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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Tarik Pattakie Mar Nov 30, 2010 7:03 pm

La luz plateada que se infiltra por la pequeña abertura que existe entre la gruesa cortina y la ventana, muestra a Lucern sentado frente a una crepitante chimenea. Las llamas voraces, de tonos rojos y amarillos, matices verdes y azulados, danzan y juegan a crear sombras con los artilugios que encuentran a su paso. Un cuadro extravagante muestra una orgía entre mujeres y niñas que se bañan y sonríen mientras la sangre les acaricia. Frente aquél cuadro, una niña está amordazada y atada, gimiendo entre sollozos, sudando por el calor que le invade al estar tan cerca del fuego. Es la nueva mascota de Lucern, la ha adquirido a un buen precio y, a estas alturas, no duda que su padrastro está realmente “lamentándolo” en alguna taberna, jodiendo con alguna cortesana o... Que demonios importaba sino que ahora era suya y, podía hacer con ella lo que se le antojara. La boca del verdugo se torcía al imaginar la profanación que le haría a aquél cuerpo. Esperar podía ser aburrido sino había entretención y, aunque Cristina podía llegar en cualquier momento, la experiencia dictaba que las mujeres siempre llegaban tarde a citas acordadas.

Había mandado la misiva hacía un par de días. De hecho, quien la había entregado era la misma niña de cabellos dorados y mirada angelical, que ahora tenía los ojos rojos e hinchados. Lucern no podía comprender porqué resultaba tan humillante que él fuese el primero en probarle, después de todo, las niñas de su clase terminaban enredadas en brazos de cualquier amante. Quien mejor que él para disfrutarle y tocarle. Manos expertas que le darían placer... manos expertas que no se cansarían hasta reemplazar ese lloriqueo por uno que resultase de tanto placer. Jugando con la daga que le había quitado a aquél infame cazador, Lucern se levantó de su asiento y cortó la cuerda que ataba los pies de la pequeña. Un segundo después, la tenía sobre el sillón que él había estado ocupando. Había jugado este juego antes, solo que ahora aumentaba la diversión en una gran cantidad de dosis. Sonriendo para sí, cortó también la cuerda que mantenía atada sus manos. Si me obedeces, vivirás conmigo y nadie saldrá herido. Lucern hablaba conforme colocaba la daga sobre el cuello de la joven, subiendo la punta filosa sobre sus mejillas para después contornear sus labios sobre el pañuelo que le cubría.

Hilos de sangre comenzaron a emanar de la boca de la niña. Lucern había rajado aquél pedazo de tela para descubrir sus labios carnosos y amoratados. Decidió que Cristina también gustaría de un poco de diversión. La reina que siempre estaba retándole, seguramente no le importaría mancharse de un poco de sangre. Se sentó sobre el apoyo del sillón, mientras miraba el cuadro que se alzaba ante ellos. Hacía mucho que no pintaba y, mientras miraba a la pequeña, la idea de usarle para crear una nueva obra, se hacía cada vez más interesante... esa jodida vocecilla se repetía en su mente... rogando que fuese escuchada... materializada. Vagamente recordó a Lucas, su antiguo asistente que le gustaba pintar cuando no tenía trabajo. Seguramente, había un lienzo en algún rincón de su mansión. Cristina sería recibida gratamente... después de todo, que mejor que un vampiro con dotes artísticas para incitar a la depravación, a la sensualidad, a la seducción, a la lujuria que leía en la mirada achocolatada que la radiante vampiresa arrastraba. Una que ante él se transformaba... pero no le engañaba.


Última edición por Lucern Ralph el Vie Dic 24, 2010 5:19 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Invitado Miér Dic 01, 2010 1:39 pm

Bebía y no se saciaba, el líquido abrazaba su garganta adhiriéndose y brindando calor y ardor a las paredes, impregnando los labios carnosos que no cesaban de repetir sorbo por sorbo, imposible...no sentía nada.

