoco resultaba demasiado sorprendente... Y más cuando se trataba de un hombre acorralado: ahí era, sin duda, cuando su comportamiento más se asemejaba al de los animales, y yo de eso sabía mucho. Así pues, desgraciadamente con mucha menos sorpresa y mucha más decepción de la que yo misma esperaba que iba a sentir, acudí en primera fila a esa representación que había decidido llevar a cabo para mí como único público, y que más bien era un festival del absurdo que, por no hacer, ni gracia hacía. ¡Oh, qué audaz, insultándome y mermando mi autoridad! ¡Qué original, sobre todo, porque ni un solo hombre en la Inquisición me había dicho nunca lo que él me estaba lanzando sin tener en cuenta ni siquiera mi reacción! Por favor, no fuera a ser yo, el objetivo de su rabia, quien interrumpiera su monólogo, ¡que Dios me librara! Y por eso mismo aguanté, nada estoicamente eso sí porque me permití alzar una ceja y sonreír cada vez más, en parte porque sabía que eso le fastidiaría más que verme ofendida y, en parte, no iba a negarlo, porque me estaba haciendo mucha gracia cómo lo estaba diciendo, sobre todo su indignación. Qué tiernos resultaban aquellos a los que pillaban con las manos en la masa al intentar defenderse, de verdad; casi me enternecían hasta a mí... pero sólo casi. Se necesitaba mucho más que eso para conseguirlo, para su eterna y enorme desgracia.

– Bravo, ¡bravo!, un discurso magnífico. Has captado a la perfección ese in crescendo en tu tono de voz para pasar de simplemente responder a atacarme de la forma más soez que eres capaz, ¡enhorabuena por ti! Ahora bien, ¿se supone que tenía que tener algún tipo de efecto en mí? Vamos, Klaus, no me decepciones, ¿eh? Suficiente tengo con que insultes mi inteligencia para encima que te portes de forma tan patética. ¿Por dónde quieres que empiece a responderte? A menos que tengas una autorización ex profeso, nadie te mandaría a esta librería, da igual lo cualificado que estés, y si un líder te exige respuestas, tú la deberías enseñar; lo contrario es interpretable como que te has colado. Ah, y ¡qué observador! No soy el Papa, pero como superior, me debes respeto, y si no te apetece profesármelo, ¿qué te parece enfrentarte a la ira de la Guardia Suiza? Me han enviado ellos, no he venido porque yo haya querido.

Ignorando mis más que razonables palabras, Klaus continuó con la idea inicial que, suponía, había tenido y se acercó a la salida que yo le estaba bloqueando y que continué haciéndolo en cuanto se me acercó un poquito. En concreto, precisamente porque se había puesto tan a la defensiva nada más verme, recurrí a la opción más interesante que me permitían mis circunstancias y en la que él se había fijado porque, bueno, seguía siendo un hombre: la (escasa) tela que me cubría. Así pues, lo frené con las manos en su pecho y mi cuerpo casi clavado contra el suyo, de forma que estaba completamente atrapado con mi fuerza de licántropa y porque había enredado sus piernas entre las mías, de modo que, incluso si se portaba mal, siempre podía subir la rodilla para ponerlo en su sitio directamente en su hombría. Algo anonadada por lo fácil que había sido, sobre todo tratándose de un hechicero tan “profesional” (sus palabras, no las mías; su concepto de profesionalidad distaba mucho del mío, al parecer, y las circunstancias no hacían más que confirmármelo), lo contemplé con el ceño algo fruncido, buscando la causa. Desde luego, no era cosa de ninguna herida de su cuerpo porque eso lo habría olido gracias a mis sentidos de más de desarrollados, que eran lo que explicaba que me tomara la higiene más en serio que la mayoría de personas a mi alrededor, pero eso era otra historia que no tenía nada que ver con nosotros, en absoluto. Si su cuerpo no era el herido, me permití deducir, lo sería su mente entonces, y eso explicaba por qué se había puesto tan chulo, no había otra palabra para definirlo, en cuanto me había visto. Y, claro, al llegar a esa conclusión no pude evitar separar una mano de su pecho y cogerlo de la barbilla para mover su cabeza y ver si eso le molestaba, una vez más porque quería hacerlo y por genuina curiosidad a ver cuál era su maldito problema para portarse de forma tan descortés conmigo, una pobre, dulce, inocente y virginal inquisidora. En sus sueños, al menos, pero no en los húmedos, porque esos sospechaba que los protagonizaba ya tal y como era, sin controlarme.

– Enfadar a los suizos es muy mala idea, Klaus... Fíjate, hace que hasta tolere que me llames Solange porque, al lado de mi malestar, el suyo es de los que hacen historia. Prefiero pensar que soy una niñera a tu madre, ¿sabes? Hace esto algo menos enfermizo de lo que ya es de por sí. Sin embargo, ante todo te voy a pedir que no me mientas porque no me apetece que me arruines el humor tan pronto, ¿de acuerdo? Si quisieras entregar algún informe, lo tendrías en la mano, pero no es el caso, así que, dime, trabajador nocturno y apasionado, ¿qué te trae por aquí? Puedo ser tu aliada y estar calladita si me das motivos, no tengo nada personal en tu contra, así que, dime, ¿por qué no aprovecharte de eso?
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Mensaje por Klaus McQuoid Sáb Ago 05, 2017 2:54 am

¿Y quién se creía ella para hablarle con tanta arrogancia? Bueno, no. ¿Quién se creía él para dirigirse a ella de esa manera? Difícil pregunta, porque, en ese preciso momento, Klaus tenía muchos sentimientos encontrados con respecto a Solange (tal y como le encantaba llamarla, sólo por puro fastidio), y no sabía si era mejor desafiarla o hacerse una mansa palomita. ¡Bien! A pesar de su trasnocho, y lo poco estable que se encontraba su cabeza en ese instante, optó por enfrentarse a ella, porque, no podía negarlo, era mejor ver sus reacciones de ese modo, y a él le encantaban los retos. Después de todo, ¿ya no lo había conseguido con las manos en la masa? Por supuesto, no la consideraba ninguna idiota, pero le gustaba tratarla como si fuera la ingenuidad encarnada. ¡Basta ya! Tenía que concentrarse y buscar la forma de salir invicto de ahí; ya luego podría regresar y...

¿Cómo demonios iba a escapar si ella lo tenía acorralado? ¡Y de qué manera! Tan sólo un mal movimiento y adiós a su hombría, aunque prefería llamarla entrepierna, porque él de machista no tenía ni la cara, aunque su actual conducta podría malinterpretarse como tal. Pero no, es que le encantaba fastidiar a Solange y, desde luego, el sentimiento era reciproco. Sin embargo, Klaus se hallaba en una situación emocional complicada, con demasiados líos existenciales y dudas que sólo parecían acumularse en su cabeza. Y en partes, su actitud tan grosera, se debía justamente a eso; ya luego podría incluir la diversión, el fastidio, y todas esas cosas. ¡Por qué a él! Es que el destino parecía querer entorpecerle los planes siempre. Era como si la sombra de mala suerte lo persiguiera eternamente. Bueno, no podía decir que todo en aquella ocasión podría ser mala suerte. Por eso es que terminó echándole una mirada discreta al escote de Solange, aunque luego se obligó a centrarse. Lo único malo era que no poder mover el rostro. ¡Qué maldita manía la de los sobrenaturales como ella!

—¡Gracias! Muchas gracias, en serio, me siento tan halagado —sonrió de manera tan forzosa e hipócrita, que de seguro eso la iba a molestar—. No, en serio, ya. Solange, me tengo que ir, mi líder me espera. ¡Y no! No estaba insultando tu nada, no seas tan dramática, por favor. —Frunció el ceño con evidente fastidio, dejando escapar una exhalación sin poder evitarlo—. A ver, esos suizos ya deben estar bien dormidos a esta hora, ¿crees que no conté con ellos? La nigromancia suele ayudarme en ciertas ocasiones, aunque —inclinó su rostro lo suficiente, casi pudiendo rozar los labios de ella—, aquí no será necesario.

Enarcó los ojos con completa sorna, aunque había algo más sucio en aquel gesto. Es que si Klaus tuviera que elegir alguna forma animal en ese momento, sería la de un gato, el mismo que le buscaría problemas a un perro, ¿y qué mejor ejemplo que Abigail Solange Zarkozi? Sin embargo, ante la repentina visión que tuvo de ella salpicada de sangre, se apartó de inmediato. ¡No podía contarle lo que había visto! No era su problema si asesinó a su padre o no, a él no le importaba. Lo único que si le estresaba era tener que lidiar con esas imágenes tan lucidas, y desagradable, obvio.

—No, Solange, ya tú tienes el humor hecho una porquería desde hace mucho. Sí, tanto como mi cabeza. Exactamente de ese modo —soltó, aún sin mejorar un poquito el tono hacia la inquisidora. ¿Y qué? Incluso hasta sonrió con sorna, evitando soltar una carcajada... de los puros nervios que estaban jugando quién sabe qué cosa en su estómago—. A ver, ¿y qué crees que busco? Ya que estamos, vamos a sincerarnos, Solange. Por muy líder de los Soldados, son contadas las personas que pueden entrar aquí. Es más, los líderes tienen que venir en compañía de esas personas. ¿O ya te olvidaste de las órdenes de su Santidad? Acabo de ver cosas nada sacras, y créeme, lo menos que quiero es perjudicarte, pero te estás poniendo un poquito pesada. Momento —hizo una pausa, como si recordara algo—, ¿aquella vez no pasó lo mismo? Y de la manera en que acabó todo. Y ya me fui al infierno, ¡y todo por tu culpa!



