La dulce tormenta de lo ajeno | privado

por **Lumier Cavelliet** Miér Abr 25, 2018 11:40 pm

El susurro al cochero le indica el camino a tomar, otra mansión, una visita a un amigo, uno muy viejo y similar que el tiempo ha olvidado pero que las costumbres los han unido. El tiempo le parece absurdamente largo, sus ansias la devoran, su apetito aún más, su mente ya va planeando los “frutos prohibidos” que pedirá en su momento, niñas o niños, jóvenes o vírgenes, quizás un hombre que intente darle una batalla digna de ser tomado como trofeo luego. Miles de posibilidades y todas tienen el mismo resuelto.

El carruaje oscuro en su tonalidad como el alma perdida de su dueña avanza, el jinete que conduce aquel par de corceles blancos los guía hasta las parte más alejada y oscura de la ciudad parisina, el silencio es absoluto que hasta el más mínimo pensamiento se puede oír a millas de ahí, la mujer baja con parsimoniosa calma su empleado no se atreve a mirar a los ojos de ella no por respeto si no por miedo a perder el alma en manos de aquella de la que no se presume el estado de ánimo o de su temperamento, el vestido negro se arrastra por la tierra seca , el rostro pálido no se puede visualizar una malla negra lo cubre, solo se puede ver unos labios rojos que apenas se mueven en una palabra de agradecimiento al anciano que la aguarda y entrega un bucket de rosas negras.

Un pequeños ser se cruza delante de ella. La cruel sonrisa que se dibuja en el rostro de porcelana con manos finas acarician el pequeño y horrorizado rostro que inmaculada se pinta con las lágrimas y la suciedad humana; esas expresiones son el elixir, la excitación de quien abraza a la criatura haciendo que sus pequeños e inútiles huesos suenen suavemente como una fina cuerda de violín a punto de ser rota. Huele ese aroma exquisito de la comida servida, cada uno condimentando con aquello que más le agrada, el miedo en sus carnes, en sus ojos y en sus lenguas el grito final que abrirá las puertas del infierno.