Frente al tocador de madera labrada se hallaba la diosa oscura. Cristina pasaba sus perfilados dedos una y otras vez por las hebras color chocolate que yacían formadas en perfectas ondas danzantes a cada paso que daba la alta figura. La copa del vino perfumado se hallaba frente a ella, firme, pero tan sílfide a la vez. La veía, la detallaba, su aroma inundaba sus fosas nasales alzándose entre la habitación, pero de esa misma forma no, no movía ni una de sus facciones, podía beber y beber, acabar incluso con las botellas de antaño como regalos de homenaje pero, aun así, no sentiría. Fue su reflejo armónico el que llamo su atención, el rostro perfilado y los labios entreabiertos, un tenue rubor y el labial carmín. Sabía que el color vino le sentaba de maravilla y por ello no dudo al acudir al misterioso vestido desde el momento que una chiquilla de rizos bronces y mirar azul océano cruzo su puerta para manifestarle una invitación de él, irónicamente sonreía al recordarlo, tan odiado y deseado, el conde Ralph definitivamente sabia como llamar su atención.

Aparto de su iris los rastros del recuerdo y dejo la copa vacía a un lado del espejo. No cubrió sus hombros como era común en las damas de sociedad, su busto redondeado se perdía preso del corsé de encaje y sus cabellos cubrían cual cascada las muestras de feminidad. Maurice aseguro llevarla esperando ansioso una buena paga que no se haría esperar. Los criados yacían en sus lechos a la espera de la jornada de su día siguiente anhelando paz en el mundo de los ilusos sueños. El hecho de no haber conocido a su…prometido aún le hacía sentir plena y a merced de su libertinaje. Ataduras sin forma que muy pronto se ceñirían a ella. El fuero se ahondaba en su mayor expresión, carcomiéndola incluso.

El trayecto no era extenso y el aire fresco ayudo a disipar sus ideas en la amplitud de su pensamiento. El mortal de edad avanzada la ayudó a descender y luego de devolverle el favor observo con sus ojos y una sonrisa inexpresiva la gran entrada de la mansión del Conde. ¿Cuánto podía odiarlo? ¿Lo suficiente para estar a merced de su hogar?, vacios hilos de pensamiento que la invadían. Avanzo sin embargo, la esperaban, pues lo noto con la aparición de uno de los empleados, un hombre mayor que carecía de sueño como muestra sus ojeras. La hizo pasar y le indico el camino por los amplios corredores donde Lucern la estaría esperando; modales, etiqueta ¿alguna vez las habría usado con una criatura heredera de la noche?. No le extraño que el sirviente no la siguiera y la dama agradeció que así fuera. Siguió el camino al pie de la letra; las paredes tapizadas de colores oscuros y débiles, la poca luz, el encierro, típico de él. Una puerta entreabierta indicaba la habitación de su encuentro, de ahí provino un llanto, un llanto inocente y doloroso. Se aventuro sin embargo y sus ojos vislumbraron una escena poco peculiar. El conde; Lucern Ralph bañado en la elegancia de su inmortalidad y belleza autentica e innegable de sus delicados rasgos y fuerte anatomía. Ante él, en un mueble de fina tela una infante, la misma que la había invitado a ese encuentro, sus ojos rojos del llanto y los hilos de sangre emanados de sus labios finos que inundaron la fiera dentro de Cristina, despertándola de su ensueño.

No dijo mas, sabía que en la veía, las presentaciones y saludos sobraban estrepitosamente. Se acerco sigilosa hacia la figura de la atemorizada joven. La reconocía, y sus ojos se abrieron mas al ver el iris oscuro de la reina que solo avanzo para tocar con sus dedos los cabellos de la víctima, no se movió pues de seguro Lucern ya le había dado unas cuantas advertencias. Una callada risa fluyo de sus labios -Una...cálida invitación de tu parte, Lucern Ralph..

La inocencia corrompida y el demonio enjaulado se encontraron frente a frente. La criatura no sabía que ella podía ser el ángel de su firmamento o el demonio de su ultimo ruego.

Fue entonces cuando el fijo mirar del caballero inmortal reclamo su visión, a la cual cedió sin prorroga.