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Mensaje por Invitado Sáb Ago 05, 2017 3:59 pm

¿Había encontrado, en medio de unas estancias considerablemente restringidas del Vaticano, a mi alma gemela? ¿Sería verdad que los milagros existían y que allí, en un lugar muy apropiado por otro lado, tendría que replantearme todo mi sistema de creencias? ¡Muchas gracias, San Pedro, por demostrarme que no era la única que se tomaba las cosas a risa dentro de la Inquisición! También podía agradecer haber encontrado a alguien tan rápido de lengua como lo era yo misma (y eso que ni siquiera lo había besado, a pesar de que él casi me lo había pedido... menudo buscón, ¡pero luego la fama me la llevaría yo!), pero dada su posición no era algo que pudiera permitirse, sobre todo estando delante de, que no se le olvidara, una líder de facción. ¿Qué tenía el agua bendita que había por todas las sedes de la Inquisición que me volvía a todos los subordinados absolutamente locos e inconscientes con respecto a la propia posición? A lo mejor se habían pasado de bendecirla, igual que él estaba un poquito pasado de rosca conmigo (nada que no pudiera perdonar; cuando le había dicho que no le odiaba era cierto, pero que no me hiciera cosquillas porque entonces se acordaría), porque ¿a qué venía la acusación tan gratuita que había hecho como frase lapidaría antes de cerrar la enorme bocaza? Ah, demasiadas preguntas y muy pocas respuestas, sobre todo porque él estaba muy ocupado intentando defenderse y atacándome para hacerlo, el valor de eso sí que se lo iba a reconocer, y por tanto no iba a ser ni comunicativo ni tampoco útil para solucionar todas esas dudas que de pronto me habían atacado, ¡una lástima! Aún más lo era que hubiera decidido comportarse como un niño, porque literalmente no me dejó otra opción que reaccionar como si fuera su madre: lo agarré de la solapa de la ropa, un detalle que debería agradecer porque mi otra opción eran sus orejas, y lo estampé contra una pared con, quizá, demasiada fuerza. Pero eso era culpa del lobo, no mía.

– Hombre, entrar puedo, cotillear entre los libros no, pero ¿me ves con cara de haber querido estar entre todos esos tomos que tú parecías a puntito de querer robar, más que consultar? Y ahórrate las apreciaciones, sé leer y sé que la información que hay ahí guardada es importante, pero ¿para qué voy a molestarme si no quiero nada a cambio? El riesgo por el riesgo no es tan gratificante como cuando consigues beneficios; aprende la lección, Klaus, porque todos aquí la tenemos muy clara, desde esos suizos a los que tanto desprecias como yo. Mi gratificación en esto es que, siendo líder, lo tengo mucho mejor para librarme de los problemas que tú, que ahora mismo dependes de mí. Mis pecados del pasado no cambiarán eso tan fácil.

Me había defendido, sí, pero no lo hice con rabia ni con violencia porque estaba controlándome, como un bonito golpe en toda la cara a todas esas personas que creían que yo simplemente actuaba sin pensar ni una vez lo que hacía. La mayor parte de las veces, no iba a negarlo, me beneficiaba bastante esa fama que tenía, porque gracias a ella mis interlocutores me infravaloraban y así podía darles después donde más les dolía, y sin que se lo vieran venir, que era algo así como el ataque perfecto. Sin embargo, en ciertos momentos me molestaba que así fuera, sobre todo cuando venía de subordinados con demasiado ego y que parecían pasarlo mal cuando yo los tocaba, así que hice lo único que estaba en mi mano al respecto: tocarlo más. ¡Y cuánto más, si lo agarré del pelo y lo besé como no se había atrevido a hacer él antes! El maldito nigromante, brujo si no se prefieren tantos detalles, que tenía delante, además, no es como si se negara: me devolvió el beso con esa misma tensión que crepitaba entre nosotros desde el momento en que lo había visto, pero no era para menos porque yo sabía besar muy bien, mis años de práctica me había costado, y negarse a ese contacto por mi parte lo habría convertido en un estúpido que, imaginaba, del todo no era. Sin embargo, para cuando llegó el momento de separarnos, él se quedó quieto y dejó de devolvérmelo, obligándome a apartarme; al hacerlo, me di cuenta de que parecía estar teniendo una visión, así que suspiré con aburrimiento y lo solté, estirándome las ropas hasta que él decidió volver al mundo de los vivos conmigo. Algo me decía que habría preferido cualquier otra compañía en lugar de la mía, pero ¡qué se le iba a hacer! Si yo no conseguía casi nunca lo que quería, menos lo iba a hacer él, que estaba en una posición bastante inferior a la mía.

– Ah, me honras con tu presencia de nuevo, qué bien, ¡bienvenido! Ahora sigamos hablando como los mayores, ¿sí? Te puedo asegurar que los suizos estaban bien despiertos, antes y después de verme el escote, aunque debo reconocer que después lo estaban un poco más que al principio. Así que, mira, podemos perjudicarnos los dos, pero lo tuyo es más a largo plazo que lo mío y yo puedo arruinarte aquí y ahora, mientras que lo tuyo llevaría meses de juicios y, uf, un proceso tan largo que me da pereza pensarlo. Por todo eso, te propongo algo: dime qué estabas haciendo aquí, y si me satisface tu respuesta, te sacaré de aquí sin que te metas en problemas. Aprovecha, esta oferta caducará en unos minutos; si yo fuera tú, la aceptaría cuanto antes, pero con lo que insistes en que tú no eres Solange, no sé, tal vez no lo hagas y saldrías perdiendo. Tú verás.
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Mensaje por Klaus McQuoid Sáb Ago 26, 2017 12:55 pm

¡A ver! Si estaba metido en ese lío era única y exclusivamente por su culpa, aunque sí podría quejarse, lo haría, total, ¡quejarse era gratis! Y a él le encantaban las ofertas. Bueno, dejando las bromas a un lado, lo cierto es que Klaus se encontraba en una situación complicada por estar de bocón, pero, ¡era inevitable! Sobre todo tratándose de Solange (como a él tanto le gustaba llamarle); básicamente solía guardarse lo peor para sacarlo con ella, porque, de alguna manera bastante morbosa, le divertía. Aunque, para ser honesto consigo mismo, no solía ser alguien muy amable con absolutamente nadie, y menos en la Inquisición. Sin embargo, con ella era diferente, porque se convertía en algo intencional en el amplio sentido de la palabra. Y no, no le importaba que fuera la líder de una facción (algo que le perjudicaría en todos los aspectos posibles). ¡No le importaba nada! No en ese preciso instante, ¿a quién podía engañar? En especial cuando sus labios se curvaban para formar una sonrisa burlona, aún estando prácticamente acorralado contra la pared.

Sí, señores, la joven Solange tenía iniciativa, y eso, naturalmente, a Klaus le agradaba. ¿En qué momento las cosas habían tomado un rumbo diferente? Desde que ella osó con amenazarlo de que podría destruirlo si quería. ¿Destruirlo? ¿Más? No era capaz de concebir semejante idea cuando él ya estaba muy hundido. ¡Vale! Si lo destituían, o algo así, podría tener problemas para conseguir sus propósitos, y eso no pintaba bien; pero tampoco quería revelarle esa información a Solange. ¿Qué diablos le interesaban a ella esas cosas? Tanto como a él le valía, de poco a nada, que hubiera asesinado a su padre. ¡No! Qué reverendo hastío... Esas cosas ni le causaban el mínimo resquemor, a nivel moral obvio, porque tener que lidiar con esas visiones no le gustaba en lo más mínimo. Hasta tuvo que sacudir ligeramente la cabeza para pasar el mal rato, incluso se restregó el rostro con ambas manos, a ver si así se centraba en el presente.

¡Y qué presente! La maldita inquisidora del demonio era la digna imagen de una... ¡Bien! Ya mejor se controlaba, ¿o no? Por favor, si empezaba a divertirle todo, a pesar de que sus planes se vieron arruinados por completo, podría tomarlo con buen humor. Claro, si se hubiera tratado de otra persona, quizá no le habría hecho nada de gracia. Lo cierto es que estaba con los brazos cruzados sobre el pecho, observando a Solange con una sonrisa; totalmente descarado de su parte. Incluso se relamió los labios, fingiendo que saboreaba algo...

—¿Y qué tan segura estás de que yo quería robar algo? No afirmes cosas que no son, Solange. Es de muy mal gusto —replicó, y hubo tanta arrogancia en sus palabras, que ni él mismo se lo creía—. Y ya deja a los suizos, deben estar durmiendo la siesta a esta hora. No soy tan descuidado para que se quedaran despiertos en caso de que ocurriera algo. La magia tiene que servir para otra cosa más que asombrar y hacer trucos baratos, ¿no? Ah, cierto, es que tú no sabes hacer magia... O tal vez sí lo sepas, entonces yo me esté perdiendo de muchas cosas.

Le provocó, sobre todo porque había algo muy sucio en su comentario. ¡Momento! ¿Qué diablos estabas haciendo Klaus McQuoid? Ah sí, aprovechando la mala suerte como mejor podía. Si la vida te da la espalda... Y así estaba, tomando la iniciativa esta vez y dejándola a ella contra la pared esta vez, aunque sabía que tenía más fuerza y esas tonterías, no lo había hecho para atacarla, sino para, ¿qué? Oh, pero es que su mente no paraba quieta, al igual que su mano, que ya andaba muy entretenida en la cintura de Solange.

—¿Quieres saber lo que estaba haciendo? Esperaba por ti... —susurró. Y obvio, estaba bromeando, así que faltó poco para que se echara a reír—. Vale, eso no sonó convincente. Pero dime algo, ¿qué más obtendré si satisfago tu curiosidad? Me he enterado de muchas cosas sobre ti, querida. Y sé, de buena fe, que el Papa no es alguien muy permisivo, ni siquiera con los líderes. Lo mío le gustará a él mucho más que lo tuyo. ¡Bien! Ayúdame a conseguir la antigua lista de los desertores. Y no, no me mires así, porque aquí no está, cuando debería. Faltan los expedientes de mis hermanos; pero antes...

Y como era un sinvergüenza, la besó. Lo hizo con la misma intensidad con la cual ella lo había hecho antes, para que no fuera a quejarse de que era un inexperto. A pesar de ser tan huraño, Klaus pecaba un poco más de, ¿libertino? Oh sí, pero era algo que se tenía muy bien reservado, sólo para los casos necesarios, como ese.


