The infamous pirate Roberts

Roberts se ha ganado cierta fama a pulso, más utilizando la labia y algunos trucos que siendo realmente tan temible como las lenguas dicen por ahí. Como bien le dijo su predecesor y éste antes al suyo y así sucesivamente, lo importante es la reputación. Un hombre de mar es tan valioso como el terror que se siembra al pronunciar su nombre. Eso es algo que se ha convertido en el lema de este pirata que una vez fue capitán, pero que con el tiempo decidió dejar atrás el poder para seguir a otro hombre que se ganó su respeto.

Es un hombre decidido, capaz, que da buen uso de sus poderes para con su profesión en el barco en el que navega en la actualidad. Es, por encima de todas las cosas, fiel a sus principios. No soporta a la chusma que se amotina, opina que las cosas se deben hablar y si no se está a gusto con un capitán, largarse.

Tiene un sentido del humor un tanto particular, pero es muy fácil verle sonriendo o carcajeándose, aunque no siempre sea porque algo le ha hecho gracia. Es un tipo expresivo y gesticula siempre mucho con las manos.

poderes:

Debido a algún problema durante la mordedura, aquel chico perdió todos sus recuerdos previos a convertirse en un licántropo. Cuando despertó tras recuperarse del veneno recorriendo sus venas, varias noches antes de la luna llena, había sido acogido por un hombre que se hacía llamar Pirata Roberts. Al no ser capaz de rememorar nada de su vida, ni siquiera cuál era su nombre, el que se convirtió en su padre adoptivo empezó a llamarle “Muchacho”. Fue ese su apodo durante toda su juventud que, dada su nueva condición, la cuál compartía con el que cuidaría de él durante largos años, duró bastante. Aquel licántropo le enseñó a sobrellevar la transformación, a utilizar sus poderes y, como no, a ser un espléndido pirata.

Roberts le contó que aquel no era su verdadero nombre, que había sido heredado por el que le precediera y ése, a su vez, tampoco había sido el original Pirata Roberts, y que cuando tuviera la edad suficiente, le traspasaría su fama para que él llevara el estandarte de su barco y lo capitaneara. Que echarían a toda la tripulación y acogerían a una nueva, a los cuales les dirían que “Muchacho” era el auténtico Pirata Roberts y que el que ahora portaba el nombre, se quedaría como segundo de abordo hasta que fuera asumida su identidad, retirándose entonces para vivir de los botines conseguidos durante décadas capitaneando el “Serpentina”.

Ya siendo un joven que aparentaba unos veinticuatro años, asumió el rol que había llevado su padre y se convirtió en capitán. Pasados seis meses, el antiguo Pirata Roberts que le confesó llamarse Johnson, se despidió de él y le dejó a cargo de todo, confiando en que sería un digno sucesor. Se le daba bien dar órdenes y organizar. Era un estupendo estratega, leer los mapas le resultaba más sencillo que leerse un libro y guiarse por las estrellas jamás le resultó algo difícil de hacer. Así que fue un buen capitán, aunque lo de atemorizar a la gente no era santo de su devoción. Él prefería llevarse bien con los que servían en el Serpentina con él.

En una de sus aventuras, conoció a una mujer, una muchacha de lengua afilada y modales escasos, con un sentido del humor sin igual y una sonrisa arrebatadora. Podía no ser ninguna dama, pero menos caballero era él. Empezaron siendo amigos, colegas de borrachera, compañeros de carcajadas. Pero pronto surgió la chispa, esa que teñía las miradas de lujuria. De la amistad pasaron a la pasión y de ahí a un amor que arrasó con todo como un huracán. Roberts se planteó el dejar la capitanía, pasar su legado a otro hombre, pero cuando aún lo discutía con aquella mujer que le había robado el corazón, hubo un motín a bordo. Él había sido un buen compañero y capitán, pero no todos los piratas tenían valores y credos, algunos eran peores que ratas, rastreros. Durante el levantamiento, que ocurrió de noche, los amotinados asaltaron el camarote de Roberts y mataron a aquella joven cuya chispa avivaba el corazón de aquel hombre, recordándole su época como “Muchacho”. En aquel instante, cuando perdió la llama que había marcado un nuevo camino para él, tras hacer que ahorcaran a todos los traidores, mandó despiezar el Serpentina y venderlo por partes. Ya nunca volvería ese buque a surcar los mares y él jamás volvería a ser capitán. Ahora era un pirata sin barco, un marinero sin mar.

Pasados los años, en una taberna del puerto, su camino se cruzó con el de William Bones, conocido como El Perro. Su encuentro fue de lo más curioso, la mayoría lo tildaría de mera casualidad, pero para Roberts, aquello era una señal. Había llegado el momento de volver con aquella que siempre había sido su madre: la mar.