Última edición por Cristina M. Balanescu el Miér Dic 15, 2010 2:01 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Tarik Pattakie Mar Dic 14, 2010 6:59 pm

El rojo de la sangre y del fuego, de la pasión y del deseo, de la agresividad y del peligro... es un tono que vigoriza, enciende y estimula, el frenesí que se lee en las pupilas de las criaturas. La sangre es su tinta y perfecciona cada pincelada que traza sobre el lienzo, dejando la inconfundible marca de la vida que se está extinguiendo. Concentrado en su obra, permitiéndole al tiempo ser su amo, es fácil sucumbir en el silencio que es arrastrado sin vacilar; por cada recóndito de esas fúnebres paredes. Lucern pinta a la joven después de haberle acomodado en una posición práctica que realza cada parte de su anatomía. Una copa de vino se encuentra sobre un pequeño taburete, junto a éste, se encuentra la cinta blanca que osaba encubrir el cabello de la fémina en un peinado extravagante. Si hay algo que le fascina a Lucern, es el cabello de cualquier dama danzando libremente, cayendo en cascada sobre su espalda... O, como lo es en este caso, cubriendo sus punzantes pezones. ¡Demonios! Su boca se hace agua, literalmente, ante el erotismo que se desprende en esa imagen. Se detiene un segundo para enrollarse las mangas de su camisa y continuar con tan entretenido paisaje. Un ensimismamiento que se resquebraja taciturnamente, cuando el sonido de unos tacones crea eco en su mansión.

Un suave resoplido que bien podría pasar como un suspiro, escapa de sus labios. Su invitada ha llegado y, como era de esperarse, ha llegado tarde. Su boca se tuerce y, algo que no pretende admitir, Cristina o Lady Cristina como no suele llamarle, con ese aire demandante; llenó y engalanó la habitación con su presencia. - Cristina. Si en algo eran compatibles y eso es decir mucho, se trataba solo de las informalidades y ese maldito brillo que encontraba en su iris ante el reconocimiento de una víctima exquisita como banquete en medio de un festín. Lucern había pronunciado su nombre con una desbordante pasión. Le gustaba el juego que se había dado aquél día que se habían conocido. Terriblemente odiosa y jodidamente llameante, Cristina siempre estaba moviendo las piezas del ajedrez sin importarle que estuviera ante un experto en ese campo. Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona ante aquél ¿positivo? comentario. Una sonrisa que se transformó en cuanto sus miradas se encontraron. La mirada penetrante, con lo que a él le gustaba pensar, un brillo lujurioso, le dio la bienvenida de inmediato.

– Tómalo como una muestra de... afecto. Sonrió, jugando con las palabras, unas que... ella conocía a la perfección. O al menos, eso es lo que fingía en su fascinante sonrisa. – ¿Debería aparentar sorpresa por la aceptación de mi invitación o... solo deleitarme con la coquetería que te acompaña en mi presencia? Era imposible no provocarla, la imagen que tenía de ella cuando su mirada se transformaba en una maliciosa, bueno... no daba a precedentes. – Sírvete si así lo deseas. Había estado observando las reacciones de Cristina para con su mascota y, su interés emergía con cada segundo de las manecillas. Lucern se acercó hasta donde se encontraba la humana y, tan pronto como lo hizo, sus dedos bailaron sobre sus montículos, alejando los mechones que había acomodado antes de empezar a plasmarle en el lienzo. Sus uñas rasgaron la piel, observando la carne que se teñía del intenso rojo. – Está mas que apetitoso... Decidió entonces que si Cristina no deseaba tomar un poco, podría cambiar de opinión ante ese majestuoso panorama. Tan rápido que apenas se notaron sus movimientos, era la boca de Lucern la que succionaba sin ningún afán de detenerse. Le gustaba, no, no le gustaba, le maravillaba que su espectadora resultase esa mujer con colmillos.


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Mensaje por Invitado Jue Dic 16, 2010 10:05 am

Atada a las brazas vivas del infierno, perdida en el abismo de la cruel perversión, gozosa del juego masoquista que la rodeaba, Cristina no hallaba más comparación que una exquisita telaraña.