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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 1:42 pm

Podía jurar y perjurar ante cualquiera que tuviera a bien escucharme (o a quien no le quedara más remedio porque, por mi posición, podía ponerme exigente y obligar, si me daba la gana) que yo no había pensado que mi día fuera a terminar así, enredada con Klaus en una batalla dialéctica, pero eso no significaba que no lo estuviera disfrutando. ¡Hacía tanto tiempo que no me divertía...! Haberme convertido en líder me había cambiado la vida, sí, pero a peor, que eso era algo que no muchos conocían y que la mayoría ignoraba, cegados todos por el poder de la posición que yo ocupaba. Por tanto, cualquier excusa para divertirme era más que bienvenida, y aunque yo solía buscarme misiones que pudiera realizar en persona en vez de delegarlas, la opción de saldo, que era conformarme con Klaus, tampoco estaba mal del todo. ¡Si hasta me respondía a los comentarios jocosos con otros que lo eran, pero un poquito menos! ¿Sería posible que hubiera encontrado a la horma sarcástica de mi zapato, oculto por un vestido que causaba estragos tanto entre los suizos como en aquel ejemplar de hijo de la Gran Bretaña? Oh, ahora que lo pensaba, eso de ser británico lo convertía en primo lejano mío, pero, si tenía en cuenta mis antecedentes, eso nunca me había detenido para enredarme con ningún hombre, y en parte por eso le permití que fuera él quien me colocara contra la pared y me sujetara un poco. La otra parte que explicaba que lo hubiera hecho provenía enteramente de su atractivo, de esa tensión que nos recorría al mirarnos y que le hacía desear lo mismo que a mí y de, sencillamente, mi propia personalidad, que me hacía tan carnal que eso era lo más suave que se me ocurriría estando con él.

– No sé, Klaus, es que, ¿sabes?, no confío en los rubios, porque la experiencia me ha demostrado que no tenéis más que paja en la cabeza, y no me refiero a eso que llamáis pelo y que os peináis para decir que al menos usáis eso que tenéis entre los hombros así. Y, bueno, en los ingleses confío todavía menos, qué le voy a hacer, pero soy francesa, supongo que no es algo que te resulte extraño. En fin, perdóname, me evado pensando en ti, será porque me tienes un poco apresada, ¡qué miedo! Por mucho que le vaya a gustar al Papa más lo tuyo, dos sobrehumanos no se enredan en una biblioteca si el hechicero de los dos no quiere, así que esa severidad puede que juegue también en tu contra. No sé, piénsalo... Como yo estoy pensando si ayudarte o no.

Me encogí de hombros y le acaricié el pelo con cuidado un momento antes de agarrarlo con fuerza y besarlo, ya que si él insistía, sería de mala educación decirle que no, ¿verdad? Y otra cosa no, pero yo estaba muy bien educada cuando quería y cuando demostraba los modales que no me había enseñado el imbécil al que había asesinado, un crimen que, de un modo u otro, me perseguiría siempre. Sin embargo, y para mi enorme fortuna, lo bueno de haberlo asesinado de forma tan cruel era que ya estaba casi curada de espanto para cualquier cosa, y pensar en él de reojo no me daba tanto asco que tenía que separarme de Klaus, ¡menos mal! Eso sí que era una evolución agradable, aunque más lo era el beso que le estaba dando, y con el cual había terminado por enredar la pierna en su muslo y con el pecho absolutamente clavado en el suyo, con la diferencia de que yo, al estar medio desnuda, lo estaba utilizando casi para cubrir mi piel con sus ropajes. Por un momento me dio por pensar en lo raro que era que la pasión nos hubiera sobrevenido en una biblioteca, pero rehusé el pensamiento casi de inmediato porque, en fin, teniendo en cuenta que también la había sentido en un cementerio con un cazador, ya nada me sorprendía lo más mínimo. Hablando de cazadores, me separé de él mordiéndole el labio inferior y pensando en uno de sus hermanos, del que había oído hablar precisamente porque se dedicaba a ese extraño pero práctico oficio tras haber abandonado la Inquisición. No tenía ni la más remota idea de por qué Klaus querría acceder a sus expedientes, y tampoco de por qué los datos referidos a un antiguo inquisidor no se encontraban en el Vaticano, pero lo cierto era que sentía cierta curiosidad al respecto, y eso era mala señal porque al final iba a terminar diciéndole que sí... Y, claro, como me conocía y la decisión ya estaba tomada, me aparté de él por completo y lo saqué de la Biblioteca, donde al parecer no íbamos a encontrar nada, lo arrastré por la Plaza de San Pedro, ante la vista de unos suizos que sólo se sosegaron al verlo conmigo y lo metí en un carruaje de alquiler, que nos llevó a una taberna de confianza donde podríamos hablar tranquilos.

– Te ayudaré. Tengo curiosidad, no te voy a mentir al respecto, y creo que ahora que te he sacado de allí y nadie te ha hecho nada porque ibas conmigo, me debes otra bien grande. Ya van dos favores, Klaus, espero que tengas muy claro que te los voy a cobrar tarde o temprano, y mucho me temo que va a ser más bien temprano. Sospecho que si la lista no se encontraba en la biblioteca, estará en París, porque muchos inquisidores vivimos allí y es posible que alguno se la haya llevado por error, no lo sé. Ahora viene cuando tú me explicas por qué demonios la quieres y, sobre todo, qué vas a darme para compensar todos mis esfuerzos por ayudarte.
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Mensaje por Klaus McQuoid Lun Sep 18, 2017 12:24 am

Soez, irreverente, arrogante, mentiroso... ¡Completamente osado! Sí, osado, porque había enfrentado, sin problema alguno, a la líder de una de las facciones, cuando él era tan sólo un insignificante bibliotcarío. ¿Le importaba? Claro que no, y era justamente por saber con quien estaba lidiando. Klaus no veía en Abigail, o Solange, una líder, para él seguía siendo la misma horma de su zapato de siempre; la misma inquisidora cualquiera, sin distinción de algún cargo importante que la colocara por encima de su propio estatus. Así que no tuvo mayor inconveniente en refutarle y molestarla del modo en que lo hizo. Por supuesto que no era ningún estúpido por cometer tal acto, él estaba al tanto de los riesgos que corría, pero, para fortuna suya, había sido descubierto por ella y no por otra persona, y eso le salvaba un poco el cuello, aunque no del todo, porque, como lo supuso al verla, Abigail querría chantajearlo.

Desde luego, había considerado aquello con absoluta sinceridad, porque la conocía bien, y aunque la prefería a ella que a otro, no pudo sentirse completamente decepcionado por el grandísimo error que había cometido. ¡Maldita sea! Estaba confiado en que aquella anoche iba a conseguir lo que quería, pero no, el destino lo convenció de lo contrario. O tal vez no. Quizá Abigal había sido enviada justamente para algo más que causarle una ligera molestia, y un poco de pensamientos impuros. ¡Jah! Como si él fuese alguien recatado. Una cosa era su amargura constante, y otra... ¡Tenía necesidades como cualquiera! Por eso no pudo controlar parte de sus impulsos de idiotez, que fueron alimentados por las acciones de la susodicha líder...

¡Momento de concentración! No estaba ahí para revolcarse con Abigail, Solange, o cómo se llamara, eso podría dejarlo para otra ocasión. Estaba ahí para averiguar más sobre la repentina "traición" de sus hermanos mayores; sobre la muerte de Sigmund, y un poco más de sus propias pesadillas y alucinaciones. ¡Se estaba volviendo loco! Ya apenas conseguía dormir bien, y ni siquiera se alimentaba de manera correcta. Eso no era bueno, y lo único que conseguía era fracasar en su desesperada búsqueda. ¡Y lo peor empezó con la aparición de ese chico Donato! Su cabeza iba a estallar. Sólo que lo haría en otra ocasión, porque en esa se encontraba muy cómodo acariciando el cuerpo de Abigail, aunque conscientemente no lo hacía.

No era que menospreciara la cercanía de ella, para nada, simplemente se hallaba en esa encrucijada mental que solía arrastrarlo cuando pensaba en sus problemas. Incluso su semblante cambió de un momento a otro. Esa expresión burlona de antes se esfumó, tan rápido como un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera opuso mayor resistencia cuando Abigail se separó de él. Quizá si habría estado tan entretenido como antes, pudo haberla molestado más, pero los ánimos quisieron fastidiarlo a él esta vez.

—Tal vez tengas razón. Con lo de la paja, me refiero. Sí, es probable que mi cabeza esté llena de eso, no lo sé —respondió, luego de un largo silencio, justo cuando la seguía a través de la Plaza de San Pedro. Estaba un poco perdido, no lo negaba, pero pudo darse cuenta que ella había accedido a ayudarlo—. Y si tuviera el pelo castaño, o negro, o verde, sería lo mismo...

Sonó desganado, nada comparado con la irreverencia de antes. Y eso no cambió cuando se trasladaban en el carruaje, aunque, al recordar con mejor lucidez quien era su acompañante, tuvo que obligarse a mejorar su humor. Sólo que lo hizo cuando estuvo en aquella taberna, que le recordó tanto a la vez que conversaba con Zlatan... Y al día siguiente casi lo asesinan. ¡Qué divertido!

—Solange, linda, tú cobras hasta por el hecho de no hacer favores. Así que no me sorprende que me quieras chantajear con eso —replicó, entornando la mirada y sonriendo. Luego acercó más su rostro al de ella—. Tú me sacaste de ahí porque quisiste... ¿Te interesa saber más sobre mí? Ah, no lo sé, el hecho de ser rubio, aparte de descender de los merovingios, no es una buena paga, así que, ¿qué quieres a cambio de que me ayudes con esa información?



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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 1:29 pm

¿Qué quería de él? Buena pregunta; por lo pronto, que me invitara a la copa que estaba a punto de tomar con él, y lo demás ya se vería, ¿acaso tenía particular prisa? Lo que me sorprendía era que él, un brujo que había oído que era capaz de ver el futuro, no supiera lo que iba a decidir y lo que le iba a pedir, aunque para eso tenía dos explicaciones posibles: la primera, que lo de ser rubio y estúpido fuera cierto; la segunda, que no lo supiera porque ni yo misma lo hacía, ya que aún no lo había decidido. Qué podía decir, a veces me gustaba improvisar, y si la situación misma había nacido así, por accidente y basándose por completo en el poder de la inventiva, no era como si pudiera ser humanamente capaz de tener un plan pensado de antemano, ¿no...? ¡Ni siquiera yo era tan estupenda! Aunque habiéndome ganado, sin posibilidad de que nadie me lo rebatiera, el título de líder de los soldados, lo cierto era que méritos tenía para otras cosas, incluso para el liderazgo y para la planificación, así que decidí que no perdía nada por planteármelo en serio: ¿qué podía querer de él? Era un bibliotecario, alguien fuera de mi facción y miembro de una a la que sólo recurría cuando tenía mucha necesidad de documentos difíciles de encontrar, algo que no sucedía a menudo, por lo que por ahí no consideraba que pudiera tener demasiadas opciones. Sin embargo, era un hombre atractivo, que además no tenía demasiado miedo de hacer cosas que tenía prohibidas siempre y cuando pudiera conseguir sus objetivos: exactamente la clase de persona que me venía bien para las misiones menos, digamos, ortodoxas... Esas que difícilmente sancionaba la Iglesia y que si descubrían que realizaba podían volverse contra mí, aún más de lo que ya lo hacían muchos sólo por el hecho de ser mujer y con el agravante de mi supuesta (pero real) ligereza de cascos.