La llamarada pasional que carcomía cada extremidad interna de Cristina se encendida al punto de reflejarse en la claridad de sus ojos bronces, tornándolos de un matiz borgoña y desosó de más. La visión que presenciaba arremetía contra sus más profundos instintos, incitándolos a salir, a dejarse llevar e ignorar el carácter que pretendía llevar frente a los ojos vecinos. Dos diminutos agujeros perforaron la carne juvenil naciendo de ellos hilos de sangre incipiente que se derramaron desde cima endurecida de los senos de la pequeña perdiéndose en la piel desnuda. Ver al conde atacar a la doncella de tal bestial modo produjo un vuelco en el animal que reinaba en su interior, a punto se hallaba de atacar pero su dominio pudo más que ella y solo entreabrió sus labios humedeciendolos con la punta de la lengua ávida, como si fuera ella, como si su boca profanara cada gota que el aliento de Lucern disfrutaba en su presencia.

Incentivó sus pasos alrededor de su anfitrión, sus ojos se posaron por milésimas de segundos en las obras del lúgubre tapiz, todas emanaban erotismo y lujuria, perversión y dolor, su paladar se humedeció cuando las leguas de pensamientos saborearon un momento semejante, preso en sus más letales fantasías. La victima la seguía con la mirada enrojecida a la gacela que la asechaba, intentando predecir en vano cualquier movimiento, desconcentrada por el placer tortuoso que le proporcionaba el inmortal; jadeaba, resistía y su cuerpo se tensaba, retorciéndose bajo el deseo diabólico que renacía y del que probablemente no saldría…viva. Sus dedos rozaron las hebras doradas del conde mientras su mirada volvía al monologo. Él había planeado todo a la perfección, un escenario digno de ella y del hermano que la conociera a su amplitud, claro está, no todo seria por benevolencia; Lucern Ralph sabia como tentarla, como hacerla perder la cordura y jugar con la fiera misteriosa tras sus ojos. Lo maldecía, como lo hacía desde la noche en que lo conoció, una que guarda en la caja de Pandora de su memoria -Sabias que aceptaría así que no ha de sorprenderte. Había desechado los modales desde que se adentro en su mansión -Y la coquetería no es poco común en una ¿dama?, así que no aparentes Lucern, no necesito que lo hagas. Se poso al lateral inferior del mueble de rustica tela, vislumbro a la doncella en todo su esplendor; piel cremosa y caliente, rizos dorados y ojos azules, un cuerpo deleitable en crecimiento, pero en su mente solo tenía una plegaria.

Sangre y azar…

Su elida mano se poso en la pierna desnuda separándola con suavidad de la otra, escucho un alarido pero su orbe penetrante dejo muy clara su amenaza -No te muevas. Exigió inclinándose -Si deseo servirme ¿ o debería aparentar?. Alzo una ceja sarcástica y vanidosa antes de que los punzantes colmillos se asomaran a la pobre luz y perforaran la cara interna del muslo femenino, desgarrando la piel y embriagando los labios inmortales a su paso. El alarido era melodía clásica para sus oídos y la mezcla de aromas joviales en la chica le pareció pobre en comparación al deleitable sabor de la sangre que evadía su garganta mientras una de sus manos rasgaba la piel del abdomen y el terso vientre cálido con el filo de sus uñas, brotando hileras imperceptibles del elixir. Alzo su mirada; sus labios carmín y no por el costoso labial, los cabellos expandidos en sus hombros denotando el bravío de su personalidad, dos hilos que su dedo no tardo en limpiar -Elección excelente, Monsieur. Indico con atractiva ironía reflejada en sus facciones buscando el iris lascivo masculino mientras ceñía con sus dedos la piel lastimada donde las gotas rojizas brotaban sin cesar…

…ávido el vino que había dejado atrás.
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Mensaje por Tarik Pattakie Lun Dic 20, 2010 9:43 pm

Su seno era la copa que le daba de beber el vino. Cada gota en su paladar exigía otra. Las gráciles manos de la joven se movían sobre su cabello, sus jadeos habían empezado zumbando como una pequeña abeja, transformándose en gritos que azotaban sus tímpanos. Las endorfinas y la lujuria que desprendía Lucern en una simple mordida, sometían a cualquier humana que se encontrara entre sus brazos y se negara a ceder a las maravillas del sexo con un vampiro hambriento. Las facciones de su rostro estaban ahora relajados, una devastadora sonrisa curvaba sus labios... Lucern también sonreía, una sonrisa provocadora, retadora que Cristina no podía observar debido a que su boca succionaba con esmero y sin afán de detenerse en algún momento. La reina se acercaba, no eran sus pasos los que le delataban, era el aroma que desprendía; ni siquiera la inmortalidad podía hacer aquello con mujeres tan exquisitas. Primero su mujer y, ahora... – No lo hagas. Sentenció con firmeza ante la pregunta poco ortodoxa. Su lengua lamió el pezón erecto mientras su mirada recaía en la reina. Compartir presa y un escenario como ése con Balanescu era, desgraciadamente, tan superfluo ahora que ella podía protagonizar algo mas entretenido.

¿Importaba acaso? Se apartó, dejándole el camino libre a la vampiresa que disfrutaba de la sangre, tomando de su muslo... Lucern se relamió ante la idea de verle saboreando no precisamente de esa vena latiente. Resopló conforme se levantaba y sus pasos le acercaban hasta el lugar exacto donde había estado pintando. Una pintura que se quedaría a medias ahora que sus intenciones habían cambiado al ver a su invitada sobre la mesa. O sí. Eran excelentes y no por la humana que se encontraba jadeante y con la mirada nadando en la lascivia. No... te... detengas, jadeó la humana en un arrebato de placer. Una gota carmín se había quedado impregnada en la lengua de Lucern, a la espera de ser combinada con el exquisito vino que esperaba por él en una de las mesas. Lo tomó y tras ingerir lo que restaba de su apreciado líquido, se volvió hacia las dos damas. Rápidamente, se colocó a la altura de la mujer que miraba hacia la nada y, tan rápido que nadie, ni siquiera Cristina lo vio venir, Lucern arrancó la carne de su cuello. Eso le obligará a mantenerse callada. Se encogió de hombros restándole importancia y con la sangre aún bañándole, tomó la de Cristina y depositó un beso sobre el dorso de su mano. Algunos modales, nunca están de mas obviar; incluso entre nosotros...


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Mensaje por Invitado Dom Dic 26, 2010 9:18 am

Rugía la fiera enmudecida por la ceguera animal de los ojos de Cristina, ambas unidas en un solo lazo envidiable.

Jadeos resonantes que la envolvían en la más armónica melodía de la caja de Pandora de sus recuerdos. Sonreía con desdén ante el gesto educado del conde y la marca rojiza que en su dorso había quedado. Correspondió con una inclinación de etiqueta a la perfección catedrática mientras su iris oscuro y salvaje admiraba el cuerpo inerte sumido en un plácido sueño de misterio. Querubín aquella doncella de cuerpo celestial, tez sonrosada por cada incisión y la sangre viscosa y tibia bañando cada extensión de su cuerpo, una obra perfecta y que despertaba el sadismo de la reina haciéndola respirar sin necesidad alzando su torso y los senos presos en el ceñido corsé. Sin prisas Cristina se alejo del conde, parecía una chiquilla admirando una obra desconocida en búsqueda de un significado aparente. Ahora su mano desnuda se deslizaba por el abdomen marcado por su propio pecado, desvanecida la humana gemiría en silencio de dolor música para sus oídos -¿Qué significado posee el lienzo que pintas?... Inquirió con simpleza mientras sus yemas suaves se hundían en la tersa piel más de lo que un mortal pudiera causar, sobrepasando cada ligamento, llegando a su punto deseado -…¿o es otra más de tus obras?. Fundía con fuerza sus dedos acunándolos en cada concavidad sumida en su preciado elixir. Sus gestos permanecían desinteresados mientras su mente imaginaba los gritos acallados por el sueño de la mortal. Comprimía su ¿estomago? Quizás ¿pulmones?, alzando su tacto a tientas hacia el corazón latiente.

Delicia la melodía del roce de sus manos con la fuente de vida…

El cuerpo vegetal se removió tan poco que ella pudo darse cuenta. Burlesca y orgullosa apretó las paredes del abdomen hasta hurgar finalmente en la resonante entraña.

Un chasquido, un segundo, un parpadeo bastaba para acabar…eran tan simple...tan típico.