– De paja o no, lo cierto es que tienes problemas para prestar atención, y no a mí sino al mundo a tu alrededor. Te has quedado tan en blanco antes que casi, casi, me has preocupado, pero no estamos ahí todavía, así que no te emociones tanto, ¿eh? Bueno, lo que te decía, tengo curiosidad por lo que pasa en esa cabecita tuya, claro, y también por tus cosas familiares, pero la curiosidad por sí sola no basta, eso deberías saberlo mejor que nadie. Así que tendré que pensarme qué quiero de ti.

En el momento exacto en el que terminé, pasó el tabernero por nuestro lado y le pedí un par de copas de un aguardiente que destilaban allí y que era lo suficientemente bueno para que no te quedaras ciego al beberlo, una ventaja en todos los sentidos posibles, y más si él, por ejemplo, por hechicero que fuera, no dejaba de ser un simple humano. En cuanto nos lo sirvieron, sostuve mi vaso y lo choqué con el suyo, brindando no sin cierta burla en la cara, pero así era yo, así me pintaban los rumores y en ese caso, como en pocos otros, tenían toda la razón. Él, siendo de la facción que era, muy probablemente lo sabría, porque los bibliotecarios tenían cierto talento para estar enterados de la mayor parte de los chismes, de modo que lo que era de dominio público para todos también lo sería para él. No obstante, había cosas que él sí conocía con datos y que no todos los demás podían saber con certeza, cosas tan importantes como mi manera de ascender a la facción mediante el asesinato de un líder que, siendo sincera, no sólo no me caía bien a mí, pero de eso todo el mundo parecía olvidarse como consecuencia de aquel supuesto agravio. ¡Como si no les hubiera hecho un favor a todos al matar a Gregory Zarkozi, aquel maldito déspota! La hipocresía de todos me sorprendía cada día más, pero para mi desgracia sabía que eso era algo que no cambiaría nunca, así que la única manera de soportarla era beber más de aquel aguardiente que calentó mi garganta como ya lo estaba mi cuerpo como consecuencia de la cercanía de Klaus McQuoid. Podía ser rubio, podía ser idiota y podía ser un creído increíble, pero no había más remedio que admitir que era tan atractivo como estúpido, y ante eso yo, que siempre había apreciado la belleza por encima de muchas otras cosas, no me podía resistir.

– Yo cobro por todo, y a ti te cobraré de una manera distinta. A cambio de mi ayuda, tú me ayudarás a mí en las misiones en las que no quiera inmiscuir a la Inquisición, y también te encargarás de que esos papeles sobre mí que has visto antes sufran un horrible accidente y no quede nada de ellos. Nada en absoluto. Creo que, por ayudarte, es un precio ínfimo, ¿no? Y si resulta que no quedas satisfecho con mi ayuda, me comprometo a no presionarte demasiado con esto, siempre y cuando tú no publicites mi secreto para que todo el mundo se entere. Los dos ganamos, yo que tú me lo plantearía en serio, hasta si te gusta hacerte de rogar y hacerme rabiar a mí.
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Mensaje por Klaus McQuoid Mar Oct 24, 2017 3:51 pm

Era muy adecuado preguntarse qué diablos hacía en una taberna cualquiera con Abigail Solange Zarkozi, nada más y nada menos. Sin duda alguna, era una cuestión curiosa, sobre todo por no haber tenido una idea de que algo así ocurriría. Quizá sus poderes no solían ser tan chismosos algunas veces y preferían apostar a la sorpresa. Así que ahí estaba, con ella, fraguando una especie de trato que no sabía hasta que punto iba a ser bueno. ¿Se estaría arriesgando al contarle a ella sobre su familia, incluso, sobre sí mismo? Sobre todo cuando acostumbraba a mostrar una postura un tanto diferente a lo que realmente lo fastidiaba. Ni siquiera con Castle había tenido la oportunidad de ser tan sincero, y eso era un verdadero problema. Sin embargo, tampoco iba a serlo porque sí, o porque sentía que necesitaba a alguien con quien desahogarse. ¡Eso jamás!

Había sido descubierto por Solange justo en el momento menos indicado. ¡Justo cuando estaba a punto de cumplir su plan! Y bien, tenía que admitirlo, no terminó nada mal, aún siendo un irreverente con ella, y sabiendo que, indudablemente, estaba muy por encima de su posición dentro de la Inquisición. ¿Y a quién demonios le importaba la Inquisición en ese instante? A Klaus no, por muy contraproducente que fuera la situación para sus propios fines, no se preocupaba demasiado. Ella menos lo hacía, a pesar de que la ambición fuera su estímulo. ¡Claro! Por eso parecían entenderse tan bien, aunque era algo que no iban a reconocer ni un millón de años, y justamente por esa razón su reciente relación se convertía en una bastante interesante. Además, también podría sacar provecho de ello, ¿no? No, ¡ambos podrían hacerlo! Desde luego que sí.

Y precisamente por andar metido en esos meollos existenciales, en los que su mente solía divagar con frecuencia debido al desvelo acumulado por los días, fue cuando se permitió ignorar a Solange, y hasta perder la noción del lugar en donde estaban. Incluso parecía más abstraído que cuando tenía alguna visión involuntaria. Ese Klaus McQuoid parecía diferente al que, hace apenas unos minutos, se encontraba en la Biblioteca intentando hallar información clasificada. Pero no había nada de raro en eso, simplemente tenía muchas cosas en las cuales pensar. Y ya tendría tiempo para hacerlo. Le tocaba enfrentarse a las treguas de Solange, y eso requería de energía mental excesiva.

—No sólo tengo problemas para "concentrarme", chica lista. Tengo problemas que me impiden perder mi atención en nimiedades, y estar en una taberna gastando neuronas en lo que se supone voy a beber... eso no me interesa. ¡Que sea cualquier cosa! Licor es licor, tenga el color y el sabor que tenga, siempre cumple el mismo objetivo. Creí que lo sabías, Solange —replicó, un poco agotado de lo mismo. Se la pasaba metido en lugares así, hallando una manera de olvidar temporalmente lo que tanto lo atormentaba—. Me emociona más que no hagas eso, a que lo hagas. Créeme, es más divertido de ese modo. Pero, ¡vamos! Eso no importa. Bueno, quizá sí. O tal vez ando ganando tiempo actuando como idiota para fastidiarte un poquito más.

Tamborileó los dedos sobre la mesa, observando fijamente el vaso con el aguardiente. Pensaba seriamente en su propuesta; en realidad ya llevaba rato haciéndolo, sólo que prefirió alegar otra cosa por puro hastío. De acuerdo, era hora de ponerse serio...

—Te diré una cosa. Una cosita chiquita... No me importa si se llegan a enterar o no de lo que hiciste. A mí no me importa, Solange, porque me da igual que seas líder de una facción. Deberías cuidarte las espaldas de quienes quieren ese lugar como sea. Aunque, pensándolo bien, ellos cumplen con un perfil tan bajo y poseen una conducta tan infantil, que es fácil dejarlos atrás. Lo único malo es la evidencia, y esa está en la Biblioteca... ¿Cómo llegó ahí? Curioso —explicó, lúcido y diferente a antes—. Mi teoría es que alguien los colocó ahí adrede, para que algún otro líder los viera. No se ve bien, ¿verdad? Sí, supongo que necesitarás apoyo extra. Y yo un poco de diversión, y desde luego, ayuda especial en mi causa. Al diablo la Inquisición y sus motivos...



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Mensaje por Invitado Dom Nov 05, 2017 12:43 pm

¿En qué momento le había pedido un compendio de todos los problemas que tenía, exactamente...? Digo, por saber, porque al parecer él consideró que sus asuntos privados eran de mi incumbencia e incluso se tomó el tiempo de aclarar que no sólo los tenía para concentrarse. ¿Enhorabuena? ¿O vaya, qué lástima? ¿Qué era lo que prefería que le dijera, ya que se ponía tan exquisito con su propia vida? Con una ceja alzada, cruzada de piernas y con la mano acariciando la copa que me había servido y que iba a consumir en cuanto se me pasara la impresión, lo escuché quejarse e intentar negociar como si tuviera alguna otra opción que aceptar. Siendo justa, debía admitir que sí que tenía más opciones, pero no mejores, y ahí radicaba la principal diferencia: Klaus era un tipo que tenía fama de inteligente, aunque conmigo no hubiera tenido a bien mostrarse de ese modo, y si sabía lo que le convenía elegiría la opción ganadora, tan simple como eso. Incluso si no le importaba lo más mínimo mi puesto, y ahora que lo había probado había una parte de mí que estaba completa y absolutamente de acuerdo con él, ayudar a un superior era una idea mejor que ganarse su ira, y aunque no solía enfadarme con tanta facilidad, había algo en su comportamiento que lograba ponerme de los nervios. Tal vez por eso sí debía darle la enhorabuena, pues estaba segura de que lo hacía a propósito para lograr una reacción por mi parte, pero justamente por eso elegía comportarme como si estuviera por encima de él (y, dijera lo que dijese, lo estaba. Por el momento, al menos) y no me afectara demasiado casi nada de lo que decía. Había cosas que lo hacían, que lo harían, y los dos lo sabíamos, pero los dos también habíamos llegado a un mutuo acuerdo, mudo por cierto, por el cual entendíamos que nuestros caracteres iban a chocar porque así éramos, opuestos en demasiados aspectos, pero eso no debía impedirnos conseguir llegar a algo beneficioso. Como mínimo, eso pensaba yo, y dado que seguía teniendo las de ganar, era lo que los dos terminaríamos por creer al final de nuestra conversación, fuera como fuese.

– Enemigos no me faltan, te lo aseguro, y no entiendo por qué si soy un maldito encanto, ¿verdad? Pero, bromas aparte, estoy de acuerdo contigo: probablemente haya sido colocado ahí a propósito. Y yo que tú no me lo tomaría tan a broma, porque la mayoría de las pruebas desaparecieron... si es que el delito sucedió en realidad, claro está, pero ya entiendes por dónde voy, ¿no? Así que, sí, el primer paso es eliminarla, después iría averiguar quién lo ha hecho, y por último encargarnos de ese alguien. Eso sí, para que no te aburras te diré que podemos hacer más cosas entre medio, ¿eh?, sólo para darte a ti el gusto.

Sonreí, igual de burlona que el tono que había utilizado para dirigirme a él, y me terminé la copa de un trago largo, tras el cual pedí que nos sirvieran otra y que a él se lo continuaran llenando sin parar y sin el menor control. Si bien sabía que los hombres que bebían licor en demasía podían llegar a ser un auténtico dolor de cabeza (parecido al que sentían en otra parte cuando me enfadaban demasiado, de hecho), me convenía tenerlo contento y distraído, y ¿qué mejor manera de hacerlo que engancharlo a una botella de “cualquier cosa”, porque al parecer le daba igual 8 que 80? Eso podía entenderlo, en mil situaciones yo también era parte de ese selecto grupo, pero no en aquella, cuando tenía que pensar y asegurarme de que alguien que no era mi inferior se sintiera a gusto con mi liderazgo. ¿Ahora se entiende por qué a veces hasta yo me cansaba de mi puesto? Parecía perseguirme allá donde fuera, me relacionara con quien me relacionase, y aunque podía llegar a entender que mi manera de ascender había sido un tanto poco ortodoxa, menuda hipocresía por parte de todo el mundo resultaba que me lo echaran en cara cuando los había librado de un bastardo de la talla de Gregory. Y por si lo de bastardo no fuera suficiente porque, bueno, me pillaba demasiado cerca de casa para ser objetiva, la gran cantidad de trabajo sin hacer que había dejado tras de sí era una prueba suficiente para comprobar hasta qué punto mi progenitor había sido un inútil de dimensiones considerables. Por si fuera poco, todo ese trabajo se había acumulado al mío, lo cual me impedía ocuparme de mis enemigos como se merecían, y eso al final hacía que se crecieran y que tuviera que recurrir a alguien como Klaus para que me ayudara, ¡menuda desgracia...! Y qué mal se me daba delegar, en ciertas ocasiones, hasta si sabía que era necesario, pero esa era otra historia que poco tenía que ver con nosotros bebiendo en aquella taberna de mala muerte.

– La guardia suiza hará el cambio en una hora, aproximadamente. Para entonces, podremos volver a acercarnos a la biblioteca, tú conmigo porque tengo la autoridad de ese puesto que te da tan igual, y nos encargaremos de las pruebas que has estado viendo antes. A partir de ahí, podemos mandar a la Inquisición al diablo, como tan elocuentemente has planteado, y podré ayudarte con lo que me pidas. Pero, una cosa, Klaus, para eso necesito que me digas exactamente en qué voy a meterme, así que ¿por qué no empiezas a hablar? Vamos, te escucho, y tienes el licor que te apetezca beber como premio. Lánzate, rubio, te estoy escuchando.
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Mensaje por Klaus McQuoid Vie Nov 24, 2017 2:21 am

Apartó el trago con una mano, porque no quería beber más; no en esa noche, aunque le hubiera gustado terminar en un estado de embriaguez en donde pudiera olvidarse de todo, y simplemente dormir por tres días seguidos. Sí, justamente eso era lo que necesitaba. Estaba agotado, se le notaba en la cara. Pero no era sólo por su desvelo, sino por todo lo que lo agobiaba desde su adolescencia, y que sus esfuerzos por hallar respuestas dentro de la Inquisición parecían ofuscar más las cosas. Klaus ya no sabía ni en qué demonios pensar, ni siquiera cuando tenía una oportunidad de oro frente a sus ojos, aunque esa llevaba a relacionarse un tanto con Abigail, y bueno, no resultaba tan atractiva por esos piques constantes entre ambos, que no dejaban a un lado, ni en momentos que requerían absoluta seriedad.

Por supuesto, al igual que él, ella tampoco había tenido las cosas fáciles a pesar de que siempre cambiaba la partida a su favor. No lo comprendía por haberla espiado, sólo recordó todo lo que vio durante esa premonición que lo tomó desprevenido en la biblioteca. Y tal vez, por eso, se sintió en la necesidad de aceptar ese trato que se le había ofrecido. En un principio se hallaba renuente, porque no quería a más nadie metido en sus asuntos, como... Castle. ¡Maldita sea! ¿Por qué tenía que recordarla justo ahora? Ella simplemente desapareció, y Klaus no dejaba de culparse por ello.

¿Y si Abigail se involucraba también terminaría corriendo riesgos? Además de todos los problemas que ser líder de una facción acarreaba, sin duda alguna, se le sumaría uno extra; y uno que podía ser mucho peor que todos los demás. Porque aquello que afectaba a los McQuoid no era tan sutil como cargar con la muerte de un padre tirano, y bien que ella tendría razones de peso para hacerlo, no la  juzgaba. El tipo, en cuestión, no tenía buena fama. Y eso lo sabía porque... Bueno, porque a veces se dedicaba a husmear entre los archivos por simple curiosidad, sobre todo por haberse ganado la simpatía de su líder. No pudo evitar llegar a ponerse en sus zapatos durante un momento, aunque Abigail llegó a arruinarlo con su actitud, lo que lo obligó a entornar la mirada.

—Así es, Solange, la Inquisición está llena de enemigos y de muchas cosas oscuras. Que te quieran quitar del cargo es el menor de los problemas, créeme —aclaró, mientras entrelazaba las manos sobre la mesa, observándola fijamente, con una expresión que no mostraba nada—. Si se elimina, se borrará la evidencia. Hay que hurtarla, esconderla, y ver si se trata de una falsificación. Tuvo que haber sido alguien con acceso a la biblioteca; alguien que los guardias reconocieron y, desde luego, respetan. Al menos que hayan usado magia o alguna habilidad sobrenatural en su contra. Como lo hice hace un rato... Así que están esas dos posibilidades. Hasta pienso que se puede tender una trampa. El asesino siempre vuelve a la escena del crimen, ¿no?

Explicó, aferrado a sus propias deducciones. ¡Y pensar que había rechazado formar parte de los espías! Pero aquellos eran muy trillados, y él prefería pasar por desaparecibido, justamente en el lugar en donde recaía la mayor información: la biblioteca de la Inquisición. Y luego seguía la del Vaticano, sólo que esa estaba tan terriblemente custodiada, que entrar ahí era un suicidio seguro.

Exhaló y esta vez si probó un poco de su bebida, aunque más que aliviar la resequedad de su garganta, la aumentó, lo que hizo que carraspeara.

—Otra cosa, había una chica que era mi compañera... Su nombre es Honeur Castle y ha desaparecido —dijo, finalmente. Su mirada inclusive se mostró sombría al recordar esas cosas—. Promete que no serás tan descuidada con esto, Solange. Si he querido estar solo en esto, es porque a mí no me harán nada, pero sí a quienes me rodeen y sepan demasiado de lo que hay en mi cabeza. He vivido muchas vidas, no las recuerdo, pero me están volviendo loco, y justamente eso es lo que necesitan esas personas. Intuyo que son inquisidores de un rango muy superior, con vastas influencias con el mismo Papa. Y son peligrosos, porque la sed de poder los convierte en bestias al acecho. No quiero que más nadie salga lastimado por mi culpa.



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Mensaje por Invitado Sáb Nov 25, 2017 1:21 pm

Algo cambió de una forma bastante sutil, y no me refiero a que dejara de parecerme insoportable porque una parte de él siempre lo haría, probablemente; no, más bien se trataba de que su actitud ya no era tan hostil como hasta hacía un momento y, la verdad, eso me confundía un tanto. ¿Desde cuándo alguien que se suponía que no me apreciaba lo más mínimo, como tantos otros (le recomendaba ir cogiendo número, la lista era tan larga que empezaba a perder la cuenta de quiénes la componían. Cosas de la vida), se preocupaba por mí? Vale que no vino de inmediato y que antes aprovechó para seguir atacándome un poco verbalmente y para seguir llamándome Solange, ignorando que de tanto usarlo al final iba a gastarle el efecto, pero ¡eh! Tanto mejor para mí, así me libraba de una debilidad que sabía que poseía y que odiaba porque muchos la usaban contra mí, para mi enorme desgracia. ¿Al final iba a tener que agradecerle algo a Klaus McQuoid...? O, peor, ¿al final la que iba a cambiar e iba a empezar a aceptarlo era yo? Dios santo, sí que nos estaba afectando el Vaticano para mal a los dos, ¿empezaría a ser necesario llamar al Papa en breve para que presenciara de primera mano que los milagros tal vez existían? Bromas aparte, no tenía muy claro cómo debía tomarme la preocupación que Klaus demostró que estaba sintiendo, no tanto por tratarse de él sino porque no estaba acostumbrada a que muchos se preocuparan tanto por mí, hasta si todos esos decían que me apreciaban, así que suponía que la única opción que me quedaba era improvisar. Por suerte, lo hacía bastante a menudo en mi vida y no se me daba tan mal, era uno de mis secretos mejor guardados que no siempre tenía un plan por el que moverme y que era muy capaz de cambiar de ruta si la situación lo requería bastante rápido, como, por otro lado, correspondía a alguien en mi posición y con mi cantidad de enemigos. Gajes del oficio, en parte, y gajes de mi personalidad, eso sobre todo; como me gustaba ser cómo era, había aprendido a lidiar con ello sin quejarme, así que de ese modo seguiría en adelante.

– Créeme, lo sé, tengo enemigos hasta debajo de las piedras, inquisidores y no inquisidores. Tú has investigado sobre mi familia, sabes que hasta antes de meterme en el negocio familiar ya había muchos que nos odiaban aunque yo no tuviera nada que ver con lo que hacía Gregory, y si ya encima cuentas los enemigos que tengo por ser quien soy... Bueno, mira, la lista es larga. Así que no te puedo prometer que nadie me vaya a hacer nada porque sabes que, sean tuyos o míos, los enemigos me van a atacar sí o sí. Pero te prometo que me guardaré las espaldas, Klaus, eso por supuesto que puedo hacerlo. Lo hago siempre, ¿qué te hace pensar que aliarme contigo va a cambiar eso lo más mínimo?