Más sin embargo Cristina se mantuvo paciente retirandose de las profundidades de la nueva adquisición de Lucern. Yacía para entonces su mano perfilada impregnada de la sangre inocente hurtada sin permiso. Se dirigía a un mueble de limpio tapiz, el chal de encaje que escondía sus hombros desnudos se deslizo al piso inmutado por el misterio. Se sentó observando a la presa ensordecida y al elegante caballero; atractivo y peligrosamente seductor, pero que su odio y benevolencia le hacían mantener al margen de sus más profundos antojos -Admito que me gustaba más cuando profería queja alguna. Confeso con dolor fingido mientras su dedo repasaba la clavícula prominente y el cuello alargado de diosa marcando un camino de liquido rojizo conocido y anhelado. Concubina de la locura su mano se mantuvo en sus labios con una expresión concentrada, el mentón y labios pringados del fluido eran muestra comodidad al compas de su andar hacia Lucern Ralph hasta posicionarse a sus espaldas y colocar sus manos en sus hombros sin importancia alguna al fino traje -La interrogante es…¿Cómo ha de finalizar la obra?.

El susurro del demonio.
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Mensaje por Tarik Pattakie Lun Ene 03, 2011 8:45 pm

La mirada de Lucern seguía cada movimiento... ¿Cuántas veces había estado jugando a lo mismo? Era lo mismo que con su edad, no se molestaba en contar... Poco importaba otra jodida noche, otro jodido día... Cada uno de sus vicios comenzaban a desmaterializarse como eso, vicios... El sexo creativo con cortesanas y cualquier mujer humana ya no tenía ningún interés de por medio, todo eso ya era aburrido, una costumbre... De eso se trataba realmente. La maldita lascivia, la compañía que se había obligado a tener noche tras noche... El simple hecho de escuchar el corazón de un humano ya no era tan desquiciante como los primeros años como vampiro. ¿Crear una pintura? Eso hablaba de lo aburrido que se encontraba. ¿Hacía cuánto que no se molestaba en hacer del lienzo una obra de arte? ¿No era cierto que el mejor lienzo era la piel de una mujer? Se dirigió hacia la licorera, algo mas fuerte que hiciera entrar a su garganta en calor. Lo necesitaba... Cristina Balanescu, ¿para qué le había invitado realmente? ¿Conversar? ¿Buscar entretención? ¿De qué tipo? ¿Juegos de palabras? ¿Provocaciones? ¿Insinuaciones? Y ella... tan importante, tan atractiva, tan seductora, tan... ¡Argh! Su mejor amigo se reiría de la situación en la que se encontraba. Por eso no se había molestado en visitarlo desde su regreso a Paris. La voz de Cristina le trajo de vuelta a la realidad. La humana yacía sobre la mesa como un maldito costal de basura, a la espera de ser lanzado a un lado. Lucern dejó que una mueca de repudio transformara a sus labios. Centrarse en la vampiresa y en lo que le brindaría, tenía que valer la pena. – Nada posee significado para mí. De acuerdo. Eso no era del todo cierto, pero Lucern no se pondría a entrar en ese campo con terceros.

Su voz, su belleza... encantos que no podían pasar desapercibidos para un hombre como el conde... ¿Qué le llevó a no someterla si incluso él, no podía solo hacer a un lado que, perderse en su cuerpo habría sido una brutal delicia? Desde luego, no era porque la reina era una mujer casada. No hubiese sido la primera ni la última que llevara hasta su cama... el estado civil no importaba cuando él posaba su mirada... solo deseaba y lo tomaba... – ¿Qué es lo que te hace creer que la obra ya ha dado inicio? No. La humana no tenía nada que fuese de admirar. Lucern caminó con la botella de whisky. - ¿Gustas? No esperó respuesta alguna, simplemente sirvió, ofreciéndole a su acompañante. ¿Era de mala educación ofrecer ese tipo de bebidas a una reina? En realidad, Lucern olvidaba todos los malditos modales que le habían inculcado desde pequeño. No comenzaría a hacerlo solo porque se encontraba con una mujer que desigualaba su nivel social. Se conocían y con eso tenía. Se encogió de hombros y tomó un poco de aquélla bebida. – A decir verdad, la humana solo estorba. Rápido se encontró a la altura del pecho de la humana, la sangre se creaba camino sobre la madera, cayendo hasta la alfombra, perdiéndose en el color vino...– Solo estaba esperándote. Por un momento creí que el rey estaría resguardándote recelosamente en tu sitio. Lucern conocía sobre su situación y eso, no era más que una vil broma que hacía a espaldas sobre lo que escuchaba... – Te aseguro que será mas entretenido estar conmigo. La mano del conde atravesó el pecho de la humana, atrapando el corazón que ya comenzaba a apagarse, su mano se cubrió de sangre, algunas gotas incluso fueron a parar a su rostro. Llevó aquél órgano hasta la bebida que mantenía sobre la mesa, las gotas color carmín hicieron ese ligero sonido al hacer contacto con el líquido transparente. – Una belleza sin duda... sus ojos buscaron los de la vampiresa. – Dime Cristina, ¿cómo quieres divertirte esta noche? Lo que sea... Después de todo, es el anfitrión quien tiene que complacer a su invitada...