Le sonreí, le guiñé un ojo para aliviar parte de la seriedad y, no contenta con eso, le di un beso en la mejilla tras el que nos abrimos paso a la biblioteca para, como él había dicho, encargarnos de los documentos. Como líder de una facción, tenía mucho más permiso que él para entrar allí, pero si lo que había dicho era cierto y el responsable de colocar esos papeles ahí se encontraba cerca, ni siquiera yo con mis atribuciones podría pasar demasiado tiempo allí sin levantar sospechas, mucho menos cuando ya me había encontrado en ese mismo lugar y había salido casi escopeteada. Así pues, decidí no gastar tiempo en tonterías o en conversar (cuántas veces eran sinónimas ambas cosas, de verdad) y me dirigí hacia donde él me indicó para sacar de allí los papeles. Antes de hacerlo le permití, o mejor dicho le obligué a que lo hiciera, que comprobara si había algún tipo de hechizo o trampa, qué sabía yo de cosas de hechiceros, protegiéndolos, pero como no los había pudimos sacar los documentos y largarnos de allí cuanto antes. La verdad, me sentí mejor una vez tuve los archivos entre mis manos, y todavía mejor si era posible en cuanto salimos por completo del Vaticano, pues aunque reconociera que era un lugar bonito (ciega no estaba, ¿eh?, para que eso conste en algún tipo de acta), me seguía poniendo los pelos de punta estar tan dentro de los dominios de la Iglesia, a la que odiaba por encima de muchas cosas. Una vez me encontré, con Klaus, lo suficientemente lejos, aunque para ello tuviéramos que irnos hasta el mismísimo Trastevere, me dejé caer en una de las zonas donde intuía que nadie iba a molestarnos y le hice un gesto para que me imitara. Sólo cuando los dos estuvimos sentados extendí los documentos, con cuidado casi reverencial, frente a nosotros, exponiendo mis crímenes a la luz con mucha más tranquilidad de la que nunca habría supuesto que sentiría en esa misma situación, pero no era tan raro que así fuera cuando mi acompañante ya los conocía, ¿verdad...?

– Curioso... Hay documentos verídicos. Mi partida de nacimiento se encuentra aquí, por ejemplo, y el registro de Notre Dame de cuando fui bautizada también: de la veracidad de esos no tengo dudas. Sin embargo, ese no puede ser cierto. Sólo hubo un testigo del crimen que cometí, y sé que él no ha hablado porque me aseguré de que así fuera, y además no es inquisidor. Así que esa declaración que tienes ahí es falsa, aunque parezca creíble, y supongo que si han llegado al punto de meterla con papeles tan veraces, será que mis enemigos son más admirables de lo que parecen, ¿no?, y tendremos que andarnos con extra de cuidado para no desaparecerte yo también. Suerte que se me da bien lidiar con bestias.
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Mensaje por Klaus McQuoid Jue Ene 25, 2018 10:02 pm

Ciertamente, aquella noche el destino mismo se había encargado de hacerle una jugada curiosa, sobre todo a él que, prácticamente, jugaba con el pasado y el futuro, sabiendo que, muchas veces, no quería saber con exactitud lo que ocultaban bajo sus túnicas derruidas. Esa vez pretendía hallar información significante sobre sus hermanos mayores, y en cambio, terminó topándose con la persona menos esperada en toda esa tragedia. Incluso había descubierto algo sobre ella que no quería, ni mucho menos le interesaba. Pero así habían terminado: metidos en un extraño pacto que bien podía beneficiarlos a ambos, o quién sabía hasta qué extremo los llevaría.

Por otro lado, luego de haber mantenido una plática escueta en la taberna de mala muerte, a la que Klaus se obligó a ir prácticamente, y aun así no quiso beber por completo su bebida porque deseaba mantenerse sobrio, regresaron de nuevo a la biblioteca, justo a esa sección que él tenía prohibida, pero a la que Abigail (Solange para molestar) sí tenía mejor acceso. Ventajas de ser una líder de facción, pensó Klaus en su momento y sin sentir el mínimo atisbo de envidia. De acuerdo, comprendía que estar en dicho estatus podría tener sus ventajas, como poder entrar en determinados lugares, sin embargo, no siempre todo debía ser color de rosa, y ya él tenía demasiados problemas con su existencia, como para sumarse otros más. Por lo tanto, no añoraba poseer ese poder dentro de una institución que solamente le causaba dolores de cabeza.

Ya bastante tenía con sus pensamientos revueltos, por lo que tampoco dijo mucho durante el regreso, estaba muy ocupado ensimismado en su pasado como para ponerse a refutar tonterías, por muy serias que éstas pudieran ser. Algo en él había cambiado de forma significativa. Simplemente se mantuvo alerta en lo verdaderamente necesario, y a pesar de que le gustaba fastidiarla un tanto de vez en cuando, ya aquello se lo había tomado con la seriedad que era necesaria.

Klaus podía llegar a convertirse en una piedrita en el zapato, sobre todo por ese humor que solía cargar casi siempre, pero a la hora de trabajar, su conducta cambiaba por completo. Él había heredado ese profesionalismo de sus hermanos, tanto de Sigmund como de Ludovic, y agradecía profundamente que fuera de ese modo, pues le permitía concentrarse cuando las circunstancias lo ameritaban, justo como la de ese entonces. Quizá no obtuvo lo que deseaba en el momento, sin embargo, optó por no apabullarse, y menos delante de alguien como Abigail.

Así pues, pensamientos aparte, se dedicó a inspeccionar con destreza los documentos resguardados en las estanterías, justamente aquellos que había extraído accidentalmente antes, y que, se aseguraba, habían sido colocados ahí adrede. No para que alguien como Klaus los viera, sino para una persona de mayor jerarquía; mucho mayor que Solange, debía corregir. Aun así, no detectó ninguna huella mágica, así que fue más fácil hacerse con los archivos, mejor dicho, permitirle a ella tomarlos y largarse de una vez por todas.

—No sé para qué demonios tengo que meterme en algo que, ¡ni me interesa! —masculló, mientras se alejaban más del lugar. Y rogaba a Dios que pudieran hacerlo pronto, porque ya empezaba a fastidiarse—. Es más, no creo que sea prudente que nos hayan visto juntos. Sigo teniendo mis sospechas. Tal vez la guardia de payasos esos, o alguien con más habilidades, aunque no detecté nada, pero, ¡nunca se sabe! Maldición...

Miraba por encima del hombro. Era como si hubiera dejado salir todo en ese preciso instante; casi como si le hubiera empezado a correr la sangre por las venas nuevamente, y también el aire contenido en los pulmones, y la voz que deseaba escapar de su garganta desde que estaban en la taberna, y apenas había dejado salir un poco.

—Bestias... El burro hablando de orejas —murmuró, entornando la mirada. Casi le arrancó los documentos de las manos. De nuevo el estómago se le revolvió y las imágenes acudieron tan nítidas como antes. Tuvo que cerrar los ojos y sacudir la cabeza. Pero cuando todo pasó, se dedicó a revisar exhaustivamente el papel—. Esto... Esto es falso —aseguró—. Ni siquiera lo de tu partida de nacimiento es real. O sea, se ve genuina, y hay buenos falsificadores dentro de la Iglesia. ¿Acaso te olvidas de los que se encargaban de redactar los manuscritos en la Edad Media? Falsos todos.

Olisqueó de nuevo el material. Había aprendido a lidiar con manuscritos originales y falsos como bibliotecario. A diferencia de los otros, Klaus sí decidió meterse de lleno en dicha materia, y era de los pocos soldados que tenían esas habilidades.

—La persona en cuestión hizo un trabajo limpio, no es ningún estúpido. Hizo esto para perjudicar tu imagen. Puede ser alguien de afuera como de adentro, con influencias; quizá alguien que te tenga mucho odio y desee arruinarte, más allá de tu posición actual. De alguna manera está enterado del caso de tu padre —dedujo, con cierta pericia implícita en sus teorías. Observaba fijamente los manuscritos entre sus manos. Aquello parecía mucho más grave de lo que creía—. ¿Tienes alguna idea? Tal vez fue uno de tus amantes resentidos...



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Mensaje por Invitado Dom Feb 11, 2018 3:39 pm

Si se hubiera tratado de otros, con toda seguridad me habría ofendido que se atrevieran a afirmar que estaba equivocada en algo así; es más, ¿cómo se atrevían siquiera a sugerir semejante injuria contra mi siempre inocente persona...? Sin embargo, él no era un hombre cualquiera o como los demás, eso lo teníamos claro los dos, puesto que, de lo contrario, ya le habría dado una paliza o me habría ocupado de él, los detalles no los tenía del todo claros. Podía tratarse del hecho de que no era un subordinado mío, al pertenecer a la facción de los bibliotecarios, por esa extraña facultad que tenía de caerme medio bien al tiempo que me molestaba infinitamente o por, no menos importante, la certeza que tenía de que él sabía de verdad más que yo de ese tema, quién sabía. La cuestión al final era que él tenía razón y yo era capaz de callarme y asimilarlo, algo que para muchos que me conocían podía parecer insólito pero que, para mí, era incluso razonable, ¿por qué no? Mi ego no estaba por las nubes cuando no había motivos para ello, y en campos en los que no tenía tanto control como mis interlocutores, los papeleos por ejemplo, dejaba hablar a los demás. Si se tratara de otra cosa como, qué sabía yo, el dolor exacto que sentía un licántropo al clavársele una bala de plata, entonces la cosa cambiaría, porque ahí sí que tenía una experiencia, forzada por el maldito Gregory, de la que él carecía. Ah, mi maravilloso padre... Ni siquiera muerto dejaba de molestarme, a los hechos me remitía: ante mí, Klaus estaba teorizando sobre el posible autor de semejante cantidad de pruebas en mi contra, y yo solamente pude sonreír, encogerme de hombros y cruzarme de brazos ante sus palabras, tan ingenuas que casi me provocaron ternura. Pero sólo casi.

– ¿Quieres que te haga una lista de enemigos por orden alfabético, cronológico o por causa? Mi memoria es buena por mi condición, pero no creo que la tuya sea capaz de asimilar tanto. Las bestias, como yo, nos ganamos enemigos por existir; las libertinas, como yo, por nuestro comportamiento; las parricidas, por los aliados de nuestros padres; las mujeres, por todos. Tengo una lista larga. Sin embargo, es por loba y parricida, y mis enemigos son los que no ven bien que me haya convertido en líder siendo una condenada.