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La guías y ella encuentra la guarida |Cristina| Empty Re: La guías y ella encuentra la guarida |Cristina|

Mensaje por Invitado Jue Ene 06, 2011 7:19 pm

Cada gota torturaba su oídos se segregaba en su cuerpo presa en las paredes de su mente transformada en la doncella de alma animal.

Tomo la copa sin dudarlo, la bebida fuerte guardaba la ventaja de hacerla olvidar el aroma que impregnaba la habitación fruto de la joven mortal de cuerpo desgarrado cuya respiración disminuía con cada gota carmín que se derramaba en el suelo. Uno, dos, tres sorbos para que la reina se sumiera en el agrio licor y siguiera con la mirada al conde. Su situación política era uno de los motivos de burla para Lucern Ralph, como si su matrimonio no fuera una carpa de circo planificada para ella, una jauría de lobos que esperaban que fallara en el primer intento para descubrir la verdadera esencia de la reina. Tenía motivos para colmar su paciencia con ese solo nombrar, pero su alma era tan indomable como el viento y no pasaba por las manos de su esposo el atarla a un trono y a su lecho. Levanto la copa como si acordara su seguridad de que con aquel inmortal disfrutaría una mejor velada que con el humano que la esperaba en el castillo. El liquido se movía acompasando al movimiento y reflejo la clara escena cuando Lucern arranco el corazón de la doncella, estrujándolo en sus manos. La fiera rugió en el alma de Cristina, gloriosa por sentir un éxtasis semejante al acabar con una vida y no de una manera vulgar; sufrimiento y tortura eran las cadenas que perseguían a la dama, resonantes en los callejones cuando se disponía a matar, a saciarse y que los gritos y recuerdos, iris vacios que la miraban a ella como la mensajera de la muerte fuesen lo ultimo antes del suspiro mortal.

En sus oídos yacía la melodía de cada ápice que se sumía en la bebida de Lucern, sus ojos se oscurecían a tal punto del ansia enloquecida a la sangre febril en sus labios, sus manos desgarrando piel y el deseo y admiración inocente de los que la apreciaban como una visión del Dios que cubría con su mando al demonio de Balanescu. Sus ojos se encontraron con los de Lucern y luego buscaron la bebida que se teñía de un vino exquisito -Algo digno de admirar. Confirmo mientras sus pasos se dirían cerca de los paneles donde las obras reposaban sumidas en el silencio de su propio sufrimiento derramando el poco pudor, la seducción, sadismo y eternidad de quien las elaboro, un sorbo mas pues la garganta de Cristina se humedecía con cada pensamiento lascivo tan atípico en una mujer casada, lástima que la normativa no la buscaba como su mayor profeta pues las fallas serian estrepitosas. En su cabello reposaba una peineta con perlas incrustadas que soltó con desdén dejándola caer hasta resonar en el frio suelo, la melena castaña baño sus hombros cubriendo el torso voluminoso de la monarca mientras daba fin a la bebida que la había acompañado en su recorrido serenando sus instintos -Sabes cómo hacer que me divierta sin necesidad de preguntarlo. Unos cuantos pasos más posándose frente a otro tapiz igual de atractivo que el anterior, no había tenido desde entonces la oportunidad de ver al conde en esas andanzas de arte o cualquier semejante lo que ilumino su ideal ante la interrogante del anfitrión -Quiero que me pintes Lucern, quiero que hagas un lienzo de mi. Menciono cual susurro de diosa sin aun buscar el rostro de Lord, sus dedos se deslizaban por el contorno del vidrio sumiendo su mente en los mas impredecibles pensamientos que hacían que una curvatura peligrosa se formara en su boca de marfil; eternidad que la inducia al canto del infierno -¿O no soy digna para ello?. Buscaba de reojo el matiz oscuro de los ojos de Lucern -Considéralo como un recuerdo a tu invitada. La simplicidad de su voz fue evidente…

…igual que el deseo del sugestivo juego bajo la sombra de la noche entre las paredes del abismo.
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Mensaje por Tarik Pattakie Lun Ene 24, 2011 7:21 pm

Sangre y whisky, una fuerte combinación que bajó en picada por su garganta, tan suave y ardiente que el vampiro no tardó en vaciar el líquido. Las gotas rojas se diluían con un sutil encanto en esa transparencia, pervirtiendo su mente, ignorando a la agudeza, atrayendo al centinela. Lucern hizo crujir los huesos de su cuello al estirarlo hacia uno de los lados. Ese rico estremecimiento que se acoplaba a la sustancia que bebía, le hizo girar su rostro en sentido contrario, provocando de nuevo ese rechinante sonido que pendía en el silencio que se alzaba magistralmente ante ellos. Ni siquiera el sonido de su reloj podía ser percibido. No había agitadas respiraciones. Los movimientos de la reina eran tan ligeros que no podían sobresalir en esa batalla donde las miradas se atrevían a decir más que unas cuantas palabras. El órgano inservible se encontraba sobre su palma, creando una jaula con sus dedos, asfixiando, encarcelando, obligándole a estar bajo sus barrotes de acero. Sus ojos se clavaban en los de la reina, su boca se fruncía en una sonrisa al ver como su garganta aceptaba la bebida que él ofrecía. La intensidad se leía en la obscuridad de su iris, un código imperturbable que ella pretendía brindar, un código que Lucern comenzaba a descifrar. – Cristina... Pronunció su nombre, jugando con las sílabas, dictándolas con alevosía. Ese intenso olor, ese rastro que dejaba la sangre de la humana que se retorcía sin duda, en algún lugar del inframundo – si es que existía uno- llenaba el ambiente con ese despampanante aromatizante. Lucern lo inhalaba como si se tratase de un drogadicto que necesitaba inyectarse la sustancia o colapsaría en cualquier instante.

Imposible detenerse, ¿por qué molestarse? La pregunta pasó como una estrella que cae del firmamento, fugaz, rápida.... impertérritamente... Una y otra, y otra vez, sus pulmones tragaron el aire que se cargaba con energía. Como un juguete con cuerda, el tic tac de su reloj de bolsillo reemplazó el lento latir de un corazón con vida, marcando, sonando, creando esa indeleble y fantasmagórica musiquilla. Escuchó la petición, frunció el ceño ante la idea, tiró el órgano que cayó con un suave sonido sobre la alfombra y se sirvió más whisky. Daba la apariencia de que no había escuchado ni una sola palabra, pero por supuesto que lo había hecho, en el interior de su mente los hilos se cruzaban, se seducían, buscaban y encontraban una oportunidad, una salida.... Y tan rápido como su voz resonó en la sala, Lucern estaba ante ella, mirándole con fiereza. – Tú mejor que nadie debe saber cómo funcionan las cosas conmigo. Aunque quizás es por eso que has entrado en... mi terreno. La mano del vampiro se acercó traviesamente hasta su cintura, le iba a tocar pero al último momento, como si se tratara de solo un juego, se encontró tomando el pincel entre sus dedos. – Si he de pintarte... Su mirada ardía con malicia, bailaba bajo el brillo y la vigilia de Cristina. – Solo puede ser de un modo. Devoró con la mirada a la mujer. Desde que había encontrado a su compañera, sus juegos en torno a las mujeres habían dado un giro de 360 grados. Y Balanescu era perfecta, perfecta para su próxima obra maestra...


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