Aunque no podía saberlo con seguridad (ojalá, por otro lado, ya que me habría librado de esos malditos enemigos haría demasiado tiempo), sí que tenía una idea bastante clara de quiénes me querían hundir y eliminar, empezando por mi propia mano derecha díscola. Sin embargo, lo suyo era un juego de niños comparado con los altos cargos de una Iglesia que veía bien mis crímenes si los cumplían hombres, que además satisfacían sus necesidades de carne con niños y no con adultos que podían consentirlo, como yo; al final, se trataba de la hipocresía destinada a las de mi condición, mujer y licántropa, y no tanto de mis actos, que sólo habían añadido leña al fuego. Eso era algo que tenía claro, pero una vez más daban igual los motivos porque eso no cambiaba el resultado, con unos documentos que sostuve entre las manos para tratar de ver por qué Klaus estaba tan seguro de que eran falsos... aun pareciendo verdaderos. Supuse que se trataría de una habilidad de los mejores bibliotecarios, lo cual aumentaba un tanto mi respeto hacia él (no iba a ser la única dedicada con pasión a mi ocupación en toda la Inquisición, ¿no? Creer o no en lo que lo justificaba era ya harina de otro costal), pero una vez que lo había dicho creí ver algo... O quizá quise creer que lo estaba viendo, no lo sabía y me empezaba a dar dolor de cabeza el asunto, así que los devolví todos a su lugar, que me pertenecía por derecho por cierto, y volví a mirarlo. Ah, mucho mejor: su rostro era muchísimo más agradable de contemplar que todos aquellos papeles que tenían tanto poder y que, además, lo mantenían bien lejos de mi alcance; hasta con su personalidad, Klaus era mucho menos frustrante que la realidad a la que me habían atado, de modo que hice lo que todo me estaba pidiendo en ese momento y, a sabiendas de que era totalmente inapropiado, le robé un beso. ¿Desde cuándo era yo apropiada, vamos a ver...?

– Oh, ¿no sabes por qué me estás ayudando? Está claro que es porque me adoras... Y porque sabes que esto es injusto. No sé qué sabes de Gregory, ni tampoco sé si me creerás con lo que te diga, pero la bestia era él, no Roland o yo. Nos convertimos en esto escapando de él, y como castigo, por si ser un lobo no fuera suficiente, comenzó a experimentar con nosotros. Yo sólo quería que mi hermano y yo pudiéramos ser libres, y no podíamos serlo si él seguía ahí: para mí era así de sencillo. Lo demás han sido complicaciones y mi manera de intentar controlar el daño: ¿por qué te crees que me he convertido en líder de facción? Para poder acceder a esto, el poder me importa pero no tanto. Y ahora que ya sabes la verdad, Klaus, tienes dos opciones: marcharte, porque aún estás a tiempo y te evitarías muchos problemas, o quedarte a ayudarme. Si eliges irte, no pasa nada, te cubriré. Si no... Bueno. Ya sabes lo que pasará. Así que elige sabiamente, porque no te lo ofreceré de nuevo.
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Mensaje por Klaus McQuoid Jue Mar 08, 2018 6:52 pm

Por un momento tuvo la intención de poner los ojos en blanco y de llevarse una mano al rostro ante su propia ingenuidad. ¡Era obvio que ella tenía enemigos por todas partes! Pero él estaba tan concentrado en sus deducciones, que lo dejó pasar por alto. Ya luego negó ante el gesto que obtuvo por parte de Abigail. Parecía que le importaba de poco a nada estar en la mira de tantas personas que la detestaban. Sin embargo, él, que lidiaba con enemigos tan terribles y poderosos, no podía ver aquello como algo bueno, ni siquiera se hizo la idea de poder ignorarlo, porque las cosas irían a peor en algún momento, y ni su inteligencia la sacaría del pantano, así de fácil. Solange tendría problemas críticos, y cuando él tenía sensaciones tan genuinas como esa, era porque algo ocurriría tarde o temprano. Después de todo, se regodeaba de poseer habilidades relacionadas con la supuesta lectura del futuro y esas porquerías. Aunque no era ese el caso.

Le había mencionado a Abigail lo que vio, y no estaba errado, porque toda su vida se dedicó a encontrar esa clase de cosas, y por ello terminó entre los bibliotecarios. La cuestión era si ella realmente le creería.

¿Acaso le preocupaba que no lo hiciera? No estaba muy seguro, y menos cuando a su mente arribó nuevamente el recuerdo de Honeur Castle, y lamentaba infinitamente haberla involucrado en sus asuntos, como lo lamentaba con cualquiera que se le acercara. Sin embargo, con Abigail existía una diferencia notable: ella estaba tan rodeada de enemigos como él, y tampoco se comparaba, en lo más mínimo, a Castle. Esa chica que tenía al lado era una guerrera que escapó al peor verdugo de todos. Ese verdugo era su propio padre. ¿Que cómo lo supo? Pues, algunas veces, las premoniciones llegaban solitas, sin invitación alguna. Y unas eran realmente asquerosas...

Sin embargo, y muy a pesar de haber recordado semejante atrocidad, no pudo negarse a ese beso que ella le dio. Desde luego, lo tomó desprevenido, pero tampoco era algo que le molestara. Así que sonrió con picardía. No podía esperar menos por parte de Solange, aun así, no estaban en una situación para andarse con tonterías, por lo que tuvo que obligarse a centrarse de nuevo, y ordenar cada una de las ideas que revoloteaban en su cabeza.

—Ya con el hecho de tener enemigos de todas las clases, es más que suficiente, no es necesario tanto detalle. Ya te dije lo que vi, y eso es lo que compete, ¿no? Pues bien, me parece perfecto —aseguró, apartando la mirada de ella. No es que se sintiera incómodo de repente, es que a veces le costaba pensar con tanta cosa zumbándole en los oídos—. Además, no eres la única con problemas. A veces uno no tiene elección. A mí me gusta pasar desapercibido, porque, como verás, no tengo tanto poder como tú. Tampoco es algo que me preocupe, porque, mientras menos importante sea, mejor para mí. Me es más sencillo hacer las cosas, aún sabiendo que me encontrarán en cualquier momento.

Sentenció, quedándose luego con la mirada fija en sus manos entrelazadas. No sabía si continuar su relato, además de tener que darle una respuesta que, en ningún momento, había considerado. Por supuesto, una parte de él le llevaba a pensar en aceptar y arriesgarse, porque con alguien influyente a su lado, podría avanzar mucho más. Pero, por otro lado, reservaba muchas dudas. Tantas, que no era capaz de contabilizarlas. Ciertamente, se hallaba en una posición complicada. Aun así, ¿no solía vivir al borde del abismo por costumbre? No pudo evitar soltar una carcajada.

—He escuchado algunas cosas, sobre Gregory, me refiero. He leído varios informes, no tan sustanciales, pero si daban información interesante. Sin embargo, lo de su muerte, bueno, eso no tuve que averiguarlo a través de manuscritos ni registros, lo descubrí accidentalmente hacía un rato. Mis habilidades a veces funcionan de modo extraño —explicó, dejando escapar un suspiro, mientras estiraba todos los músculos de su espalda—. Nada en esta vida es cosa justa, que te lo digo yo. Mi hermano mayor fue asesinado para protegerme, y ni tiene nada que ver con las cosas, que según, tengo guardadas en mi cabeza. Así que te digo que no me importa arriesgarme un poco más para ayudarte. Igual, ya tengo la soga al cuello por tener sangre merovingia en mis venas, y saber de la supuesta existencia del Grial, cuando ni yo sé para qué sirve...



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Mensaje por Invitado Mar Abr 03, 2018 8:53 am

Nunca me era fácil mencionar a Gregory Zarkozi. Durante años, demasiados, había focalizado toda mi rabia en él, y bastaba con imaginar su rostro para que sintiera que la sangre casi me hervía y que la bestia que llevaba dentro se alteraba por la perspectiva de la sangre de ese maldito bastardo. Pese a que hubiera muerto, las viejas costumbres son difíciles de erradicar algunas veces, y seguía sintiendo rabia ante él y su recuerdo, mezclada sin embargo con rabia hacia mí misma por no haber sido lo suficientemente fuerte para detenerlo antes. Podía justificarme todo lo que quisiera en la mordedura y en las torturas a las que había sido sometida, y no era lo suficientemente ingenua como para quitarles toda la importancia que habían tenido en la formación de mi personalidad y en las decisiones que había tomado con los años, pero sabía que había podido hacer más de lo que había hecho. Tal vez, si me hubiera rebelado más fuerte, si hubiera intentado conseguir aliados en cuanto hube entrado en la Inquisición, ¡incluso si hubiera decidido envenenarlo!, mi tormento habría terminado antes, pero no lo hice. Mi inactividad había provocado que yo sufriera, que mi hermano Roland se cerrara en sí mismo todavía más, hasta el punto de que apenas si nos hablábamos en la actualidad, y esas conclusiones, a las que había llegado hacía no demasiado tiempo, teñían el recuerdo de Gregory de un sentimiento de autodesprecio que no siempre había tenido... Y que lo volvía todavía más despreciable, si era posible. Así pasaba siempre, daba igual si era yo quien lo mencionaba o si era Klaus McQuoid diciéndome que sus malditas habilidades de hechicero eran exactamente igual de oportunas que lo que yo había sospechado en un principio y le habían permitido saber cuándo y cómo había muerto. Por suerte, lo siguiente que dijo me hizo salir de mi momentáneo estupor y escucharlo con atención, con tanta que con la mención de su cabeza mi mano salió disparada hacia él para despeinarlo y acariciarle el cabello, distraída.

– Oh, Dios santo, Klaus, ¿cómo no me lo has dicho antes? Acabo de besar a la realeza. Por todos los demonios, y yo sin ser consciente de ello, ¿crees que de haberlo sabido antes me habría esmerado más? No lo sé, tendría que volver a comprobarlo... Eso sí, antes te digo que tu secreto está a salvo conmigo. Cualquiera de ellos, en realidad, porque tú me estás guardando esa pequeña tontería del parricidio a buen recaudo y qué menos que hacer lo propio yo contigo, ¿no?

No pude evitarlo, pero raramente podía. Aunque la situación no se hubiera prestado a ello, me aproveché de que tenía una mano enredada en sus cabellos rubios, con la excusa de relajar su cabeza de pensamientos dolorosos y demasiado bulliciosos, para acercarlo a mí y volver a besarlo, esta vez con muchísima más intensidad, si cabía. Si tenía que ser sincera, sí, realmente había buscado ayudarlo y relajarlo con aquel suave masaje de mis yemas sobre su cráneo, pero los dos sabíamos que yo no era suficiente para que la magia le diera un respiro demasiado duradero, y menos si no ponía todo mi empeño: por eso había optado por volver a enredarme con él. Por eso y porque, claro, cualquiera se resistía a su cara; incluso si me había molestado antes y sus palabras todavía tenían ese efecto en mí en ocasiones, era incapaz de centrarme en esa clase de sentimientos con alguien con quien había alcanzado una conexión tan improbable como extraña. En algún momento desde nuestro inicial encontronazo a él prácticamente ahogándome con su beso (esa era una clase de muerte a la que no me negaría, siendo absolutamente sincera) y yo permitiéndoselo e incitándolo a que continuara, algo se había torcido, y tenía la impresión de que ese algo había sido, precisamente, que nos habíamos dicho la verdad. Teniendo en cuenta que yo no solía ser honesta con nadie que no fuera yo misma y que sólo decía los hechos tal cual eran cuando tenía algo que ganar con ellos, esa extraña variación bien podía ser la responsable de sacar a la luz mi lado más salvaje... eso o los pensamientos rabiosos anteriores, los que deseaba hundir ante sensaciones placenteras como su cuerpo clavándose contra el mío o sus labios mordisqueándome los propios al separarse, demasiado pronto para mí aunque en realidad hubiera sido tiempo más que suficiente para volverme loca.

– Lamento lo de tu hermano. Te prometo que a mí nadie me va a matar mientras te esté protegiendo, y te lo prometo porque soy muy dura de matar y, hasta ahora, nadie lo ha conseguido aunque muchos lo han intentado. Deberías saber, también, que no aseguro cosas en vano, y que cuando lo hago es porque planeo cumplirlas. Por ejemplo, deberías tomarte muy en serio que te has ido a buscar a una loba desatada como protectora, y también que te ayudaré con esa soga al cuello aunque tenga que destrozarla a mordiscos. Sabes que soy bien capaz, y ¿quieres saber por qué? Porque ese secreto que sabes, que me estás guardando, necesito que siga siendo un secreto. Y haré lo que haga falta por ti para convencerte de que me ayudes a mantenerlo así. Ah, y porque me caes bien, pero eso es secundario.
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Mensaje por Klaus McQuoid Vie Mayo 04, 2018 1:53 am

Nunca antes se había planteado terminar en una situación similar con ella, con Abigail (Solange para molestarla). Jamás se quiso preguntar una cosa así, en especial, porque no le interesaba en lo más mínimo. Klaus ya bastante tenía con lidiar con sus propios problemas como para estar metido en asuntos ajenos. Él siempre iba muy a lo suyo, pasando desapercibido en tantísimas ocasiones, que ya hasta había perdido la cuenta. Incluso con ella lo llegó a hacer. Y hasta ahí todo bien. Pero que el destino, siempre traicionero y curioso en sus actos, los llevara a coincidir esa noche para que terminaran de ese modo, era, por mucho, curioso, al menos para Klaus, y no descartaba la posibilidad de que para ella también. Solían ser como agua y aceite, aun así, también eran capaces de llevar la guerra en paz, y de entenderse mucho mejor de lo que se habrían planteado jamás.

¿Existía, acaso, una respuesta lógica para aquello? No era como si Klaus quisiera averiguarla, y menos mientras estaba distraído besándola nuevamente, esta vez con mayor intensidad, incluso rodeó su cintura para acercarla más a su cuerpo. Quizá se estaba dejando llevar por el momento, pero al menos fue suficiente para intentar silenciar su mente por un breve instante. Lo necesitaba. Llevaba varias noches durmiendo mal, atormentado por un pasado tan distante, que sentía que se escapaba de la realidad. Así que no pudo simplemente ignorar ese arrebato que tanta falta le venía haciendo. Y, además, tampoco se hallaba comprometido con más nadie como para sentirse mal al respecto, ¿verdad?

—Me parece que ya le cogiste maña a besar a la realeza, ¿o me equivoco? —bromeó, con la sonrisa marcada en los labios. Ya parecía costumbre que ambos buscaran la manera de fastidiarse—. ¿Tan secundario como lo que acabamos de hacer? Claro.

Se apartó de inmediato, fingiendo estar ofendido, pero, al contrario, realmente le hacía gracia toda la situación. Desde luego, aún mantenía bastante fresco el tema de su familia y todo lo que había descubierto con respecto a Abigail; sin embargo, tampoco era para hundirse por completo en la miseria. No. Klaus McQuoid se consideraba un sobreviviente, y pese a todas las porquerías que quisieran hacer en su contra, él no se iba a rendir tan fácilmente. ¡Que lo llamaran testarudo y masoquista! Eso le importaba de cero a nada.

—Mira tú, y yo que pensé que era el único duro de matar. Si seguimos teniendo tantas coincidencias, me empezaré a asustar por tanta brujería, y eso que soy un hechicero. —Terminó riendo, aunque, esta vez, su risa sonó apagada y cansada, como si ya no le quedaran fuerzas—. No te preocupes, aunque no me lo pidieras, ni hicieras algo por mí, no iba a decir nada. Es algo que morirá conmigo, así que puedes estar tranquila. Puedo ser de todo, menos chismoso. Ni siquiera me pondría en ese plan por mucho que mi vida peligre, ¿sabes? Menos si he decidido que se convierta en una promesa de mi parte. Eso, y gracias por querer guardar el mío. Se agradece.

Decidió recostarse en el suelo para dejar descansar los músculos de su espalda. Llevaba demasiada tensión desde que había entrado a buscar documentación clasificada, que poco le importó su salud física. Aun así, su cuerpo empezó a hablar, como solía hacerlo de vez en cuando. Cerró los ojos y palpó el espacio vacío a su lado. Estaba invitando a Abigail a hacer lo mismo.

—Ay, ¡por favor! Ni que te fuera a pasar algo... Anda, hazme compañía por unos minutos más, no seas orgullosa, Solange —murmuró, incluso la sujetó por una mano, y aprovechando su descuido, la jaló hacia donde estaba él, rodeándola con su brazo en el instante en que sintió su peso al lado—. Gracias por la consideración... Es un lugar muy abstracto para descansar, pero te juro que ya no aguanto mi espalda. Estoy envejeciendo, me parece...



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Mensaje por Invitado Miér Mayo 23, 2018 1:23 pm

Ni en un millón de años se me habría ocurrido que estaría en una situación semejante con Klaus McQuoid, pero ¿iba a quejarme? No, en absoluto. Bocas peores había besado, hombres menos atractivos que él me habían hecho compañía, y además no eran tantas las veces que me había relacionado con la realeza, aunque sí que las hubiera habido porque yo misma venía de una familia importante; burguesa, pero importante. De hecho, desde hacía ya bastante tiempo tenía la mira puesta en nobles en edad casadera de los que poder aprovecharme llegado el momento, pero la perspectiva me parecía tan irreal cuando estaba al lado de Klaus, sobre todo porque el beso que me había dado me impedía pensar en hacer lo mismo con otros hombres (durante un rato, ¿eh?, que tampoco planeaba casarme con el señorito McQuoid, ¡acabaríamos matándonos porque chocábamos demasiado para nuestro propio bien), que ni la consideraba. No era tan sorprendente el hecho de que yo, Abigail, que tenía la fama de ser tan fulana y tan ligerita de cascos como cualquier curtida prostituta de uno de los innumerables burdeles de París (a algunas de ellas incluso las había catado yo misma, qué tiempos...), fuera por ahí besando a un hombre, eso no era lo raro; lo que sí que era extraño era que me hubiera quedado ahí, sin hacer nada más, y que le estuviera permitiendo incluso manejarme, en cierto modo. Lo único que explicaba eso último era que no lo estaba haciendo con un afán dominante que me daría tanta grima como cualquiera que intentaba creerse superior a mí, y a los que por eso mismo respondía mal; él lo estaba haciendo invitándome, y además utilizando una lógica a la que tampoco podía negarme: él estaba cansado, pero yo también lo estaba. ¡Sorpresa, era humana! Bueno, más o menos, quizá parte del tiempo, pero no era inmune al cansancio, y mucho menos después de que casi me hubiera ganado a otro enemigo que sabía mi pequeño gran secreto acerca de mi crimen pasado.

– Y yo que te iba a decir que, para ser humano, te conservas estupendamente... ¿Qué pasa, Klaus, estás mintiéndome con respecto a tu edad? ¿Significa eso que pronto vas a empezar a delirar y a estar senil? Sólo por eso, acepto que descanses la espalda aquí, si te apetece e insistes. Me siento generosa.

Hablé con tono de broma, por supuesto, y con una sonrisa grabada en los labios que estaba segura de que él entendería a la perfección, quizá incluso mejor que mi propia voz, medio ahogada contra su pecho por la manera en la que me había acercado y la posición que me había obligado a adoptar. Tampoco iba a quejarme demasiado, estaba relativamente cómoda, pero una parte de mí tenía una idea bastante mejor de cómo podríamos estar más a gusto los dos, y como no podía resistirme a poner en práctica ese tipo de ideas que me salían de vez en cuando, enseguida me solté de su agarre y empecé a moverme. No se me escapó la mirada que me echó cuando pareció que iba a levantarme, a la cual respondí con una sonrisa aún más amplia, y mucho menos se me pasó la respuesta de su cuerpo cuando me senté sobre él a horcajadas, manteniendo las distancias para lo que acostumbraba a hacer yo en esa misma posición. No pude resistirme, sin embargo, a reírme cuando lo vi así, sobre todo porque todo era tan mal interpretable después de los besos que habíamos compartido hacía nada de tiempo y gracias a mi ganadísima reputación que parecía extraño mi comportamiento que su expresión era un poema. Y, a ver, ganas no me faltaban de hacer lo que los dos parecíamos desear, pero él estaba agotado y ni siquiera yo estaba tan dispuesta a que me viera todo el mundo siendo libre como para arriesgarme a hacer algo tan en público, en mi posición, así que tuve que obviar la vocecilla molesta de mi cabeza, que quería invitarme a mandar al demonio todo lo que no fuera él, y limitarme a estirar las manos y llevarlas a sus hombros para masajearlos. La tensión fue evidente desde el momento en el que mis dedos se posaron sobre su piel, dura incluso por los músculos agarrotados, y enseguida comencé a presionar y estirar para tratar de liberarla y que el dolor fuera menor.

– Ya sé que te emociona mucho tenerme así de dispuesta, pero lo estoy haciendo por tu espalda. No es que fuera a decirte que no, llegado el momento, porque mi reputación en parte está ganada con motivo, pero ni siquiera yo estoy tan dispuesta a hacerlo tan en público como estamos ahora. Eso sí, si quieres que deje de dolerte la espalda deberías tratar de relajarte, así no vamos a ninguna parte tú y yo.
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